viernes, 3 de junio de 2011

Capítulo IV: El Desierto





-Por esa calle a la derecha. ¿No te importa?
-Qué va, qué va. No tardo nada.
-Pero no la líes.
-Que no.
-En serio.
-Que no la voy a liar.
-Y nada de sacar la espada. Y no me vengas ahora con "qué espada".

Onizuka sonrió inocentemente mientras se llevaba una mano a la cabeza, adolorida por el grito mental de Ankar, y luego se dio la vuelta para seguir el camino que le había indicado. Por algún motivo el dragontino le había pedido a él que fuera al establo chocobo, aunque Onizuka no tenía ninguna necesidad de ello; el samurái tenía su propio chocobo, el albino Highwind, a pesar de que normalmente invirtieran los roles de montura y jinete. Por lo menos, se excusaba el guerrero de Doma, al menos así no se perdía, pues no brillaba precisamente por su sentido de la orientación. Y así lo probó a los pocos minutos de alejarse de Ankar, cuando en lugar de girar a la derecha giró hacia la izquierda.

-¡Wark! ¡Wark wark wark wark!

Onizuka se giró al oír los graznidos de los chocobos, solo para encontrarse de frente con el establo. Highwind, tras él, era el que él había dado el aviso.

Poco tardó en localizar al encargado, o más bien encargada: una moza de piel y cabello oscuro, que limpiaba las plumas de un ejemplar especialmente grande y gordo.

-Buenas tardes, preciosa flor de gysahl. ¿Serías tan amable de atenderme unos momentos, hermosa?
-¿Qué quiere, señor? -La cuidadora se giró hacia el pelirrojo, con las mejillas arreboladas.
-Bueno, al principio pensé en pedirte solamente un chocobo de alquiler que pudiera ayudarnos a mí y a mi compañero a atravesar el desierto, lugar donde lastimosamente no podré encontrar otra joya como tú, y por eso mismo ahora me gustaría saber tu nombre, apellido, nación, edad, medidas, comida preferida, lugar, número, día...
-¡¡Onizuka!!

El samurái se encogió a la par que se sujetaba la cabeza con las manos, solo para ver a Ankar entrando raudo al establo.

-¿¡Se puede saber qué estás haciendo!?
-Eh... ¿Conseguirte un chocobo?
-¿¡Y!?
-¿Ligar?
-¿¡Eres idiota!? ¡Crys tiene edad para ser tu hija!
-¿En serio? -La chica y el samurái miraron al dragontino.
-No, pero...
-Entonces no es ilegal.
-¡Pero...!
-Señor Einor. ¿El chocobo es para usted?
-Ah, sí... -El dragontino miró a la muchacha distraído, aún demasiado concentrado en reprender a Onizuka como para prestar atención a otras cosas.
-Entonces. ¿Lo apunto en la cuenta de la armada?
-No, esta vez no. Es una misión especial.

Onizuka miró a su compañero, enarcando una ceja.

-¿Pero no me dijiste que...?
-Tú calla. -Dijo Ankar dándole un puñetazo en el brazo. -Crys, por favor...
-En seguida.

La muchacha se alejó, y pronto la vieron entretenida ensillando a una de las aves, de fuerte color amarillo.

-Onizuka, el dinero.
-Yo no pago.
-¿Cómo qué no?
-Yo ya tengo a Highwind; ¿Para qué quiero más?
-¡Compensa por el problema que has ocasionado!
-¿Qué problema? ¡Yo no soy el que entró chillando al establo!
-Si serás tarado...
-¿Qué has dicho?
-Que vi una tía vestida de leopardo.
-¿¡Dónde!?
-Simplón...

La encargada llegó en ese momento junto a los dos guerreros, y tras intercambiar al animal por el dinero, el cual salió del bolsillo de Ankar al final, los dos emprendieron el camino de vuelta hacia las pistas de aterrizaje. El joven pelirrojo recordó entonces lo que le quería preguntar a su amigo desde hacía un rato.

-Oye, ¿y por qué me mandaste a mí a por el chocobo, si era para ti?
-Por eso.

El dragontino, tras transmitir el pensamiento, señaló las pistas, a las que ya habían llegado. Angelus no estaba muy lejos y, con ella, un pequeño moguri, de pelaje grisáceo y traje violeta. Antes de que Onizuka pudiera decir nada, Highwind de aproximó corriendo al dúo.

-¡Wark! Wark, ¿wark wark?
-Nada, el simpático amiguito me hablaba sobre él.
-¡Kupó! Kupopopo, kupó.
-¿Wark?
-Kupopo. ¿Kupó kukupó kupó po?
-Wark wark wark wark wark. Wark wark wark.
-Así es.
-¿Kupopo? ¡Kupó! ¿Kupopo pó kupo kupó?
-Sería una buena idea, sí.
-¡Wark!
-¡Kupó!

El moguri se marchó saltando. Ankar y Onizuka solo lo siguieron con la mirada, sin haber entendido un ápice de la conversación. Era extraño que los móguris no usaran el idioma Común, o Clavat como era conocido... Pero más raro es encontrar a alguien que entendiera perfectamente el idioma de los pequeños.

-Señora, ¿qué...?
-Nada. -La dragona sonrió como solo ella podía, mostrando una hilera de afilados dientes. -Un simpático moguri inventor.

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-¿Y a dónde dice usted que se dirige?

Era la cuarta vez que preguntaba.

-Al otro lado del desierto.

Era la cuarta vez que respondía.

Lomehin había tenido la suerte de encontrar a alguien poco después de comenzar a deambular por el desierto. Se trataba de un anciano con su carreta, tirada por chocobos, que se había ofrecido a llevarle movido por una compasión de origen dudoso, y que aprovechaba el hecho de que ambos parecían llevar la misma dirección. Sin embargo, ninguna de las preguntas del viejo había conseguido ser respondida, especialmente aquellas sobre cómo se las había arreglado el caballero oscuro para quedarse tirado en mitad de la nada.

-Entonces debes tener amnesia. -Concluyó al fin el anciano.
-Puede ser. -Mintió el hombre. -Solo sé mi nombre, aunque no mi apellido.
-Por cierto. ¿Qué te pasa en el brazo? Brilla mucho, de color rojo, como si lo hubieras metido en una fragua...

Lomehin miró su brazo izquierdo, cubierto por la armadura. Pronto se quitó el casco para ver mejor, dejando que la negra y corta melena que ahora poseía se agitara con el viento del desierto. Un anillo rojo brillaba sobre su extremidad izquierda, rodeándola. Uno de los brazaletes que llevaba.

-¿Qué es? -Insistió en anciano.
-No lo sé. -Volvió a mentir el caballero. -Pero creo que me indica el camino que debo seguir.

"Claro que sí", admitió para sus adentros, "porque ese color representa el fuego, y a su templo me está llevando". Si se estuviera equivocando de camino otro brazalete brillaría para indicárselo, por cómo Lemnar lo había hecho. Sin embargo, del cómo lo sabía no estaba seguro, simplemente tenía ese conocimiento. Quizá, pensó, lo de la amnesia no sirviera solo como historia para ocultarse, quizá se convirtiera en realidad; sentía como parte de sus memorias se nublaban, y cómo gran parte de su poder se desvanecía. Estaba encerrado en ese disfraz, y Lemnar quiso asegurarse de que no le atacara... se sentía tan débil como un simple... humano.

Sintió de pronto la mirada del anciano sobre él, y al girarse para encararlo le pareció que el brillo de sus ojos no era normal, aunque era absurdo. En ese mundo no podía haber otro como él, con su misma misión, y de haberlo estaría en problemas. Ahora estaba atrapado por el dragón negro.

-Buenas noticias, muchacho. -Lomehin salió de su ensimismamiento al oír al viejo hablar. -En un par de horas más haremos una parada, cuando lleguemos al Templo del Fuego Eterno.
-Gracias.

Sí, los brazaletes funcionaban.

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El aire cálido del desierto golpeaba sus rostros con fuerza junto a la arena que levantaba. Los chocobos, ambos, avanzaban con firmeza por un terreno que carecía de tal cualidad, y sus jinetes se esforzaban por mantener la vista al frente y la concentración al máximo. Angelus procuraba volar sobre ellos para proporcionarles sombra.

-Esto es la gloria, tío. -Decía Onizuka una y otra vez, con una perenne sonrisa en su cara.
-No sé yo... -Ankar sacudió la cabeza, intentando despejar el sudor que cubría su frente y goteaba ante sus ojos. El calor le dificultada pensar y comunicarse adecuadamente. -Quién como tú...
-¿Como yo? Ah, ¿lo dices por ella?

No hacían falta señalizaciones, pues ambos sabían de qué hablaban. La espada a la espalda del samurai tenía el elemento fuego como característica natural, afinidad compartida por su portador. Para Ankar, en cambio, el elemento base era la electricidad, el rayo, desde que varios años atrás encontrara a Raikoken...

-Bueno, Honoikazuchi me quiere, yo la quiero y juntos nos lo pasamos bien. -Bromeó el samurai. -Lástima que ella no es tan parlanchina como tu...
-Shh, espera.

Ankar detuvo su chocobo, y Onizuka y Highwind lo imitaron. Pocos segundos después Angelus descendió frente a ellos.

-Huele a dragón.
-Esto...
-No te pases de listo, demonio. -Interrumpió la dragona. -No soy yo, pero es un dragón conocido.

Ankar oyó en completo silencio las palabras de su madre adoptiva, y en solo unos segundos las piezas encajaron. Cerca. Dragón conocido. Lemnar. Sin esperar un segundo más se lanzó al galope con su chocobo, apretando su colgante en la mano.

-A veces es tan estúpido mi hijo... -Angelus suspiró mientras veía como, sin necesidad de direcciones, Onizuka partía en pos de su amigo y compañero con un grito de júbilo. -Tendré que alcanzarlos antes de que comentan un error.

La dragona levantó el vuelo una vez más, pero esta vez no se alejó demasiado del suelo. Sería muy complicado atraparlos si no.

Ankar permaneció ajeno a las palabras de la dragona y a los movimientos de su compañero, solo le interesaba encontrar el origen del olor. Su olfato, aunque entrenado como el de una bestia, estaba lejos de ser tan fino como el de Angelus, por lo que aún no percibía el olor. Su única guía era su instinto, la sensación de estarse acercando a su declarado enemigo.

-¡Ankar! -Onizuka no tardó en alcanzarlo, por lo que se apresuró en llamar su atención. -¿Vas a ponerte la armadura?
-Pronto. -Fue el escueto pensamiento del peliblanco.

Los chocobos corrían a su máxima velocidad, cubiertos una vez más por la dragona, que rugió a los pocos segundos de alcanzarlos.

-Ankar, creo que tu madre quiere decirnos algo.
-No ahora.
-¿Seguro?
-Esas cosas no las decidís vosotros.

Sin darles tiempo para replicar, las garras de Angelus aferraron a Ankar y Onizuka, levantándolos del suelo junto a sus chocobos. El dragontino, indignado, comenzó a intentar soltarse.

-¡Madre! -Recriminó mentalmente.- ¡Déjame bajar!
-Así iremos más rápido, y así no harás estupideces. -La dragona subió y aumentó su velocidad. -Por el suelo aún tardaríais varias horas, y probablemente no lo alcanzaríais. Y no, no es Lemnar.
-¿¡Qué!?
-Me imaginaba que se trataría del dragón negro. -Onizuka se acomodó como pudo entre las garras de la dragona. -A veces eres tan crío, Ankar...
-Mira quién habla...
-Por una vez le doy la razón al demonio. -Angelus dejó que las corrientes de aire la empujaran un poco. -El rey dijo que aún no tenías el nivel suficiente, y es cierto. Por eso, demos gracias ahora de poder averiguar quién es el hombre que huele como él y vaga por el desierto...

Ankar no respondió, tanto su madre como su amigo notaron que cerraba su mente para evitar que se le escaparan pensamientos. Así que siguieron avanzando, raudos y en silencio, después de que la dragona dejara a los dos humanos acomodarse sobre su lomo.

-Eh. -Onizuka, utilizando una mano como visera para que el sol diera en su ojo bueno, señaló un punto entre la arena con la otra. -¿No es una caravana eso de ahí?
-Creo que hemos encontrado el origen del olor.

Ankar sintió de pronto el olor, el aroma ya conocido, y sintió cómo se le erizaba el cabello de la nuca. Invadido por la ira, sin previo aviso, se levantó sobre el lomo de Angelus y saltó, en dirección al suelo.

-Y ahí va... Venga, que ahora voy yo.
-Tú quieto, demonio, o te convertirás en carne picada al caer.

Que el Salto de los dragontinos era su principal técnica era un hecho conocido por todos. La curiosidad era saber cómo saltaban, y cuánto. La altura y la velocidad siempre variaban, así como la fuerza de la caída.

Ankar, habiendo saltado desde el lomo de la dragona, se encontraba a una altura que incluso para él era normalmente imposible. Pero su forma de aprovechar la situación quedó patente cuando, desde su colgante, unas alas azules surgieron y lo rodearon, transformándose en una armadura del mismo color, y el cilindro que colgaba de su cinto saltó a su mano con la forma de una lanza. Al aterrizar, el hasta de su arma se clavó con fuerza en el suelo, y una ola de arena se levantó a su alrededor. De forma lejana oyó los chillidos de chocobos y gritos de sorpresa de un hombre.

-¿¡Qué es!? ¿¡Un bandido!? -Gritó Lomehin tapándose los ojos de contra la arena. Cuando bajó algo, se puso el yelmo inmediatamente.
-¡So! ¡Quietas ahí, gallinas gigantes! Muchacho, eso es un dragontino.
-¡Eh, peña, que yo también quiero fiesta!

Cuando Ankar volvió a mirar, a través del casco de su armadura, vio que Angelus había ayudado a Onizuka a bajar con los chobocos y que frente a él la "caravana" no era más que un carro de arena tirado por dos aves un poco más grandes que la que él montaba. Y en el carro había dos hombres: Un patético anciano y un hombre que parecía más joven armado al estilo de los caballeros oscuros. De éste último venía el olor.

Lomehin sacó su espada y su escudo y las enarboló contra Ankar, a la vez que este sostenía su lanza con las dos manos, apuntándole. Onizuka miró a su compañero mientras intentaba tranquilizar al chocobo de alquiler.

-¿Es él?
-Pero es humanoide...

El pensamiento llegó a todos, por lo que el viejo y Lomehin miraron con sorpresa a Ankar.

-¿Qué he hecho yo para ganarme la enemistad de un dragontino? -Preguntó con cautela el moreno, sin bajar la guardia.
-¿Quién eres tú, que hueles a dragón negro y vistes como un caballero oscuro? -Preguntó mentalmente Ankar.

Telepatía. Lomehin intentó hacer contacto visual con Ankar, invadido por la sensación de que, si lo conseguía, averiguaría más sobre él, pero fue en vano. Al menos sabía que no debía bajar la guardia.

-Soy Lomehin. No sé nada más.
-¡Mientes!
-Tranquilízate, muchacho. -El anciano se acercó a Ankar con las manos en alto. -Me encontré al joven hace un par de horas; estaba perdido por el desierto y decidí ayudarlo. Tiene amnesia.

Lomehin agachó la cabeza, avergonzado. Tener que mentirles a simples humanoides para sobrevivir era lo más humillante que le había pasado en toda su vida... Y, sin embargo, su gesto fue malinterpretado como uno de incomodidad por su situación, convenciendo al guerrero de armadura azul.

-Eso no explica tu olor. -Ankar, para demostrar que aceptaba la historia, bajó la lanza e hizo desaparecer la armadura, que se transformó en una luz azul que fue absorbida por su colgante. -¿Y hacia dónde te diriges por el desierto?
-Según parece, tengo que ir al Templo del Fuego Eterno. Es lo que me indican estos brazaletes. -Lomehin levantó su brazo, mostrando el brazalete que brillaba como el fuego junto a otros dos que refulgían en negro mate.
-Entonces vente con nosotros.
-¿Qué?
-¿Cómo?

Ankar y Lomehin se giraron a la vez hacia Onizuka, que con una burlona sonrisa en la cara y los chocobos sujetos por las riendas hablaba.

-No sabe quién es, tiene que ir al Templo igual que nosotros y es un buen guerrero. Que se venga con nosotros.
-Pero...
-Lo mejor sería que acampásemos y siguiésemos discutiendo todo esto más tarde. Se acerca la noche, y aquí hay muchas cosas que hablar.

Al fin, detrás del samurai y el dragontino, Angelus aterrizó. Los humanoides tuvieron que taparse la cara para cubrirse de la arena que la dragona levantó al tocar el suelo.

-Pero, madre... -El anciano y el caballero oscuro miraron sorprendidos a Ankar al oírlo. ¿Madre, una dragona?
-Sé razonable, hijo. -Angelus sonrió y se giró hacia el moreno. Lo miró unos instantes antes de hablar. -Lomehin, si tú quieres, eres bienvenido al grupo que lidera mi hijo.

El caballero oscuro pensó rápidamente. Aquellos tres conocían a Lemnar, seguro, y tenían que ir al templo... Siendo uno de ellos soldado no cabía más opción que se tratara de una misión, y quién sabe, quizá era la misma que la de él. Quizá, y solo quizá, sería bueno acompañarlos...

Lo que no entendía era lo que estaba sintiendo. Siempre había tenido la capacidad de sentir a otros seres igual a él, pero ahora, mirando al caballero de cabello blanco, sentía una afinidad y un poder desde él que le resultaba conocido... Y lo que era peor, si miraba a la enorme dragona azul, algo en su interior se apretaba, algo en su mente hacía que se sintiera incómodo y alegre, pero cuando intentaba dislumbrar lo que era, como el agua, se le escapaba de las manos al tocarlo.

-Iré con una sola condición. -Dijo finalmente. -Que no intenten matarme de nuevo, como hace un rato.

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El campamento estaba levantado, pero solo los tres guerreros y la dragona eran parte de él. El anciano, excusándose, había dicho que tenía asuntos que atender que le impedían quedarse a compartir con "los jóvenes", por lo que, tras despedirse afablemente de Lomehin, se había marchado con su carreta y sus chocobos lejos de allí.

Pero ese no era el tema de conversación que los ocupaba. Después de que el anciano se marchara un gusano gigante y algunos sahagins de arena los habían atacado, pero de algún modo Lomehin se había unido al dragontino y al samurái para derrotarlos, descubriendo que tenían una afinidad natural para luchar en conjunto. Tras dicho evento, Angelus había declarado abiertamente que se fiaba del caballero oscuro, y con el sol poniente de fondo, a la sombra de una gran duna, discutían este hecho.

-Sigue oliendo a Lemnar. -Se quejaba mentalmente Ankar, intentando que sus pensamientos solo llegaran a su madre.
-Pero eso no significa nada. -Contestaba Angelus en voz alta. -Podría haber pasado cerca de un lugar donde él estuvo y no recordarlo, pero haberse impregnado de su olor.
-¿Y cómo estamos seguros de que tiene amnesia?
-¿Y cómo estamos seguros de que no?
-Qué pesado que eres a veces, Ankar, colega. -Masculló Onizuka mientras se echaba hacia atrás. -En lugar de comprobar lo paranoico que eres. ¿Por qué no discutimos cómo hacer lo del templo? A mí aún no me queda claro a qué vamos.
-Considero que es una pérdida de tiempo estar aquí. -Añadió Lomehin. -¿No debería ser vuestra prioridad llegar allí también, siendo una misión de vuestro rey?
-Su rey. -Corrigió el samurai. -Yo no soy ciudadano de Baron.
-Nuestra misión. -Ankar ignoró el asunto sobre las nacionalidades. -Es verificar la seguridad de los cristales. El rey Cecil me informó que había posibilidades de que algo los amenazara, y debemos procurar que eso no pase. Por eso, primero debemos ir al Templo del Fuego Eterno, confirmar cuál es esa amenaza, y luego informar a su majestad. Luego iremos al resto de Templos...
-Entonces. ¿Tu misión es recorrer todo el mundo en busca de los cristales? -Lomehin sacudió la cabeza, sorprendido. -No sé si os acompañaré siempre.
-Si decides unirte no hay vuelta atrás. -Advirtió el dragontino. -Así que será mejor que des una respuesta definitiva ahora.
-No sé qué me depara el futuro, si voy ahora con vosotros está claro que es por conveniencia, porque lo único que se es que tengo que ir allí, así que debo aprovecharlo.
-Si no, podemos hacer otra cosa. -Onizuka sonrió cuando los otros dos se giraron hacia él. -Yo peleo con Lomehin y si le gano se viene, y si me gana él... se viene también.
-Eso no arregla nada. -Ankar suspiró, cansado, pero con una sonrisa.
-No, pero es que me aburro. Me falta mi dosis diaria de derramamiento de sangre. ¿Crees que yo puedo ser feliz en un mundo tan pacífico?

Sin esperar contestación, el samurai se acercó a su chocobo, que permanecía atado junto al otro chocobo a una estaca de madera que habían clavado en el suelo. Con rápidos movimientos lo soltó y sacó su espada mostrando una perversa sonrisa.

-Vamos a jugar a hacer taquitos de chocobo...
-¡WARK!

Lomehin y Ankar lo observaron, con claros pensamientos por parte del dragontino sobre lo avergonzado que a veces se sentía por el comportamiento excéntrico de su compañero. El caballero oscuro permaneció impasible a todo esto.

-Entonces... -Dijo, retomando la conversación interrumpida por el samurai. -Hagamos lo siguiente: Iré con vosotros al templo, os ayudaré en lo que haga falta y después decidirás si confiar en mí o no.
-Puede ser una buena solución...
-En todo caso, tú también tienes que ganarte mi confianza.

Ankar no pudo hacer menos que quedarse boquiabierto ante el comentario del moreno, pero antes de que pudiera decir nada éste siguió hablando.

-Y sigo diciendo que perdemos el tiempo acampando.
-El Templo del Fuego Eterno solo se puede visitar por las mañanas, mientras dura la luz del sol. Pero a la distancia que estamos es imposible que lleguemos antes del anochecer, por lo que lo mejor es descansar algunas horas y terminar el trayecto antes de que amanezca. Además, aunque lleguemos, están las ruinas del antiguo reino de Damcyan, y tendríamos que mantenernos despiertos toda la noche para evitar que los vagabundos o los fantasmas nos atacaran. Estando aquí, con una simple guardia podemos estar tranquilos.

Lomehin asintió con la cabeza, y Ankar suspiró, volviendo a posar los ojos en el samurai. Tenía que darle una oportunidad a ese tipo, no podía ser tan cerrado, y tomando en cuenta su misión... Pero estaba el asunto del olor, que lo estaba poniendo enfermo... Aunque quizá, con suerte, después de que se diera un baño y limpiara la armadura y su ropa parecería alguien más normal. Lo que estaba claro era que Angelus sabía más de lo que le quería decir, por algún extraño motivo...

Onizuka había guardado su katana un rato atrás, y se entretenía jugando a "lanzar al chocobo", juego consistente en levantar a Highwind del suelo y lanzarlo al aire, para luego volverlo a atrapar y arrojarlo una vez más, y así repetidas veces. Los graznidos del pobre animal eran claramente audibles, pero su dueño no parecía en lo más mínimo afectado por ellos.

De pronto Highwind cayó pesadamente sobre la arena, llamando la atención del caballero y del dragontino inmediatamente. El pelirrojo se había dado la vuelta y volvía a tener su arma en la mano, y escrutaba los alrededores con su único ojo. Ankar y Lomehin lo imitaron, pero en el instante en el que se pusieron en pie vieron al samurai atrapar algo y levantarlo sin aparente esfuerzo.

Era un muchacho, de no más de veinte años y con el cabello de un extraño color azul.

-¿Qué hacías arrastrándote entre la arena, pequeña rata?

El joven cayó presa del siniestro brillo del amarillo ojo de Onizuka, y antes de poder decir nada perdió el conocimiento.


1 comentario:

brenda dijo...

¿k kieres q te diga? conoci esta historia por Cin y me gustó bastante a pesar de q no soy de leer. ahora entiendo x Ankar y Onizuka son los favoritos de Cin x q desde hace mucho kuando ibamos a la universidad m platikaba mucho. hay algunos errores pero no digo mucho x q yo tengo pesima horrografia x eskribir rapido DX
a mi me ha gustado Angelus, la dragona y m parece q llegue a ver un dibujo de ella.
yo no sabía q este Final Fantasy fuera hecha x varios escritores ¿kienes son? para felicitarlos y tu amigo sigue eskribiendo asi como haciendo tus dibujos, seguire la historia y kuando mis hijos sean + grandes se las enseñare asi como guerreros grises