martes, 15 de marzo de 2011

Capítulo II: La Visita





Emberlei volvió a apartar un mechón violeta de su pálido rostro, mientras escrutaba al dragontino con sus ojos morados. El chico parecía extrañado, pero también algo apurado... Nada interesante. Sonriendo para sus adentros, volvió a centrarse en la conversación con la dragona.

-Entonces. ¿Eres una invocadora? -Preguntaba Angelus.
-Sí, pero... en fin, no sé. -Fue la vaga respuesta de la chica. -Tampoco es tan raro en la actualidad...
-Pero tú no sabes de quién desciendes... No sabes quién era...
-No hace falta decirlo. Ya lo averiguaré algún día.

Ember apartó la mirada y suspiró, mientras Ankar las miraba a las dos alternativamente.

-¿Cómo es que has empezado a hablar con ella, madre? -Oyó la joven maga la pregunta en su cabeza.
-Simplemente la vi, me llamó la atención por sus rasgos, y le pregunté de dónde venía. Y resultó ser una invocadora con sangre de algún ser especial, como ya has oído.
-Con lagunas de información...

El peliblanco se quedó pensativo unos instantes mientras la observaba de arriba abajo. La muchacha tragó saliva, incómoda por la situación.

-Hay algo... extraño en ella. ¿No sabes qué es, madre?
-No es nada extraño. -Espetó entonces Emberlei. -Y, como sé que no era tu intención sonar ofensivo, te pediré que para la próxima vez cuides más tus palabras.
-Te pido disculpas... -Ankar abrió desmesuradamente los ojos, mostrando cierta confusión por esa reacción, y Ember sonrió.
-¿Eres dragontino, cierto? ¿Pero cómo es que no llevas tu armadura?
-La llevaría, pero pesa mucho y uno se termina cansando... En fin...

El silencio se instauró entre los tres, que se dieron cuenta de que ya no tenían de qué hablar ni motivos para prolongar aquella situación, así que se despidieron afablemente.

-Bueno, supongo que tú tendrás alguna misión que llevar a cabo, y no quiero molestar a tu noble...
-Madre.
-Sí, bueno... Yo también tengo cosas que hacer, así que espero que nos encontremos de nuevo alguna otra vez.
-Lo mismo me gustaría a mí. Suerte con tus pesquisas.
-Lo mismo para ti. Adiós.

Cuando Emberlei se alejó, Ankar volvió a mirar a Angelus, esta vez con una actitud un poco más reprobatoria.

-Tú sabes quién es el padre de ella. ¿Verdad, madre? El Invocador... -Indagó. -Pero no se lo has querido decir... ¿Por qué?
-Porque ella está intentando averiguarlo por sí misma, y estropearle la sorpresa sería cruel. ¿Cierto? Su poder de la invocación viene principalmente de esa magia que da lo desconocido... Ahora, cuéntame qué ha pasado con el rey.
-Verás...

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La ciudad estaba a rebosar de gente, aún sin ser día de mercado, como clara muestra del crecimiento tras la guerra, y la dignidad de la capital del reino. El ambiente era alegre, de una alegría bulliciosa e inquieta, pero contagiosa, y pronto las preocupaciones de Ember pasaron a un segundo plano por ella, mientras se abría paso entre el gentío. Entre algunos empujones, preguntando y leyendo señalizaciones, la chica consiguió llegar a su destino: el gremio de Magos Blancos, también usado como hospital de la ciudad. Dentro del edificio no había rastro de la alegría del exterior: todas las camas estaban ocupadas por jóvenes heridos, algunos brutalmente mutilados, y todos los magos, maestros y aprendices, estaban ocupados con ellos. La chica buscó un asiento cerca de la entrada y esperó allí tras quitarse su capa roja. Pasaron algunos minutos, en los que se distrajo alisando y sacudiendo sus pantalones de viaje o jugando son su colgante, hasta que un aprendiz se acercó a ella para atenderla.

-¿Necesita algo, señorita? ¿Algún familiar enfermo, alguna poción especial?
-No, nada de eso, yo...
-Entonces no moleste. -El aprendiz era un hombre bajito, treintañero, con la cabeza tonsurada y un perpetuo gesto de mal humor en el rostro. -Estamos muy ocupados aquí con el accidente que tuvo un escuadrón dragontino el otro día, y estamos perdiendo algunos. Las colas de fénix no bastan. ¿Sabe? Y nos falta tiempo.
-Pero es importante, y solo será un segundo, de verdad. -Emberlei intentó seguir siendo amable, pero aquel hombre la sacaba un poco de sus casillas.
-Bien, ¿qué quiere?
-Necesito una audiencia rápida con la reina Rosa.
-¿¡Qué!?

El grito del aprendiz se oyó por todo el hospital, y un repentino silencio se instauró mientras varias miradas confluían en él, reprochadoras.

-Es imposible, es la principal sanadora y se está ocupando de los heridos más graves.
-Pero yo...
-Puede esperar más tiempo o pedir audiencia al rey Cecil.
-Pero necesito que sea con su majestad primero...
-¿Qué sucede, Mayffer? Me ha parecido oír mi nombre...

La mencionada reina apareció desde detrás de una cortina. Su piel, ligeramente bronceada, estaba perlada de gotas de sudor, y sus rubios cabellos largos se adherían ligeramente a ella. Su nívea túnica de maga blanca, además, se encontraba sucia de polvo, sangre y también por el sudor, pero aun así se reconocía en ella una enorme y elegante belleza. Observó a la chica unos instantes con sus ojos azules y luego sonrió, cansada.

-¿Me buscabas? -Le preguntó Rosa a Ember, antes de girarse hacia el aprendiz. -Vuelve con los demás, por favor. Yo necesito un éter, así que volveré en un momento.
-Como digáis, majestad. -El hombre se retiró con una reverencia.
-Ahora dime. ¿Cuál es tu historia?
-Necesito a alguien que me ayude a conseguir una audiencia rápida con el rey, o simplemente me indique cómo llegar hasta Eblan.
-¿Eblan? -Rosa miró a su alrededor, inquieta. -¿Por qué dices querer ir allí? Hay barcos que salen desde Tule, en el norte...
-Pero yo quiero ir al de verdad, necesito ver a alguien.
-¿A quién?
-A la invocadora que me pueda llevar hasta Leviathán.

La reina se quedó unos instantes en silencio y asintió, comprendiendo sus palabras, y se llevó la mano a la boca en un gesto instintivo de morderse las uñas, pero se controló cuando vio que alguien más entraba por la puerta.

-He traído un regalito para la... Vaya, Rosa, así que estabas aquí.
-No podías llegar en mejor momento, Kain. -Respondió la reina. -Necesito que me hagas un favor... -Se fijó en el paquete que él portaba. -¿Qué llevas ahí?
-Me he tomado la libertad de ir a buscar más éteres y pociones para ayudaros con mis chicos. ¿Cómo se encuentran?
-Hacemos lo que podemos.
-Ya veo... -Ambos bajaron la cabeza, apenados. Emberlei los miró un momento, sin decir nada. -¿Cuál es ese favor? -Preguntó finalmente en general, cambiando de tema.
-Llévala con Cecil, consíguele el Falcon y llévala hasta Rydia.
-¿Qué? -Kain miró a la reina como si se hubiese vuelto loca. -¿Estás loca?
-No es eso, es que... -Rosa miró a la chica, esperando que fuera ella quien acabara la frase.
-Soy invocadora, mi señor. Eso es lo que pasa. -Casi susurró la semihumana.

Kain permaneció en silencio, pensativo, hasta que finalmente tomó una decisión. Llamando a uno de los aprendices, le tendió el paquete de pociones y se dio la vuelta.

-En lo personal, no me parece que sea suficiente el ser invocador como respuesta, pero si Rosa lo dice, tú vienes conmigo ahora... -Un suspiro. -Vendré a verte más tarde, Rosa, por si puedo ayudar en algo.
-Tú también deberías descansar, pero gracias.
-No es nada.

Tomando a Ember de una mano, el dragontino la arrastró fuera. La invocadora se sintió sorprendida un momento, pero se dejó llevar, y caminaron hasta un lugar no muy apartado, pero aislado de oídos indiscretos.

Emberlei rio ligeramente al darse cuenta de esto. Recordaba las leyendas que se habían hecho circular ("El que busque una ciudad de fantasmas pasará sus días convertido en uno de ellos"), pero jamás les había dado importancia. Ahora, sin embargo, temía que estas personas las usaran contra ella para negarle el paso más importante de su búsqueda, lo que la había llevado hasta Baron.

-¿Qué es lo que quieres hacer, chica? Hay muchas invocaciones en el mundo como para que te centres solo en una...
-Lo sé, y más adelante los buscaré también, pero del maestro Leviathán busco algo más que un pacto.
-¿Ah, sí? ¿El qué?
-Una pista para encontrar a alguien.
-Ya veo... -Kain la observó, dándose cuenta de que ella no iba a continuar con ese tema. -Y crees que en Eblan...
-... Encontraré a la persona que me ayude a dar con él.

Kain guardó unos segundos de silencio antes de continuar.

-¿Has oído hablar de Rydia?
-Es una de las pocas Altas Invocadoras que existe actualmente... Aunque se rumorea que también la reina Garnet de Alexandria tiene las habilidades, no se sabe de nadie que haya llegado hasta el más alto nivel.
-Existen actualmente dos Altas Invocadoras en el mundo. -Corrige el Dragontino serio. -Y las has nombradoa a ambas... Por lo que entre los vuestros sí que estáis al tanto de las noticias. -La chica se encogió de hombros.
-Es lo que hay.
-Bien... Intentaré hablar con el rey Cecil para conseguirte una audiencia cuando pueda. ¿De acuerdo? Sin embargo, no te puedo asegurar cuando será esa audiencia. Como te dije, ser Invocador no es suficiente, sobretodo para mi.
-Entendido.
-Mientras tanto puedes pasear por la ciudad, si gustas, pero me gustaría poder localizarte o mandar a alguien para que lo haga.
-Me llamo Emberlei Oakheart... Y supongo que por el físico no habrá problema.
-Seguro que no.

Ambos guardaron silencio, mientras miraban disimuladamente alrededor por si alguien había prestado atención a su conversación. Al ver que no pasaba nada, se pusieron en camino, de vuelta hacia la multitud general.

-Te enviaré una respuesta cuando pueda. Diviértete mientras tanto.
-Eso intentaré. Gracias, señor.
-Hasta pronto.

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Dreighart corría por las calles de Kalm, su ciudad natal (o al menos así la consideraba: toda su infancia había vivido en la calle, por lo que Kalm era el único sitio que conocía). Aunque era un pueblo cerca de un bosque y de las montañas, justo al otro lado de las mismas se encontraba el famoso desierto de Gaia, por lo que tenía cierta tendencia a tener un clima un tanto caluroso y húmedo, aunque a veces, de repente, bajaban las temperaturas. Digamos que tenía lo que los estudiosos llamaban un microclima. Por eso, la gente de Kalm solía ir con ropa corta y ligera, más una fina capa para las rachas de frío del norte.

Al mirar atrás mientras corría por las calles que conocía como la palma de su mano, se encontró con la mirada enfurecida de tres soldados, que hacían todo lo posible por alcanzarle.

-¡Alto, en nombre del Gobernador! -Gritó uno de los soldados entre resuellos.
-¡El Gobernador me la trae floja!
-¡No escaparás con facilidad! -Gritó otro de los soldados.
-¿A esto le llamas facilidad? -Le respondió el chico mientras le enseñaba un trozo de queso.
-¡Si te cazamos, te lo vas a tragar entero!
-¡Gracias, pero para eso no necesito vuestra ayuda! -Respondió el joven mientras doblaba una esquina.

No pudo evitar reírse mientras entraba en uno de los muchos callejones de Kalm. Al fin y al cabo, estaba acostumbrado a que lo persiguieran. El trabajo de ladrón tenía sus riesgos, cierto, pero era mejor que morirse de hambre en las calles, o que te pagaran una miseria por deslomarte diariamente. Así había estado viviendo toda su vida y jamás habían conseguido ponerle la mano encima, y hoy no iba a ser diferente.

Al salir del callejón, apareció donde esperaba: en mitad del bazar de la ciudad, con la mayoría de la gente de la ciudad reunida, más los visitantes que habían venido a Kalm con motivo de la celebración anual por la fundación de la ciudad capital. Tras esquivar un par de puestos y a un par de clientes con cara de malas pulgas, empezó a andar normalmente mientras se ponía la capucha que ocultaba su rasgo más característico: una melena de pelo azul cobalto atada en una coleta.

Tras dar un par de vueltas para asegurarse de que no le seguían, llego a su cuartel general... una cochambrosa casa medio en ruinas a las afueras de la ciudad que compartía con sus dos amigos: Lidius y Juto.

Dreighart se quitó la capa y se estiró, notando como los músculos se tensaban debajo de su delgado cuerpo. Tenía una complexión más bien fibrosa, un poco delgado de más por verse obligado a comer mayormente de lo que llamaba comida rápida (agarrar algo y salir corriendo) pero estaba en muy buena forma. En la calle, al fin y al cabo, sólo se podía sobrevivir de esa manera, corriendo y luchando.

Suspiró mientras dejaba el trozo de queso en la única mesa que tenían, una que, como todo lo que había, la habían cogido después de que alguien decidiera deshacerse de ella. Se sentó en una de las tres sillas, mientras esperaba a que llegaran sus dos amigos.

No pasó mucho rato para que llegaran ambos. Lidius, un chico escuálido y menudo, pero con una mirada muy inteligente y una sonrisa siempre en su rostro, y Juto, un joven musculoso y serio. Ambos se sentaron en las otras dos sillas que quedaban libres, y dejaron en la mesa su parte: una hogaza de pan, y un poco de fruta.

-Bueno, parece que esta noche cenaremos ligero, chicos. -Dijo Dreighart mientras veía lo que había puesto sobre la mesa.
-Es una locura ahí fuera -Respondió Lidius mientras se echaba atrás con la silla, haciendo equilibrios. -Casi no podía andar sin darme de bruces con uno de esos estúpidos guardias.
-Por suerte, mientras estaban despistados contigo, yo pude coger la fruta. -Le dijo Juto a Dreighart, mientras le daba la vuelta a la silla y se apoyaba en el respaldo, a horcajadas.
-Ya... -Suspiró el peliazul. -Se nota que con el festival está Fogret empeñado en que los turistas no vean la... "parte sucia de la ciudad".

Todos miraron la frugal comida con aire de frustración.

-Ese seboso Gobernador me tiene hasta las pelotas. -Dijo Juto tras levantarse. -Si le pillara a solas, le retorcería el pescuezo como a una gallina.

Mientras hacía el ademán en el aire y Lidius se reía, Dreighart se quedó mirando al vacío, mientras acariciaba el colgante que llevaba al cuello. Lidius dejó de reír al ver a su amigo tan pensativo. Sabía que algo le estaba pasando por la cabeza, cuando el joven tenía en sus manos el colgante.

-Dreighart, ¿qué ocurre? Espero que no sea una de esas locas ideas tuyas.

La vista del peliazul se enfocó y, tras mirar a Lidius, esbozó una sonrisa de medio lado.

-Ay, madre. -Suspiró el fortachón al ver la sonrisa. -Allá va otra vez.
-No, no, no. Escuchadme un momento. -Respondió Dreighart mientras se levantaba. -Sabéis que día es hoy, ¿verdad?
-Sí, claro, cómo para no saberlo. -Le respondió Lidius. -Hoy es justamente el inicio del Festival del Aniversario de Kalm.
-Bien. ¿Y qué pasa la primera noche del Festival? -Preguntó Dreighart mientras señalaba a Juto.
-Se hace una cena en la casa del Gobernador con todos los nobles influyentes de la región. -Contestó de nuevo Lidius rascándose la cabeza. -En pocas palabras, estarán todos los peces gordos.
-Exactamente. Y todos estarán atentos a Fogret, porque ya sabes que la mayoría de los nobles son unos lameculos, y este idiota sale primero al blacón para dar un discurso. -Continuó Dreighart sin perder la sonrisa. -Dejando toda la sala del guardarropa sin vigilancia, y eso incluye abrigos y bolsas.
-Pero intuyo que no solo eso tienes en mente. -Comentó Juto cruzando las manos sobre la mesa, bastante serio. -¿Qué más tienes planeado?
-Como dijisteis, uno de mis locos planes. -Rió el de cabello azul. -Si nos sale bien, podríamos hasta comprarnos una casa.
-¿A qué hora tienes planeado empezar?
-La cena empieza a las diez de la noche, pero podremos utilizar los fuegos artificiales de la media noche para colarnos sin problemas. -Dijo Dreighart entusiasmado. -Venid, os voy a contar lo que vamos a hacer, además de lo que os dije...


1 comentario:

Säbel dijo...

Me parece un poco rara la estructura de este capítulo; tengo la impresión que la parte de Ember en el gremio de Magos Blancos sucede antes de encontrarse con Ankar. Igual es sólo mi imaginación.

Es una buena introducción ahora para conocer un poco más de la chica e ir viendo como funciona el mundo. Me agrada.