jueves, 24 de marzo de 2011

Capítulo III: El Comienzo.






Después de explicarle la misión a Angelus, Ankar permaneció un rato mirando en la dirección en que la muchacha, Ember, había partido. Le había dado una buena impresión, pero lo que había oculto en ella... En su interior sentía saberlo, pero no era capaz de sacar tal conocimiento a la luz.

-Da igual. -Pensó finalmente. -No tiene sentido pensar en eso, es una invocadora de raza, eso lo pude sentir hasta yo. En parte... Compartimos condición.
-Hijo mío, tú eres un Semiesper, no un invocador.
-Lo sé bien, madre. -Respondió el dragontino mentalmente. -Soy un Semiesper criado por un dragón... No, fui criado como dragón entre dragones. -Se corrigió finalmente. -Gracias a ti.

Angelus parecía sonreír, y bajó la cabeza hasta el suelo, dejándola descansar ahí. Ankar apoyó la espalda y la cabeza en el cuello de la dragona, y se quedó mirando el cielo. Recordaban ambos sus vivencias juntos.

Ankar fue alimentado con la sangre de sus padres dragones cuando era bebé. Su madre incluso, con la capacidad de transformarse en humana, le dio de mamar como si fuera su madre real. Esos simples actos, tan cotidianos, hicieron que su cuerpo se modificara. Sus cabellos se volvieron blancos, como los de su padre dragón al volverse humanoide, y sus ojos, que originariamente eran ambarinos, se volvieron verdes como los de Ángelus.

El silencio se instauró un rato, hasta que habló.

-Madre...
-¿Sí?
-¿Crees que podremos vencerle?

Angelus miró a su hijo adoptivo por el rabillo del ojo, y dejó escapar el aire por la nariz; era su forma de suspirar.

-El rey tiene razón y lo sabes.
-Sí, sí. ¿Pero qué piensas tú de todo esto?
-Una parte que no me enorgullece de la naturaleza de los dragones es que somos vengativos... Aunque, también, esa venganza no siempre es inútil.
-Te prometo que le venceré, madre. -Ankar inspiró profundamente, intentando armarse de valor para la misión que tenía enfrente, y su seguro encuentro con Lemnar. -Te prometo que... ¿Qué es eso?

Ankar se irguió rápidamente y comenzó a mirar a todas partes. Sentía que alguien se acercaba, el portador de una enorme sed de sangre. De pronto, al fondo de la carretera que sin entrar en Baron llegaba al área de aterrizaje de los drakos, vio la figura de un hombre combinada con la de un ave.

-¿Onizuka? -Comunicó Ankar inmediatamente. -¿Ya estás llevando a Highwind a la espalda de nuevo?

El hombre-ave frenó de golpe frente al dragontino, sonriendo de manera macabra, y soltó al chocobo, el animal que llevaba a su espalda, en el suelo sin miramientos. Luego sacó la espada que llevaba a la espalda, una katana, y golpeó con ella la que llevaba Ankar. Ambos se miraron, en silencio, hasta que el recién llegado no pudo aguantar más y comenzó a reírse a carcajadas.

-No has cambiado nada, Einor.
-¿Tú estás loco o qué? -Recriminó mentalmente el aludido. -Atacar a un dragontino así, sin motivo aparente, en mitad de Baron, donde se sabe que es el mejor lugar para entrenarlos después de Burmecia...

Onizuka, por toda respuesta, siguió riendo a carcajada limpia.

Angelus los miró mientras recordaba. Su pequeño y el joven samurái se habían conocido varios años atrás, durante una misión, y se habían hecho amigos, viéndose desde entonces muchas veces más en muchos otros viajes. El espadachín, antiguo ciudadano de Doma, era poco más alto que Ankar, más fornido y moreno, y poseedor de una corta cabellera pelirroja y una perilla del mismo color. Su ojo visible, de color amarillo, era el que le daba el aspecto más fiero y cómico, más que su inseparable chocobo albino o su vieja armadura. Recordó en ese momento la primera impresión que había tenido de él, años antes, por su olor a demonio, y lo que había pensado después al verlo llevarse tan bien con Ankar. Para ella, ver a los dos jóvenes juntos era similar a ver a sus pequeños dragones jugar.

Con otro de sus suspiros, volvió a centrar su atención en la charla de los dos hombres.

-¿Una misión?
-Sí. Me han encargado ir a los templos para... -Ankar cerró su mente. No podía decir "para ir a destruir los Cristales", porque entonces cualquiera estaría en su justo derecho de denunciarlo o incluso ajusticiarlo ahí mismo, por muy orden del rey Cecil que fuera. -Tengo que ir a ver los Cristales. El rey teme que algo los esté amenazando.
-Ah, mola. -Ankar lo notó con solo mirarlo, y admitió para sí mismo que tampoco su amigo lo ocultaba; Onizuka no estaba muy convencido. Se le ocurrió entonces una idea. -¿Y?
-Hay que buscar seis templos, consiguiendo el permiso de los guardianes y enfrentando monstruos.
-¿Y?
-Los guardianes no se rinden sin luchar, y los monstruos se hacen más fuertes con el debilitamiento de los cristales.
-Ajá...
-¿Te apetece venir? No creo que te vayas a aburrir, así que...
-¿Has dicho que los guardianes son fuertes, no?
-Sí.
-¿Y que los monstruos también son fuertes?
-Sí.
-¿Y qué te han mandado a ti solo a pasártelo teta, matando bichos a diestra y siniestra, a mostrencos que están en el mundo desde hace siglos y que casi nadie ha visto y pasándolo de puta madre, como ya he dicho?
-En principio sí, aunque me han dicho que si encuentro algún compañero de viaje no hay problema en que venga... ¿Te apuntas?

Onizuka abrió desmesuradamente su ojo y, sujetando a Ankar por los hombros, comenzó a zarandearlo.

-¡Joder, macho! ¡Tienes que estar de coña! ¡Que me despellejen vivo si me quedo! ¿¡Cuándo nos vamos!?
-Pues... -Ankar se soltó con delicadeza del agarre de Onizuka. -No nos iría mal que un mago blanco... -Onizuka lo miró acusadoramente. -Bueno, o una maga blanca, se uniera a nosotros.
-Pero podemos partir ya, ¿no?
-Sí, podemos partir cuanto antes.
-¿Y empezaremos por...?
-El Templo del Fuego Eterno. -Respondió una voz. Onizuka y Ankar se giraron para encontrarse con Kain. -Acabo de hablar con Cecil... Me ha dicho que te vayas lo antes posible, y me ha pedido que te dé esto. -El maestro dragontino le tendió un papiro enrollado y un zurrón de cuero al dragontino. -Es un mapa y una bolsa con provisiones: pociones, algunas colas de fénix, algo de dinero, comida y agua para la travesía del desierto.
-¿El desierto? -Exclamaron Ankar y Onizuka a la vez.
-Así es. El Templo del Fuego se encuentra en el desierto, al norte de aquí. Si partís ahora, yendo con Angelus... -Kain hizo un gesto de respeto con la cabeza. -Y con un chocobo, puede que lleguéis esta misma noche. Solo tendréis que aguantar el calor del día.

Los jóvenes suspiraron, Kain se rio.

-Solo una cosa, maestro. -Intervino Ankar en ese momento. -¿Sería posible pedir la ayuda de una maga blanca?
-Me temo que no, hijo. -Kain agachó la mirada, apenado. -Toda la gente de Rosa está ocupada en... tú ya sabes.
-Entiendo.
-Ah, sí, se me olvidaba. -Kain abrió la bolsa que colgaba de su cinto y sacó algo de ella. Era un anillo de bronce, con un dragón en su efigie, y un pequeño pergamino con la misma insignia. -Éste será tu salvoconducto para entrar en los templos. Lamento no poder ayudarte más, pero... Te deseo éxito en el cumplimiento de tu misión. Cuídate.
-Lo haré, maestro. Gracias.

Kain dio media vuelta y se marchó sin decir más. Samurái y dragontino se miraron.

-Así que habrá que cruzar el desierto, ¿eh? Será duro.
-Sí...
-Pero las hemos pasado peores.
-Cierto.

El pelirrojo se giró hacia la dragona, intentando adoptar una expresión inocente.

-Señora, con todo el respeto. ¿Quizá no le importaría cargarnos a mi chocobo y a mí? Ya que seguramente cargará con Ankar...
-Antes muerta, fíjate tú.

Onizuka comenzó a reír una vez más, y se quedó mirando las nubes.

-En todo caso, yo pensaba buscar un chocobo para el trayecto. -Comentó Ankar entonces. -Así que vamos iguales.
-Eso se dice antes, cabrón.

El dragontino comenzó a caminar hacia el establo de la ciudad, pero se detuvo al ver que su amigo seguía mirando el cielo.

-Las nubes transmiten tanta paz...

Ankar lo imitó y miró al cielo también.
-Eso es porque nunca has estado sobre ellas.

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Oscuridad. Todo es oscuridad. En ese mundo inexistente e inalcanzable para los humanos, allí, algo se mueve: una sombra, pero no una pequeña sombra, no la de un simple insecto, o animal, ni siquiera la de un humano; es la sombra de un coloso que se mueve entre la oscuridad. Sin embargo, parece que se detiene, parece que actúa como un animal. Olfatea el aire de esa realidad oscura y se estremece. Intenta huir, pero está paralizada y nota como tiran de ella.

Sale de allí, de ese mundo oscuro. Está en otro lado, en otro mundo. Se retuerce en un suelo negro y frío. Se retuerce, se encoge y se transforma. Siente como entra dentro de algo, algo que tiene brazos, que tiene piernas, y poco a poco se da cuenta de que tiene forma humana. Pero sigue retorciéndose en el suelo, temblando y gritando de odio y de dolor, y de repente una risa aumenta. El nuevo humano se detiene, mira y escucha.

-Al fin estás aquí.

Se levanta y encara al origen de la voz.

-¿Por qué me has traído a este... lugar? -La voz, surgiendo de su garganta, le sonaba extraña, acostumbrado a usar la mente para hablar y no unas simples cuerdas vocales.
-Cada cosa a su tiempo.
-Déjame volver. -No reclama, no ordena. Solo habla. La otra voz ríe desdeñosa.
-Quien me dio una misión aquí es el único que está por encima de mí, y tú lo sabes. Vamos a tener problemas, él lo siente y yo también, y no puedo llevar a cabo mi misión sin que lo que está bajo mi mano peligre. Por eso necesito un vasallo, un aliado; a ti.
-Dioses y dragones creéis saberlo todo. Este no es mi mundo. ¿Cómo esperas que pueda moverme? ¿Cómo esperas que llegue a los templos?
-¿Por qué no me iluminas? -La voz no denotaba sorpresa, simplemente algo de curiosidad.
-Acabo de decírtelo. Creéis saberlo todo, pero yo también lo sé. Lo siento.
-Me pregunto si no sería mejor acabar contigo, simplemente... -Dijo esa voz con gracia. Eso le enfureció a él.
-Soy necesario, y puedo ser peligroso. Puedo poner vuestros planes en vuestra contra. Pero aceptaré el encargo.
-Ni siquiera sabes cuál es.
-No necesitas decírmelo, Lemnar. Pero espero que ambos, tu señor y tú, sepáis que sacándome de allí habéis eliminado a uno de los protectores del otro lado.
-Puede ser. En cambio, tú debes saber que las cosas aquí no funcionan como en el otro lado, y que al ser yo quien te ha traído soy quien tiene poder sobre tu destino. Por eso tú serás mi caballero oscuro.

Lemnar extendió su mano, una enorme garra, y el cuerpo del humano se vistió de una armadura cuyo color oscilaba entre el morado más oscuro y el negro de la noche. En sus manos, además, se materializaron una espada y un escudo que parecían hechos de jirones de sombra.

-El nombre que usarás ahora será Hijo del Crepúsculo, o como se dice en la lengua de los Elvaan que tanto apreciaba tu padre, "Lomehin".
-Gracias. Ahora sólo necesito saber cómo engañar a un dragón.
-¿Y crees poder?

Lemnar sonrió, mostrando sus afilados dientes, y poco a poco comenzó a reír de nuevo. Lomehin apretó los puños, enfurecido, y se lanzó contra él. Cuando creyó haber desatado un fuerte golpe sobre su adversario descubrió, no sin estupor, que se encontraba abandonado en mitad de un desierto, sin nadie alrededor.


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