El
amanecer los encontró a todos esperando por Lylth en la posada. Después de
hacer las compras pertinentes y prepararse, habían decidido marchar al
despuntar el día, y todos, salvo quizás Hassle, estaban bastante tensos. Habían
desayunado y estaban terminando de tomar un caldo caliente con salchichas
cuando la puerta se abrió y entró Lylth con su bastón y un pequeño petate. Se
acercó a ellos sonriente.
-Siento
el retraso. -Dijo la maga blanca. -Estuve toda la noche preparando pociones por
si acaso.
-¿Eres
alquimista también? -Preguntó curiosa Ylenia mientras veía como la de pelo rosa
sacaba los frascos de su zurrón.
-Sí,
me apasiona la alquimia. -Explicó la curandera, y repartió las botellas a cada
uno. -No todos los magos blancos dominan este arte, pero da muy buenos
resultados. Estas de aquí son más potentes que las que venden en las tiendas.
También hice éteres para restaurar el maná cuando lo necesitéis. -Dijo dándoles
a Hassle, Emberlei y Ankar un frasco verde a cada uno.
-Es
estupendo, son muy caros. -Comentó el viera asombrado. La maga blanca sonrió.
-Me
gano la vida curando a la gente, al fin y al cabo.
Tomaron
los remedios y se levantaron, habían terminado de desayunar. Estaban listos.
-Bien.
En marcha. -Dijo Ankar. Los demás asintieron.
Salieron
de la taberna, con los primeros destellos del día acuchillando la espesa
niebla. Mientras caminaban podían ver como los pescadores llevaban su captura a
los vendedores del mercado, y los panaderos sacaban la primera hornada
caliente. Algunos borrachos parecían despertar en los callejones y los herreros
comenzaban a encender las fraguas.
-¿Cómo
vamos al templo? -Preguntó Onizuka. -Creo que está en una isla. ¿Vamos en
barca?
-Oh,
no, por Doom... -Dijo Kahad con rostro de sufrimiento.
-Hay
un puente que une Tycoon y el templo. -Explicó la maga blanca. -Es bastante
largo, pero tardaríamos menos que usando una barca.
-¿Por
qué?
-No le
llaman el Templo del Viento Eterno por nada. -Dijo Lylth. -Los vendavales son
muy traicioneros y solo los mejores marineros pueden navegar por ahí. También
tardaríamos en subir el precipicio, y nos cansaríamos de más.
-Al
menos el puente no cansará tanto, y no habrá mareos. -Comentó Ankar palmeando
el hombro de Kahad.
-Te lo
agradezco.
Pasaron
varias calles hasta llegar a una de las grandes plazas de Tycoon, donde
multitud de flores adornaban el lugar, y el sol bañaba el mar y el Templo del
Viento Eterno, en lo alto de la isla del guardián. El puente era
suficientemente amplio para que pasaran cuatro carromatos juntos, con hermosos mosaicos
en el suelo. La altura era considerable, con varias columnas perforando el mar
del viento, donde golpeaban las olas a las rocas con furia, azuzadas por la
fuerte brisa en la zona interior. Las lonas de algunos puestos que estaban
colocados en los extremos se mecían con suavidad impregnadas del olor a mar y
sal.
-Es
muy bello. -Dijo Dreighart asombrado.
-Antiguamente
para llegar al Bastión de las Nubes se iba a lomos de drakos de vientos.
-Explicó Lylth mientras avanzaban. -Pero creo que fue hace unos mil años que
con la ayuda de algunos expertos enanos crearon el puente para posibles
peregrinaciones. Le llaman el Barrio Blanco.
-Entonces
es como el túnel subterráneo de Eblan. -Dijo Emberlei sonriendo. -Usaron a
Titán para esto, con invocadores y magos artesanos.
-De
hecho, eran geomantes, si hacemos caso de las clases de historia.
-¿Qué
es un geomante? -Pregunto Dreighart ante el rostro contrariado de Emberlei.
-Es un
tipo especial de mago. -Explicó ahora Onizuka. El viento movía suavemente sus
cabellos y capas. -Están en comunión con la naturaleza, y esta les ayuda de
diversas formas.
-Un
mago naturista, vamos. -Terminó Ylenia.
Caminaron
durante un largo rato, viendo como el sol se alejaba en el horizonte. Los
puestos vendían artículos religiosos, mágicos y varios tipos de comida, pero
conforme se acercaban al Templo menos puestos se encontraban. Dos horas
tardaron en atravesar el Barrio Blanco y llegar al borde de la isla.
Una
pequeña plaza, con estatuas de pájaros y hadas, los recibió, y algunas personas
con túnicas verdes con bordes dorados paseaban entre los dos claustros que
habían en el norte y en el sur, mientras hacia el este se veían las escaleras
que llevaban a lo alto del Templo propiamente dicho. La vegetación del lugar se
veía hermosa, con varios árboles de colores rosados y marrones, y algunas
cascadas que caían desde el templo y los claustros. La piedra era de un castaño
claro con musgo jade en muchos lugares diferentes. El estilo arquitectónico era
bello, similar al de Doma y Eblan, pero más firme y varias estatuas.
En el
suelo de la plaza se podía ver otro mosaico donde se veían hadas y pájaros
volando sobre ráfagas de viento, donde el verde brillaba con el sol. El viento
ahí era suave, templado y agradable. Estaban admirando el lugar cuando un
hombre de rostro calmado y túnica de sacerdote se acercó a ellos.
-Bienvenidos
a la isla del viento. -Dijo con una voz áspera. -¿Qué podemos hacer por
vosotros?
-Gracias.
-Contestó Ankar. -Venimos desde lejos, y necesitamos ver al sumo sacerdote, o
sacerdotisa, para un asunto con el guardián.
-Lamentablemente,
la suma sacerdotisa no se encuentra en el templo. -Explicó algo nervioso el
hombre. -Podría llevarlos con el sacerdote a cargo, pero nadie puede abrir la
puerta del cristal.
-Ya
veo... Denos un rato para discutirlo. -Dijo Ankar, y cuando el sacerdote se
apartó, el dragontino miró a los demás. -Menudo problema.
-¿No
podemos entrar sin más? -Preguntó curioso Hassle. El albino negó con la cabeza.
-Por
lo que tengo entendido, solo el sumo sacerdote y los guardianes pueden abrir la
puerta. -Explicó el albino. -Es algo así como un pacto o algo similar.
-¿Y no
podemos irrumpir irrespetuosamente como hicisteis cuando estaba en plena prueba
con Leviathán? -Preguntó molesta Emberlei. -Yo quiero formar un pacto con el
guardián de aquí, pero parece que no piensan en las necesidades de los
invocadores, solo en las necesidades propias.
-Si
irrumpimos fue porque no podíamos esperar, igual que ahora, pero la diferencia
radica en que el sumo sacerdote sabía qué iba a pasar. -Explicó el albino con
calma. -Si lo hacemos ahora, cundirá el pánico, no tendremos apoyo y
seguramente habrá que luchar con toda la guarnición del Templo. No es para nada
posible.
-Ya, e
irrumpir un ritual sagrado no afecta para nada. ¿Verdad?
-La
cuestión es que tenemos que entrar... -Cortó Kahad, y miró al dragontino. -¿Y
si se lo explicamos al sacerdote en funciones?
-Es
peligroso explicar nuestra misión. -Comento el de ojos verdes. -Pero es,
quizás, nuestra única opción.
-¿Y si
no? -Preguntó Dreighart. -Nos arriesgamos a tener que batallar con todo el
templo.
-Di
mejor con toda Tycoon. -Secundó Ylenia. -Nuestra misión no es algo tan normal,
por eso Ankar prefiere que nadie sepa de esto.
Se
quedaron en silencio durante un rato, cavilando, hasta que finalmente Ankar
soltó un fuerte suspiro.
-No
nos queda de otra.
-¿Y si
lo hacemos con sigilo? -Preguntó el ladrón, pero Onizuka negó con la cabeza.
-¿Recuerdas
la puerta del templo del mar al abrirla? Creo que el ruido se escuchó hasta en
Eblan.
-Pero
quizás en esta ocasión no suene tanto. -Dijo Kahad. -Recuerdo que en el Templo
del Mar se escuchó un romper de olas o algo así. Este es el Templo del Viento,
podría ser simplemente el sonido del aire y en toda la isla se escucha eso.
Podríamos probar.
-¿Y si
simplemente pedís permiso?
La voz
infantil los sorprendió a todos, y al mirar vieron a dos niñas idénticos con
ropas del sacerdocio del Templo. Tenían el cabello negro atado en dos coletas y
los miraban sonrientes.
-¿Qué
queréis decir? -Preguntó Hassle con una sonrisa afable.
-Como
dijo lord dragontino, solo los sumos sacerdotes y los guardianes pueden abrir
la puerta. -Dijo una de ellas.
-Por
lo tanto, solo tenéis que golpear la puerta y esperar que la guardiana abra.
-Secundó la otra.
-Nosotras
os llevaremos si queréis. -Dijo la primera.
-Sí,
no tenemos problema con eso. -Dijo ahora la segunda.
Comenzaron
a caminar hacia las escaleras del este, mientras el grupo se les quedó viendo.
-¿Qué
hacemos? -Dijo dudosa Ylenia.
-Yo no
me fiaría. -Contestó Emberlei. -Los niños solo quieren atención, seguro que al
oírnos decir algo de los cristales querrán jugar con nosotros mientras nos
rodean los guardias.
-Si
ese fuera el caso, ya estaríamos rodeados. -La voz de Kahad no dejaba duda de
lo que acababa de decir mientras miraba a su alrededor muy discretamente. -Y
los sacerdotes se ven muy tranquilos.
-Ankar.
¿Qué decides? -Preguntó Lylth viendo al dragontino, el cual estaba mirando a
las pequeñas a lo lejos. Él asintió.
-Vamos
con ellas. -Todos miraron al albino al decir eso. -Nos abrirán la puerta.
-¿Cómo
puedes estar seguro? -Preguntó Emberlei extrañada.
-Porque
lo siento. -Contestó él comenzando a caminar.
Los
demás se miraron, pero Onizuka caminó casi enseguida, y los demás los
siguieron. Las niñas los llevaron directamente a las escaleras y fueron
subiendo las escaleras a saltitos, haciéndoles señas para que los siguieran.
Desde donde estaban podían ver los varios metros de altura que tenía el Templo,
abierto por varias zonas con grandes ventanas abiertas. El sonido de la cascada
del lateral se escuchaba apacible, y las hojas marrones volaban con suavidad
como pétalos danzantes.
Entraron
por el gran portón, viendo relieves de aves volando. Pero lo que más les llamó
la atención fue una gran puerta en medio de la sala, con el símbolo del viento
en ella. Un hombre bajo de larga barba y ropa de sacerdote los miró junto a las
niñas.
-Hola,
Thalohmor. -Dijo una de las niñas, y el enano hizo una reverencia.
-Rhyn,
Larr, bienvenidas de nuevo. -Dijo levantando la mirada, viendo al grupo. -¿Con
quién venís?
-Vienen
a ver a la maestra. -Dijo la otra niña. -Así que les vamos a abrir la puerta.
-¿Estáis
seguras? ¿No querríais que viniera la suma sacerdotisa antes?
-No es
necesario, la maestra los espera. -Dijo la primera, acercándose a la puerta.
-¿O acaso quieres hacer esperar a la señora?
-No,
por supuesto que no. -Dijo el enano algo sonrojado, y se giró al grupo. -Ruego
me disculpen, por favor.
-No
tiene ninguna importancia. -Contestó Ankar con una sonrisa y una inclinación de
cabeza. -Es algo completamente comprensible.
Al
empujar las puertas, el arco se abrió dejando ver unas escaleras que subían con
la canción del viento de fondo, y las dos niñas salieron saltando los escalones
de dos en dos hacia el piso superior.
-Este
sistema es poco práctico. -Dijo Emberlei, visiblemente molesta, mientras
caminaban por los escalones.
-¿A
qué te refieres? -Preguntó Hassle.
-La puerta debería poder abrirse por más
personas. -Comentó la maga negra. -¿Qué pasaría si viene algún invocador a
realizar el pacto y no pueden abrir la puerta?
-Pues
creo que deberían esperar. -Contestó Lylth. -Formar un pacto en un templo no
debería ser algo de vida o muerte.
-De
hecho, según el libro que estuve leyendo, los Templos Elementales no fueron
creados para invocadores y sus pactos. -Explicó Ylenia. -Según la historia,
fueron creados exclusivamente para proteger los cristales elementales. El pacto
con los guardianes resultó fructífero alrededor de seiscientos años más tarde.
-¿Y si
no podemos esperar, como ahora? -Preguntó Emberlei frunciendo el ceño.
-Los
pedazos de los cristales nos dejan entrar en las salas del cristal. -Contestó
Ankar sin detenerse. -Al fin y al cabo, esta misión sí debe llevarse a cabo a
cualquier costo.
-¿Y
por qué no lo hemos hecho antes?
-Piensa
un poco. -Le dijo la guerrera a la de pelo morado. -Si se descubre que hemos
irrumpido a la fuerza en el Templo, tenemos a toda Tycoon detrás para hacernos
picadillo.
-Eso...
tiene bastante lógica...
Cuando
llegaron arriba la luz del sol entraba por el este bañando un hermoso jardín
con multitud de flores y algunos árboles de hoja perenne. Las columnas
soportaban un techo muy alto con una campana de plata en su parte superior,
colgando de la bóveda de cristal donde se veía al orador del guardián. Justo
debajo de la campana podían ver el gigantesco cristal del viento, soltando
destellos de color jade cada vez que el sol tocaba su superficie.
Las
dos niñas estaban de pie justo debajo del cristal, mirándolos.
-Bienvenidos.
-Dijeron al unísono con una pequeña reverencia. -La maestra está próxima a
llegar.
Una
fuerte ráfaga de viento hizo que se taparan el rostro, y los que pudieron ver
observaron una sombra que tapó el sol unos instantes antes de volver a recibir
la luz en los ojos. Segundos después pudieron ver a una mujer con ropas hechas
de plumas amarillas y verdes, con tatuajes sobre la piel, descalza y de
cabellos a media melena de un rubio que resplandecía con el sol. Tenía las
manos sobre la cabeza de las dos niñas, sonriendo.
-Gracias,
mis niñas. -Dijo con una voz suave como una brisa de verano, y miró al grupo.
Sus ojos, verdes como el jade, transmitían una calma aparente. -Bienvenidos,
peregrinos de los cristales. Os estaba esperando. Yo soy la Guardiana del
Viento, Quetzacoatl.
-Es un
honor para nosotros, guardiana. -Dijo Ankar inclinándose, a lo que los demás lo
imitaron. -Si nos esperaba, seguramente ya sabrá el motivo de nuestra visita.
-Así
es. Los vientos cuentan muchas historias. -Contestó la esper mientras una suave
brisa movía sus cabellos, mostrando las picudas orejas de los elfos. -Hablaron
de un magnífico combate con su majestad, el gran Leviathán.
-Si ya
sabéis, esto será más fácil. -Espetó Emberlei adelantándose a todos. -Deseo
formar un pacto con vos.
-¿Conmigo?
¿O con ellas? -Preguntó la guardiana colocando sus manos sobre la cabeza de las
niñas.
Las
pequeñas brillaron con un destello verdoso, y pudieron ver como se encogían
rápidamente, surgiendo en su espalda cuatro hermosas alas de mariposa de un color
muy suave y vivo de verde. Cuando dejaron de encogerse tenían un tamaño de unos
treinta centímetros de altura, volando a ambos lados de Quetzacoatl.
-Son
Sylphs. -Dijo Hassle asombrado, y lo miraron. -Son espers de viento curativo,
muy valorados por magos errantes. Se dice que abundan en el este, en el Lago de
las Hadas.
-Vaya,
estás muy bien informado. -Se sorprendió la guardiana.
-Cuando
uno viaja debe saber de leyendas. -Contestó el viera con una sonrisa.
-La
prueba será la misma que con Leviathán. -Explicó la Guardiana. -Demostrad
vuestra valía para conseguir el cristal y el pacto. Un combate para todo.
¿Estáis listos?
La
armadura de Ankar apareció de repente, mientras todos tomaban sus armas y se
apartaban en posición de defensa. Los ojos de Quetzacoatl empezaron a brillar
en un tono de verde tan puro que solo podía verse ese color, y un fuerte viento
la envolvió, alzándola en el aire. Entre las ráfagas podía verse algo dando
vueltas, con velocidad como si fuera una peonza, pero lentamente deteniéndose,
y de un aleteo, abriendo las alas, un enorme ave disipó los vientos
empujándolos un poco hacia atrás. Las plumas amarillas, verdes y naranjas
tenían marcas negras similares a los tatuajes que tenía en su forma humanoide,
y los ojos verdes y el pico dorado reflejaban toda la escena.
Un
grito surgió de la garganta del ave gigante, y de un fuerte aleteo salió
volando por la ventana más cercana seguida de las Sylph.
-No me
acostumbro a batallas por sorpresa, deberían avisar con algo, con un sonido
como si se rompiera algo. -Dijo el viera.
-Analicemos
la situación. -Cortó Ankar serio. -Es un ser de viento y rayo, y volador. Las
Sylph son de viento, así que comparten debilidad.
-Usemos
los elementos de Tierra y Agua. -Contestó Hassle aguantando su capa. -Yo puedo
usarlos, aunque normalmente un mago rojo no puede usar agua, tengo mis métodos.
-Yo
invocaré a Leviathán. -Dijo contenta Emberlei. -Nadie mejor que el señor de los
eidolones para este combate.
-Mientras,
yo puedo lanzar shurikens y kunais. -Puntualizó Kahad. -Tengo suficientes y
suficiente puntería para darle incluso a las hadas.
-Bien...
Kahad y yo atacaremos físicamente, Hassle y Emberlei con magia, Ylenia,
Dreighart y Onizuka tratad de atacar mientras bloqueáis, haced lo que podáis.
Lylth, te encargo la curación. ¿Listos?
Asintieron
y mientras veían como el ave se dirigía hacia ellos a lo lejos, Lylth levantó
una barrera mágica a su alrededor, mientras que Emberlei comenzaba el cántico
con los ojos cerrados. Sin embargo dos haces de luz verdosa pasaron a toda
velocidad, y sintieron como hojas de viento les cortaban y les obligaban a
cubrirse el rostro. Cuando miraron de nuevo, Quetzacoatl ya estaba sobre ellos
con una enorme esfera de electricidad en el pico.
-¡Cuidado!
El
ataque eléctrico cayó sobre ellos con violencia, y la cúpula que Lylth creó
tembló tanto que pudo escucharse el sonido del cristal rajándose. Miraron hacia
arriba mientras pasaba el ser volador, y vieron multitud de grietas en el lugar
del impacto.
-¡No
creo aguantar otro golpe así! -Gritó Lylth más asombrada que asustada. Levantó
el báculo y todos brillaron. -Voy a hacerlo individual, pero la cúpula
aguantará un único ataque más como ese.
-Yo
puedo bloquear las salidas. -Dijo Hassle saliendo de la cúpula. -Solo necesito
saber por donde vendrá.
-Yo me
encargo de ello. -Contestó Ankar corriendo hacia uno de los orificios. -Os
avisaré desde arriba.
Dio un
fuerte salto y lo perdieron de vista. -Lylth continuaba lanzando protecciones a
todos, mientras Emberlei comenzaba a sudar mientras recitaba.
-¡Va a
entrar por donde salió! -Gritó en sus mentes el albino.
Hassle
conjuró con velocidad y levantó ambas manos, creando una enorme pared entre las
columnas por donde entró la primera vez, y todos se asombraron.
-¿Qué
conjuro es ese? -Preguntó Ember extrañada.
-¿Cómo
que qué conjuro? -Contestó asombrado el viera. -Es el conjuro de nivel adepto
de tierra.
-Ese
conjuro no hace eso, hace temblar la tierra. -Dijo enfadada la maga negra.
-Eso
es porque tienes poca imaginación. -Contestó el mago rojo con una sonrisa,
mientras sus manos volvían a iluminarse. -Los libros no te dan todas las
respuestas.
La
maga negra reprimió un reproche mientras volvía a recitar las palabras para
traer a Leviathán, al mismo tiempo que Hassle levantaba otras dos barreras de
piedra, bloqueando parte de la luz del sol. Los haces de luz de las Sylphs
entraron como un vendaval, pero chocaron con las nuevas paredes con violencia.
Kahad aprovechó ese momento para lanzar shurikens hacia ellas, rozándolas y
haciéndolas volar en zigzag. Cuando oyeron el grito de las pequeñas, un
chillido furioso se escuchó desde fuera, y al mirar vieron entrando a
Quetzacoatl dando tumbos, y con una vuelta hizo caer a Ankar, que cayó de pie
con su lanza extendida. El ave trató de salir pero chocó como las hadas con un
estruendo más duro.
-¡Ahora!
-Gritó el dragontino.
Onizuka,
Dreighart, Kahad y él mismo salieron corriendo con un grito de guerra, por su
parte, suspendida en el aire, una lanza de piedra era lanzada por Hassle, golpeando
la espalda del ave con fuerza. Mientras los cuatro golpeaban a la guardiana,
sin embargo, la invocadora cayó al suelo, sudando y con cara de frustración.
-¿Qué
pasa? -Preguntó Ylenia mientras daba un espadazo a una de las Sylph.
-No...
No puedo concentrarme... -Contestó Emberlei. Hassle lanzó otra lanza de piedra
al ave y se colocó a su lado.
-Has
de recordar que no estás sola en el combate. -Le dijo él ayudándola a
levantarse.
-¿Y tú
que vas a saber? -Espetó molesta ella, soltándose al estar de pie.
-Soy mago
de batalla, de esto entiendo mucho. -Dijo él con una sonrisa fría. -Si confías
en tu equipo te concentrarás más y mejor.
Emberlei
frunció el ceño, pero volvió a cerrar los ojos. Sabía que Kahad la protegería,
y los demás eran competentes, pero ese no era el problema. Había hecho el
cántico como siempre, había sentido el maná y la presencia de Leviathán, pero
al ir a abrir el portal para traerlo, simplemente todo se desvaneció. Se mordió
el labio con frustración y entonó de nuevo sus palabras con más fuerza.
Las
Sylphs lanzaban conjuros de aire hacia los magos, pero o chocaban, o eran
desviados por la espada de Ylenia. La guerrera daba tantos golpes como recibía
de las hadas, pero gracias a que Lylth la curaba se sentía más segura que en
otras batallas. Se preguntó cómo habían estado luchando hasta ahora sin una
curandera. Una ráfaga de aire la golpeó en la cara como un puñetazo que la
aturdió un segundo, pero el dolor fue atenuado gracias a la magia blanca. Se
alegró más si cabe.
Por su
parte, entre Ankar y Kahad mantenían a baja altura al Esper de la Tormenta para
que Dreighart y Onizuka pudieran golpearle como pudieran. Las lanzas de roca de
Hassle los ayudaban bastante, pero los rayos que emitía el ave a veces los
tiraba al suelo. En una de esas veces no solo los electrocutó si no que los
lanzó lejos con un fuerte viento cortante surgido de un amplio aleteo que la
alzó y voló en dirección al cristal. Los caídos se levantaron, escuchando un
grito de Ylenia.
-¡Está
cargando energía, venid deprisa!
Corrieron
hacia la cúpula viendo como las hadas se dispersaban igual. La esfera eléctrica
creada por Quetzacoatl se hacía más y más grande, y lanzó la columna de rayos
justo al entrar en la cúpula. El impacto fue tal que rasgó la barrera y parte
de la energía los golpeó, gritando de dolor algunos. Al desvanecerse el ataque,
pudieron escuchar la risa del Esper.
-¡Puedo
crear otra cúpula! -Gritó Lylth levantando su báculo, y un aura turquesa los
envolvió, curando sus heridas. -¡Pero tardaré un poco!
-¡Yo
ganaré el tiempo que necesitas! -Gritó el dragontino saltando hacia el ave.
-¡Yo
te ayudo! -Gritó ahora el pelirrojo mientras agarraba a Dreighart.
-¡Oye,
no, ni lo pienses, loca las cabras! -Gritó ahora el ladrón, pálido.
-¡Claro
que lo pienso! ¡A volar! -Tomándolo con fuerza, dio dos vueltas con el peliazul
en las manos y lo lanzó hacia el ave. -¡Dreighartdoken!
Dreighart
voló hacia Quetzacoatl siguiendo a Ankar, que iba algo más arriba que él. No
tardó en estabilizarse en el aire, resignándose a su destino, y pensando qué le
iba a hacer al samurái mientras ascendía si es que sobrevivía a eso. Ankar
golpeó con su lanza en un costado de la Guardiana, viéndose volar varias plumas
y sangre. El de la daga sacó una cuerda con garfio y al llegar al ave clavó la
herramienta en su costado para darle vueltas y atarla, y después de envolverla,
sacó su arma y la clavó en su espalda. Sin embargo se agachó justo cuando tres
discos de agua golpearon a Quetzacoatl, empapándolos a ambos.
Abajo,
Hassle, que había lanzado el hechizo acuático, se puso pálido y gritó.
-¡Dreighart,
sal de ahí cagando ostias!
El
empapado ladrón lo miró, pero antes de poder saltar, el ave volvió a rodearse
de electricidad. Dreighart gritó de dolor, y al arrancar la daga se desmayó y
cayó. Un haz azul lo tomó, y Ankar cayó al suelo con él en brazos.
-¿Está
bien? -Preguntó Hassle acercándose corriendo. El albino asintió.
-Solo
está desmayado. -Dijo él mientras lo dejaba en el suelo con delicadeza. -Déjalo
aquí de momento, nos ocuparemos primero de Quetzacoatl.
-Lo
siento, pensé que no le daría a él. -Dijo el viera algo nervioso, pero el mudo
negó con la cabeza.
-Luego
hablamos, no te angusties.
Todos
miraron al ave envuelta en rayos, mientras Lylth cerraba otra vez la barrera.
Kahad miró a Emberlei, que sudaba a mares con un rostro de esfuerzo nada propio
de ella.
-¿Cuánto
te falta, Ember?
Ella
se quedó en silencio, y de repente volvió a caer de rodillas, pálida y con
expresión de completo desconcierto.
-No
puedo...
-¿Por
qué? ¿No tienes suficiente energía? -Preguntó extrañado el ninja.
-Tengo
suficiente... Pero no consigo abrir el portal... no lo entiendo...
Las risas
de las hadas hicieron que todos las miraran. Volaban a una distancia
prudencial, mientras Quetzacoatl estaba volando delante del cristal. Las
pequeñas reían viendo a la maga negra.
-Pobrecita
la niña. -Dijo una de ellas.
-Trata
de abarcar más de lo que puede. -Secundó la otra.
-¿Qué
queréis decir? -Preguntó enfadada Emberlei, poniéndose de pie.
-Estás
tratando de tomar el océano con una copa de vino. -Dijo riendo la primera.
-Solo los niños y los locos hacen cosas fuera de su alcance.
-¿Fuera
de mi alcance...? -Preguntó ella, y gritó. -¡No os burléis de mi! ¡Pude hacer
el pacto sin ningún problema!
-Que
tengas en la mano una espada no te convierte en espadachín. -Rió la segunda. Y
Emberlei la miró extrañada. -¿Acaso no te das cuenta? Te falta poder para traer
a su majestad.
Kahad
vio cómo su protegida se ponía pálida ante esa declaración, y miró a Ankar
preocupado. Este asintió.
-¡Cambio
de planes! ¡Kahad, Hassle y Emberlei, usad magia de agua y tierra! ¡Olvidad la
invocación!
-¡Pero...!
-¡No
tenemos tiempo para averiguarlo, Emberlei! ¡Ya nos pondremos con eso cuando no
tengamos un Esper queriendo achicharrarnos! -Dijo con autoridad el dragontino.
-¡Onizuka, Ylenia, cubridles! ¡Lylth, cobertura!
La
maga blanca levantó su báculo, y todos brillaron en distintas tonalidades de
verde y azul eléctrico, y su frente empezó a perlarse de sudor cuando volvió a
envolver a todos con una luz turquesa, cerrando las heridas de todos los
presentes.
-¡He
puesto algo de resistencia elemental! -Explicó la chica. -¡Aguantaremos un poco
más!
Hassle
creó otra lanza de piedra, y Kahad hizo sellos con las manos. Ember tardó un
segundo más antes de hablar en el idioma mágico y formar un charco grande de
agua bajo Quetzacoatl. Ankar saltó hacia el ave, que lanzó un rayo mágico, pero
la lanza de roca lo atravesó, dispersando la mayoría de la electricidad, y con
un rugido el dragontino clavó su arma en el pecho del Esper, arrancándole un
grito de dolor a la Guardiana. Pero no quedó en eso, ya que dos grades chorros
de agua como serpientes chocaron contra las alas empujándole y haciendo que
perdiera altura cayendo de espaldas. Ankar aprovechó y saltó desde el cuerpo
del ave, y dos luces doradas surgieron de sus ojos golpeando a la Esper
aplastándola contra el montón de agua que Emberlei creó, y del cual surgió un
fuerte geiser engullendo a Quetzacoatl.
Las
Sylphs, asustadas, lanzaron un vendaval que lanzó a las dos magas al suelo, y
volaron hacia su maestra. Esta se giró en el suelo y las hadas empezaron a
dejar caer polvo sobre el ave, curando sus heridas, pero algo cayó con todo su
peso aplastándola y levantando polvo. Al mirar, pudieron ver a Ylenia y Onizuka
saltando desde la espalda de la Guardiana y poniéndose junto a sus compañeros.
-¡Todos
a la vez! -Gritó Ankar en sus mentes.
Del
suelo, Hassle hizo salir picas de rocas que se clavaron en ella. De las manos
de Kahad surgieron los chorros de agua serpenteantes y el geiser de Emberlei se
unieron golpeando juntos, y de los ojos del dragontino surgieron una vez más
esos destellos dorados que golpearon otra vez levantando polvo por todas
partes. Pero un vendaval, provocado por las alas de Quetzacoatl, hizo que todo
se despejara, y ella misma dio un fuerte salto hacia el grupo.
En una
fracción de segundo, Ylenia y Onizuka se pusieron a los lados avanzando con
rapidez y golpearon con sus espadas en las alas de la Guardiana, la cual cayó
al suelo arrastrándose y deteniéndose a unos metros de ellos. Nadie bajó la
guardia, esperando algún movimiento mientras el polvo levantado se posaba en el
campo de batalla. Las hadas volaron hasta ellos y se pusieron entre el grupo y
la Guardiana oculta, y un aura verdosa las envolvía.
-Quietas.
-Dijo la Esper.
Las
Sylphs se giraron, y de la nube de polvo surgió la forma élfica de Quetzacoatl.
La capa de plumas estaba rasgada por varias partes, y una pequeña herida en la
frente mostraba un pequeño riachuelo de sangre en su piel. Su sonrisa, sin
embargo, era resplandeciente.
-Ha
sido una batalla interesante. -Dijo ella mientras las hadas se acercaban a ella
y empezaban a curarla. -Ya veo porqué su majestad estaba tan contento. -Se giró
a las paredes de piedra. -Esa táctica es nueva, sin embargo. No me la esperaba.
-Gracias...
-Dijo con cautela el viera, pero Ember se puso delante de todos.
-Si he
pasado la prueba, pido entonces formar el pacto. -Dijo levantando la frente.
Quetzacoatl la miró detenidamente.
-¿Con
las Sylphs?
-No, con
vos. -Repuso ella, y las miró con furia. -No soporto que se burlen de mí unas
hadas.
-No
nos burlábamos. -Dijeron al unísono. -Solo te dijimos lo que pasaba.
-Soy
perfectamente capaz de darme cuenta de las cosas. -Contestó ella con rostro
fúrico. -No necesito que dos niñas que no levantan ni medio metro del suelo me
digan como hacer lo que se hacer mejor.
-Pero
serás... -Empezaron a decir las hadas, pero se callaron al ver levantada la
mano de la Guardiana.
-La
muchacha tiene razón, os sobrepasasteis. -Dijo ella, pero al ver como la maga
negra sonreía, la miró seria. -Pero tú también te sobrepasaste. No estás lista
para traer al Maestro, si hubieras tratado una tercera vez, podrías haberte
desmayado, así pues, vuelvo a preguntarte. ¿Conmigo, o con las Sylphs?
-Con
vos. -Dijo casi de inmediato ella.
-Bien...
Pero primero, lo primero. -La forma de Quetzacoatl volvió a cambiar a la del
ave, y voló hasta el cristal, tomándolo en sus patas y haciéndolo estallar.
Mientras
bajaba, tanto Lylth como Hassle tragaron saliva. Saber qué iba a pasar y ver
cómo pasaba eran dos cosas diferentes. La maga blanca se dirigió al
inconsciente Dreighart para examinarlo, mientras Hassle veía como Quetzacoatl
tomaba forma élfica de nuevo y le daba un pedazo de cristal verde a Ankar.
-Cuando
salgáis, las Sylphs ya habrán avisado al sacerdote a cargo, mi suma sacerdotisa
está de viaje y no pudo llegar a tiempo. -Explicó la guardiana, y se alzó en el
aire. -Que los vientos os sean propicios.
Se
iluminó en varios tonos de azul y verde, y un ave de luz atravesó el pecho de
la invocadora. Luego atravesó la pared de roca central haciéndola estallar
junto a las otras dos en mil pedazos, dejando entrar de nuevo el sol de la
mañana.
Inspirando
fuerte, Ankar se giró al grupo. Se sentía cansado.
-¿Cómo
está Dreighart? -Preguntó a la maga blanca.
-Voy a
despertarlo. -Le contestó ella mientras sus manos brillantes tocaban el pecho
del ladrón. Sin embargo se apartó un momento frunciendo el ceño. -Creo que está
hablando en sueños...
-¿Y
qué dice? -Preguntó Onizuka agachándose hasta poner su oído cerca de la boca
del ladrón.
-...
to lo... -Susurró este.
-Cosa
más rara... -Empezó a decir Onizuka, pero Dreighart tomó del cuello de la
camisa al pelirrojo con los ojos muy abiertos.
-¡Puto
loco! ¡No hagas nunca más algo así! ¡¿Acaso no conoces el espacio personal?!
¡Ni siquiera el presidente más abusivo haría algo así!
-¿En
serio? -Preguntó el samurái mientras Dreighart se levantaba sin soltarlo.
-¡Completamente!
¡Minerva bendita! ¡¿En qué pensabas al lanzarme contra una bestia emisora de
energía electroestática voladora?! ¡Yo no tengo protección electroelemental,
maldito seas!
-¿Ah
no? -Preguntó de nuevo extrañado el pelirrojo.
-¡Es
que si fueras más inconscientes no despertarías por las mañanas! -Gritó el
ladrón.
Pero
un golpe se escuchó por encima, y Dreighart cayó al suelo, desmayado otra vez,
pero en esta ocasión por el bastonazo en la cabeza que Lylth le dio. Onizuka la
miró levantando una ceja.
-Odio
que no me hagan caso cuando hablo. -Contestó la muda pregunta. Miró a Ankar.
-Lo despertaré más tarde mejor. No peligra, pero quien sabe lo que pase si lo
despierto ahora.
Ankar
asintió, y guardó el pedazo del cristal del viento en su bolsa. Miró la ahora vacía
sala del cristal, inspiró fuerte y los miró a ellos.
-Vamos
a intentar descansar en el templo, si nos dejan. Onizuka, Ylenia, tomad a
Dreighart. Kahad, toma las plumas de Quetzacoatl que hayan caído, pueden sernos
útiles. Los demás, volvamos, a ver si tenemos suerte para dormir un poco.
========================================
Dos
horas más tarde, Dreighart descansaba en una de las camas del templo, y el
resto estaba en uno de los salones de la casa de huéspedes del lugar. Las
Sylphs habían explicado, a grandes rasgos, lo que había pasado en la sala del
cristal, y el sacerdote a cargo les había llevado hasta un lugar donde pudieran
descansar.
Sentados,
comiendo en silencio, repasaban el día mientras se curaban algunas heridas
superficiales. Ankar bebió una poción entera y luego suspiró.
-Bueno,
de momento hemos hecho la mitad del viaje por Gaia. -Dijo el albino, y todos le
miraron. -Creo que llevamos un buen ritmo, pero estoy seguro que más adelante
el camino será más peligroso.
-¿Tienes
algo en mente? -Preguntó Kahad. Ankar asintió.
-Podríamos
ir a Burmecia. -Comentó el dragontino. -Allí podríamos conseguir nuevo equipo,
especialmente los magos. Tengo muchos conocidos allí...
-Yo no
iré. -Dijo de repente Emberlei, y todos la miraron. -No tengo nada que hacer en
Burmecia, con toda su humedad y ambiente gris. Yo tengo asuntos que atender en
Kolinghen, al sur de esa comarca.
Ankar
se cruzó de brazos y cerró un momento los ojos, calculando su siguiente
movimiento. Quería ir a Burmecia como le había dicho Kain, pero en la Ciudad
Montaña había mucho más equipo para magos que en otras zonas. Sería una buena
oportunidad para recuperar fuerzas y prepararse para los siguientes desafíos
que les aguardaban... Pero en parte, quizás, separarse temporalmente podría ser
bueno.
Abrió
los ojos.
-Emberlei
y Kahad irán a Kolinghen. -Empezó a decir el albino. -Mientras que Dreighart
vendrá conmigo a Burmecia. Los demás, podéis decidir.
-Yo
iré a... -Empezó a decir Onizuka, pero el dragontino lo miró.
-Tú
irás a Kolinghen también.
-¿No
que podía elegir?
-Quiero
que estés alejado de Dreighart un tiempo, antes de que lo termines matando.
-Demonios...
-Entonces
yo también iré a Burmecia. -Dijo con velocidad Ylenia. -Me vendrá bien conocer
un sitio nuevo sin ti.
-Demonios...
-Yo
iré también para tratar a Dreighart, siempre y cuando no os moleste que me
disfrace. -Dijo Lylth, y ante la mirada extrañada de Ankar, sonrió. -Algunos
nobles de allí no me tienen en buena estima, y no es bueno aparecerse cuando no
caes bien. Hasta otro nombre usaré.
-Chica
precavida.
-Demonios...
-Entonces,
por eliminación, yo iré a Kolinghen. -Contestó Hassle con una sonrisa algo
decaída. -Me hubiera gustado haber ido a la cuna de mi raza, pero no puedo
dejar sin curandero a la mitad del equipo.
Ankar
asintió.
-Bien.
Nosotros partiremos mañana hacia Burmecia, son varios días de camino.
-Kolinghen
está más lejos. -Dijo Emberlei. -Así que deberíamos viajar lo antes posible.
Ahora sería perfecto.
-Ni
hablar. -Contestó Onizuka bastante serio, mirándola. -Salir ahora será inútil.
Acabamos de enfrentarnos a un Esper poderoso, estamos cansados y todavía sin
recuperarnos del todo. Si salimos ahora nos encontraremos con las inclemencias
del tiempo, a la noche temprana y al frío. Al final de la semana habremos
dejado Últimen y empieza Noc´Doom, uno de los meses más fríos antes del
invierno en esta zona norteña, eso sin contar con que el viernes es la fiesta
del día de los muertos y habrá mucha gente por los caminos, demasiada
seguramente. Si salimos hoy, nos encontraremos con que la noche se nos echaría
encima antes de dar cuatro pasos y tendríamos que estar muy alerta para que los
bandidos no nos ataquen mientras dormimos.
-Sin
que sirva de precedente, concuerdo con Onizuka. -Corroboró Kahad, y ante la
mirada molesta de Emberlei, se explicó -Estamos cansados, y tenemos que comprar
víveres para el viaje al suroeste. Incluso si tenemos suerte podríamos unirnos
a una caravana y no viajar solos.
-Podemos
comprar los víveres en los pueblos de la comarca. -Dijo la maga negra
obstinada. -E ir con gente solo nos retrasaría.
-Además...
-Dijo el ninja sin prestar atención al corte de ella. -Podemos comprar unas
buenas capas para el frío aquí. No querrás enfermarte en el camino. ¿Verdad?
Ember
iba a protestar, pero un estornudo la detuvo y, sacando un pañuelo, se sonó.
-Saldremos
al amanecer entonces. -Claudicó ella molesta.
-Entonces
vamos a comprar. -Levantándose, el samurái señaló con la cabeza a Kahad. -Vamos
juntos, deja que la señorita se tome un poleo menta o algo.
-Sí,
sería lo mejor. -Asintió Kahad y la miró antes de levantarse. -Quédate mejor a
descansar y recuperar fuerzas, nosotros prepararemos todo para mañana.
Ella
asintió taciturna viendo como Hassle se levantaba alegando que sabía de buenos
lugares donde comprar lo necesario, y los tres se fueron. Resopló, molesta, y
miró a Lylth.
-Como
maga blanca. ¿Qué me recomiendas?
-¿Algo
rápido y doloroso, o algo lento y sabroso? -Preguntó la de pelo rosa.
-Quiero
curarme, no empeorar.
-Te
prepararé algo. -Dijo levantándose. -De todas formas necesito comprar ingredientes
para pociones. ¿A qué hora saldremos nosotros?
-Cerca
del mediodía. -Contestó el albino. -Dejaremos que Dreighart se recupere bien
antes de salir.
-Tiempo
suficiente. Mientras, no salgas mucho para no empeorar. -Explicó la curandera poniéndose la capa. -Yo no
tardaré mucho igualmente.
Salió
dejándoles solos a los tres. Ylenia miró a Ankar.
-¿Cuándo
nos reuniremos? -Preguntó curiosa. Ember también se giró.
-Bueno...
De aquí a Burmecia podemos hacernos como una semana a lomos de chocobo, haciendo
cálculos básicos serían unos diez días hasta Kolinghen. Yo diría que, si todo
va bien, en dos semanas podríamos reencontrarnos en el sur.
-¿No
son muchos días? -Preguntó la maga negra. -Si vais rápido podríais llegar en
diez u once días.
-No
sabemos el estado de los caminos. -Explicó el albino. -Como bien dijiste,
Burmecia es muy... húmeda, por decirlo de alguna manera, y sus caminos a veces
son difíciles de transitar. Es mejor prevenir problemas en el camino que llegar
a los sitios tarde. Además, como bien dijo Onizuka, el viernes es el día de
muertos, así que habrá caravanas por el medio.
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La luz
entraba por una de las ventanas del cuarto de huéspedes del templo, despertando
a Dreighart. Sentía todo el cuerpo adolorido, y frotándose los ojos sentía que
se cansaba todavía más, así que trató de desperezarse. Notó como tronaban sus
huesos y bajó de la cama. El frío del suelo era como un bálsamo para su cabeza
en el momento en que sus pies desnudos tocaban la superficie. Después, se dio
cuenta de que estaba solo y en un lugar desconocido.
Miró
alrededor. Había varias camas con un arcón cada una a sus pies, algunas sillas
con escritorios y ventanas que iluminaban la estancia. Olía a flores y a césped
recién cortado. En el arcón de su cama estaban su capa, su bolsa, su daga y sus
botas, perfectamente colocado todo. Inspiró fuerte y trató de recordar qué
había pasado para acabar ahí.
Soltó
un quejido cuando le vino a la mente el vuelo hacia Quetzacoatl, y pensó en
ponerle polvo picante a la comida de Onizuka como venganza, mientras se ponía
las botas y se estiraba de nuevo.
Abrió
su bolsa para ver si estaba todo, y sonrió al ver como habían guardado su
garfio con cuerda. Tomó entonces una bolsita que no reconoció y, al ver su
interior, se asombró. Sacó varias plumas de un amarillo dorado con vetas
naranjas que al tocarlas se podía sentir cierta electricidad estática en los
dedos. Sonrió. No esperaba poder conseguir plumas al desmayarse, pero se alegró
de que pensaran en él.
Cerró
la bolsa pequeña y la guardó en uno de los bolsillos secretos de su zurrón
junto a las escamas de Leviathán y la larga trenza de cabello de Ifrit. De esa
última estaba especialmente orgulloso, ya que nadie le vio llevarse un largo
mechón del esper del fuego y lo trenzó con cuidado sin perder ni un solo
cabello. Unido a las plumas del esper de la tormenta, tenía un recuerdo de cada
templo.
Se
colgó el zurrón y el cinturón con su daga y se puso la capa negra. Estaba listo
para irse cuando un pinchazo en la cabeza le obligó a tocarse la frente. Tan
rápido como vino el dolor, así se fue. Se miró la mano extrañado antes de
encogerse de hombros y dirigirse a la puerta.
La
abrió con lentitud, frotándose la nuca. Ese dolor era cada vez más persistente,
pero aunque no duraba más de unos segundos era como un mazazo que lo aturdía. Y
no le gustaría que le pasara durante un combate.
Bajó
las escaleras para encontrarse con un salón de taberna bastante grande, pero
mucho más limpio que cualquier posada que haya visto en su vida. La madera
blanca del suelo lo sorprendía por lo limpio que se veía, y las mesas caoba se
veían mucho más con el contraste de colores. No muy lejos de la barra estaban
sentados Ankar, Lylth e Ylenia, la cual le hizo un gesto para que se acercara.
-Buenos
días. -Dijo sentándose con ellos. Las salchichas con huevos revueltos que
estaban encima de la mesa le abrieron el apetito.
-Tardes.
-Dijo Lylth sonriente. -Ya pasamos de medio día.
-¿Y
los demás? -Preguntó mientras le servían un plato y comenzaba a comer.
-Ya
partieron. -Explicó Ankar. -Nos separaremos un tiempo, y nos reuniremos en
Kolinghen en dos semanas, máximo dos semanas y media.
-¿Dónde
iremos nosotros? -Preguntó el ladrón después de tragar.
-A
Burmecia. -Contestó el albino. -Hay buen equipo en la Ciudad Montaña, y tengo
que ver a ciertas personas. Ellos nos esperarán en Kolinghen, en la comarca del
sur. Consiguieron encontrar una caravana que viajaba hacia allá y al menos no
viajarán solos.
Asintió
mientras todos terminaban de comer. Dreighart se dio cuenta de que los fardos
de todos estaban listos a ambos lados. Bebió algo de cerveza antes de mirar a
Lylth.
-¿Puedo
preguntarte algo? -Ante el asentimiento de la chica, él se rascó la cabeza.
-Últimamente no duermo bien, y que me lancen por los aires no ayuda en gran
medida. Con decir que lo último que recuerdo es la electrocución...
-¿Quieres
un protector mental?- Preguntó Lylth frunciendo un poco los ojos.
-No sé,
nunca he tenido que ir con un mago blanco. -Confesó el chico.
-Entonces,
tendría que hacerte un chequeo completo. -Respondió la maga blanca. -Ya se lo
hice a todos los demás antes de que los otros se fueran, pero faltarías tú.
-¿Tardarás
mucho? -Preguntó Ankar, pero ella sonrió.
-Puedo
hacerlo en el camino, no hay problema. Solo son unas preguntas, físicamente ya
tengo todos los datos que necesitaba.
-Perfecto
entonces. Lo mejor sería que nos pusiéramos en marcha cuanto antes. -Ankar se
levantó, y los otros lo imitaron. -Los chocobos nos esperan en la salida norte.
-Irás conmigo.
-Dijo colgándose su macuto Ylenia. -A no ser que Lylth diga otra cosa.
-No
habrá problemas. Puedo hacer mi análisis estando en otro chocobo sin ningún
problema, mientras no vayamos corriendo para no mordernos la lengua. -Comentó
Lylth con calma, pero cuando comenzaron a salir, miró a Dreighart seria,
rascándose el labio con la uña. -Hay mucho por revisar... -Susurró antes de
ponerse en marcha.
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El sol
entraba por la ventana del camarote al empezar el nuevo día. Las nubes habían
desaparecido, y el barco estaba flotando con suavidad sobre las olas una vez
más sin encontronazos con la diosa del mar. Los graznidos de las gaviotas les
indicaban que estaban próximos a tierra.
Estirado
en el camastro, Lomehin miraba el techo de madera mientras sentía el calor de
la chica sobre su pecho. Desde aquel día de tormenta habían dormido
alternativamente en uno de los dos camarotes, y a esas alturas ese techo del
cuarto femenino ya se le había hecho igual de conocido que el suyo propio.
Movió
un poco su cabeza hacia el cuarto y sonrió. Las ropas estaban en el suelo,
desordenadas y arrugadas. El primer día había sido todo risas, y aun sentía esa
alegría. Pero todo tiene un fin. Si sus instintos no le fallaban, antes del
anochecer habrían llegado a Tycoon, y sus caminos se separarían, quizás para no
volver a cruzarse. La miró y acarició sus cabellos dorados hasta que ella soltó
un suspiro y abrió los ojos, sonriéndole.
-Buenos
días. -Dijo ella. -Creo que podría acostumbrarme a esto.
-¿A
despertar en mis brazos?
-Si...
y a todo lo demás. -Dijo la elfa sonriendo con gracia. -Dime. ¿Cuánto te pagan?
-¿Qué
quieres decir?
-Que
si eres mercenario, podría contratarte para que te quedaras conmigo.
-¿Tengo
pinta de mercenario?
-Un
poco.
-Pues
tú tienes pinta de niña rica y mimada.
-¿Es
por mi cabello?
-Yo
creo que sí.
Ella
se rio y se levantó. Su rubia cabellera casi no podía ocultar su cuerpo desnudo
y menos cuando se lo recogió en una cola de caballo.
-Todavía
no me has dicho tu nombre. -Dijo Lomehin, a lo que ella suspiró.
-Es
cierto... y tu tampoco el tuyo.
-Me
llamo Lomehin. -Dijo, pero antes de poder pensar, prosiguió. -Lomehin
Nuitnight.
Ella
se giró y sonrió radiante.
-Imara.
-Respondió ella. -Imara Clarodeluna.
-Es un
nombre bonito.
-El
tuyo también, hijo del crepúsculo.
Él
sonrió y se incorporó en la cama, sintiendo un placer doloroso después de la
noche, y se levantó con ímpetu. Miró la ropa y se dio cuenta de que no tenía
ninguna gana de ponérsela.
-¿Entonces?
-Preguntó Imara. Él negó sonriendo.
-No lo
soy... Ojalá lo fuera para que me contrataras.
-¿Pero?
-Pero
tengo una misión por cumplir. -Confesó. -Aunque... al acabarla bien podría
buscar a cierta elfa de cabellos dorados. -Dijo, y la miró sonriente.
Ella
lo imitó y se levantó de la cama. Desnuda parecía tan alta como él. Pasó sus
brazos por los hombros de Lomehin y lo abrazó por el cuello, besándolo con
ternura. Él la correspondió acercándola desde la cintura, sintiendo sus cuerpos
presionándose el uno con el otro. La ternura dio paso a la pasión como si
fueran de paja bajo el sol, y volvieron a la cama lentamente.
-Búscame
en Tycoon... -Le dijo ella entre gemidos. -Pero ahora... quédate conmigo.
Horas
más tarde, con la ventana bien abierta, Lomehin estaba atando los cordones del corsé
de Imara con cuidado. La primera vez que lo hizo le dio tantos tumbos que acabó
furioso, pero se le quitó con las risas de la elfa. Ahora, aunque no era
experto, al menos no la ahogaba o la movía como si fuera una muñeca... aunque a
veces lo hacía solo por las risas.
Pero
esta vez lo hizo lo más despacio y cuidadosamente posible, mientras ella se
cepillaba el cabello dorado con cuidado. Al acabar, besó el cuello de ella
mientras se apartaba para tomar su ropa. Tardó menos tiempo en vestirse él que
Imara en ponerse su ropa de estilo domés.
Al
acabar, salieron a cubierta juntos, y pudieron ver el puerto de Tycoon y el
gran puente que llevaban a los peregrinos hasta el templo. Imara inspiró
fuerte, y Lomehin la imitó. El olor a mar llenó sus pulmones.
-¿Quiénes
son tus muertos? -Preguntó Imara de repente. Lomehin la miró extrañado. -Hoy es
el día de los muertos.
-Oh...
hoy es el primer día de Noc´Doom... -Cayó en la cuenta el caballero oscuro
asintiendo. -No lo recordaba.
-Es
fácil perderse estando en alta mar. -Dijo riendo la chica. -¿Y bien?
-Yo...
-Lomehin se quedó un momento en silencio, pensativo, hasta que suspiró. -Mi
madre... y mi hermana mayor.
-¿Qué
les pasó?
-Mi
madre murió en el parto. -Explicó Lomehin con algo de calma. -Mi hermana
mayor... bueno, era una maga negra muy habilidosa... y eso desató las envidias
y miedos de algunas personas que... la cazaron como a un animal.
-Es
horrible... -Dijo Imara mirándolo triste. -Solo se me ocurre un lugar donde
pueda pasar algo así. Cerca de Limblum, la comarca de los desesperados.
-¿No
era Zozo el nombre de esa comarca? -Preguntó Lomehin curioso.
-Zozo
es la ciudad junto a Limblum. La comarca sigue siendo llamada así. -Explicó
Imara. -Y es donde más depravación hay de toda Gaia...
-Sí, lo
comprobé cuando... murió mi hermana. -Contestó Lomehin, aunque no era del todo
cierto. Miró a Imara. -¿Y los tuyos?
-Mis
padres y hermanos. -Contestó ella mirando la ciudad. -Mi familia biológica,
vamos. Murieron en la Guerra de las Sombras.
-Lo
lamento mucho. -Dijo, y sintió que realmente lo sentía por ella. -Fue una época
muy dura.
-¿Dónde
te encontrabas tu en aquel tiempo? -Preguntó Imara tomándole de la mano.
-Yo...
protegía un templo. -Contestó Lomehin con cautela. -Ya sabes, no solo somos
cazadores arcanos los de mi orden, también protegemos a los magos que no pueden
ir solos.
-Sí,
es cierto... -Inspiró fuerte el aire del mar antes de hablar otra vez.
-Volveremos a vernos. ¿Verdad? -Preguntó sin mirarle. Él esperó un poco antes
de contestar.
-Me
gustaría. -Dijo mirando la ciudad cercana. -Aunque quizás cuando vuelva ya
estés casada.
-¿Tú
crees? -Preguntó ella divertida.
-Puede
ser.
-¿Me
escribirás? -Dijo ella.
-No sé
dónde vives.
-Entonces,
mañana encontrémonos en el Barrio Blanco, el puente que va hacia el templo.
-Dijo ella, y Lomehin la miró. -Así tendré otra oportunidad de verte.
El
caballero oscuro volvió a sonreír, y asintió.
-De
acuerdo.
La
despedida fue rápida, reafirmando que se volverían a ver al día siguiente. Se
besaron una última vez y el caballero oscuro vio como se iba hacia el norte,
mientras él pensaba qué hacer. Se había sentido por primera vez realmente vivo
en aquel viaje, y ahora que estaba en tierra sentía que sus vacaciones se
habían terminado, y todo el peso de su misión regresaba a sus hombros. Pero
ahora se empezó a cuestionarse su camino. Sus pies lo llevaron hasta el gran
mercado comprando varias cosas y reponiendo sus pociones mientras preparaba su
plan.
Se
dirigió al puerto y se encontró con un pequeño restaurante donde pidió una rica
sopa de marisco y un buen plato de pasta con pulpo mientras veía a lo lejos la
isla del templo. Cuando se acercó la muchacha la paró un momento.
-Perdona,
me he fijado que alrededor de la isla hay muy pocas embarcaciones. ¿Por qué es
eso?
-¿Es
usted turista?
-Peregrino,
más bien.
-Ya
veo... bueno, no se le llama el Templo del Viento por nada. Los vientos
alrededor hacen muy difícil navegar por los alrededores. Solo los expertos más
curtidos pueden hacer ese viaje.
-Imagino
que los sacerdotes lo tendrán difícil para nadar entonces.
-Mucho.
Pocos nadan, según me cuentan. -Dijo la camarera, mirando al templo. -Creo que
hasta para pescar lo tienen difícil.
-Vaya...
No parece que sea algo divertido vivir en el templo.
-No si
te gusta nadar. -Rio la muchacha antes de irse.
Lomehin
tomó algo de vino, pensativo. Había tenido la idea de ir nadando por la noche,
sin levantar sospechas ni ser visto por los sacerdotes, pero si era imposible
nadar para los nativos, mucho menos podría ir él, que no conocía las mareas del
lugar. Eso le dejaba dos opciones, por tierra o por aire, pero lo último lo
descartó casi de inmediato, ya que era terreno imposible para él. Y aunque
pudiera tampoco lo haría. Si los vientos en la zona baja eran peligrosos, no
quería ni pensar en la zona del Guardián.
Lo
cual le dejaba solo el camino por tierra, el largo puente que unía Tycoon con
la isla del viento. Lo miró desde donde estaba, maravillándose de la
estructura. No esperaba que en Gaia hubiera la tecnología para levantar semejante
puente con tantas dificultades climatológicas, pero por eso mismo le asombraba
más. Calculaba que si lo atravesaba corriendo quizás tardaría una hora y media
en llegar. Quizás si fuera en su chocobo, que debían estar dejándolo en el
establo cercano en ese momento, llegaría antes... pero si iba a lomos del
chocobo lo escucharían hasta los de sueño más profundo.
Pagó
su comida y se dirigió al establo, donde encontró su montura. Le acarició el
pico mientras pensaba su próximo movimiento, pero cuanto más lo pensaba menos
factible le parecía entrar de incógnito. Nadar era imposible, volar también, y
si de noche había guardias en el puente lo verían inmediatamente. Pagó al mozo
y caminó con las riendas de su montura en la mano por las calles de la ciudad, hasta
que se dio cuenta de que estaba frente al puente. Pudo ver los puestos y
algunos guardias patrullando con calma. El reloj que compró en Narshe le
indicaba las cinco de la tarde, pero estando en la época en la que estaban el
sol no tardaría en ocultarse. Si quería hacer algo, debería decidirse en el
momento.
Y sin
proponérselo, vino a su mente la cara de Ankar. Sonrió algo triste al pensar
que, si hubiera seguido con ese grupo, podría entrar sin problemas... Y
entonces empezó a avanzar por el puente. No era nada extraño que algunos
peregrinos pidieran asilo al templo, y por la noche podría entrar en la sala
del guardián sin llamar la atención, recoger un pedazo del cristal e irse.
Pensaba así porque seguramente el dragontino y los suyos le llevaban bastante
ventaja, teniendo en cuenta que en el templo del mar ya habían ido antes que
él, así que el cristal ya debe de haber sido destruido.
A
mitad del camino se dio cuenta de otra cosa. Durante el viaje en barco con
Imara se había vuelto a acostumbrar a la presencia de otros humanoides, y se
dio cuenta de que estaba extrañando estar con amigos. Era una sensación extraña
y familiar que no recordaba haber tenido nunca en su lugar de origen, pero no
le desagradaba la sensación en si. Miró con curiosidad los puestos, y compró
algo que le llamó la atención: Un libro sobre teología gaiana. El lomo era de
cuero verdoso y las letras plateadas. Se fijó en otros libros, y compró uno de
los muchos Grandes Grimorios, el libro sagrado de Gaia, y compró otro, pequeño.
Cuando le preguntaron por qué no llevaba uno, él solo dijo que lo había perdido
en el viaje.
Mientras
caminaba leía el Gran Grimorio, viendo las grandes diferencias que había entre
el libro sagrado de dónde provenía, y se maravillaba de una religión politeísta
tan abierta como la que estaba descubriendo, aunque también sentía algo de
envidia sana y un poco de lástima por los de su lugar de origen. Se enfrascó
tanto en la lectura que se sobresaltó cuando un sacerdote lo detuvo con
gentileza, y al mirarlo vio que estaba ya en los terrenos del templo, en la
plaza.
-Disculpe,
siento haberle sobresaltado. -Dijo el sacerdote, un alto elfo de cabellos
castaños. Lomehin sonrió avergonzado.
-No,
lo siento, me enfrasqué demasiado en la lectura. -Dijo él mientras levantaba el
libro. El sacerdote sonrió bajando la mano.
-Lo
imagino, es una lectura muy inmersiva. ¿Sois sacerdote de Doom?
-Sí.
-Contestó sin dudar, y antes de poder darse cuenta, continuó. -Aunque algo
oxidado en el camino de la magia.
-Oh,
un embalsamador. -Se sorprendió el elfo. -Entre los tuyos es raro ver a uno de
los de tu rama.
-Es
cierto, pero si damos muerte con la espada, también podemos dar paz con el
cuchillo. -Recitó el moreno, sorprendido de si mismo. Levantó la mano para
estrecharla. -Lomehin Nuitnight.
-Alril
Lunapálida. -Contestó el sacerdote estrechando su mano. -¿A qué debemos su
visita?
-Estoy
de peregrinación. -Contó el moreno. -Vengo a rezar en la cámara del cristal y a
seguir mi camino. Pero hoy espero poder pedir asilo para descansar del largo
viaje.
-Por
supuesto, permíteme llevarte a la pensión del templo. -Dijo señalando hacia uno
de los edificios.
Caminaron
con calma hasta el edificio, con Lomehin pensativo. Cuando preguntó el elfo
habló sin pensar, pero ahora que pensaba con calma se daba cuenta de que
conocía los procedimientos de embalsamamiento y el cuidado de los cuerpos casi
perfectamente, sin necesidad de haberlo estudiado... o al menos eso pensaba.
Una vez dentro de la pensión el sacerdote lo sentó y habló con la mujer a cargo,
se despidió de él y lo dejó solo. Una chica, casi niña, de cabellos dorados se
acercó a él.
-¿Quiere
algo para cenar? -Preguntó ella. Lomehin sonrió.
-Solo
un poco de sopa, ya comí no hace mucho. -Le dijo, y abrió el Gran Grimorio.
Leyó
con calma, dándose el tiempo para entenderlo bien. No tardó mucho en darse
cuenta que era la misma religión que su padre le inculcó, pero también vio las
diferencias con la otra religión. Cerró el libro y vio la sopa caliente con
pasta. Sonrió y comió con calma pensando. ¿Y si esos conocimientos eran parte
de su cada vez mejor disfraz? Le daba un trasfondo para camuflarse mejor, pero
no entendía cómo lo contaminaba tanto, no solo con conocimientos, si no también
con sentimientos.
Miró
por la ventana, y todavía quedaba algo de luz. Terminó su sopa y se levantó,
acercándose a la barra.
-Disculpe,
señora. -Dijo, y la mujer rechoncha se acercó. -Quisiera ir a dormir temprano,
el viaje ha sido algo pesado.
-Claro,
aquí tienes. -Respondió ella dándole una llave con el número cuatro marcado en
ella. -Estamos aquí para lo que necesites.
Lomehin
sonrió y se fue tomando la llave. Le dolían las mejillas de tanto sonreír, y
haber actuado tan condescendiente y amable con gente que no le importaba le
resultaba tedioso. Él no se consideraba un hipócrita, si algo no le gustaba lo
decía sin tapujos y no lo embellecía. Nunca tuvo que hacerlo, pero desde que
estuvo con el niño empezó a sentirse más propenso a ser más correcto con los
demás.
Entró
en la habitación y dejó su macuto en la mesita de noche. Era un cuarto
individual, algo raro en una pensión, pero era lo mejor para sus planes. Vació
el contenido de la bolsa encima del colchón haciendo recuento de lo que iba a
necesitar. Había gastado bastante, pero las pequeñas pociones moradas que había
conseguido bien lo valían. Los separó a las tres del resto de objetos, y se
cruzó de brazos.
¿Por
qué se tomaba tantas molestias esta vez? Miró por la ventana y la respuesta
vino sola. En los otros dos templos la población más cercana estaba a kilómetros
de distancia, pero en esta ocasión estaban justo al lado de todo un reino, algo
que podría hacerle peligrar su integridad física si le descubrían. Por lo tanto
en esta ocasión debía actuar con mucha discreción. Y tuvo que buscar mucho
hasta encontrar esas pócimas.
Se
estiró en la cama después de recoger todo dejando las botellas sobre la mesita
de noche, al lado de la cama. Su mente estaba intranquila por una misión de
infiltración, pero no comprendía porqué estaba tan nervioso. Su plan era fácil
y simple, y más con las pociones que había comprado pero algo le decía que
estuviera alerta.
Frotó
su rostro con las manos antes de levantarse y mirar las botellitas. Había
gastado la mitad de sus ahorros en ellas, pero la fortuna le sonrió de que cada
botella tuviera tres dosis, así que podría usarlas en otro momento. Miró de
nuevo la ventana y se sorprendió de que ya era noche cerrada. ¿Se había quedado
dormido sin darse cuenta?
Apagó
la vela un momento y miró al exterior. La luz de la luna era toda la
iluminación salvo unos pocos farolillos que imaginó eran las guardias del
templo. Se giró hacía los frascos y tomó el primero, bebiéndolo. El sabor a
zanahoria era demasiado evidente, así que casi tosió cuando tomó la dosis y
dejó el cristal en el mueble. Carraspeó mientras hacía aparecer su armadura y
repasaba mentalmente todos los sitios que pudieran hacer ruido, sabiendo de
antemano que era una precaución innecesaria después de tomarse la segunda
poción. Sus ojos empezaron a ver en la oscuridad tan claramente como si fuera
de día, y mirando su reflejo sonrió al ver que sus ojos negros se habían vuelto
amarillos como los de un gato. La poción estaba haciendo efecto.
Tomó
la segunda poción y siguió haciendo movimientos ligeramente ruidosos. Pensó en
lo útil que le hubiera sido que su cuerpo hubiera pertenecido a un sacerdote de
la noche y no de la magia, ya que los primeros podían ver en la oscuridad, pero
se alegró cuando los sonidos de su armadura se silenciaron completamente. Pisó
con fuerza para comprobarlo, y al no emitir sonido alguno comenzó con su plan.
Se tomó la tercera y más cara de las botellas, cerró la puerta con cerrojo y
abrió la ventana mirando hacia abajo. Cuatro o cinco metros de altura no serían
nada, así que puso un pie en el alfeice en el mismo instante en que este
desaparecía. Saltó hacia el exterior y cayó en un perfecto silencio, y se
escondió hasta que todo su cuerpo se desvaneció en el aire.
Las
tres pociones que había comprado eran los hechizos para ver en la oscuridad,
para desonorizar sus sonidos y para desvanecer su cuerpo. Dos de las tres
fueron simples y medio baratas, pero la última había tenido que hablar con uno
de los alquimistas del mercado negro, y era muy cara, más que todo lo que
llevaba encima, y era la que menos duraba, por eso se la tomó al final. Pero no
eran infalibles. Sus ojos veían perfectamente con poca luz, y no emitía sonido
alguno, pero la invisibilidad no era tal. Si uno se fijaba bien podía ver como
si estuviera al otro lado del cristal de una casa resguardada de la lluvia, y
la propia agua hacía inútil ese hechizo. Sin contar con que todas sus defensas
mágicas habían caído en picado como efecto secundario del hechizo desvaneciente.
El del
mercado negro lo dejó bien claro. Un paquete de pociones para actividades
deshonestas.
Sin
embargo estaba más cómodo moviéndose que quieto en el cuarto de la pensión, y
como no sentía nada de animadversión por los sacerdotes de ese templo prefería
no tener que enfrentarlos. Era su trabajo al fin y al cabo, y eso lo respetaba.
Pasó a
la plaza de la isla y se dirigió hacia el templo propiamente dicho, esquivando
a los sacerdotes que iban haciendo guardia con las luces. Los evitaba porque si
la luz le daba la distorsionaría y sabrían que estaba ahí, así que la discreción
no estaba de más.
Subió
las escaleras y al poner el primer pie dentro sintió la fuerza que había en el
lugar. Notaba como dormía la guardiana y varias otras presencias por los
alrededores. Varios espers estaban ahí, por lo que solo le quedó rezar a Doom
de que no le vieran. Subió las escaleras en silencio total, pero cuando llegó
hasta arriba el hechizo de transparencia desapareció. En el centro, debajo de
donde estaba antes el cristal del viento, había una figura alta con armadura
blanca de rodillas. Delante de la persona había una lanza corta y un escudo
romboide. La armadura completa, blanca y dorada, cubría por completo su rostro
y formas, por lo que Lomehin no podía adivinar si era hombre, mujer, humano o
viera. Pero sus intenciones fueron claras cuando se levantó con las armas en
ristre.
-Me
avisaron de que alguien llegaría. -Dijo desde detrás del yelmo el paladín.
Señaló a Lomehin con la lanza. -Luchaste con los sacerdotes submarinos.
¿Verdad? Ellos me hablaron de ti. -Bajo la lanza y esta se mantuvo derecha,
pero lo que llamó la atención era lo que su contrario tenía en las manos: un
pedazo del cristal del viento. -Esto me fue entregado por la Guardiana, es el
único pedazo de cristal que queda, tu objetivo.
-¿Cómo
sabes por qué vine? -Preguntó él con la voz distorsionada por el yelmo.
-Ha
habido otros como tú. -Contestó el paladín con frialdad, guardando el pedazo
del cristal y tomando la lanza. -Otros que ansiaban el poder de los cristales.
Para su oscuro señor... para riquezas... para la vida eterna... Muchas son las
razones por las que venden sus almas. Todo a cambio de un pequeño sacrificio.
Pero no llegarás, oscuro, a ver realizado tu deseo. -Se puso en guardia, y
Lomehin podía sentir la fuerte presión que aquel guerrero emanaba. -Porque hoy morirás
en este templo.
El
caballero oscuro sacó lentamente su espada y la tomó con ambas manos. En otras
circunstancias se habría mofado del paladín y le hubiera dicho que si no
llamaba a más como él no podría ni rozarle, pero en ese momento se lamentaba de
no tener un buen escudo a mano. Para manejar una lanza con dos manos se
requiere fuerza y habilidad, pero para hacerlo con una mano... o la lanza era
más ligera, cosa que dudaba, o el paladín tenía una fuerza increíble en su
brazo. Debería evitar a toda costa que le golpeara, no fuera a ser que le
atravesara a su armadura y a él mismo.
El
viento sopló haciendo que sus capas se azotaran contra ellos mismos. Nunca
había sentido que su capa le molestara tanto, pero un movimiento en falso en
ese momento hubiera sido fatal. Sus ojos todavía estaban bajo los efectos de la
poción, por lo que todavía veía perfectamente con la poca luz que tenía, pero
sentía que todo a su alrededor se desvanecía.
Un
trueno a la lejanía hizo que ambos se lanzaran al ataque. El golpe de Lomehin
fue detenido por el escudo del paladín, pero pareció sorprenderse al recibir
con fuerza el embiste, pero la fuerte lanzada del blanco caballero hizo que se
moviera a tiempo para evitar que atravesara el vientre del moreno. La velocidad
del paladín contrastaba con la fuerza del Caballero Oscuro, y por cada golpe
que se daban un chorro de sangre teñía el suelo del templo.
El
paladín se apartó de un salto y un aura turquesa lo envolvió, pero Lomehin
levantó una mano y le lanzó un rayo que impactó en el pecho del blanco. Este
gruñó y haciendo girar su lanza un fuerte vendaval se levantó en dirección
donde el moreno se empezaba a cubrir de oscuridad. Los vientos cortantes
laceraban su piel, y apretando los dientes se dirigió corriendo a su contrario.
Desde el momento en que la Umbra de Doom aparecía, su energía vital disminuía a
la par que la oscuridad le brindaba poder, así que debía acabar rápidamente con
el siguiente golpe. Descargó un fuerte corte que partió el escudo en pedazos
pero no pudo golpearle al de blanco de puro milagro. Un aura blanca cubrió al
paladín y descargó un fuerte golpe contra Lomehin, haciéndole sangrar, y ambos
saltaron hacia atrás.
-Acabarás
cayendo. -Dijo jadeante el paladín.
-¿Tú
crees? Yo pienso que estamos parejos. -Contestó el caballero oscuro igual
cansado y sujetándose el corte del vientre.
-Quizás,
pero yo puedo curarme y tu no.
Acto
seguido el aura turquesa volvió al paladín, y Lomehin chasqueó la lengua...
Pero tomó su espada y pasó su mano por la hoja, y esta se volvió roja como el
fuego. Si pensaba ganar con facilidad, iba a llevarse una sorpresa.
Salió
corriendo hacia el blanco, y pudo conectar su espadazo. Inmediatamente notó
como la habilidad que usó surtía efecto, y el paladín miró hacia la herida del
de negro con extrañeza.
-Arma
sangrienta. -Explicó Lomehin con una sonrisa que no podía ser vista. -Por cada
gota de sangre que derrame al golpearte, mi espada la absorberá y me la dará a
mí. No creas que no puedo curarme.
-Ya
veo... entonces esto será una batalla por ver quien se agota antes.
El
combate siguió. Una sombra blanca y una sombra negra con chispas doradas en el
centro y chorros de sangre a los alrededores de ambos. Poco a poco comenzaron a
cansarse, y los efectos de la poción se desvanecieron cuando el sol comenzaba a
salir por el este. El cansancio y los nervios estaban haciendo mella en el
caballero oscuro, y su armadura ya tenía demasiados espacios por los cortes de
la lanza del paladín. Estaba siendo la batalla más dura que jamás había tenido,
pero debía acabar con ella lo antes posible.
La
oscuridad lo envolvió hasta dejar solo una silueta de sombras, y golpeó con
tanta fuerza que partió la lanza del paladín y le hubiera roto la cabeza si no
hubiera saltado hacia atrás, pero el yelmo se le dañó por el ataque y llevó su
mano para quitárselo, algo que Lomehin aprovechó para correr hacia él y darle
el golpe de gracia, pero se detuvo al ver el rostro libre del paladín.
Era el
rostro de Imara.
Esa
décima de segundo fue lo que necesitó la paladín para enterrar la hoja de su
lanza rota en el costado del caballero oscuro, y lo lanzó al suelo de una
patada. El dolor le recorrió entero y sintió la sangre en la boca, y en el
suelo supo que, contra todo pronóstico, había sido derrotado.
La
Umbra de Doom desapareció por completo, y sintió cada uno de los cortes que
Imara le había regalado en el combate, y la propia bendición de la diosa de la
noche también le estaba afectando a sus propios nervios. Conforme sentía el
dolor también sentía otras cosas. Alegría por el hecho de que Imara no hubiera
muerto. Tristeza por morir tan lejos de su casa. Rabia por no poder llevar a
cabo la Peregrinación. Certeza de saber, en ese último momento, de que debía
haber ido con Ankar y los demás.
Imara
estaba sobre él y lo miraba con dureza. No había odio ni desprecio, solo
dureza.
-Veamos
antes de matarte el rostro monstruoso del servidor de los demonios. -Dijo ella
agachándose, pero con dificultad el moreno tomó la mano de ella.
-No
sirvo a los demonios... -Dijo él cansado. Ella frunció el ceño. -Solo sirvo a
un bien mayor, para ayudar a los que llegaron antes que yo.
-¿Qué
quieres decir?
-Me encargaron
la búsqueda de los cristales y conservarlos en los brazaletes que llevo. -Dijo
Lomehin con dureza. Pero suavizó la voz con una sonrisa invisible. -Por si el
grupo de la peregrinación fallaba o necesitaban ayuda... Pero seguramente no me
necesiten más. -La miró a los ojos desde su yelmo. -Perdóname, Imara... Pero
creo que tendré que faltar a nuestra cita de mañana...
La
elfa abrió los ojos sorprendida, y le quitó el yelmo con la otra mano,
lanzándolo lejos. Lomehin sintió casi como si le arrancaran el cuero cabelludo
por la sangre pegada al casco, pero la sorpresa de la chica hizo que no pensara
en eso.
-Lomehin...
-Susurró, y se puso de rodillas a su lado. -¿Por qué no me dijiste...?
-¿Mi
misión? -Él sonrió cansado. -No me habrías creído. -Tragó saliva. -Al fin y al
cabo tengo todas las características que dijiste... ¡Ah! ¡Dioses! -Gritó cuando
Imara arrancó la lanza. La sangre salió a borbotones.
-Perd...
perdona... -Se excusó la chica, y comenzó a curarlo con la luz turquesa. Se
quedaron en silencio unos segundos. -Es la segunda vez que sangras por mi
culpa.
-¿Por
qué me estás curando? -Preguntó extrañado el caballero oscuro. Ella se quedó en
silencio. -¿Y si te mentí? ¿Y si solo espero la oportunidad para rematarte?
-Alguien
que juega con los niños como tú lo hacías no pudo haber vendido su alma...
-Contestó la paladín, concentrada. -Y tus ojos... nunca mostraron maldad...
Lomehin
la miró extrañado, y se dejó caer, completamente derrotado. En cierto modo sí
le había mentido, ya que tenía la total certeza de que Lemnar no lo había
enviado por el motivo que había dicho. Pero algo dentro de él decía que eso era
exactamente lo que estaba haciendo. No era siquiera un pensamiento... podría
decirse que era más bien un instinto.
Y fue
el instinto lo que le avisó de que alguien venía por las escaleras. Ambos
miraron y vieron llegar a varios guardias del templo, incluyendo al elfo que le
dio la bienvenida al llegar al templo.
-¿Todo
bien? -Preguntó una chica viera acercándose a los dos. -Escuchamos sonidos de
pelea, mi señora.
Ambos
se miraron, e Imara sonrió.
-Sí,
hubo una batalla. -Contestó la elfa. -Una criatura demoníaca vino a atacar el
cristal mientras yo meditaba y me atacó, y llegó este caballero a ayudarme,
pero se llevó la peor parte.
La
viera vio a Lomehin.
-¿Quieres
que te ayude?
-Solo
a llevarlo. -Dijo la rubia. -Yo me ocuparé de su curación.
Entre
varios pudieron llevar a Lomehin hasta un cuarto bastante amplio del templo, y
lo dejaron a solas con Imara, que se quitó la armadura y la ropa llena de
sangre, quedando desnuda delante del moreno. Él la miró y vio las heridas que
le había proporcionado.
-¿Por
qué dijiste eso?
-No...
no lo se. -Contestó ella sacando un paño, mojándolo y quitándose la sangre de
su cuerpo. -Si hubiera dicho que estábamos luchando, te habrían linchado.
-Es lo
que merezco...
-No
digas eso. -Le amonestó ella, y cuando terminó se acercó, desnuda como estaba,
a él y le empezó a quitar la armadura. -Dejé tu equipo hecho unos zorros.
-Y no
conozco a ningún buen herrero... -Dijo él sonriente, pero la armadura estaba
realmente en muy mal estado.
-¿Dónde
dormías? -Preguntó ella dejando las piezas de protección en el suelo. -¿Tienes
equipo de reserva?
-No,
no tengo... estaba en la pensión. En mi bolsillo tengo la llave.
Imara
metió la mano y sacó la llave, se puso un camisón y abrió la puerta, saliendo.
Lomehin aprovechó para ver el cuarto. La cama era grande, con dosel, sobre una
alfombra wutareña muy cara. Las ventanas tenían una cristalera de colores con
mosaicos sobre pájaros, con cortinas gruesas de color verde jade. Seguramente
para evitar que entre el sol desde el este y el frío en el invierno. O muy
lejos había una chimenea apagada con una mesa delante acompañada de dos sillas.
En las paredes había cuadros muy bellos de paisajes y algunas armas y armaduras
expuestas. Un enorme armario estaba frente a la cama con dosel, de un diseño
hermoso de estilo élfico.
Trató
de levantarse, sintiendo el dolor en todo su cuerpo. Se quedó sentado en la
cama, mirándose. Todavía tenía sus ropas, pero le daba miedo, ya que estaban
pegadas a su cuerpo por la sangre de sus heridas. Aun le dolía la cabeza de
cuando Imara le quitó el yelmo...
La elfa
entró de nuevo, pero lo hizo acompañada de algunos sacerdotes que traían una
bañera y agua en cubos. La pusieron delante de la chimenea y la llenaron, y se
fueron sin decir nada.
-Tus
compañeros no están muy contentos... -Comentó Lomehin. Imara sonrió.
-Es
que los has dejado en ridículo al haber llegado antes que ellos. -Dijo ella, y
el moreno vio como dejaba unas ropas oscuras en la mesa. -Ellos debían proteger
el templo y un extraño lo hizo por ellos. Ven, vamos a la tina. -Dijo mientras
lo ayudaba a levantarse.
-¿Con
ropa y todo?
-¿Quieres
que te la quite llena de sangre seca?
-Touché...
Cuando
su cuerpo tocó el agua casi gritó del dolor al notar las heridas todavía
abiertas ardiendo, pero gracias al agua caliente la elfa pudo quitarle la ropa
con más facilidad sin dolerle tanto.
-Esta
agua huele a flores. -Dijo Lomehin cuando pudo volver a hablar. Sentía todavía
como sus heridas ardían pero ya era tolerable.
-Son
hierbas fuertes para poder curar heridas profundas. -Explicó Imara mientras
quitaba las rotas vendas de tela más pegadas. -Las plantamos en el Templo como
medida preventiva, por si la magia no es suficiente.
-Es
una medida extraña en un mundo mágico. -Comentó el caballero oscuro apretando
los dientes al sentir como lo estaban pelando como a una patata hervida. Imara
asintió.
-Muchos
piensan así, pero hay varios que no pueden permitirse los servicios de un mago
blanco, sobre todo entre los más pobres. -Explicó ella echando más agua sobre
el hombre. -Las zonas de los suburbios de la capital están controladas por
cárteles que monopolizan el mercado de la magia blanca, y nosotros tratamos de
ayudar como mejor podemos.
-Siempre
hay almas podridas. -Dijo Lomehin después de ver que no tenía más ropa pegada,
y suspiró de satisfacción.
-Queremos
solucionarlo, pero no se exactamente cómo. -Explicó ella dejando la ropa
rasgada a un lado y miró al moreno. -Creo que la ropa que elegí te irá bien.
-Hay
una manera de acabar con el cártel. -Dijo él serio. -Es rápido y fácil.
-No
puedes solucionarlo todo a base de espadazos. -Respondió ella riendo.
-Depende
de la espada y de quién la empuñe. -El caballero oscuro se tocó la herida de la
lanza, sintiendo en sus dedos la sangre coagulada. -Dejará cicatriz.
-Lo
siento...
-No
tienes porqué. -Le sonrió él. -Aunque debería haber ido con los demás.
-¿Te
refieres al grupo de los cristales? -Preguntó la elfa, y él asintió. -¿Los
conoces?
-Conozco
al líder, Ankar. Es un dragontino de cabello blanco. -Explicó mientras se
miraba el resto de heridas bajo el agua ya oscurecida. -Es un buen hombre,
luchamos juntos contra Ifrit.
Imara
se quedó en silencio mientras dejaba la ropa sucia y destrozada de Lomehin en
una cubeta y traía otra con agua limpia. Echó algo de agua en la cabeza del
moreno y con las manos le empezó a quitar los coágulos del cabello.
-¿Te
vas a ir pronto? -Preguntó ella.
-Debo
llegar al Templo del Árbol Eterno. -Respondió él serio. -Quizás con un poco de
suerte encuentre a Ankar y a los suyos.
-...
Se han separado.
-¿Qué
quieres decir?
-Las
personas de la posada me lo dijeron. Se separaron en dos grupos, uno se fue a
Burmecia y el otro los esperaría en Kolinghen.
-¿Sabes
en qué parte de las comarcas?
-Creo
que a las capitales. El albino fue a Burmecia.
El
agua que ella le echó de nuevo en la cabeza lo tomó desprevenido, pero ya no
tenía dolores en las sienes ni en el cuero cabelludo.
-Podrías
quedarte. -Dijo ella, pero no tenía fuerza en sus palabras.
-Sería
muy agradable. -Confesó Lomehin, dándose cuenta de que era verdad. -Podría
entrenar reclutas para el templo, y estaríamos juntos todas las noches.
-Pero
no lo harás. -No era una pregunta.
-Sabes
lo importante que es mi misión...
-Algo
más te preocupa.
-Si...
El que me dio la misión no es de fiar. -Respondió al final él.
-Te
dio otra misión.
-No
exactamente, pero... creo que espera otra cosa de mi.
-¿Y
cuál es el castigo por no llevarla a cabo?
-Seguramente
la muerte.
-¿Y no
hay forma de evitarlo?
-Quizás
si estuviera con los demás...
Se
quedaron callados mientras Lomehin salía de la enorme tina de agua, y mientras se
secaba solo escuchaba el crepitar de la chimenea. Al girarse, Imara le dio unas
prendas negras y verdes.
-Me
sentiría más tranquila si no fueras por toda Gaia tu solo. -Comentó ella
sentándose y vistiéndose. Lomehin asintió.
-Llevó
demasiado tiempo viajando solo. -Confesó el moreno. -Hay cosas que es mejor
hacerlas en grupo.
-¿Cuándo
te irás...?
El
caballero oscuro miró a la paladín, la cual tenía un camisón reforzado y un
pantalón de color verde con bordes dorados. Le resultaba tan extraño ver esa
enorme femineidad en una mujer que hace unas horas luchaba a muerte contra él,
pero sonriendo se acercó a ella para apartarle un mechón rebelde de cabello.
Ella se ruborizó hasta las orejas.
-Tres
días. -Dijo él. -En tres días me marcharé para encontrarlos en el río entre las
comarcas de Burmecia y Kolinghen.
-¿Qué
harás mientras?
-Voy a
ayudaros con ese cártel. -Dijo con una sonrisa peligrosa. -Al menos eso te
debo.
-No
puedes matarles. -Dijo Imara riendo de nuevo. -Va contra la ley.
-¿Y si
es por una recompensa? -Preguntó él. -La cosa cambia. ¿Verdad?
-¿Y
qué recompensa quieres? -Preguntó ahora ella.
-Eso
te lo digo después. ¿Quieres venir? Te aseguro que será provechoso.
-¿Y el
cristal?
-Puedes
dármelo después.
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Tres
días después, Lomehin estaba preparando su chocobo en los terrenos del templo
cuando el amanecer todavía no despuntaba. Habían hecho ejercicio de varias
formas diferentes y había conseguido nuevos suministros, pero su armadura había
acabado destrozada por el combate con Imara. Había estado buscando un herrero
para repararla, pero no habían expertos en ese tipo de herrería en la capital.
Le habían explicado que tanto en las fronteras de Tycoon como en las comarcas
de Burmecia y Kolinghen tenían mayores conocimientos de las armaduras de
caballeros oscuros que en la capital del viento, así que debería buscar ahí,
pero hasta entonces debería ir sin armadura.
Sintió
un movimiento detrás de él, y al mirar se encontró a Imara con el cabello
suelto bailando al viento con su vestido domés verde y dorado. El mismo que
tenía cuando se conocieron.
-No te
gustan las despedidas. ¿Verdad? -Preguntó ella. Él sonrió triste.
-No me
gustan las palabras tristes. -Contestó suspirando, y puso los brazos en jarras.
-Nunca me han gustado.
La
elfa se acercó a él y tomó las manos de Lomehin. Él sintió un objeto en ellas.
-Un
regalo de despedida. -Dijo Imara, y al mirar, vio una figura de un halcón con
una cadena. -Les pedí a los herreros del templo que la forjaran para ti, pero
para darle las propiedades oscuras deberás encontrar a la persona adecuada, y
aquí en la capital no las hay.
Lomehin
tomó el dije y lo observó bien. La cadena era gruesa y fuerte, y el colgante
del ave tenía las alas extendidas en dirección a la cadena. Se lo puso y activó
el objeto mágico, y su cuerpo fue cubierto por una luz cálida para dar paso a
una nueva armadura. Tenía hombreras anchas hechas de un metal oscuro, con
bordes dorados, y su yelmo era bastante simple pero con dos alas emplumadas. Se
miró los brazos para descubrir que sus brazaletes estaban sobre sus
guanteletes.
-Es
magnífica. -Le confesó él, y tocando su pecho con los brazaletes la armadura,
esta desapareció. -Es un regalo espléndido. Muchas gracias.
-Esto
es todo lo que puedo hacer después de haberte roto la armadura.
-Pensé
que era la recompensa por encontrar a esos bastardos.
-Ya te
di esa recompensa. -Dijo Imara riendo, pero luego se puso seria. -No esperaba
que fueran tantos...
-Tienes
razón, y me escama todavía muchas cosas que vimos en su guarida. -Secundó
Lomehin serio también. -¿Informarás a la guardia de esto?
-Debo
hacerlo, pero no lo haré con la guardia. -Sonrió sin gracia la chica. -Mi
puesto me permite hablar con la gente más adecuada, como la duquesa Sarisa, la
hermana de la reina.
-Ya veo,
tener título hace las cosas más fáciles. -Dijo él sonriendo.
Fue
entonces que el viento se levantó en los terrenos del templo, haciendo que su
capa se moviera furiosamente junto al largo cabello de la elfa. El sol estaba
empezando a iluminar débilmente el lugar, dándole el aspecto feérico de un
cuento de hadas. Lomehin inspiró fuerte, y miró a Imara.
-Es la
hora. Ragnarok me manda una señal con esa brisa.
-Ten
cuidado con esos malnacidos. -Dijo la elfa seria. -Estoy segura de que habrán
más en otro lugar, y que hayamos acabado con los de Tycoon seguramente habrá
activado sus alarmas.
-Me
preocupa más Ankar... -Le confesó el caballero oscuro sacando de su zurrón
lleno un colgante que había conseguido en la última escaramuza. -Esta gente
parece tener algo en contra de los dragontinos y los dragones.
El
colgante en cuestión lo había arrancado del cadáver de un esclavista, y era una
serpiente alada. Era un colgante gremial, de esos que los gremios de
aventureros usan para identificarse, y en el reverso venía el nombre del gremio
en cuestión.
WyrmSlayer.
Cazadores de Dragones.
Según
lo que Imara le había contado, cazar dragones estaba penado por ley salvo raras
excepciones. En otras circunstancias podrían ser un gran aliado contra Lemnar,
pero lo que había visto había hecho que los despreciara desde el fondo de su
alma... al menos, a los participantes más activos de ese gremio. Las palabras
de odio, el racismo, el clasismo que demostraban todos ellos... le recordaba
demasiado al lugar de donde venía. Y no eran recuerdos agradables.
Guardó
el colgante en su zurrón y se acomodó bien la capa y la ropa. Llevaba una nueva
y larga daga a la espalda, casi parecida a una espada corta, y a su lado su
fiel espada oscura. Tomó las riendas del chocobo y, cuando estuvo a punto de
subir, Imara lo tomó del brazo.
-Prométeme
que seguirás con vida.
-Te lo
prometo.
-No me
sirve solo eso.
-Te
juro por los dioses que me mantendré con vida.
-¿Volverás?
Lomehin
se quedó en silencio unos instantes antes de sonreír.
-Es
más que probable.
La
elfa, no contenta con sus palabras, besó a Lomehin bajo la luz del amanecer,
mientras el sol iluminaba a la pareja y hacía brillar los brazaletes de él, con
uno de ellos cambiado al material de jade en vez de metal negro, con una
esmeralda adornándolo.