Emberlei
saltó hacia la izquierda, cerca de una de las rampas para subir al cristal,
justo en el momento en que la cola de Leviathán caía donde instantes antes
estaba ella, levantando algunos pedazos de suelo. Kahad aprovechó la ocasión
para lanzarse hacia el eidolon, pero los pocos golpes que consiguió darle con
su katana parecieron no hacer mucho efecto.
Desde
que habían empezado a luchar el señor de los espíritus de invocación había
salido del agua, y su cuerpo era tan alto que su cabeza solo podría ser
alcanzada si subieran a las plataformas. Pero no conseguían en ningún momento
esquivar la mirada de la enorme serpiente marina. Habían lanzado hechizos y
ataques, pero la joven empezaba a pensar que aquello iba a resultar imposible.
Y fue
entonces cuando un rugido oceánico vino desde la entrada de la sala, y las
puertas se abrieron de par en par mostrando a cuatro personas entrando en
tropel. Una mujer con una cimitarra en la mano, un samurai con una enorme
katana envuelta en llamas, un joven de cabellos azules con una daga y un dragontino
con una espada. La furia se adueñó de Emberlei. ¿Qué diablos estaban haciendo
ese grupo? Acababan de estropear un ritual que era sagrado, ni por todas las
disculpas del mundo iba a perdonarlos.
Pero
la carcajada de Leviathán la dejó boquiabierta, mientras que Kahad se daba
cuenta de que aquel grupo parecía perfectamente entrenado... La mujer fue la única que dio muestras de
sorpresa al ver al Guardián, pero se colocaron los cuatro en posición. Estaban
acostumbrados a luchar juntos, por lo que parecía.
-¡Venimos
desde el Fuego Eterno, Leviathán! -Escucharon todos en sus mentes la voz telepática del dragontino.
-Esa
voz... ¡¿Ankar?!
-Exclamó
la maga negra sorprendida mirándole. Solo podía ver sus ojos verdes tras su
visera.
-¿Lo
conocéis?
-Eso
es lo de menos ahora. -Sentenció con una risa el esper, y miró al albino. -Ellos
vienen por una misión importante... -Miró a Emberlei. -Tú quieres hacer el pacto. -Alzó la cabeza de nuevo. -Un solo
combate para todos, con obvio premio. ¿Qué os parece, pequeños?
-Ankar,
son un ninja y una maga de algún tipo. -La guerrera estaba a la izquierda del dragontino.
-El ninja podría saltar más que yo.
-Muy
bien, encárgate de ella. ¡Los demás, vamos allá!
El
nuevo rugido del dragón marino fue el pistoletazo de salida. Emberlei se
levantó y salió corriendo hacia atrás, pues esperaba algún ataque, pero Ylenia
saltó para tirarla al suelo justo cuando un chorro de agua a presión surgía de
la boca de Leviathán casi golpeando a la maga. Los hombres, por su parte,
comenzaron a correr hacia el estanque. Kahad entendió que tendrían a ese grupo
como aliado, y comenzó a correr por encima de la rampa que tenía detrás,
mientras Onizuka y Dreighart hacían lo propio por la rampa de la derecha.
Cuando la maga negra se levantó pudo ver como Ankar sobrepasaba a las dos
mujeres y saltaba hacia las alturas con la espada en la mano. Se levantó junto
a Ylenia y empezó a murmurar palabras a mucha velocidad, entrando en un pequeño
trance.
Onizuka
y Dreighart se agacharon en el momento en que una de las alas casi los derriba
de la rampa cuando el eidolon se giró para lanzar un mordisco a Kahad. Este
saltó en el momento justo para evitar ser empalado por los dientes del
guardián, y empezó a correr por todo su cuerpo buscando una zona donde las
escamas no fueran tan duras. Saltó y clavó su katana en la carne, cerca de las
aletas parecidas a alas, pero Leviathán rugió y, contorsionándose, lo tomó con
la boca y lo lanzó hacia donde se encontraban la maga negra y la guerrera.
Consiguió girarse en el aire para caer de pie, pero se resbaló por el agua y
cayó de espaldas a los pies de ellas. Cuando la serpiente azul se giró hacia
los otros dos, estos saltaron con la espada y la daga hacia el vientre de la
serpiente, insertando las armas en la carne y las escamas más blandas del
estómago, haciéndole rugir de dolor. Se sacudió con tanta fuerza que de una
patada Onizuka saltó sacando la espada hacia atrás, mientras que Dreighart se
sujetó de una de las escamas con la mano libre, la arrancó e hizo lo mismo
cayendo en la rampa de la izquierda y casi cayendo por el otro lado por la
resbaladiza superficie. Fue corriendo hacia atrás mientras que el samurai se
levantaba adolorido cerca del ninja, el cual había vuelto a avanzar.
-¿Dónde
diablos se ha metido ese amigo vuestro? -Preguntó algo desesperado el ninja a
Onizuka.
-¿Y a
mí qué coño me cuentas?
-¡Ankar
saltó antes! -Gritó Ylenia desde su posición. -Debería de estar...
Pero
se quedó callada cuando todos vieron como el agua de la pequeña piscina
empezaba a subir formando una enorme ola detrás del ser mágico. Tragaron saliva
y vieron, cayendo desde las alturas, al dragontino con su espada preparada.
-Estamos
jodidos... -Soltó el samurái con una voz irreconocible.
-¿De
qué hablas? -El ladrón guardaba la escama que había arrancado a Leviathán mientras hablaba, con
movimientos rápidos y frenéticos. El pelirrojo señaló al albino.
-La
espada de Ankar... ¡Es eléctrica!
La
guerrera soltó una maldición mientras que miraba el suelo lleno de agua. Por
suerte para ellos, cuando la ola estaba en lo más alto, un fuerte estruendo,
como si de un trueno se tratara, se escuchó dentro de la sala junto a un fuerte
destello de energía que ensordeció y cegó al grupo cuando la espada del dragontino
cortó en vertical por las escamas del estómago, cerca de las estocadas de sus
compañeros. El rugido de Leviathán no fue escuchado por nadie, pero cuando los
demás abrieron los ojos vieron como Ankar salía despedido por un coletazo del
Guardián del Mar Eterno, golpeándose contra uno de los muros por el fuerte
ataque. El agua a su espalda, sin embargo, no cayó al suelo, pero se quedó
estática en el lugar mientras la gran serpiente rugía sin parar. Ylenia salió
corriendo hacia el dragontino para ayudar a levantarse.
-¡¿Estás
bien?! -Gritó ella.
-Tranquila,
sobreviviré. -El único con la vista suficientemente bien
para ver como el eidolon sangraba era el albino, y se acercó cojeando un poco.
-¡Toma!
¡Bébete esto! -Dijo a voces la guerrera, y sacando de su zurrón una botella de
líquido rojizo se lo tendió al albino.
Mientras
él empezaba a tomarse la poción, los ojos de Emberlei se abrieron, cambiados de
color a uno amarillo y azul eléctrico, y alzó su bastón.
-Yo te
invoco, juez celestial y señor del rayo. ¡Ven, Ramuh!
Muy
arriba, en el cielo, las nubes negras taparon la bóveda celeste, y un rayo cayó
cerca de ellos, estallando en un sin fin de luces. Cuando volvieron a mirar el
lugar de la explosión, un hombre mayor y con una calva cónica, enfundado en un
traje amarillento y sujetando un gran báculo de mago había hecho aparición. Su
barba, blanca y poblada, casi llegaba hasta el suelo. Sus pies no tocaban la
superficie del lugar, flotando suavemente dejando ver que unos pequeños rayos
surgían de la punta de sus botas, chisporroteando en el agua debajo de él.
El
eidolon invocado se elevó unos centímetros mirando a Emberlei, y esta asintió
ante la muda pregunta.
-¡No
te lo permitiré! -Rugió la serpiente marina. -¡Veamos como os enfrentáis a este Tsunami!
La
enorme ola empezó a avanzar hacia ellos, e incluso el eidolon del rayo parecía
asustado mientras salía volando hacia el firmamento, lejos de la espuma. El
ninja se colocó al lado de su protegida, pero se sorprendió de que se colocaran
delante de ellos los otros cuatro con una esfera en la mano.
-¡¿Qué
pensáis que vais a hacer?! -Gritó el ninja, aún ensordecido.
Por
toda respuesta, las esferas de los cuatro se iluminaron en un tono azul suave,
y estas empezaron a flotar a su alrededor.
-¡Salid
de aquí! -Gritó la maga negra.
-¡Cállate!
-La voz de Onizuka denotaba fuerza, pero los cuatro estaban moviéndose nerviosos. -¡Si nos movemos, vosotros acabaréis hechos sopa de tortuga!
-¡Pero...!
Sin embargo,
no pudo terminar la frase cuando la ola espumosa estaba a menos de cinco metros
de ellos, acercándose peligrosamente.
-¡Espero
que estas pelotas funcionen, Ylenia! -Gritó el ladrón esta vez algo pálido. -¡Si no lo hacen te obligaré a beber una botella entera de
vinagre!
-¡Atención,
que viene la ola! -El grito mental de Ankar los puso a todos en guardia.
Los
cuatro se parapetaron y se cubrieron con los brazos, mientras que Kahad se dio
cuenta de lo que sucedía. Tomó de la mano a Ember y se colocaron justo detrás
de la barrera que formó el cuarteto, cubriéndole la cabeza a la chica con sus
brazos, justo cuando el agua los devoró. La maga negra pudo ver entre las
rendijas que dejaban las extremidades del ninja como el líquido los intentaba
empujar, pero un suave resplandor blanco cubría a los llegados, los cuales
soportaban la fuerte sacudida de la ola gigante.
Cuando
el nivel acuático bajó, el brillo que despedían se extinguió y, mojados
completamente, sujetaron de nuevo sus armas.
-Parece
que el ataque era demasiado fuerte, ha agotado todo el hechizo "anti-agua" que usamos. -Ylenia se pasó el guante por la cara para
quitarse el agua de los ojos, dando gracias de que no llevara las gafas.
Los
dos detrás de ellos se levantaron, y pudieron escuchar una pequeña risa
proveniente del eidolon barbudo, que bajaba en su vuelo. La maga negra se
envalentonó de nuevo.
-¡Intentad
atacar otra vez como antes! -Gritó ella.
-¡Y
una polla! -Onizuka hizo que el ninja y la chica abrieran mucho los ojos. -¡Nosotros tenemos nuestra propia
estrategia! ¡¿Quién te has creído que eres, nuestra jefa?! ¡Vamos Dreight!
Los
dos volvieron a correr, otra vez por la misma rampa, mientras que Ankar corría
por la otra. Saltaron y esquivaron chorros de agua provenientes de las fauces
de Leviathán, mientras que los bastones de Ramuh y Emberlei empezaban a
envolverse en rayos.
-¡Un
poco más! -Dijo Dreighart con la daga guardada en su vaina.
-¡Vamos
que nos vamos!
Desde
donde estaba, Kahad pudo ver como el dragontino volvía a saltar, y como los
otros dos le lanzaron algo al esper. Un fuerte estallido eléctrico sonó en las
escamas y un chisporroteo de electricidad le confirmó lo que había pasado.
-¡Iras
de Zeus! -Gritó sorprendido al reconocer el objeto
utilizado.
-¿Te
sorprende? -Ylenia tenía otra preparada en la mano por si la
gran serpiente se acercaba. -Nosotros vinimos preparados para esto.
-¿Preparados...?
-Calla
y toma. -La guerrera le pasó dos piedras de rayos, y le empujó con la mano. -Ve a ayudarles,
yo me quedo aquí.
-Pero...
-¡Ve
Kahad! -La maga negra estaba envuelta en una pequeña aura verde que surgía del
suelo a sus pies. El ninja a regañadientes comenzó a correr, guardando la
katana.
Corrió
por la misma rampa más veloz que los otros dos, los cuales ya habían lanzado su
segunda piedra mágica, y habían vuelto a golpear al monstruo marino. Cuando
estuvo a su altura, codo con codo, también lanzó las que él llevaba. Todo
parecía funcionar hasta que de repente Leviathán dio un fuerte coletazo
inesperado para ellos, tirándolos cerca del estanque de agua, y con una
velocidad sin precedentes para su tamaño, el dragón marino encerró a los tres
entre sus anillos y apretó, haciendo que algunos gritaran.
-¿Os
divertís, niños? -Leviathán parecía risueño por su tono de voz.
-Te
vas a cagar tú ahora...
-¡Electro!
-¡Rayo
de Justicia!
Las
voces, cargadas de poder, hicieron que multitud de rayos cayeran sobre la
serpiente azul alrededor del albino. Los hechizos golpearon al mismo tiempo que
la espada de Ankar, el cual cortó en su caída el morro acorazado del Guardián.
Este rugió con fuerza y soltó a los demás tirándolos y lanzándolos hacia la
pared del fondo, y alzó su cuerpo cuan alto era cargando un nuevo ataque en sus
fauces. Un nuevo hechizo eléctrico enviado por Emberlei a la cabeza de la
serpiente hizo que el dragontino se aprovechara, y clavando su espada en el
estómago de la criatura dio un fuerte salto rajándola de abajo hacia arriba,
soltando sangre, escamas y gritos.
Cuando
la espada terminó el contacto con la carne del esper, este cayó con pesadez al
suelo mojado, levantando agua por todas partes mezclándose con su sangre
rojiza. Ankar aterrizó delante de los demás y dejó caer en el suelo su rodilla
derecha, apoyándose en su espada, jadeando. Todos se quedaron en silencio. Un
silencio que fue roto por las risas de Leviathán.
-Increíble...
Sois realmente increíbles. -El cuerpo gigantesco de la serpiente se iluminó, y de él surgió el hombre mayor que antes habían visto el ninja y la maga
negra. Se acercó a ellos con una sonrisa. -Estos niños son increíbles. ¿Verdad, joven Ramuh?
-Realmente
son algo a tener en cuenta. -La voz tempestuosa del eidolon del rayo sonaba por
toda la estancia mientras empezaba a levitar más alto. -Ha sido un placer
veros de nuevo, majestad.
Y tras
el saludo, el anciano Ramuh desapareció en un pequeño destello amarillo
mientras las nubes de tormenta desaparecían. El rey de los espers se acercó aún
más a ellos.
-Ha
sido una batalla muy gratificante. -El anciano ayudó a Ankar a ponerse en pie
mientras que los demás se acercaban. -Veo que vuestra misión está en buenas manos.
-Ifrit
dijo algo parecido. -La voz de Dreighart salió algo débil, pues se notaba el
cansancio en ella.
-¿Ifrit?
¿Qué queréis decir? -Preguntó Kahad, pero Emberlei se adelantó y se colocó delante del anciano con
expresión altanera.
-Maestro,
por favor... Aunque no haya sido por mí misma, he cumplido. Dadme la respuesta.
El
hombre que no era en realidad un hombre la miró con un gesto indescifrable, y
después miró al resto del grupo. Se mesó la barba durante unos instantes,
calibrando y pensando sus palabras.
-Si...
la respuesta...
-Maestro,
por favor. -La joven parecía apurada, y no se dio cuenta cuando el
dragontino había hecho desaparecer la armadura ni cuando su joven protector se
había colocado detrás de ella.
Unos
instantes más de silencio precedieron a las palabras del Guardián mientras
miraba primero a la niña, luego al grupo que había venido y, por último, al cristal
del agua. Asintió y se giró a ella.
-Bien...
Ve con ellos. -Señalando al grupo, la maga negra se giró para verles mientras empezaban
las curas. El de cabello azul estaba intentando convencer a Kahad de que
bebiera una poción. -Acompáñalos en su misión y tarde o temprano terminarán por llevarte hasta lo que
buscas.
Esa
respuesta no le gustó nada a Emberlei. ¿Ir con ese grupo de desconocidos? A
Ankar lo había conocido en Baron pero seguía siendo un misterio igualmente para
ella, y ese grupo tan... extraño sería una palabra acercada pero que
no llegaba a describirlos. El pelirrojo con parche, el de cabello azul, la
mujer de cabello gris... ¿Ellos la llevarían hasta su padre? Lo dudaba,
realmente lo dudaba, pero Leviathán le había dicho que llegaría un momento en
que lo harían... Les daría una oportunidad.
Pero
cuando iba a hablar de nuevo, el anciano esper estaba caminando hacia Ankar, el
cual estaba serio junto a sus compañeros.
-Tú
eres el enviado de Cecil. ¿Verdad?
-Es un
honor hablar con vos, Guardián del Mar Eterno. -Ankar se inclinó en una reverencia que el resto
a excepción de Onizuka acompañó. -Siento haber entrado tan de
repente, pero...
-Las
excusas sobran, es tu cometido y es respetable. -La voz de Leviathán era afable y su mirada cariñosa mientras le tomaba de los
hombros. -Has hecho bien, porque por lo visto has descubierto una de las
cualidades de los cristales.
-Gracias
a ellos se nos es permitido entrar cuando queramos. -El dragontino parecía
nervioso frente al Guardián. -Me lo reveló... el cristal del fuego.
-Así
es. -Se quedó en silencio unos segundos antes de
seguir. -Quiero pediros algo, muchachos.
-Lo
que sea.
-Llevaos
a esta pequeña. -Señalando a la maga negra, el esper hizo
un gesto con la cabeza incomprensible. -Su magia os será de ayuda, y ella necesita
encontrar algo que, en algún momento, se pondrá en vuestro camino.
Los
cuatro miraron a Ember, la cual sostuvo sus miradas. La chica sabía cuando la
evaluaban o cuando la miraban con desprecio, y en esta ocasión parecía que era
la primera, y sin malas intenciones. Ankar miró al anciano.
-De
acuerdo, si ella quiere... sus poderes nos vendrán muy bien en nuestra misión.
El
viejo esper asintió sonriente y le dio un par de palmadas en el hombro, y
comenzó a caminar hacia el estanque.
-Bueno,
ha llegado la hora de que os entregue lo que habéis venido a buscar. -Extrañados, Kahad y Emberlei miraban
como el Guardián volvía a su forma serpentina, esta
vez sin heridas de ningún tipo, y se elevaba hacia el cristal.
-Maestro...
nuestro pacto... -Empezó a decir la chica, pero se calló al ver como la cabeza azulada
se giraba a mirarla.
-Las
cosas a su debido orden. Esto es más importante que un simple pacto.
Y
girándose, tomó el cristal entre sus fauces y, ante la atónita mirada de la
chica y su protector, lo rompió en mil pedazos que se esparcieron por el
templo. Mientras intentaban entender qué acababa de pasar, vieron como el
dragón marino se giraba de nuevo y agachaba la cabeza hasta Ankar, abriendo su
mandíbula y dejando un pedazo de su cristal en la mano del albino.
-Que
el Sagrado Padre vele por vuestro viaje. -La bendición del Guardián hizo que los cuatro bajaran
la cabeza, y después giró su enorme testa mirando a la
de pelo morado. -¿Vas a ir con ellos?
-¿Tengo
elección? -Preguntó ella dubitativa, esperando que le
liberara de esa petición.
-Si
quieres encontrar lo que buscas, no.
-Entonces
formemos el pacto.
-Primero,
asegura de que irás con ellos. -Repitió firme el esper, perdiendo un
poco la sonrisa cándida.
-Iré
pues... -Contestó suspirando la chica con algo de
fastidio. "Maldita sea mi suerte..."
-Entonces,
está decidido.
El
esper se alzó sobre su cola, y Emberlei, cerrando los ojos, sintió como la
energía mística la golpeaba cuando todos los demás veían como Leviathán se
evaporaba al tocar el cuerpo de la chica en un estruendo de olas de mar,
escuchando como el estanque del centro de la sala era sacudido instantes
después como si hubiera caído algo realmente pesado en él.
-¡Señorita!
Kahad
saltó como un resorte cuando la joven de pelo violeta cayó de rodillas al
suelo. Esta abrió los ojos exhausta y lo miró cansadamente.
-Kahad...
-La chica sintió como el ninja la tomaba en brazos para evitar que cayera al
suelo.
-Volvamos
al castillo, debéis reponeros.
-Tienes
razón... -Empezó a decir ella mientras la ayudaba a
levantarse. -No me encuentro especialmente bien...
-No me
jodas, te acaba de penetrar una jodida serpiente de veinticuatro metros de
altura. ¡¿Cómo coño vas a estar bien?! -El grito de Onizuka hizo que el ninja
regresara a la realidad, y sacó dos shurikens mirándolos.
-El
cristal ha...
-Sí,
el cristal ha sido destruido. -Dijo Ankar sujetándose en la lanza ahora
extendida. Sentía que todas las articulaciones de su cuerpo le dolían después
de haber sido estampado contra la pared. -Pero tenemos cierta misión.
-Eso
dijo el Guardián... -El chico de negro los miró seriamente. Tenía sentimientos encontrados. Por
un lado, debía hacer que descansara su protegida, pero por otro debía llevar
ante la Justicia del Rey a aquel grupo. Sin embargo, la respuesta le vino de
parte del joven de cabellos azules.
-¿Creéis
que nos dejen descansar un poco, como en el Templo del Fuego Eterno? -El ladrón se sujetaba a Onizuka, el
cual parecía algo más sereno que los demás. -Al menos yo necesitaría descansar un rato.
-Todos
debéis descansar un rato... -Dijo Ylenia, que se sentía algo culpable por ser la única sin un rasguño. -No creo
que nos vayan a dejar en la calle.
-Kahad...
-La vocecilla de la maga negra hizo que todos miraran hacia ella.
-Será
mejor que salgamos de aquí. Después pensaré qué debemos hacer. -La voz del
ninja era imparcial, y pasó uno de sus brazos bajo los hombros de
ella. Ylenia se acercó.
-Déjame
ayudarte.
-Mi
misión es protegerla. -Espetó él como si ella no existiera,
pero la guerrera lo ignoró e hizo lo mismo que él, colocándose al otro lado de la chica.
-Ayudar
a los demás es algo típico entre compañeros de armas. -La voz de Onizuka
sorprendió a la de cabellos blanquecinos. -Así que menos hablar y más caminar, que pareces tonto. Ninja
tenías
que ser.
-¿Algún
problema con que sea un ninja, samurai? -Kahad no era propenso a enfadarse,
pero el tono de aquel hombre pelirrojo le hacía ponerse de mal humor.
-Todos
saben que los ninjas solo piensan en sus cuadradas misiones. -El del parche se
cruzó
de brazos con una sonrisa socarrona mientras empezaba a caminar soltando a
Dreighart. -No son muy abiertos de miras, la verdad.
-Todo
el mundo sabe que los samuráis de Doma no tienen mucho cerebro después de la
guerra, parece que el agua envenenada les ha destrozado la cabeza. -Las
palabras del ninja iban a matar, esperando crear una pelea para poder
ajusticiarlos, pero se sorprendió cuando Onizuka empezó a reír.
-¿En
serio? Entonces en Eblan son más estúpidos de lo que creía si todos piensan como
tú.
-Ya
basta. -La voz telepática de Ankar los puso en guardia, pero
caminaron hacia la entrada igualmente. -Todos estamos cansados, necesitamos
descansar antes de pensar, así que por una vez, Onizuka, muérdete la lengua
antes de hablar. Y tú, joven ninja, será mejor que no le sigas la corriente,
acabarás agotado.
Kahad
solo se quedó en silencio mirando las reacciones de los demás. El samurai le
hizo caso al instante, y el chico de cabellos azules había callado desde el
primer momento. La mujer le ayudaba a llevar a Emberlei sin escuchar a
cualquier réplica suya. "Él es el líder de este grupo." Pensó en ese momento. "Si lo engaño y lo llevo hasta
Eblan, los demás vendrán también." Dreighart por su parte se había quedado atrás, mirando al suelo y recogiendo
las escamas cerúleas que habían caído en la batalla de Leviathán. Eran de diferentes tamaños, pero la más pequeña que encontró tenía el tamaño
de su mano, y un brillo azul verdoso que, por algún motivo, le recordaba a algo...
Algo distante que, cuando intentaba alcanzarlo, se le escurría entre los dedos... como la
propia agua. Se rascó la cabeza en un suspiro y guardó varias de las escamas en su
zurrón. "A
lo mejor Ankar puede hacerme un collar con esto" pensó mientras se unía de nuevo al grupo.
Cuando
salieron de la sala, había ya varias personas en las puertas al otro lado.
Sacerdotes y sacerdotisas, incluyendo al líder de todos ellos, los miraban con
impaciencia y asombro, y en el caso del sumo sacerdote, con temor.
-Dragontino...
¿Qué ha...?
-Por
favor, hablemos en privado. -El albino le hizo una seña con el brazo. -¿Sería posible que mis
compañeros y esta pareja puedan recibir curas?
-Por
supuesto. -La voz del hombre demostraba su preocupación, y se giró hacia una muchacha. -Lleva a
estos huéspedes
hasta una de las habitaciones de invitados.
La
chica asintió y les hizo una señal con la mano para que la acompañaran.
Caminaron hasta llegar a una habitación sencilla, cercana a la sala donde
estaba el pasaje para ir a Eblan. Trajeron un futón y estiraron a Emberlei, la
cual estaba más indispuesta de lo que parecía.
-¿Tanto
cansa el hacer un pacto? -Preguntó extrañado Dreighart mientras se
sentaba en el suelo con las piernas cruzadas. Onizuka se puso a su lado de
rodillas.
-Por
lo que se, cuanto más poderoso es el ente, más tarda el invocador a adaptarse a
la nueva energía. -Contó el pelirrojo mientras sus compañeros lo miraban con sorpresa.
-¿Qué pasa?
-¿Cómo
sabes eso? -Ylenia, que estaba de pie al lado de la puerta, vio como la
sacerdotisa estaba trayendo un poco de té y algunas pastas.
-¿Saber
el qué? ¿Lo de los invocadores? -El samurai se rascó la cabeza. -Conocí a una elvaan invocadora hace
muchos años y me explicó dos o tres cosas sobre eso, nada más.
El
ninja, por su parte, observaba a ese variopinto grupo mientras atendía a su
protegida. Estaban muy tranquilos después de tamaña batalla, y después de haber
visto romperse ante sus ojos el cristal elemental. Había gato encerrado, y
sospechaba que esa misión de la que hablaba el dragontino era la clave, pero...
¿Cómo saber de que se trataba? ¿Cómo averiguarlo?
Cuando
la sacerdotisa les dio a cada uno una taza humeante, Kahad intentó hacer que la
de cabellos morados tomara algo, pero esta parecía no tener fuerzas ni para
abrir los ojos.
-Está
mal. -La voz del ninja surgió imprevistamente, pero la muchacha de
traje azul se agachó al lado para tocar la frente de
Emberlei.
-Creo
que simplemente no se ha acostumbrado. Solo dale tiempo, es posible que se
desmaye... -Y como invocado por las palabras, Ember cerró los ojos y cayó a peso muerto.
-¿Ves?
Aunque no esperaba que lo hiciera ahora.
-Debemos
ir hacia Eblan cuanto antes. -Kahad iba recogiendo las pertenencias de la maga
negra y la tapaba con la sábana mientras la joven del templo se
marchaba cerrando la puerta.
-¿Eblan?
Pero si hasta mañana no llegará ninguna barca. -Contestó Ylenia extrañada.
-Hay
un pasaje secreto. -Empezó a decir el ninja cuando ya la había tapado bien. -Y
vosotros vendréis conmigo.
-¿Nos
lo estás ordenando, pequeñajo? -Preguntó con un deje de desafío Onizuka.
-¿Tu y
qué ejército? -La voz de Dreighart sonó con el mismo tono que el
pelirrojo. Interiormente no quería luchar contra él, pero iba a dejar bien
claro de qué pie calzaba.
-¿Piensas
que no puedo llevar a cuatro insurgentes? -Era definitivo, la voz de aquel
pelirrojo hacía que sus nervios estallaran, y había llevado una de sus manos a
uno de los bolsillos ocultos de sus ropas, donde tenía un shuriken.
-Si no
hubiera sido por estos "insurgentes" no habrías salido vivo de esa serpiente
gigante. -Onizuka lo miró amenazante, llevando la mano izquierda
hasta la katana en su cintura, en posición para desenfundar.
El
silencio se hizo pesado, y los otros dos estaban en guardia. Ylenia sabía que
algo así podría pasar, pero no esperaba que hubiera que luchar tan pronto
después de la batalla, y por descontado sabía que Onizuka no se contentaría con
una simple pelea. Dreighart, por su parte, había deslizado una de sus manos
hasta la empuñadura de una de sus dagas, pues no quería que el ninja le tomara
por sorpresa.
Pero
todos dieron un respingo cuando la puerta se abrió y pudieron ver la cara
extrañada de Ankar al otro lado de la entrada. Kahad había tomado la estrella
arrojadiza pero no la había sacado, y pudo ver que el resto volvía a bajar la
guardia.
-¿Qué
ocurre aquí?
-Este,
que dice que tiene las pelotas para llevarnos él solo hasta Eblan. -El
pelirrojo tomó un pastelito y se lo llevó a la boca
mientras el albino se acercaba cerrando la puerta.
-Iremos
a Eblan. -Los pensamientos del dragontino tomaron por sorpresa a todos. -Debemos
informar a sus majestades de la misión. Recordad de parte de quién venimos.
-¿Cómo
se lo ha tomado el sacerdote? -Preguntó Ylenia sentándose por fin frente a la
bebida.
-Sorprendentemente
bien. -El albino se sentó también con ellos y tomó algo de té. -Por lo visto el Guardián había hablado poco tiempo antes con
él
sobre de que esperaba a alguien "importante", y que ese alguien tenía una misión sobre los cristales, por lo
que no hay problema. Él hablará con el resto de sacerdotes.
-Así
que vamos a ir al país de los ninjas. ¿No es así? -Preguntó el ladrón, a lo que el albino asintió y miró a Kahad.
-Me ha
hablado de un pasaje que has utilizado. ¿Nos guiarás?
-Me
pides que te lleve a mi reino, donde seguramente os ejecutarán por haber roto
el cristal elemental. -Kahad no salía de su asombro. ¿Eran acaso suicidas? Pero vio
como Ankar le acercaba un pergamino.
-El
sumo sacerdote me ha dado esto para que lo entreguemos al llegar.
El
ninja tomó el pergamino y vio el sello que había lacrado en él. Era el símbolo
de Eblan, su escudo de armas, cuatro shurikens, uno en cada punto cardinal,
lacrado en una cera negra más opaca que la que se usaba para mensajes normales.
"Mensaje
urgente para los Reyes de Eblan" vino a la mente al ver ese sello. Nadie más debía verlo, y sus mensajeros eran
intocables hasta que el rey dijera lo contrario.
Devolvió
el pergamino con una mirada fría al dragontino, y este lo tomó para guardarlo
en su zurrón. Intentaba pensar, pero aquello lo había descolocado
completamente. Lo único que podía hacer era llevarlos hasta allí y que el rey
decidiera. Dejó escapar un suspiro y se levantó.
-Si
debo llevaros hasta allí, necesitaré ayuda para llevar a la señorita.
-Entre
dos podemos llevarla si usamos la sábana. -Las palabras de Ylenia eran prácticas y directas. -Pero
primero cúrate un poco, no vamos a arrastrarte
por todo el camino hasta Eblan también a ti.
-Estas
heridas no son nada.
Antes
de que pudieran decir cualquier cosa, Ankar alzó una mano para detener la
discusión.
-Podemos
caminar y llevar a la chica, eso es lo que importa. Si alguien cae al suelo, ya
lo recogeremos, si eso es lo que quiere el joven ninja. -El dragontino bajó la
mano y miró al protector. -¿Cómo te llamas?
-Kahad
Kagenui.
-Bien,
Kahad. Guíanos.
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El
atardecer estaba llegando en las llanuras del continente del este. El aire
fresco del otoño soplaba ligeramente moviendo la hierba y las hojas de los
árboles solitarios que por ahí se habían levantado, y hacía que él tuviera un
escalofrío. Se frotó los brazos desnudos maldiciendo en voz baja las
limitaciones de aquel cuerpo mientras se acercaba un poco más al fuego de la
hoguera que había encendido hace unas horas. El chocobo estaba estirado algo
más alejado arreglándose las plumas con el pico después de haber comido un
poco, y Lomehin lo miraba con una sonrisa.
-Que
feliz vives, amiguito...
Le
gustaban los animales, y la mayoría eran receptivos a su presencia. Era algo
que su padre siempre le repetía, que en cierta medida tenía una bondad
escondida.
"Que tonterías" pensó el caballero oscuro mientras
se colocaba frente al fuego. Su pecho, desnudo de toda tela y armadura salvo
por los brazaletes, sentía el calor de las llamas en su piel y miró en su mano
izquierda. Uno de los pedazos del Cristal del Fuego estaba en su mano, carente
de prácticamente todo resplandor. "Si no eres legitimado por el Guardián no brilla..."
Volvió
a mirar alrededor para asegurarse de que estaba solo, y suspiró aliviado antes
de juntar sus manos en actitud de rezo, tintineando los seis brazaletes que
estaban en sus dos muñecas. Los bordes afilados del cristal apretaban sus
palmas sin llegar a hacerle sangrar, y empezó a elevar una plegaria en una
lengua desconocida por aquellas tierras. Sus manos empezaron a calentarse y
lanzó el pedazo de cristal a la hoguera, sin dejar de recitar mientras los tres
brazaletes de su mano derecha hacían suaves sonidos al estirar el brazo. El
cristal tan solo tocó una de las lenguas de fuego y empezó a flotar sobre
ellas, recuperando poco a poco el color de su elemento, pero sin brillar como
lo hacía en el pasado. La voz del caballero oscuro subía de tono mientras uno
de los brazaletes de su mano derecha se prendía de las llamas de la hoguera, y
empezaba a arder con tanta fuerza que sintió como el fuego mordía su carne mortal.
El
dolor le recordaba su prisión de carne, y volcó con más ahínco sus fuerzas en
las plegarias, las cuales se hacían más audibles a cada sílaba que salía de su
garganta. El fuego que rodeaba el brazalete empezó a unirse a las llamas de la
fogata, y esta fue poco a poco absorbida por la alhaja, hasta que un destello
rojizo le obligó a cerrar los ojos tapándose con la mano libre el rostro.
Cuando volvió a mirar, no había rastro de fuego ni del cristal, y la única luz
que había era despedida por el accesorio del de cabello negro. Una luz rojiza
que había cambiado el color del metal a uno cobrizo con un rubí engastado en el
centro.
Se
sentó sudoroso en la hierba y se estiró, abriendo bien los brazos sintiendo
como la tierra tocaba su piel desnuda. Sentía la energía recorrerle desde el
brazo hasta el resto de su cuerpo, abriéndole los poros y sintiendo como su
fuerza empezaba a aumentar.
-Esto
no será suficiente... -Dijo alzando el brazo y mirándose la quemadura que le había provocado el fuego en la zona
del brazalete. Dejó caer la mano en la hierba de nuevo y
miró al cielo. -Con esto no me libraré de esta maldición... Pero...
"Pero siento que soy más fuerte que antes..." Pensó, y se levantó para rebuscar en su bolsa un
ungüento
para quemaduras. Desde que se separó de Ankar y los demás solo había encontrado una única población, Mist, que según
decían antes era conocida como "Madain Sari", y allí decidió comprar algo como eso, por si le pasaba
algo parecido a lo del Templo del Fuego Eterno. Sus brazaletes, cilíndricos, no
podían ser quitados de sus muñecas, pero podía moverlos para facilitar el
acceso a la piel del brazo. Fue extendiéndose la pomada mientras le rugían las
tripas, y maldijo de nuevo las dificultades de aquel cuerpo. Cuando tuvo
extendida toda la medicina, se colocó la ropa y sacó unas manzanas de su zurrón
para empezar a comerlas.
"Este cuerpo necesita comer como mínimo tres veces al día y dormir al menos seis horas...
Que incómodo."
Miró
hacia el chocobo y después a la lejana ciudad de Tule. Hacía unas horas se
habían visto nubes de tormenta en el horizonte, pero ahora se podía observar un
cielo de tarde muy apacible. Empezó a hacer recuento de todas aquellas cosas
que no le gustaban de aquella situación mientras terminaba sus frutas y ensillaba
al chocobo.
-Hambre...
sueño...
movilidad... cansancio... ¿Cómo lo hacen los humanoides? Lo
único bueno que veo es que pueden adaptarse a cualquier ambiente... -Subió a su montura y salió al trote hacia la ciudad
costera. -Nunca entenderé porqué sienten la imperiosa necesidad
que tienen de hablar para no sentirse solos.
Cuando
el chocobo empezó a ir más rápido, se dio cuenta entonces de que estaba
haciendo exactamente lo que acababa de maldecir, y soltó otra maldición.
-Haremos
como que te estoy hablando a ti. -Le dijo al animal. -Porque ponerme a hablar
solo es ponerme a su altura.
-¡Wark!
-Exacto...
Porque estoy por encima de los humanoides.
-Wark.
-Creo
que comprendes suficientemente lo que digo como para contestarme.
El
viaje fue sin imprevistos y bastante rápido, y antes de que el sol se pusiera
completamente él ya estaba dejando el chocobo en uno de los establos de la
ciudad. Sabía que volvería por él, así que dejó su nombre, y caminó hasta el
puerto con decisión. Se sentía lleno de energía, sabía que, si quería, podía
someter esa pequeña ciudad en fiestas con tan solo el poder que acababa de
recuperar, pero eso era totalmente estúpido e irracional... ¿Qué haría él con un pueblo como ese?
Compró
algo de comida y también algunas pociones, y llegó hasta el puerto mientras
comía. Se acercó hasta uno de los pesqueros con decisión.
-¿Cuánto
querrías por llevarme hasta el Templo?
-¿Hasta
el Templo? ¿A esta hora? Chico, es peligroso... -El barbudo pescador lo miraba
extrañado.
-Hasta mañana no podrás ir, ningún pescador te llevará.
-¿Tan
peligroso es el mar de noche?
-Por
supuesto, muchacho. La Señora del Agua no permite que tengas distracciones, y
si las tienes, te castiga con crueldad para que aprendas. -Salió de su embarcación de un salto y lo miró. Era casi tan alto como el
caballero oscuro. -No me gustaría tener en la conciencia tu vida... o
tus piernas, o tus brazos.
Lomehin
miró la oscuridad del mar, y sonrió calmadamente. Entendía que los seres vivos
temieran a la noche y al mar, él mismo sabía el miedo que podía provocar algo
que no podías ver. Sin embargo era imperioso que él fuera hasta allí lo antes
posible. El pescador le dio un golpe en el hombro.
-Mañana
podrás ir sin problemas, muchacho. Si quieres, puedes ir a una de las posadas
de aquí cerca. No son caras. Te recomiendo "La Brisa Marina", es de las mejores.
-Gracias,
lo tendré en cuenta.
Cuando
se quedó solo bajó por las escaleras de piedra del puerto y observó las barcas
que se mecían en el agua vacías, y por el pequeño camino pasaban personas,
saludándolo animosamente. Él les devolvía educadamente el saludo con la cabeza
sin dejar de pensar.
"Niños siguiendo los pasos de sus padres." Pensó viendo como algunos críos acompañaban a sus progenitores. "Es algo tan típico..."
Caminó
con las manos en los bolsillos mientras cada vez se iba quedando más y más
solo. Al final, lo único que acompañaba al caballero oscuro eran la luna, las
estrellas y la negra agua del océano. Se agachó y acarició el agua con la mano
derecha, y esta le atrapó hasta el codo en una pequeña ola. Un suspiro de
alivio salió de sus labios al sentir la frescura en la quemadura, y cerró los
ojos.
"Si pudiera llegar hoy..."
Miró
entonces detrás de si, asegurándose su soledad. Cuando lo confirmó, puso sus
manos de nuevo en actitud de rezo y volvió a entonar unos cánticos, en voz muy
baja. Sintió como la energía del brazalete le recubría y le llenaba de fuerza.
Abrió los ojos y pudo ver perfectamente el aura granate que ahora lo cubría.
"No puedo usar esto muchas veces... tendré que darme prisa..."
Sus
ojos se habían adaptado a esa nueva forma y saltó al agua. Empezó a nadar a
gran velocidad, sintiendo como el agua se apartaba de su camino, como si lo
único que se le pusiera en su contra fuese la oscuridad.
Se
sintió pleno al poder moverse como le era natural. Dio una patada y nadó en
dirección al Templo del Mar Eterno. Sabía que tardaría en llegar hasta allí,
pero si tenía suerte, habría entradas secretas.
El mar
le envolvió en las sombras ocultándole de las miradas de los pescadores.
Pescadores que festejaban hasta bien entrada la noche, sin preocuparse de un
hombre que nadaba bajo el agua, oculto bajo la mirada de la luna.
========================================
Cuando
estaban saliendo de la penumbra del túnel el pequeño templo de Mateus estaba
iluminado con varias antorchas. Los cuatro recién llegados miraban asombrados
las cristaleras, pero volvieron a la realidad prácticamente al momento. Onizuka
y Dreighart eran los que habían llevado a Emberlei en la camilla improvisada en
el último tramo, y al llegar arriba el sacerdote de la diosa de los humanos los
miró extrañado. Kahad se acercó a él y le susurró unas palabras. El sacerdote
asintió y caminó dejándoles el camino libre.
-Será
mejor que vayamos al castillo. -Dijo Kahad mirando al resto. -Allí podréis entregar el mensaje sellado.
Caminaron
en silencio hasta la salida, y desde allí el ninja los llevó hasta el palacio.
Los recién llegados pudieron ver la pequeña neblina que había y sentían en sus
cuerpos el frío duro del norte mientras veían su propia respiración. La zona
era un poco menos festiva que por el día, pero aún se respiraba algo de
celebración.
-No
estamos solos. -La voz telepática de Ankar llegó solo a sus tres compañeros, los cuales estaban
serios.
Se
habían dado cuenta en cuanto habían atravesado las puertas de la casa de
Mateus. Ojos indiscretos los miraban desde todas partes, ocultos en las
sombras, pero sin enmascarar su presencia. Dreighart, que llevaba la parte
trasera de la camilla improvisada, se sentía como si fueran de cabeza a una
trampa, y miraba insistentemente a Ankar, el cual actuaba con tranquilidad
aparente. No le gustaba estar rodeado de potenciales enemigos, y mucho menos de
ninjas que pudieran atacar al mismo tiempo en el mismo punto. El peliazul miró
a Ylenia, que caminaba a su lado, y la encontró igual de alterada que él, con
una de sus manos apoyada en la empuñadura de su cimitarra, con apariencia de
estar tranquila, pero tenía el mismo rostro que cuando había escuchado sobre su
misión, por lo que estaría muy a la defensiva. Quien hacía que se calmara por
completo era Onizuka. ¿Cómo era posible que, en una situación así estuviera
silbando con una sonrisa en los labios? ¿Acaso era una persona que desconocía
el miedo, o simplemente no sabía leer la atmósfera?
-No os
preocupéis. -La voz telepática volvió a invadirles solo a ellos. -No
nos atacarán hasta tener motivos.
"Eso es porque todavía no saben que hemos ido a
destruir dos cristales..." Pensó con una sonrisa amarga el ladrón, pero se dio cuenta de que la
guerrera pensaba exactamente lo mismo, y soltaron una pequeña risa nerviosa. El pelirrojo
se giró y soltó una carcajada en plena calle que asustó a Kahad.
-Pensáis
lo mismo que yo. ¿Verdad? -La voz de Onizuka era fuerte y tranquilizadora.
-Pensando
en lo difícil que es creer que tú pienses, creo que pensamos lo mismo que
piensas tú en este mismo instante.
-Ylenia,
dijiste demasiadas palabras con el verbo "Pensar"...
-Ese
es el chiste, Dreighart.
La
mirada de Kahad denotaba desconcierto y descontento a partes iguales, y poco
antes de llegar a las puertas del castillo se acercó a la camilla y tomó en
brazos a la durmiente maga.
-Aún
podemos ir más allá. -Protestó Dreighart algo molesto.
-Debo
llevarla a su habitación, vosotros tenéis otros asuntos. -Miró al dragontino con una mirada
fija mientras se colocaba a la espalda el cuerpo desmayado de Emberlei. -Os
acompañará otro guardia.
Ankar
asintió y llegaron hasta la entrada principal, donde dos soldados vestidos de
negro los miraron.
-Bienvenido
Kagenui. -La voz del guardia de la derecha sonó detrás de la máscara. -¿Quiénes son ellos?
-Traen
un mensaje para el rey. -Y antes de que el guardia hablara, siguió. -Sello negro.
-De
acuerdo. -Dijo después de una pausa. -¿Y tú?
-Debo
llevar a la invitada de la reina a su alcoba. -Se acercó un poco más a su compañero y susurró. -Tenedlos vigilados, he visto
como luchan y son peligrosos.
Asintiendo,
el guardia dejó pasar a la pareja, y se colocó delante de los otros cuatro.
Dreighart había doblado y guardado la sábana en su zurrón mientras esperaba.
-Bienvenidos
a Eblan. ¿Me podéis mostrar el mensaje que traéis para el rey?
Ankar
vio como desaparecía la pareja por el interior, y sacó el pergamino mostrando
el sello negro con el escudo de Eblan. El guardia lo examinó sin abrirlo y
asintió, y al devolvérselo comenzó a caminar.
-Vengan
conmigo por favor.
-¿Dónde
van ellos dos? -Preguntó con curiosidad el albino, y el guardia
se giró
algo sorprendido.
-Ellos
tienen su camino, ustedes el suyo. -Lo miró de arriba abajo y continuó caminando. Los demás lo siguieron. -Sería mejor que el portavoz de
vuestro grupo fuera alguien que pudiera usar las cuerdas vocales. No es nada
personal. -Dijo mirando al telépata. -Pero son solo precauciones.
-Ya
hablaré yo entonces. -Ylenia se colocó al lado de Ankar con premura. -Porque
si habla Onizuka acabaremos todos muertos.
-Oye,
me se comportar correctamente frente a reyes. ¿Sabías?
Pero
la guerrera no respondió cuando se encontraron frente a unas grandes puertas
dobles de madera. El guardia se giró de nuevo a ellos.
-Hemos
llegado. Esta es la antesala de la sala de audiencias. Si aún os reciben, os
mandarán llamar. No levanten la cabeza a menos que les digan lo contrario, y
solo hablen si se dirigen a ustedes.
Asintieron
y entraron, encontrándose en la misma sala donde Kain y Emberlei habían
esperado el día anterior. Se sentaron frente a la mesa y las puertas se
cerraron dejándolos solos.
-Me
siento oprimido. -Dijo inmediatamente Dreighart.
-¿Solo
oprimido? Yo siento como si quisieran clavarme una flecha en la rodilla en
cualquier momento. -Contestó la de cabellos cenicientos.
-Bueno,
yo puedo hacerlo cuando tú quieras pero no en la rodilla.
-No
estoy para bromas, Onizuka.
-No
era una broma.
-Pues
mejor cállate.
-Ni
que hubieras acabado empapada por una ola gigante.
-Si
sigues así me volveré loca.
Cuando
el pelirrojo fue a contestar, la puerta a la sala de audiencias se abrió y
entró el mismo chambelán que presentó a la anterior pareja.
-Disculpen,
pero... ¿A
quién
debo anunciar?
Ylenia
se vio entonces en un apuro, pero pensó con rapidez antes de hablar.
-Peregrinos.
-Dijo con voz firme. -Peregrinos de los cristales.
-¿Por
qué han venido?
-Traemos
una misiva para el rey. -Ankar mostró el pergamino a lo lejos. El chambelán asintió
y volvió a la sala de audiencias.
Después
de un silencio, se escuchó la voz del hombre.
-¡Los
cuatro peregrinos de los cristales!
-Que
entren. -Se escuchó después de una pequeña pausa.
Los
cuatro entraron con decisión, y al dar unos pocos pasos hincaron la rodilla en
el suelo. Para sorpresa del grupo, Onizuka se comportaba como un auténtico
caballero haciendo lo mismo que ellos.
La
sala parecía vacía, pero sentían las miradas de muchos guardias. A la vista,
tan solo estaban el rey y la reina de Eblan, sentados en su lugar, y el
chambelán al lado de la puerta.
-Sois
peregrinos. -Empezó a decir el rey Edward. -Pero supongo
que tendréis nombres. ¿Podríamos saberlos?
-Mi
nombre es Ylenia Peribsen, majestad. -Dijo la guerrera con voz respetuosa. -Los
nombres de mis compañeros son Dreighart Firius, Onizuka
Derakainu y Ankar Einor. Nosotros...
-¿Has
dicho Ankar Einor?
La voz
provenía desde detrás del trono del rey, y los pasos hicieron que todos miraran
hacia allí. Kain, el cual estaba oculto detrás de la gran silla, caminó con la
cara iluminada por la alegría hacia su pupilo. Levantó a su alumno y lo abrazó.
-Ragnarok
bendita. ¿Ya estáis aquí? Nadie me había avisado. -El dragontino sagrado se giró y todos vieron como el rey
hacía una seña con la cabeza. La sensación de estar siendo vigilados había
desaparecido. -Este es mi alumno. ¿Recordáis que os hablé de él?
-¿Él
es...? -Pero el rey se quedó callado y se levantó del trono para estrechar la
mano con el dragontino. -Es un placer conocerte, muchacho.
Ankar
hizo una pequeña reverencia con una sonrisa apurada, y miró a Ylenia, la cual,
al igual que los otros dos, se había levantado, y después a su maestro.
-Es
mudo. -Dijo Kain con una sonrisa. -Un accidente hace... mucho tiempo.
-Pero
puede usar la telepatía. -La voz de la reina les hizo dar un pequeño brinco, y ella, risueña, se
acercó a su marido. -¿Por qué no la usa?
-El
guardia nos dijo que no lo hiciera... -La voz de Ylenia era algo cortada, pero educada.
-Sin motivo alguno, así que...
-Está
siendo respetuoso. -La reina asintió y miró al albino. -Pero puedes
usarla. Los sellos antimagia no afectan a ese tipo de comunicación, sobre todo si es de un único sentido.
-Siento
haber sido... -Empezó el telépata, pero el rey Edward levantó la mano.
-Honras
la educación que te dieron tus padres al respetar las normas, no hay nada por
lo que pedir perdón.
-Gracias,
majestad.
-Cuéntame
Ankar. ¿Y este grupo? -La voz de Kain era risueña y divertida. Ankar suspiró un momento para reordenar sus
ideas.
-Conocí
a Onizuka hace años, y se unió a mí en Baron. En el viaje al Templo del Fuego
Eterno conocimos a Dreighart en pleno desierto, y se unió a nosotros. -Omitió totalmente la incorporación de Lomehin. Sabía que si hablaba de él las preguntas serían demasiadas y demasiado
incómodas como para contestarlas. Sus pensamientos se quedaron callados cuando
empezó a mirar por sus lados, incómodo.
-Puedes
hablar... o pensar, más bien. -Contestó Edward repentinamente, y el
grupo lo miró extrañado. -Los que estamos aquí
estamos enterados de tu misión.
La
sorpresa se dibujó en los rostros de Dreighart e Ylenia, pero no dijeron nada
mientras el dragontino asentía.
-Cuando
vencimos a Ifrit, encontramos en las ruinas de Damcyan a Ylenia, la cual se ha
unido a nosotros. Informamos a su majestad, el rey Cecil, sobre nuestra primera
victoria, y conocimos más sobre nuestra misión.
-¿Conocisteis
a Freyja? -La pregunta de Kain pilló por sorpresa a Ankar, que lo
miró.
-¿La
conocéis? -Ante el asentimiento de su maestro, continuó. -¿Quién es ella?
-¿No
te lo dijo Cecil? -Ankar negó. -Entonces no puedo darte más información, mi aprendiz.
El dragontino
suspiró, pero volvió su mirada a los reyes.
-Después
de informar, nos proporcionaron una nave para poder llegar a Tule, y desde allí
llegamos hasta el Templo del Mar Eterno. Fue una sorpresa encontrar a una
invocadora y a un ninja intentar hacer un pacto, pero unimos fuerzas para
derrotar al Guardián. -Se quedó callado un momento y miró a la reina. -El gran Leviathán dijo que debíamos llevarnos a la invocadora
en nuestra misión.
-¿Así
que iréis con Emberlei? -Preguntó la reina Rydia, pero un movimiento de
su marido hizo que dejara de hablar.
-Eso
ahora no es tan importante. Lo que nos atañe es que habéis pasado la prueba del
Mar Eterno y debéis de estar exhaustos. -Extendió la mano hacia Ankar. -Dame la
misiva protectora. -El dragontino sacó el pergamino con el sello negro y se lo
dio al rey, y este lo guardó sin siquiera mirarlo. -Una sirvienta se encargará de prepararos habitaciones.
Mientras tanto podéis descansar en el salón comedor y degustar algunas de las
delicias de Eblan para la cena.
-Os lo
agradecemos, majestad.
-De
todas formas... -El monarca se acarició el puente de su nariz. -Prepararemos
un barco lo antes posible para que podáis partir hacia Tycoon. El viaje es
largo desde Eblan, aproximadamente un mes de travesía marina, así que podéis
disfrutar de un tiempo de descanso. Os avisarán cuando el barco esté listo.
-Si
majestad. -Dijeron los cuatro al unísono antes de empezar a caminar
hacia la puerta. Kain se giró a los reyes.
-Si me
lo permitís, he de hablar algunas cosas con mi alumno.
-Yo
también tengo que salir. -Dijo Rydia de repente mirando a su marido. -Debe de
estar agotada después de hacer el pacto.
Los
dos se marcharon con los cuatro miembros de la comitiva, y el rey de Eblan
caminó hasta su trono para sentarse a cavilar... Cuando la puerta se cerró dejándolo con sus pensamientos, se
frotó
los ojos.
Habían
vencido a Leviathán, y habían conocido también a esa misteriosa Freyja... Y según el reporte que Kain le dio,
no hacía
ni una semana que habían empezado con aquella regeneración... Y ya llevaban dos
cristales.
-¿A
quién has encomendado esta tarea, Cecil...? -Dijo en voz baja mirando a la
nada. -Yo pensé que tardarían más tiempo... Me ha tomado
totalmente por sorpresa...
Tan
solo el silencio le contestó.
Tomó
la carta que le habían traído. No era más que una formalidad, en realidad, pero
había pensado bien aquel dragontino. Los mensajes de sellos negros solo podían
abrirlos los soberanos a quienes estaban destinados, y ante los guardias, sus
mensajeros eran intocables... Abrió el pergamino donde ponían unas escuetas palabras del
sacerdote.
Mensajero: Ankar Einor, capitán de la
primera división dragontina de Baron.
Mensaje: Majestad, he sido puesto al
corriente de la misión de este grupo, y mando esta misiva para poder ayudarles
a que no tengan problemas. Espero que esté bien de salud.
Enrolló
de nuevo el pergamino sin poder contener una sonrisa.
========================================
La
bolsa de Emberlei estaba desparramada por el suelo, con todas sus cosas en
distintos puntos de la habitación, mientras Kahad miraba cada objeto que había
dentro. Pociones, libros de magia, ropas, comida algo estropeada por el agua,
dinero, un pequeño peluche de un gato... Pero no había nada que la identificara,
nada que pudiera hacerle descubrir de dónde provenía ella ni por qué estaba haciendo ese viaje.
Se
puso en guardia cuando la puerta se abrió de repente, pero dejó la daga de la
maga en la mesa cuando se dio cuenta que quien entraba era la reina Rydia.
-Ya
sabes a qué he venido.
-Si
majestad...
Se
quedaron en silencio unos segundos antes de que la soberana volviera a hablar.
-¿Y
bien? ¿Has encontrado algo?
-No,
mi señora. -Dijo él mirando todas las pertenencias. -Parece
la típica
viajera que no conserva nada de sus viajes... Pocas cosas parecen pertenecerle
desde su novedad, no parece haber comprado nada salvo las ropas o la comida, y
no conserva nada que pudiera decir de donde nació, ni tan siquiera sus libros
de magia. Pensé que el peluche podría ser un indicio, pero por desgracia es una
manufactura personalizada, hecha en la comarca de Kolinghen, sin embargo eso ya
lo sabíamos. -El ninja mostró dos tomos gruesos a la reina y el peluche, la
cual los tomó y ojeó los libros dejando
el peluche en su mano. -Lo siento.
-No te
preocupes, has hecho un buen trabajo. -La de cabellos verdes le devolvió todo y vio como el ninja
empezaba a volver a recoger todas las pertenencias de la chica. -¿Qué le dijo el Maestro
Leviathán?
-Parecía
que se divertía con ella. -Hablaba mientras trabajaba a gran velocidad. No sabía cuánto tiempo estaría dormida la chica en su cama,
pero no quería que se encontrara ese desorden y que sospechara nada de él. -Le
dijo que tenía que continuar con un grupo de...
personas... si quería encontrar su objetivo.
-Sí,
el dragontino Einor nos habló de ello.
La
mirada de Kahad fue de total asombro cuando la miró, pero Rydia se sentó en la
silla del pequeño escritorio sin dejar de sonreír. Le hizo un gesto con la mano
para que siguiera.
-Te
explicaré la misión de ese grupo, pero primero continúa con tu informe.
-Ella
busca a su padre. -El de negro siguió guardando los objetos en el
mismo orden en el que estaba cuando los sacó. -No tiene ni idea de quién es, pero está desesperada por encontrarlo.
-Esa
es su prioridad, si... aunque ahora tendrá una nueva motivación. -El ninja la miró un momento con un interrogante
en la cabeza, y la reina sonrió. -No te preocupes de momento por eso. Por ahora
tu misión no ha cambiado un ápice. Irás con ella, en calidad de protector,
hasta que lo encuentre. Y después volverás a contarme todo. ¿Quedan claras tus
órdenes?
-Si
majestad, cristalinas, como la última vez. -Guardó todos los objetos de Emberlei
y cerró
la bolsa, y finalmente miró a la Alta Invocadora. -Decidme por
favor... ¿Qué misión...?
-Te
dije que no te preocuparas por eso. -Se quedó callada mientras el ninja
agachaba la cabeza en señal de asentimiento. -Mañana te explicará el rey Edward sobre la misión, porque si ella va, tú también debes de saber qué está pasando. -Se quedó en silencio una vez más, esta vez para ordenar sus
ideas. -No creo que ella despierte por esta noche, así que ve a tu casa y descansa.
Habla con tu familia e infórmales de que saldrás en una nueva misión. Puede que
tardes un tiempo en volver a verles.
Kahad
asintió y se retiró de la habitación cerrando con delicadeza la puerta, dejando
a la reina sola dentro de la habitación junto a la chica. No le gustaba nada
aquel asunto, pero si era una orden directa... ¿Qué podía hacer?
Caminó
hasta llegar a su hogar y entró todavía con la cabeza cabizbaja. La luz de las
velas lo hizo mirar a la mesa para encontrarse con sus padres, sonrientes.
-Bienvenido
hijo. -Le dijo su madre. La mujer, con arrugas en el rostro, se levantó con una sonrisa en los labios.
Su madre siempre hacía lo mismo cuando llegaba. Le abrazó y le dio dos besos en las
mejillas. -¿Cómo te ha ido la misión de hoy?
-Ha
sido... extraña... -Dijo él quitándose la máscara y sentándose en la silla más cercana. Su madre cerró la puerta y volvió a su lugar. -Me han asignado
la protección de una muchacha. Es una misión de la propia reina.
Su
padre silbó con admiración mientras el ninja tomaba algo de pan de la mesa.
-¿Quieres
cenar?
-Si
mamá, por favor. -Sonrió él, y su madre le trajo un plato
lleno de sopa caliente, y empezó a soplar para enfriarla. -Voy a salir
del reino.
-¿Una
misión nueva tan pronto? -Su padre sintió la preocupación en la voz de
Kahad. Él asintió.
-Creo
que estaré fuera durante un tiempo... Intentaré mandaros cartas cuando esté en alguna ciudad.
-¿Mucho
tiempo? -Preguntó su madre preocupada mientras se
sentaba a su lado. El ninja comió con glotonería. -No me gustaría que te
pasara nada... Ojalá pudieras quedarte...
-Mamá,
ya lo hemos hablado. No tengo madera de granjero.
-Eres
hábil con las manualidades, tienes un don para crear cosas. -La anciana le tomó de la mano con dulzura. -Tendrías un buen trabajo aquí, los
artesanos de talento pueden vivir bien.
-Mamá,
por favor... no quiero seguir con eso. -Pese a sus palabras, no soltaba la mano
de su madre. -Nunca podré pagaros todo lo que habéis hecho por mí... Incluso sin ser vuestro
hijo.
-Eres
nuestro hijo, Kahad. Que nadie te diga lo contrario. -Hablando con fuerza, su
padre puso sus manos en la mesa. -Y el que diga algo diferente se las verá conmigo. Pero estoy con tu
madre... Deberías asentar la cabeza y quedarte en
Eblan con un trabajo más tranquilo.
Él
suspiró de nuevo, sabiendo que dijera lo que dijera ellos seguirían con la
intención de que dejara su camino como ninja. Era cierto que, desde que era un
niño, había tenido cierta afinidad por crear cosas con sus propias manos.
Juguetes y muebles eran objetos que hacía por mera diversión, y en alguna
ocasión si que había pensado en dedicarse a ello, sin embargo su motivación a
ser un ninja fue más grande que la de ser artesano... Pero nunca había dejado
de lado esa faceta "artística" que tenía. Los niños venían de vez en cuando a pedirle
que le arreglara los juguetes, y de vez en cuando hacía lo propio con
utensilios que se le estropeaban a sus padres. Realmente amaba crear y arreglar
cosas, pero la vida de ninja era muchísimo más estimulante.
Cuando
terminó de cenar, sus padres empezaron de nuevo a pedirle que sentara la
cabeza, y él les sonrió y les dijo que debía ir a dormir, que había tenido un
día muy largo. Le dio un beso a su madre y se fue a su cuarto mientras pensaba
en lo que decían sus padres.
"La vida tranquila es demasiado tranquila... Y no creo
haber encontrado a la chica adecuada."
Con
esos pensamientos, Kahad se quedó dormido en poco tiempo en su cama, sin saber
cuándo sería la próxima vez que dormiría en la tranquilidad de su hogar.
========================================
Sentados
en una de las mesas del gran comedor, los cuatro comían mientras hablaban con
el general Kain. Ankar le estuvo poniendo al tanto del viaje, hasta que se
quedó callado y se llevó la mano a la cabeza.
-¡Nos
dejamos a los chocobos en Tule!
La voz
mental de Ankar fue tan potente que Kain tuvo que cerrar los ojos con una mano
en la sien derecha por el dolor mental que suponía aquel "grito". Sus tres compañeros, por el contrario, tan
solo cerraron los ojos sin dejar de comer.
-Por
favor. ¿Te importaría no "gritar"? Creo que me duelen hasta las cejas.
-Y yo
que pensaba que esos gritos mentales me reventarían las neuronas alguna vez...
-Dreighart miró a Ylenia. -Y resulta que ya me he
acostumbrado.
-Después
de pelear tantas veces y que él gritara, al menos eso pudimos sacar de bueno.
Pero tiene razón, nos los hemos dejado en Tule, y no creo que podamos volver a
buscarlos...
Se
quedaron en silencio unos instantes, hasta que Kain habló con voz tranquila.
-Tengo
una idea, pero tendré que mover algunos hilos.
-¿Podéis
ayudarnos, general? -La voz de Ylenia era inexpresiva, pero con algo de
apremio.
El
hombre asintió, y se levantó.
-Ankar,
ven conmigo un momento, quiero hablar contigo.
Extrañado,
el dragontino se levantó, dejando a sus compañeros comiendo.
-Me ha
resultado muy extraño que no le dijeras nada al general. -La voz de Dreighart
era de seriedad mientras hablaba con el samurái.
-¿Estás
loco? -Ahora el sorprendido era el pelirrojo. -Hablamos de un jodido héroe de guerra que te puede
pulverizar con una mirada. ¿Crees que no me doy cuenta de mis límites?
-Los
animales saben cuándo un enemigo es más fuerte... Supongo que también se te aplicará a ti...
Dejando
atrás las risas del ladrón y la guerrera, maestro y alumno caminaron hacia uno
de los pasillos, sintiendo en todo momento los ojos de los guardias mirándoles
mientras paseaban con tranquilidad. Las antorchas parecían estar colocadas para
que hubiera lugares en penumbras y sombras danzarinas. Ankar pensaba que esas
sombras eran ninjas observándoles, y volvía a pensar que si todos aquellos
guerreros silenciosos se pusieran en pie de guerra, podría perfectamente acabar
con ellos cuatro.
-No sé
si llegaré a dormir esta noche.
-¿Tan
nervioso estás que no puedes dormir en una cama? -La voz del dragontino sagrado
era algo animada, divertida. -Se lo que es eso, al principio de la paz me solía pasar lo mismo.
-No
nos atacarán en plena noche. ¿Verdad maestro?
-Por
supuesto que no. -Pasaron una esquina y llegaron hasta un pequeño jardín interior. La armadura del
maestro hacía muy poco ruido al caminar por ahí. -Dime, mi aprendiz. ¿Cómo llevas tus entrenamientos?
-Nuestras
batallas han sido muy difíciles, y he conseguido que mis habilidades y las de
mis compañeros estén compenetradas.
-¿Pero...?
El
albino se quedó callado unos instantes mirando el cielo estrellado. Suspiró y
miró al general.
-No sé
si me he hecho más fuerte... -Se miró las manos. -Creo que no lo
suficiente...
-¿Querrás
seguir mi consejo entonces? -El dragontino miró a su maestro. Aquella mirada
significaba algo.
-Por
supuesto, como siempre.
-Entonces,
ve a Burmecia.
-Pero...
-La voz telepática surgió imprevistamente, reflejando la
incomprensión que aquellas simples palabras provocaban en él.
-Ve a
verlas, sabes que es lo mejor. Además, tú también debes estar deseando ir, hace
tiempo que no las ves. Ellas dos te ayudarán a ser más fuerte. -Insistió el viejo héroe.
-Nunca
cuestiono sus consejos, pero Ketriken sabe que estoy de misión, y Undine es la
persona más irrespetuosa de toda Gaia.
-Te
ayudarán. Sé que no quieres preocupar a Ketriken, pero es lo mejor que puedes
hacer. En Burmecia tienen algo que te servirá en tu misión, tú te darás cuenta
de qué es.
-Pero
maestro...
-Y si
lo haces, me encargaré de que vuestros chocobos lleguen a Tycoon incluso antes
que vosotros. -Ya está, eso era lo que escondía la mirada de su maestro.
Suspiró
y se masajeó las sienes.
-Ha
sido un día demasiado largo...
-¿Irás?
Suspiró,
y asintió cansadamente. Kain soltó una pequeña risa y le dio un par de palmadas
en el hombro, y le dejó en medio del pequeño jardín con sus pensamientos.
¿Cómo
había llegado todo a esa situación? Había juntado un grupo de compañeros para
aquella misión llena de locura, y sin habérselo propuesto, en menos de una
semana había confiado su vida a esa pandilla de locos. No lo comprendía. Y
ahora debía volver al punto de partida, al menos, de su partida, para conseguir
algo que le ayudara... y lo último que querría hacer es preocupar a
Ketriken.
Pero
quizás... solo quizás... Aquel viaje era algo que realmente
necesitara...