El
resto del día en la aeronave fue sin mayores contratiempos. Dentro de su
camarote, Dreighart se había puesto a despellejar a los lobos que habían
matado, mientras que Ankar y Onizuka, para matar el tiempo, habían empezado a
jugar a cartas. Ylenia, en una de esas partidas dejó el libro que estaba
leyendo y se asomó al juego actual.
-¿Cómo
se juega a esto?
Ambos
la miraron extrañados, y Onizuka fue el primero en hablar.
-¿No
has jugado nunca a Triple Triad?
-No,
precisamente por eso pregunto cómo se juega. -Dijo ella sentándose en la litera que ocupaba.
Onizuka
se levantó de su sitio y le señaló donde había estado sentado, y la guerrera
bajó y se colocó delante de Ankar. Este tomó de su zurrón un fajo de cartas y
le dio un puñado de ellas. La chica las tomó y vio que en la cara delantera
habían imágenes de monstruos o armas, números y hasta algo parecido a llamas o
gotas de agua.
-Te
explicaré las reglas básicas. -Dijo Ankar mientras recogía las suyas propias. -Primero debes
elegir cinco de las cartas que tengas para jugarlas. Debes elegir con cuidado,
pues esas serán las
cartas que uses en la partida. -Le señaló en una de sus cartas, con la figura de
una espada con humo rojo, encima de los cuatro números que había en la esquina
superior izquierda. -Esta es la puntuación de cada
carta. Van desde el número uno
hasta la letra "a". Se
colocan en un cuadro de tres por tres, el número más alto cambia la carta.
-Gana
el jugador que más cartas tenga de su parte. -Explicó Onizuka, que se había sentado al lado de Ylenia. -Cada
carta es distinta y hay cartas que no se hacen desde hace años, pero si tienes una copia antigua,
puedes ir a cualquier lugar especializado a que te la reproduzcan.
-Ya
veo... -Ylenia tomó una de
las cartas que le dio Ankar, con la imagen de un Bomb. -¿Y esta llama arriba a la derecha?
-Eso
ya es para reglas avanzadas. -Contestó Onizuka. -No
te preocupes por eso, de momento preocúpate de
jugar normalmente.
La
chica tomó la carta, y la puso en el cuadro de tres por tres que había en el
suelo. El resultado de aquello fue que, hasta bien entrada la noche, Ylenia no
dejó de jugar contra Ankar o contra Onizuka, mientras que Dreighart miraba
desde su cama.
-Esto
es demasiado adictivo. -Dijo al final Ylenia tomando las cartas y ordenándolas. -Y soy demasiado
principiante como para ganaros alguna vez.
-Eso
ya cambiará, tranquila. -Contestó Onizuka sentándose en la litera donde dormía. -Poco a poco irás mejorando tu técnica, aunque
seguramente perderás varias cartas antes de eso.
-¿Perder
cartas?
-Cuando
ganas, según las reglas, te quedas con una carta del contrincante. -Explicó Ankar mientras guardaba su
fajo de cartas. -Hay zonas en las que, al perder, pierdes toda la mano también.
-Eso
es muy cruel. -La guerrera miró las cartas que le habían dejado Ankar y Onizuka. Se
las dio al albino. -Toma, vuestras cartas.
-Quédatelas.
La
mirada de Ylenia pasó de Ankar a Onizuka.
-¿Qué
me las quede? Pero si son vuestras.
-Oh,
por favor, eres una novata sin cartas, es costumbre de que alguien que lleve
más tiempo jugando le dé un fajo de cartas al novato. -Contestó Onizuka riendo. -Tienes tres
manos, quince cartas... Creo que te irá de muerte con las que tienes.
-Pero
os costó a vosotros conseguirlas. ¿Verdad? -Se levantó algo colorada por ello.
-¿Costar?
Que va, si casi todas son mías. -Riendo, Onizuka se estiró en el colchón. -Siempre me ha ganado el
petardo este de pelo blanco.
Ankar,
por su parte, le dio un fuerte golpe con la almohada en la cara, y se estiró en
su propio colchón.
-Lo
que dice Onizuka es cierto, Ylenia. -Explicó Ankar mirándola. -La tradición dice que los veteranos den
cartas a los novatos. Así que esas cartas son tuyas ahora.
La
chica miró las cartas mientras Dreighart dejaba en una gran bolsa las pieles
que había preparado. La guerrera subió a su camastro mientras miraba las
cartas.
-Gracias...
-¿Y yo
no tengo cartas de regalo? -Preguntó dolido el ladrón desde abajo.
-No me
engañas piojo, te he visto que sabes las reglas. -Onizuka sacó la cabeza para mirarlo
mientras le daba la almohada a su compañero de litera. -Así que tienes cartas escondidas
por ahí
que pienso quitarte. -Y se metió dentro de su cama de nuevo riendo como
un maníaco.
-Jo,
no gracias, no voy a jugar contra ti nunca. -Dijo riendo el peliazul, y se metió dentro de la cama.
La
noche fue tranquila, mientras Dreighart pensaba. Aquel grupo le estaba
atrayendo, y mucho. Siempre le han gustado las aventuras, recordaba los cuentos
que le contaba su padre a él y a su hermana, y la tristeza invadió su corazón.
Recordó con aspereza el día en que su hermana murió por meterse entre dos
bandas rivales en Kalm, pero... ¿Qué dos bandas eran? Hacía un año aproximadamente que tuvo la pérdida de su hermana, pero de lo
único que se acordaba era de la alhaja que colgaba de su cuello... un collar
con una piedra romboide de color azul brillante. Acariciar aquella pequeña joya siempre le ha hecho
recordar los buenos tiempos cuando ambos estaban siempre contentos y no tenían
miedo del futuro. Suspiró y cerró los ojos mientras escuchaba la respiración de
Onizuka.
Por su
parte, Ylenia se quedó mirando las cartas que le habían regalado. Pensó en lo
que estaba pasando con ese grupo tan variopinto, estaba aprendiendo muchas
cosas con ellos a la vez que empezaba a sentirse a gusto con todos. Cosas
nuevas estaban empezando a surgir en su mente ahora que tenía compañeros que le
hablaran sin problemas... ¿Cuánto hacía de la última vez que no había tenido una conversación sencilla y tranquila con
alguien? No lo recordaba, pues ni siquiera de pequeña había tenido
conversaciones así.
Cuando
guardó las cartas en su zurrón y se estiró se sorprendió acariciando las
cuentas de su nueva pulsera. Soltó el aire de sus pulmones y cerró los ojos.
Quería descansar de aquel día tan extraño.
Lo
último que escuchó antes de dormirse fue el sonido de un líquido escanciándose
en una boca.
========================================
Frío. Lluvia. Fuego. Miraba a los lados
y lo único que encontraba eran casas en llamas, destrozadas, y gente gritando.
Sus ojos, cegados por el humo, y su cabello estropeado por el fuego. Corrió
hacia un lugar que sabía sería seguro, pero tropezó y cayó al suelo. Miró hacia
el cielo, y ahí pudo ver el rojo carmesí de un barco de guerra, que se
preparaba para terminar su trabajo. Empezaron a escucharse gritos. Kahad...
Kahad...
-¡Kahad,
despierta!
Abrió
los ojos confuso, y dando un vistazo suspiró al ver en la penumbra el rostro de
su padre, un hombre mayor, cercano al medio siglo, con el cabello algo ya
escaso, que lo tenía sujeto por los hombros. Habló con la pastosa voz que
caracteriza a los recién despertados mientras se pasaba la mano por el cabello
rubio oscuro, algo húmedo.
-Ya
va, tranquilo... No tienes porqué zarandearme así...
-Tu
jefe está llamándote, hijo. Te está esperando en su despacho.
La voz
de su padre hizo que se despertara completamente y se sentó en la cama para
desperezarse, mientras que su padre salía del pequeño cuarto que tenía para él
solo. Se levantó y fue hasta una palangana donde había agua y un espejo, y se
miró en él mientras tomaba algo de agua. Su rostro era duro y su piel algo
morena, característica de los norteños como él. Se lavó la cara para despejarse
del todo, sintiendo como empezaba a asomarse la barba, y después se tocó el
cabello corto. Suspiró al mirar los restos de colorante que tenía ahora en la
palma.
-Ya
pronto me toca teñirme de nuevo...
Se
limpió la mano y se aseó un poco más antes de dirigirse a una pequeña silla
donde tenía su ropa. Se sentía muy cómodo y, además, le daba orgullo lucir ese
uniforme. Pantalones negros con varios bolsillos, una cota de malla bajo una
camisa típicamente japonesa del mismo color oscuro con también varios lugares
para esconder objetos. El tacto frío del metal de la cota le hizo tener un
escalofrío, mientras se agachaba para tomar sus botas. Botas negras, por
supuesto, que cubrían el tobillo y un poco de la pierna, preparadas para
correr, saltar y no hacer el más mínimo ruido. Cuando estuvo calzado se ató un
cinturón que llevaba una katana y una daga sinuosa, de estilo kris, quedando
ambas armas a la espalda de él. Se dirigió al espejo que había en su cuarto
mientras tomaba un pequeño broche de color azul verdoso, circular y mate, con
la forma de unas olas en él. Se quedó delante del espejo mirando su figura y
suspirando.
Aquellos
sueños eran lo único que recordaba de su pasado. Nadie le había buscado desde
que Eblan fue bombardeada años atrás en la Guerra de las Sombras. Aunque eso no
fue extraño, muchos niños perdieron a sus familias en aquellos terribles años
igual que él... Pero solo él terminó con amnesia. Solo recordaba un
nombre: Kahad.
El
nombre... Y dos cosas más. Su daga y su broche.
Tomó la
capa que colgaba de un perchero cercano y se la colocó, uniendo las dos partes
a la camisa gracias al broche, y después tomó un pañuelo para atárselo al
cuello. Se miró una vez más... No importaba mucho quién fuera antes, al menos en ese
momento... Ahora era Kahad, un ninja de Eblan.
Salió
por la puerta para encontrarse con su padre adoptivo con una rebanada de pan y
una taza de barro en las manos. La casa era pequeña, echa de piedra y madera,
con pocos muebles, dos pares de sillas, un par de butacas, una mesa y la cocina
con un pequeño fuego, y en medio una chimenea. Se apartó un poco la capa y se
sentó frente a la mesa mientras su padre le echaba algo de leche de una jarra
de barro en la taza.
-Hoy
has dormido más de lo habitual. -Dijo el hombre mayor llenando otras dos tazas
del blanco líquido.
-Sí,
anoche tuve guardia. -Contestó el joven
mirando al anciano. Había estado siempre trabajando en los pequeños campos de
la nueva ciudad de Eblan, y su físico lo denotaba, pues era fuerte y robusto, y
aunque ya tenía unas fuertes entradas, su cabello parecía negarse a
encanecerse, igual que su piel no perdía su tono oscuro. -¿Irás hoy también a
la plantación?
-Ese
es mi trabajo. -Le contestó el hombre
riendo y sentándose en
otra silla. -¿Nervioso
por el tuyo?
-Para
nada. -Se quedó callado
mientras mordisqueaba el pan con fuerza. -Alguna vigilancia, o un simple
informe... o a lo mejor que espíe a
alguien, no creo que sea nada más.
-Y
eso hace que tu vida no sea la aburrida vida de un granjero. -La risa del
hombre era fuerte, pero denotaba algo de tristeza.
-La
vida del campo no está hecha para mí. -Contestó él a modo
de defensa, y se bebió toda la
leche de golpe. -Lo mío es más la acción... -Se levantó y acabó con su rebanada de pan. -Puede que
vuelva para cenar, pero igualmente dale un beso a madre de mi parte.
-Ten
cuidado Kahad...
Se
colocó el pañuelo frente a la boca para tapar su rostro y se despidió con la
mano, abriendo la puerta y abandonando su casa. El cielo estaba despejado,
aunque la niebla mañanera persistía. Aunque él se había levantado tarde para su
horario, aún era bastante temprano para el resto de personas que todavía
seguían festejando la Ventisca de Plata. Los servicios de limpieza en Eblan no
eran muy necesarios, parecía que la gente en su reino era muy limpia. Saludó a
un panadero que ya debería llevar horas despierto, y se dirigió calle arriba al
puesto de guardia, el cual estaba cerca del castillo. La caseta parecía en
realidad una casa más, para poder seguir con su estética de secretismo.
Abrió
la puerta, encontrándose dentro a varios ninjas preparándose o simplemente hablando,
todos con el mismo uniforme. La caseta de guardia tenía tres habitaciones sin
contar con el salón y la cocina, y había varias sillas y mesas para los que
ocuparan el lugar. Una de las puertas iba directa al despacho del jefe de
guardia, y ahí estaba el único que tenía algo de diferencia en su vestimenta.
El capitán del batallón no llevaba ni pañuelo que le tapara la espesa barba
grisácea ni la capa que pudiera cubrirle el cabello. En su pecho llevaba una
insignia de cuero negro que revelaba su rango.
-¿Me
había llamado, señor? -Preguntó Kahad al
cerrar la puerta del despacho.
-Sí,
siéntate Kagenui. -Contestó con aire
distraído mientras terminaba unos
papeles. Su superior siempre se dirigía a él por el apellido de sus padres,
algo normal en Eblan.
-Y
bien... ¿De qué se trata?
-Tienes
una nueva misión.
-Vale,
ahora capitán, dígame algo que no sepa. -Dijo con aire bromista pero sin sonreír.
-Tienes
que escoltar a cierta persona hasta el Templo del Mar Eterno.
-Sigue
sin parecerme algo fuera de lo común.
-No
dirías eso si supieras que esto es un encargo directo de la reina. -El viejo
ninja tomó el papel
que estaba redactando y se lo tendió al joven.
-Ella misma te dará los
detalles. Debes ir ahora mismo a su estudio particular.
-¿Al
estudio particular de la reina? -Repitió Kahad atónito, tomando el papel.
-Así
es muchacho. Ve ahora mismo.
El
teñido se levantó e hizo un saludo marcial con la mano, y se dirigió hacia la
puerta.
-Kagenui.
-La voz del capitán hizo que
se girara extrañado. -Ten
cuidado. Este tipo de misiones no me gustan nada.
-Si
capitán. Seré precavido.
Con
velocidad, el joven fue directamente hacia el castillo mirando el papel que le
acababan de dar. Era un pase para que no le hicieran preguntas, aunque sabía
que eso no sería necesario, siempre es mejor prevenir que curar. Franqueó la
puerta principal mientras cavilaba.
Una
misión de la propia reina... De todos era conocido, o al menos se hablaba de un
hecho real, que la reina Rydia tenía la
costumbre de querer saber y controlar todo lo que pasaba a su alrededor,
incluyendo al resto de países... y a los eidolons, la mayor afición de la reina. Cierto era que no
demostraba esa faceta abiertamente, pero se creía que gracias a los contactos con Baron
podía saber lo que pasaba en el
mundo sin tener que salir de su estudio.
Una
vez estuvo dentro del castillo, se dirigió a uno de los tapices con el símbolo
de Eblan y lo abrió, mostrando un túnel secreto. No serías capaz de ver esos
túneles a no ser que supieras donde están, y era una manera eficaz de mantener
la seguridad del castillo y también de acortar caminos. Aquel intrincado y
laberíntico grupo de corredores escondidos estaba hecho de una piedra pulida y
especial para que solo los que debían pasar por ahí pudieran hacerlo sin
problemas, para saber donde estaban los botones que abrían puertas de piedra,
para evitar posibles trampas...
Se
cruzó con un par de ninjas con los que no cruzó ni una palabra, y bajó un par
de veces unas escaleras de mano para encontrarse con paredes ilusorias que
atravesaba sin problemas. Cuando había pasado un rato de camino, se encontró
frente a un ninja que lo miró a los ojos y extendió la mano. Kahad dejó el
papel en su mano y espero a que lo leyera.
Asintiendo,
el hombre abrió la puerta que se encontraba detrás de él mientras le devolvía
el papel al chico. La madera daba a un pasillo iluminado que llegaba hasta una
pared ilusoria, la cual atravesó para encontrarse con el estudio de la reina
Rydia.
Lo
primero que destacaba en esa sala era que estaba repleta de libros. Enormes
estanterías cubrían las paredes, las cuales estaban repletas de libros de todo
tipo: Historia, lengua, literatura, ciencia, magia, filosofía, religión,
biología... En el centro había un pequeño escritorio con tres sillas, una de
las cuales estaba ocupada por la propia Rydia mientras escribía algunos
pergaminos, escondida en dos altas torres de libros cerrados. Las luces de las
ventanas entraban y enfocaban su luz hacia la mesa donde estaba ella gracias a
un simple juego de espejos y cristales. La chimenea, encendida en una zona
apartada, daba calor a la estancia lejos de los papeles y los libros. El ninja
se colocó delante de la mesa y agachó la cabeza.
-Me
habéis llamado, majestad.
-Ciertamente.
-Dijo ella sin levantar la vista de su pergamino. -¿Te ha informado el capitán del motivo
por el que estás aquí?
-Lo
justo. ¿Podéis darme más detalles, mi reina?
Rydia
dejó la pluma dorada que usaba para escribir mientras se recostaba en el
respaldo de su silla. La mirada que le lanzó fue de análisis, Kahad las conocía
bien.
-Tengo
entendido de que eres uno de los soldados más discretos del reino. -Empezó a hablar ella cruzando las manos sobre
su vientre. -Y yo necesito a alguien discreto. Necesito que escoltes a una
persona especial, una mujer de quien seguramente habrás oído hablar.
Tu misión es protegerla allá donde vaya, hasta que yo decida que la misión haya
terminado. -Se alzó un poco
para poner las manos sobre la madera de su mesa. -Puede ser una misión peligrosa y necesito alguien
capacitado para ello. Le pedí al rey
que hablara con sus hombres, pues necesito a alguien de extrema confianza, y de
muchos candidatos, tu nombre me llamó la atención.
Kahad
tragó saliva tras el pañuelo que le protegía la cara. Había rumores de que los
nombres de quienes le llaman la atención a la Alta Invocadora acababan siendo
conocidos por algún motivo, pero no se decía en voz muy alta.
-¿Puedo
saber la razón de que esta mujer sea tan especial? -Dijo él con su tono monótono.
-La
persona que vas a escoltar es... alguien especial. -Le contestó Rydia con semblante serio. -Es una
invocadora.
-¿Cómo
vos? ¿O como un mago especializado en eidolons?
-Como
yo. Por eso hay que protegerla. Además... -La voz de la reina se hizo leve,
como si de un susurro se tratara. Kahad no se movió pues la escuchó perfectamente. -ella busca a su padre.
Quiero que la traigas de vuelta cuando lo encontréis, si es que eso es posible hacerlo.
Serás mi espía a la vez que su guardián. Si no es posible regresar
inmediatamente, requeriría un mensaje lo antes posible. ¿Entendido?
-Sí,
mi señora. -El ninja hizo una nueva reverencia.
-Hoy
iréis al Templo del Mar Eterno después del mediodía, al terminar la hora de
comer. -La mujer de cabellos verdes tomó la pluma
dorada de nuevo y la mojó en tinta.
-Prepárate para ir por el túnel subterráneo. También ve a ver a tu nueva
protegida. -Sonrió con
gracia y empezó a
escribir de nuevo. -Tiene el cabello violeta, y aparenta tener unos quince años... No creo que te sea difícil de encontrar. Puedes retirarte.
Tras
recibir sus órdenes, Kahad asintió, hizo una nueva reverencia y abandonó el
despacho, esta vez por la puerta principal. Dada la hora en la que se
encontraban, la chica podría estar seguramente en el comedor principal como
huésped de la reina, o en algún cuarto de invitados.
¿Sería
su protegida la chica que vino con maese Kain, la Mano del Rey de Baron? Sabía
por sus compañeros que no había entrado ningún otro extranjero a palacio a
parte de ellos dos desde hace semanas, pero no escuchó nada de su cabello. Hizo
una mueca bajo el pañuelo, pues esperaba que no fuera una baroniana... No les
caía bien la gente de Baron.
Mientras
pensaba eso, preguntó a una de las sirvientas el camino de las habitaciones de
invitados, y al decirle que buscaba el de la muchacha la mujer le acompañó
hasta el aposento. No caminaron mucho hasta llegar a la entrada de la alcoba.
Kahad se despidió de la mujer con la cabeza mientras escuchaba ruido de
movimientos en el interior. Golpeó la puerta con los nudillos.
-¿Quién
es? -Preguntó una voz
femenina juvenil pero seria.
-Me
envían el rey y la reina. -Respondió él de forma escueta.
-Adelante.
El
chico abrió la puerta. La chica de cabellos morados estaba ordenando algunas
cosas: armas, una capa, algunas pociones... Era más pequeña de lo que había imaginado, pero se notaba algo
extraño en ella... si no contábamos con
el extraño color de
su cabello.
-¿Quién
eres? -Preguntó la chica
mirándole con los orbes morados
fijos en los suyos grises.
-Kahad
Kagenui, he sido designado por sus majestades como tu... vuestro guardián, muchacha.
-A
mi puedes llamarme Ember. -Ella le sonrió mientras
le tendía la mano.
-Y no me llames "muchacha",
chiquillo.
Él,
extrañado, estrechó la mano y la soltó, mientras que ella volvía a sus
quehaceres. Le quedaban escasas cosas por guardar cuando al fin el ninja
reaccionó.
-¿Chiquillo?
-La voz de él parecía un poco ofendida. ¿Quién se creía que era? -¿Puedo preguntar cuántos años tenéis, mu... señorita? -Dijo rectificando a tiempo.
-Es
de mala educación preguntar la edad de una dama. ¿No lo sabías? -Respondió ella con una tranquila sonrisa, mitad
burlona y mitad amable.
-Me
disculpo pues. -Contestó el ninja.
Poco a poco, mientras ella recogía sus
cosas, su tranquilidad iba en aumento. Empezaba a estar en armonía con su misión, y aunque no lo denotaba su expresión, si se notaba en el ambiente.
-¿Habéis desayunado ya?
-No,
no todavía. -Tomó su libro
de hechizos y lo guardó en el
zurrón junto a todo lo demás, y lo cerró con fuerza. -Realmente, me desperté escasamente una hora antes de que
llegaras, y me puse a preparar mis cosas antes de irnos al Templo. ¿Quieres
acompañarme?
"Estoy obligado a ello", pensó Kahad, pero algo le hizo fruncir el ceño.
-Por
supuesto. Sin embargo, no iremos inmediatamente al Templo.
-¿Por
qué no?
-La
reina ha dicho que debemos ir después de mediodía, al término de la hora de
comer.
-¿Todavía
habré de esperar más? -La voz decepcionada de Ember hizo que Kahad levantara
una ceja. -¿Y qué se supone que debo hacer hasta
entonces?
-Primero,
sugiero que vayamos a almorzar al comedor principal, y después ya lo decidirá.
-Está
bien... -Suspiró ella colgándose el zurrón al hombro. -Vayamos pues... tengo
bastante hambre.
La
maga negra se dirigió a la puerta mientras que el ninja se apartaba para
dejarle pasar, y salió este último casi pegado a sus talones, cerrando la
puerta a su espalda. Empezaron a caminar, primero ella delante de él, ofuscada
por su malestar, hasta que se le acabó el pasillo y descubrió que no sabía por
dónde debía ir. Ahí fue donde Kahad tomó el relevo y la guió hasta el comedor
principal. Curiosamente, en el mismo se encontraban, a parte de algunas
personas más, el general dragontino y los dos monarcas, que no disimularon su
mirada hacia la pareja que acababa de entrar y se dirigían hacia ellos.
-¿Por
qué debo esperar hasta después de comer? -Dijo sin rodeos Emberlei colocando
sus manos sobre la mesa.
-Buenos
días, muchacha. Me alegro de que hayas despertado con tanta energía el día de
hoy. -Contestó ignorando
a la chica el rey Edward. -Podrías
almorzar con nosotros en vez de gritar como un enano criado en la selva.
-No
he gritado, majestad. -Respondió ella mirándolo, intentando disimular su
frustración hacia
esas personas. -Pero no entiendo por qué, si he
tenido que esperar todo un día para
poder ir al templo, debo esperar más.
El
rey suspiró y miró a Kain con una mirada de exasperación.
-Me
has traído a alguien muy gritón.
-Lo
sé Edge, y lo siento. -El baroniano parecía estar
mucho menos tenso que cuando estuvieron en la sala de reuniones, y se dirigió a Ember. -Siéntate y almuerza con nosotros.
-No
quiero almorzar, quiero ir al templo. -La voz de la maga negra parecía estar teñida de nerviosismo, a la vez de un tono
bastante infantil.
-Siéntate.
-La orden de la reina fue dada con tal fuerza en la voz que hasta el propio
Kahad se sorprendió y estuvo
tentado de obedecer. La chica, por su parte, le hizo caso. -No puedes pensar
que puedes ir por un pasaje secreto así porque sí. ¿Verdad?
Hay que preparar papeles y avisar a los guardianes y sacerdotes.
-¿Y
no se pudo hacer el día de ayer?
-¿Qué
te hace pensar que no se hizo? -Dijo la mujer perdiendo la sonrisa.
La
contestación de la reina hizo que Ember se quedara callada y mirara a la comida
que había en la mesa. Su hambre atacó de nuevo, y tomó algo de fruta para
empezar a morder con educación, aunque su vista se quedó fija en el plato
frente a ella.
-Eso
está mejor. -Replicó el rey
Edward. -Has de saber, niña, que no
eres la única que
busca algo en el templo, y por lo tanto hay que avisar de tu visita a los
sacerdotes.
La
palabra "niña" resonó con fuerza en su mente, pero lo que el
rey le dijo fue algo más extraño. Miró al señor de los shinobis.
-¿Qué
queréis decir con que "no soy la única"?
-Eso
es información confidencial. -Contestó Kain
antes que Edward. La chica lo miró a él. -No podemos darte más información de la que ya dispones.
Por eso mismo has de esperar.
-Mientras,
tómatelo con calma. -Dijo Rydia. -Come adecuadamente para tener energías. Tú
también, Kagenui. Siéntate junto a tu protegida y come.
Emberlei
se quedó quieta mientras terminaba de masticar, y se sintió tentada de irse en
ese momento dejándolos solos, pero en ese momento fueron los reyes quienes se
alzaban mientras el joven ninja hacía lo contrario. Kain se quedó sentado.
-Nosotros
nos ausentamos. -Explicó Edward, más para Kain que para Ember. -Todavía tenemos que preparar los documentos
para Cecil, me gustaría que a
media mañana te
pasaras por el despacho.
-Por
supuesto Edge... quiero decir, rey Edward. -Contestó el general dragontino. Los ojos del
monarca parecieron sonreír.
-Oh,
vamos, nos conocemos desde hace demasiado para que me llames así. -Le puso la
mano encima del hombro cubierto por la armadura y se marchó. La reina miró a la maga negra.
-Obedece.
-La palabra de esa mujer parecían estar respaldadas por la fuerza de su cargo y
de su sabiduría. -Después de
comer, podréis partir
hacia el templo.
-Sí,
majestad... -Contestó ella con
una carga llena de resentimiento y cansancio. La mujer, si se dio aludida, no
lo denotó y se
marchó dándole un beso en la mejilla a Kain.
Kahad,
que no había perdido ni un solo detalle de la conversación, se hacía varias
preguntas. ¿Por qué tanto revuelo por ir al Templo del Mar Eterno? Que él
supiera, cualquiera puede ir al templo a rezarle al guardián en barco o por el
pasaje secreto bajo la ciudad... Aunque recordaba que últimamente habían habido
muchas dificultades para ir y venir. Nadie sabe la razón, pero desde una semana
atrás aproximadamente habían colocado varios guardias extras tanto en el puerto
como en la entrada al pasadizo subterráneo. Miró como el dragontino comía sin
demostrar nerviosismo y como Emberlei ardía por dentro en una extraña furia
animal.
Suspiró
pensando en lo difícil que sería lidiar con esa muchacha.
========================================
-Es
por aquí.
Después
del mediodía, Ember no había querido esperar más y había convencido a Kahad de
que la llevara hacia el tiempo sin más dilación. El joven ninja, sin demostrar
sus pensamientos, la llevó por las calles de Eblan, sorteando gente bailando y
llegando hasta un pequeño templo erigido a Mateus, Diosa de los Humanos, del
Agua y el Mar. Era una casa echa de piedra, no muy grande, pero lo suficiente
para que pudieran entrar una treintena de personas, que eran las que en el
interior no estaban. Sin embargo, Emberlei pudo comprobar la hermosura que
demostraba la gran estatua de la diosa humana en el centro de la gran sala y los
hermosos tapices azulados que colgaban a los lados de las pequeñas ventanas de
los costados. Al fondo se podía ver como un hombre mayor ataviado con una
túnica de la Señora del Agua, donde predominaba el azul y el blanco, les hacía
señas con la mano para que se acercaran. Caminaron al lado de varias filas de
asientos vacíos hasta estar detrás del altar junto al sacerdote. Kahad y él
intercambiaron unas pocas palabras mientras Emberlei miraba la gran estatua que
presidía la estancia.
-Señorita,
por aquí.
La
voz del ninja hizo que diera un pequeño respingo y se girara a él, y se
encontró con una trampilla abierta bajo la alfombra donde debería estar el
sacerdote. Al mostrársela Kahad se pudo sentir un fuerte olor a mar y tierra.
-Esta
es la ruta más rápida y directa. -Explicó el ninja
mientras bajaba por la escalera de mano. -Hay otras rutas, pero esta es la más veloz de todas, además de la más segura. Déme un segundo para comprobar que todo
está bien.
Mientras
ella asentía el ninja bajó por las escaleras completamente. Echó un vistazo al
largo túnel usando sus ojos entrenados para la oscuridad que ahí reinaba para
vigilar la lejanía. Podía ver el camino oscurecido y varias antorchas colocadas
a los lados, todas apagadas impidiendo la visibilidad. Asintió y miró hacia
arriba.
-Puede
bajar.
Mientras
Ember bajaba por la escalerilla echa de cuerda, Kahad tomó una de las antorchas
apagadas y se había colocado en el suelo, sacando un yesquero para hacer fuego.
Enfadado, sintió que la chica se colocaba a su lado mientras él aún no había
conseguido encender la llama.
-No
creo que podáis ver nada... -Comentó él mirando desde el suelo hacia el fondo
oscuro. Suspiró sintiendo
el olor de la tierra en el túnel. -Hay muy poca luz para unos ojos normales.
-Mis
ojos no son normales. -Contestó ella,
pero aun asi tenía dificultades para tomar la antorcha que Kahad no había
podido encender y puso una mano sobre la tela. -Piro... -El murmullo fue
acompañado de una chispa en llamas que hizo encender el trapo aceitoso
alrededor de la madera. La luz hizo que ambos cerraran un poco los ojos. Cuando
Kahad se levantó ella lo miró con una sonrisa casi infantil. -¿Vamos?
Él
asintió tomando otra antorcha y encendiéndola con la de Ember, y comenzaron a
caminar guiándola por el estrecho pasillo que se extendía hacia las
profundidades. Veinte o treinta metros más allá el camino se ensanchaba, así
que pudieron caminar uno al lado del otro, con Kahad dando indicaciones para
evitar que se perdieran. Llegaron a un punto en el que empezaron a descender
por escaleras grabadas en la piedra, sintiendo frescor en las paredes y en el
ambiente. No había viento ni ráfagas de aire, pero el ambiente era más frío. No
habían pasado ni treinta minutos desde que bajaron allí abajo.
-Debemos
estar ya a medio camino... -Comentó el ninja
y, en un arrebato de simpatía, añadió. -Sobre
nuestras cabezas tenemos estas piedras y, después, el mar del norte... ¿No resulta
emocionante?
-Supongo...
-Respondió ella algo
distraída mientras caminaba observando
todo fugazmente y palpando de vez en cuando las paredes. -Aquí la energía mágica es
fuerte... Se nota simplemente tocando la piedra. ¿Acaso la reina intervino en la
construcción de los
túneles?
-A
medias... -Contestó él. -En algunos túneles de Eblan si ha contribuido, pero
este es el más antiguo,
estaba ya incluso desde antes de la Guerra de las Sombras. Creo que se podía acceder al templo desde aquí en la antigüedad. Por lo que me han comentado los
maestros, se hizo con la ayuda de algunos Eidolones... Puede que Titán. Por eso
no se nos cae todo encima... Aunque también podrían haberlo hecho los enanos...
o enanos invocadores, que es la idea más extendida. Está todo envuelto en un
gran misterio que a día de hoy usamos nosotros en nuestro beneficio.
-Es
magnífico... -Esas fueron las únicas
palabras de la chica.
Siguieron
caminando en silencio, en esta ocasión en línea recta sin tener que descender
más. Todo fue sencillo, sin cambios ni sorpresas. Era casi aburrido para ella,
de no ser por la emoción que tenía de encontrarse cada vez más cerca del
llamado Maestro de los Eidolones, al que adoraban casi como un rey... Aunque no
lo fuera legítimamente. Las leyendas decían que, cuando Bahamut, el dios que
dio vida al mundo, o al menos a los eidolones, creó a los seres vivos, dejó al
cargo de estos poderosos espíritus al gran Leviathán para mantener un orden
mientras él vivía en Ragnarok, la luna. Ella no creía en esas cosas, después de
todo... son solo leyendas, y hasta dudaba de la veracidad con la que se hablaba
de los propios dioses, algo que ella pensaba que eran simples cúmulos de maná,
o hasta espers muy poderosos.
Continuaban
caminando. Debían de llevar más de una hora, siempre con el mismo paisaje: Roca
de color gris oscuro, lisa, sin grabado alguno, fría al tacto y viendo el vaho
de sus alientos frente a ellos. Sin embargo, el tedio que sentía aumentaba en
proporción a la emoción que igualmente subía. La única distracción era el
cambio de antorchas por el uso y desgaste. Lo hacían todo en silencio. Sin nada
que decirse.
¿Qué
pensaba hacer cuando llegaran al templo? Quería hablar con Leviathán. ¡Tenía
que hablar con Leviathán! Pero no sería capaz de mencionarlo en voz alta
estando Kahad delante... ¿Qué hacer con él, pues? ¿Echarlo? No, quizás...
Quizás, seguramente...
-Te
ruego que me dejes la batalla a mí, chiquillo. -Le dijo ella a su acompañante.
-Eso
es imposible. -La negativa fue inmediata, casi con un bufido de parte del ninja.
-Mis órdenes son acompañaros y
protegeros, y eso haré.
-Entonces
me dejarás hablar a solas con el Maestro antes del combate. -Insistió ella testaruda.
-También
es imposible. Pero puedo estar alejado de usted si necesita privacidad.
-¡Pero...!
-Mis
órdenes son absolutas. -El tono que usaba hacía muy difícil creer que momentos antes hubiera
sido amable. Se detuvo frente a una escalerilla de piedra. -Hemos llegado.
La
chica de cabello violeta se dio cuenta de que la piedra de la escalerilla era
de color azul claro. La subieron con cuidado, en silencio, apenas escuchando el
ruido sordo de sus pies al tocar la piedra. Al final de los escalones había una
plataforma y una escalera más echa esta vez de cuerda. Miraron hacia arriba y
vieron una trampilla de madera. Kahad dejó la antorcha en el suelo y subió
hasta ella, y la abrió con su hombro. La chica pudo escuchar como el ninja
hablaba con alguien mientras se perdía en el borde de la entrada.
-Bienvenido.
-Gracias.
-La voz de su guardián se
escuchó con claridad. -Vengo junto a
la muchacha.
-Os
esperábamos. Dígale que suba por favor.
En
cuanto escuchó la frase, Ember soltó la antorcha sin miramientos y comenzó a
subir con dificultad. Vio la mano de Kahad y su rostro para ayudarla a subir, y
una vez arriba pudo ver el color azul claro que predominaba en la estancia.
Aquel templo tenía el aspecto de un gran castillo de Wutai o de Doma, muy
oriental, con los colores blancos y azules siendo los líderes entre los tonos.
Dio un respingo cuando la trampilla se cerró de golpe, y mirando hacia ella
pudo ver a un niño con ropas azules.
-Bienvenida.
-La voz de un hombre mayor vino desde detrás de la
chica, y al girarse pudo ver un hombre adulto, de cabello blanco y ropajes
iguales a los del crío. -Espero
que el viaje hasta aquí no haya
sido muy pesado.
-Simplemente
quiero encontrarme con el Maestro. -Explicó ella
limpiándose la ropa de restos de
polvo. -He tenido que esperar demasiado y quiero verle ya.
Kahad
suspiró ante las malas formas de Emberlei. Era cierto que el camino había sido
tedioso, pero la educación parecía no ser el punto fuerte de la muchacha. El
ninja, mientras la chica terminaba de limpiarse, miró el templo desde donde
estaba. Parecía que habría sido construido por gente de Doma, pues su
arquitectura se asemejaba mucho, pero parecía muy antigua, como si no hubiera
recibido ningún tipo de arreglo, pero no parecía necesitarlo. Las paredes
blancas, y el suelo de madera lacado en azul celeste daban al lugar un aspecto
de paz y serenidad que hacía pensar que era un lugar más cercano a simplemente
rezar y estudiar, que no un lugar para proteger un Cristal Sagrado. El ambiente
era frío, y desde las ventanas entraba una fuerte luz blanca que hacía relucir
aún más el lugar. El sitio donde aparecieron, un simple estudio con una mesa y
unas cuantas estanterías, estaba impoluto, y la puerta de madera corredera
estaba medio abierta, mostrando un largo pasillo.
-Entiendo
que esté ansiosa por conocer al Guardián. -Dijo el hombre mayor haciendo que la
vista de Kahad volviera al sacerdote. -Pero debíamos hacer los preparativos.
-Me
han dicho que hay alguien más pensando en venir al templo. -La voz de Ember fue
pausada, respetuosa esta vez, ahora que ya estaba segura de que estaba limpia. -Pero
creo que los invocadores deberíamos tener prioridad sobre otros
visitantes menos importantes.
-En
otra ocasión se había hecho que los Invocadores pudieran formar pactos mientras
la gente miraba la batalla. -El sacerdote empezó a caminar hacia el corredor.
La pareja lo siguió de cerca, viendo que en el pasillo
habían grandes tapices hechos de hilos azules y blancos con símbolos del mar y
del Guardián del Templo. -Sin embargo, el Guardián Leviathán ha dicho que los visitantes
son personas a quien él espera ansioso.
-¿El
Maestro los espera? ¿Acaso son invocadores?
El
sacerdote suspiró con una sonrisa mientras que Kahad adivinaba lo que pensaba. "El ego de esa muchacha era tan
alto como las montañas de Nibel". Por su parte, Emberlei solo
pensaba en una cosa: El Maestro. Estaba a escasos metros y quería llegar cuanto antes, y no
quería que le molestaran con visitantes no bienvenidos. Debía ser algo solemne,
sagrado... y quería saber dónde estaba él.
Se
quedaron quietos frente a una gran puerta de un intenso azul, con adornos muy
bellos de barcos, olas y delfines, sin ningún tipo de picaporte para entrar. Un
sudor frío y nervioso le cubrió el cuerpo, haciendo que se secara la frente con
la manga. Dio un paso para empujar la puerta, pero Kahad la detuvo con una mano
mientras el sacerdote colocó una de las suyas sobre la gran superficie y empezó
a recitar unas palabras en voz muy baja. Las puertas se abrieron en doble hoja,
mostrando una gran sala que parecía ser el centro de todo el templo.
La
pareja caminó hacia el interior de esta nueva sala, cerrándose la puerta detrás
de ellos con un fuerte estruendo. El ninja se quedó frente a las puertas
observando el lugar mientras ella caminaba. La sala era enorme, cuadrada y
abierta al cielo, con una piscina en el centro del suelo llena de agua. A los
lados se podían ven dos caminos que se elevaban en curva a ambos lados de la
piscina, alejados de ella y que llegaban hasta el gran prisma azulado que
giraba levitando en el aire. El ninja posó sus ojos en el cristal maravillado...
No había
entrado nunca a la sala del cristal y se sentía abrumado por la enorme energía
que podía sentir en el ambiente.
Por su
parte, la chica se sentía más nerviosa que nunca en su vida. Cada paso que daba
escuchaba como el eco se lo devolvía. Miró hacia todos los lados, intentando
evitar el cristal, pero sintiendo sus reflejos de vez en cuando. Se acercó a la
piscina para mirar dentro, por si estaba el Guardián, pero lo único que pudo
ver era un gran fondo marino y un paso submarino que se perdía en uno de los
lados del azul oceánico. "Este camino debe de ser para que venga hasta aquí..." pensó Ember mientras miraba
fijamente las rocas azul grisácea. Intentó ver las escamas de la gran
serpiente marina, pero no había nada que se moviera, ni siquiera
peces, estaba vacía... y el agua restaba tranquila.
-¿Maestro...?
-Llamó
con timidez, mirando más de cerca el agua.
Se
colocó de rodillas, con las manos en el suelo para mirar con más detalle, pero
se levantó en el momento en que empezó a sentir las vibraciones en sus palmas.
Se apartó un poco algo asustada, pero cuando el agua empezó a ondular con
fuerza se giró y salió corriendo hacia donde estaba Kahad, el cual empezó a
correr hacia ella. Un estallido desde la piscina los salpicó a los dos de agua,
haciendo que ella cayera encima de su protector. Cuando abrieron los ojos,
pudieron ver a un anciano, llevando unas ropas muy parecidas a las de sus
sacerdotes, un sombrero simple en la cabeza, y con una larga barba blanca que
casi llegaba hasta el suelo. Sonrió afablemente mientras Emberlei se apartaba y
empujaba levemente al ninja para que la dejara a solas.
-Maestro...
-Repitió
ella con temor, haciendo una reverencia.
-Pequeña.
¿Qué deseas para venir a perturbar mi sueño? -Indagó él con una voz profunda como el
mar.
-Maestro
Leviathán... -Volvió a decir, levantando el rostro para
mirar los ojos azulados de aquel ser. -Tengo dos peticiones... ¿Me es lícito presentarlas?
-Habla
mi niña.
-El
primero es simple... Deseo hacer un pacto de invocación con vos.
-Ah,
muy directa, muy directa... -El anciano sonrió más ampliamente. -No me esperaba
esto, pues mi agenda estaba preparada para otra cosa... Pero sabes que para
ello primero debo probar tus fuerzas. ¿Vas a tener el valor de
enfrentarte a mi tú sola?
-No...
-Terció
ella. -Pero hay algo que quiero saber antes de la prueba. -Hizo una pausa para
ordenar sus ideas. El temblor de sus manos ya no era por el frío del agua, y un
escalofrío nervioso le recorrió la columna. -¿Podéis decirme, vos que conocéis a cada criatura que haya
estado bajo las aguas y sobre ellas... cómo hallar a mi padre?
-¿Solo
eso? Es algo muy fácil. -Respondió él entre risas. -Pero
igualmente, para que te lo diga primero tendrás que pasar la prueba. ¿Aceptas?
Kahad
se acercó corriendo y se colocó entre ella y el anciano, con su katana en la
mano derecha y su daga ondulada en la mano izquierda. Ella se limitó a asentir
y tomó el báculo a su espalda, preparada para la batalla.
-Muy
bien pues.
El
anciano, después de hablar, soltó un destello, y el agua a su alrededor lo
envolvió para alzarlo en el aire con una columna del cristalino líquido, y cayó
en la piscina de la que había salido. No había movimiento hasta que un nuevo
temblor los hizo ponerse en guardia, y un nuevo estallido surgió de la obertura
acuática, mostrando a una enorme serpiente de escamas cerúleas recubriéndole
todo el cuerpo, con unas crines reptilianas en lo que sería el lomo, y dos
grandes alas donde deberían ir los brazos. La cabeza, con dos grandes cuernos
azules, parecía estar acorazada en su frente y en su pico, y unas fuertes
escamas mucho más gruesas en lo que sería la nuca. Su altura no podría ser
sabida, pues parte del cuerpo no había salido del agua todavía, pero los cinco
metros eran superados sin problemas. Ambos, en contra de su voluntad, temblaron
al ver semejante ser.
-¡Empecemos!
-Rugió
el Guardián del Mar Eterno.
========================================
El
barco volador sobrevolaba a gran altura la ciudad pesquera de Tule. La zona
noreste del continente tenía fama de ser fría en ambiente pero con buenas
cosechas en las tierras. Pero lo más famoso de Tule no eran sus cosechas, pues
daban una de las mejores cervezas del mundo, si no por la calidad del pescado
conseguido por sus pescadores, conocedores de las aguas cercanas al Templo del
Mar Eterno. Muchas ciudades pedían a la ciudad existencias de pescado y
cerveza, junto a algunos pedidos de armas por sus forjadores. Era una ciudad
pequeña pero fructífera.
Desde
la cubierta del barco, Onizuka miraba como descendían mientras Dreighart jugaba
una partida de cartas con Ylenia, con Ankar como observador. Ya estaban listos,
con sus armas al cinto y sus zurrones colgados, y haber llegado a media mañana
les daba tiempo para poder prepararse para el camino que estaban a punto de
recorrer.
-Tengo
la impresión de que haces trampas... -Dijo Ylenia perdiendo la partida, pero
sin perder cartas. Al ser novata le dijo al chico que no quería perder sus
pocos ejemplares del juego.
-¿Trampas?
¿Yo? Por favor, eso me ofende. -Contestó Dreighart recogiendo sus
cartones, pero se quedó pálido cuando Ankar sacó una carta de la capucha de su
capa.
-¿De
formación profesional? -Preguntó el albino sonriendo y dejando la carta
en el suelo. La mirada de Ylenia era de fría furia.
-Oh,
vamos, no te enfades. A partir de ahora también verás si hacen trampas. -El
peliazul guardó su baraja y se levantó con rapidez.
La
chica suspiró y también se levantó, dejando en su zurrón la suya propia. A fin
de cuentas, había aprendido bastante en esas horas jugando con el ladrón, y
pudo observar como Ankar y Onizuka practicaban entre ellos cuando no habían
monstruos a la vista. En las escaramuzas que hicieron con los animales se
sorprendió, pero se dio cuenta de cuanta disciplina había en ellos dos al
entrenar juntos. Se mordió el labio cuando los vio y le hizo perder una partida
al pensar si alguna vez podría pedirles practicar junto a ellos.
Un
fuerte viento hizo que sus cabellos se revolotearan mientras caminaban hacia
las bodegas. Dreighart se ató el cabello y pudo ver perfectamente el parche del
ojo del samurai, y también la cara impertérrita del dragontino ante el aire en
el rostro.
-¿Qué
te pasó en el ojo, Onizuka? -Preguntó el peliazul cuando ya estaban
junto a sus animales.
-¿En
el ojo? -Repitió el pelirrojo, y se rascó el parche. -Oh. ¿Te refieres a este? Nada, no te
preocupes.
-¿Te
lo sacaron con una cuchara? -Preguntó ahora Ylenia con una sonrisa.
-Que
no, que lo tengo perfectamente. Estamos pesaditos. ¿Eh? -Onizuka cargó su zurrón en las alforjas de Highwind.
-Pero
una persona normal no lleva un parche solo porque quiere. -El ladrón tomó las riendas de su chocobo y el
de Ankar y comenzaron a caminar, siguiendo al dorado de la guerrera.
-Simplemente,
lo lleva para fardar. -Contestó el albino sonriendo.
-¡Ahí
las dao! -Gritó con una carcajada Onizuka caminando
sin tomar las riendas de su chocobo. Este parecía no necesitar alguien que lo
llevara.
-No le
vas a sacar nada. -Ylenia miró hacia delante cuando el sonido del
aire se hizo más fuerte por la zona externa. Miró por uno de los ojos de buey
que había
en las paredes y pudo ver como estaban cerca del suelo. -Vamos a aterrizar.
Se
quedaron quietos esperando cualquier movimiento brusco, pensando que el golpe
podría ser fuerte si se perdía el control. Pero tan solo sintieron una leve
presión hacia abajo al mismo tiempo que escuchaban pararse los motores de la
aeronave. Todavía tuvieron que esperar unos minutos más hasta que se acercó el
capitán Wisdom para hablarles.
-Bueno
amigos, este es el fin del trayecto. -Explicó riendo el hombre mientras
estrechaba la mano de Ankar. -Gracias por ayudarnos a despachar aquellos
monstruos, y los que vinieron luego.
-Un
placer ayudar, capitán Wisdom. -Contestó Ankar con una sonrisa. -¿Puedo dejar en sus manos el
informar sobre ese ataque?
-Cuenta
conmigo para ello. Espero que vuestra misión aquí os sea fructífera.
-Muchas
gracias señor. Que Mateus vele por usted, y que Goddess ilumine su camino. -Dijo
el albino al soltarse mientras la rampa de la nave empezaba a abrirse.
-Que
Ragnarok sople los vientos de la fortuna para tu viaje, amigo.
Un
golpe seco hizo que todos miraran hacia el exterior y comenzaron a bajar con
paso decidido. Ankar tomó las riendas de su chocobo y los dirigió a todos hacia
el establo del ejército donde habían desembarcado. El puerto aéreo de la armada
era pequeño, pues a parte del Sueño Santo solo había una única aeronave más
siendo cargada con grandes sacos. Sin embargo el establo era igual que todos.
La guardia colocada ahí tomó las riendas de todos los animales, mientras que
otro hombre, sentado en una mesa, tomaba los datos de la división del dragontino
y los ponía juntos para no perderlos.
-Estarán
bien cuidados aquí. -Explicó el hombre frente a la mirada inquisitiva de la
guerrera. Se dirigió a ella. -El ejemplar dorado es vuestro. ¿Verdad?
-Así
es.
-¿Es
macho o hembra?
-Es
hembra. -Extrañada, miró a su chocobo. -¿Por qué la pregunta? ¿Le ve
algo raro?
-Oh,
no, el motivo de mi pregunta es que es extraño encontrarse con ejemplares así,
y si fuera macho podríamos intentar que se apareara con alguna de nuestros
mejores chocobos. Pero siendo hembra no podemos.
-El
chocobo blanco es macho. -Soltó Onizuka con una sonrisa apartando un poco a
Ankar. -Y creo que ese pelaje también es bastante raro.
-La
verdad es que si... ¿Le importaría que lo emparejáramos con alguna de nuestras
hembras?
-Hacedlo
con todas las que queráis. Que se divierta el cabrito. -Contestó riendo el pelirrojo.
Después
de dejar cierto pago y pedir direcciones, el grupo se dirigió a la ciudad en
sí. El olor a mar era fuerte, pero también había en el ambiente cierto olor a
cebada y, por supuesto, a cerveza. Cuando entraron a la ciudad pudieron ver su
arquitectura, regia y pedregosa, casi sin maderas visibles en las paredes salvo
las puertas. Las casas eran bastante grandes, y el puerto daba cabida a más de
quince navíos, casi todos pesqueros. El suelo, empedrado como el de Baron,
hacía resonar los pasos de las botas de todos, pero era amortiguado por la
fuerte música que venía de la plaza portuaria.
-Parece
que aquí también están aún de celebraciones. -La observación de Ylenia fue
confirmada cuando giraron una esquina.
En la
plaza del puerto podían ver a muchos juglares cantando mientras que miembros de
la ciudad bailaban, bebían cerveza y reían. Los rasgos de Tule eran duros,
morenos y con cabellos pelirrojos, aunque no del tono que tenía Onizuka. Las
barbas largas predominaban en los hombres y los enanos, mientras que las pecas
en las mejillas y las trenzas pelirrojas destacaban entre las mujeres de ambas
razas.
Caminaron
hasta una de las tabernas, coronada la puerta de esta con el letrero de "La Brisa Marina", y entraron en ella. Estaba
atestada, con olor a pescado cocinado y cerveza en el ambiente y una clientela
bastante diversa. Pudieron hacerse paso hasta llegar a una mesa cuadrada donde
podían
sentarse los cuatro, y cuando ya estaban cómodos llegó hasta ellos una muchacha
con un delantal blanco y una falda muy corta, de cabellos trenzados pelirrojos
y pocas pecas en su sonriente rostro.
-Bienvenidos.
¿Qué van a pedir?
-¿Cuál
es el plato del día? -Preguntó sonriente Onizuka, que era el más cercano.
-Hoy
tenemos pescado al ajillo de primero y sopa de gallina de segundo. -Contestó
ella sacando un lápiz y unos cuantos papeles.
-¡Pescado
no! -El grito telepático de Ankar salió sin control de su mente, haciendo que
lo escucharan hasta los más borrachos. Se puso algo colorado e hizo como que
buscaba algo en su zurrón.
-¿Por
qué...?
-No le
gustan las espinas del pescado. -Cortó Onizuka al ladrón entre risas. -Un plato del día para todos, y cámbiale el pescado al ajillo por
alguna otra cosa. Seguro que tienes algo por ahí, preciosa.
-Claro.
La
chica se marchó contorneando las caderas entre la gente, y la mirada del
pelirrojo la siguió durante largo rato, hasta que desapareció detrás del
mostrador. Después miró a Ylenia, la cual se sentó a su lado, y giró un poco la
cabeza.
-¿Qué
miras, samurái de los...? -La voz de Ylenia se detuvo ante una mirada de Ankar.
-No os
peleéis aquí, por favor. Suficiente bochorno hemos tenido ya.
-Díselo
a ella, que es una rabiosa.
-Serás...
Pero,
de nuevo, no acabó, ya que la camarera trajo casi enseguida tres platos con un
pescado sazonado y verdoso y un cuarto plato con huevos, tocino y patatas
fritas, junto a un cestito con pan. El albino tomó un trozo del capazo mientras
Dreighart empezaba a cortar su comida.
-Después
tenemos que ir a ver si encontramos a alguien que nos quiera llevar al templo. -Comentó el peliazul mientras se
llevaba un trozo de pescado a la boca.
-Sí,
aunque no creo que sea un gran problema. -Balbuceó Onizuka con la boca llena de
pan y pescado.
-¿Y
eso por qué? -Dijo Dreighart viendo como tragaba su compañero.
-Estamos
en un pueblo de pescadores. ¿Crees que nos dirán que no?
-Sí.
Ante
la respuesta rotunda del ladrón, Ylenia soltó una pequeña risa mientras Onizuka
le apuntó con el cuchillo.
-Me
parece que me he expresado mal. ¿Crees que me dirán que no? -Dijo esta vez con
un tono amenazante el pelirrojo.
-¿Ves?
Ahí te voy a dar la razón.
Entre
risas y preguntas, el grupo terminó el primer plato, y cuando ya regresó la
camarera para traer el caldo de gallina, Ankar le hizo una señal para que le
atendiera.
-Disculpa.
¿Conoces a algún pescador que nos quiera llevar al Templo del Mar Eterno?
-Por
supuesto. Dadme unos minutos y os traeré a alguien.
La
chica se marchó detrás de la barra con premura, y volvió de nuevo seguida de un
joven también pecoso y pelirrojo, no más alto que Ylenia, vestido con ropas de
cuero y un pequeño cuchillo al cinturón junto una pequeña bolsa, el cual tomó
una silla y se sentó entre Dreighart y el dragontino.
-Me ha
dicho mi hermana que necesitáis llegar al templo.
-Así
es. -Contestó el albino mientras se llevaba a los
labios la sopa caliente. -¿Puedes llevarnos?
-Claro
hombre, pero mi barco es algo pequeño. Cabremos todos, de eso no hay duda, pero
iremos un poco apretados. -Le explicó el chico. -Pero claro... tengo
que pediros algo. Yo no soy un buen samaritano, y...
Ankar
sacó una pequeña bolsa de su zurrón y se la dejó en la mesa frente a él.
-No
estaba en nuestros planes sobornar a un barquero. -Repuso Ylenia algo
contrariada mientras miraba como el joven contaba los giles de la bolsa.
-No lo
soborno. -Se defendió dolido el dragontino. -Solo estamos
alquilando su barca para que nos lleve.
El
joven asintió satisfecho al terminar de contar, se guardó la bolsa en un
bolsillo y se levantó de su asiento. Sonriendo miró a Ankar.
-Cuando
terminéis, venid al puerto y os llevaré hasta allí.
Pasó
por detrás del ladrón, pero la mano de Onizuka le detuvo sujetándole de la ropa
y obligándole a mirarle. Su ojo visible parecía brillar malignamente.
-Solo
para que lo tengas en mente, no somos nobles estúpidos a los que puedes robar y
matar, o a la inversa. -La voz del samurái era helada y llena de
significado. -Así que no se te ocurra pensar que con
cuatro o cinco matones podrás darnos una paliza y quitarnos nuestras
pertenencias. ¿Queda claro?
Con
mirada seria y algo atemorizada, el chico asintió y, al soltarse del pelirrojo,
se fue de la taberna.
-Gran
actuación. -Dijo después de silbar admirado el peliazul.
Onizuka se giró a él y sonriendo, extendió la
mano.
-Tú tampoco
eres manco. Sácala.
Extrañado,
el ratero suspiró y sacó de su bolsillo la bolsita que había sido el pago para
el barquero, lanzándosela al dragontino y tomándola este al vuelo.
-No
hay que desperdiciar mucho el dinero. -Replicó como si fuera un gran sabio
Dreighart. -Cuando se dé cuenta, pensará que le han robado por la
calle.
-Eres
un ladrón... -Soltó con un bufico Ylenia.
-La
última vez que me miré al espejo no, no lo era... y no lo soy ahora. Soy un
cazador de tesoros. -Contestó él riendo.
Siguieron
comiendo, hasta que terminó Ankar y los miró a todos.
-Creo
que deberíamos aprovisionarnos antes de ir al templo.
-¿Provisiones
cómo cuáles? -Preguntó la guerrera.
-Pociones
de todo tipo, por ejemplo. -Explicó el ladrón.
-¿Sabes
quién es el Guardián, o tendremos una sorpresita de nuevo? -Preguntó Onizuka mientras terminaba un
trozo de pan.
-Me
explicaron hace tiempo de que el Guardián del Mar Eterno era Leviathán, rey de
los Espers. -Dijo Ankar serio. Parecía que sus pensamientos solo lo
escuchaban ellos. -Las leyendas explican que es una grandiosa serpiente marina.
-No
creo que sea tan difícil como aquel cabrón de Ifrit en el Fuego Eterno. -Riendo,
Onizuka le pasó el brazo sobre el hombro a Dreighart y
le dio unos golpecitos. -Le dimos una buena paliza. ¿Verdad Dreight?
-¿Alguno
de vosotros es un invocador, por alguna casualidad...? -Preguntó Ylenia, con cara impasible
pero algo más pálida de lo habitual.
-No,
ninguno. -Explicó el ladrón mirándola. -No te ofendas, pero
pareces algo más pálida de lo normal. ¿Te encuentras bien?
Ylenia
ignoró la pregunta de su compañero, aunque su palidez se acentuó todavía más.
Tragó saliva y habló.
-¿Podéis
explicarme entonces la razón de que os hayáis enfrentado a un Guardián de
Cristal... y ahora queráis hacerlo de nuevo? -Miró fija y fríamente a Ankar, el cual restaba
tranquilo mirándola.
-Es
verdad. No me dijisteis lo que os dijo el rey Cecil. -Comentó también el ladrón un poco extrañado ahora liberado del abrazo
del pelirrojo. -¿Por qué es tan importante?
Ankar dejó
su cuchara en el plato y los miró. Suspiró.
-La
razón, Ylenia, Dreighart, es bien sencilla. Hemos sido enviados por el rey
Cecil de Baron a... destruir los Cristales Elementales, para poder
reemplazarlos por unos nuevos y más jóvenes. -Miró serio a la guerrera. -Es una
misión
peligrosa, pero los Guardianes están al corriente... al menos Ifrit nos
dio a entender eso. Y se lo que estás pensando, pues yo también lo pensé en su momento. No quieres
convertirte en una criminal al atacar los Cristales... La verdad es que no
somos criminales. -Le enseñó de nuevo el anillo de bronce de Baron
que lucía
en su mano. -Esto lo demuestra.
-Yo
estuve con él cuando nos explicaron la misión. -Dijo entonces Onizuka en voz
baja y muy serio. -Realmente es importante hacer este cambio. Hasta un loco
como yo puede saber eso.
La
chica se mantuvo con una cara impasible, hasta que al final se mordió el labio
en ese gesto suyo tan característico, y se levantó de la mesa. Los miró
seriamente.
-Necesito
un momento para pensar...
-En
veinte minutos iremos al puerto, todos juntos. -Dijo Ankar viendo como se
empezaba a ir. Ella se detuvo y lo miró. -Si sigues en esto, procura
estar puntual.
Ella
tan solo asintió y se marchó, dejándolos solos. Los otros tres la vieron desaparecer.
-¿Nos
dará problemas? -Preguntó extrañado Dreighart. -La verdad es
que yo tampoco las tenía todas conmigo al principio, pero si
es una misión del rey de Baron...
-No
creo que nos vaya a dar problemas. -Dijo Ankar limpiándose la boca con la servilleta.
-En esencia, no le mentí en ningún momento.
-¿Qué
le dijiste?
-Que
la contrataba para hacer una misión de investigación y lucha en los templos. -Ankar
se levantó, los otros dos lo imitaron. -Y es
exactamente lo que vamos a hacer.
========================================
Ylenia
caminaba deprisa en el puerto de la ciudad, mirando por todas partes después de
haber salido de la taberna. Estaba enfadada, molesta con Ankar por el hecho de
haberle ocultado información. ¿Enfrentarse a los Guardianes? ¿Destruir los
Cristales? ¿En qué demonios estaba pensando el dragontino cuando aceptó esa
misión? ¿Y cómo es posible que ella aceptara con tan pocas referencias?
Se
sentó al borde del puerto, en un banco hecho de piedra. El frío que sentía en
sus piernas y sus nalgas hacía que su mente se calmara y pensara con más
claridad. Había llegado a confiar en ese grupo más de lo que le gustaba pensar,
pero aún así no se esperaba esa puñalada. Pero... ¿Era realmente una puñalada? Ankar se lo dejó bien claro cuando se
conocieron. Era una misión difícil, peligrosa, que había que investigar en los
templos y luchar en ellos... En pocas palabras, le dijo la misión al completo... Pero sin
decirle todo. Eso y nada era exactamente lo mismo.
Tomó
una piedrecita que había en el banco y la tiró al agua, a lo lejos. ¿Era eso
acaso una prueba que los dioses le mandaban? Confiar en ellos ahora significaba
que debería luchar contra los seres más legendarios del mundo... ¿Y todo eso por cuánto? ¿Unos míseros giles? El rey de Baron
podía
quedarse su dinero, no quería estar en esa misión tan peligrosa.
Se
recostó en el respaldo del banco y suspiró. No, no podía hacer eso, había dado
su palabra y no era su costumbre romper sus contratos. Sabía por los rumores y
lo que hablaban del rey Cecil que era un hombre sabio, fuerte de carácter que
nunca toma decisiones apresuradas ni premeditadas. Había visto esa misma faceta
en otros hombres que conoció en el pasado y no la habían decepcionado... ¿El rey Cecil lo haría?
Se dio
cuenta de que estaba acariciando las cuentas de su pulsera otra vez. Maldito
Ankar, le había pegado la manía de tocar aquella pulserita tan fastidiosa. La
miró y pensó en el viaje hasta la ciudad. Aquella gente de extrañas ropas y más
extraño lenguaje les habían atacado cuando se dirigían hacia el templo, y por
alguna razón pensaba que estaba conectado de una manera que no llegaba a
comprender. ¿Debía ir con ellos? ¿Luchar contra los Guardianes?
¿Por
qué demonios estaba pensando tanto? Siempre había sabido que su vida no
acabaría bien, así que... ¿Por qué no ayudar a alguien, aunque
pareciera una misión suicida? Ellos la habían tratado como hacía mucho tiempo
esperaba que la trataran, como una camarada. Y aunque no llevaba mucho tiempo,
quería seguir sintiendo esa calidez que tienen los amigos.
Se
levantó y miró al mar, y por primera vez en muchos años lanzó una plegaria.
-Mateus,
señora de los humanos... Dame una señal... ¿Acaso esto es una prueba para
poder expiar mis pecados...?
Se
quedó callada, sabiendo que los dioses la habían abandonado mucho tiempo atrás...
Se rio de sí misma, pensando en lo estúpida que era, y se giró en dirección a
los establos a buscar su chocobo... "Alguien como yo no se merece ni
siquiera la atención de los dioses." Pensó. Y entonces ocurrió, una gran ola saltó en su dirección, casi atrapándola. No la empapó por el
simple hecho de que se apartó a tiempo, pero si llegó el agua hasta sus pies,
los cuales miró como si no fueran suyos. Su rostro tomó una determinación
nueva, y caminó hacia el pueblo. Tenía cosas que comprar si quería estar a la
altura de las expectativas de sus compañeros... y de los dioses.
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Por su
parte, el trío masculino se había encargado de vender las pieles de los lobos
que habían intentado atacarles en el aire, y con una buena suma de dinero extra
compraron varias pociones y objetos mágicos.
-Creo
que esto nos servirá. -Decía Dreighart mientras observaba una
piedra amarilla con forma de rayo al salir de la tienda. Llevaban los zurrones
algo más
llenos. -Siendo un ser de elemento Agua, el elemento Rayo será muy efectivo.
Además, estaban rebajados.
-Eres
un hacha buscando ofertas. ¿Cuántos hemos comprado? -Preguntó curioso Onizuka.
-Cuatro
para cada uno... eso claro está, si Ylenia sigue en el grupo.
-¿Quién
ha dicho que no seguía?
La voz
de la guerrera los sorprendió a los tres y se giraron para verla. Llevaba un
pequeño saquito que tintineaba al caminar, y se acercó a Ankar.
-Espero
que no haya habido una cancelación del contrato.
-¿Por
mi parte? En ningún momento he considerado que terminaras tu trabajo. -Comentó extrañado Ankar.
-Bien,
porque quiero poner las cartas sobre la mesa. -La voz de Ylenia era decidida. -Seguiré con vosotros, lucharé contra los Guardianes,
destruiré
los cristales si así está estipulado... pero quiero toda
la información que hayas obtenido del rey, sin reservas, sin secretos, sin
omisiones... A cambio, mi vida y mi espada estarán a tu servicio.
-Me
parece correcto. -Dijo el albino mientras empezaban a caminar todos en dirección al puerto. Los otros le
siguieron. -A decir verdad, tampoco tuve toda la información cuando nos
conocimos. Sin embargo os diré todo lo que se. -Miró a Dreighart. -Espero que tú puedas perdonarme también.
-¿Yo?
¿Perdonarte? No creo que hayas hecho nada en mi contra. -Contestó el ladrón haciendo un gesto con la mano
para quitarle importancia. Metió la mano en su zurrón y sacó un puñado de
piedras amarillas. -Toma Ylenia. -La guerrera lo miró extrañada. -Puede que te sean útiles en el templo. Lanzan
hechizos eléctricos.
La
mujer tomó los objetos y asintió, guardando las piedras. Antes de llegar al
puerto habló.
-Conseguí
unos cuantos objetos especiales. Han sido caros, pero valdrán la pena.
-¿Cómo
cuáles?
-No
recuerdo el nombre técnico, pero... -Sacó tres esferas azules del tamaño
de una nuez y les dio una a cada uno. -Si se aprieta en la mano, tendremos un
hechizo "anti-agua" durante un rato.
-Será
perfecto. -El samurai la miró con una sonrisa en los labios. -Si es
que eres una espabilada.
Bufó y
reprimió sus ansias de golpearle pues estaban llegando a la barca del chico. La
embarcación era pequeña, con un gran mástil central con una gran vela de color
crema colgada en él, y en la parte de popa un timón bastante grueso. Tenía espacio
suficiente para todos ellos.
-Bien...
¿Estamos
listos señores? -Preguntó el joven.
Ante
el asentimiento general, les hizo pasar para poder sentarse todos en los
bancos. Mientras Dreighart e Ylenia se sentaban en proa, Ankar hablaba con el
muchacho.
-Yo
volveré después de dejarles. -Explicó el chico pelirrojo. -Puesto
que no se cuánto tiempo necesitarán en el templo ni nada de eso, solo les
llevaré hasta allí. Cuando quieran volver, pídanle a cualquier pescador que
vaya al templo que los lleven de vuelta, todos los de aquí hacemos eso.
-¿Nos
pedirán un nuevo pago? -Preguntó extrañado Ankar mientras Onizuka se
sentaba en el centro.
-No,
está estipulado, solo se cobra la ida, no la vuelta. -Contestó el chico mientras Ankar se
sentaba al lado de Onizuka.
Esperaron
unos segundos viendo como el chico soltaba las amarras del barco y saltaba en
el puesto de mando, y desplegando las velas empezaron a navegar en dirección al
Templo del Mar Eterno.
-Tardaremos
poco menos de una hora. -Dijo el pescador. -Si tenemos suerte y Ragnarok sopla
nuestras velas, llegaremos antes incluso.
El
resto asintió, y durante todo el trayecto se encargó Ankar de explicar todos
los pormenores de la misión que les habían llevado hasta allí, les habló de
Cecil, de Frejya, la misteriosa muchacha que les había hablado sobre la misión,
le habló a Ylenia de la conversación con Ifrit. Cuando llegaron a esa parte,
Onizuka quiso enseñarle el modo en que lanzó a Dreighart, pero el pobre ladrón,
al forcejear, acabó metido en el agua con un fuerte chapoteo. Una vez dentro de
nuevo en la barca, el samurai le dio unos cuantos golpes con la mano para
intentar secarlo, hasta que el peliazul sacó un pescado de dentro de su ropa y
se la tiró a la cara. Todos rieron cuando vieron que lo había atrapado al vuelo
con la boca.
Al
pasar poco menos de la hora de viaje, pudieron ver una gran niebla que les
dificultaba un poco la visión, pero a lo lejos podían discernir el lugar de
destino. Alto, majestuoso y con una arquitectura realmente parecida a la de
Doma, el Templo del Mar Eterno estaba hecho de piedra blanca sobre una gran
isla cuya vegetación era de un verde azulado muy hermoso. Las tejas y maderas
que hacían las veces de techo y vigas eran de un fuerte color azul celeste al
igual que las ventanas que, cerradas, daban un aspecto de clausura y quietud al
lugar. En la orilla de la islita había un pequeño puerto y un camino que les
llevaba desde ahí hasta la entrada azul del templo, atravesando el jardín.
Onizuka soltó un silbido de admiración.
-Se
parece a las grandes torres de Doma. -Explicó el samurái. -Aunque tiene una
arquitectura mezclada, como si fuera de otro lugar.
-También
tiene tonos de Wutai. -Dijo Ylenia en ese momento, también algo asombrada. -¿Ves esos motivos en los
tejados? En Wutai los usaban mucho hace años.
-Cierto,
Wutai del Oeste y Doma están relativamente cerca, así que tienen arquitecturas
parecidas. -Comentó Ankar rascándose la barbilla. -Pero
estamos a un mundo de distancia de allí...
El
barquero los llevó hasta el pequeño puerto y lanzó unas cuerdas para, después,
saltar él y atarlas a un poste de piedra. Su llegada no había sido
desapercibida, pues dos chicas, de cabellos cenicientos y con kimonos japoneses
de colores azules y blancos se habían salido del pequeño laberinto del jardín para
estar delante de ellos. Al desembarcar, todos los de la barca hicieron una
reverencia a las dos chicas.
-Bienvenidos
al Templo del Mar Eterno. -Dijo una de ellas mirándoles con una sonrisa. -¿Qué quieren de esta casa del océano?
-Venimos
a hablar con el sumo sacerdote. -Contestó Ankar y, con un movimiento, la
luz azulada de su armadura le envolvió, viéndose armado con su coraza de dragontino.
Las dos sacerdotisas se apartaron por el susto. -Perdonadme, pero es un asunto
oficial de Baron.
-Comprendo...
Vengan por aquí.
Algo
nerviosas llevaron al grupo hasta la entrada, dejando atrás al muchacho y
viendo las hermosas flores del jardín y los altos árboles. La puerta, azul en
resonancia con el resto del templo, se abrió, dejándoles ver dos pasillos a
izquierda y derecha y un recibidor con una enorme puerta de un intenso azul...
La puerta del Guardián.
A su
lado había un hombre de largo cabello blanco y con un traje de cortesano domés
de los mismos colores que el de las dos chicas, y miraba hacia la puerta. Se
giró cuando escuchó los fuertes pasos del grupo, extrañado, pero al ver a los
cuatro se puso frente a la entrada a la que se dirigían y les hizo una
reverencia que el grupo le devolvió al estar frente a él. El fuerte estruendo
de la puerta de entrada les indicó que había sido cerrada, y los pasos de las
dos chicas se perdieron por uno de los largos pasillos.
-Os
doy la bienvenida al templo. ¿Qué necesitan señores?
-Venimos
desde Baron, sacerdote... -Empezó a explicar Ankar como en el anterior. -En
misión
especial del rey Cecil Harvey. Debemos entrar en la sala y hablar con el Guardián.
-Ah,
el Guardián me habló de ello. -Con una sonrisa, el sacerdote asintió. -Debéis pasar algún tipo de prueba. ¿Verdad?
-Así
es.
-Sin
embargo, no puedo dejarles pasar ahora.
-¿Cómo?
-La expresión de los cuatro salió al mismo tiempo.
-Dentro
están haciendo un ritual, y no puede ser interrumpido.
-Me
temo, sacerdote, que debo protestar. -La voz telepática de Ankar se hizo dura. Los
otros tres se pusieron tensos. -El Cristal del Fuego ha estallado y necesitamos
la sabiduría del Guardián del Mar Eterno.
La
sonrisa y el color desaparecieron del rostro del sacerdote a una velocidad
alarmante, y los miró con temor.
-¿Qué...?
Espere, dragontino... ¿Tiene alguna prueba...? -El nerviosismo
se hacía
patente en el tono del sacerdote. No necesitaban ver el sudor frío que surgía de su frente.
Ankar
metió una mano dentro de su zurrón y sacó una pequeña bolsa de cuero. La abrió
y sacó de su interior el pedazo del cristal del fuego, prismático como su
versión original, rojo como su elemento, y brillante como una estrella. El
resplandor hizo que el sacerdote se tomara la frente con una de las manos.
-Pero...
esto significa... no es posible...
-No
debe alarmarse, por favor. -Dijo el dragontino cerrando la mano con el cristal
dentro. -Precisamente venimos a hablar con el Guardián sobre esto, necesitamos su
sabiduría para poder evitar que pase nada más.
-Pero...
no puedo abrir la puerta. -La voz afectada del hombre mayor haría temer de que fuera a
desmayarse. -La puerta está sellada hasta que acabe el otro ritual...
-¡A
tomar por culo el otro ritual! -Gritó Onizuka acercándose al hombre. -¿No has oído...? Bueno, no, no lo has oído en realidad, pero lo que
dice nuestro líder es de suma importancia. ¿Quieres que estalle también el Cristal del Mar Eterno?
Pues nosotros no.
-No lo
entienden. -Contestó con temblores el sacerdote. -Solo el
sumo sacerdote puede abrir estas puertas. -Señaló la gran puerta de azul intenso
que daba a la sala del Guardián. -Solo podemos abrirlas cuando no hay
rituales en proceso, y bajo ninguna circunstancia podemos romper esa tradición.
-¡Y
nosotros te hemos dicho que esto es más importante que cualquier ritual de
mierda que puedan estar haciendo dentro!
-¿No
puede haber otra manera de abrir la puerta? -Preguntó con un deje algo nervioso
Ylenia.
-Ya se
lo he dicho, no hay maneras.
El
samurái siguió discutiendo, mientras que la guerrera intentaba dialogar. El
ladrón por su parte miraba hacia arriba, buscando alguna posible entrada por
las paredes, pero chasqueando la lengua al ver que no había ventanales. El dragontino
por su parte suspiró apretando el cristal del fuego en su mano. ¿Deberían
esperar a que terminaran el ritual del interior? No, como dijo Onizuka, su
misión era más importante que cualquier ritual actualmente, y aunque en espacio
de una semana habían llegado hasta ahí no había que dormirse en los laureles.
Debían entrar.
Entonces
empezó a sentir un fuerte calor en su mano, y miró el cristal. Refulgía en un
brillo ardiente, con el color del amanecer en su interior. Ankar lo observaba
con curiosidad, fijándose en el interior del cristal rojizo, maravillándose con
las formas que tomaban las llamas en su interior... Hasta que una imagen se
sobrepuso sobre el resto de ilusiones. Una puerta, roja, se mostraba en el
interior, y se abría de par en par.
-Ankar.
¿Estás bien?
La voz
del ladrón hizo que lo mirara extrañado. Sentía un calor ardiente en la mano, y
sus ojos estaban llorosos, pero su vista estaba perfectamente.
-¿Te
encuentras bien? Estabas embobado mirando el cristal. -El albino se dio cuenta
de que su compañero le había zarandeado por el brazo donde
no tenía tal objeto.
-Si...
sí,
estoy bien. -Contestó él y guardó el cristal en el zurrón, dentro de su bolsita. Si lo
que había
visto dentro del cristal era lo que pensaba, debía intentarlo. -Prepárate Dreighart, vamos a entrar.
-Pero...
¿Cómo?
Se
soltó de la mano del ladrón y llevó la suya propia al pomo de su espada. Al
sacarla y escucharse el cantar del acero, Onizuka e Ylenia se giraron a él,
mientras que el sacerdote perdió el poco color que le quedaba.
-Por
mucho que me amenace, dragontino, no puedo hacer nada...
-No es
una amenaza. -Contestó el de ojos verdes, y miró a sus compañeros. -Vamos a entrar por las
malas.
-¿Quieres
que pique a la puerta como en Baron? -Preguntó con una sonrisa el tuerto
mientras sacaba su gran katana de fuego.
-Abriremos
los dos. -Respondió Ankar. Miró a Dreighart y a Ylenia, ambos
sacando sus armas. -¿Preparados?
Asintieron.
Después miró al sacerdote.
-Por
favor, apártese.
El
hombre se dio cuenta de lo que pasaba, asintió, recuperando su temple y se
apartó.
-Suerte.
Ankar
miró a Onizuka, y este tan solo sonrió ampliamente. Ambos caminaron hacia esa
gran puerta azul, levantaron una pierna y descargaron un fuerte patadón,
abriendo de par en par la doble hoja del portón que les separaba del Guardián y
su Cristal, haciendo un estruendo que parecía el sonido del rompeolas de una
playa en plena tempestad lluviosa.