viernes, 4 de junio de 2021

Capítulo XV: Familia

 

Hicieron que sus chocobos se detuvieran en una pequeña estepa a la sombra de unos árboles. Ankar se hizo visera con la mano para evitar un poco el sol en los ojos, y asintió.

-Vamos a acampar aquí. -Dijo el dragontino mirando atrás.

-¿Por qué? Todavía hay luz suficiente. -Dijo Ylenia mirando al cielo. El sol estaba empezando a teñirse de carmesí, pero todavía faltaban algunas horas para que se ocultara.

-El problema no es la luz, si no lo que hay en la propia comarca de Burmecia. -Explicó Ankar mientras bajaba de su chocobo y ayudaba a Lylth a bajar, ya que compartían chocobo.

-¿A qué te refieres? -Preguntó Dreighart bajando del chocobo de Ylenia. -¿Sabes mucho de esta comarca? Pensé que eras de Lix.

-De hecho, sí soy de la comarca de Lix. -Aclaró el dragontino mientras ataba las riendas de su chocobo en el árbol más cercano.

-¿Entonces no deberías ser parte del ejército lixeño? No lo entiendo.

Ankar se rio mientras se acercaba a los otros tres. Aunque no entendían la orden, habían empezado a preparar el lugar para acampar. Lylth estaba preparando una pequeña hoguera, Dreighart estaba preparando las tiendas de campaña e Ylenia tenía la tarea de preparar la carne para ese día.

-Originariamente me pusieron bajo la tutela de un dragontino en Burmecia cuando era niño. -Empezó a decir Ankar mientras ayudaba a Ylenia con los preparativos de la comida. -De eso hace ya muchos años. Viví en la capital viera durante un tiempo aprendiendo de mi primer maestro antes de que falleciera y volviera a Lix. Después de unos largos años, conocí a mi actual maestro. Es mucho más joven que yo, pero es muchísimo más talentoso, y me aceptó como aprendiz sin muchas reservas.

-Tu actual maestro es el gran general Kain. ¿Verdad? -Preguntó Ylenia cortando un trozo de carne. Ankar asintió. -Entonces estuviste en la Guerra de las Sombras.

-Si, pero fui asignado a la retaguardia de Burmecia. -Confirmó él.

-Entonces eres un héroe de guerra. -Dijo Dreighart mirándolo, pero Ankar empezó a reír.

-Es cierto que algunas personas pueden pensar eso, pero lo único que nosotros hicimos fue proteger a nuestros seres queridos. -Explicó el albino mientras Lylth terminaba de preparar el fuego. -Sin embargo, no soy un héroe de guerra. Ese término se reserva a personas como el rey Cecil o la reina Garnet. Yo solo soy un veterano de guerra, nada más.

-¿Cómo fue la Guerra de las Sombras? -Preguntó Lylth, que había sacado un pequeño caldero de su alforja. -Yo no había nacido todavía.

-Bueno... fue bastante horrible, la verdad. Murieron cinco de los siete monarcas de la época. -Explicó Ankar mientras se sentaban todos alrededor del fuego. La maga blanca había puesto el pequeño puchero en la hoguera y estaba poniendo carne de las alforjas a asar con palos. El albino fue levantando los dedos. -Murieron el anterior rey de Baron, el padre adoptivo del rey Cecil... la reina Brahne, madre de la reina Garnet... los reyes de Eblan... la familia real de Damcyan al completo... y el rey Richard Highwind de Tycoon. Casi acaban también con los daimios de Doma y la reina Fran de Burmecia estuvo bien por mantenerse neutral hasta casi el final de la guerra.

-El perpetuador de los reicidios fue la Mano de la Reina Brahne. ¿Verdad? -Preguntó Ylenia echando un poco de hierba en el fuego recién encendido. -Creo recordar que se llamaba Kuja.

-Kuja Tribal, el hermano mayor del actual rey consorte de la reina Garnet. -Dijo Dreighart sorprendiendo a todos. -Oye, te lo creas o no, me gusta estar informado de la historia de nuestro mundo. Que sea de un barrio bajo no significa que sea inculto.

-Solo me sorprendió, eso es todo. -Rio Ankar. -Pero si, ese era el nombre. Kuja Tribal y su compañero de fechorías, Kefka Palazzo. Eran las dos manos de la reina Brahne, y fueron ellos los que llevaron a cabo toda esa guerra.

-¿Tienes muchos contactos ahí? -Preguntó Ylenia, a lo que Ankar asintió.

-Siendo sinceros, sí, bastantes. Pero cuando lleguemos allí ya os explicaré bien todo.

-¿Son muy caras las posadas en Burmecia? -Preguntó ahora Dreighart tocando su carne. -Para ver cómo preparar el dinero.

-¿Posadas? No te preocupes por eso, Dreight. -Le contestó Ankar moviendo la mano para quitarle importancia. -Más importante. ¿Qué andas haciendo en esa olla, Lylth?

Los tres miraron a la maga blanca que estaba haciendo una especie de mejunje de color rojo suave, y había metido multitud de ingredientes que a todos les resultaban extraños. La chica los miró sonriente.

-Oh, no es la gran cosa. Es una poción para transformarse en otra persona. -Dice ella echando unas ramitas de algún tipo de planta.

-¿Poción de polimorfar? -Preguntó asombrado Ankar, a lo que los tres lo miraron.

-¿Cómo conoces el nombre de la poción? -Preguntó la de cabello rosa.

-Bueno, la he visto funcionar en alguna ocasión, y me informé un poco de ella.

-Pues eso mismo, por eso digo que no es la gran cosa. -Se carcajeó la maga blanca.

-¿Qué no es la gran cosa? -Preguntó Ylenia extrañada. -Dices que esa poción hace que te conviertas en otra persona. ¿Y no es la gran cosa?

Lylth no dejaba de reirse mientras sacaba un pequeño vaso de madera de su bolsa y lo dejó al lado del fuego.

-En serio, te lo aseguro. Hay tres niveles de esta poción, y esta es la más sencilla, la más... digamos, asequible. Si usara el último nivel entonces aceptaría que estuvieras tan sorprendida.

-¿Quién te enseñó a prepararla? -Preguntó con curiosidad Dreighart mientras veía como burbujeaba la mezcla rojiza. -Porque imagino que no es una poción precisamente fácil de aprender.

-La mujer que me enseñó la magia blanca también era una gran alquimista. Aprendió muchísimos tipos de pociones y brebajes diferentes en sus viajes y me los enseñó a mí. Aunque esta poción no la vendo, es de uso exclusivo. -Dijo riendo. Olió fuerte el mejunje y asintió. -Bien, creo que ya está lista. No os asustéis. ¿Vale?

Tomó una buena ración con su vaso de madera y limpió los restos en el recipiente con un pequeño pañuelo. Sopló un poco y se tomó todo el contenido. Hizo una mueca de asco.

-Nunca me acostumbro al mal sabor. -Dice ella.

-¿Qué querías decir...? -Empezó a preguntar Ylenia, pero se quedó callada de golpe.

La altura de la chica empezó a aumentar, su busto y caderas no cambiaron casi en nada, lo que impactaba ya que su cintura si se hizo más pequeña dándole una cintura de avispa, mientras que su piel se oscurecía ligeramente, no siendo ya tan pálida como era. Sus ojos, de verde hierba con la pupila en espiral, pasaron a ser de un color miel claro, casi dorado, con la pupila normal, y el cambio más radical fue el del cabello, que desde la raíz pasó de rosa chillón a un rojo fuego intenso. Las orejas de Lylth se estiraron hacia arriba, dándole todo el aire de una chica elfa mestiza.

El asombro se reflejó en el rostro de Ylenia y Dreighart mientras Lylth se estiraba hacia arriba. Al mirarles, les sonrió ampliamente.

-Ni que viérais a un fantasma. -Dijo la chica, aunque su voz era algo más aflautada ahora.

-Guau... quiero decir... guau... -Los balbuceos de Dreighart hicieron que Lylth soltara otra carcajada y le tocó en el hombro.

-Dreight, cariño, se te está cayendo la baba. Se que estoy buena pero trata de disimular un poco. -A lo que todos, incluyendo al ladrón, soltaron una carcajada.

-Sinceramente... me has dejado alucinada. -Dijo después de reír Ylenia. -Es la primera vez que veo algo así.

-Aunque la transformación es algo incómoda. -Le contestó Lylth moviendo los brazos de un lado a otro haciendo estiramientos. -Si usas esta poción para convertirte en alguien de una raza más grande o más pequeña, sientes como los huesos se amoldan a la raza a la que estás transformándote, y es bastante incómodo.

-¿Duele? -Preguntó Dreighart curioso.

-No, no duele... aunque claro, eso es porque has de saber perfectamente cuanta hierba del sueño usar. -Contestó ella.

-¿Hierba del sueño? ¿La misma hierba del sueño que se usa para fumar y produce alucinaciones? -Preguntó ahora Ylenia mirando la pequeña olla.

-Más o menos. Depende de como se prepare, la hierba del sueño sirve para producir alucinaciones si se fuma en una pipa domesa, es cierto. Pero también hay formas de utilizarla para convertirse en un fuerte analgésico, un anestésico e incluso, dependiendo de la forma, puede ser un antibiótico. Pero como la mayoría de la gente solo conoce los usos ilegales de esa planta no podemos dar a conocer cuanto usamos esa hierba.

-Vaya, no sabía nada de eso. -Confesó la guerrera acercándose a la olla y oliéndola. -Y lo mejor es que no huele para nada a esa horrible peste que hacen cuando la queman.

-Oh, dioses, odio ese olor. -Dijo entonces Ankar. -Se pega a la piel, a la ropa, al cabello, a la nariz...

-Sí, es asqueroso, te sigue por horas. -Asintió Dreighart riendo. -Y luego te echan la culpa de que eres tú quien ha estado fumando esa mierda.

Rieron un poco más mientras comían la carne con tranquilidad. El sol estaba empezando a descender y el color dorado del cielo se distorsionaba por la lejana niebla.

-¿Cómo debemos llamarte ahora, entonces? -Preguntó Ankar en un momento dado. -Porque imagino que si te estás tomando todas las molestias de que no te reconozcan es porque no quieres que alguien sepa que vas.

-Exacto. -Asintió Lylth después de acabar con su carne. -Mientras estoy en esta forma, utilizo normalmente el nombre de Astafire Vientosolar, así que os pediría que me llamárais así mientras sea una elfa. ¿Me echas una mano con algo, Ylenia? -Dijo de repente sacando unas botellas de poción vacías.

-¿Qué necesitas? -Preguntó la guerrera.

-Voy a guardar el resto de la poción para utilizarla más tarde. No son tan extensos sus efectos, y prefiero estar lista para cualquier cosa.

-¿No podremos decirle a nadie tu nombre real? -Preguntó Ankar.

-No, por favor. Burmecia tiene mil oídos y ochocientos de ellos suelen ser de gente de no muy buen vivir. Y quiero seguir viva al final de este viaje. -Contestó Astafire, y miró a Ankar. -Sin ofender.

-Oh, no me ofendo, es cierto que en ciertas zonas de la capital burmeciana hay gente no muy... educada.

-Por decirlo de una manera suave. ¿Verdad? -Preguntó Dreighart riendo, a lo que Ankar asintió sonriente.

-Exactamente. -Asintió él terminando su carne. -Curiosamente me he encontrado a más gente decente en los barrios bajos que entre la burguesía y la nobleza.

-¿Estás en el ejército también? -Preguntó extrañada Ylenia. -Porque es la única manera que se me ocurre de que te encuentres con nobles.

-Bueno, Baron tiene un programa de intercambio con otros países. -Empezó a explicar el dragontino. -Esto empezó después de la Guerra de las Sombras, ya que Burmecia y Baron han sido siempre aliados, empezaron enviando a un grupo de soldados baronianos a Burmecia, y viceversa. Y como yo tenía una historia allí, pensaron inmediatamente en mi escuadrón para empezar las pruebas. Resultó un éxito, no solo por nosotros, si no también por los soldados burmecianos en Baron, y comenzaron a hacer intercambios con otros países. Un ejemplo muy claro es el príncipe Ceodore, el primogénito de Cecil, el cual está aprendiendo las artes de los paladines directamente de la Gran General Beatrix de Alexandría, y tengo entendido de que cuando Erik y Alyssa, los mellizos, estén en edad, los mandarán a otros países a aprender sus culturas y estrechar lazos.

-¿Acaso el rey Cecil está pensando en una alianza con Alexandría? -Preguntó Dreighart tirando el palo a la hoguera. -Tengo entendido de que la reina Garnet tiene dos hijos, chico y chica. Podrían casar a la hija con Ceodore para formar una fuerte alianza.

-No será posible. -Repuso Ylenia poniendo piedras alrededor de la hoguera para resguardar el fuego. -Por lo que tengo entendido, la heredera al trono es la hija de la reina, no el hijo.

-¿No son los hombres quienes tienen preferencia? -Preguntó extrañado el ladrón.

-Hace muchos años que se cambió eso. -Explicó la guerrera. -Según he leído, los primeros en hacerlo fueron los de Burmecia, y el resto de países tomaron la misma temática para sus herederos. Claro, hay gente que sigue dándole privilegios a los hombres sobre las mujeres, pero casi todo el mundo le da más importancia al orden de nacimiento que al sexo del nacido.

-Eso es muy interesante. -Comentó el de cabello azul. -La verdad es que es un sistema muy bueno, así no hay malas intenciones entre hermanos.

-Siempre habrá malas intenciones entre hermanos. -Repuso Astafire haciendo una mueca. -Sobretodo entre los nobles, burgueses y demás gente con poder y dinero. Pocas personas hay que no tengan rencillas familiares.

-Pero volviendo al tema de la princesa... -Dijo Dreighart. -Si se casara Ceodore, que es el heredero al trono de Baron, con la heredera al trono de Alexandría... ¿No significaría que los dos reinos se unirían en uno solo?

-Quizás en el pasado, cuando todavía no existía Wutai del Este, podrían haberlo hecho. -Explicó Ankar. -Pero ahora hay toda una comarca entre ambos reinos, y sería un peligro para la que está en el centro. Políticamente hablando, me refiero. Por eso no va a haber un enlace real entre ambos reinos. Quien sabe, quizás si lo haya con Ceodore casándose con alguna noble de Alexandría, o incluso alguien de la familia de la reina o del rey consorte, pero la princesa está descartada.

-Ya veo... una jugada muy astuta. Sobretodo si tiene que ver con la paz. -Reflexionó el ladrón. -Valoran mucho la paz en estos días.

-Es normal, hace solo veinte años que ocurrió la guerra.

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La caravana había hecho un alto de dos días por la celebración del día de muertos, y gracias a ello habían podido comerciar con otro convoy que se había cruzado con ellos. El grupo había conseguido un tercer chocobo para Kahad y Emberlei, ya que el ninja se negó completamente a que compartieran los chocobos que tenían alegando que ella era su protegida y por lo tanto era su misión proveer de transporte. Afortunadamente no tuvieron grandes problemas ya que los de la caravana les proporcionaron un buen ejemplar de chocobo amarillo para la pareja a un buen precio.

Los miembros de los carromatos eran alegres y amables, y reían mucho con las bromas de Onizuka, amenizando el viaje. Curiosamente, Emberlei no se opuso a los dos días de alto en el camino cuando llegó el día de muertos, e incluso participó en la fiesta que se hizo. Entrada la noche, Hassle se acercó a ella y a Kahad, sentándose con un pichel de cerveza en la mano, sonriente.

-¿Quiénes son vuestros muertos? -Preguntó el viera.

-Creo que eso es bastante personal. ¿No te parece? -Comentó Emberlei, aunque no parecía molesta. -Espero que no te ofendas por no decírtelo.

-Oh, no, por supuesto que no. Pero es solo una curiosidad. ¿Y tú, Kahad? ¿Tienes muertos?

-Yo... no lo se. -Dijo el ninja mirando al fuego del campamento. -Cuando era niño me encontraron en las ruinas de Eblan, de la vieja Eblan, y había perdido mi memoria. Así que no se si tengo muertos o no. Seguramente si, pero... no los recuerdo.

-Vaya, eso es muy triste. -Repuso el viera. Tomó un sorbo de su bebida antes de hablar. -Yo si recuerdo a todos mis muertos... pero no se si es una bendición o una maldición.

-¿Son muchos? -Preguntó el teñido.

-No tantos, pero si eran importantes. -Comentó el mago rojo. Levantó un poco el pichel saludando a Onizuka, que se acercaba a ellos con una jarra entera. -¿Cuáles son tus muertos, Onizuka? Si no es indiscreción.

-¿Mis muertos? -Preguntó el samurái sentándose delante de ellos, bebiendo de la jarra. Se secó la boca con la manga antes de hablar. -Bueno... mi primer amor, mi madre, mi padre... supongo.

-¿Cómo que supones? -Preguntó riendo Kahad, a lo que el pelirrojo se encogió de hombros sonriendo.

-Bueno, mi madre enfermó cuando estaba en su panza, y mi padre se fue de Doma para encontrar una cura. Mi madre murió en el parto, y mi padre nunca regresó, así que imagino que moriría en el camino.

-Vaya, lo siento...

-No te preocupes, pelo teñido. -Rio Onizuka y bebió de nuevo. -A nuestros muertos no debe de gustarles que estemos tristes por ellos, por lo tanto ríe. Ríe aunque no los recuerdes, porque en el día de hoy vienen a visitarnos aunque no los veamos.

-Aunque sí podemos verlos de vez en cuando. -Dijo Hassle apoyando las manos en el suelo, recostándose un poco en la hierba del camino. -Tenemos las Cuevas de las Almas.

-Oh, cierto... ¿Alguno ha ido alguna vez ahí? -Preguntó Onizuka curioso.

-Yo fui una vez. -Dijo de repente Emberlei, y todos la miraron. -Es un lugar increíble, no he visto nunca nada igual. La vegetación que tiene es como si estuviera sacada de épocas pasadas, algunas especies de animales que pude llegar a ver están extintas en nuestro mundo, y la fuerza del maná que recorre el Etéreo es tal que no podría describirla con simples palabras.

-Yo si. -Dijo Kahad sorprendiendo a todos. -Es un lugar mágico.

Todos se quedaron en silencio, y asintieron. La festividad en la caravana seguía adelante hasta que el propio fuego terminó por consumirse, y la gente fue a dormir a sus carromatos y tiendas de campaña. Pero Emberlei no podía dormir, por lo que se levantó de sus mantas y caminó un poco por el campamento.

Cada año era lo mismo. Había intentado reprimir esos sentimientos pero seguía sintiendo un fuerte malestar en el pecho siempre que llegaba la fecha del día de muertos. Ella era atea, pero había visto espíritus así que sabía que existía algo más allá de la muerte... Pero seguía pensando en esa molestia que le llegaba siempre en esas fechas.

¿Echaba de menos a su madre? No, no era eso. Esa mujer no la había tratado como una madre salvo por los primeros años de vida. No lloró cuando se volvió loca y prendió fuego a la casa, muriendo ella dentro. Uno de sus muertos trató de matarla y por eso no sentía más que desprecio por ella, pero...

Suspiró fuerte y se sentó para mirar el cielo. Esa presión seguía ahí. ¿Era porque, a parte de ser la fecha de día de muertos y se acercaba el aniversario de la muerte de su madre, estar cerca de Kolinghen le estaba trastocando? Desde el incendio no había vuelto a pisar la tierra de esa comarca, dejándolo todo atrás, acompañando al viejo Oakheart, su abuelo, en un viaje de descubrimiento y aprendizaje. Si no hubiera sido por ese anciano...

Miró hacia atrás, para ver si alguien estaba despierto, pero solo vio a los guardias de la caravana caminar de arriba para abajo, lejos de donde estaba ella. Volvió su vista a las estrellas, y poco a poco se estiró en la fría hierba. En esa época del año el rocío no estaba frío, si no helado, ya que pronto el invierno haría presencia completa.

Su maestro y abuelo le había instado a hacer algo cada año por el aniversario de la muerte de su madre. Cada año enviaba un ramo de rosas de color malva a la tumba de su progenitora, sin fallar ni un solo año, pero sin haberse presentado frente a su lápida ni una sola vez.

Cuando lo mandó por primera vez no entendía nada de eso. ¿Qué sentido tiene enviar flores a una persona que ni siquiera va a estar físicamente ahí para verlas? Pero su abuelo le insistió, y le dijo que eligiera con el corazón. Nunca ha entendido eso de "elegir con el corazón", es un órgano que no puede pensar como el cerebro. Pero cuando se lo dijo al abuelo, él solo dijo:

-No pienses, siente. Siente qué flores deberías enviar.

Y así lo hizo, aunque no entendió muy bien. La rosa malva no era ni la más bonita ni la más barata, pero crecía mucho en la capital de Kolinghen y le recordaba a ese lugar. Fue años más tarde, cuando Calnalda, la elfa que le enseñó a bailar, le explicó que en el lenguaje de las flores, la rosa malva significaba "tristeza". ¿Tristeza por qué?

Es una pregunta que todavía hoy se hacía.

Pero este año iba a ser diferente. Este año entendería porqué ponía ese tipo de flores en la tumba de su madre cada año, ya que esta vez las llevaría en mano.

Se levantó del lugar y se dirigió de nuevo a su saco de dormir. Kahad estaba despierto, por supuesto, pero como nunca se había alejado lo suficiente para perderse de los sensibles sentidos del ninja, no le preguntó nada. Solo se acurrucó dentro de su saco y cerró los ojos.

Esperando no soñar con aquel día.

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Durante los dos siguientes días, el grupo de Ankar continuó su camino, aunque con algunas sorpresas.

La primera de todas fue cuando pasaron oficialmente la frontera entre comarcas. Los pueblos fronterizos entre Burmecia, Tycoon y Kohlinghen estaban a ambos lados del río, y al pasar, fue como cambiar de mundo, ya que la población viera se disparó en el lado burmeciano. Dreighart e Ylenia no habían visto tantas vieras juntas en un solo sitio, pero comprendiendo que era la patria de dicha raza lo entendieron con más facilidad.

Después de eso, Ankar convenció de comprar una capa con capucha en el lado burmeciano de la frontera para Ylenia. La guerrera no entendía bien porqué debería llevar una nueva capa, pero ya que Ankar insistió tanto supuso que tendría que haber una buena razón, por lo que lo hizo y se la colocó encima de su ropa habitual.

Acto seguido, la sorpresa que más les impactó fue cuando, doscientos metros lejos de la frontera, vieron como las nubes de tormenta estaban estancadas en toda la zona norteña. Ylenia miró a Ankar.

-¿Es normal que la nubes no parezcan moverse?

-¿En Burmecia? Totalmente. -Dijo el albino asintiendo. Tanto él como la maga blanca que estaba subida en su mismo chocobo llevaban puestas sus capuchas.

-Además, veo que está lloviendo a cántaros. -Dijo el ladrón detrás de Ylenia haciéndose visera con la mano.

-Burmecia es conocida como "la tierra de la lluvia", a parte de ser el "País Montaña". -Explicó Astafire mientras avanzaban. -En pocas palabras, siempre está lloviendo.

-¿Siempre? ¿Nunca se detiene? -Preguntó Ylenia extrañada. -¿Por qué?

-Parece que la magia de los elementos está un poco loca en esta comarca. -Dijo Ankar. -Las partículas mágicas chocan con tanta ferocidad aquí que crean estos fenómenos atmosféricos.

-¿Esa es la versión oficial?

-Que yo sepa, si.

Conforme avanzaban, el terreno fuera de la carretera principal se veía pantanoso, y ni siquiera estaban cerca del río ya, todo gracias a las torrenciales lluvias que había en la zona. Muy pocas poblaciones había desperdigadas en la comarca, aunque gracias a los caminos pudieron avanzar sin problemas hasta llegar a un puesto de control de la armada burmeciana donde tuvieron que detenerse para resguardarse de la fuerte lluvia.

-¿Falta mucho para llegar? -Preguntó Ylenia que, viendo el panorama, no podía más que agradecer al albino que le insistiera en comprar la capucha.

Por toda respuesta, su compañero señaló hacia un lugar, y al mirar el ladrón y la guerrera pudieron ver una enorme montaña con cientos, quizás miles de casas, creadas dentro de ella, y abajo, al pie de esta, unas magníficas murallas, todo ello hecho de una piedra de color negro que daba la impresión de estar llegando a la ciudad de los demonios que salía en las leyendas.

Mientras Dreighart e Ylenia miraban, Astafire vio como Ankar hablaba con un soldado, una alta viera que estaba más firme que un árbol centenario. Tocó el hombro de Dreighart, y al mirar atrás, tocó el brazo de la guerrera. Los tres vieron como la viera le hablaba a Ankar de manera formal, hasta que la mujer le hizo un saludo militar y se marchó mientras Ankar regresaba con ellos.

-Me informan de que la tormenta se mantendrá fuerte los próximos dos días.

-¿Cómo distingues una tormenta del clima normal? -Preguntó Ylenia acercándose con los otros dos.

-Lo que fuera de Burmecia se llama "día lluvioso" nosotros lo llamamos "día normal", y cuando la cortina de agua es tan pesada que no nos permite ver a más de cinco metros de distancia, es lo que llamamos "tormenta". -Explicó una voz.

Al mirar, vieron a la misma viera que había estado hablando con Ankar antes. Debería de medir tanto como el dragontino, pero las orejas hacía que se viera más alta. Sus ropas eran las típicas de una maga roja, pero a diferencia de las magas rojas que habían visto antes, su vestimenta era mucho más atractiva y con más transparencias de lo acostrumbrado.

-Gracias por la explicación, señorita... -Dijo Ylenia algo cohibida.

-Leen Ji-na. -Dijo la mujer mirándola con sus penetrantes ojos rojos. -Cabo primero Leen Ji-na, para ayudarles en lo que sea necesario. -Miró a Ankar. -Capitán, sigo insistiendo, por favor.

-Te entiendo, Ji-na, pero estamos cansados y queremos un lugar donde reposar. -Contestó el dragontino. -Aprecio tu preocupación, pero si no hay problemas con la carretera, llegaremos antes de que la tarde empiece.

-¿No hay manera de hacerle cambiar de parecer y que duerman hoy aquí?

-No, no hay manera.

-De acuerdo... -Dijo con un suspiro la mujer. -Pero tengan cuidado, por favor. La tormenta es más fuerte de lo normal, puede haber desprendimientos de lodo en las colinas cercanas.

-¿No las han limpiado?

-Si señor, pero ya sabe como es nuestra tierra...

Ankar asintió con un suspiro mientras veían a la viera marchándose contorneando las caderas, algo que no pasó desapercibido del ladrón ni de la guerrera. Se prepararon para subir a sus chocobos, aunque en esta ocasión ataron una cuerda para no perderse entre el agua. No tardaron mucho, como bien dijo Ankar, en llegar a las puertas de la muralla de la capital viera, con sus capas empapadas al máximo.

Dentro, el fuego los acogió como un manto mientras que, salvo Ankar, todos veían alrededor. Casi todos los cargos eran de raza viera, con una enorme mayoría de mujeres de dicha raza con escandalosos ropajes semitransparentes.

-Son muy bellas. -Dijo entonces Ylenia mirando a las vieras, y miró a Ankar. -¿Es normal que vayan... ya sabes...?

-¿Cómo si fueran medio desnudas? -Preguntó Ankar sonriendo. -Es típico de la moda Viera, pero solo llevan este tipo de ropa una pequeña porción de su población. Es un problema realmente serio en realidad.

-¿Por qué? A ver, no veo a nadie quejándose, la verdad. -Dijo Dreighart con una sonrisa.

-No, y tu menos. ¿Verdad? -Preguntó Astafire.

-¿Qué culpa tengo yo de que vayan mostrando pechuga?

-El problema es ese, precisamente, que van mostrando más de lo normal. -Explicó Ankar mientras caminaban. Todos vieron que nadie les detuvo o les dijeran nada. -Es por el Camino de la Luna.

-Oh, eso si lo conozco. -Dijo entonces Ylenia, y la elfa y el peliazul la miraron. -El Camino de la Luna es la filosofía de la raza viera. ¿Verdad?

-Así es. -Asintió Ankar. -Es una filosofía matriarcal principalmente, en la cual las mujeres deben encontrar varones con los que mejorar la raza, y por eso se les insta a buscar diferentes parejas.

-Y la mejor manera de buscar pareja es mostrando la mercancía. -Dijo entonces Astafire. Ankar asintió.

-Ha habido muchos problemas con eso, sobretodo con los varones vieras. -Dijo el albino mientras las puertas se abrían. El agua seguía cayendo, pero podían ver perfectamente una plaza hermosa con varios caminos, pero prácticamente todos los que iban al norte eran cuesta arriba. -En la raza viera la natalidad de los varones es un tema muy delicado. Si una mujer viera tiene un hijo con alguien de otra raza, tiene solo una oportunidad entre veinte de tener un viera varón. Por otra parte, si el padre es otro viera varón, esa oportunidad aumenta a una de dos o de tres, por lo que son muy codiciados... pero también varios de ellos, sobretodo los nobles, se piensan que están por encima de todo y de todos.

-¿Ha habido asaltos sexuales?

-Si, muchas veces. Pero, irónicamente, solo los nobles hacen eso. Los que están entre los plebeyos nunca han tenido problemas de ese tipo.

Estaban parados en el porche de la muralla de entrada, y Dreighart podía ver todo el lugar de manera fácil. Los caminos que iban hacia arriba eran seguramente los de la gente con más dinero, mientras los caminos que se quedaban en este nivel eran más pobres. Al mirar hacia uno de los caminos pudo ver que iba hacia abajo, pensando inmediatamente en que había encontrado los suburbios de la Ciudad Montaña. Pero le estaba costando concentrarse, ya que una gran mayoría de la población era viera, y muchas de ellas muy atractivas aun sin llevar la ropa semitransparente de la moda viera.

-¿Te apetece que nos probemos un vestido de esos transparentes luego, Ylenia? -Preguntó Astafire, a lo que la guerrera la miró asombrada y ligeramente ruborizada. -¿O te da algo de vergüenza?

-Pues... ¿Te soy sincera...? Si, la verdad es que si... -Dijo la de cabellos grises. -No estoy acostumbrada a llevar una ropa tan... reveladora.

-No te preocupes, estamos entre mujeres. -Dijo Astafire viendo como Ankar y Dreighart comenzaban a caminar.

-Ese es el problema...

-¿De verdad? -La maga blanca la miró, y abrió los ojos. -Oh, ya veo.

-¿Qué ves? -Preguntó la guerrera mirándola con una expresión entre miedo y sorpresa.

-No tiene nada de malo, querida. -Dijo Astafire con una sonrisa y encogiéndose de hombros. -Muchas de mis amigas en los suburbios de Tycoon son bisexuales, nadie va a juzgarte por ello.

-¿Cómo...? -Empezó a preguntar Ylenia, esta vez visiblemente roja. -¿Cómo es que te enteraste...?

-Oh, no se... ¿Intuición, quizás? Me dicen que heredé de mi padre adoptivo una gran intuición.

-Sabes que así no es como funciona. ¿Verdad?

-Si, pero... ¿Qué importa?

-¿Y no te molesta? -Preguntó Ylenia mirando a Astafire. Ella se encogió de hombros.

-¿Por qué debería? -Preguntó a su vez la elfa. -¿Acaso vas a violarme o algo?

-No, no podría, eres mi amiga...

-Entonces no tengo porqué molestarme. -Sonrió mientras comenzaban a caminar al ver que la pareja de hombres se paraban cerca de la fuente. -Tenemos la suerte de que en este mundo la preferencia sexual es algo tan libre como para decir que te gusta la carne y el pescado y la gente sigue mirándote como un ser humano. Ahora dime, se sincera. -Dijo y dio una vuelta, colocándose con una mano en la cintura en actitud coqueta. -¿Qué te parezco? Desde el punto de vista de alguien a quien le gustan las mujeres también.

-Eres muy atractiva, tanto en esta forma como en la otra. -Dijo con una sonrisa tímida la guerrera a su lado. -Además de que tu personalidad es muy atrayente.

-No te enamores de mí. ¿Vale? -Sonriente, Astafire tomó el brazo de la de pelo gris. -Que aunque no me desagrade la idea, prefiero algo caliente entrando y saliendo de mi horno.

-¡Pero que descarada eres! -Gritó Ylenia soltando una fuerte carcajada a la que se unió Astafire. Llegaron a donde estaban los dos hombres. -¿Dónde vamos?

-Es lo que estaba pensando, pero Ankar dice que nos va a llevar a un lugar que conoce y que no nos cobrará mucho. -Dijo Dreighart desde debajo de su capucha.

-Yo no dije eso exactamente. -Dijo Ankar mirándolo. -Yo dije que no os van a cobrar y punto.

-Si, bueno, eso es tan fiable como un chocobo de madera hueco frente a un castillo en guerra. -Dreighart cruzó los brazos bajo su capa. -Pero lo mejor sería que fuéramos antes de que nos caláramos hasta los huesos.

Ankar asintió y miró a las dos chicas, que también lo hicieron, y lideró el camino yendo hacia uno de los caminos cuesta arriba.

La estética de Burmecia era bastante siniestra, no solo por la intensa lluvia que no tenía fin, si no también por el tipo de material utilizado en los edificios y calles. Sus empedrados eran oscuros, de un azul marino bastante cercano al negro, y casi todas las casas tenían sus paredes hechas de la misma piedra. Mientras subían, Ankar fue explicando que Burmecia fue construída casi en su totalidad por arquitectos alquimistas que preparan una mezcla especial de piedra pizarra y núcleos específicos de monstruos para crear lo que es conocido como "arcilla negra", la cual impide que penetre el agua o cualquier tipo de humedad, y evita que se vuelva resbaladiza. Según el albino, algunas casas incluso llevan más allá la apariencia estilo gótico colocando gárgolas o campanas en sus casas.

Continuaron subiendo durante las siguientes dos horas, y los tres pudieron ver a lo que se refería Ankar. Conforme subían, la arquitectura burmeciana se asemejaba cada vez más a un estilo gótico con grandes arcos y estatuas, pero aunque la piedra era oscura, las tiendas y locales tenían, bajo sus porches, colores vivos con luces mágicas que iluminaban el interior o los carteles. Las personas caminaban con tranquilidad incluso debajo de esa fuerte lluvia, y los pocos vagabundos que pedían limosna estaban bajo pequeños e improvisados techos.

Avanzaron un rato más hasta que dejaron de ver vagabundos por las calles, y Dreighart tomó del brazo a Ankar.

-Oye Ankar, no es por nada, pero esta zona me da la sensación de que estamos entrando en territorio peligroso.

-¿Peligroso porqué? -Preguntó el albino extrañado.

-Bueno... tiene toda la pinta de ser un barrio de burgueses, y aunque tenemos fondos suficientes no creo que sean posadas baratas.

-Y dale con las posadas. Te digo que no vamos a quedarnos en una posada. -Contestó Ankar molesto. -¿No te dije que estuve varios años viviendo en Burmecia? -Ante el asentimiento de Dreighart, Ankar lo miró. -¿Crees que dormí bajo un puente todos esos años?

-Oh... ¡Carajo! ¿Cómo no caí en eso? -Preguntó de repente el ladrón dándose una palmada en la frente que sacó salpicaduras de agua.

-Yo lo asumí cuando dijo que no nos preocupáramos por el alojamiento. -Dijo Ylenia extrañada.

-Yo cuando nos dijo que había vivido aquí durante años. -Astafire tomó el brazo de Dreighart y se lo apretó de manera afectuosa. -Tanta carne de conejo te tiene que estar afectando, cariño.

-Lo raro es que Ankar esté tan estoico. -Contestó algo sonrojado el ladrón, y miró a su amigo. -¿Acaso te has comido tanta carne de coneja que ya estás inmunizado?

-Es una manera de explicarlo. -Respondió riendo el otro mientras reanudaba la marcha. -Vamos, no estamos lejos ya.

Salieron de la vía principal y entraron en una vía secundaria con varios negocios donde vendían comida o prendas de ropa. Las personas que se cruzaban con ellos saludaban a Ankar con tranquilidad y él les devolvía el gesto con una sonrisa, hasta que llegaron a otra pequeña plaza donde había casas muy bellas de estilo gótico, donde algunas eran también un negocio. El dragontino los llevó hasta un domicilio bastante grande, con una pequeña torre, donde el negocio tenía un cartel que ponía "El Dragón de Zafiro. Joyas para todos y más", donde una joven viera con ropas blancas y rojas estaba limpiando los cristales de la puerta principal. Cuando llegaron hasta que pudieron verse reflejados en el cristal escucharon una exclamación de la chica y esta se giró y, con una gran sonrisa, salió corriendo hacia ellos dejando caer el trapo al suelo y saltó sobre Ankar, abrazándolo y dándole besos en las mejillas ante la atónita mirada de los otros tres.

-¡Pensamos que todavía tardarías un tiempo largo! -Dijo alegre la chica. -¿Por qué no nos avisaste?

-No voy a estar mucho tiempo, es solo una parada en el camino.

-¿Cuánto tiempo?

-Unos pocos días.

-Eso es más de lo que era antes entre misión y misión. He de avisar a Cerea. -La chica bajó de los brazos del albino y salió corriendo abriendo la puerta y gritando. -¡Cerea! ¡Niñas! ¡Venid corriendo! -Dijo antes de que se cerrara la puerta, y antes de que le preguntaran nada a Ankar, cuatro exhalaciones marrones salieron de la puerta gritando y saltando encima del dragontino.

Dreighart e Ylenia estaban completamente asombradas cuando vieron que todas las manchas marrones eran cuatro vieras de distintas alturas que abrazaban a su compañero, mientras Astafire reía tapándose la boca de manera coqueta y divertida. Dreighart miró a Ylenia sin comprender, y luego miró a Ankar.

-No sabía que tuvieras tu propio harén, Ankar, parece que tengas una armadura de piel de conejo. -Dijo en voz alta el ladrón.

Entonces, las cuatro vieras miraron a los tres de atrás, todas con los ojos bien abiertos mirándolos de tal manera que podía sentirse la presión viniendo de ellas, hasta que una de las más pequeñas gritó.

-¡Papá trajo nuevos amigos!

Y las dos pequeñas salieron corriendo hacia Dreighart, saltando encima de él y tirándolo al mojado suelo.

-Niñas, dejad a Dreighart. -Dijo Ankar mientras se soltaba de las otras dos vieras.

Fue en ese momento en el que Ylenia cayó en cuenta de algo, y lo miró asombrada.

-¡¿Dijeron "papá"?!

La guerrera solo podía ver a las otras vieras. La que parecía mayor tendría unos veinte años, pero sus ojos eran verdes en vez de rojos, y sus cabellos, en vez de los típicos con colores muy claros, eran literalmente blancos, como los de Ankar. Luego miró a la otra chica, también joven, pero ella era una viera albina, de piel clara y ojos rojos, con cabellos de un dorado tan claro que parecían blancos. Algo en ella le resultaba tremendamente familiar. Después miró a las dos que tiraron a Dreighart, y aunque estaban forcejeando con el ladrón, pudo ver que eran dos niñas vieras gemelas de unos ocho años, con los ojos verdes y cabellos blancos iguales a los de su hermana mayor.

-Tiene cuatro hijas... -Dijo en voz baja la mujer, y vio como Ankar se acercaba a las niñas y las tomaba del cuello de la camisa a ambas para soltar a Dreighart.

-Os dije que dejarais a Dreighart. ¿Verdad? -Dijo Ankar mirando a ambas, y las niñas sacaron la lengua de manera divertida.

-Perdón, papá. -Dijeron ambas niñas mientras él las dejaba en el suelo. -Es que era el que más sorprendido estaba, quien sabe porqué.

-¿P... p... padre? -Preguntó Dreighart siendo ayudado por Astafire.

-Si. -Contestó él. -Os presento, la mayor es Zelda... -Señaló a la primera muchacha, vestida con ropas similares a la de los monjes pero en blanco y rojo. -La siguiente es Cerea. -La chica albina iba muy bien vestida, y su saludo era muy elegante. -Y las gemelas son Azalie y Lilith.

-¡Hola! -Dijeron a dúo ambas. -Papá no había traído amigos desde que se fue el tío Onizuka.

-¿Tío... Onizuka? -Preguntó ahora Ylenia. -Me da miedo preguntar, en serio.

-Mejor pasemos dentro. -Dijo entonces Cerea con una voz muy suave pero que podía escucharse en todo el lugar. -Además, el señor Dreighart debe de cambiarse, está empapado.

Todos entraron por la puerta de la joyería, y escucharon una voz ronca desde el fondo.

-¡Oh, si es el maestro Einor! ¡Bienvenido!

Al mirar, pudieron ver que la tienda era amplia, con varias cristaleras con muchas joyas y demás artículos, y detrás del mostrador había algunas armaduras que estaban siendo limpiadas por dos trabajadores, una elfa de cabellos rojos y un elfo de piel negra. Un tercero, un enano de larga barba marrón trenzada y bien vestido, se acercó a ellos, y estrechó la mano del albino con energía.

-¿Qué tal las cosas en la joyería, Fargar? -Preguntó Ankar al soltarse del enano.

-Todo tranquilo, maestro. Tenemos suficientes reservas hechas por usted para cualquier cosa, y los encargos particulares se han mantenido quietos. Si son de telas o vestidos, la dama Zelda se encargará.

-Perfecto, siempre puedo confiar en ti, viejo amigo.

-La señora me dijo que estaría mucho tiempo lejos esta vez... ¿Es eso cierto? -Al asentir Ankar, el enano asintió a su vez. -Bien, yo me encargaré de que cuando vuelva tenga un mejor lugar al que regresar.

El enano se despidió mientras las niñas se metían por una de las dos puertas en la esquina de la habitación, la que daba al este. Dreighart se acercó a los mostradores cercanos y vio lo que ahí había.

-Ylenia, mira esto. -Dijo y la guerrera se acercó. En los expositores había grandes cantidades de joyas y artículos de lujo. Señaló una con forma de flor dorada. -Solo con uno de estos podría comprar un cuarto en el barrio bajo de Kalm.

-No son tan caras. -Sorprendió Ankar a los dos, y señaló la flor que llamó la atención de Dreighart. -Este pasador está hecho de bronce con cristal tintado hecho a mano, vale unos dos mil giles.

-¿En serio? ¿Tan poco? Pero en el mercado negro yo podría sacarte al menos diez mil. -El ladrón miró sorprendido el pasador. -La manufactura es perfecta, por eso creí...

-Tranquilo. Lo que pasa es que nosotros podemos hacer muchas joyas de diferentes materiales. No voy a exigir el precio por oro si está hecho de cobre o bronce. ¿No te parece?

-Un joyero honrado, ahora si que lo he visto todo. -Rió el ladrón.

-Es algo que le caracteriza.

Todos se giraron, y pudieron ver en la puerta por la que se habían ido las gemelas a una viera sonriente, llevando una túnica de maga negra entallada a su esbelta figura y una bufanda al cuello de color dorado en vez de su sobrero sobre el cabello de un suave verde con mechones plateados atados en una larga trenza. Sus ojos rojos los miraban con una sonrisa similar a la de sus labios mientras caminaba hacia ellos. Sin decir nada, tomó a Ankar del cuello de la camisa y lo besó en los labios al mismo tiempo que el albino la tomaba de la cintura en un apasionado abrazo, ante la sorpresa de los demás.

-¿Es normal que las vieras besen así a los recién llegados? -Preguntó Dreighart a Astafire, la cual tenía una sonrisa en la cara. La mujer viera se apartó del albino y miró al ladrón.

-Es normal cuando las vieras están casadas.

-¡¿Casados?! -Preguntó Dreight sorprendido. La viera rió.

-Encantada de conoceros, mi nombre es Ketriken Einor. Soy la esposa de Ankar.

-¡¿Estás casado?! -Preguntó Dreighart que parecía no entender la situación. -¿Y cuando nos ibas a decir eso?

-¿No lo dije?

-Si lo hubieras dicho no estaría tan sorprendido. -Contestó el otro, a lo que la viera rió de nuevo.

-Oh, me imaginé que no lo habría dicho... Normalmente no dice las cosas si no le preguntan directamente. -Señaló la trastienda. -Vamos, imagino que estaréis cansados del viaje... -Tocó la capa de Dreighart. -Y tú creo que necesitas un baño urgente, querido.

Pasaron por la puerta y llegaron a una sala de estar con dos sofás y una mesa circular en el centro junto a unas escaleras que subían, y varios cuadros en las paredes.

-Zelda, cariño. ¿Puedes llevar a Dreighart arriba al baño para que se meta bajo el agua? -Dijo Ketriken, a lo que la viera asintió.

-Claro. Ven por aquí, por favor.

La mayor de las hijas de Ankar se llevó al ladrón escaleras arriba, mientras que las otras dos miraban al dragontino. Este se giró a Ketriken.

-Ya conoces a Dreighart. Ellas son Astafire Vientosolar e Ylenia Peribsen. -Dijo él mientras las señalaba.

-Oh, un placer volver a verte, Ylenia. -Con una sonrisa, la viera miró a la guerrera. -¿Cómo está madame Liñán?

Ylenia se quedó blanca mirando a la mujer, pero entonces, recuerdos de años atrás le asaltaron, dándose una palmada en la frente.

-¡Ah, por supuesto! Ahora entiendo porqué me resultaban tan familiares. -Se recriminó Ylenia, y sonrió a la esposa de Ankar. -Han pasado muchos años, lady Ketriken, no imaginé para nada que usted estuviera casada con Ankar. Cuando nos conocimos usaba otro apellido.

-¿Me he perdido de algo? -Preguntó el aludido, a lo que Ylenia lo miró.

-Tu esposa y yo nos conocimos hace años cuando yo residía en Limblum. -Explicó la guerrera. -Fue cuando adoptó a una pequeña viera albina. ¿Ella es...?

-Si, soy yo. -Dijo la joven de piel clara. -Ha sido mucho tiempo, señorita Ylenia.

-Vaya... cuanto has crecido... -Dijo Ylenia mientras miraba a Cerea. -Nunca pensé en volverte a ver. Cuando te conocí eras una cría.

-Sigo siendo una cría. -Riendo, la albina se tapó su boca. -Solo que he crecido un poco.

-Bueno, a Ylenia la conocemos. ¿Me hablas de ti, Astafire? -Preguntó Ketriken mirando a la elfa.

-No hay mucho que contar. -Contestó la maga blanca sin perder la sonrisa. -Como ves, soy una elfa del bosque, no se quienes fueron mis padres porque me crió mi abuela, y cuando murió estuve vagando por los suburbios de Tycoon.

-Oh. ¿Vives en Tycoon? -Preguntó la viera, a lo que Astafire negó.

-No, dio la casualidad de que estaba ahí cuando conocí a maese Ankar y sus amigos. -Respondió Astafire. -Al fin y al cabo soy una maga errante.

-Oh, ya... -Dijo Ketriken algo decaída. -Bueno, si no vives ahí no debes de conocerla.

La elfa miró a Ankar levantando una ceja, y este asintió imperceptiblemente. La chica miró de nuevo a la viera.

-Conozco a mucha gente, si me dice su nombre...

-No, no hay problema. -Cortó Ketriken algo apurada, pero sonriente. -Por favor, no te preocupes, querida. Cerea, amor. -Contestó Ketriken, y la muchacha se acercó. -¿Puedes llevar a ambas a la sala y servirles un refrigerio?

-Será un honor, mamá. -Extendió la mano hacia la parte más profunda de la casa. -Por favor, si son tan amables de acompañarme.

Las dos mujeres siguieron a la chica, dejando a la pareja a solas. Ankar se acercó a la viera y la abrazó de nuevo, besándola en los labios.

-No me esperaba una visita sorpresa. -Dijo Ketriken sonriendo y ligeramente ruborizada después de haberse separado. -¿A qué se debe?

-Kain me ha enviado a buscar ayuda. -Le dijo él sin soltarla.

-¿Sobre qué sería esa ayuda? -Preguntó su esposa con calma, aunque ver la seriedad en los ojos de su marido, ella se puso seria también. -El dragón negro. ¿Verdad? -Ankar asintió. -¿Lo has encontrado? -La voz de Ketriken era una mezcla de sorpresa y temor.

-No lo he visto, pero se donde puede estar. -Dijo él sin soltarse de su mujer. -Pero Kain dice que necesito ser más fuerte...

-Entonces has venido al lugar indicado. -Respondió Ketriken con decisión. -Se exactamente lo que necesitas para volverte más fuerte, pero... no te va a gustar.

-¿A qué te refieres?

-Al único hechizo de magia arcana que te has negado a aprender.

Ankar la miró a los ojos, y suspiró con fuerza.

-No me gusta el matiz que está tomando esta conversación...

-Lo se, pero si vienes a hacerte más fuerte, yo te haré más fuerte. -Dijo la viera y tomó el rostro de su marido para mirarle directamente a los ojos. -Se quien tiene el pergamino del hechizo hecho por mi padre. ¿Lo tomarás?

Ankar miró a los ojos a Ketriken, y pudo ver esa decisión que había ido forjándose durante tantos años. Sonrió con una sonrisa resplandeciente de amor.

-Si tú me ayudas, nadie podrá derrotarme jamás.

Su esposa sonrió con ternura.

-Mañana iremos por él, por ahora, descansa. Estás en casa, vamos a comer una rica cena junto a tus amigos y tus hijas. ¿De acuerdo? -Ankar asintió de nuevo, y la sonrisa coquta de Ketriken surgió en sus labios. -Y luego, en la cama, me explicas cómo te ha ido... a solas.

Por toda respuesta, Ankar soltó una carcajada mientras abrazaba a su esposa una vez más.

Mientras tanto, Astafire e Ylenia estaban admirando el cuadro que había encima de la chimenea, junto a una estatua de varias personas hecha de madera delante de la obra de arte. Habían dejado sus capas en un gran perchero cerca de la puerta de entrada y tenían una pequeña toalla para secarse del sudor y el agua del camino. La sala tenía dos sofás en las paredes, pero con una mesa grande y varias sillas alrededor de esta en el centro. Una gran estantería con multitud de libros al lado de la puerta completaba la decoración.

-No esperaba esto, el mundo es bastante pequeño. -Dijo entonces Ylenia. Astafire la miró extrañada y ella sonrió. -Bueno, lady Ketriken fue alguien de mi pasado, alguien que nunca pensé que volvería a ver, la verdad.

-¿Te resulta incómodo?

La guerrera se quedó pensativa, pero después negó con la cabeza.

-¿Sinceramente? Fue una de las personas que mejor me trató fuera de la gente de cierta mansión. Pero que estuviera aquí, y encima sea la esposa de Ankar... Demonios, es mucha coincidencia.

-Quizás Crystalos esté guiándonos a todos. -Dijo Astafire sonriente, e Ylenia la miró.

-¿Te refieres al Dios del Destino? -La elfa asintió. -Quien sabe...

-Disculpen la tardanza. -Las dos miraron atrás, viendo como Cerea traía una bandeja con una jarra y varias tazas de arcilla finamente elaborada. -Como es época de frío, espero que les guste el chocolate caliente. Es una receta de la madre de mi madre.

Se sentaron y tomaron sus tazas humeantes, y cuando tomaron un sorbo sintieron como el calor regresaba a sus cuerpos. Ylenia miró a la chica que estaba delante de ella, buscando en su cuello algo que no encontró. Inspiró fuerte y se armó de valor para preguntar.

-Cerea... ¿Dónde está tu collar?

-¿Collar? -Preguntó la chica albina extrañada. Ylenia asintió mientras Astafire levantaba las cejas.

-Si... El collar de esclavitud.

-Oh, te refieres a eso. -Sonrió la viera blanca y tomó un sorbo de chocolate. -Mi madre me quitó ese collar hace años.

-¿Te liberaron? -Preguntó la guerrera extrañada. Cerea asintió tranquilamente. -Pero... ¿Y porqué sigues aquí?

-Porque esta es mi familia. -Contestó con toda tranquilidad la chica.

Ylenia tomó más de su chocolate, recordando cuando conoció a las dos vieras. Ketriken era una aventurera hace años y estaba con sus compañeros de gremio en la capital de la comarca de Limblum, y dio la casualidad de que Ylenia, siendo bastante más joven, estaba trabajando para una dama importante de la ciudad, y tuvo que ayudar a Ketriken y sus amigos en ciertas situaciones. Y una de ellas fue comprar una niña viera en el mercado de esclavos.

La esclavitud en Gaia es muy especial. Cualquiera podía venderse como esclavo al no tener nada, con un contrato específico y ciertas cláusulas, como por ejemplo, el hecho de que después de la cantidad especificada de años como esclavo este podía o seguir como esclavo con un nuevo contrato o recuperar su libertad. Sin embargo, también existía la esclavitud como castigo penal, en la que la persona perdía todas sus posesiones y títulos y se vendía al mejor postor durante un número de años igual a la condena de su delito.

Estas prácticas eran para precisamente garantizar la buena disposición de los esclavos, pero siempre hay algunos que tuercen las reglas a su convenir. Además de que, desde hace relativamente poco, la esclavitud ha ido siendo abolida en varias comarcas. Limblum y Burmecia eran unas de las pocas donde todavía se mantenía el sistema de esclavos, junto con Elfheim, la comarca élfica, y antes de la guerra, Damcyan.

Por eso le sorprendió a Ylenia de que Cerea no tuviera el collar de esclavitud que todo esclavo debe de llevar. Esos collares no eran hermosos, si no más bien toscos y feos, pero cuanto más dinero tiene una persona, mejor se puede llegar a ver, hechos de oro o plata, o de piedra y cuero. Pero todos tienen la misma función: controlar al esclavo. Tienen entre sus tramas mágicas órdenes como que no pueden escapar de sus maestros, no pueden atacarles, o desobedecerles. Órdenes sencillas pero efectivas, ya que si se revelan los collares desatan poderes de tipo eléctrico que van directamente a la piel, imposibles de detener por ningún tipo de hechizo o artefacto. Los más desobedientes pueden llegar incluso a morir.

-¿Cuándo te liberaron? -Preguntó con curiosidad la guerrera. La viera dejó su taza en la mesa.

-Fue poco después de llegar a Winhill, donde madre tenía la sede del gremio. Allí mi madre me quitó el collar sin ningún tipo de problema y me cuidó como una mujer libre. -Explicó ella con una sonrisa. -Me dijo que si quería, podía ser su hija adoptiva, y así fue.

-¿Y Ankar está de acuerdo? Es decir... no es normal tener como hija a una antigua esclava.

-Padre es... diferente al común de los mortales. -Dijo la chica, a lo que tanto Ylenia como Astafire no podían estar más de acuerdo. -A él no le importa tanto la sangre, si no los sentimientos. Zelda, Azalie y Lilith son hijas de sangre de mi padre, y Laila y yo somos adoptadas, y nos ama a todas por igual.

-¿Laila? -Preguntó Astafire extrañada. -No recuerdo que dijeran ese nombre cuando os presentó.

-Laila Einor es otra de nuestras hermanas. -Explicó Cerea tomando un sorbo de chocolate. -Aunque por sus estudios, padre no ha podido conocerla nunca. La adoptó madre cuando era una niña, como yo, pero como tenía que estudiar en el extranjero se mantuvo ahí.

-¿En Tycoon? -Preguntó Astafire, y cuando la viera asintió, la elfa suspiró. -Ahora entiendo porqué me preguntó sobre eso.

-Quizás la hayas conocido. -Comentó Cerea sonriente.

-Escuché el nombre de Laila, si, pero ella trabaja en zonas que yo no podría ni soñar con pisar. -Dijo riendo la elfa. -No me imaginé nunca que fuera hija de Ankar.

-¿Qué quieres decir con que Ankar no la ha conocido? -Preguntó Ylenia extrañada. -Él no se me hace el tipo de persona que abandona a sus familiares, aunque sean adoptivos.

-Laila es muy independiente... -Explicó Cerea suspirando. -Viene de vez en cuando, pero la maldita casualidad siempre ha hecho de que padre estuviera siempre de misión cuando aparece. Y cuando él va a Tycoon, ella ha sido llamada por algún noble para trabajar con ellos de manera exclusiva, o a salido a buscar ingredientes para pociones.

-Es la maldición de las magas blancas. -Dijo riendo Astafire, a lo que Cerea la acompañó.

-Todas queremos que se encuentren, pero es como si nos hubieran lanzado una maldición para no llevarlo a cabo. -Terminó Cerea, y miró hacia atrás. Todas vieron a Ketriken en la cocina. -Madre dice que quizás es el castigo por lo que pasó hace tiempo.

-¿Qué pasó hace tiempo? -Preguntó Ylenia extrañada, pero Cerea negó con la cabeza.

-Asuntos familiares. -Respondió, y se levantó. -Voy a buscar la comida, espero que les guste.

Por su parte, Dreighart estaba arriba, en el primer piso, dentro de una bañera de un material similar al cobre, sumergido en agua aromática. Soltó un fuerte suspiro.

-Nalgas de Minerva, esto sí que es vida... -Dijo con una gran satisfacción. Por culpa del agua estaba temblando de frío pero con ese baño que la chica le preparó estaba recuperando todo el calor perdido. Sus ropas las había tomado la muchacha para lavarlas, aunque le resultaba extraño que otro hiciera ese trabajo.

Estaba acostumbrado a hacer todos sus quehaceres, y que otra persona lo hiciera no le terminaba de convencer, pero ese baño estaba haciendo que olvidara todas sus penas y preocupaciones. ¿Qué tipo de sales estaría usando?

Cuando se terminó de relajar, acabó de enjabonarse y limpiarse. Estaba maravillado de las tuberías que estaban usando en esa casa, y mientras salía se miró al espejo, secándose con la toalla. Cuando estaba atándose la toalla a la cintura, tocaron a la puerta.

-¿Si?

-Soy yo, te traje ropa. -Le llegó a Dreighart telepáticamente de parte de su compañero albino. Quitó el seguro y Ankar abrió la puerta. -Toma.

-Gracias.

El ladrón tomó un pantalón y una camisa de colores claros, y se dio cuenta de que Ankar llevaba también ropa muchísimo más cómoda que la de viaje. Sonrió.

-Se te ve mucho más relajado. -Dijo el peliazul mientras se ponía la ropa. Ankar se encogió de hombros.

-Estoy en casa, es normal. Toma. -Cuando se hubo puesto los pantalones, su amigo le dio unas pantuflas. -Tus botas están lavándose.

-Te lo agradezco. -Dijo, y por pura curiosidad miró hacia los pies de Ankar, y se sorprendió con lo que vio. -¿Esos son... pandas?

-Si. -Dijo sonriendo el albino mostrando sus propias pantuflas con forma de cabeza de oso panda. -Son un regalo de mi esposa desde hace años.

-... nunca hubiera esperado verte con pantuflas de panda... -Se sinceró con una sonrisa el ladrón. -Es algo que te quita ese aire de intocable que tienes a veces.

-Bueno, todavía no me has visto con el albornoz de panda. -Continuó el dragontino riendo, a lo que Dreighart lo acompañó. Salió del cuarto de baño totalmente refrescado, y vio que Ankar tenía en su mano su cinturón con la daga. -Quería hablarte de esto.

-¿Qué tiene mi daga? ¿Está rota? -Preguntó mientras la tomaba y se la ataba a la cintura. No se sentía cómodo sin ella a su lado.

-No, no está rota, es solo que quisiera preguntarte algo... ¿Sabes si está encantada? -Preguntó ahora el albino mientras cerraba la puerta del baño.

-¿Encantada? ¿Te refieres a si tiene algún efecto mágico, como tu espada? -Ankar asintió, y Dreighart se rascó la cabeza. -No estoy seguro, si te soy sincero. Fue un regalo de hace mucho tiempo, y nunca he tenido tiempo o dinero para investigarla. Quizás si, quizás no. ¿Por qué lo preguntas?

-Bueno, no es normal usar un arma sin encantamientos contra monstruos como los Espers. Si quieres, podemos pedirle a alguien que la investigue.

-Me parece bien. Gracias, Ankar.

-Bien, vamos a comer. Espero que te guste la comida casera.

-Comida casera. ¡Allá vamos!

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Habían estado viajando a un gran ritmo durante todo el día, todo para poder conseguir llegar antes del anochecer, y gracias a ello pudieron llegar justo cuando el sol estaba cerca de ocultarse por completo detrás de la barrera de la niebla. Era un espectáculo extraño, ya que la niebla hacía ver como si fuera un mar de fuego en vertical, eterno guardián de cualquier secreto o aventuras al otro lado.

Subidos en el carromato, Emberlei y Kahad estaban preparando sus cosas mientras que Onizuka y Hassle estaban sentados en el lugar del conductor.

-Ha sido un buen viaje. -Dijo entonces Kahad, a lo que Onizuka asintió.

-Si, no ha habido grandes manadas de monstruos, y las que ha habido nos ha ayudado para afinar nuestras habilidades. -Secundó Onizuka, a lo que se rascó la barbilla. -Me pregunto...

-¿Qué pasa?

-Nada, solo algo de curiosidad, pero... ¿Por qué los monstruos han sido tan violentos los últimos años? ¿Alguien tiene alguna idea?

-Instinto. -Contestó casi de inmediato la maga negra. -Ten en cuenta que nosotros hemos estado invadiendo sus territorios por miles de años, y fueron expulsados de sus hábitats. Normal que traten de recuperar sus antiguos hogares.

-No estaría tan seguro de eso. -Dijo entonces Hassle, a lo que los demás lo miraron. -Es decir, estoy de acuerdo en que hemos estado comiéndonos no solo a los monstruos y animales junto a su territorio, pero... ¿Esperar miles de años para empezar a volverse más salvajes? Eso no tiene sentido.

-¿Qué pruebas tienes de que eso no tenga sentido?

-Soy aventurero, cazador de recompensas concretamente, pero también me encargo de misiones de subyugación de monstruos. Siempre hay un número bastante alto de monstruos, a veces incluso son peligrosos por su cantidad de efectivos. ¿Habéis escuchado alguna vez cuando una aldea es atacada por goblins?

-¿Goblins? -Preguntó extrañada Emberlei. -Pero... si esos son de los monstruos más débiles que pueden haber.

-Y sin embargo, si una manada de cincuenta goblins ataca un pueblo, este puede ser prácticamente arrasado, sin contar con el hecho de que los supervivientes no van a querer estar vivos para el final de día. -Explica Hassle. -No se si puedes llegar a entender mi postura.

-Yo creo que si. -Comentó entonces Kahad, acercándose a ambos. -Te refieres a que si se organizaran mínimamente, los monstruos podrían derrotar a los humanoides bastante fácilmente. ¿Verdad? -El viera asintió. -Y el hecho de que no lo hagan desde hace tantísimo tiempo es lo que te tiene preocupado.

-Como cabía esperar de alguien de Eblan. -Asintió Hassle. -Ese es exactamente mi punto. Si en miles de años no han decidido, incluso los más pseudo-inteligentes, el atacar a los humanoides en grupo... ¿Por qué ahora los monstruos, simplemente, son más salvajes?

-¿No crees que puede ser lo que tu dijeras? ¿Qué decidieran empezar una contra ofensiva? -Preguntó extrañada Emberlei.

-Sería ese el caso si a la cabeza hubiera monstruos con un mínimo de inteligencia, como un Lord Demonio sacado de la época de las leyendas, pero no los hay. -Explicó el mago rojo.

-No termino de entenderte...

-Imagina que de repente, una manada de goblins entrena a un grupo de lobos. -Explicó el samurái entonces. -Incluso los montan. Los goblins, que son una mierda pinchada en un palo en solitario, ahora serían algo peligroso al subirse en el lobo. Eso, lo multiplicas por cincuenta goblins en cincuenta lobos...

-Podría ser catastrófico para agunas aldeas... -Dijo entonces Emberlei asombrada.

-Pero no lo hacen, solo son más... violentos. -Continuó el viera. -No es que se estén organizando para recuperar sus tierras, es como si simplemente tuvieran una cosa en mente, y es atacar a los humanoides con más dureza.

La charla decayó cuando llegaron a la entrada del pueblo. Un gran cartel daba la bienvenida al pueblo Rocafuerte de la comarca de Kolinghen. Emberlei sacó un pequeño mapa y empezó a hacer cuentas.

-Vamos bien de tiempo. -Dijo ella. -Ankar dijo que estarían aquí catorce días después de salir de Tycoon, y nuestro viaje ha sido bastante más rápido de lo esperado. Tenemos todavía toda una semana para hacer nuestras cosas.

-¿Qué podemos conseguir aquí? -Preguntó Onizuka, a lo que Emberlei, guardando el mapa, señaló unas cuantas casas.

-Rocafuerte tiene gran fama de ser buenos sastres. Podríamos conseguir nuevas ropas hechas a medida, sobretodo ahora que en esta época los comerciantes de telas llegan aquí para adquirir nuevas mercancías. Además, yo tengo que hacer ciertas cosas en este pueblo mientras esperamos a los demás.

-Busquemos entonces una buena posada para los próximos días. -Dijo Kahad entonces, y miró a Emberlei. -¿Qué quiere decir con lo de los comerciantes? Las fiestas de la ventisca de plata hace mucho que acabaron, y todavía faltan como mínimo mes y medio para las fiestas de la Señora del Agua.

-Bueno, hay una creencia de que en época del día de muertos, las telas están imbuídas con buenos deseos. -Explicó la maga negra encogiéndose de hombros. -Una superstición estúpida, si me lo preguntas, pero las masas así lo piensan, por lo que hasta al menos el viernes que viene habrá mucha gente yendo y viniendo.

Pasaron la gran puerta de entrada, y mientras Onizuka y Hassle hablaban con el líder de la caravana, Emberlei miró el pueblo. Habían pasado muchos años, más de treinta si no recordaba mal, pero continuaba el lugar casi del mismo modo al que lo dejó hace ya tres décadas. Suspiró, y miró a Kahad, el cual había tomado el equipaje de los demás.

-Conozco una posada aquí, podemos hospedarnos a un bajo precio.

-¿Ya estuviste aquí antes? -Preguntó Kahad mientras los otros dos se acercaban. Emberlei asintió.

-Si... Hace mucho tiempo.

-¿Cuánto tiempo?

-Kahad, preguntarle a una mujer por su edad es una situación de muy mala educación. ¿No es así? -Dijo con una sonrisa forzada.

Cuando se reunieron con los otros dos, la chica lideró la marcha hacia la plaza del pueblo, donde había una gran fuente de agua y varias casas que hacían de negocios. Pasaron por la panadería y llegaron a la posada “La Ardilla Borracha”. Al entrar, todos los presentes miraron hacia el grupo, pero se giraron de nuevo a sus vasos otra vez. Se dirigieron a la posadera, una mujer rolliza con una sonrisa amplia.

-Bienvenidos a Rocafuerte, la posada de la Ardilla Borracha tiene camas y pucheros calientes como una moza después de dos meses de no ver al novio.

-Magnífico, porque a mi me encantan las tres cosas. -Dijo Onizuka apoyando las manos. -¿Podemos ver a tu madre, jovencita? Porque no puedo creer que una chica tan joven y encantadora sea la posadera.

-Ay, pero que zalamero que es usted, señor. -Dijo riendo fuerte la mujer, con un gran sonrojo en las mejillas. -Seguro que se lo dice a todas.

-Para nada, no me dejan hablar con posaderas normalmente. -Contestó riendo el samurái. -Además, yo no digo mentiras.

-Ay, calla. -Dijo de nuevo la posadera sonriente. -¿Qué puede hacer la vieja Camille por vosotros?

-Buscamos alojamiento y comida para al menos una semana. -Contestó Onizuka con una sonrisa. -Espero que no haya problemas, escuché que en esta época llega bastante gente.

-Si, es cierto, pero tuvimos una cancelación de última hora. -Sacando un gran libro de debajo de la barra, la posadera Camille buscó la parte tachada y sacó una pluma para apuntarles. -Es una habitación para cinco, pero puedo dárosla a un buen precio si otra persona entra.

-Mejor pago también por la otra cama. -Dijo entonces Onizuka. -La verdad, estamos cansados y no muy acostumbrados a compartir cuarto con gente desconocida, nunca se sabe qué tipo de psicópatas puede uno encontrar.

-Bueno, si pagas por la quinta cama, no digo nada. -Contestó la posadera con una sonrisa.

Mientras el samurái regateaba con la posadera, Emberlei la miró de nuevo. Conoció a Camille cuando nació y cuando era una niña pequeña, y su madre siempre había cocinado muy bien. Recordaba el estofado de carne y la lasaña que hacía cuando su propia madre no cocinaba. Sonrió con tristeza recordando el pasado.

“No es bueno, estoy sintiendo nostalgia y tristeza... ¿Por qué siento estas tonterías? Si, es cierto que Bárbara, la madre de Camille, siempre me trató bien, y fue ella la que nos dio las provisiones al abuelo y a mí cuando nos fuimos después del incidente, pero... ¿Por qué siento esto?”

Subieron al primer piso y dejaron sus cosas. La habitación era simple, con cinco camas y una gran ventana. Cada cama tenía un baúl a sus pies, y había una mesa en el centro con un par de sillas, adornada con un jarrón con flores frescas. Era una sala tranquila y acogedora.

-Bueno, quizás sea una semana provechosa si tenemos una habitación así. -Dijo Hassle dejando su bolsa en una de las camas. -Es posible que encontremos varias cosas.

-Yo tengo asuntos que atender por mi cuenta. -Dijo entonces Emberlei. -Pero os aviso cuando sea.

-¿Crees que hayan buenos tintes en el pueblo? -Preguntó entonces Kahad.

-¿Tintes? Bueno... si, hay algunos tintes. ¿De qué color?

-Negro. Tengo que teñirme. -Dijo el ninja tocando su cabello y mostrando a la maga negra algunos restos de tintura.

-Entonces, podríamos separarnos mientras estamos aquí. -Comentó Onizuka. -Al fin y al cabo no creo que el pueblo sea peligroso, y no creo que necesitemos estar juntos durante todo el tiempo. De todos modos no me dejarían beber con la señorita cerca.

-Pues, siguiendo la idea de Onizuka, vamos a ver qué nos espera en este hermoso pueblo. -Dijo Hassle con una sonrisa, y tomó por el hombro a Kahad. -¿Vienes conmigo? Vamos a buscar esos tintes juntos.

-Pero...

-Kahad, dale espacio... -Dijo en susurros el viera. -Ha estado todos estos días encerrada con nosotros, lo mejor es que descanse un poco de todo eso.

Kahad se quedó en silencio unos momentos antes de asentir.

-Si, creo que tienes razón... -Susurró, y miró a Emberlei, hablando normal de nuevo. -¿Dónde crees que podríamos conseguir los tintes?

-Id a la zona sur, la tienda más grande. -Explicó la maga negra con una sonrisa agradecida. -No tiene pérdida, es la que tiene tres pisos.

-¿Un centro comercial en un pueblo como este? Esto si que no me lo pierdo. -Sorprendido, Hassle empezó a empujar a Kahad. -Vamos, vamos.

Ambos salieron de la habitación, mientras Onizuka preparaba algunas cosas de su zurrón.

-¿Qué vas a hacer tu? -Preguntó Emberlei al pelirrojo.

-Iré a probar las delicias locales. -Dijo sonriente el samurái, y dejó su bolsa en una de las camas. -¿Y tu, pequeña?

-No soy pe... -Empezó a decir, pero al ver la altura completa del samurái, se mordió la lengua. -... tengo algunas cosas que hacer por aquí.

-¿Algo personal?

-¿Necesitas que te lo diga? -Preguntó ella frunciendo el ceño, pero el pelirrojo se encogió de hombros.

-Mera curiosidad. Si no quieres decírmelo, no hay problema. Pero para evitar perdernos en el lugar sería bueno saber por la zona en la que vas a estar.

Emberlei suspiró. Era extraño, pero Onizuka estaba haciendo un planteamiento totalmente lógico, y ella no podía negarse a eso.

-Iré a comprar algunas cosas, e iré a la zona norte. -Le contestó ella, sintiéndose en calma. -Ahí hay pocas cosas, el templo de Doom, las criptas, el salón de los muertos, unas cuantas tiendas de flores... Es un lugar hermoso, pero no recomendaría ir ahí si no fuera para algo solemne.

-Oh, bien. Yo estaré por esta parte. -Respondió Onizuka mientras se dirigía a la puerta. -Y ya sabes donde están Hassle y Kahad. Si necesitas ayuda para algo, estamos localizables.

Ember se quedó sola en la habitación, pensando en lo que había pasado. Cuando hablaba con alguien de manera lógica, ella respondía de manera automática, así que no podía recriminar a nadie el decirle a Onizuka donde iba a ir. Se encogió de hombros, y salió de la habitación, pero cuando bajó las escaleras, pensó en que debía al menos hacer una cosa importante antes de seguir con sus asuntos. Se dirigió a la posadera.

-Hola. ¿La habitación es de vuestro agrado? -Preguntó Camille con una sonrisa. Por algún motivo, la maga sonrió también.

-¿Cómo está Bárbara?

-¿Perdón? -Preguntó extrañada.

-Si, ya sabes... tu madre.

-Er... mi madre está en la cocina...

-¿Todavía trabaja? Ya tiene que tener una edad. -Dijo ella con una sonrisa. -¿Puedo verla?

-Claro... Pasa.

Emberlei se metió por la derecha, en la puerta. Se veía como una cocina normal y corriente, y delante de los fogones había una mujer de mediana edad cocinando. Cuando se giró, Emberlei sonrió, porque aunque estaba algo diferente a la última vez, seguía siendo la misma mujer que la ayudó al irse. Tendría que tener ahora unos cincuenta años, pero sus cabellos no habían cambiado de marrón a blanco, aunque sus arrugas si demostraban el paso del tiempo.

La mujer la miró y se frotó los ojos, a lo cual Ember se acercó.

-Ha pasado mucho tiempo, Bárbara. -Dijo con una sonrisa. -Veo que Camille creció mucho.

-Y tú no has cambiado demasiado, mi pequeña. -Contestó la mujer con una sonrisa, a lo que se acercó y le dio un abrazo. -Han sido muchos años sin verte.

Ember se quedó un momento estática, pero casi de inmediato se abandonó a esa cálida sensación que la mujer le transmitía y le regaló un abrazo igual.

-Han pasado algunas cosas, y los pies me trajeron aquí. -Le dijo la chica con calma.

-¿Cómo está el abuelo? -Preguntó la mujer apartándose y sentándose al lado de los fuegos, en una pequeña mesa rodeada de sillas. Ember la acompañó.

-El abuelo muró hace veintidós años. -Le explicó la muchacha. Aunque sentía tristeza de hablar de su maestro, no le quitó la alegría de ver a la mujer. -Viajamos hasta Elfheim, al sur, y allí ya su cuerpo no pudo más.

-Que los dioses lo tengan en la gloria. -Dijo la mujer, y miró a la maga, sirviéndole una taza de leche fresca en un vaso. -¿Viniste para... verla?

La muchacha tomó la taza en silencio y bebió antes de responder.

-¿Sabes, Bárbara...? Siguen siendo un misterio para mi las interacciones humanoides. -Dijo con una media sonrisa mientras miraba el vaso. -El abuelo siempre me dijo que con el tiempo, podría entender más sobre ello. Me instó a mandarle flores en el día de muertos.

-Es un detalle muy bonito. -Dijo la mujer, pero Ember negó con la cabeza.

-Es un detalle inútil. -Respondió Emberlei. -Seamos snceros, si las almas de los difuntos vinieran, serían espíritus errantes, seres anómalos que producirían problemas. Es mejor que se queden en el más allá y que no vean esas flores... pero aún así, el abuelo me pidió que lo hiciera, y yo sigo haciéndolo como una tonta.

-No eres tonta. -Bárbara tomó otro vaso con leche y tomó un sorbo. -Recuerdo que eras la más inteligente de toda la aldea, vieja amiga.

-Amiga... -Repitió con una sonrisa melancólica la de pelo morado. -No he tenido amigos desde que me fui de la troupe de juglares...

-¿Estuviste en una troupe? -Sonriendo, la mujer mayor se acercó un poco. -Cuéntame más, anda.

-Ah... es un tema sin importancia. -Dijo la joven, pero sentía cierto alivio, y la insistencia de la mujer hicieron que se le soltara la lengua.

Por algún motivo, estar con Bárbara era relajante. Cuando todavía vivía en ese pueblo, hace treinta y dos años, ella era una de las pocas personas que la trataban bien, e incluso eran algo así como amigas. Cuando se marchó, Bárbara acababa de cumplir los veinte, y ya tenía a Camille dando vueltas por la posada, por lo que se sintió extraña pensando en que una de sus pocas, auténticas amigas, fuera una persona que tenía treinta años menos que ella.

Y sin embargo, se sintió tranquila como hacía mucho que no había estado, hablando de todo lo que había pasado en el pueblo, de lo que había vivido desde que se fue, de la situación en la guerra, de sus inquietudes y diversiones... y se sintió bien. Se sintió como hacía años que no se sentía.

Al final, hablaron tanto que no se dieron cuenta cuando llegó la hora de la cena. Camille había entrado, y se las había encontrado riendo sobre alguna cosa que habían estado hablando.

-Oh. ¿Ya es tan tarde? -Preguntó Bárbara asombrada. -El tiempo vuela. ¿Verdad?

-Si... hacía mucho tiempo que no perdía la noción del tiempo de esta forma. -Respondió Emberlei sonriente, y se levantó. -Será mejor que me vaya, para no molestar más de lo que ya lo hice.

-¿Cenarás aquí?

-Claro, echo de menos tu lasaña. -Dijo con una gran sonrisa la chica. -Y la verdad... no tengo que ir a ningún lado hasta mañana.

-Oh, ya veo. -Se quedó en silencio unos segundos antes de hablar. -¿Quieres que mañana te acompañe?

Ember se quedó quieta en el lugar, pensando. Luego negó con la cabeza.

-Creo que esto es algo que debo hacer sola. E igual, no es bueno que vengas a ver la tumba de alguien más.

Bárbara sonrió mientras veía salir a una Emberlei sonriente. Habían pasado tantos años... y ella se veía tan joven... Suspiró mientras se acercaba a los fuegos y preparaba la comida para poder ser servida.

Emberlei, por su parte, se acercó a una de las mesas, y poco tardó en verse reunida de sus compañeros de viaje, ante su sorpresa.

-¿Cuándo llegasteis?

-De hecho, estábamos sentados aquí al lado. -Respondió Hassle riendo. -Vimos que ni nos miraste, así que nos sentamos más cerca.

-Oh... lo siento. -Dijo ella, mientras llegaba Camille con varios platos. -¡Lasaña!

-Mamá os manda esto. -Sonriendo, Camille dejó los platos delante de ellos. -Dice además que, dejando de lado lo que pagásteis por la habitación, lo que comáis va por cuenta de la casa. -Miró a Ember y sonrió. -La verdad, no la había visto tan feliz desde hace mucho tiempo.

Cuando la posadera se marchó, empezaron a comer.

-¿Y qué hicisteis? -Preguntó Onizuka con calma.

-Pues pudimos comprar unas cuantas cosas. -Comentó Hassle con la boca a punto de llenársele de comida. -He de admitir que ver un centro de comercio en un pueblo como este me sorprendió.

-Hace bastante tiempo decidideron que tener todas las tiendas en un solo lugar sería más fácil para los aldeanos. -Respondió Emberlei metiendo comida en su boca. -Ya que las casas del pueblo están algo alejadas, decidieron eso como una medida de facilidad.

Después de la cena, todos salvo Onizuka se fueron a la cama. El samurái, por su parte, había decidido que iba a visitar las tabernas en el llamado centro de comercio, por lo que se despidió de ellos y se dirigió allí. El lugar era un simple edificio con muchas habitaciones grandes, de tres pisos de altura, y en la base había al menos dos tabernas bien surtidas tanto de personas como de bebidas. La noche acababa de empezar, pero ya había algunos comensales por ahí.

Entró en una de ellas con calma. Sonrió y asintió ante la presencia de las camareras. Buenas curvas, buen rostro, una gran sonrisa... No se veían forzadas ni nada, así que sintió calidez cuando se sentó en la barra. El hombre detrás de ella se acercó a él y le sirvió una cerveza en una jarra mientras escuchaba quejarse a un hombre a su lado. El pelirrojo escuchó, no solo al que se quejaba, si no a todos los demás. Sacar información en las tabernas para él era un arte, y no necesitaba hacer gran cosa para descubrir pasteles que la gente no deseaba airear.

El alcohol siguió, y Onizuka se juntó con dos hombres y una mujer, humanos todos, que estaban charlando. La cerveza les hizo hablar con él, y las risas fueron estridentes. Charlaron, bebieron, comieron y se divirtieron, y decidieron continuar con la fiesta en otro lugar. La noche era oscura, pues las nubes cubrían la luna y las estrellas, y las antorchas estaban bastante alejadas unas de otras. Pero eso no importaba, porque las risas y las charlas de los cuatro hacían que la gente supiera donde estaban en todo momento.

Hasta que las risas se silenciaron abruptamente en la oscuridad de la noche.

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El repiqueteo de la lluvia era suave esa mañana, y el sol, contra todo pronóstico, brillaba más fuerte que otros días a través de las nubes. Ankar quería remolonear un rato más en la cama, abrazado a su esposa, pero sabía que, cuanto más tiempo estuvieran juntos en la cama desnudos, más ganas de hacerle el amor de nuevo tendría, por lo que bostezó y se levantó para irse al cuarto de baño. Mientras se duchaba, sus pensamientos estaban dirigidos a lo que ambos habían estado hablando sobre lo que debía hacer.

Había un grupo de pergaminos que cada dragonero creaba durante su carrera. Cada caballero de dragones se especializaba en uno o dos conjuros arcanos, creados en la antigüedad. Durante su vida, los expertos en dragones dominan por completo un conjuro a tal punto que se hacen maestros de dicho hechizo, y lo plasman en pergaminos para las generaciones futuras cuando creen que los han mejorado. Su maestro en Burmecia, el padre de Ketriken, había dejado atrás tres pergaminos, dos de los cuales los había recibido él, mientras que el tercero se quedó en la casa familiar de los Wolfeng, la familia de su esposa. Los dos hechizos que el albino había obtenido eran poderosos, pero el tercero nunca quiso tomarlo.

Suspiró fuerte bajo el agua, y abrió los ojos cuando sintió las manos de su mujer acariciando su pecho desde detrás de él. Sonrió.

-¿Te desperté? Lo siento.

-No te preocupes. -Contestó ella mientras le acariciaba. Los largos cabellos de la viera caían por su espalda mientras se empapaban de agua caliente. -Te vi preocupado. ¿Qué te ocurre?

-Es sobre esta misión...

-¿Tienes dudas?

Ankar se quedó sorprendido ante esas palabras, pero inmediatamente negó con la cabeza.

-Al principio resultó extraño, pero se que el rey no habría dado una misión así simplemente para desestabilizar el mundo. -Dijo el albino mientras se giraba a su esposa y le apartó el cabello de los hombros. -Pero los demás monarcas tienen conocimiento... y se apoyan entre ellos. Es algo que me dio tranquilidad.

-Pero lo que te preocupa es el fin de tu viaje. -Su mujer le tomó del rostro con una sonrisa tranquila. -Te preocupa el pergamino. ¿Verdad?

Ankar suspiró, y ella le obligó a dar la vuelta para limpiarle la espalda. Ella siempre sabía cuando algo le rondaba por la cabeza, era como un extraño poder que la mujer había desarrollado.

-Has dominado el aliento y las garras que mi padre tan bien mejoró. -Las palabras de Ketriken iban acompañadas del uso de una esponja enjabonada en la espalda del albino. -Pocos dragontinos han dominado más de un conjuro arcano, y papá dominó tres.

-Si, pero nunca entendí porqué el tercero fue ese. -Le dijo Ankar mientras sentía como su mujer lo limpiaba.

-Si quieres, podemos preguntarle a mamá. -Ketriken terminó con la espalda del hombre y dejó la esponja. -Pero ahora, no quiero que te preocupes por eso. Mejor piensa en otra cosa. -Y antes de que él dijera nada, ella pasó sus brazos por debajo de los hombros de él para abrazarlo y le dio un pequeño mordisco en el hombro.

-¿Es que acaso no tuviste suficiente con lo de la noche? -Preguntó él mientras ella acariciaba la parte baja de su cuerpo. La mujer sonrió.

-¿De ti? Nunca tengo suficiente.

Por su parte, Dreighart e Ylenia estaban sentados en la mesa del primer piso. Acababan de bajar de sus cuartos.

-¿Y Astafire? -Preguntó Dreighart.

-Está durmiendo. -Respondió la guerrera. -Dormir en una cama cómoda después de tanto tiempo hace que uno quiera quedarse un poco más.

-Si... -Bostezando, Dreighart miró por la ventana. -Aunque creo que nosotros nos levantamos demasiado temprano. Creo que las hijas de Ankar no se han levantado todavía, siquiera.

-Entonces lo mejor sería ir a buscar algo para desayunar. -Comentó Ylenia levantándose.

-¿Dónde van a desayunar?

Ante la pregunta, ambos se giraron y se encontraron con Zelda, la mayor de las hijas del albino. Venía vestida con sus ropas de maga blanca y se dirigía hacia ellos.

-Bueno, no queríamos molestar, así que íbamos a buscar algo para comer. -Comentó Dreighart con una sonrisa incómoda.

-¿Y dónde? -Preguntó de nuevo, esta vez riendo, la muchacha. -Si llegaron justo ayer, y no les preguntaron a nadie donde están las tabernas ni las tiendas por aquí cerca.

-Podríamos haber buscado por nuestra cuenta. -Respondió Ylenia.

-Nido Lluvioso es diferente a muchas otras ciudades. -Explicó la joven mientras se dirigía a la cocina. -Si no has vivido aquí antes, o te explican como llegar a los lugares, es fácil perderse. Es el gran problema que tiene la arquitectura oscura y las incesantes lluvias, que te desorientan fácilmente. ¿Qué desean desayunar?

-Oh... pues... supongo que lo que siempre desayunen. -Ylenia se sentó de nuevo. -¿Quiéres que te ayude?

-Tranquila, es mi día de preparar los desayunos. -Zelda se metió en la cocina y comenzó a preparar los alimentos. -Mi hermana y yo nos turnamos con mamá para esto.

-Es extraño que Ankar, siendo por lo que se ve un burgués, no tenga sirvientes. -Comentó Dreighart extrañado.

-Papá siempre nos inculcó que para conseguir lo que queremos, debemos esforzarnos nosotros mismos. -Respondió la viera desde la cocina. -Además. ¿Quién dice que papá no tiene sirvientes?

-¿Los tiene?

-Bueno, papá ha comprado muchos esclavos hasta ahora. -Empezó a explicar la chica. -Aquí en nuestro reino la esclavitud es diferente.

-Eso he oído. -Dijo Ylenia con el ceño fruncido. -Pero la esclavitud es esclavitud, no me puedo creer que Ankar compre esclavos.

-Oh, no es como lo imagina, señorita Ylenia. -Riendo, los dos vieron como la hija del albino dejaba un cuchillo a su lado. -Hay mucha gente en los barrios bajos que no tienen absolutamente nada salvo su propia vida. A esas personas, papá las compra por un periodo de 7 años, donde las ayuda a conseguir un empleo justo, y cuando termina el contrato, él les contrata como trabajadores libres.

-¿Quiéres decir que cuando los compra, es para enseñarles un oficio? -Preguntó extrañada Ylenia. Zelda asintió.

-Muchas veces, sin embargo, los compra para protegerlos. -La chica salió con dos platos llenos de pan relleno de jamón, queso y judías, dejándolos encima de la mesa. -Los primeros que compró fue a una familia de peleteros de los barrios bajos porque los que los contrataba los maltrataba sin contrato ni nada, y ahora mismo es uno de los que manejan algunos negocios de papá.

-¿Ankar tiene varios negocios?

-Claro, pero la mayoría solo les cobra los alquileres, y el tributo mínimo para nobles. -Explicó la chica regresando por otro plato y sentándose a su lado. -La mayoría está en Cristal de Niebla, el territorio de papá.

-¡¿Ankar tiene tierras?! -La sorpresa en la voz de Dreighart sonó en todo el salón.

-Pocas, pero las tiene. -Riendo, Zelda tomó uno de sus panes y lo mordió. -De ahí vienen casi todos los materiales de los negocios de papá.

Antes de que dijeran nada más, las dos pequeñas gemelas llegaron corriendo y, dando los buenos días, se metieron en la cocina.

-Niñas, daos prisa, la escuela empezará pronto. -Dijo desde las escaleras Cerea, y cuando la vieron pudieron darse cuenta de que todavía tenía que peinarse.

Las niñas, como si no hubieran escuchado, se pusieron a comer con golotonería y salieron corriendo de nuevo escaleras arriba. Los otros dos miraron divertidos la situación mientras desayunaban con Zelda, hasta que bajó Cerea, perfectamente arreglada, con las dos niñas, también bien vestidas.

-Las voy a llevar. -Dijo la albina. -Te veo luego en la tienda. ¿De acuerdo?

-Claro, id con cuidado. -Respondió su hermana.

-¿Quieres que os acompañemos?

La albina negó con la cabeza mientras abría la puerta y las tres salían. Zelda terminó su desayuno y se levantó para traer una jarra con chocolate caliente y les sirvió a ambos en el mismo momento en que Astafire bajaba terminando de peinarse.

-Perdón el retraso, la cama era demasiado cómoda. -Se excusó la elfa, sentándose al lado de Ylenia. -Hacía tiempo que no dormía en una cama tan buena.

-¿Quieres desayunar? -Preguntó Zelda llenando otro vaso de chocolate caliente. Astafire sonrió.

-Por favor, si no es una molestia.

-¿Qué es lo que van a hacer hoy? -Preguntó Zelda después de servirle a la pelirroja.

-Vamos a ir a buscar un pergamino. -La voz mental de Ankar les hizo girarse a las escaleras, donde él y su esposa bajaban. -Iremos a casa de tu abuela.

-Oh... ojalá pudiera ir con vosotros, pero tengo cosas que hacer. -La voz algo triste de Zelda llamó la atención de los tres. -¿Estaréis en casa?

-Unos días, ya te dije. -Sonriendo, Ankar se sentó y su hija le sirvió el desayuno a él y a su madre. -Así que no te preocupes.

-Bien... le das recuerdos a la abuela. ¿Vale? -Pidió la chica mientras llevaba los platos sucios. -Yo voy a ir a la torre.

La chica se despidió de sus padres con un beso y se marchó, mientras el albino y la viera desayunaban.

-Primero iremos a buscar un pergamino que necesito. -Explicó Ankar. -Luego nos dirigiremos a algunas tiendas a conseguir equipo.

Todos asintieron, y cuando estuvieron preparados salieron de la casa bajo la lluvia. De manera curiosa, Dreighart miró hacia arriba, hacia el cielo. Era algo extraño que a esa hora, tan temprano por la mañana, hubiera una cantidad de luz que se asemejaba a cuando anochecía normalmente. Ylenia por su parte había leído sobre este fenómeno, y se sorprendía de que el frío fuera todavía soportable. Había estudiado que en el norte el invierno llegaba antes, por lo que pensaba que comprar ropas de invierno sería ideal.

-¿Dónde podemos comprar ropa de abrigo? -Preguntó la guerrera.

La esposa de Ankar empezó a hablar sobre el distrito de aventureros, un poco más abajo. También respondió a la pregunta de Dreighart sobre el tiempo, explicándole que el tiempo cambia bastante bruscamente en el reino montaña. Cuando llegaban los cambios de estaciones era como si accionaran una palanca y el tiempo cambiaba de un día para otro, por lo que todavía faltaba al menos un mes y medio para que el frío empezara.

Mientras caminaban, los tres podían ver como mucha gente andaba bajo el agua con total calma. Algunos niños iban hacia arriba, seguidos de padres o personas que tenían el aspecto de criados, mientras que otras tantas iban hacia abajo llevando diferentes artículos. No tardaron mucho hasta que llegaron a otra gran casa, esta vez un poco más pequeña pero más alta que la de Ankar, y Ketriken se acercó antes que los demás para abrir la puerta.

El lugar era acogedor, tranquilo y bonito. La decoración era simple pero de buen gusto, e Ylenia se dio cuenta de que había mucha de estilo élfico. Cuando cerraron, Ketriken se perdió por una de las puertas.

-Buenos días mamá. -Dijo ella, y una voz de mujer le respondió.

-Oh, cariño. ¿Cómo tan temprano por aquí?

-Ankar vino entre misiones, pero necesita algo.

-Vaya, iré a verle.

Los pasos se hicieron oir y por la puerta por donde la viera surgió apareció otra más, vestida con ropas de maga roja. Su cabello corto contrastaba con las gruesas orejas de conejo que tenía en la cabeza. Dreighart e Ylenia tragaron saliva.

-Ankar, querido, bienvenido a casa de nuevo. -Dijo la mujer recién aparecida, y Ankar se acercó a ella para darle dos besos en las mejillas. -Pensé que ibas a estar más tiempo fuera.

-Y lo estaré, solo estoy de paso.

-Ylenia... ¿Ketriken no dijo que veníamos a ver a su madre? -Preguntó en susurros Dreighart a la guerrera. Esta asintió. -¿Ella es su madre? -Preguntó otra vez, a lo que Ylenia, con lentitud, empezó a asentir con dudas. -Joder...

Ylenia no podía estar más de acuerdo. Había visto muchas vieras en su vida, pero nunca había pensado en que una mujer que se viera tan joven y atractiva pudiera ser la madre de la esposa de su amigo, porque además la mujer enfatizaba sus encantos con ropa ceñida y escotada. Astafire, por su parte, soltó una pequeña risa y se acercó a ellos.

-¿Acaso no habíais visto nunca a una viera madre? Recordad que las vieras viven hasta trescientos años, por lo que el hecho de que tenga una hija no significa que tenga que verse de mediana edad.

Ambos miraron de nuevo a la mujer mientras esta se reía de algo que Ketriken le había dicho. Luego se giró a ellos y sonriendo, hizo una pequeña reverencia.

-Es un placer conocerles, bienvenidos a la humilde casa de los Wolfeng, soy Faraheidy Wolfeng, pero pueden llamarme Farah.

-Encantada de conocerla, lady Farah. Mi nombre es Astafire Vientosolar, y mis amigos son Ylenia Peribsen y Dreighart Firius. -Dijo la elfa del bosque adelantándose y haciendo una pequeña reverencia. -Disculpe a mis amigos, es la primera vez que vienen a Burmecia y el choque de culturas todavía los están afectando.

-Que lindos. -Dijo ella sonriente, pero luego puso cara de preocupación. -Lamento no poder daros una gran bienvenida, debo ir a la escuela pronto. ¿Irás tú, querido? -Preguntó mirando a Ankar, pero este negó.

-No, Farah, yo continúo de misión. No puedo detenerme para dar clases de historia ahora mismo. -Respondió el albino. -Vengo por algo del maestro.

-¿De mi Richard? -Preguntó entonces la maga roja extrañada. -¿Qué podría ser?

-El tercer pergamino.

Farah abrió los ojos, y suspiró.

-¿Al final has decidido aprender el último de los hechizos de mi marido? -Ankar asintió, aunque no parecía muy convencido. -¿Estás listo para eso?

-No del todo, pero Ketriken cree que si. -El albino suspiró fuerte. -Y si tengo que derrotarlo, he de aprenderlo.

-¿Lo encontraste? -Preguntó la mujer, y ante el movimiento de cabeza de Ankar, ella suspiró igual. -¿Seguirás el camino de la venganza?

-Estará en el camino. -Dijo él con una sonrisa tranquilizadora. -No seré yo quien lo busque, simplemente aparecerá.

La viera asintió con decisión y se giró al interior de la casa.

-Esperad aquí, iré a buscarlo.

Cuando desapareció, Dreighart e Ylenia se acercaron un poco a Ankar. Astafire estaba detrás de ellos.

-¿Qué quiere decir con lo de la venganza? -Preguntó Ylenia extrañada.

-El ser que me arrancó la voz. -Dijo Ankar mostrando sus cicatrices en la garganta. -A parte de hacer eso, me dejó medio muerto y mató a varios de mis hermanos.

-¿Quién fue? -Preguntó serio Dreighart. -¿Quién fue tan desgraciado como para hacer algo así?

-Lemnar, el dragón negro. -La voz de Ketriken sonó en la casa como un gong. Los tres la miraron extrañados.

-¿Un dragón? Pero... Eso no tiene sentido. -Dijo Ylenia totalmente descolocada. -Ankar es hijo de una dragona.

-Bueno, los dragones tienen cosas en común con nosotros, y los hay buenos y malvados. -Respondió la viera sin su habitual sonrisa. -Y este es de lo peor.

Astafire entonces se acercó a Ankar y tocó un poco su garganta con una mano iluminada. La elfa se dio cuenta de que el daño que tenía era prácticamente irreversible, pero...

-¿Crees que pueda intentarlo...? -Preguntó ella con dudas. Ankar negó con la cabeza.

-Los magos blancos dijeron que era imposible para ellos.

-Pero si consigo convertirme en una devota... -Astafire susurró mientras se alejaba, con un semblante pensativo. Empezó a hablar en un idioma extraño que ninguno de ellos conocía, a una velocidad muy rápida y muy baja.

-Tu compañera es muy interesante. -Dijo Ketriken con una sonrisa. Ankar asintió.

-Es posible que se sumerja en eso durante un rato.

-Me recuerda a Laily. -La sonrisa de Ketriken era tierna en ese momento. -¿Por qué no la fuiste a ver?

-Ya te dije, pasaron muchas cosas.

-Si pero... -La viera suspiró. -Parece que Crystalos se puso en nuestro camino de nuevo...

Ankar sonrió, pero todos miraron hacia arriba, donde en lo alto de las escaleras Farah traía un pequeño cofre. Tenía el tamaño justo para un pergamino, y estaba bien ornamentado, al estilo élfico.

-Debo decir... ¿Hay algún elfo viviendo aquí? -Preguntó Ylenia con curiosidad. -Llevo desde que entramos viendo decoración muy similar a la usada por los elfos.

-Mi padre era un elfo. -Contestó Ketriken. -Por eso tenemos decoración tan similar.

-¿Era...? -Preguntó ahora Dreighart, pero se quedó callado antes de decir. -Oh... lo lamento mucho.

Ketriken hizo un gesto con la mano para quitarle importancia, y su madre llegó hasta ellos. Le dio el cofre a Ankar.

-Aquí tienes el pergamino. Se que siempre has sido renuente a aprender este hechizo, pero Richard lo dejó especialmente para ti.

-No entiendo porqué... -Dijo Ankar mirándola.

-Ankar... Una espada es un arma. -Dijo entonces Ketriken, poniendo la mano en el pecho de Ankar. -Da igual lo bella o tosca que resulte ser su manufactura, su funcionamiento es el mismo: Dañar y matar. Pero eres tú quien decide si la usas para matar sin escrúpulos o tienes la determinación para usarla y proteger algo... -Sonriendo, su esposa tomó ahora la mano con la que sostenía la caja del pergamino. -Cada uno tiene su propia historia, y la tuya te ayudará a llevar ese peso.

Ankar sonrió, recordando que nunca pudo llevarle la contraria a su esposa cuando se quería asegurar de que algo se hiciera bien. Inspiró fuerte y tomó la caja.

-Perdone, lady Ketriken... -Dijo Ylenia acercándose, con el ceño fruncido. -No es por meterme en donde no me llaman, pero parece que no es una situación agradable para su marido...

-Es normal. -Contestó Ketriken mirándola. -La verdad es que...

-Yo le explicaré. -Cortó Ankar mirándolos. -Cada maestro entre los dragoneros suelen dominar uno o dos conjuros de nuestra especialidad, y plasma las mejoras y las formas de hacerse en pergaminos que se dejan para la posteridad, especialmente para sus aprendices. Mi primer maestro, el padre de Ketriken, dejó tres pergaminos.

-Vaya, su padre tuvo que ser un dragonero muy talentoso. -Alabó Dreighart sorprendido.

-Si... dos de los tres pergaminos ya los he aprendido. -Continuó Ankar, y levantó el cofre. -Solo falta este.

-¿Por qué no aprendiste el tercero cuando estabas con los otros dos?

-Porque este conjuro es conocido como Matadragones.

Los ojos de sus tres compañeros se abrieron de par en par, sorprendidos.

-Espera, creo que no te escuché bien... ¿Dijiste mata mamones, verdad? -Preguntó Dreighart con una sonrisa nerviosa.

-No, sabes perfectamente lo que dije.

-Pero... Pero eso no puede ser. Los dragoneros son los compañeros de los dragones, es imposible que un conjuro de esta orden sirva para matar dragones. -Las palabras atropelladas de Dreighart lo sorprendieron incluso a él.

-Es cierto, pero también somos los que más sabemos de la fisionomía y biología de los dragones. -Explicó Ankar asintiendo. -Sabemos luchar contra ellos mejor que nadie.

-Si, lo acepto, pero pasáis más tiempo con ellos que nadie también. -Continuó Dreighart.

-También somos los que protegemos a la gente de los que se vuelven locos.

-Pero... pero... -Dreighart no sabía porqué continuaba, pero sentía que debía protestar. -¡Pero tu familia son dragones!

-Lo se... -Dijo Ankar después de un segundo de silencio. -Por eso me negué a aprenderlo en su momento.

-¡Pero...! -Dreighart quiso continuar, pero Astafire le puso la mano en el hombro.

-Entiendo lo que quieres hacer, Dreight. -Dijo la elfa con una sonrisa. -Pero ten en cuenta que Ankar habrá estado pensando en eso mucho tiempo.

Ketriken sonrió ante esas palabras. Se había dado cuenta que tanto Ylenia como Dreighart se habían asustado al pensar que su marido aprendiera un hechizo para matar dragones debido a su familia, y querían evitar cualquier problema al albino, pero Astafire pensó exactamente como debería pensar una maga blanca, con calma y lógica. De alguna forma, supo que esos tres compañeros se preocupaban por su marido.

-Chicos, os entiendo. -Dijo Ankar, pero miró al cofre. -Pero lo que nos espera no es algo que podamos hacer sin mejorar nosotros mismos.

Todos sus compañeros tragaron saliva, y Ankar abrió el cofre. Pero se sorprendieron cuando se lo dio a Ketriken con las palabras.

-La voy a matar.

Y salió de la casa con paso directo.

-¡Ankar! ¡¿A dónde vas?! -Preguntó extrañada Ketriken, a lo que miró el contenido del cofre. -Oh, por los dioses...

-¿Qué pasa? -Dijo Astafire extrañada.

-Tenemos que ir detrás de él... -Respondió Ketriken dejando la caja en una mesita y salir corriendo a por su marido. -Antes de que mate a alguien.

-¿Qué quieres decir? -Preguntó ahora Ylenia mientras corrían detrás de ella.

Antes de contestar, pudieron ver a Ankar caminando en dirección a una casa no muy alejada de la casa Wolfeng, pero no se había puesto la capucha, por lo que sus cabellos mojados le daban un aspecto mucho más fiero. Ylenia trató de recordar cuando habían visto a Ankar tan enfadado, y solo recordó cuando pasó la situación con los esclavos en la capital de Barón, pero no se acercaba al nivel de furia que podía ver en los ojos de su amigo albino.

-Ankar, amor, tranquilo. ¿Si? -Dijo Ketriken, y la guerrera se dio cuenta de que estaba muy nerviosa. -Recuerda que estás en territorio burmeciano, si matas a alguien podrías meterte en problemas por mucho que trabajes para nuestro ejército.

-No cuando se trata de robo a propiedad privada. -Contestó Ankar, y los tres sintieron una fuerte furia en sus mentes.

-Contrólate, por favor. -Dijo de nuevo su mujer, pero el albino no se detuvo hasta que Ketriken se puso delante de él y le paró con la mano en el pecho. -Nok, mann! Jeg vet hvor sint du er, men du har et oppdrag å utføre!

-Din dumme fetter stjal farens rulle! Hvordan kan du være så rolig? Dette er det siste strået!

-¡Yo también estoy furiosa! -Gritó Ketriken en idioma común esta vez. -¡Pero te vas a poner a todo el ejército en contra! ¡Se lógico, amor!

Ankar se quedó callado mirando a su mujer con unos ojos llenos de furia. Ylenia sabía que esa furia no estaba dirigida a su esposa, pero no comprendió lo que se estaban diciendo entre ellos en esa lengua tan extraña. Dreighart se acercó un poco a ella y le susurró.

-La verdad, que huevos tiene Ketriken. Yo ni loco me pondría en medio de Ankar y su presa, sea la que sea, y menos con esos ojos.

-Para estar al lado de alguien como Ankar tienes que tener un temple igual al de él... -Dijo la guerrera tragando saliva, pensando lo mismo que el ladrón. Astafire se acercó a la pareja, un poco pálida.

-Ankar, por favor. ¿Qué sucede? Somos tus compañeros, por favor, dinos.

El albino cerró un momento sus ojos para calmar su mente, pues ahora mismo era una vorágine de furia. Había aprendido a calmarse durante todos esos años, pero ahora mismo había perdido el control. Inspiró fuerte y dejó salir el aire de sus pulmones.

-Ankar, por favor, calma. -La voz de Ketriken había bajado de intensidad, y el albino asintió un par de veces.

-Vamos, he de recuperar el pergamino. -La voz telepática de Ankar todavía estaba bastante afectada, pero Ketriken no se movió.

-Tus amigos merecen saber qué pasó.

-Si... -Inspiró fuerte, y se giró a sus compañeros. -Perdonad...

-Ankar, no te había visto tan furioso desde lo de Barón. -Dijo Dreighart, ahora más calmado. -¿Qué ha pasado?

-El tercer pergamino ha sido robado. -Contestó el dragonero. -Y se quién lo hizo.

-¿Quién?

-Mi prima. -Dijo Ketriken suspirando. -Es una persona... especial.

-Cuando alguien dice que alguien es especial es porque no quiere insultarla abiertamente. -Respondió Astafire levantando una ceja.

-Vamos. -Dijo Ankar poniéndose la capucha y comenzando a caminar.

Se acercaron a la entrada de la casa, una de dos pisos algo grande, y el dragonero tiró de la cadena del timbre. Al otro lado se escuchó unos pasos rápidos, y al abrir la puerta, se encontraron con una pequeña viera de ojos rojos y ropas blancas.

-¡Dyadya Ankar! -Dijo la niña y saltó sobre el albino, el cual la atrapó y la cargó.

-Albedo. ¿Qué haces aquí? ¿No tienes clase? -Preguntó extrañado el hombre.

-Si, pero mamá dijo que tenía que ir a una revisión médica, por lo que me quedé hoy aquí. -Dijo la niña sonriente.

-Eu, una enferma. -Dijo con broma el albino apartando a la niña en sus brazos. -Será mejor que la pongamos en la cama antes de que nos contagie.

La niña empezó a reír y a moverse diciendo “bájame, bájame”. Al hacerlo, empezaron a entrar en la casa.

-¿Está mamá en casa? -Preguntó Ketriken con una sonrisa calmada. La niña asintió.

-Voy por ella.

-No hace falta, cariño. -Dijo una voz desde el interior. -Ya estoy aquí.

Cuando miraron, vieron a una viera que tenía un fuerte parecido a la madre de Ketriken, solo que su cabello corto parecía más salvaje y llevaba una túnica roja con líneas blancas. Llevaba una espada y una daga en la cintura, pero parecía bastante más imponente que muchas otras vieras que habían visto.

-Pensé que estabas de misión, Ankar. -Dijo la viera dándole dos besos y tomando a la niña de sus brazos. -Kain me mandó un mensaje sobre eso.

-¿Te explicó lo que debía hacer? -Preguntó el albino, y la viera asintió. -Entonces, sabes a qué vengo.

-Si, pero no se porqué vienes a mi casa. -Dijo, y miró a los que venían con ellos. -Además de que vienes acompañado.

-Oh, perdona. -Se giró a sus compañeros. -Ella es Ondina Guinness, Gran General de Burmecia.

-¿Gran General...? ¿Te refieres al mismo título que lord Kain? -Preguntó Ylenia abriendo los ojos. Ankar asintió.

-Si, tienen el mismo título. Además, es la hermana de mi suegra.

-¿Cómo es que conoces a tanta gente importante, Ankar? -Preguntó la guerrera. Él se encogió de hombros.

-Cosas de la vida... -Se giró a la mujer viera. -Ondina, tenemos un problema.

-¿Qué sucede?

-Más bien Undine tiene un problema. -Dijo Ketriken con cara de cansancio.

-¿Qué hizo la casquivana de mi hija mayor ahora? -Preguntó frunciendo el ceño la mujer.

-Robó uno de los manuscritos de mi padre. -Le respondió la esposa de Ankar, a lo que la Gran General abrió los ojos.

-Imposible, ella nunca haría algo así.

-Tía, dejó hasta una nota diciendo que Ankar no era merecedor de ese pergamino... además de unos cuantos insultos más.

Dreighart e Ylenia abrieron los ojos, y más o menos empezaron a entender porqué Ankar se había puesto furioso.

-Esta hija mía... -Suspiró la mujer, y dejó a la pequeña en el suelo. -Voy a tener que darle un escarmiento.

-No te ofendas, Ondina, pero nunca has tenido la mano dura que tenía el maestro Richard. -Dijo Ankar de una manera directa, sorprendiendo a los tres que lo acompañaban. -Voy a tener que darle yo ese escarmiento.

Se quedaron en silencio unos momentos hasta que Albedo, la niña pequeña, se fue corriendo hacia las escaleras y subió por ellas. Dreighart se acercó a Ketriken.

-Perdona, Ketriken, pero... ¿Acaso tu prima y Ankar tienen historia?

-Mi prima es... una engreída. -Dijo entonces Ketriken. -Y nunca pudo soportar que otros fueran mejor que ella. Y Ankar la supera en todos los aspectos.

-¿Tan importante es ese pergamino? -Preguntó entonces Ylenia. -¿No podría, no se, tomar el pergamino de otra persona?

-En nuestro reino, la cultura dragonera es muy importante. -Explicó Ketriken. -Hasta los funcionarios estatales deben estar en el ejército como dragoneros, no hablemos de los zares y zarinas.

-Robar el pergamino de un maestro que no es el tuyo es una deshonra completa. -Continuó Ondina entonces. -Por eso me resulta tan extraño que mi hija, aun con lo tontita que es, haya hecho eso.

-Y ese es el motivo por el cual Undine sigue haciendo lo que quiere. -Dijo entonces Ankar con los ojos bien fruncidos. -Por lo que esta vez, se hará de manera oficial.

-¿Qué tienes pensado? -Preguntó levantando una ceja la Gran General.

-Voy a acusarla y detenerla por el delito de robo de propiedad privada, además de robo de pergaminos de maestros ajenos.

-Eso es bastante grave. -Dijo Ketriken entonces. -Podrían echarla del ejército.

-Ese no es mi problema, ya ha hecho suficiente. -Dijo Ankar de manera tajante. -Solo necesito que me des la orden, como Gran General, y saldré a buscar a tu hija.

Ylenia estaba bastante sorprendida, pero cuando iba a decir algo, Dreighart la paró con la mano y negó con la cabeza. El ladrón sabía, por algún motivo, que lo que estaba por pasar era algo interno del lugar, así que se acercó a Ankar y le tocó en el hombro.

-Oye, Ankar. Se que esto es algo personal, así que creo que nosotros no deberíamos estar presentes. Pero no me quiero quedar quieto. ¿Crees que pueda ir por provisiones?

-No, os voy a necesitar aquí, luego pensaremos en provisiones. -Dijo Ankar después de unos segundos en silencio. -Quizás la ladrona se ponga violenta.

-No hables así de mi hija, Ankar. -Pidió frunciendo el ceño Ondina. -Sigue siendo parte de la familia de Richard, y todavía no sabemos si tiene el pergamino.

-Mamá. -La voz de la pequeña Albedo venía de arriba de las escaleras, y al verla, la niña bajó con una caja de madera. -Creo que aquí estará lo que buscas.

-¿Qué es eso?

-Es de Undine. -Dijo la niña dándole la caja a su madre. -Un día, Azalie y Lilith estaban en casa, y las tres jugábamos a encontrar el tesoro, y encontramos el tesoro de mi hermana.

La mujer puso la caja en la mesa mientras los demás se acercaban. Cuando la abrió, se lamentó con un suspiro.

Dentro había varios retratos y pergaminos, pero uno de ellos tenía el sello de la familia Wolfeng. Cuando Ankar tomó el pergamino y lo desenrolló, frunció más el ceño, enseñándole a Ondina el interior de la hoja.

-¿Necesitas más motivos, Ondina? -La mujer tomó el pergamino y, después de una mirada rápida, cerró los ojos. -¿Cuántas veces más vas a encubrirla? Sabes que el maestro no lo haría.

-No uses la carta de Richard contra mi, hijo. -Dijo la Gran General molesta mientras Ankar tomaba de nuevo el pergamino. -Sabes que es muy injusto.

-Entonces haz lo que deberías haber hecho, tía. -Dijo Ketriken.

-¿Tu también, Ketriken? Es tu prima.

-Si, y como una hermana, pero tiene trapos muy sucios, y lo sabes bien. -Dijo Ketriken frunciendo el ceño. -Quizás una temporada en las mazmorras le haga recapacitar.

Ondina inspiró fuerte, y se giró a los compañeros de Ankar.

-¿Sois parte del grupo del capitán Einor? -Preguntó la mujer, y los tres vieron que el aire a su alrededor cambiaba a uno más estoico.

-Si, Gran General. -Dijo Astafire poniéndose delante de los otros dos. -Seguiremos a Ankar en lo que nos pida.

-Entonces, capitán Einor, te ordeno que vayas al coliseo y capturen a la sargento Undine Guinness con el cargo de robo de herencia dragoviana.

Ankar asintió y se giró hacia la puerta, y sus compañeros se dieron cuenta de que su amigo albino tenía un aire similar a cuando iban a entrar a un Templo o cuando se ponía a dar órdenes. Comenzaron a caminar a su lado, con Ketriken a su lado.

-Ketriken. ¿Cómo es tu prima? -Preguntó entonces Ylenia, a lo que la viera sacó de su bolsa un retrato de ella con otra chica viera.

-Es ella. -Dijo, y los tres la miraron. -Tened cuidado, aunque sea medio tonta, sigue siendo sargento del ejército.

Los tres asintieron, sin esperarse que tendrían que luchar en esta visita, pero no querían dejar solo a sus amigos.

El camino fue algo hacia el lugar conocido como el Coliseo. Ankar les explicó que ese lugar se usaba para torneos y fiestas militares, además de que se usaba también para prácticas y luchas de duelos oficiales. Mientras de acercaban podían ver una estructura grande y circular, también de piedra oscura, pero con muchos soldados que parecían tener armaduras con motivos dracónidos.

El interior, sin embargo, era bastante agradable, con multitud de pasillos y chimeneas.

-Bien, nos vamos a separar. Ylenia, Dreighart, id por el lado izquierdo. Ketriken, Astafire, por la derecha. Yo iré por el centro a la zona de la arena.

Todos asintieron y se separaron. Ankar se dirigió hacia una de las zonas donde los militares estaban esperando su turno para entrar, y se dirigió a una viera que estaba de guardia.

-Capitán Einor. -Dijo la chica haciendo un saludo militar. -No lo esperaba...

-¿Dónde está la sargento Guinness? -Dijo directamente. Ankar estaba bastante enfadado.

-Oh... creo... creo que está en la arena, señor. -Contestó la guardia algo extrañada. -Estaba entrenando con unos cuantos miembros de su pelotón.

-Entendido. -Ankar apartó un poco a la chica y pasó por los pasillos.

El interior de los pasillos eran algo lúgubres, pero solamente por el color de las antorchas que se movían debido al viento que hacía fuera, pero cuanto más se acercaba a la parte de la arena, más orbes de luz mágica se veían. Aunque en el reino de Burmecia usaban mucho los árboles de luz para iluminar las calles, habían zonas que no podían albergar esas plantas y usaban otros medios para iluminar. El Coliseo era uno de ellos.

Pasó el arco de la arena para encontrarse a varios dragontinos luchando en ella, en diferentes zonas. El lugar estaba iluminado por varios focos creados con conos de metal y orbes mágicos en su interior, y se mantenía encendido durante las horas del día para su utilización trayendo luz desde las mútiples torres de vigía que se encontraban en el lugar. Sin embargo, Ankar no se quedó quieto mirando hacia los focos, como otros podrían hacerlo, sino que se dirigió hacia los que estaban entrenando, pues había visto a su objetivo.

-Sargento Undine Guinness. -Dijo en la mente de todos. No necesitaba gritar telepáticamente, de esta forma lo escuchaban igual de bien, pero con esa calma sabía que enviaba lo que quería.

Todos se detuvieron de sus combates, y se separaron de una viera que se estaba secando el sudor. Tenía puesta una armadura de color turquesa que resaltaba con sus cabellos ligeramente dorados y su lanza también con visos de oro, mientras que en el rostro casi no tenía líneas surgiendo de su joya. Lo miró con superioridad.

-Vaya, pero si es el patito feo. ¿Qué te trae aquí, Ankar? -Dijo la viera con una voz llena de confianza. Ankar siguió caminando.

-Por orden de la Gran General Ondina Guinnees, quedas detenida por el robo de herencia dragoviana. -La voz telepática del albino hizo que todos se sorprendieran y miraran a Undine, la cual soltó una risotada.

-Por favor. ¿De qué hablas? Eso es la tontería más grande...

-Entraste en la casa de los Wolfeng y robaste un pergamino de un maestro que no era el tuyo. -Cortó Ankar sin dejar de caminar hacia ella. Todos empezaron a apartarse de su camino. -Y encima, como tu inteligencia no te da para más, dejaste una nota de tu puño y letra insultando a la familia. La Gran General no piensa hacer más la vista gorda por ti. Te vienes conmigo a una celda.

Undine se quedó unos instantes en silencio, boquiabierta, pero después soltó otra carcajada.

-Casi haces que me lo crea. -Miró a los que estaban a su alrededor. -¿Podéis creer lo que dice este idiota? Yo, la mejor dragonera de todo el reino, robando un... -Pero se quedó callada cuando vio que Ankar sacaba el pergamino de su bolsa. -Tu...

-Ya basta, sargento. Esta es la gota que colmó el vaso, no solo para la Gran General, también para mí. Vienes por las buenas, o vienes por las malas.

-¡¿Por las malas?! -Gritó furiosa Undine, moviendo su lanza hacia él. -¡Ese pergamino debía haber sido mío! ¡Igual que los otros dos, igual que todo! ¡Tú me los arrebataste, yo solo lo recuperé!

-¡Basta! -Gritó Ankar, y varios se tocaron la sien de la cabeza. -He escuchado suficiente. He intentado llevarme bien contigo, los dioses lo saben, pero tu soberbia es tal que hace imposible hacerlo, y tu racismo molesta hasta tu propia familia. He tratado de hacer la vista gorda por respeto a tu madre, pero eso ya se acabó. O vienes conmigo por tu propia voluntad, o te llevo a la celda con los huesos rotos.

-¡Atrévete, mugroso sureño! -Gritó la chica clavando la lanza en el suelo. -¡Invoco el derecho del juicio por combate!

Todos empezaron a susurrar entre ellos, ya que los juicios por combate eran algo sagrado. Si había un miembro de la orden del Dios de la Tierra presente, podría hacer válido ese juicio.

Y como esperaban, un hombre con una armadura más ornamentada de un color más claro se acercó a ellos.

-Mi nombre es Denis Veselov, Templario del Coliseo y Juez del Señor del Juicio, Éxodus. Quisiera información para saber sobre este juicio por combate.

-La sargento Guinness tiene una orden de aprehensión por el crimen de robo de herencia dragoviana. -Explicó Ankar cada vez más furioso. -Entró en la casa Wolfeng sin permiso y robó el tercer pergamino de mi maestro, Richard Wolfeng.

-¡Eso es falso! -Gritó Undine. -¡No necesito permiso para entrar en la casa de mis tíos! ¡Además, ese pergamino no te pertenecía! ¡Jamás fue tuyo, al igual que las enseñanzas de mi tío! ¡Ese pergamino, al igual que los otros dos, me pertenecen! ¡Exijo que se me entreguen los tres pergaminos además de que se anule la acusación de robo!

-Debido a que una de las partes invocó el derecho de Juicio por Combate, yo, Denis Veselov, actuaré como árbitro. ¿Quién va a luchar?

-Yo, por supuesto. -Dijo Undine, y Ankar levantó su mano.

-Yo.

-Perfecto. -Dijo Undine con una sonrisa de desprecio. -Siempre he querido hacerte una cicatriz en tu cuello remendado como trapo.

Ankar abrió mucho los ojos, y una sed de sangre surgió de él hacia la viera. Todos se pusieron en guardia, pero el juez levantó la mano.

-Dado que las dos partes no llegan a un acuerdo, los dioses decidirán quién tiene razón. ¡Comiencen el combate y que los dioses sonrían al justo!

La armadura de Ankar apareció en un destello de luz azul, sacando su espada serpiente, mientras que Undine tomó con ambas manos su lanza y saltó hacia él con un grito fiero. Sin embargo, un movimiento de Ankar con su espada serpiente hizo que saltara hacia atrás por el rápido movimiento similar al de un rayo que lanzó el albino. Sin embargo, él no se detuvo, y saltó hacia ella para lanzar varios cortes con su espada, los cuales fueron esquivados y detenidos con la lanza. Ella lanzó un golpe con el asta de la lanza en el brazo de él, pero la armadura de Ankar bloqueó el golpe, con un gesto de molestia de la mujer. Los golpes fueron sucediéndose, pero la presión que Undine estaba recibiendo del albino la estaba haciendo retroceder.

Mientras tanto, Ylenia y Dreighart habían llegado hasta la arena con las armas sacadas, pero algunos dragoneros los detuvieron.

-¡No pueden acercarse, están luchando!

-¡Lo sabemos! -Gritó Dreighart furioso. -¡Somos los compañeros del hombre que está peleando!

-¡No se puede interferir! -Dijo el dragonero que detenía al ladrón.  -¡Están en un juicio por combate, es algo sagrado!

-¡No me jodas, no estamos para detenernos ahora! -Gritó Dreighart, pero Ylenia le puso la mano en el hombro.

-Espera, si es un juicio por combate, vamos a tener problemas si nos metemos.

-¡La Gran General nos pidió que ayudáramos a Ankar!

-Si, pero estamos en su terreno, mira bien.

Dreighart miró a su alrededor, y en la arena podía ver a varios dragontinos con una posición bastante solemne, aunque estaban indecisos en sus rostros. Miró hacia arriba, donde estaban las torres, y en una de ellas pudo ver a Ketriken y Astafire asomadas, mirando el combate preocupadas. Chasqueó la lengua, molesto.

-¿Y no podemos hacer nada? -Preguntó el de cabello azul.

-Solo los dioses pueden intervenir en un juicio por combate. -Explicó el dragonero mientras se giraba. -O el juez, pero nosotros estamos fuera de la ecuación.

Mientras tanto, los ataques de Ankar estaban siendo cada vez más feroces, y Undine saltaba hacia los lados para evitar los golpes de largo alcance del látigo afilado del albino. En uno de esos saltos, lanzó un haz de luz dorada desde sus ojos que golpeó en la cabeza a Ankar, pero lo único que consiguió fue partir el yelmo de Ankar por la mitad, mostrando el rostro del albino con unos ojos esmeralda brillantes, un reguero de sangre en la frente y una máscara de furia por rostro.

Ankar aprovechó el momento de descuido de Undine al verle continuar para golpearle con el puño en el estómago y lanzarle un corte con la espada, pero ella saltó hacia atrás. El albino inspiró fuerte y gritó.

-Kom stormvind!

De la boca de Ankar surgió una fuerte onda de energía envuelta en viento y rayos que golpeó a Undine y la lanzó hacia atrás. La chica se sujetó en una de las columnas que había cerca y se lanzó hacia Ankar con un fuerte impulso con la lanza hacia el frente, cortándole por un costado, pero el albino lo esquivó para que no le hiciera mucho daño y sujetó con la mano libre el asta de la lanza dorada de Undine. Esto la sorprendió, pero abrió más los ojos cuando escuchó las palabras del dragonero.

-Vises, drage klør!

Dos enormes garras invisibles surgieron de la espalda de Ankar, solo vistas por las gotas de la lluvia que caían. Cuando el dragonero soltó la lanza, golpeó con un zarpazo en el pecho a la viera y la lanzó lejos. Undine lo miró con una ira increíble en los ojos, y comenzó a dar vueltas a su lanza.

-¡Ya es suficiente! ¡Te mostraré porqué yo soy superior a ti y a cualquier otro estúpido sureño! Ødelegg, drapsmorder!

La lanza de Undine comenzó a desprender un aura roja, formando un disco casi perfecto por el movimiento, y pegó un fuerte salto hacia el cielo lluvioso. Ankar miró hacia el cielo, y su piel se cubrió de escamas azules, dándole un aspecto todavía más fiero. Hizo un movimiento rápido con la espada, y esta se separó y comenzó a dar vueltas alrededor de él.

-¡Tu estúpida espada no te salvará esta vez! -Gritó Undine y detuvo el movimiento de su lanza, la cual estaba convertida en una esquirla roja de energía. -¡Desaparece de una maldita vez, ladrón de familia!

Undine lanzó su lanza convertida en una estrella de sangre, y Ankar lanzó sus garras invisibles hacia ella. La punta de lanza chocó contra la barrera creada por la espada del albino, mientras que la energía invisible sujetó también el arma. Sin embargo, desde el cielo, Undine lanzó una fuerte energía roja que golpeó la lanza y rompió la espada de Ankar, dirigiéndose al albino. El arma perforó el costado del dragonero antes de clavarse en el suelo.

Undine cayó del cielo a unos metros de Ankar, con una sonrisa de suficiencia. Los pedazos de la espada del dragontino estaban esparcidos por el suelo.

-La victoria es... -Empezó a decir la viera con satisfacción, pero se quedaron callados cuando de repente un rayo cayó entre ambos.

Todos se cubrieron ante esa fuerza de la naturaleza, y cuando volvieron a poder ver, había una lanza de un color perlado, con amplias hojas en la punta. La gente se quedó sorprendida, pues era una situación que nadie podía intervenir, pero Ankar saltó hacia la lanza, dejando un rastro de sangre en el camino, la tomó y la sacó del suelo, y alrededor de él se extendió un aura también perlada, y se impulsó con un fuerte salto hacia Undine, la cual seguía sorprendida.

-Jeg er en drage!

El movimiento del arma del albino dejó una estela de luces plateadas, y cada golpe que dio a Undine conectó en el cuerpo de la viera, haciendo que cada corte en el cuerpo de ella desprendiera sangre que se volvía plateada y desaparecía en el aire. Después de diez cortes, golpeó en la cara con la parte plana de la lanza a Undine y esta cayó al suelo, sin moverse.

-¡Basta! -Gritó el juez levantando su mano. -¡Los dioses han hablado, y de una manera contundente! ¡La derrotada será llevada ante la justicia!

-¡No! -Gritó Undine en el suelo. -¡Yo no soy derrotada por un idiota como él! ¡Recibió de cabeza mi Matadragones, debería estar muerto!

-Si eso es todo lo que puede hacer el Matadragones... -Dijo Ankar clavando el asta de la extraña lanza en el suelo. -Entonces no has aprendido nada de la magia antigua de los dragones.

-Maldito sureño...

-Llévensela. -Dijo Ankar mirando a unos soldados que estaban en la arena. -Ya conocen el cargo del que se le acusa, y los dioses han sido claros. Luego hablaré con la Gran General.

-Sí, capitán Einor. -Dijo uno de ellos y arrastró al otro para llevarse a Undine, mientras Ankar veía como sus compañeros llegaban entre la multitud.

-¡Estás herido! -Gritó Dreighart preocupado. -Tenemos que encontrar a alguien para curarte, rápido.

-Tranquio, Ketriken y Astafire vienen por allá. -Dijo el albino señalando la entrada de la torre donde estaban ellas viendo el combate. -Además, estoy bastante bien.

-¿Cómo es posible? -Preguntó Ylenia extrañada, y vio la herida que el matadragones le produjo a Ankar. Estaba cerrada y no sangraba, aunque parte de la armadura había desaparecido ahí donde le atravesaron.

-El hechizo que usé permite robarle la vitalidad a mi enemigo. -Explicó Ankar levantando su brazo. -Pero todavía estoy algo cansado.

-Déjame ver. -Dijo entonces Astafire, la cual había venido corriendo junto a la esposa de Ankar. Los dedos de la curandera se iluminaron, pero poco después asintió. -Lo mejor sería que fuéramos a tu casa, ahí podré terminar de curarte.

-¿De dónde salió esa lanza? -Preguntó Ketriken algo pálida, y todos miraron el arma.

Era un arma larga, de colores perlados, con una hoja grande de plata y perla, con un símbolo en medio del asta. La viera tocó por un momento el símbolo grabado en ella, y dijo.

-Este es el símbolo de Bahamut, dios y rey de los dragones...

-No querrás decir que un dios mandó este arma a Ankar. ¿Verdad? -Dijo extrañado Dreighart. -Sería algo...

Pero todos se quedaron callados cuando el arma empezó a desaparecer de la mano del albino, y al deshacerse completamente, un polvo de diamantes quedó en el lugar. Fue como si nunca hubiera estado presente en el lugar.

-Se parecía a mi lanza... -Susurró Ketriken viendo eso, pero negó con la cabeza. -Vamos a casa, necesitas descansar.

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El día despuntaba en el pueblo de Rocafuerte, pero no parecía estar en una situación muy animada que se dijera. Cuando los cuatro llegaron al salón, sintieron que el lugar estaba en un ambiente bastante pesado. Cuando se acercó Camille hacia ellos, Emberlei la miró con curiosidad.

-Hasta yo siento que el ambiente parece enrarecido. ¿Ha ocurrido algo?

-Oh, bueno... -Dijo la mujer, pero suspiró. -Ha habido un asesinato en el pueblo.

-¿Cómo? -La sorpresa se pintó en el rostro de los cuatro mientras Camille les ponía en la mesa platos con judías, tocino, huevos y pan.

-Si, es algo bastante extraño. Los habían visto en algunos antros tomando y esta mañana temprano encontraron sus cuerpos en el campo.

-Espere. ¿Está diciendo que hubo más de un muerto? -Preguntó Kahad levantando una ceja extrañado. Camille asintió.

-Así es. Dos hombres y una mujer. Según lo que me dijeron, lo más seguro es que haya sido por celos.

-¿En serio? ¿Por qué? -Preguntó ahora Onizuka frunciendo un poco el ceño.

-Al parecer, uno de ellos tenía el cuchillo del otro en las tripas, mientras que el primero tenía una herida en el pecho. La mujer le fue atravesada la cabeza con el cuchillo del primero.

-Vaya, que duro... -Hassle se rascó la cabeza. -Los celos pueden ser una fuente poderosa de rencor.

-Otra razón más para ser lógico y racional. -Dijo entonces Emberlei empezando a comer. -El amor no es más que un montón sentimientos contradictorios que nos hacen perder el objetivo real.

-Yo no estaría tan seguro. -Repuso Onizuka también comiendo. -Aunque digas que las historias que cuentan los bardos son una chorrada, conozco gente increíble que hace cosas impresionantes por su familia o amigos.

-¿En serio? ¿Y por qué? -Preguntó curiosa la maga negra. Onizuka la miró.

-En mi caso, yo tengo un muy buen amigo que vosotros también tenéis. Estoy en esta misión porque es Ankar el que viene, y no voy a dejar a mi mejor amigo irse a una locura de misión por si solo si puedo acompañarlo y salvarle el culo cuando no pueda hacerlo solo.

-Pero... ¿Por qué haces eso? -Preguntó Emberlei mientras todos comían. Camille había regresado a la barra. -Es decir... Ankar no es de tu familia. Entendería que lo hicieras por un hermano pero no compartís sangre.

-Para mí, Ankar es como un hermano. -Explicó Onizuka mientras bebía un trago de zumo. -Hemos pasado por mucho juntos, hemos masticado el mismo polvo y hemos sangrado juntos, y estamos tan unidos como dos hermanos pueden estar. He conocido a su familia y me acogieron aun estando así de tarugo de mi mente, y considero a los miembros de su familia como si fueran los míos. Además, si te fijas, Ankar no es un dragón y aun así, su madre lo adoptó como su hijo.

-Entonces... ¿La proximidad con otras personas hace que sientas que son como miembros de tu familia, aun sin compartir lazo de sangre? -Preguntó la maga con curiosidad. Onizuka asintió.

-Ten en cuenta que no siempre la familia es normal. -Dijo él. -Por ejemplo, los padres que adoptan hijos. Estos aman a sus hijos como si fueran sus hijos de sangre, y estos hijos quieren a los padres adoptivos sin tener lazos de sangre. Hay gente que no tiene hermanos y que forman un vínculo tan fuerte con sus amigos que sienten que son familia. No es raro.

Emberlei se quedó pensativa. Era cierto que su maestro y ella no tenían lazos de sangre, pero lo quiso como si hubiera sido su abuelo de sangre, y Parnir y Calnalda, los de la troupe de juglares, le hicieron sentir como si realmente fueran un miembro más de su familia. Suspiró, pensando que seguía sin comprender bien las relaciones humanoides que tan fáciles de entender eran para otros.

-¿Qué váis a hacer hoy? -Preguntó Kahad con curiosidad. Había terminado de comer ya.

-Yo iré a ver un par de tabernas en el distrito comercial. -Contó Onizuka con una sonrisa. -Tengo ganas de probar las bebidas de Kolinghen.

-¿No habías ido ayer? -Preguntó Hassle extrañado. Onizuka sonrió.

-¿Piensas que en un solo día se pueden probar todas las bebidas de una zona?

-Buen punto. -Rio el viera. -Me encantaría ir contigo, la verdad, pero tengo asuntos importantes que atender por este pueblo, pero si termino pronto podría unirme a ti.

-Sería genial.

-¿Y tú? -Preguntó Emberlei a Kahad.

-Voy a teñirme, ayer pude comprar lo necesario.

-Si quieres, te ayudo antes de ir a donde quiero ir. -Se ofreció la maga negra. El ninja asintió.

-Bien, entonces nos reunimos aquí para comer, si os parece. -Comentó Onizuka mientras se levantaba.

Se separaron, y Kahad y Emberlei subieron a la habitación. Trajeron un balde de agua caliente y otro de fría, y la chica empezó a hacer la mezcla.

-¿Por qué te tiñes el cabello? -Preguntó Emberlei mientras Kahad se había quitado la camisa y la capa. Su rostro miraba inexpresivo hacia ella.

-No hay mucha gente en Eblan con el cabello rubio claro. -Explicó él con calma. -Además, mis padres tienen el cabello negro, o al menos, lo tenían cuando eran más jóvenes.

-¿Tus padres tienen el cabello negro pero tu tienes el cabello casi plateado? -Preguntó extrañada ella. Kahad soltó una pequeña sonrisa.

-Se lo que está pensando, pero no, mi madre no le fue infiel a mi padre ni fue violada.

-No pensé nada de eso. -Dijo extrañada Emberlei, pero él se encogió de hombros.

-Tranquila, no me ofendo. Lo que pasa es que mis padres no son biológicamente mis padres. Ellos dos me adoptaron cuando era un niño perqueño.

-Oh, ya... -Dijo ella mordiéndose el labio.

-¿Cómo es que sabe preparar los tintes? -Preguntó ahora Kahad. La chica se encogió de hombros.

-De hecho, se prepararlos y crearlos, es un tipo de artesanía corporal. -Dijo ella mientras se ponía unos guantes de cuero fino. -Mi abuelo me enseñó a hacer varias cosas para el cuidado corporal, me dijo que me ayudaría a sacar algún dinero mientras viajaba.

-¿Entonces es usted artesana corporal? -Preguntó Kahad mientras la chica se acercaba con la mezcla y empezó a extenderla sobre la cabeza de él.

-Podría decirse que si... -Contestó ella frunciendo un poco el ceño. -Puedo hacer tintes y tatuajes, y perforaciones en diferentes partes del cuerpo, maquillajes... Algunas veces es bastante desagradable, la verdad.

-Lo puedo imaginar. ¿Y por qué no ir por el lado del sacerdocio de Doom? Muchas magas negras van por ahí.

-No creo en los dioses. -Explicó ella. -Además de que no me gusta nada tener que estar pensando en cosas tan feas como los frascos de formol y demás nimiedades. -Se quedó un momento en silencio antes de seguir. -Entonces... ¿No eres de Eblan, Kahad?

El ninja se quedó en silencio un momento, pensando en su pasado olvidado. Luego suspiró.

-Me encontraron en las ruinas de la antigua Eblan después de los bombardeos de la Guerra de las Sombras. De esa fecha hacia atrás, no recuerdo nada.

-¿Tienes amnesia?

-Eso creo, porque no tengo ningún recuerdo anterior a ese día. -El ninja vio por el espejo que la chica asentía, y él tomó la palabra. -Tú eres de Rocafuerte. ¿Verdad? ¿Por qué querías venir aquí?

-Yo... -Empezó a decir, pero la chica se quedó un momento en silencio. No le sorprendió que Kahad hubiera deducido que este era su pueblo natal, pero contestar esa pregunta no le parecía bien. Sin embargo, inspiró fuerte antes de hablar. -Yo no vengo mucho por este continente desde hace muchos años, y quisiera visitar a alguien.

-Ya veo... es bastante... normal. -Dijo Kahad, pero Emberlei frunció el ceño antes de hablar.

-Lo haces sentir como si no fuera normal lo que hago cada día.

-Me esperaba algo más... ¿Cómo decirlo? -Dijo con una sonrisa el rubio teñido ante la mirada de la chica. -Más relacionado con su misión personal, con el entrenamiento con la magia, con... bueno, no se. Es una sorpresa que haya algo tan común como querer visitar a un conocido dentro de sus planes. Me alivia en cierta medida.

-Oh... ¿Gracias? -Dijo ella con una sonrisa.

Se quedaron un momento en silencio antes de que Kahad volviera a hablar.

-Su majestad me habló de su misión personal, de que busca a su padre.

-Por algún motivo, no me esperaba menos de la reina... -Dijo ella después de un segundo de silencio. -Imagino que te es más fácil para ti si sabes todos los pormenores de tu misión. ¿No es así?

-En cierta forma, si. Espero que no le moleste. -Kahad vio que Emberlei estaba terminando de aplicarle el tinte en la cabeza y se estaba quitando los guantes. -¿Qué hay de su madre?

La invocadora se quedó en silencio unos segundos antes de suspirar.

-Voy a ir a verla ahora.

-Si me espera media hora, podría acompañarla. -Dijo Kahad viendo que su protegida estaba algo intranquila, pero Ember negó con la cabeza.

-No, tranquilo, no vamos a tener una pelea o algo parecido, si te preocupa eso. -Dijo mientras dejaba los guantes en el balde de agua. -Además, voy a ir al salón de los muertos, así que no va a haber ningún tipo de peligro.

Kahad se quedó un momento en silencio y suspiró.

-De acuerdo, pero cuando termine de lavarme el cabello iré por usted. -Le dijo Kahad mientras ella tomaba sus cosas. La chica asintió. -Tan solo dígame donde estará.

-Estaré detrás de la capilla de Doom, solo pregunta donde está ese sitio. -Dijo antes de salir.

La muchacha caminó por las calles del pueblo y se dirigió a donde estaba el lugar de descanso de los moradores del pueblo. Según la creencia de toda Gaia, los muertos deben ser preservados en criptas, las cuales son conocidas como Salones de los Muertos, para que la familia directa pueda ir a presentar sus respetos. Para personas como los humanos, esto puede tener una duración de al menos cuatro generaciones, y una vez pasado el tiempo en el que la gente no conoce a la persona, suelen sacar el cuerpo e incinerarlo de una manera especial para hacer espacio. Hay, sin embargo, salones de los muertos tan grandes a veces que pueden encontrarse cuerpos momificados de hace miles de años, algunas veces por la esperanza de vida de los familiares, a veces porque se han olvidado de ese lugar... y ese último es el más peligroso, puesto que a veces se llena de monstruos de tipo espectral.

Algunos aventureros ayudaban a los miembros del clero de Doom, la diosa de la muerte, a cuidar de dichos lugares, porque además mucha gente iba a esos lugares, sobretodo en época de la fiesta de muertos. Sin embargo, Emberlei normalmente evitaba esos lugares, no le gustaba la energía que se respiraba en esos lugares.

No muy lejos del Salón de los Muertos había dos edificios, un telar y una pequeña capilla. Suspiró al ver el telar, y se dirigió a la capilla. Allí, habló con una de las mujeres que trabajaban, y compró las mismas flores que siempre le enviaba, pero esta vez las llevó en mano. Detrás de la capilla había un montículo, y en él una puerta hermosamente adornada por la cual entró después de despedirse de la florista.

Aunque es conocida como una cripta, cada salón de los muertos está muy bien cuidado. Dependiendo de la zona de Gaia suelen ser diferentes, y el de Rocafuerte estaba excavado bajo tierra. Se usó estatuas de mármol de las diosas de la magia para adornar el lugar, y siempre estaba bien limpio, iluminado y presentable...

-Si tan solo hicieran algo con ese olor... -Susurró Ember resoplando un poco por la nariz.

Y es que cuanto más bajaba uno en el salón, más fuerte era el olor de los químicos que protegían los cuerpos y el moho de la humedad. Además, estar bajo tierra la hacía sentir muy incómoda. Inspiró fuerte y se dirigió a la mesa donde había un hombre vestido de mago negro.

-Hola, buenas tardes. -Dijo ella con educación. El mago negro, un enano con larga barba castaña, se quitó los anteojos y le sonrió.

-Bienvenida, jovencita. -Le respondió el enano, y la miró fijamente. Asintió con una sonrisa. -Vaya, no te había visto en muchos años, Ember Colina. ¿Cómo estás?

-¿Señor Ragdir? -Preguntó Emberlei algo nerviosa. -No pensé que estuviera aquí todavía.

-Ay, querida, cuando uno tiene un trabajo que le gusta, nunca trabaja. -Riendo, el enano se levantó. Era un poco más bajo que Ember, y era algo más mayor que ella. -¿Cómo has estado? ¿Vienes a ver a Margaery?

-Si, por favor. -Dijo ella algo incómoda. -¿Han llegado... las flores?

-Oh, si, cada año. -Dijo él mientras tomaba un manojo de llaves. -Bien bonitas, me extrañó que este año no trajeran nada, pero veo que las traes tu.

Ember asintió y siguió al enano mientras abría la puerta principal, y comenzaron a caminar bajando las escaleras. El olor a cerrado y formol era bastante fuerte incluso en los primeros niveles, pero no era tan incómodo como recordaba. Sin embargo no tenía que ir muy lejos para encontrarse con su madre.

El lugar estaba iluminado por orbes mágicos que despedían una luz blanca algo fantasmagórica que no ayudaba a la visión de unos largos pasillos cavernosos con cientos de nichos en ellos. Entrar a un salón de los muertos con una antorcha era algo extremadamente raro, ya que podrían afectar a los cuerpos embalsamados ahí.

-¿Cómo ha ido tu viaje? -Preguntó el enano, a lo que Ember se encogió de hombros.

-Bastante movido, la verdad. Pasé la mayor parte de mi tiempo viajando y no me he establecido en ningún lugar.

-No deberías pensar en que un hogar es una prisión, querida. -Dijo él girando por un pasillo. Los nichos con los cuerpos de los que descansaban ahí estaban perfectamente limpios dentro de la roca.

-Lo se, señor, lo se...

No le guardaba rencor a Ragdir Aberdil, el guardián de los muertos. Era una persona mayor que ella, algo que siempre ha respetado, y nunca la molestó con su origen. Fue él quien le había dado cobijo al abuelo Oakheart cuando llegó al pueblo, y fue él quien se encargó de su madre, por lo que no lo podría tratar con desprecio nunca.

-¿Cómo está Oakheart? -Preguntó el enano abriendo otra puerta para pasar a otro pasillo lleno de nichos. Ember suspiró.

-Murió en Elfheim. -Explicó ella. -Ya estaba bastante mayor, si lo recuerda.

-Si, tienes razón. ¿Dónde descansa?

-En el salón de los muertos de Foret de Vieille Ville. -Explicó la chica. -Es un lugar muy hermoso, aunque es muy diferente a como lo hacen aquí.

-¿En serio? ¿Cómo es?

-Para empezar, no entierran a sus muertos en nichos o salones como este. -Explicó con una sonrisa triste la invocadora. -Los meten en un ataúd y los entierran bajo tierra junto a una semilla de árbol, y se puede visitar el árbol como si fuera el difunto. Les llaman “Bosque de los Muertos” en vez de “Salón de los Muertos”, pero es esencialmente lo mismo.

-Oh, entiendo entonces porqué hay tanto bosque en sus asentamientos. -Dijo entonces el enano asintiendo con la cabeza, y se paró en frente de un nicho. -Hemos llegado.

Emberlei inspiró fuerte y asintió, y el enano se alejó de ella dándole intimidad. La chica se acercó a un lado, donde había una pequeña mesa y un par de sillas, y tomó una de ellas para acercarla al nicho donde había un cuerpo momificado. Olía a formol y a flores.

Abajo había una placa que rezaba “Margaery Colina”.

-Hola, madre. -Dijo ella cuando se sentó, y puso las flores en las manos de ella, cruzadas en el pecho. -¿Cómo... cómo estás? -“Esto es ridículo” pensó Emberlei, pero continuó hablando. -Han pasado muchos años. ¿Verdad? Seguro debes estar furiosa conmigo, pero bueno, eso no sería una novedad. -Dijo riendo la invocadora. -He viajado por muchos lugares. ¿Sabes? Después de estar aquí, fuimos al sur, hacia Doma, y ahí tomamos un barco para llegar a Elfheim. Ahí aprendí bien a invocar, a usar magia y a bailar, y también me enseñaron a tatuar y preparar tinturas. Allí me uní a una troupe de juglares. Todavía recuerdo cuando tú me contabas las historias que te habían contado los trovadores, y cuando las contaba con ellos, Parnir, el jefe, me decía que eran típicas entre ellos, y reían. Fue una época muy divertida, la verdad. -Sacó una botella de agua de su zurrón y tomó un trago. -Durante los viajes, aprendí muchísimas cosas, pero luego estalló la guerra y nos separamos. Desde entonces, he estado buscando pistas sobre mi padre... ¡Y al final conseguí algo!

Inspiró fuerte antes de seguir.

-Ahora viajo con un grupo bastante variopinto. Ninguno de ellos es aburrido, la verdad, pero todavía me cuesta congeniar con ellos, no termino de comprenderlos del todo. De momento, el líder, Ankar, tiene una forma de hacer las cosas que hace fácil el seguirle. Y tengo una especie de guardia personal llamado Kahad, pero es demasiado estoico, sinceramente. El samurái, Onizuka, dice cosas que no comprendo la mayoría del tiempo, y luego dice cosas tan lógicas que parecen dos personas diferentes, e Ylenia, la guerrera, aunque es muy buena en su trabajo, que es el de luchar y proteger, también es algo difícil de entender por mi parte porque es bastante cerrada. Dreighart no es mala persona, pero es un fisgón, y Lylth es... bueno, es totalmente opuesta a mí. Con quien mejor me llevo es con Hassle, que es el mago rojo.

>Si, se que me estoy portando como una niña pequeña y ya tengo una edad pero... No siempre consigo gente que puede entenderme, enseñarme, reprenderme, animarme... Echaba de menos eso, la verdad.

>Ojalá pudieras ver el mundo tal y como es ahora... Han recreado nuestra casa y ahora es un telar del pueblo, cerca de aquí. Que bueno que la guerra no llegara a este pueblo, en serio. Yo voy a seguir mi camino. ¿Te dije que encontré una pista sobre papá? Espero que al final de este sendero de baldosas amarillas me lleve al gran mago.

La chica terminó el agua, se le había quedado seca la garganta, pero estaba bastante contenta.

-Es curioso... Nunca pensé que hablar con un cuerpo muerto podría hacerme tanto bien... Pero al final, tengo que agradecerle al abuelo Oakheart. Tomé su apellido. ¿Sabes? Al fin y al cabo, ni tú ni yo estábamos  contentas con el apellido Colina, así que tomé el del abuelo. Ahora soy Emberlei C. Oakheart, ya que me dijeron que los bastardos tienen que mantener la letra de su apellido en su nombre completo. No me gusta mucho, pero algo es algo.

Se quedó un momento en silencio y se dio cuenta de que tenía la cara mojada, y al tocarse, vio que estaba llorando.

-No entiendo porqué estoy llorando... es tan ilógico. -Dijo riendo, pero las lágrimas no paraban. -Tú me... me quisiste matar... pero... pero antes de aquello, tú me querías... me enseñaste... me amaste... -Inspiró fuerte, dejándose llevar por las emociones, abrazándose los brazos y agachando la cabeza. -Te extraño, mamá... Extraño a la madre que me abrazaba por las noches... ¿Por qué enloqueciste...? ¿Por qué tuviste que irte...?

Solo el silencio contestó a la pobre chica, bajo la mirada de los muertos y las sombras, las cuales no tenían el corazón para decir nada sobre esas palabras dichas por una muchacha con muchos años y que todavía era una niña.

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Astafire estaba a un lado de la cama de Ankar, el cual estaba desnudo de cintura para arriba. Su esposa estaba caminando a los pies de la cama, bastante nerviosa, viendo como la curandera estaba usando sus poderes en el cuerpo de su esposo.

-Ese hechizo es aterrador. -Dijo entonces Astafire, la cual tenía algo de sudor en la frente.

-¿A qué te refieres? -Preguntó Ketriken.

-No solo le hizo daño... le destrozó la armadura y desgarró la carne de Ankar como si fuera papel. -Explicó la curandera. -Si no hubiera sido detenido por el hechizo que usó y la espada, estoy segura de que podría haber atravesado el corazón de Ankar sin problemas.

Ketriken se quedó en silencio. Los dragoneros recibían sus poderes de los dragones, lo que significaba que sus cuerpos aceptaban la magia de estos de una manera mucho más intrínseca que otros tipos de magos. Al mismo tiempo, si algo afectaba más a los dragones, también afectaría más a los dragoneros... y en el caso de Ankar, que tiene literalmente sangre de dragón en sus venas, todavía más.

El Matadragones es el hechizo más peligroso para usarlo contra su esposo.

Ketriken se abrazó un momento los codos, apretando las uñas en su piel. ¿Cómo había podido usar ese hechizo su prima en contra de su amado y el padre de sus hijas?

-Ketriken. -Dijo Astafire, y de un brinco salió de su ensimismamiento. -Creo que será mejor que vayas abajo con los chicos.

-No, me parece que lo mejor será quedarme con mi marido. -Dijo ella algo afectada.

-No es por ofender, cariño, pero estás dando vueltas y me estás poniendo nerviosa. -Le dijo la elfa con una sonrisa. -Y ver a tu esposo así no te va a hacer ningún bien.

-Pero...

-Ketriken. -La voz telepática de Ankar las hizo girarse. -Ve abajo, tranquila. En realidad estoy bastante bien, y pronto llegará Zelda.

La viera asintió lentamente, pero aunque no quería separarse del albino, sabía que tenía razón, por lo que se dirigió a la puerta.

-No te preocupes. -Dijo Astafire con una sonrisa. -Te lo dejaré como nuevo para que puedas desgastarlo esta noche.

La viera se rio ante la frase de la chica, y se marchó algo más alegre. La elfa, por su parte, se giró a su compañero con los brazos en la cintura.

-¿Y qué voy a hacer contigo ahora, merengue de canela?

-¿Cómo me llamaste? -Preguntó riendo Ankar, a lo que la pelirroja se acercó. -¿Qué es lo que pasa?

-Tu cuerpo ha recibido un golpe mucho más peligroso de lo que jamás he visto hasta ahora. -Respondió ella acercándose de nuevo y usando su magia en el albino. -Te curaste con tus poderes, pero un poco más centrado...

-Si, estoy seguro de que me hubiera matado. -Dijo serio el albino. -Es por esto que no querías que Ketriken estuviera presente. ¿Verdad?

La elfa asintió, mirando su herida. Cuando habían llegado a la casa ella había estado viendo la herida por un rato, y gracias a la habilidad mágica de Ankar esta se cerró, pero todavía no estaba perfectamente curada. Frunciendo el ceño, recriminó mentalmente a la sargento Undine por usar algo tan peligroso como aquello con alguien que podría morir por ello.

-Sin embargo, gracias a tu rápida decisión de usar ese hechizo fue que pude curarte rápidamente, pero deberías descansar por unas horas. -Explicó la curandera usando su magia todavía. -¿Puedo hacerte una pregunta?

-Claro.

-¿Por qué decidiste tomar esa lanza que apareció de la nada?

Ankar se quedó en silencio un momento antes de contestar.

-Yo luché en la guerra. ¿Sabes? -Explicó el albino. -Bueno, en realidad... Ketriken, Undine, la Gran General Ondina... hasta Farah, la madre de mi mujer, todos luchamos en la guerra de hace veinte años. Sin embargo, yo estuve en el frente mientras protegíamos este reino, y ellas estaban en la retaguardia. Cuando luchas en una guerra desarrollas un sentido del pragmatismo que un guerrero que no lo ha hecho no tiene. -Ankar se levantó un poco en la cama y se quedó sentado. -Cuando apareció un arma en medio de la nada en el momento en que se había roto la mía, solo tenía dos opciones, sacar mi lanza y perder un tiempo valioso en eso, o tomar ese arma y usarla.

-¿No te habría tomado menos de cinco segundos sacar tu lanza? -Preguntó Astafire.

-Cinco segundos en una batalla pueden llevarte a la victoria o a la derrota.

Astafire asintió mientras regresaba a su cometido.

Por otra parte, Ketriken estaba bajando las escaleras y se encontró con Ylenia y Dreighart en el salón, algo preocupados. Cuando vieron a la viera, se levantaron y se dirigieron a ella.

-¿Cómo está Ankar? -Preguntó Dreighart. La mujer sonrió.

-Está bien, está fuera de peligro, no os preocupéis. -Respondió ella. -¿Queréis algo para comer? No hemos comido nada desde el desayuno.

-No hace tanto de eso, en realidad... -Dijo Dreighart, pero Ylenia le dio un codazo.

-Un tentempié no estaría mal. ¿Quiere que vaya a comprar algo, lady Ketriken?

-No, tranquilos, tengo de todo aquí. -La viera se fue para la cocina, y el ladrón miró a la guerrera.

-Se que los hombres tenéis poca empatía, pero no pensé que tuvieras tan poca. -Dijo Ylenia suspirando.

-¿A qué te refieres?

-Ketriken necesita distraerse. ¿No has visto que su prima casi mata a su marido?

-Yo... lo siento, no pretendía...

-Tranquilo... Los hombres sois así, un poco despistados. -Dijo Ylenia sonriendo. -¿Qué te parece si luego vamos a comprar equipo? Estoy segura de que los que fueron al sur les sería muy útil.

Cuando Dreighart asintió con una sonrisa, se escuchó la puerta de entrada, y Zelda, la hija mayor de los Einor, entró algo mojada. Su ropa de curandera estaba bastante empapada.

-Vine en cuanto me enteré. -Dijo mientras se quitaba el agua de la cabellera. -¿Cómo está?

-Bien, tranquila, Ankar sufrió algunas heridas pero está bien.

-No, pregunto que cómo está mi tía Undine. -Preguntó Zelda acercándose. -Se que mi padre estará bien.

-¿Cómo lo sabes?

-Papá es invencible. -Dijo encogiéndose de hombros, a lo que los dos compañeros se sorprendieron. -¿O acaso no lo han visto luchar?

-Tienes una fe absoluta en tu padre. ¿Verdad? -Preguntó Dreighart con una sonrisa. Zelda se encogió de hombros.

-Papá no ha perdido nunca contra la tía Undine, y han tenido muchas peleas, la verdad.

-¿Tan mal se llevan?

-Ankar ha tratado de llevarse bien, pero ya sabes que no soporta la soberbia. -Dijo Ketriken trayendo una bandeja con unas tazas de té junto a unos pocos refrigerios y los dejó en la mesa. Ylenia se rascó un poco la cabeza.

-No entiendo cómo aguanta a Emberlei, entonces.

-¿Quién es Emberlei? -Preguntó la esposa de su amigo con curiosidad.

-Oh, es cierto, no te hablamos del resto del grupo. -Ambos se acercaron junto a Zelda a la mesa mientras Ylenia hablaba. -Tenemos a una maga negra, un mago rojo, un ninja y un samurái.

-Apuesto a que el samurái es el tío Onizuka. -Dijo Zelda riendo, a lo que Ylenia levantó una ceja.

-El caso es que la maga negra tiene un problema bastante grave de egocentrismo. -Siguió diciendo la guerrera. -Pero hasta ahora lo ha manejado de una manera bastante más diplomática que con la sargento.

-Ankar ha trabajado en lugares con nobles desde hace tiempo. -Explicó Ketriken tomando un sorbo de su taza de té. -En la joyería, en el ejército, en la escuela...

-¿También trabaja en una escuela? -Preguntó Dreighart extrañado. Ketriken asintió.

-Es profesor de historia en la escuela de mis hijas. -Ketriken sonrió. -Angelus le inculcó que si tenía talento en algo, sacara provecho de alguna manera.

-¿Y ya tiene tiempo para la familia? -Preguntó riendo Dreighart. Ketriken soltó una pequeña risa.

-Hay veces en las que está muy ocupado, como con vuestra misión.

Continuaron hablando hasta que Zelda se evantó de la mesa.

-Voy a ver cómo está papá.

-Déjalo, está en buenas manos. -Dijo Ketriken con una sonrisa. -Haz algo mientras tanto, lleva a Dreighart y a Ylenia a los lugares que ellos necesiten. ¿Si?

La joven viera asintió y, junto a los otros dos, salieron de la casa. El silencio se instauró en la sala mientras Ketriken terminaba su té y llevaba las cosas a la cocina. Inspiró fuerte y se giró, directa a las escaleras, pero en vez de subir por ellas, entró en la puerta que llevaban al sótano.

Al bajar, pudo ver una sala algo grande con tres puertas, una a la izquierda y dos a la derecha, iluminados por uno de los árboles de luz nativos del reino que permitía llenar de luz los rincones oscuros. Esta zona era una de sus favoritas en la casa, ya que era una zona que normalmente no entraba nadie más que la familia Einor. Ni siquiera Farah, su madre, podría entrar ahí sin repercusiones mágicas.

Se dirigió a una de las dos puertas del lado derecho y la abrió. Dentro podía verse una forja con toda clase de metales y sus herramientas, pero también había círculos mágicos para imbuir de magia las creaciones de su marido. Aunque Ankar era bueno con la forja y podía darle poderes a sus objetos, era Ketriken quien les daba mejores efectos a la herrería de su marido. Era un trabajo conjunto que amaba hacer.

Pero ahora tenía algo más que hacer. Algo que debía pensar con calma. Sacó el cilindro en el que se transformaba su lanza, la abrió y la dejó en una de las dos mesas, la que tenía todos los círculos mágicos que ella misma había creado.

Era una lanza robusta, forjada con mitrhil. El nombre oficial del tipo de lanza era “obelisco”, ya que tenía una hoja de lanza y dos hojas a los lados, haciendo similitudes con una alabarda. Durante varios años fue muy popular con los dragoneros más pesados, pero dejó de ser útil gracias a armas más ligeras. Sin embargo, esta lanza era especial, porque con un movimiento de manos podía juntar las dos hojas de la alabarda para convertirla en una lanza pesada.

Cuando la consiguió, Ketriken le dio un nombre para diferenciarla, pero ahora le resultaba extraño porque la lanza que cayó del cielo en el combate tenía la misma forma que su obelisco, pero con otros colores y símbolos, ya que su lanza tenía las hojas de un fuerte color rojo escarlata y un símbolo grabado en el centro de Crystalos, el dios del tiempo.

Pero no estaba ahora para recordar. Tomó una pequeña caja que había al lado de la mesa y la subió a ella, y al abrirla se encontró con la espada serpiente de Ankar, rota en mil pedazos y solo con la empuñadura intacta. Sacó todos los fragmentos, dejándolos encima de uno de los círculos mágicos, y cuando estuvieron todos los pedazos, los símbolos empezaron a brillar en un tono entre azul eléctrico y amarillo lumínico. Ketriken suspiró.

-¿Qué voy a hacer contigo, Raikoken? -Preguntó a la espada, y esta se iluminó un poco más. -Creo que tu poder no está competo todavía. ¿Me equivoco?

-Hal satatarakni hna? -Una voz profunda surgió de la esfera en el centro de la espada. Parecía un rugido animal.

-Oh, no te pongas tan gruñón. ¿Quieres? -Respondió la maga con una sonrisa, pero sus ojos estaban fruncidos. -La pregunta importante no es esa, la pregunta importante es... ¿Vas a seguir yendo con Ankar hasta recuperar tu forma?

-... 'ant taerif balfel al'iijabat ealaa dhalik.

-No me vengas con retóricas y contéstame, o te juro que te mandaré a la fragua en este instante. -La voz de la viera se había vuelto dura y directa. La voz de la espada pareció suspirar.

-Bialtabe sa'adhhab maeah. Hu shariki.

-Que conveniente. ¿No crees? -Dijo dándole un golpecito a la joya. -No te muevas ahora.

Sus manos se iluminaron al mismo tiempo que los círuclos mágicos que había debajo de la espada rota. La viera comenzó a decir varias palabras en el idioma arcano de la magia, hasta que la joya que estaba en el centro de la espada de Ankar se desprendió por completo y flotaba en el aire.

-Siempre pensé que podía aislarte. -Dijo ella con una sonrisa, la joya se puso sobre la palma de su mano. -Vamos a ponerte en otra arma. ¿Te parece?

Se acercó a donde estaba su lanza, y llevó la joya hasta el símbolo de Crystalos. Nuevas palabras surgieron de su boca, y el círculo mágico bajo la lanza se iluminó con el mismo color que el de la espada. Dejó caer la joya y esta se fusionó con la lanza, quedando en el símbolo del dios del tiempo, y cuando el círculo mágico se apagó, Ketriken soltó un suspiro.

-Ha resultado más difícil de hacer de lo que esperaba. -Dijo y tomó la lanza. Esta empezó a soltar rayos morados en sus hojas carmesí. -Si, esto ya es otra cosa... Te pareces bastante al arma de los espers Mithra, así que te llamaré “Lanza de Mithra”. Lo siento, Raikoken, vas a tener que aguantar con otro nombre hasta que te recuperes.

Por toda respuesta, la lanza mostró algunos rayos morados en sus hojas. La maga solo soltó una risita y comenzó a salir de la habitación. Luego, caminando a las escaleras, comenzó a subir hasta llegar al tercer piso, donde estaban sus habitaciones, y abrió la puerta. Se encontró con Ankar sentado en la cama y a Astafire sentada en el sofá al fondo que había. La chica estaba durmiendo.

-¿Cómo estás? -Preguntó Ketriken. Ankar sonrió.

-Bastante mejor, la verdad. Se quedó dormida cuando se tomó un descanso.

-Se parece mucho a Laila, en serio... -Dijo sonriendo Ketriken mientras se acercaba a ella, y se agachó para verla a la cara. -Tanto su rostro como su forma de ser. Pero Laila no es una elfa.

-No, supongo que no. -Dijo él suspirando. -¿Qué traes ahí?

-Oh. Te traje un regalo. -Ketriken se levantó y se dirigió a su marido para darle la lanza. Ankar tomó el arma y abrió los ojos.

-Esta es tu obelisco. ¿Verdad?

-Ahora ya no se llama obelisco. -Dijo sonriendo la maga negra. -Como quiero que te proteja, le di el nombre de “Lanza de Mithra”.

-¿Le diste el nombre del guardián de las almas? -Preguntó una voz, y al girarse, se encontraron con Astafire levantándose del sillón.

-Pensé que estabas durmiendo. -Dijo Ketriken sonriendo. La chica se encogió de hombros.

-Tengo el sueño ligero. -Dijo y comenzó a caminar hacia la puerta. -Estoy algo cansada. ¿Os molesta si voy a dormir al cuarto de invitados?

-Estás en tu casa, querida. -Dijo Ketriken, y la elfa sonrió.

-Gracias, mamá. -Y cerró la puerta, a lo que la viera solo se rio.

-Que descarada es tu amiga.

-Solo con la gente que le cae bien. -Dijo el albino mientras cerraba la lanza en un cilindro y lo dejaba a un lado.

-¿Entonces yo le caigo bien? -Preguntó Ketriken mirando a Ankar, pero este la tomó de la mano y la atrajo hasta él. -Deberías descansar.

-Ahora necesito otro tipo de medicina. -Respondió él mientras le desabrochaba la ropa.

-Que insaciable eres... -Susurró ella, y se dejó hacer por él. -Pero me encanta que lo seas.

Por su lado, Astafire bajó las escaleras hasta el segundo piso, pero ahí se encontró con Cerea llevando algunas ropas a una de las habitaciones.

-¿Cómo está papá? -Preguntó la viera albina, a lo que Astafire sonrió y se acercó a ella.

-Está bien, solo necesita descansar, pero lo dejé bien acompañado, así que no creo que vaya a descansar mucho ahora. ¿Quieres que te ayude?

-¿No quieres ir a dormir tu? -Preguntó la albina, pero la elfa tomó parte de la ropa.

-Si, un poco, pero no me gustaría dejarte todo el trabajo a ti.

-Tranquila, solo la estoy llevando. -Dijo ella y se fueron hacia el fondo, donde había una sala para lavado. -¿Cómo quedó la tía Undine?

-Bastante peor que él. -Respondió la maga blanca mientras dejaba la ropa. -Recibió varios golpes de un hechizo de robo de vitalidad, así que te imaginarás.

-La tía Undine estaba insoportable últimamente. -Dijo la viera acomodando la ropa en una estantería. -Quizás con esto papá le haya hecho aterrizar por fin.

-¿Qué castigo se puede llevar ella?

-Lo peor es que la expulsen del ejército. -Comenzó a decir Cerea mientras salían de la lavandería de la casa. -Lo más suave, que es seguramente lo que la tía abuela Ondina haga, es un tiempo en las mazmorras.

-Creo que expulsarla del ejército es exagerado, pero parece que aquí todo lo que tiene que ver con la cultura de los dragones es muy importante.

-Una vez, hace años, condenaron a muerte a alguien que había robado no solo los pergaminos de otro maestro, si no también sus armas y armaduras. -Explicó Cerea seria. -Supongo que es un choque cultural.

-Bueno, en otros países cortan las manos a los ladrones. -Dijo encogiéndose de hombros la pelirroja, y se dirigió hacia la habitación de invitados. -Voy a ir a dormir, si no te importa. La verdad es que he gastado bastante magia el día de hoy.

-Claro, no te preocupes. -Respondió sonriendo Cerea, y comenzó a bajar las escaleras. -Descansa, estás en tu casa.

-Gracias.

-Oh, por cierto. -Dijo la chica antes de que Astafire cerrara la puerta. -Si vas a hacer pociones, puedes usar el sótano, solo avísame. No sería bueno que la habitación oliera a brujería.

-Oh, vamos, si mis pociones de curación huelen de manera dulce. -Dijo riendo la elfa.

-No me refiero a esas pociones, querida.

La viera desapareció al bajar las escaleras, y Astafire cerró la puerta con el ceño fruncido. Suspiró fuerte y se dirigió a la cama donde estaba durmiendo, y sacó las cosas de su zurrón para tomar la botella donde tenía la poción de polimorfar. Cuando la abrió y tomó un sorbo, ella hizo un gesto de asco en su cara. Su sabor era bastante malo, y el olor también, por lo que la guardó rápidamente. No quería transformarse en mitad de su sueño y que no se diera cuenta. Luego de eso, se desnudó por completo y se metió en la cama a dormir.

Por su parte, Cerea había entrado a su cuarto y se había cambiado. Quitarse ese pesado vestido de alta categoría era realmente laborioso, pero ya estaba acostumbrada, y se puso un traje típico de su raza, donde no dejaba casi nada a la imaginación gracias a las transparencias, y bajó las escaleras. Había pasado la mañana haciendo algunos recados y cuando llegó se encontró con que su padre adoptivo había luchado contra la prima de su madre adoptiva, y había dejado las ropas que había tomado de su padre y la que quedaba del resto de la familia para dejarla en la lavandería. Dos veces a la semana venía una de las siervas de la familia para ayudar a lavar la ropa y a limpiar la casa, por lo que de momento podría descansar. Bajó las escaleras a la sala y vio como entraba Zelda acompañada de los compañeros de Ankar.

-¿Ha habido buena caza? -Preguntó la albina.

-Si, conseguimos buen equipo para nuestros compañeros, nos lo traerán mañana. -Dijo Ylenia mientras se quitaban las capas. -¿Cómo están las cosas aquí?

-Bien, papá está arriba con mamá, la señorita curandera está en la habitación de invitadas del ala este.

-Iré arriba a hablar con ella. -Dijo Ylenia, y se giró a Dreighart. -Tu no, seguramente estará desnuda como cuando dormimos y a ti se te embotaría la mente.

-Oye, creo que soy perfectamente capaz de estar en una sala desnuda con una chica cerrada. -Se quejó Dreighart, pero se notaba algo nervioso por la ropa que llevaba Cerea, ya que no podía apartar sus ojos de ella. Ylenia suspiró y lo tomó del brazo.

-Andando, casanova, que también estás algo empapado y necesitas una ducha.

Las dos vieras soltaron una pequeña risa cuando vieron subir a ambos por las escaleras, y se dirigieron a la cocina para empezar a hacer de comer.

-¿Cómo os ha ido? -Preguntó la albina, y la morena se encogió de hombros.

-Saben hacer su trabajo. -Dijo Zelda con una sonrisa. -Comrparon lo que necesitaban, nada más.

-Bueno, tú como aventurera pudiste haberles dado una alguna indicación o pista.

-Ex aventurera. -Corrigió la que llevaba la ropa blanca, y sacó algunas cosas del cajón regriferado para llevarlas a la mesa. -Pero creo que voy a retomar ese camino.

-¿En serio? ¿Y eso? -Preguntó su hermana mientras sacaba algunos cubiertos y se sentaba delante de ella.

-Voy a pedirle a papá que me lleve con ellos.

Cerea soltó una carcajada coqueta ante esa frase.

-Estás loca.

-¿Por qué? -Preguntó entonces Zelda extrañada. -He luchado contra muchos monstruos desde que era adolescente, y tengo buenos conocimientos de magia blanca, no creo que les sobre magos que puedan curar. ¿No crees?

-Papá jamás te dejará ir a una misión tan peligrosa. -Le dijo la chica albina con una sonrisa. -Sabes lo protector que es con nosotras, además que para él seguimos siendo unas niñas.

-Somos mayores que los tres compañeros que van con ellos. -Se quejó la hermana. -Y estoy segura de que podríamos, tu y yo, ser mejores compañeras que ellos.

-Zelda, por favor... -Cerea suspiró. -Tu y yo tenemos que quedarnos aquí.

-¿Por qué? ¿Por que somos mujeres? Esa es una forma muy sureña de pensar. -Dijo Zelda cruzando los brazos.

-No tontita. Papá confía en nosotras para llevar a cabo las cosas de la tienda y de la casa. -Respondió la albina. -¿O qué piensas que dirían entre los nobles si las dos hijas mayores del conde Einor salen a viajar al mismo tiempo?

-Odio ese maldito juego de la “Función” que tienen... -Se quejó Zelda. -Estoy arta de que la gente esté tan pendiente de otras personas y que usen rumores para subir o bajar en la escala de la nobleza. La Zarina debería abolir esa tontería.

-Papá también ha estado luchando contra eso, y precisamente por eso he estado yo en las fiestas y cortes, para contar con aliados. -Cera suspiró de nuevo. -No es momento de salir de aventuras, es momento de asegurar la casa.

-Siempre fuiste la más racional y social, Cerea. -Suspiró ahora Zelda. -Pero voy a decirle de acompañarle.

-No te va a dar permiso. -Dijo una voz detrás de ellas, y se encontraron con Ketriken, vestida con una toga de estar por casa. -Ni a ti, ni a nadie de la familia, así que no le insistas a tu padre.

-¿Ya se siente mejor? -Preguntó Zelda con una sonrisa pícara. -¿No tienes que darle otro tratamiento a papá? Seguro que a él no le molestaría.

-No seas grosera, niña. -Dijo riendo la madre. -Y no, papá no os va a dejar ir con él.

-Yo no pensaba irme. -Respondió Cerea, pero Zelda se cruzó de brazos.

-Yo podría ir con él, estoy segura de que si hubiera visto a Laila en Tycoon ella hubiera ido con él sin dudarlo.

-Es cierto, pero papá no la hubiera dejado ir. -Ketriken se sentó con ellas en la mesa y empezó a cepillarse el cabello con un cepillo que llevaba en la mano. -No os ha dicho todo porque no quiere que os preocupéis, así que os lo diré yo como la matriarca de la familia. Papá se encontrará seguramente con el Dragón Negro.

Las dos chicas se sorprendieron y tuvieron cierto aire de temor. Habían escuchado desde siempre lo que había pasado entre su padre y el dragón negro, de como ese ser había atacado a su padre y le había arrebatado la voz junto a muchos de los hijos de Angelus, su abuela dragona.

-Más razón aun para acompañarlo. -Dijo entonces Zelda, seria. -No podemos dejar a papá solo frente a ese peligro.

-Zelda...

-No quiero que a papá le pase nada, no es justo que ninguna pueda ir a ayudarle.

-Zelda.

-Cerea, tú y yo seguimos siendo aventureras, estoy seguro que el maestro de nuestro gremio.

-¡Ya basta, Zelda! -Gritó entonces Ketriken, golpeando en la mesa y sorprendiendo a sus dos hijas, que bajaron la cabeza. -¡¿Acaso no has pensado que yo ya he hablado de esto con tu padre?! ¡¿Piensas que quiero dejarlo solo ante ese peligro que casi me lo quita hace años?! ¡No te pienses que estás por delante de los demás, niña!

-Perdona, mamá... no quería ofenderte... -Dijo con la cabeza baja Zelda después de unos segundos en silencio. Ketriken suspiró fuerte antes de hablar.

-No debería haber gritado... -Se lamentó Ketriken. Zelda negó con la cabeza.

-No, fue culpa mía por no parar de hablar... Perdóname.

-No hija, tranquila. -Dijo su madre algo apenada. -Entiendo cómo te sientes, de verdad, pero es que... yo también he querido ir muchas veces con vuestro padre para ayudarlo con sus misiones, pero he ido con él en muy contadas ocasiones. Por eso le ayudo de otra forma, aunque tenga la misma frustración que tu, cariño.

-¿Cómo lo ayudas?

-Bueno... acabo de darle una nueva arma. -Dijo ella sonriendo. -Quizás si haces pociones para ellos, sería lo ideal para ayudarle.

Zelda inspiró fuerte y asintió.

-Ojalá estuviera Laila aquí. -Dijo la joven viera. -Es más joven que yo, pero mucho mejor en alquimia.

-Si, pero no está aquí, por lo que tienes que ponerte a hacer cosas con lo que tienes a mano. -Dijo Cerea con una sonrisa. -Por mi parte, poco puedo hacer con mis habilidades, pero algo intentaré.

-Eso es lo que vamos a hacer. -Dijo Ketriken algo más serena. -Porque somos familia.