Durante
todo el viaje, Lomehin no quiso salir mucho del camarote. Hacía sus rondas como
cada día, y trataba de mantenerse entretenido con una botella de licor cuando
no tenía que hacer sus viajes. Él mismo se recriminaba esa actuación, pues el
licor no conseguía mitigar el dolor. Muchas noches tenía ataques de ansiedad, y
el alcohol hacía que fueran más duros. No rompió la silla por la borrachera,
pero cuando sentía siempre que iba a estallar en su dolor, empezaban las
lágrimas y el sueño sin sueños.
Unos días
después, la puerta del camarote de Lomehin sonó con unos golpes, y se abrió. El
caballero oscuro estaba con su armadura puesta salvo el yelmo, y miró al
intruso, el capitán.
-Hemos
llegado a Narshe. -Dijo el capitán. -Aquí nos tenemos que separar, ya
que no vamos hacia el continente del oeste. Deberás tomar otro barco.
-Bien...
Gracias por acogerme en el barco.
-Gracias
a ti, Lomehin. -Dice el hombre y saca una bolsa pequeña de su cinturón,
dándoselo al moreno. -Tu paga.
-Parece
una bolsa muy pequeña. -Bromeó él tomándola. Cuando la abrió, vio que había varias joyas.
-Es
más fácil llevar dinero en forma de gemas. -Contestó el capitán tomando la silla y sentándose
delante de él. -Podrás cambiarlas por dinero conforme vayas
necesitándolo.
-Es
mucho más de lo que esperaba... -Contrariado, Lomehin pensaba que con eso podría vivir bien durante varias
semanas. El capitán hizo un gesto para quitarle
importancia.
-Salvaste
más de una vez este barco, es lo mínimo que podía darte. Solo siento no poder
llevarte hasta el oeste.
Lomehin
se sintió reconfortado. La única persona con la que había hablado desde la
muerte del niño había sido precisamente el capitán, y había entablado cierta
amistad con él. Bebieron juntos, lloraron juntos, y lo más importante, rieron
juntos. Pero sentía cierto malestar por el capitán.
-Ha
sido un honor viajar en este barco. -Contestó Lomehin mientras se levantaba
y guardaba la bolsa de joyas en un pequeño zurrón que le había dado
precisamente ese hombre.
-Gracias
a ti conseguimos salir airosos. -Secundó el capitán, y ambos estrecharon fuerte
sus manos a modo de despedida.
Cuando
salió al sol, tuvo que cerrar los ojos un momento antes de que sus pupilas se
acostumbraran. Bajó las escaleras saludando a los marineros y despidiéndose,
pensando en lo mucho que había cambiado en un único viaje. Caminó por la nieve
cuando salió del puerto, y miró a lo lejos la ciudad. Le gustó lo que vió.
Desde que llegó a Gaia había visto los rudimentos de la tecnología mágica, pero
nunca había visto algo que se acercara a lo que él conocía. Sin embargo Narshe
le recordaba las épocas estudiadas cuando era niño. Muchas casas tenían
chimeneas que soltaban vapor, y varios molinos de viento y de agua funcionaban
en el lugar. Era un lugar regio, donde todas las casas eran parecidas pero de
muros gruesos para evitar el frío. Un lugar perfecto para alguien que está
acostumbrado al frío. Por una vez, dio gracias por tener un disfraz tan bien
hecho.
El
mercado de Narshe estaba a las puertas de la ciudad, y la gente estaba agolpada
frente a los diversos tenderetes y puestos que vendían sus productos. Le
ofrecieron de todo, desde afilar sus armas, pulir su armadura, hasta un corte
de pelo, pero él tan solo se detuvo enfrente de un joyero. Cambió por dinero
varias de las perlas que consiguió en el viaje y un par de las joyas que ganó
en el barco, y consiguió dinero suficiente para poder viajar en barco otra vez.
Después de eso, los mercaderes intentaron venderle hasta a sus hijas,
agobiándolo e impidiendo caminar al moreno. Empezó a hacerse camino con sus
manos, apartando a la gente con fuerza y cansado de los gritos. No conocía la
ciudad, pero cuando vio un callejón oscuro lo aprovechó y se metió dentro entre
algunas maderas. Vio pasar a algunos de los mercaderes corriendo mientras
retrocedía él por el callejón, suspirando con fastidio.
-¿Qué
demonios pasa en esta ciudad? -Se preguntó a sí mismo.
-Eras
un buen objetivo... -Contestó una voz no muy lejos de él. -Un tipo solitario que ha
llegado a esta ciudad.
-Un
aventurero perdido más. ¿Quién te echará de menos? -Preguntó otra voz, no mucho más lejos de donde él había entrado.
De
entre las sombras, dos figuras impidieron el paso o la huída de Lomehin en el
callejón. Un chico por delante y una chica por detrás, ambos con un cabello
rubio muy caracterísitico y unos ojos verdes con pupilas en espiral. Sus
armaduras eran muy peculiares. Unos tejidos que parecían muy elásticos, y con
varias partes cubiertas por metal entretejido en la piel. Sus yelmos eran
extraños, dejando ver mucho cabello y unos lentes en la cabeza. Lomehin frunció
el ceño ante esos posibles bandidos, y tomó la espada, empezando a
desenvainarla.
-¿Qué
pasa, el señor guerrero tiene miedo? -Preguntó la chica que dejó escapar una sonrisa. El chico
rio
fuerte.
-¿Guerrero?
Si no es más que un crío al que hay que darle una lección para refrescarle la
memoria.
-¿Qué
se supone...? -Empezó a decir él, pero los dos intrusos
saltaron sobre él.
Sacó
completamente la espada e hizo un movimiento amplio para intentar golpear a ambos.
El callejón no era pequeño, lo suficiente para una pelea, pero de todos modos
era molesto. Ambos saltaron ante el corte del caballero oscuro, e intentaron
golpearle. La chica lanzó una patada, que Lomehin detuvo con el guantelete de
su armadura, y el chico intentó golpearle con un puñetazo pero lo esquivó
apartándose. Lanzaron un gran número de movimientos que el caballero oscuro
esquivaba sin problemas, hasta que los dos extraños se detuvieron, resoplando
por el esfuerzo, mientras que Lomehin se puso la espada en el hombro, fresco
como una rosa.
-¿Quiénes
son los mocosos sin educación ahora? -Preguntó con una sonrisa macabra él.
Los
otros dos sonrieron, y la chica desenfundó un extraño instrumento. Lomehin
abrió los ojos impresionado y comenzó a retroceder, ya que sabía que algo
extraño estaba por suceder. Una gigantesca bola de fuego salió del aparato
metálico directa hacia él. Saltó hacia un lado, rodando por el suelo sin perder
la postura de defensa. Miró de reojo. La pared detrás de él tenía un gran
cráter que por poco conseguía atravesar la gruesa pared de piedra típica de los
edificios de Narshe.
-Maldita
sea, he fallado por muy poco... -Se quejó la chica. -¿Por qué no se
estará quieto?
-Yo me
ocupo de ello. -Le dijo el chico sacando un par de dagas de su espalda.
Se
lanzó hacia él con las armas preparadas, y lanzó varios ataques que Lomehin
detuvo con su espada sin mayores problemas, hasta que el enemigo se agachó
dejando ver como otra bola de fuego se abalanzaba hacia Lomehin. Su armadura actuó
primero, haciendo aparecer su yelmo, y cerró los brazos.
Recibió
el impacto directamente.
-¡Fuegos
artificiales! -Gritó la chica bajando la extraña arma.
Pero
al disiparse el humo de la explosión, ambos vieron como la figura de Lomehin
caminando a través de la niebla con fiereza. Ambos se pusieron pálidos.
-Se
acabó el juego, Terranos.
El
caballero oscuro se lanzó como una pantera encima del chico, que
instintivamente se cubrió del corte con sus cuchillas. Estas se partieron ante
el fuerte ataque y el metal oscuro mordió la carne del muchacho en el pecho,
lanzándolo hacia atrás. El paladín oscuro no se detuvo, y saltando por encima
del herido lanzó un conjuro de electricidad que golpeó en plena arma de la
chica, la cual estalló en sus manos. Ambos cayeron al suelo en cuestión de
segundos, y al mirar hacia arriba, la rubia vio como la hoja morada, casi negra
de Lomehin estaba apuntando a su garganta, demostrando así su superioridad.
El
ambiente se contrajo. A la chica le dio pánico y se puso blanca, pensando que
iba a morir. Sin embargo todo estaba más pesado de lo normal. Notó como el
caballero oscuro miraba hacia los lados, como si sintiera que hubiera alguien
más mirando. El corazón de la chica latía con una velocidad endiablada y una
lágrima de temor surgió en sus ojos. Lomehin levantó la espada oscura y ella se
tapó la cara con los brazos, gritando por piedad en una extraña lengua.
El
golpe no llegó nunca. Cuando abrió los brazos, asustada, ya no estaba el de
negra armadura. Respiró con rapidez, intentando recuperar la compostura, pero
le era demasiado difícil. Nadie le dijo que esa misión sería tan peligrosa.
Desde que llegó a Narshe solo tuvo que preocuparse de ladrones de taberna y
gente idiota, pero aquello... Aquello había sido casi mortal.
Se
movió en dirección a su compañero. El corte en el pecho era aparatoso, pero no
parecía mortal, por lo que ambos se levantaron, temblando, aunque no por el
frío de la ciudad norteña.
-Por
Minerva... Pensé... pensé que íbamos a morir... -Dijo en un
susurro la chica agarrándose de los brazos. El chico asintió.
-Pero
no entiendo por qué no nos dio el golpe de gracia...
-Porque
es más de lo que vosotros esperabais... -Los dos miraron hacia atrás, a las
sombras, e hicieron una inclinación. Una figura, alta, envuelta en oscuridad,
los miraba con unos ojos rojos llenos de desprecio. -Su naturaleza le hace
sentir el poder de otros seres cercanos a él, por eso se marchó. Aunque deberíais ser vosotros, Terranos, los
que merecierais un castigo por mi parte. -Ambos jóvenes temblaron de miedo. -Con
mi apoyo, mi enseñanza de este mundo, incluso dejándoos traer parte de vuestra
tecnología,
y estúpidos
de vosotros no sois capaces ni de agrietarle la armadura. ¿Es esa la tan
reputada forma de lucha de los Al’bhed? Pensé que vuestro objetivo era más fuerte que este miedo.
Los
dos chicos se quedaron callados. El silencio solo se rompía por el pequeño
goteo de la herida del muchacho. Después, un fuerte suspiro vino del ser de
ojos rojos.
-Marchaos.
-Empezó
a decir al mismo tiempo que su figura empezaba a desdibujarse en el fondo sombrío del callejón. -Vigilad esta ciudad. Curaos
las heridas si no son mortales. Y si aparece de nuevo por aquí, avisad al mando central,
ellos me darán las noticias.
-Sí,
lord Lemnar.
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Lomehin
corría por los tejados, sin ser visto por los habitantes de Narshe, y caía al
suelo después de diez minutos de estar ahí arriba. Su cuerpo todavía estaba
temblando, y su corazón parecía un chocobo desbocado. No entendía bien del todo
qué había provocado esa reacción en su cuerpo, aunque había sentido una
presencia muy poderosa, arcaica... peligrosa. No habían sido los dos niñatos que venían de Terra, eso estaba claro,
porque era la presencia de un ser ancestral, y en Terra casi no quedaba magia
salvo la manufacturada. Por lo tanto lo mejor que podía hacer era salir de ahí
corriendo.
Su
armadura soltó un pequeño destello oscuro y se guardó, mostrando su ropa de
invierno. Su espada a su costado tintineaba con cada paso que daba y temía que
las grietas de su arma se agrandaran. Afortunadamente sus enemigos tenían armas
de malos materiales y gracias a eso pudo derrotarlos fácilmente.
Caminó
entre la gente dirigiéndose hacia los muelles de nuevo. En Narshe eran
inmensos, y estaban llenos de todo tipo de personas, desde el bandido típico
que busca algo de comer a punta de navaja hasta los que parecían miembros de la
alta sociedad de Narshe. Muchos eran mecánicos que trabajaban en la tecnología
mágica que existía en Gaia. Los comerciantes que lo siguieron antes lo
encontraron de nuevo e intentaron acosarle otra vez, pero esta vez simplemente
se dedicó a comprar cosas en un tenderete. Varios trozos de carne seca y fruta
para ese día, y unas cuantas probetas de pociones necesarias por si tenía que
luchar de nuevo. También estuvo mirando varios de los objetos que un puesto
ofrecía, parecidos a objetos de arcilla con formas extrañas. No sabía si le
servirían, pero compró algunos.
Sin
embargo se quedó embobado mirando un objeto en uno de los puestos con más
objetos mecánicos que había. Muchos tenían engranajes y parecían motores, pero
se percató de que en una pequeña vitrina había cinco relojes de oro. Pero no
relojes de arena como se esperaría, si no relojes de bolsillo mecánicos. Se
preguntó como había llegado hasta ahí esa tecnología, pero imaginó que poco a
poco iban avanzando. Compró uno. Le gustaba saber qué hora era.
Escuchó
conversaciones ajenas y se rió o preocupó al escucharlas. Miró al cielo y vio
gaviotas. El mar azul oscuro y tranquilo que golpeaba los pilares de madera del
puerto. Escuchó las olas, olió la sal. Se paró en mitad del camino y estiró los
brazos con los ojos cerrados. Solo oía las olas. No sentía nada de nada, solo
calma, solo paz. Algo que no había sentido desde que murió el pequeño.
Todo
eso se rompió cuando alguien le golpeó en el costado izquierdo, llevándoselo
por delante y tirándolo al suelo, cayendo con él.
-La
madre que... -Empezó a decir Lomehin
Pero
se contuvo al mirar quién estaba encima de él. Una humana. No, una elfa, por
sus estiradas orejas y su altura cercana a la de él. Se mordió la lengua y la
ayudó a levantarse. Llevaba una rica tela verde y dorada, la cual le recordaba
a la ropa que llevaba Onizuka hace ya tanto tiempo que parecía una vida
distinta. Sus cabellos eran rubios, prácticamente dorados, y sus ojos azules
como el cielo despejado hicieron que un escalofrío le recorriera la espina
dorsal al caballero oscuro.
-Lo
siento mucho, señor. -Dijo atropelladamente la muchacha mientras se quitaba el
polvo de la caída. -Mi barco está a punto de zarpar, y creía que lo bia a perder. No me he
fijado, no le he visto. ¿Se encuentra bien?
Él tan
solo sonrió ante la mirada de la mujer, porque no conseguía articular palabra.
La miró con detenimiento mientras ella se acomodaba el cabello despeinado por
la caída y se lo ataba en una cola de caballo. Su falda era parecida a la que
llevaba el samurái, un pantalón amplio con bordes dorados y de verde jade el
resto. Llevaba unos guantes que podrían ser perfectamente de monta, y un
pequeño colgante dorado con forma de torbellino le adornaba el cuello, casi
tocando los senos. En ese instante reprimió una carcajada, pues si Onizuka
hubiera estado con él, habría analizado a la chica de arriba abajo... justo como
estaba haciendo él. Se medio ruborizó cuando ella volvió a mirarlo.
-¿Se
encuentra bien? -Volvió a preguntar la chica, esta vez tocándole el brazo con la mano. Ese
contacto lo hizo reaccionar.
-Sí,
sí... -Contestó este tomándola de la mano y dándole unas palmaditas. Miró hacia el lado y pudo ver un
sombrero con plumas doradas en el suelo. Se apartó de ella y lo tomó, girándose a la chica. -¿Es tuyo?
La
chica se limitó a sonreír dulcemente y cerrando los ojos, asintió. Cuando los
abrió, vio que tenía el sombrero en sus manos y el extraño hombre que se lo
había dado después de chocar se estaba alejando con velocidad directo hacia uno
de los grandes barcos del puerto.
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Dos
horas más tarde Lomehin respiraba profundamente apoyado en la borda de un barco
que se alejaba del puerto de Narshe. Había encontrado pasaje en un barco
pequeño que se dirigía a Tycoon, en el continente del oeste, y no tenían
problemas para aceptar también chocobos. Viajaba poca gente y eran personas
tranquilas. Muchos de ellos se notaba que eran gente pudiente, y algunos
parecían incluso comerciantes que llevaban sus mercancías en ese transporte. Se
dio la vuelta y miró la cubierta. Unos niños de unos cinco años corrían unos
detrás de otros intentando agarrarse, y una extraña sonrisa se dibujó en la
cara mientras observaba a los críos como se metían entre los adultos para
intentar escapar de sus perseguidores, como dos de ellos se agarraron a unas
piernas y gritaban que estaban en "casa". Los padres regañaban a los niños para que soltaran a la señorita y esta, entre risas, decía que no pasaba nada. Lomehin
se fijó
en las piernas de la chica... Llevaba pantalones amplios, de bordes dorados y
color de jade. Se preguntaba donde había llegado a ver esa extraña combinación
de colores cuando, subiendo la vista, se encontró con la chica de ojos azules
con quien se tropezó ese día. Se giró casi con brusquedad para evitar ese calor
que subía por sus mejillas. ¿Qué le pasaba? ¿Vergüenza? ¿Temor? Estaba ruborizándose
como un niño humanoide mientras pedía a los dioses que ella no le hubiera
visto, o mejor, que no lo hubiera reconocido.
Lo
único que pensaba en aquel momento era en que no le hubiera reconocido. Y sin
embargo, cuando sintió la mano en su espalda, sintió cierto alivio al ver a la
chica sonriente detrás de él. Su semblante estaba colorado como un tomate
mientras miraba alrededor, intentando no hacer contacto visual con ella. Al
final la miró y agachó la cabeza.
-Hola...
-Quería
darle las gracias. -Empezó a decir ella con una sonrisa cálida. Llevaba puesto el mismo
sombrero que casi había perdido esa mañana. -El problema es que cuando
quise hacerlo, ya había desaparecido al fondo... aunque
viendo que estamos en la misma embarcación imagino que llegaba usted tarde
también. -Aquella sonrisa estaba haciendo que Lomehin se derritiera, pero
consiguió
mantener su cara con una sonrisa calmada.
-Si...
tenía
prisa... -Contestó él.
-¿Cómo?
-Contestó
ella acercándose un poco, como si no hubiera oído.
Él se sonrojó un poco.
-En el
muelle... Me fui corriendo, tenía prisa... Perdía el barco... -La risa de la
chica fue como agua cristalina, y él perdió todo el rubor.
-Igual
yo. Por eso me choqué con usted. -Dijo entre risas. -Que casualidad que fuera
el mismo barco. ¿Verdad?
Lomehin
tan solo rio junto a ella.
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Los
días iban pasando y los dos pasaban horas enteras en la cubierta, hablando,
riendo y jugando con los niños. Ella seguía siendo la "casa", el lugar donde se encontraban
a salvo de los perseguidores, e incluso era la "casa" para Lomehin. Siempre que
llegaba cierta hora de la tarde él solía correr hacia ella y la abrazaba con
fuerza, dando vueltas en el aire. Durante unos segundos todo su mundo se
quedaba en blanco, mientras él se perdía en los ojos celestes de ella, hasta
que se daba cuenta de que se había quedado con ella en brazos y la dejaba en el
suelo, ambos soltando una carcajada.
Sin
embargo, un día se levantó una fuerte tormenta y nadie parecía atreverse a
salir del camarote por los bandazos que pegaba el barco ocasionados por las
olas del mar. Algunos de los pasajeros habían decidido quedarse en la cama por
el fuerte mareo que les estaba provocando la tormenta.
Lomehin
también estaba tumbado en la cama, pero no por mareo. El movimiento de la
tormenta no le molestaba en lo absoluto. Estaba estirado en su cama porque no
sabía qué hacer. Ningún niño estaría jugando en la cubierta, obviamente sus
padres no lo permitirían con ese tiempo, y la chica elvaan seguramente estaría
mirando por la ventana sin mojarse para nada.
Miró
al techo durante un rato. ¿Qué le estaba pasando con aquella muchacha elfa,
cuyo nombre incluso desconocía? Desde el momento en que la vio en el puerto, su
corazón empezó a latir con fuerza y su mente no funcionaba bien. Sentía
perderse en los ojos de ella, y deseaba estar más tiempo a su lado. ¿Por qué?
¿Acaso era una sensación de su cuerpo humanoide? Una vez más, no sabía si odiar
a Lemnar por su disfraz, o darle las gracias...
Se
levantó de su cama y se colocó la capa. Estar en su camarote le estaba haciendo
sentir encerrado, de una manera figurada y no solo literal. Abrió la puerta y
salió al pasillo, el cual estaba vacío y solo se veía de vez en cuando a algún
marinero manteniendo el equilibrio por el vaivén del barco. Lomehin también
tenía alguna dificultad, aunque no tanta como los que estarían en sus camas.
Al
girar una de las esquinas para ir hacia las escaleras, se encontró de frente
con la muchacha, que se sujetó a él para evitar caerse. Él la tomó de los
brazos con una sonrisa.
-Hola.
-Dijo ella con una gran sonrisa.
Pero
Lomehin no pudo contestar, ya que en ese momento el barco volvió a cambiar de
dirección con mucha brusquedad. Uno de los cuadros de la pared se descolgó y
fue directo hacia ellos. El moreno se movió instintivamente, cubriendo a la
chica con su cuerpo, y el cuadro lo golpeó a él en la cabeza, rompiendo el
cristal en fragmentos filosos, incrustándose en varias partes del cuerpo del
caballero oscuro. Este gruñó al sentir el vidrio morder su carne, mientras que
la chica lo miró preocupada. Lo tomó de la mano y tiró de él hacia una puerta
de un camarote que él desconocía, y al entrar, pudo ver una habitación muy
similar a la suya, pero con enseres femeninos dentro.
-Siéntate.
-Pidió
ella una vez cerró la puerta. -Voy a curarte las heridas.
-No te
molestes... Es solo un par de rasguños. -Le contestó él tragando saliva.
Pero
ella no hizo mucho caso a las palabras del moreno. Tomó un recipiente con agua
que todavía se veía caliente por el vapor y lo puso en la mesa, y mientras
sacaba unas pinzas miró a Lomehin con una mirada inquisitoria, y señaló la cama
a su lado. Él suspiró, pero con una sonrisa se sentó donde ella le decía, y con
las pinzas la elvaan empezó a quitarle los trozos de cristal, dejándolos en la
cubeta de agua caliente. Una vez que sacó todos, las manos de la chica
empezaron a emitir una luz turquesa y empezó a cerrar las heridas con una
sensación muy cálida. Ambos miraban como empezaban a cerrarse los daños, pero
también se miraban entre ellos de reojo y sonreían.
El
barco dio un nuevo empujón brusco, y ella perdió el equilibrio y acabó encima
del pecho de Lomehin, mientras este la tomaba en sus manos. El moreno sentía
como la respiración se le hacía más pesada, pero también la de ella. Su corazón
empezó a latir incluso más rápido que cuando estaban simplemente juntos,
mientras se miraban a los ojos.
Antes
de poder pensar en algo, ambos se fundieron en un beso que para el caballero
oscuro duró una eternidad.
Cuando
se separaron, ambos estaban con las mejillas encendidas. Lomehin no sabía como
proceder, y la vergüenza le carcomía, así que cuando se levantaron, él comenzó
a irse hacia la puerta con intención de irse y aclarar sus ideas. Pero se
detuvo cuando sintió los brazos de ella abrazarlo por la espalda. Cuando
volvieron a mirarse, se besaron una segunda vez, mientras retrocedían hacia la
cama de ella.
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El sol
empezaba a despuntar por el oeste, a la derecha de Hassle. Había tardado más de
lo que había calculado por culpa de los monstruos, pero gracias al hecho de que
iba volando pudo llegar con relativa facilidad a sus destinos intermedios y
poder ir cobrando y consguiendo información de sus compañeros del gremio.
Bostezó
con fuerza, pues llevaba días que estaba sumido en sus pensamientos. Había
perdido semanas atrás su sombrero, y todavía no había podido reemplazarlo por
alguno que le gustara, pues todos los que encontraban estaban hechos para gente
sin orejas largas, y si quería uno para viera debía pagar para hacerlo por
encargo, y no tenía ni el tiempo ni el dinero para ello, así que llevaba ya
casi un mes sin su sombrero, y había descubierto lo útil que resultaba cuando
andaba volando para que sus cabellos no se movieran como locos.
Pero
lo que más molestaba al mago rojo no era no conseguir uno, si no haber perdido
el anterior, ya que tenía valor sentimental para él. Cuando había empezado su
andanza como cazarrecompensas, viajó hasta Cañón Cosmo solo sabiendo algo de
espada y algo de magia blanca, y una vez allí conoció a aquel que le enseñaría
la profundidad de la magia... después de que le enseñara a las malas la profundidad
del uso de la espada.
Vio a
lo lejos las últimas luces de Tycoon y la del faro, e hizo que Sugoi empezara a
descender mientras recordaba a su maestro. Era alguien muy misterioso, nunca
hablaba de si mismo, pero compartió con él muchos de sus secretos. Cuando lo
conoció, llevaba una fina armadura de escamas rojizas, pues en un giro irónico
del destino, él era un draconarius rojo, un dragontino con conocimientos de
magia roja. Su cabello era largo y blanco como la luna, con algunas arrugas en
el rostro pálido, y unos ojos rojos como las llamas. Desprendía vitalidad y
sabiduría, y una fuerza increíble que pocos podrían superar. En su
inexperiencia, Hassle trató de vencerle en un combate de beber, pero terminó
arrepintiéndose cuando, borracho perdido, le había intentado golpear mientras
él no dejaba de reírse, completamente sobrio. Desde aquel día, lo tomó bajo su
ala y empezaron a viajar hacia su Narshe natal, en el lejano y nevado norte.
Durante todo su viaje pararon por muchas ciudades y pueblos, especialmente para
seguir con su instrucción y para probar licores, cosa que a ambos apasionaba, y
su maestro no solo le enseñó magia, si no también a usar las armas, a cocinar,
a forjar armas y armaduras, el lenguaje de los dragones... Le enseñó todo lo que necesitaba, y
cuando llegó el día, él mismo le hizo su ropa y su
sombrero de mago rojo... Era uno de los pocos recuerdos que le había dejado aquel dragontino de
armadura roja antes de su muerte.
Llegó
hasta Tycoon cuando el sol empezaba a iluminar el agua con destellos dorados.
Le gustaba mucho aquella hora del día, junto al del crepúsculo, porque en el
mar parecía que hubiera un fuego dorado hermoso. Hizo descender a su chocobo en
la zona de aterrizaje de los drakos de viento. Desde hacía tiempo todas las
ciudades importantes tenían ese tipo de plataforma, pero lugares como Burmecia,
Baron y Tycoon las tenían mejor cuidadas gracias al hecho de que los dos
primeros reinos eran expertos en dragontinos y el tercero tenía una gran fama
como domadores. Para muchos que viajaban por el mundo volando, fuera con un
chocobo negro, un drako de viento o cualquier tipo de montura voladora era algo
que agradecer, e incluso había oído rumores de que pronto iban a empezar a
hacer carruajes livianos para usarlo con bestias voladoras, como alternativa a
los barcos voladores. Pero solo había escuchado eso, rumores.
Se bajó
de Sugoi de un salto y miró hacia los lados. Jinetes de drakos de viento,
domadores de hipogrifos, vio hasta algún que otro chocobo negro similar al
suyo. Tomó de nuevo el silbato y se despidió de su montura, la cual se marchó
hacia el firmamento, en dirección al bosque más cercano. Nunca se preocupaba
por él cuando se separaban, puesto que Sugoi era un chocobo muy bien entrenado.
Sabía luchar y sabía magia. No podía tener un mejor compañero de viaje.
Se
rascó la cabeza pensando en qué debería hacer primero, pero se dirigió
directamente hacia la posada más cercana a la embajada de Baron. Si su contacto
le había informado bien, puede que todavía tuviera un tiempo antes de que
llegaran, así que iba a pedir una habitación y algo para comer... estaba hambriento
después
de la última
noche de comer solo una sopa de hierbas medicinales y un poco de ron barato que
todavía le quedaba de haberlo comprado en Wutai del Oeste.
Como
esperaba, la posada era de buena calidad, y sus precios estaban a la altura,
pero tenía un pequeño pozo para esos imprevistos, y después de pagar y de negar
educadamente la compañía de una señorita, pidió que le llevaran algo de comida
consistente a su habitación. Al entrar, no pudo más que suspirar al ver la
cama, y después de quitarse la pesada ropa de viaje y de comer carne en
abundancia, empezó a leer la información que su amigo en el castillo de Baron
le había proporcionado. Empezó a leer y a leer para memorizar la forma física
de la persona que debía de encontrar y así poder unirse a él, pero sonrió
cuando llegó a su forma física. Tenía el cabello blanco, igual que su maestro,
así que sería fácil de identificar.
Dejó
sus notas en la mesa de la lujosa habitación y se fue al cuarto de baño para
meterse bajo el agua. Mientras se limpiaba a conciencia fue pensando en que esa
oportunidad era una de entre un millón, así que debía de esforzarse en causar
una buena impresión. Después de desenredarse el cabello y atárselo en una
trenza, salió mientras dejaba su ropa para el servicio de limpieza, y usaba
algo de ropa prestada por la posada para descansar. Luego, se dejó caer en la
cama y se quedó dormido casi al instante.
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Estaba
sentada en la mesa del salón, llevando solo una suave túnica blanca con un cinturón
unido a una bolsita, con los pies descalzos, leyendo uno de los libros que
había sacado de la biblioteca. Suspiró con fuerza mientras se levantaba y
caminaba hacia la cocina moviendo las caderas al ritmo de la música de los
bardos que habían en la taberna de al lado. Había veces en las que los gritos y
las borracheras eran un incordio, pero para una maga blanca, vivir al lado de
una taberna era una fuente de ingresos constante. Cuando un borracho entraba en
coma etílico o cuando alguien le rompía una botella de cerveza en la cabeza a
otro alguien, siempre la terminaban llamando a ella para curar a dichos
sujetos, y como estaban cerca de las embajadas, siempre le soltaban alguna
propina por mantener la boca cerrada, ya que algunas veces esas personas solían
ser personalidades importantes, nobles o burgueses de alto poder económico.
Tomó
una jarra con algo de vino y tomó un pequeño sorbo, soltando un suave suspiro
de satisfacción mientras se la llevaba de nuevo a la mesa para seguir leyendo,
pero se detuvo un momento ante el espejo. Su piel pálida, casi blanca, era algo
que no llamaba mucho la atención en aquella ciudad, pero su cuerpo atractivo,
forjado por el ejercicio, y sus cabellos, de un fuerte rosa chillón, sí hacía
que la gente se girara para verla, incluso sin ver todavía sus ojos, verdes
como la hierba pero con una pupila extraña en espiral. Se dio la vuelta para
verse las piernas por detrás, entrenadas desde que era niña, y sonrió lanzando
un beso a su reflejo mientras volvía a mirar hacia delante, viendo el extraño
tatuaje que tenía en el vientre, cerca del ombligo. Se tocó esa marca extraña
con los dedos. Tenía la forma de un cristal alargado de color azulado y negro,
pero no había visto a nadie más con una marca como aquella. Se encogió de hombros
y volvió a caminar al son de la música hasta sentarse.
Desde
que la mujer que la acogió cuando era pequeña, una antigua Devota enana, murió
dejándole todas sus pertenencias, se había quedado ahí ofreciendo sus servicios
como maga blanca y curandera, y ocasionalmente como maestra, ya que muchos
niños de los barrios bajos no podían permitirse una escuela, aun cuando las más
baratas fueran hechas para eso, para ser baratas... Pero había algunos que ni
siquiera tenían para esas cuotas, y ella enseñaba lo que podía con lo que
tenía. Podría haberse ido a vivir con su familia adoptiva, pero sentía que le
debía algo a esa ciudad... aun cuando amaba con locura a sus nuevas hermanas,
su nueva madre, y aunque no lo hubiera visto nunca, a su nuevo padre.
Estaba
a punto de tomar otro sorbo cuando un golpeteo rápido la despistó, y dejando la
jarra se colocó su capa y unos zapatos cómodos de estar por casa para abrir. Se
encontró con uno de los niños a los que enseñaba, de nombre Tatl. Lo conocía
desde que había nacido, ya que había sido ella quien había ayudado a su madre,
Mia, a dar a luz. El niño había sacado mucho de su madre, como el cabello
ceniza típico de los lunarians, aunque los ojos almendrados eran iguales a los
de su padre, el cual había muerto poco después del parto de una herida
infectada mientras cazaba.
Sin
embargo, la cara de preocupación de Tatl no le gustó nada.
-¿Qué
ocurre, Tatl? ¿Estás bien?
-Lylth,
mi abuela está muy enferma... -Dijo el crío, con algunas lágrimas en los ojos. -No para de
toser y a veces hasta escupe sangre. ¿Qué hago? ¿Cómo puedo curarla?
-Primero
tranquilízate, Tatl. -Dijo con una sonrisa la chica, y le acarició la cabeza. -¿Qué pasa? ¿Acaso Mia no le dio las
pociones necesarias? Tu madre es igual de maga blanca que yo.
-Se
las tomó, pero sigue empeorando... -Dijo el niño tomándola de la ropa y
tirando de ella. -Tienes que curarla, Lylth, deprisa.
-Espera,
espera. ¿Qué ocurre con tu madre? -Preguntó la muchacha ahora preocupada.
Que el niño no hablara de su madre no le gustaba
nada.
-Mamá...
mamá
fue reclutada por los "Culebras". -Dijo el niño llorando. -Lleva tres días sin aparecer por casa...
-¿Los "Culebras"? -Preguntó más preocupada que antes. -¿Por qué esos bandidos querrían a tu madre?
-No lo
sé. Dijeron algo de que debía pagar su deuda con ellos trabajando. ¿Qué le van
a hacer a mi mamá, Lylth? -Las lágrimas del niño ahora ya surgían con fuerza.
Lylth
acarició la cabeza del chico con ternura antes de soltarse e ir hacia una de
las alacenas donde guardaba las hierbas y las pociones. Tomó una de ellas en un
frasco de un color azul con algunas flores rojas dentro, y se lo dio al
muchacho.
-Mira
Tatl. Pondrás este frasco a calentar en el fuego, a baño maría, hasta que el
interior parezca morado, casi rosa, y le das de beber a tu abuela un vasito
pequeño cuando se enfríe. ¿Has entendido?
-¿Esto
curará a mi abuela? -Preguntó el crío soltando la túnica de la chica y tomando la
botella.
-No,
pero empezará el proceso y me dará tiempo a llegar. De todos modos, iré a
buscar a tu madre.
-¿Lo
prometes? -Preguntó el niño.
Ella
no dijo nada, solo sonrió, y eso hizo que el niño saliera corriendo para su
casa, mientras dejaba a la chica suspirando, nerviosa. Recordaba tan bien a su
madre... Mia era una muchacha no mucho mayor que ella, aunque no llegaba a los
22 años. Cuando era una cría tuvo el desliz de acostarse con su novio y tener a
Talt, y desde entonces habían vivido juntos hasta que un accidente de caza se
llevara a su marido.
Fue
hacia su habitación y tomó su báculo y su ropa de calle para equiparse. Metió
en su bolsa varias pociones de todos los tipos que ella conocía y tomó una
pequeña cuerda roja que simbolizaba al gremio de magos blancos de Tycoon con su
nombre: Lylth Whitewings. Mientras se la ataba en la muñeca su mente pensaba a
mil por hora... ¿Cómo salvar a su amiga de aquella
banda de bandidos que aterrorizaban los suburbios de Tycoon?
Guardó
en su bolsa también el cilindro mágico que formaba su segunda arma, un poderoso
martillo de guerra, el cual aprendió a usar de la mujer enana que la crio. Su
madre adoptiva nunca aceptó que usara ese tipo de armas, ya que era demasiado
aparatosa, pero sabía que si su padre adoptivo lo hubiera visto, solo se
hubiera reído. Una vez lista, se ató la capa y se empezó a peinar los cabellos
en un moño con cola en ella, mientras recordaba la primera vez que esos
bandidos se pusieron en contacto con ella. Fue cuando su abuela empezaba a no
poder curarse por sí misma debido a la edad, y esa gente llegó diciendo que
pronto debería trabajar para ellos. Pero ella no se dejó amilanar al igual que
otros tantos magos, y les dio una lección que no olvidaron nunca. Sin embargo,
algunos magos con menos ingresos terminaban en sus garras, sobre todo los que
vivían en los suburbios de la parte trasera de la biblioteca nacional de
Tycoon.
Cuando
Mia le dijo que su madre estaba enferma, sin embargo, Lylth estuvo ayudándola
gratuitamente, ya que su amiga no ganaba tanto como ella. No le extrañaba que
tuviera alguna deuda, pero nunca pensó que tuviera una con las Culebras. Tenía
una buena reprimenda preparada para ella.
Sin
embargo, cuando abrió la puerta y salió, se quedó quieta mirando a lo lejos...
y sonrió.
Sonrió
como hacía
años
que no lo hacía. Cuando vio a esos dos entrar en la
posada, se tomó de la capa y fue corriendo hacia allá.
========================================
Después
de todo el mes viajando en el barco, el grupo pudo ver a lo lejos la enorme
estructura que era el palacio de Tycoon, y la isla que estaba unida por un
puente al continente, donde residía el Templo del Viento Eterno. Algunos
suspiraron de alegría al ver tierra firme.
-Por
fin... -Suspiró Kahad. -Por fin podré salir de esta horrible cosa...
-Oh,
vamos, ni que haya sido tan duro. -Dijo Dreighart riendo.
-Díselo
a mi estómago, que no quiso estar quieto en todo el viaje...
-Tendrás
que entrenar para mejorar tu resistencia. -Dijo Ylenia. -Es posible hacerlo, es
igual que el mareo a volar.
-Si
fuera posible, quisiera no volver a subirme a un barco en lo que me queda de
vida...
-Lo
mejor para el mareo es una buena cerveza. -Dijo entonces Onizuka riendo. -Me
informé
de que hay una buena posada no muy lejos del puerto. Podríamos ir allí y comer algo.
-Suena
bien...
-No,
primero hemos de ir a la embajada de Baron. -Dijo Ankar entonces. -Allí deben estar nuestros chocobos.
-Oh,
entonces... ¿Qué hacemos con la cerveza?
-Hay
una posada cercana a la embajada, una bastante buena, la verdad. Y no está muy
lejos de la biblioteca nacional de Tycoon.
-Yo
necesito un látigo nuevo. -Dijo de repente Emberlei, mostrando el suyo. -El mío, por algún motivo, se estropeó.
-¿Cuándo
fue la última vez que le diste mantenimiento? -Preguntó la guerrera. -Los látigos necesitan un buen
mantenimiento de engrase y arreglar las costuras rotas. Sobre todo después de
haber estado tanto tiempo en el mar como hemos estado nosotros, el salitre
puede afectarlo y estropearlo.
-¿Manteni...
qué?
-Vale,
eso lo explica todo...
-Como
se nota que sabes de látigos...
-Mejor
cállate Onizuka.
El
sonido de las olas acompañaba el barco
junto al graznar de las gaviotas. No tardaron mucho en poder desembarcar y
poder dislumbrar el mercado del puerto. Pasaron por él comprando algunas cosas
y víveres, y buscaron algunos látigos para Emberlei, pero sin ninguna suerte.
Tuvieron que tirar a la basura la pobre arma ya destrozada, mientras que la
maga se resignaba a tener que usar su báculo o su daga como únicas defensas
físicas.
Después
de tomar algunas provisiones se dirigieron a la embajada de Baron, donde
pudieron encontrar a sus chocobos, solo para dejarlos de nuevo en el establo de
la posada más cercana a la embajada, y cuando entraron, el grito que pegó
Onizuka asustó a varios del interior, hasta hizo detenerse a los bardos que
tocaban.
-¡Posadero!
¡Tráeme una jarra de licor de fuego, que me lo bebo todo entero!
-Viajar
por mar parece afectarle más de lo normal... -Dijo Dreighart riendo mientras
los músicos volvían a tocar, pero de repente se quedó quieto. Se acercó a Ankar
y susurró. -Ankar... alguien nos vigila.
-¿No
será que solo mira el espectáculo? -Preguntó el albino, aunque mandó su telepatía solo para ellos.
-No...
además,
no había
visto nunca a un viera masculino.
Cuando
se sentaron, el albino pudo mirar bien a quién se refería Dreighart. Un viera
masculino, con ropas de mago rojo, estaba en la barra mirando donde estaban
tomando lugar ellos, mientras tomaba una cerveza espumosa en su jarra.
-Es
raro ver vieras masculinos. -Dijo entonces Kahad, que también se había
percatado de la mirada carmesí. -Aunque no es inusual...
-Tengo
entendido de que hay muy pocos. -Dijo Dreighart.
-Así
es. -Dijo entonces Ankar. -Solo un cinco porciento de la población viera es masculina, por eso
se dice que no hay vieras masculinos, pero porque son muy andróginos y parecen
mujeres.
-Al
principio pensé que era una viera, pero cuando me di cuenta de que no tenía
pechos fue como... ¿En serio? -Riendo, Dreighart tomó su jarra y tomó un gran sorbo de cerveza.
-Disculpen.
La voz
desconocida hizo que se giraran todos, para encontrarse con el misterioso viera
masculino. No parecía venir con intenciones hostiles, o al menos eso demostraba
su sonrisa.
-¿Qué
necesitas, conejito? -Preguntó Onizuka bebiendo de su jarra, pero
Ylenia le dio un golpe con la mano.
-Un
poco de respeto.
-Oh,
no hay problema, a los vieras normalmente nos hace gracia que nos llamen así.
-Dijo con una sonrisa el viera. -Vengo buscando a un dragontino llamado Ankar
Einor, que coincide con su descripción. -Señalando con la cabeza al albino,
este se puso serio.
-¿Por
qué buscas a Ankar Einor?
-Me
manda un amigo común, Alduin Baharam. -Contestó el mago rojo sacando un
pergamino y tendiéndoselo al dragontino, que lo tomó y lo desenrolló para leerlo. -Me dijo que
estarías interesado.
-¿Quién
es ese Alduin Baharam? -Preguntó Ylenia con curiosidad.
-El
coronel de mi división. -Respondió Ankar sin dejar de leer. -Está bajo las órdenes de mi maestro... -Se
levantó
del asiento y guardó la nota. -¿Podemos hablar?
-Claro.
-Asintió
el viera mientras comenzaban a caminar.
-¿Estás
seguro Ankar? -Preguntó Dreighart. -Alguno podría ir...
-No te
preocupes, solo será una charla. -Contestó el albino con una sonrisa.
Ambos
dejaron al grupo mientras empezaban a comer. Una vez fuera, Ankar se giró al
viera.
-Bien,
las presentaciones deberían hacerse. ¿Verdad? Sabes mi nombre y quien soy pero
yo no se nada de ti.
-Me
parece correcto. Soy Hassle Argel, cazador de recompensas y mercenario
ocasional. -Contestó con una sonrisa el viera mientras
estrechaba la mano del dragontino. -El viejo Al me salvó la vida en una ocasión, y le tengo mucho respeto. Y
hace poco estuve en Baron, y me comentó que posiblemente necesitaras
ayuda para tu misión.
-¿Te
contó algo sobre mi misión...? -Preguntó con cuidado el albino, a lo
que Hassle asintió.
-Sí.
Algo realmente peligroso si de verdad deberás viajar a los templos. -Dijo él manteniendo el silencio. -Me
contó
lo que debíais hacer, y la verdad me resultó interesante pero... Diablos,
hasta que no me dio seguridad de que no iba a ser apresado por... bueno, por
romper lo que no debería de romperse, no pensé en aceptar.
Ankar
volvió a abrir el pergamino de su superior y lo volvió a leer.
-Alduin
dice que te contrató como refuerzo para nosotros.
-Sí,
soy bueno con las armas, y conozco bastante magia.
-¿Y tu
pago?
-De
eso no hay que preocuparse, el viejo Al se encargará de los gastos de mi
contratación. Piensa en mí como el colega perdido que te manda el jefe. -Dijo
riendo el viera.
Ankar
siguió estudiando el pergamino mientras Hassle lo observaba. Realmente fue
fácil encontrarlo, aun cuando había visto a un par de lunarians de cabellos
blancos durante los días que estuvo esperándolo. Por supuesto, no le había
dicho toda la verdad. El viejo Alduin era un viejo amigo suyo, y el que le
debía algo era el coronel, y no el viera, por lo que le escribió aquella carta
como favor personal, y le envió en la dirección en la que iban a ir por
informes del propio héroe de guerra, Kain Highwind. Pero esas cosas el
dragontino no necesitaba saberlas, al fin y al cabo.
Ahora
que lo tenía cerca, sin embargo, se sentía intranquilo. Había conocido a
lunarians, a gente con albinismo (como él mismo decía, la rareza atrae a más
rareza) pero nunca a alguien con un cabello tan blanco como el del
dragontino... salvo por su maestro. Pensó en cuanta ironía había en el hecho de que su destino
estaba unido no solo a una, sino a dos personas con el cabello como la nieve. Y
aunque poco había conocido al que tenía delante, no le desagradaba
ese aire marcial que tenía, además de que había algo en él que le resultaba... agradable.
Quizás fuera porque le recordaba ligeramente a su maestro... No sabía en qué, quizás en su forma de ser, o en la
forma de hablar... si es que se podía decir "hablar" a la telepatía, pero hasta en eso se parecían, pues su maestro usaba mucho
esa habilidad.
Ankar
por su parte había leído por quinta vez la carta del coronel. En una de las
charlas que tuvo con su maestro le dijo que algunos estaban al tanto de su
misión, pero que eran muy escasos y en altas esferas del ejército o de la misma
nobleza. El hecho de que el coronel Baharam mandara un refuerzo como aquel le
resultaba extraño, pero conociendo la excentricidad de su superior podía
aceptar que le mandara a alguien tan curioso como un viera masculino.
-Bueno...
Puedo aceptar la palabra del coronel Baharam. -Empezó a decir Ankar enrollando el
pergamino. -Pero has de tener en cuenta que esta misión es bastante difícil. Y deberás ganarte la confianza de los
demás. ¿De acuerdo?
-Me
parece comprensible y aceptable. -Contestó el viera sonriente. -Pero
primero, vamos a beber y comer algo, que no se hacen mejores amigos que los que
comparten un cuerno de cerveza.
Ambos
hombres entraron y cuando se sentaron Ankar les explicó que era un refuerzo
desde el castillo, y mientras charlaban y se reían del color de piel verdoso
que tenía todavía Kahad, se empezaron a poner al día con el viera. Este les fue
explicando los lugares donde había estado y las batallas en las que había
combatido, además de que sabía un poco como era Tycoon ya que estuvo ahí
durante un tiempo. Pero el samurái y el dragontino no hablaron mucho porque
vieron como una maga blanca de cabellos rosados se estaba acercando a ellos.
-Es el
día de las interrupciones... -Comentó Onizuka, a lo que Ankar asintió. -Atento... ¿Le viste los ojos?
-Me
parece increíble que le hayas visto los ojos antes que los pechos. -Dijo con
una sonrisa Ankar, a lo que Onizuka soltó una carcajada.
-Está
buena, no lo voy a negar, pero los ojos... son iguales a los de la chica del
viaje aéreo.
Ankar
asintió, y cuando la chica se colocó cerca de ellos, todos se callaron.
-¿Necesita
algo señorita? -Preguntó Ankar con educación, a lo que la muchacha sonrió con dulzura.
-La
verdad es que si, mi señor dragontino. -Dijo ella mientras miraba a todos. -Mi
nombre es Lylth. Lylth Whitewings. Soy miembro del gremio de magos blancos de
Tycoon, y la verdad es que tengo un percance que necesita ser arreglado... por
gente experta en dar pelea.
-Has
venido al sitio indicado. -Dijo Dreighart con una risa. -Aquí somos la mayoría expertos en eso.
Onizuka
se levantó y tomó de la mano a Lylth con una sonrisa galante, y la llevó a
sentarse al lado de Ankar.
-La
señorita ha dado su nombre, pero nosotros todavía no. -Dijo el pelirrojo. -Mi
nombre es Onizuka Derakainu, samurái de Doma, poeta de corazón y ayudador de damiselas en
peligro.
-La
palabra "ayudador" no existe. -Dijo Emberlei
contrariada, pero miró a la maga blanca. -Soy Emberlei
Oakheart. Me especializo en magia negra y en invocar eidolones.
-No es
por hacer de menos a la magia negra, querida... -Dijo Lylth quitándose la capa, mostrando sus
hombros desnudos. -Pero donde necesito
ayuda es un sitio cerrado, y una bola de fuego dentro de un callejón pequeño puede ser peligroso.
-Eso...
tiene mucha lógica. -Replicó la maga negra mientras tomaba
su jarra con leche.
-Entonces
mejor llevar a guerreros. -Contó Hassle. -Yo soy mago rojo, soy Hassle
Argel, el miembro más reciente de esta tropa de locos.
Todos
rieron un poco mientras se terminaban de presentar todos los demás, salvo Kahad
que todavía parecía enfermo. Luego, Lylth volvió a tomar la palabra.
-Bueno,
la verdad es que estoy en un percance bastante... escabroso.
-Cuéntanos.
-Una
amiga mía ha contraído una deuda con un grupo... digamos, poco amistoso. -Empezó a decir, pero Emberlei la cortó.
-No
creo que podamos pagar su deuda. Lo siento.
-Ember,
déjala terminar. -Dijo Ylenia, algo contrariada por el corte que la chica le
hizo a la maga blanca.
-No
quiero que paguen su deuda. -La voz ofendida de Lylth se notó a la legua, aunque su mirada
no lo demostrara. -Necesito a algunas personas que me ayuden a salvarla, por la
fuerza si es necesario. La han secuestrado, y no se qué atrocidades le puedan hacer.
-¿Algo
así como un impuesto para proteger? -Preguntó Ylenia.
-No
estoy segura, solo sé que tuvo una deuda, y no quiero que le pase nada con esa
banda de bandidos.
Se
quedaron en silencio un rato mientras comían y bebían, hasta que Ankar levantó
la vista.
-Bien,
podríamos ir a ayudar. -Dijo el dragontino. -Pero no deberíamos ir todos, no tendríamos que advertirles de que
vamos.
-Una
buena idea. -Dijo Dreighart. -Con muchos efectivos podríamos echar a perder el factor
sorpresa.
-Ahí
vas de nuevo.
-Ah,
cállate, ya te dije que no sé de donde lo aprendí.
-Con
tres podríamos pasar. -Comentó Onizuka levantándose, y señaló a Ankar, a Dreighart y a si
mismo. -Uno, dos y tres. Y la señorita para decirnos dónde es, claro está.
-¿Por
qué Dreighart? -Preguntó Ember extrañada. -No niego que sea bueno en
temas de agilidad, pero si fuera cuestión de fuerza, Ylenia o Kahad están más
preparados.
-Vale,
gracias por el voto de confianza... -Dijo el ladrón, pero la maga blanca se
levantó.
-Yo
soy una chica muy amistosa, y aunque no niego la amistad de una señorita
guerrera como la señorita Peribsen, en este caso preferiría la compañía
masculina. Además... -Miró a Kahad con una mueca de disgusto. -El
joven Kahad parece estar enfermo, y no querría que sufriera daños.
-Puedo
ser mucho más mortal que Dreight. -Contestó el ninja de manera fría.
-Es
posible, pero donde vamos prefiero a gente sana, y tú pareces muy enfermo. Ese
tono verdoso que tienes en el rostro no parece muy saludable. ¿Ya te alimentas
bien? Comer solo verduras es malo para la salud.
Ante
dicho comentario, Onizuka se rió mientras empezaba a salir, mientras que
Dreighart se levantó y acompañó a Lylth a la salida, pero al llegar a la puerta
se giraron mientras veían como Ankar todavía estaba sentado.
-Voy,
dadme un minuto. -Dijo Ankar. Cuando se marcharon, el dragontino vio a los
demás. -Mientras vamos con esta chica, vosotros podéis ocuparos de algunas cosas.
-¿Qué
tienes pensado? -Preguntó Kahad quitándose el pañuelo de la cara.
-Podéis
ir por el pueblo. Hassle, tu ya conoces algo de Tycoon. Preparad el viaje hacia
el templo. Comprad provisiones, y si hay armas que sean útiles, adquiridlas.
-Dijo el dragontino dejando una bolsa de dinero en la mesa. -Nos reuniremos aquí en un par de horas, si todo va
bien.
-Ankar.
-Ylenia le tomó del brazo antes de que se fuera,
mientras que con la otra mano guardaba el dinero. -Los rasgos de esa chica...
Son iguales a los del ataque aéreo.
-Lo sé,
tranquila. Por eso vamos preparados. -Dijo el dragontino mientras sonreía. -Ylenia, te dejo a cargo. ¿De acuerdo? Nos veremos en un
par de horas.
El
albino se marchó dejando al grupo en la mesa. Kahad soltó un bufido de
molestia.
-Vaya
aires se da la chica.
-Oh,
vamos, no le des más importancia al hecho de que no te escogieran para ir, aun
cuando intenté hablar bien de ti. -Dijo Emberlei tomando más leche. -Aunque siendo sincera,
tienes un aspecto bastante lamentable.
-Sí,
la verdad es que solo te falta un caparazón para ser una tortuga ninja. -Rió Hassle, a lo que Kahad lo miró con molestia.
-No me
sienta bien viajar en barco, da igual el tipo que sea... Es un hecho, la verdad.
-Dijo mientras tomaba un buen sorbo de cerveza. -Pero la verdad es que, después de casi un mes sin poder
aguantar casi nada en el estómago, lo mejor sería que comiera algo. ¡Oye, muchacha!
La
chica que atendía a los clientes se acercó y tomó nota de la petición del ninja
y del viera, y cuando trajo la comida, un suculento chuletón de carne con
guisantes para cada uno, lo atacaron mientras charlaban.
-De
todos modos... no me inspira mucha confianza esta chica. -Confesó el ninja mientras cortaba la
carne.
-¿Te
refieres a lo que Ankar e Ylenia hablaron antes de que el primero se fuera?
-Dijo el mago rojo bebiendo de su cuerno, y ambos miraron a la guerrera.
-¿Qué
fue esa extraña charla que tuvisteis? -Preguntó la maga negra cortando un poco
de pescado para comerlo. -Parece que no os gustó el aspecto de la muchacha.
Ylenia
terminó su cerveza antes de hablar.
-Bueno...
Cuando nos dirigíamos hacia Tule, fuimos en barco
volador. Durante el trayecto fuimos atacados por un grupo de personas que
llevaban naves extrañas, parecidas a pájaros. Los rasgos de estas personas
coinciden con los rasgos de la señorita Lylth, específicamente en los ojos
verdes con pupila en espiral. -Explicó la mujer.
-¿Crees
que pueda ser una trampa? ¿Deberíamos ir detrás de ellos por si acaso? -Preguntó extrañado Hassle mientras daba buena
cuenta de los guisantes. Ylenia negó con la cabeza.
-Aunque
me cueste, he de admitir que el hecho de que solo los ojos sean parecidos no es
motivo suficiente...
-Yo no
he visto nunca a alguien con los ojos como los tiene Lylth. -Comentó Emberlei casi
desapasionadamente. -Y he viajado por toda Gaia.
-¿Has
visto alguna vez una viera albina? -Preguntó Ylenia levantando una ceja.
-Eso
no existe.
-Oh,
por supuesto que sí. -Repuso la guerrera tomando un guisante de Kahad que se
había
caído
del plato. -Hace nueve años vi una niña viera con la piel tan pálida como la mía y cabellos pálidos, de un dorado desteñido. Era algo extrañamente bello.
-Pero
el albinismo no es más que una mutación. -Explicó Emberlei molesta. -Un capricho
de la evolución.
-Exacto.
-Corroboró Ylenia, sorprendiendo a Ember. -Tu
misma lo has explicado. Una mutación. Esos ojos puede que sean una mutación de algún tipo que nosotros
desconocemos, y que está siendo algo más común últimamente.
-Entonces...
¿No
deberíamos
preocuparnos por ellos? -Dijo Kahad, a lo que la guerrera negó.
-No,
no lo creo. Además, aunque Dreighart no sea tan fuerte como los demás, es
rápido y perceptivo, y Ankar va con ellos, me fío bastante de sus instintos.
-Bueno,
también está Onizuka. -Comentó Hassle, a lo que Ylenia suspiró.
-Ese
idiota es posible que todavía no se haya fijado en sus ojos, precisamente.
-Yo no
estaría tan seguro... -Dijo en susurros el viera.
Después
de terminar la comida, pagaron la cuenta y comenzaron a caminar, dejando atrás
la música de los bardos de la posada. Bajaron la larga cuesta mientras
charlaban sobre los lugares turísticos de Tycoon, algo en lo que Hassle se
había vuelto un experto. Les explicó como llegar a varios lugares, e incluso mostró a lo lejos el enorme
castillo, el cual presidía todo desde una pequeña montaña. El castillo era
conocido como "Bastión de las Nubes", y se decía que los reyes solían pasar una prueba sobre
drakos de viento para demostrar que estaban capacitados para reinar. Cuando por
fin decidieron donde ir, se dirigieron al mercado principal, donde habían
varias tiendas. Entraron en una, escuchando la campanilla de la puerta.
El
lugar era agradable, recubierto de madera y lleno de estanterías con libros,
pociones y alguna que otra arma. Detrás del mostrador se podía ver a un enano
con un fino bigote y una frondosa y lisa barba negra, que les sonrió desde ahí.
-Bienvenidos,
damas y caballeros. ¿En qué puede ayudarles este humilde enano?
Kahad
y Emberlei empezaron a pedir, mientras que Hassle buscaba algo con curiosidad.
Ylenia era la que tenía el dinero, así que se mantuvo cerca. Cuando terminaron
y el comerciante dio el precio final, Kahad se giró a los demás.
-¿Pagamos
a medias y luego que los demás nos den el dinero de sus cosas?
-Es un
follón el pagar a medias. -Dijo Emberlei molesta. -Yo pagaré solo lo que consumiré, mis etéres y demás. Los demás que paguen lo que quieran...
-Ya,
deja de ser tan pesimista. -Dijo Ylenia y sacó la bolsa que le dio el
dragontino. -Cóbrese de aquí, por favor.
Cuando
terminaron, el enano les miró.
-He
observado que ustedes son aventureros, y no precisamente profanos en ir por los
derroteros de Éxodus. Nos ha llegado un producto nuevo, uno místico que hasta
ahora solo los alquimistas más experimentados podían hacer. Se llama Elixir, y
es revitalizante a más no poder. Recupera la fuerza física y mental al mismo
tiempo, y lo tenemos a un precio incluso más bajo de lo que lo tienen otros
lugares, a tan solo nueve mil giles.
-Uh,
es demasiado caro. -Dijo Hassle mientras se dirigía a la puerta. -Mejor buscamos
en los relojes de pared.
Cuando
salieron, se dieron cuenta de que la hora más fuerte del mercado estaba
empezando, y pudieron escuchar los gritos de los vendedores y de las personas
cercanas.
-¡Pescado
fresco! ¡Listo para comer!
-¡Mira
mamá, esos pescados parecen...!
-¡Melones,
a los ricos melones! ¿Le gustaría probar mis melones, querido?
-Me
encantaría, señora, aunque yo más bien busco un buen...
-¡Salchichón!
¡Salchichón curado recién llegado de Lix! ¡No pierda la oportunidad de poder
comer unos buenos...!
-¡Aguacates!
¡El aguacate de Cañón Cosmo famoso por su frescura y tamaño! ¡No encontrará
unos aguacates que combinen tan bien con...!
-¡Papaya!
¡Papaya de Silvera! ¡La más rica de todas! ¡Una vez probada, no va a querer
comer otra cosa!
-A mí
me encantaría comprar una sandía, tengo antojo... -Dijo entonces Emberlei,
mirando la fruta.
-¿Sandía?
¿A finales de Últimen como estamos? Sería demasiado difícil encontrarla. -Dijo
Kahad mirándola.
-Si,
pero...
-Además,
estamos en el norte, y la sandía es más del sur. Si estuviéramos en Wutai
seguramente podríamos encontrar, pero no es temporada de sandía en el norte.
-Contestó
el ninja con lógica. -¿No preferirías algo de pepino, que también
es fresco y más fácil de encontrar?
-El
pepino no me gusta, se me suele quedar atascado en el paladar y es muy difícil
de pelar...
Ante
esas palabras, Hassle soltó una carcajada mientras Ylenia suspiraba con una
sonrisa. Se detuvieron delante de un puesto de armas que parecía ser llevado
por una viera con ropas parecidas a las que llevaba Onizuka, y armas parecidas
a katanas.
-Kahad.
¿Qué te parecería comprar una katana nueva? -Preguntó la guerrera mirando las armas.
-¿Por
qué motivo?
-He
visto que tienes una daga kriss de muy buena calidad, pero tu otra arma, la
katana del ejército, no es tan buena. Podrías reemplazarla para no preocuparte
de que se rompa.
-Es
una buena idea, a fin de cuentas... -Se giró a la viera. -¿Podría decirme cuales son las
katanas que tiene a la venta?
-Por
supuesto. -Dijo la viera con un fuerte acento.
Estuvieron
un rato charlando hasta que Ylenia encontró una katana que le acercó al ninja.
La funda y la empuñadura eran de un tono negro verdoso muy oscuro, con una
pequeña grulla dorada grabada en la hoja curva. Se la tendió a Kahad después de
que pagara por dicha arma, y este la desenfundó, mirando la hoja con atención.
-Es
una muy buena espada... Gracias Ylenia.
-No se
merecen. Pensándolo de manera fría, si no tienes un arma buena, puede ser un
peligro para ti mismo.
-Será
mejor que vayamos regresando. -Dijo entonces Hassle mientras miraba un pequeño reloj de bolsillo que sacó de su túnica. -Entre que volvemos a la
posada y tal, puede que hasta nos encontremos con Ankar allá.
========================================
Cuando
Lylth salía de la taberna, se puso a pensar en lo que había conseguido. Les
había podido convencer, aunque pensó que el dragontino no sería tan fácil de
engañar. Cuando miró al pelirrojo y al peliazul, se acercó mientras escuchaba
la conversación de ambos.
-...
calentándolo
con una forja muy fuerte, puede ser moldeado. -Decía el samurái.
-¿Estás
seguro? No creía que algo así pudiera ser.
-¿De
qué habláis? -Preguntó la chica, mientras que ambos se
giraban. En las manos de Dreighart había una roca del tamaño de un puño,
metalizada y parecida a un mineral.
-Estaba
preguntándole si sabía qué era esto. -Comentó el ladrón mientras le mostraba el
mineral. -Lo encontré en el estómago de un Adamantaimai que nos
atacó cuando veníamos para acá.
-¿Un
Adamantaimai? ¿En serio? -Preguntó asombrada la chica mientras miraba la
piedra. -Pero tengo entendido de que esos monstruos son muy difíciles de derrotar...
-Sí,
bueno, tenemos buenos brazos. -Riendo, Onizuka tomó la roca de Dreighart. -Normalmente,
los Adamantaimai crean esto: Adamantium. Es un mineral muy raro y muy poderoso
que solo se encuentra dentro de los corazones de los meteoritos, o en el estómago de las tortugas gigantes.
Pero es muy difícil de moldear, lo se porque una vez vi
a mi abuelo forjar una katana con este mineral y me explicó como se hacía.
Toma. -Dice mientras le devolvía la roca.
-Vuestra
misión parece muy peligrosa. -Dijo la chica mientras se sentaba a esperar al
albino.
-Y lo
peor es que no tenemos curandero. -Contó el pelirrojo.
La
puerta se abrió y el albino salió a la calle. El ladrón guardó la piedra y el
samurái se estiró, mientras que Lylth se levantaba.
-Siento
la espera, tenía que comentar una cosa. -Dijo mientras miraba a Lylth. -¿Nos indicarías el camino?
La
chica asintió con una sonrisa.
-Será
un placer.
El
camino fue ameno mientras se dirigían a los suburbios. Onizuka había sacado un
libro el cual compartía su lectura con Dreighart, mientras que Ankar seguía de
cerca a Lylth. Mientras el pelirrojo hacía bromas subidas de tono hacia el
ladrón, la chica miró al albino.
-Parece
que tenéis una misión muy peligrosa...
-¿Tanto
se nota? -Preguntó Ankar mirándola. -¿Quién fue el bocazas?
-¿Acaso
importa? -Preguntó ella riendo. -Estuve pensando en cómo
pagaros esto...
-No
sería correcto.
-Por
supuesto que sí. -Dijo ella y suspiró con fuerza. -Vais de viaje. ¿Verdad? ¿Tenéis magos blancos?
-Acaba
de unírsenos un mago rojo.
-Pero
no uno blanco. -Reafirmó la hechicera. El dragontino asintió. -Entonces, yo iré con vosotros.
Como pago por vuestra ayuda.
-¿Estás
segura? -La mirada extrañada de Ankar demostraba más que su pregunta. -Puede ser
peligroso, ni siquiera sabes qué debemos hacer.
-Oh,
estoy seguro que tres fornidos guerreros como vosotros no dejaréis que me hagan
daño. -Riendo, Lylth giró por una esquina. -Además, de vez en cuando uno debe
volar, salir del nido. ¿No le parece, maese Ankar?
La
oscuridad tomó por sorpresa a los tres hombres, los cuales miraron con cuidado
al fondo del gran callejón. La diferencia resultó bastante marcada, pues al
entrar en esa zona todo parecía cambiar. Tycoon tenía una marcada limpieza y
pulcritud en sus calles, con edificios antiguos muy bien cuidados. Sin embargo,
cuando pasaron a los suburbios, por detrás de la gran biblioteca, se
encontraron la otra cara del reino. La luz parecía tener miedo a entrar ahí por
la altura de los edificios. Pocos árboles se podían ver, y casi todos estaban
sin hojas. Las personas que allí vivían estaban confinadas en pequeñas casitas
dentro de edificios, y los que tenían la suerte de vivir en lo más alto parecía
que tenían un poco más de dinero. Algunas personas tenían una mesa en la calle
donde vendían algún tipo de mercancía, fueran aparatos de la casa, telas o
juguetes. Algunos hasta comida.
-Este
tipo de edificios son muy comunes en las zonas enanas. -Dijo Dreighart mirando
los edificios de varias casas en su interior. -Creo que los llaman "bloques", y pueden vivir varias
familias dentro. Es increíble, la verdad.
Sin
embargo, Dreighart tenía la sensación de que ya había visto antes ese tipo de
edificaciones... Aunque en Kalm no había ninguna. No sabía donde las había visto, pero le resultaban
familiares.
Caminaron
dejando atrás un pequeño mercado, hasta que llegaron a una pequeña casa
individual cerca de una fuente de agua.
-Hemos
llegado... -Dijo algo tensa la chica mientras
tomaba el pomo de la puerta, pero se sorprendió al encontrarlo cerrado.
Forcejeó
un poco con la madera hasta que se giró a sus compañeros. -No lo entiendo, le dije
que iba a venir, no debería estar cerrada...
-Déjame
a mí. -Contestó Dreighart sacando unos aparejos de
metal, pero Onizuka le paró.
-Nada
de sigilo... siento que dentro hay alguien.
La
patada que pegó el samurái rompió la entrada, tirándola al suelo. Cuando entraron,
se encontraron con una pequeña sala con los muebles tirados por el suelo. Había
platos de barro rotos y prendas de ropa tiradas, como si hubieran estado
buscando algo. Sin embargo no se fijaron en nada de eso, porque en el fondo,
justo al lado de la ventana, se podía ver un hombre tomando del cuello de la
ropa a una anciana al lado de una cama, donde había un muchacho inconsciente.
El hombre se había colocado detrás de la anciana con un cuchillo en el cuello,
y solo se podía ver su cabello, de un rubio sucio, y sus brazos, con una
serpiente alada tatuado en ellos.
-¡¿Qué
le has hecho a Tatl?! -Gritó Lylth. Los otros tres ya habían sacado las armas mientras el
hombre comenzó a caminar hacia la ventana.
-¿Al
crío? Nada, solo le di un escarmiento. Si tienen dinero para comprar medicinas
y contratar a una maga blanca, también lo tienen para pagar su deuda.
-Si es
dinero lo que quieres, puedo pagarla yo por ellos. -Dijo la maga blanca, pero
el hombre se rio.
-No se
trata solo del dinero, idiota. -Dijo él.
-Lo
que busca es respeto. Respeto y miedo. -Las palabras de Ankar hicieron que se
girara el hombre a él. -¿No es así?
-Parece
que tenemos a alguien que entiende cómo va la vida aquí abajo.
-Pero
si matas a la vieja y además tienes a la chica. ¿Cómo vas a conseguir el
dinero? -Preguntó Onizuka.
Lylth,
extrañada, miró a sus compañeros, pero se dio cuenta de que se habían colocado
estratégicamente. Ankar y Onizuka estaban siendo visibles a propósito, mientras
Dreighart había empezado a moverse por un lado, casi inadvertidamente, sin que
nadie más lo pudiera ver.
-¿Dónde
tienes a Mía? -Preguntó Lylth, creyendo entender el plan.
-¿La
zorra? Nos la llevamos. -Contestó el bandido soltando una risa como de
ratón.
-Ya que se negó a trabajar para pagar su deuda, ahora
la vamos a obligar a hacerlo, le guste o no le guste. Oh, tranquila. -Dijo él haciendo un ademán con el cuchillo. -Seguramente
disfrute del trabajo.
-Si
fueras un hombre no tomarías rehenes. -Onizuka dio un paso al frente, pero se
detuvo al ver que el hombre ponía de nuevo el cuchillo en el cuello de la
anciana.
-No,
no, no, amigo. No des un paso más. -Dijo riendo el secuestrador. -Ahora mi
nueva amiga y yo nos vamos a ir, sin que vosotros nos hagáis nada...
Comenzó
a caminar, mientras que Lylth miró hacia los lados. Se sorprendió al no ver al
peliazul mientras que los otros dos tenían sus armas envainadas, pero en la
mano. El bandido se fue moviendo lentamente, pero cuando pasó por delante del
armario, con rapidez salió un destello que cortó en el brazo al hombre. Con un
grito, soltó a la mujer y lanzó una estocada hacia atrás, pero Dreighart la
esquivó con una voltereta por el suelo. Los otros dos sacaron las armas con
velocidad, pero el bandido tomó a la anciana de nuevo y la lanzó contra la
ventana, rompiendo el cristal. La sorpresa se adueñó de Dreighart y Ankar, pero
mientras el mafioso saltó por encima del cuerpo de la anciana, Onizuka lanzó un
corte con su katana que consiguió cercenar el brazo izquierdo del bandido por
debajo del codo, pero este, después de soltar un fuerte grito, consiguió salir
corriendo, dejando un rastro de sangre en el suelo.
Lylth,
por su parte, salió corriendo hacia la anciana mujer mientras Dreighart la
sacaba del alfeicer. Cuando la dejaron en el suelo, la chica abrió los ojos, al
ver como el rostro de la anciana estaba lleno de cristales y al tomarle el
pulso, empezó a emitir magia curativa.
-Vamos...
vamos...
-Lylth...
-Dijo Ankar desde atrás.
-Todavía
tiene algo de pulso...
-Lylth,
deberías dejarla ya...
-¡No!
¡Puedo curarla!
-Su
llama ya se apagó... -Dijo Dreighart mientras miraba a la anciana.
La
chica dejó de usar su magia mientras el samurái colocaba al muchacho en la
cama, acariciándole la cabeza.
-Esto
no quedará así... te lo prometo, muchacho. -Dijo el pelirrojo inusualmente
serio, y se levantó mirando a Ankar. -Colega, quiero sangre, y quiero mucha.
-Estoy
de acuerdo, esto no puede quedar así. -Contestó el dragontino mientras la
armadura de este aparecía en un destello. -Así que seguramente deberíamos ir a buscarle a él y a sus
amigos, para hacerles una visita.
-Será
fácil. -Dijo entonces Dreighart desde fuera. Cuando salieron, pudieron ver al
ladrón
agachado en cuclillas frente al rastro de sangre. -Por lo que veo, podemos
seguir este camino de migajas, como en el cuento.
-Debemos
tener cuidado. -Comentó Ankar. -Podría ser una emboscada.
-Me
importa un pito. -Contestó ahora Onizuka con su katana todavía en la mano. -Mi espada está sedienta de sangre, no ha
bebido suficiente.
Ankar
entró para ver a Lylth, la cual estaba apuntando algo en un pergamino.
-Le
dejo una nota a Tatl. -Dijo la chica con una frialdad increíble. -De esta manera puedo
hacer que se mantenga a salvo.
-¿Quieres
que te ayude? -Preguntó el dragontino. Ella asintió.
-Si
pudieras dejar al niño en la habitación de aquí al lado...
El
albino asintió y tomó al muchacho, dejándolo dentro del cuarto, en su cama.
Lylth entró y dejó el pergamino en la mesilla de noche, y cerraron la puerta.
Después, tomaron un mantel y taparon el cuerpo de la anciana. Lylth la miró y
suspiró.
-¿La
conocías desde hace mucho? -Preguntó Ankar. Ella asintió.
-Era
amiga de la mujer que me enseñó magia blanca. -Explicó ella. -Cuando ella murió, la señora me ayudó con los datos legales, además de que cocinaba muy bien.
-No
tienes porqué contenerte. -Dijo el albino poniéndole la mano en el hombro.
Ella tembló.
-Una
maga blanca no debe dejarse sucumbir por al presión. -Explicó ella, y le miró con una sonrisa. -Pero te lo
agradezco mucho, de verdad.
-Nosotros
vamos a buscar a ese asesino. Si quieres, puedes quedarte aquí.
-Ni
loca. -Dijo ella apretando los labios. -Ni se te ocurra dejarme atrás.
-Será
peligroso.
-Me
río en la cara del peligro. -Dijo mientras se giraba para salir del cuarto.
Cuando
salieron, siguieron el rastro de sangre dejado por el bandido, hasta que
Dreighart se agachó cuando la sangre empezó a hacerse menos visible.
-¿Crees
que sepa magia blanca? -Preguntó Onizuka. -No es normal que la sangre
vaya desapareciendo con un brazo de menos.
Pero
cuando se quedaron quietos, los pasos se empezaron a escuchar por los dos
lados. El eco hacía parecer que vinieran desde detrás, por lo que Lylth tomó su
báculo con ambas manos. Sin embargo, los tres hombres se fijaron hacia el otro
pasillo, olvidándose de la retaguardia y sacando sus armas. Dreighart aprovechó
las sombras del callejón para esconderse de nuevo entre las sombras, mientras
que los otros dos se ponían en guardia.
-Oigo
a seis personas... -Dijo Dreighart desde las sombras. -O al menos, cinco
personas y un animal de carga.
-Aprovecha
que estás a oscuras para acercarte todo lo que puedas. -Dijo Ankar con una
sonrisa, solo para ellos. -Demuestra que no solo los ninjas saben usar las
tinieblas.
Dreighart
sonrió desde su escondite mientras comenzó a caminar, al mismo tiempo que Lylth
se giraba y tomaba de su bolsa el cilindro mágico que transformó en el gran
martillo de guerra. Onizuka soltó un silbido.
-Que
grandes. -Dijo él, mientras Lylth lo miraba extrañada. -También el martillo.
-Hijo
de...
-Silencio.
Conforme
los pasos se iban haciendo más audibles, a lo lejos pudieron ver a cuatro
hombres a pie, arrastrando con cadenas a una bestia parecida a un tigre o
leopardo de gran tamaño y a una muchacha de cabellos cenicientos con la túnica
de maga blanca hecha girones. El rostro de la pobre chica, antes hermoso,
estaba marcado por la violencia en sus ojos y en su mejilla. No llevaba ni capa
ni zapatos, solo una simple túnica blanca con los bordes rojos, manchado de
sangre aquí y allá, algo rasgado, y unos grilletes de metal que mordían sus
muñecas, haciéndola sangrar. La bestia que caminaba por detrás parecía salvaje,
ya que llevaba un bozal, y forcejeaba con violencia.
-Onizuka,
Dreighart, os encargo los de aquí abajo. -Dijo Ankar mirando hacia arriba. -Los
sentisteis. ¿Verdad?
Onizuka
asintió mientras cambiaba de mano su katana a la izquierda, pero no necesitó
confirmación de Dreighart al no verlo. Lylth no entendió lo que estaban
diciendo hasta que miró hacia arriba. Pudo ver algunas personas escondidas en
los balcones de los lados, aunque no eran muchos, pudo ver las ballestas.
Miraron hacia delante para ver que entre los que llegaban venía también el
recién amputado, pero sin una venda ni una tela que cubriera su nuevo muñón,
pero inexplicablemente ya no sangraba. Mientras se acercaban a ellos, destapó
una botella de cristal y bebió un extraño líquido turquesa. Cuando terminó, lo
tiró al suelo, y la botella no se rompió, inexplicablemente.
-¿Cómo
puede estar tan fresco después de cortarle el brazo? -Preguntó extrañado y en susurros Onizuka.
-Creo
que esa poción era un tipo de estimulante, o quizás una poción nueva para
evitar dolor. -Contestó Lylth extrañada. -Pero no la reconozco.
-No
entiendo porqué están haciendo esto. -Dijo entonces Ankar. -No tiene sentido de
que vengan con la rehén hacia las personas que intentan rescatarla.
Cuando
estuvieron lo suficientemente cerca, pero estando lo suficientemente lejos como
para evitar un ataque del grupo, el bandido manco tiró de la cadena de la chica
y la tiró frente a ellos, cayendo ella de rodillas. Parecía no tener fuerzas ni
para levantarse siquiera.
-Mirad.
Aquí tenéis a la perra Lunarian. -Dijo riendo el bandido. -Mis colegas y yo
pensamos que sería divertido haceros ver qué hacen los monstruos con chicas
bonitas que no pueden defenderse.
Antes
de que dijeran nada, uno de los bandidos sacó el bozal del animal, demostrando
unos largos bigotes.
-Un
bengal... ¡Hay que darse prisa! -Gritó mentalmente el dragontino
mientras sus compañeros lo oyeron inspirar.
El
sonido que surgió de la garganta del albino sorprendió a todos excepto al
samurái, que salió corriendo justo cuando un tremendo rugido parecido al de un
dragón se escuchó en el callejón. El monstruo, que estaba a punto de saltar
sobre la chica después de dar dos pasos, se quedó detenido ante la impresión,
pero fue suficiente tiempo para que Onizuka, con su mano derecha, sacara su
gran katana de la espalda y lanzara un fuerte corte hacia el monstruo,
tomándolo por sorpresa e incinerando el corte que cercenó la cabeza.
-¡Matadlos!
¡Matadlos a todos! -Gritó una voz, al tiempo que empezaron a
disparar saetas hacia ellos.
Sin
embargo, todas se quedaron quitas en el aire, frente a una barrera de energía
que Lylth había levantado mágicamente. Ankar saltó hacia arriba, sacando su
espada serpiente y cortando a los ballesteros mientras Onizuka se lanzaba a
atacar a otro de los bandidos. Cuando empezaron a ver que el ataque estaba
teniendo el efecto contrario al que querían, los dos que acompañaban al manco
salieron corriendo hacia atrás, dejándolo solo, pero de las sombras surgió
Dreighart lanzando un corte con su daga que desestabilizó al más cercano. El
corte fue tan preciso que una línea recta cortó ambos ojos, tirándolo al suelo
en un grito profundo de agonía. El ladrón se giró hacia el que todavía quedaba
en pie, y tomando la daga del mafioso caído se la lanzó a la espalda del que
huía, tirándolo al suelo.
Por su
parte, mientras el samurái lanzaba estocadas hacia el bandido, Ankar cayó
directamente hacia el mafioso, y con la onda expansiva lo lanzó por los aires,
cayendo cerca de Lylth, la cual aprovechó para aplastar su cabeza con el mazo
de guerra. Una vez solo, el manco no dejó de reír.
-Creo
que te quedaste solo, colega. -Dijo el samurái. Sin embargo, el manco volvió a reír mientras golpeaba a la chica
tirándola completamente.
-¡Mira
lo que pienso de lo que crees, maricón! -Y lanzó algo al suelo. Al estallar, la
bolita soltó una gran cantidad de polvo que cegó a todos los cercanos.
-Hijo
de... ¡Dreighart,
atrápalo!
-Gritó
Ankar tapándose la cara.
Cuando
el ladrón se giró, vio corriendo al manco, y cuando lanzó un ataque contra él,
inexplicablemente lo evitó con una contorsión imposible de su cuerpo. Ante eso,
Dreighart se asombró el tiempo suficiente como para que el otro corriera, y
cuando tomó una de las piedras elementales que le quedaban y la lanzó, esta
chocó contra una de las paredes del callejón, estallando en chispas, mientras
el manco saltaba por encima de una de las vallas de madera y de ahí, se perdía.
-Mierda...
-El peliazul salió corriendo detrás del tipo, pero se
detuvo al llegar a la valla, ya que desde lo alto podía ver un auténtico
laberinto. Bajó de la valla y golpeó la pared de madera con el puño lleno de
frustración.
Mientras
regresaba, el humo ya se estaba desvaneciendo, y pudo ver a sus compañeros y la
batalla. El cuerpo decapitado del monstruo y la cabeza cercana al cuerpo sin
cabeza del bandido que había sido aplastada por el martillo de guerra de Lylth
le impresionaron, mientras que veía todas las saetas todavía en el aire.
-Impresionante.
-Dijo entonces el ladrón acercándose a Onizuka, que estaba
buscando algo entre las ropas de los muertos. -Nunca pensé que la magia blanca pudiera
hacer tales cosas.
-Luego
hablamos de eso. -Dijo el samurái y señaló al que cegó el ladrón y al que atacó a lo lejos. -Búscales por ahí si tienen la llave.
-No te
preocupes por la llave. -Dreighart se acercó hasta la chica, la cual estaba
junto a Lylth llorando, y sacó sus aparejos. -Déjame ver...
Después
de forcejear con sus ganzúas, el chico abrió los grilletes y se levantó. Ankar
por su parte se acercó al que todavía estaba vivo y le hizo señas al ladrón, el
cual entendió enseguida y llevó los grilletes para ponérselos.
-Tienes
muchas cosas que explicar, amigo. -Dijo el albino, pero como el herido seguía
gritando, suspiró y miró al cazador de tesoros. -Échale un vistazo a los
alrededores, quizás podamos encontrar alguna cosa que nos
pueda ayudar.
Dreighart
asintió, y mientras Onizuka terminaba de sacarle la ropa a los muertos y
dejarla en un lado, él empezó a buscar por el lugar, hasta que su pie chocó
contra algo duro. Al agacharse y tomarlo, se dio cuenta de que era la extraña
botella de cristal irrompible del bandido, con un poco todavía de la sustancia
turquesa que había utilizado. Le dio varias vueltas, observando todo lo que
podía, y se extrañó de ver un símbolo pegado al cristal que ocupaba casi toda
la superficie. Un rombo rojo con palabras. No le cuadraba que hubiera algo tan
grande y que no hubiera nada escondido, por lo que, como última opción, se puso
a investigar ese símbolo.
-¿Shin-ra Pharmaceuticals Inc.? ¿Qué es esto...? -Dijo
mientras lo miraba fijamente.
Pero de repente se tapó los ojos con la mano libre, ya que
un fuerte dolor de cabeza le hizo casi perder el equilibrio. Le resultaba
familiar. Terriblemente familiar. Pero él sabía perfectamente que no lo había
visto en toda su vida... ¿Por qué le resultaba entonces
conocido?
El dolor persistió hasta que se acercó a sus compañeros, y
mientras ayudaban a la chica a levantarse. Ankar, que llevaba al prisionero
cuyos ojos estaban ya sin sangrar, gracias a la magia curativa de Lylth, se
giró a Dreighart.
-¿Te encuentras bien?
-Creo que soy alérgico al polvo que usó ese bastardo...
-Dijo el peliazul todavía adolorido, pero le acercó la botella. -Esto es lo que
encontré.
La botella de esa sustancia extraña, quizás podamos saber algo de ella.
Ankar tomó la botella mientras Lylth se acercaba y la
miró. El albino se la tendió, mientras que ella olía el interior.
-No reconozco esta sustancia. Pero creo que puedo usar mis
conocimientos de alquimia para saber más de ella... -Contestó la de pelo rosa. Luego miró al bengal. -Sería una lástima no aprovechar esta
oportunidad...
-¿Qué necesitas? No conozco al monstruo en si, pero puedo
despiezarlo... -Dijo el ladrón mientras se agachaba ante el cuerpo sacando su
daga. Lylth señaló la cabeza.
-Tómale los bigotes. Se cotizan bien como afrodisíaco.
-Oh, yo quiero probar eso. -Dijo el samurái regresando con una sonrisa.
-Tú no necesitas eso, andas en celo todo el tiempo.
-Contestó
Dreighart riendo mientras cortaba de raíz los bigotes del monstruo.
-Será mejor que vayamos hacia la casa de la señorita.
-Dijo entonces Ankar. -Imagino, Lylth, que te quedarás un rato con ella.
-Sí, la curaré e iré para casa. Vosotros volved a la
posada, o entregad a las autoridades a ese desgraciado, nos veremos donde os
hospedáis, he de preparar algunas cosas antes de unirme a vosotros. -Dijo la
maga blanca mientras ayudaba a la otra chica. Esta tomó de las manos a Lylth mientras
susurraba algunas palabras.
-Oye Ankar... -Dijo Dreighart mientras se acercaba al
albino. Este lo miró extraño. -La chica acaba de hablar en
el lenguaje mágico de los magos. ¿Verdad?
-Si... bueno, no es un lenguaje secreto. -Explicó el dragontino mientras caminaban
hacia fuera de los suburbios. -Hay algunos que conocen ese idioma. Onizuka es
un ejemplo.
-¿En serio? -Preguntó extrañado el ladrón mirando al pelirrojo. Este
asintió
con una sonrisa.
-¿Recuerdas que dije que había estado con una invocadora
hace tiempo? -Ante el asentimiento de Dreighart, el samurái continuó. -Ella me
enseñó
el idioma que usan los magos. No es muy difícil, la verdad.
-Ya...
Dreighart no le preocupaba lo fácil o difícil que podría
ser el idioma... lo que le preocupaba era que entendió perfectamente como la chica le
decía "Gracias,
mil gracias, Lylth, gracias por salvarme"... Y sin haber tocado un libro de
lenguaje mágico en su vida.
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-Empieza
a cansarme esta tardanza...
Ylenia
suspiró mientras tomaba otro sorbo de su cerveza. Llevaban ahí al menos media
hora después de hacer las compras, y el ninja parecía impacientarse a cada
segundo que pasaba. Emberlei había sacado su libro de hechizos y se había
puesto a leer, mientras que Hassle había estado charlando con la guerrera sobre
cómo había ido en la misión hasta ahora. La mujer se había sorprendido de que
el viera fuera un cazarrecompensas, más de descubrir que tenía una orden para
aprehenderla, pero se ganó su confianza cuando rompió la orden.
-Sinceramente,
mucho de estas órdenes son simples mentiras. -Dijo el viera sonriente
levantando el cuerno de cerveza. -No puedo entender que alguien a las órdenes de Ankar sea una persona
buscada.
-Bueno,
te sorprendería las cosas que pueden saberse con el tiempo... -Dijo la guerrera
sonriendo sin gracia.
-Con
el tiempo solo se aprenden conocimientos. -Comentó Emberlei sin levantar la vista
de su libro. -Por eso los magos debemos estudiar tanto.
-Me
sorprende que no tengas entonces un moreno de biblioteca. -Contestó Hassle, a lo que la chica lo
miró extrañada.
-No
existe un moreno de biblioteca. Cuando estás en una biblioteca el sol no te da,
por lo tanto es incomprensible la frase que acabas de usar.
-¿Es
siempre así de ingenua? -Preguntó Hassle riendo.
-¡No
soy ingenua! -Gritó Emberlei algo molesta.
-Se
refiere a que no entiendes los dobles sentidos. -Explicó Ylenia con una sonrisa
divertida.
-Los
dobles sentidos son estúpidos. La gente debería expresarse correctamente. -Se
quejó
la maga mientras volvía a su lectura.
Hassle
miró al ninja, el cual se encogió de hombros. Pero no tardaron en ver entrar a
sus tres compañeros y verlos acercarse. Ylenia suspiró suavemente sin que se
dieran cuenta, pues desde que se habían ido había estado preocupada.
-¿Qué
tal fue? -Preguntó casi desapasionada.
-Bien.
-Contestó
Ankar tomando un cuerno de cerveza y sentándose con ellos. -Lo único malo fue que perdimos al
principal sospechoso, pero el resto fue o capturado o eliminado.
-¿Por
eso tardasteis tanto? -Ante la pregunta de Kahad, Ankar asintió. -Bien. ¿Vamos a ir al final al templo
hoy?
-No,
no lo creo. -Explicó el dragontino ante la cara de decepción de Emberlei. -Lylth ha
decidido unírsenos en el viaje, y está terminando de curar a la
persona que rescatamos.
-¿Y
por eso tenemos que esperar para ir al templo? -Preguntó extrañada Emberlei. -Simplemente que
deje a esa persona a cargo de alguien más y que tome sus cosas para
acompañarnos.
No deberíamos
hacer esperar al Guardián.
-Ella
vive aquí. -Explicó el dragontino mientras el cantinero
traía
una fuente con carnes acompañado de Onizuka y Dreighart. -Debe preparar algunas
cosas antes de poder irse, como cerrar su casa o cosas así. No es como si fuera una maga
blanca errante. ¿Entiendes?
-Me
resulta agobiante vivir en un único sitio... -Dijo en susurros la maga negra,
mientras tomaba un sorbo de leche.
-Entonces...
¿Qué hacemos hasta mañana? -Preguntó Kahad, que tomaba algo de la
carne que le pasaba el ladrón sentado a su lado. Ankar bebió su cerveza.
-¿Conseguisteis
las provisiones? -Preguntó, e Ylenia asintió. -Bien... trataremos de
descansar el día de hoy, para poder ir frescos al
templo. Podemos aprovechar y hacer algunas cosas personales incluso, yo quiero
mandar un par de cartas.
Todos
asintieron ante la idea de Ankar. El dragontino había llevado al preso hasta
las instancias del ejército de Tycoon, y había tenido que rellenar varios
papeles, y mentalmente estaba cansado, solo tenía ganas de pasear sin tener que
preocuparse de su misión... Y de todos modos, había visto algo durante el viaje
que quería
comprar antes de enviar las cartas.
Por
otro lado, sus compañeros estaban decidiendo donde ir en Alexandría. Cuando
Onizuka convenció a Hassle y Dreighart de ir a una de las posadas del puerto,
Emberlei le dijo a Kahad que ella quería quedarse en la habitación estudiando.
El ninja suspiró y asintió, mientras que la guerrera le dijo que se iba a
quedar con él para hacerle compañía, algo que el teñido agradeció.
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Poniendo
el sello de cera en la carta, Lylth cerró el pergamino y lo metió en un tubo de
madera. Miró hacia la habitación, donde estaba Tatl metido en la cama, y Mía
sentada a su lado.
-¿Estás
segura de esto, Lylth? -Preguntó la muchacha mientras se levantaba.
La
pelirrosa sonrió una vez más, y le señaló la mesa para que se sentara delante
de ella. La muchacha era hermosa, pero ahora tenía la cara llena de vendas con
emplastes de hierbas, dejando solo sus ojos rojos a la vista. Cuando Mía se
sentó, ella le tomó de las manos.
-¿Tienes
algún lugar donde ir? -Preguntó la de ojos verdes.
-Sabes
que no...
-Bien...
Yo debo partir en un viaje bastante largo. -Le explicó Lylth con una sonrisa. -Y no
tengo a nadie a quien dejarle la casa para que la cuide.
-¿Cuánto
tiempo estarás fuera? -Preguntó Mía sin soltarse de las manos de
su amiga.
-¿Quién
sabe...? Si no tengo suerte, quizás te quedes con esta casa para siempre.
-Bromeó
ella, a lo que la herida empezó a llorar. -No, no llores, era una
broma... Tranquila. ¿Si? Puede que tarde un par o tres de años, y no quisiera encontrarme
con esta casa llena de ratas cuando llegue de nuevo.
-Ya...
Pero yo no tengo unos ingresos como los tuyos, puede que no tenga un lugar
donde ir cuando llegues...
-Entonces,
veremos cómo lo hacemos. -Dijo ella sonriente. -Tengo conocidos en varias de
las tabernas, puedo promocionarte. ¿Te parece bien?
La
muchacha empezó a llorar desconsolada, a lo que Lylth se acercó a ella y la
abrazó.
-¿Por
qué eres tan buena conmigo, Lylth...? Solo te he... metido en problemas... todos
estos años...
-No
digas tonterías, anda. -Le contestó la otra. -Yo quería mucho a tu madre, me sabe mal
no haber podido llegar antes. -La muchacha suspiró entre lágrimas sin soltarse. -¿Cuidarás de mi casa mientras no estoy
aquí?
-Mía
asintió
en los brazos de Lylth, y ella sonrió. -Bien... entonces puedo irme
sin preocupaciones.
El
silencio fue roto solo por la música de los bardos de la posada de al lado.
Cuando se separaron, Mía se secó con un pañuelo las lágrimas, ya que si usaba
su mano se hacía daño.
-¿Dónde
vas a ir?
-Mmmh...
El mundo es muy grande. ¿Sabes? -Dijo ella sonriente. -Así que primero mandaré una carta y luego... ¿Quién sabe? Puede que vaya donde
ninguna otra maga blanca haya llegado jamás.
-Eso
sería interesante... pero ten cuidado. ¿De acuerdo? -Pidió la de cabellos claros. -No
querría
que Tatl supiera que te perdimos por el mundo...
-Regresaré
algún día, te lo prometo.