Hicieron
que sus chocobos se detuvieran en una pequeña estepa a la sombra de unos
árboles. Ankar se hizo visera con la mano para evitar un poco el sol en los
ojos, y asintió.
-Vamos
a acampar aquí. -Dijo el dragontino mirando atrás.
-¿Por
qué? Todavía hay luz suficiente. -Dijo Ylenia mirando al cielo. El sol estaba
empezando a teñirse de carmesí, pero todavía faltaban algunas horas para que se
ocultara.
-El
problema no es la luz, si no lo que hay en la propia comarca de Burmecia.
-Explicó Ankar mientras bajaba de su chocobo y ayudaba a Lylth a bajar, ya que
compartían chocobo.
-¿A
qué te refieres? -Preguntó Dreighart bajando del chocobo de Ylenia. -¿Sabes
mucho de esta comarca? Pensé que eras de Lix.
-De
hecho, sí soy de la comarca de Lix. -Aclaró el dragontino mientras ataba las
riendas de su chocobo en el árbol más cercano.
-¿Entonces
no deberías ser parte del ejército lixeño? No lo entiendo.
Ankar
se rio mientras se acercaba a los otros tres. Aunque no entendían la orden,
habían empezado a preparar el lugar para acampar. Lylth estaba preparando una
pequeña hoguera, Dreighart estaba preparando las tiendas de campaña e Ylenia
tenía la tarea de preparar la carne para ese día.
-Originariamente
me pusieron bajo la tutela de un dragontino en Burmecia cuando era niño.
-Empezó a decir Ankar mientras ayudaba a Ylenia con los preparativos de la
comida. -De eso hace ya muchos años. Viví en la capital viera durante un tiempo
aprendiendo de mi primer maestro antes de que falleciera y volviera a Lix.
Después de unos largos años, conocí a mi actual maestro. Es mucho más joven que
yo, pero es muchísimo más talentoso, y me aceptó como aprendiz sin muchas
reservas.
-Tu
actual maestro es el gran general Kain. ¿Verdad? -Preguntó Ylenia cortando un
trozo de carne. Ankar asintió. -Entonces estuviste en la Guerra de las Sombras.
-Si,
pero fui asignado a la retaguardia de Burmecia. -Confirmó él.
-Entonces
eres un héroe de guerra. -Dijo Dreighart mirándolo, pero Ankar empezó a reír.
-Es
cierto que algunas personas pueden pensar eso, pero lo único que nosotros
hicimos fue proteger a nuestros seres queridos. -Explicó el albino mientras
Lylth terminaba de preparar el fuego. -Sin embargo, no soy un héroe de guerra.
Ese término se reserva a personas como el rey Cecil o la reina Garnet. Yo solo
soy un veterano de guerra, nada más.
-¿Cómo
fue la Guerra de las Sombras? -Preguntó Lylth, que había sacado un pequeño
caldero de su alforja. -Yo no había nacido todavía.
-Bueno...
fue bastante horrible, la verdad. Murieron cinco de los siete monarcas de la
época. -Explicó Ankar mientras se sentaban todos alrededor del fuego. La maga
blanca había puesto el pequeño puchero en la hoguera y estaba poniendo carne de
las alforjas a asar con palos. El albino fue levantando los dedos. -Murieron el
anterior rey de Baron, el padre adoptivo del rey Cecil... la reina Brahne,
madre de la reina Garnet... los reyes de Eblan... la familia real de Damcyan al
completo... y el rey Richard Highwind de Tycoon. Casi acaban también con los
daimios de Doma y la reina Fran de Burmecia estuvo bien por mantenerse neutral
hasta casi el final de la guerra.
-El
perpetuador de los reicidios fue la Mano de la Reina Brahne. ¿Verdad? -Preguntó
Ylenia echando un poco de hierba en el fuego recién encendido. -Creo recordar
que se llamaba Kuja.
-Kuja
Tribal, el hermano mayor del actual rey consorte de la reina Garnet. -Dijo
Dreighart sorprendiendo a todos. -Oye, te lo creas o no, me gusta estar
informado de la historia de nuestro mundo. Que sea de un barrio bajo no
significa que sea inculto.
-Solo
me sorprendió, eso es todo. -Rio Ankar. -Pero si, ese era el nombre. Kuja
Tribal y su compañero de fechorías, Kefka Palazzo. Eran las dos manos de la
reina Brahne, y fueron ellos los que llevaron a cabo toda esa guerra.
-¿Tienes
muchos contactos ahí? -Preguntó Ylenia, a lo que Ankar asintió.
-Siendo
sinceros, sí, bastantes. Pero cuando lleguemos allí ya os explicaré bien todo.
-¿Son
muy caras las posadas en Burmecia? -Preguntó ahora Dreighart tocando su carne.
-Para ver cómo preparar el dinero.
-¿Posadas?
No te preocupes por eso, Dreight. -Le contestó Ankar moviendo la mano para
quitarle importancia. -Más importante. ¿Qué andas haciendo en esa olla, Lylth?
Los
tres miraron a la maga blanca que estaba haciendo una especie de mejunje de color
rojo suave, y había metido multitud de ingredientes que a todos les resultaban
extraños. La chica los miró sonriente.
-Oh,
no es la gran cosa. Es una poción para transformarse en otra persona. -Dice
ella echando unas ramitas de algún tipo de planta.
-¿Poción
de polimorfar? -Preguntó asombrado Ankar, a lo que los tres lo miraron.
-¿Cómo
conoces el nombre de la poción? -Preguntó la de cabello rosa.
-Bueno,
la he visto funcionar en alguna ocasión, y me informé un poco de ella.
-Pues
eso mismo, por eso digo que no es la gran cosa. -Se carcajeó la maga blanca.
-¿Qué
no es la gran cosa? -Preguntó Ylenia extrañada. -Dices que esa poción hace que
te conviertas en otra persona. ¿Y no es la gran cosa?
Lylth
no dejaba de reirse mientras sacaba un pequeño vaso de madera de su bolsa y lo
dejó al lado del fuego.
-En
serio, te lo aseguro. Hay tres niveles de esta poción, y esta es la más
sencilla, la más... digamos, asequible. Si usara el último nivel entonces
aceptaría que estuvieras tan sorprendida.
-¿Quién
te enseñó a prepararla? -Preguntó con curiosidad Dreighart mientras veía como
burbujeaba la mezcla rojiza. -Porque imagino que no es una poción precisamente
fácil de aprender.
-La
mujer que me enseñó la magia blanca también era una gran alquimista. Aprendió
muchísimos tipos de pociones y brebajes diferentes en sus viajes y me los
enseñó a mí. Aunque esta poción no la vendo, es de uso exclusivo. -Dijo riendo.
Olió fuerte el mejunje y asintió. -Bien, creo que ya está lista. No os
asustéis. ¿Vale?
Tomó
una buena ración con su vaso de madera y limpió los restos en el recipiente con
un pequeño pañuelo. Sopló un poco y se tomó todo el contenido. Hizo una mueca
de asco.
-Nunca
me acostumbro al mal sabor. -Dice ella.
-¿Qué
querías decir...? -Empezó a preguntar Ylenia, pero se quedó callada de golpe.
La
altura de la chica empezó a aumentar, su busto y caderas no cambiaron casi en
nada, lo que impactaba ya que su cintura si se hizo más pequeña dándole una
cintura de avispa, mientras que su piel se oscurecía ligeramente, no siendo ya
tan pálida como era. Sus ojos, de verde hierba con la pupila en espiral,
pasaron a ser de un color miel claro, casi dorado, con la pupila normal, y el
cambio más radical fue el del cabello, que desde la raíz pasó de rosa chillón a
un rojo fuego intenso. Las orejas de Lylth se estiraron hacia arriba, dándole
todo el aire de una chica elfa mestiza.
El
asombro se reflejó en el rostro de Ylenia y Dreighart mientras Lylth se
estiraba hacia arriba. Al mirarles, les sonrió ampliamente.
-Ni
que viérais a un fantasma. -Dijo la chica, aunque su voz era algo más aflautada
ahora.
-Guau...
quiero decir... guau... -Los balbuceos de Dreighart hicieron que Lylth soltara
otra carcajada y le tocó en el hombro.
-Dreight,
cariño, se te está cayendo la baba. Se que estoy buena pero trata de disimular
un poco. -A lo que todos, incluyendo al ladrón, soltaron una carcajada.
-Sinceramente...
me has dejado alucinada. -Dijo después de reír Ylenia. -Es la primera vez que
veo algo así.
-Aunque
la transformación es algo incómoda. -Le contestó Lylth moviendo los brazos de
un lado a otro haciendo estiramientos. -Si usas esta poción para convertirte en
alguien de una raza más grande o más pequeña, sientes como los huesos se
amoldan a la raza a la que estás transformándote, y es bastante incómodo.
-¿Duele?
-Preguntó Dreighart curioso.
-No,
no duele... aunque claro, eso es porque has de saber perfectamente cuanta
hierba del sueño usar. -Contestó ella.
-¿Hierba
del sueño? ¿La misma hierba del sueño que se usa para fumar y produce alucinaciones?
-Preguntó ahora Ylenia mirando la pequeña olla.
-Más
o menos. Depende de como se prepare, la hierba del sueño sirve para producir
alucinaciones si se fuma en una pipa domesa, es cierto. Pero también hay formas
de utilizarla para convertirse en un fuerte analgésico, un anestésico e
incluso, dependiendo de la forma, puede ser un antibiótico. Pero como la
mayoría de la gente solo conoce los usos ilegales de esa planta no podemos dar
a conocer cuanto usamos esa hierba.
-Vaya,
no sabía nada de eso. -Confesó la guerrera acercándose a la olla y oliéndola.
-Y lo mejor es que no huele para nada a esa horrible peste que hacen cuando la
queman.
-Oh,
dioses, odio ese olor. -Dijo entonces Ankar. -Se pega a la piel, a la ropa, al
cabello, a la nariz...
-Sí,
es asqueroso, te sigue por horas. -Asintió Dreighart riendo. -Y luego te echan
la culpa de que eres tú quien ha estado fumando esa mierda.
Rieron
un poco más mientras comían la carne con tranquilidad. El sol estaba empezando
a descender y el color dorado del cielo se distorsionaba por la lejana niebla.
-¿Cómo
debemos llamarte ahora, entonces? -Preguntó Ankar en un momento dado. -Porque
imagino que si te estás tomando todas las molestias de que no te reconozcan es
porque no quieres que alguien sepa que vas.
-Exacto.
-Asintió Lylth después de acabar con su carne. -Mientras estoy en esta forma,
utilizo normalmente el nombre de Astafire Vientosolar, así que os pediría que
me llamárais así mientras sea una elfa. ¿Me echas una mano con algo, Ylenia?
-Dijo de repente sacando unas botellas de poción vacías.
-¿Qué
necesitas? -Preguntó la guerrera.
-Voy
a guardar el resto de la poción para utilizarla más tarde. No son tan extensos
sus efectos, y prefiero estar lista para cualquier cosa.
-¿No
podremos decirle a nadie tu nombre real? -Preguntó Ankar.
-No,
por favor. Burmecia tiene mil oídos y ochocientos de ellos suelen ser de gente
de no muy buen vivir. Y quiero seguir viva al final de este viaje. -Contestó
Astafire, y miró a Ankar. -Sin ofender.
-Oh,
no me ofendo, es cierto que en ciertas zonas de la capital burmeciana hay gente
no muy... educada.
-Por
decirlo de una manera suave. ¿Verdad? -Preguntó Dreighart riendo, a lo que
Ankar asintió sonriente.
-Exactamente.
-Asintió él terminando su carne. -Curiosamente me he encontrado a más gente
decente en los barrios bajos que entre la burguesía y la nobleza.
-¿Estás
en el ejército también? -Preguntó extrañada Ylenia. -Porque es la única manera
que se me ocurre de que te encuentres con nobles.
-Bueno,
Baron tiene un programa de intercambio con otros países. -Empezó a explicar el
dragontino. -Esto empezó después de la Guerra de las Sombras, ya que Burmecia y
Baron han sido siempre aliados, empezaron enviando a un grupo de soldados
baronianos a Burmecia, y viceversa. Y como yo tenía una historia allí, pensaron
inmediatamente en mi escuadrón para empezar las pruebas. Resultó un éxito, no
solo por nosotros, si no también por los soldados burmecianos en Baron, y
comenzaron a hacer intercambios con otros países. Un ejemplo muy claro es el
príncipe Ceodore, el primogénito de Cecil, el cual está aprendiendo las artes
de los paladines directamente de la Gran General Beatrix de Alexandría, y tengo
entendido de que cuando Erik y Alyssa, los mellizos, estén en edad, los mandarán
a otros países a aprender sus culturas y estrechar lazos.
-¿Acaso
el rey Cecil está pensando en una alianza con Alexandría? -Preguntó Dreighart
tirando el palo a la hoguera. -Tengo entendido de que la reina Garnet tiene dos
hijos, chico y chica. Podrían casar a la hija con Ceodore para formar una
fuerte alianza.
-No
será posible. -Repuso Ylenia poniendo piedras alrededor de la hoguera para
resguardar el fuego. -Por lo que tengo entendido, la heredera al trono es la
hija de la reina, no el hijo.
-¿No
son los hombres quienes tienen preferencia? -Preguntó extrañado el ladrón.
-Hace
muchos años que se cambió eso. -Explicó la guerrera. -Según he leído, los
primeros en hacerlo fueron los de Burmecia, y el resto de países tomaron la
misma temática para sus herederos. Claro, hay gente que sigue dándole
privilegios a los hombres sobre las mujeres, pero casi todo el mundo le da más
importancia al orden de nacimiento que al sexo del nacido.
-Eso
es muy interesante. -Comentó el de cabello azul. -La verdad es que es un
sistema muy bueno, así no hay malas intenciones entre hermanos.
-Siempre
habrá malas intenciones entre hermanos. -Repuso Astafire haciendo una mueca.
-Sobretodo entre los nobles, burgueses y demás gente con poder y dinero. Pocas
personas hay que no tengan rencillas familiares.
-Pero
volviendo al tema de la princesa... -Dijo Dreighart. -Si se casara Ceodore, que
es el heredero al trono de Baron, con la heredera al trono de Alexandría... ¿No
significaría que los dos reinos se unirían en uno solo?
-Quizás
en el pasado, cuando todavía no existía Wutai del Este, podrían haberlo hecho.
-Explicó Ankar. -Pero ahora hay toda una comarca entre ambos reinos, y sería un
peligro para la que está en el centro. Políticamente hablando, me refiero. Por
eso no va a haber un enlace real entre ambos reinos. Quien sabe, quizás si lo
haya con Ceodore casándose con alguna noble de Alexandría, o incluso alguien de
la familia de la reina o del rey consorte, pero la princesa está descartada.
-Ya
veo... una jugada muy astuta. Sobretodo si tiene que ver con la paz.
-Reflexionó el ladrón. -Valoran mucho la paz en estos días.
-Es
normal, hace solo veinte años que ocurrió la guerra.
========================================
La
caravana había hecho un alto de dos días por la celebración del día de muertos,
y gracias a ello habían podido comerciar con otro convoy que se había cruzado
con ellos. El grupo había conseguido un tercer chocobo para Kahad y Emberlei,
ya que el ninja se negó completamente a que compartieran los chocobos que
tenían alegando que ella era su protegida y por lo tanto era su misión proveer
de transporte. Afortunadamente no tuvieron grandes problemas ya que los de la
caravana les proporcionaron un buen ejemplar de chocobo amarillo para la pareja
a un buen precio.
Los
miembros de los carromatos eran alegres y amables, y reían mucho con las bromas
de Onizuka, amenizando el viaje. Curiosamente, Emberlei no se opuso a los dos
días de alto en el camino cuando llegó el día de muertos, e incluso participó
en la fiesta que se hizo. Entrada la noche, Hassle se acercó a ella y a Kahad,
sentándose con un pichel de cerveza en la mano, sonriente.
-¿Quiénes
son vuestros muertos? -Preguntó el viera.
-Creo
que eso es bastante personal. ¿No te parece? -Comentó Emberlei, aunque no
parecía molesta. -Espero que no te ofendas por no decírtelo.
-Oh,
no, por supuesto que no. Pero es solo una curiosidad. ¿Y tú, Kahad? ¿Tienes
muertos?
-Yo...
no lo se. -Dijo el ninja mirando al fuego del campamento. -Cuando era niño me
encontraron en las ruinas de Eblan, de la vieja Eblan, y había perdido mi
memoria. Así que no se si tengo muertos o no. Seguramente si, pero... no los
recuerdo.
-Vaya,
eso es muy triste. -Repuso el viera. Tomó un sorbo de su bebida antes de
hablar. -Yo si recuerdo a todos mis muertos... pero no se si es una bendición o
una maldición.
-¿Son
muchos? -Preguntó el teñido.
-No
tantos, pero si eran importantes. -Comentó el mago rojo. Levantó un poco el
pichel saludando a Onizuka, que se acercaba a ellos con una jarra entera.
-¿Cuáles son tus muertos, Onizuka? Si no es indiscreción.
-¿Mis
muertos? -Preguntó el samurái sentándose delante de ellos, bebiendo de la
jarra. Se secó la boca con la manga antes de hablar. -Bueno... mi primer amor,
mi madre, mi padre... supongo.
-¿Cómo
que supones? -Preguntó riendo Kahad, a lo que el pelirrojo se encogió de
hombros sonriendo.
-Bueno,
mi madre enfermó cuando estaba en su panza, y mi padre se fue de Doma para
encontrar una cura. Mi madre murió en el parto, y mi padre nunca regresó, así
que imagino que moriría en el camino.
-Vaya,
lo siento...
-No
te preocupes, pelo teñido. -Rio Onizuka y bebió de nuevo. -A nuestros muertos
no debe de gustarles que estemos tristes por ellos, por lo tanto ríe. Ríe
aunque no los recuerdes, porque en el día de hoy vienen a visitarnos aunque no
los veamos.
-Aunque
sí podemos verlos de vez en cuando. -Dijo Hassle apoyando las manos en el
suelo, recostándose un poco en la hierba del camino. -Tenemos las Cuevas de las
Almas.
-Oh,
cierto... ¿Alguno ha ido alguna vez ahí? -Preguntó Onizuka curioso.
-Yo
fui una vez. -Dijo de repente Emberlei, y todos la miraron. -Es un lugar
increíble, no he visto nunca nada igual. La vegetación que tiene es como si
estuviera sacada de épocas pasadas, algunas especies de animales que pude
llegar a ver están extintas en nuestro mundo, y la fuerza del maná que recorre
el Etéreo es tal que no podría describirla con simples palabras.
-Yo
si. -Dijo Kahad sorprendiendo a todos. -Es un lugar mágico.
Todos
se quedaron en silencio, y asintieron. La festividad en la caravana seguía
adelante hasta que el propio fuego terminó por consumirse, y la gente fue a
dormir a sus carromatos y tiendas de campaña. Pero Emberlei no podía dormir,
por lo que se levantó de sus mantas y caminó un poco por el campamento.
Cada
año era lo mismo. Había intentado reprimir esos sentimientos pero seguía
sintiendo un fuerte malestar en el pecho siempre que llegaba la fecha del día
de muertos. Ella era atea, pero había visto espíritus así que sabía que existía
algo más allá de la muerte... Pero seguía pensando en esa molestia que le
llegaba siempre en esas fechas.
¿Echaba
de menos a su madre? No, no era eso. Esa mujer no la había tratado como una
madre salvo por los primeros años de vida. No lloró cuando se volvió loca y
prendió fuego a la casa, muriendo ella dentro. Uno de sus muertos trató de
matarla y por eso no sentía más que desprecio por ella, pero...
Suspiró
fuerte y se sentó para mirar el cielo. Esa presión seguía ahí. ¿Era porque, a
parte de ser la fecha de día de muertos y se acercaba el aniversario de la
muerte de su madre, estar cerca de Kolinghen le estaba trastocando? Desde el
incendio no había vuelto a pisar la tierra de esa comarca, dejándolo todo
atrás, acompañando al viejo Oakheart, su abuelo, en un viaje de descubrimiento
y aprendizaje. Si no hubiera sido por ese anciano...
Miró
hacia atrás, para ver si alguien estaba despierto, pero solo vio a los guardias
de la caravana caminar de arriba para abajo, lejos de donde estaba ella. Volvió
su vista a las estrellas, y poco a poco se estiró en la fría hierba. En esa
época del año el rocío no estaba frío, si no helado, ya que pronto el invierno
haría presencia completa.
Su
maestro y abuelo le había instado a hacer algo cada año por el aniversario de
la muerte de su madre. Cada año enviaba un ramo de rosas de color malva a la
tumba de su progenitora, sin fallar ni un solo año, pero sin haberse presentado
frente a su lápida ni una sola vez.
Cuando
lo mandó por primera vez no entendía nada de eso. ¿Qué sentido tiene enviar
flores a una persona que ni siquiera va a estar físicamente ahí para verlas?
Pero su abuelo le insistió, y le dijo que eligiera con el corazón. Nunca ha
entendido eso de "elegir con el corazón", es un órgano que no puede
pensar como el cerebro. Pero cuando se lo dijo al abuelo, él solo dijo:
-No
pienses, siente. Siente qué flores deberías enviar.
Y
así lo hizo, aunque no entendió muy bien. La rosa malva no era ni la más bonita
ni la más barata, pero crecía mucho en la capital de Kolinghen y le recordaba a
ese lugar. Fue años más tarde, cuando Calnalda, la elfa que le enseñó a bailar,
le explicó que en el lenguaje de las flores, la rosa malva significaba
"tristeza". ¿Tristeza por qué?
Es
una pregunta que todavía hoy se hacía.
Pero
este año iba a ser diferente. Este año entendería porqué ponía ese tipo de
flores en la tumba de su madre cada año, ya que esta vez las llevaría en mano.
Se
levantó del lugar y se dirigió de nuevo a su saco de dormir. Kahad estaba
despierto, por supuesto, pero como nunca se había alejado lo suficiente para
perderse de los sensibles sentidos del ninja, no le preguntó nada. Solo se
acurrucó dentro de su saco y cerró los ojos.
Esperando
no soñar con aquel día.
========================================
Durante
los dos siguientes días, el grupo de Ankar continuó su camino, aunque con
algunas sorpresas.
La
primera de todas fue cuando pasaron oficialmente la frontera entre comarcas.
Los pueblos fronterizos entre Burmecia, Tycoon y Kohlinghen estaban a ambos
lados del río, y al pasar, fue como cambiar de mundo, ya que la población viera
se disparó en el lado burmeciano. Dreighart e Ylenia no habían visto tantas
vieras juntas en un solo sitio, pero comprendiendo que era la patria de dicha
raza lo entendieron con más facilidad.
Después
de eso, Ankar convenció de comprar una capa con capucha en el lado burmeciano
de la frontera para Ylenia. La guerrera no entendía bien porqué debería llevar
una nueva capa, pero ya que Ankar insistió tanto supuso que tendría que haber
una buena razón, por lo que lo hizo y se la colocó encima de su ropa habitual.
Acto
seguido, la sorpresa que más les impactó fue cuando, doscientos metros lejos de
la frontera, vieron como las nubes de tormenta estaban estancadas en toda la
zona norteña. Ylenia miró a Ankar.
-¿Es
normal que la nubes no parezcan moverse?
-¿En
Burmecia? Totalmente. -Dijo el albino asintiendo. Tanto él como la maga blanca
que estaba subida en su mismo chocobo llevaban puestas sus capuchas.
-Además,
veo que está lloviendo a cántaros. -Dijo el ladrón detrás de Ylenia haciéndose
visera con la mano.
-Burmecia
es conocida como "la tierra de la lluvia", a parte de ser el
"País Montaña". -Explicó Astafire mientras avanzaban. -En pocas
palabras, siempre está lloviendo.
-¿Siempre?
¿Nunca se detiene? -Preguntó Ylenia extrañada. -¿Por qué?
-Parece
que la magia de los elementos está un poco loca en esta comarca. -Dijo Ankar.
-Las partículas mágicas chocan con tanta ferocidad aquí que crean estos
fenómenos atmosféricos.
-¿Esa
es la versión oficial?
-Que
yo sepa, si.
Conforme
avanzaban, el terreno fuera de la carretera principal se veía pantanoso, y ni
siquiera estaban cerca del río ya, todo gracias a las torrenciales lluvias que
había en la zona. Muy pocas poblaciones había desperdigadas en la comarca, aunque
gracias a los caminos pudieron avanzar sin problemas hasta llegar a un puesto
de control de la armada burmeciana donde tuvieron que detenerse para
resguardarse de la fuerte lluvia.
-¿Falta
mucho para llegar? -Preguntó Ylenia que, viendo el panorama, no podía más que
agradecer al albino que le insistiera en comprar la capucha.
Por
toda respuesta, su compañero señaló hacia un lugar, y al mirar el ladrón y la
guerrera pudieron ver una enorme montaña con cientos, quizás miles de casas,
creadas dentro de ella, y abajo, al pie de esta, unas magníficas murallas, todo
ello hecho de una piedra de color negro que daba la impresión de estar llegando
a la ciudad de los demonios que salía en las leyendas.
Mientras
Dreighart e Ylenia miraban, Astafire vio como Ankar hablaba con un soldado, una
alta viera que estaba más firme que un árbol centenario. Tocó el hombro de
Dreighart, y al mirar atrás, tocó el brazo de la guerrera. Los tres vieron como
la viera le hablaba a Ankar de manera formal, hasta que la mujer le hizo un
saludo militar y se marchó mientras Ankar regresaba con ellos.
-Me
informan de que la tormenta se mantendrá fuerte los próximos dos días.
-¿Cómo
distingues una tormenta del clima normal? -Preguntó Ylenia acercándose con los
otros dos.
-Lo
que fuera de Burmecia se llama "día lluvioso" nosotros lo llamamos
"día normal", y cuando la cortina de agua es tan pesada que no nos
permite ver a más de cinco metros de distancia, es lo que llamamos
"tormenta". -Explicó una voz.
Al
mirar, vieron a la misma viera que había estado hablando con Ankar antes.
Debería de medir tanto como el dragontino, pero las orejas hacía que se viera
más alta. Sus ropas eran las típicas de una maga roja, pero a diferencia de las
magas rojas que habían visto antes, su vestimenta era mucho más atractiva y con
más transparencias de lo acostrumbrado.
-Gracias
por la explicación, señorita... -Dijo Ylenia algo cohibida.
-Leen
Ji-na. -Dijo la mujer mirándola con sus penetrantes ojos rojos. -Cabo primero
Leen Ji-na, para ayudarles en lo que sea necesario. -Miró a Ankar. -Capitán,
sigo insistiendo, por favor.
-Te
entiendo, Ji-na, pero estamos cansados y queremos un lugar donde reposar. -Contestó
el dragontino. -Aprecio tu preocupación, pero si no hay problemas con la
carretera, llegaremos antes de que la tarde empiece.
-¿No
hay manera de hacerle cambiar de parecer y que duerman hoy aquí?
-No,
no hay manera.
-De
acuerdo... -Dijo con un suspiro la mujer. -Pero tengan cuidado, por favor. La
tormenta es más fuerte de lo normal, puede haber desprendimientos de lodo en
las colinas cercanas.
-¿No
las han limpiado?
-Si
señor, pero ya sabe como es nuestra tierra...
Ankar
asintió con un suspiro mientras veían a la viera marchándose contorneando las
caderas, algo que no pasó desapercibido del ladrón ni de la guerrera. Se
prepararon para subir a sus chocobos, aunque en esta ocasión ataron una cuerda
para no perderse entre el agua. No tardaron mucho, como bien dijo Ankar, en
llegar a las puertas de la muralla de la capital viera, con sus capas empapadas
al máximo.
Dentro,
el fuego los acogió como un manto mientras que, salvo Ankar, todos veían
alrededor. Casi todos los cargos eran de raza viera, con una enorme mayoría de
mujeres de dicha raza con escandalosos ropajes semitransparentes.
-Son
muy bellas. -Dijo entonces Ylenia mirando a las vieras, y miró a Ankar. -¿Es
normal que vayan... ya sabes...?
-¿Cómo
si fueran medio desnudas? -Preguntó Ankar sonriendo. -Es típico de la moda
Viera, pero solo llevan este tipo de ropa una pequeña porción de su población.
Es un problema realmente serio en realidad.
-¿Por
qué? A ver, no veo a nadie quejándose, la verdad. -Dijo Dreighart con una
sonrisa.
-No,
y tu menos. ¿Verdad? -Preguntó Astafire.
-¿Qué
culpa tengo yo de que vayan mostrando pechuga?
-El
problema es ese, precisamente, que van mostrando más de lo normal. -Explicó
Ankar mientras caminaban. Todos vieron que nadie les detuvo o les dijeran nada.
-Es por el Camino de la Luna.
-Oh,
eso si lo conozco. -Dijo entonces Ylenia, y la elfa y el peliazul la miraron.
-El Camino de la Luna es la filosofía de la raza viera. ¿Verdad?
-Así
es. -Asintió Ankar. -Es una filosofía matriarcal principalmente, en la cual las
mujeres deben encontrar varones con los que mejorar la raza, y por eso se les
insta a buscar diferentes parejas.
-Y
la mejor manera de buscar pareja es mostrando la mercancía. -Dijo entonces
Astafire. Ankar asintió.
-Ha
habido muchos problemas con eso, sobretodo con los varones vieras. -Dijo el
albino mientras las puertas se abrían. El agua seguía cayendo, pero podían ver
perfectamente una plaza hermosa con varios caminos, pero prácticamente todos
los que iban al norte eran cuesta arriba. -En la raza viera la natalidad de los
varones es un tema muy delicado. Si una mujer viera tiene un hijo con alguien
de otra raza, tiene solo una oportunidad entre veinte de tener un viera varón.
Por otra parte, si el padre es otro viera varón, esa oportunidad aumenta a una
de dos o de tres, por lo que son muy codiciados... pero también varios de
ellos, sobretodo los nobles, se piensan que están por encima de todo y de
todos.
-¿Ha
habido asaltos sexuales?
-Si,
muchas veces. Pero, irónicamente, solo los nobles hacen eso. Los que están
entre los plebeyos nunca han tenido problemas de ese tipo.
Estaban
parados en el porche de la muralla de entrada, y Dreighart podía ver todo el
lugar de manera fácil. Los caminos que iban hacia arriba eran seguramente los
de la gente con más dinero, mientras los caminos que se quedaban en este nivel
eran más pobres. Al mirar hacia uno de los caminos pudo ver que iba hacia
abajo, pensando inmediatamente en que había encontrado los suburbios de la
Ciudad Montaña. Pero le estaba costando concentrarse, ya que una gran mayoría
de la población era viera, y muchas de ellas muy atractivas aun sin llevar la
ropa semitransparente de la moda viera.
-¿Te
apetece que nos probemos un vestido de esos transparentes luego, Ylenia?
-Preguntó Astafire, a lo que la guerrera la miró asombrada y ligeramente
ruborizada. -¿O te da algo de vergüenza?
-Pues...
¿Te soy sincera...? Si, la verdad es que si... -Dijo la de cabellos grises. -No
estoy acostumbrada a llevar una ropa tan... reveladora.
-No
te preocupes, estamos entre mujeres. -Dijo Astafire viendo como Ankar y
Dreighart comenzaban a caminar.
-Ese
es el problema...
-¿De
verdad? -La maga blanca la miró, y abrió los ojos. -Oh, ya veo.
-¿Qué
ves? -Preguntó la guerrera mirándola con una expresión entre miedo y sorpresa.
-No
tiene nada de malo, querida. -Dijo Astafire con una sonrisa y encogiéndose de
hombros. -Muchas de mis amigas en los suburbios de Tycoon son bisexuales, nadie
va a juzgarte por ello.
-¿Cómo...?
-Empezó a preguntar Ylenia, esta vez visiblemente roja. -¿Cómo es que te
enteraste...?
-Oh,
no se... ¿Intuición, quizás? Me dicen que heredé de mi padre adoptivo una gran
intuición.
-Sabes
que así no es como funciona. ¿Verdad?
-Si,
pero... ¿Qué importa?
-¿Y
no te molesta? -Preguntó Ylenia mirando a Astafire. Ella se encogió de hombros.
-¿Por
qué debería? -Preguntó a su vez la elfa. -¿Acaso vas a violarme o algo?
-No,
no podría, eres mi amiga...
-Entonces
no tengo porqué molestarme. -Sonrió mientras comenzaban a caminar al ver que la
pareja de hombres se paraban cerca de la fuente. -Tenemos la suerte de que en
este mundo la preferencia sexual es algo tan libre como para decir que te gusta
la carne y el pescado y la gente sigue mirándote como un ser humano. Ahora
dime, se sincera. -Dijo y dio una vuelta, colocándose con una mano en la
cintura en actitud coqueta. -¿Qué te parezco? Desde el punto de vista de
alguien a quien le gustan las mujeres también.
-Eres
muy atractiva, tanto en esta forma como en la otra. -Dijo con una sonrisa
tímida la guerrera a su lado. -Además de que tu personalidad es muy atrayente.
-No
te enamores de mí. ¿Vale? -Sonriente, Astafire tomó el brazo de la de pelo
gris. -Que aunque no me desagrade la idea, prefiero algo caliente entrando y
saliendo de mi horno.
-¡Pero
que descarada eres! -Gritó Ylenia soltando una fuerte carcajada a la que se
unió Astafire. Llegaron a donde estaban los dos hombres. -¿Dónde vamos?
-Es
lo que estaba pensando, pero Ankar dice que nos va a llevar a un lugar que
conoce y que no nos cobrará mucho. -Dijo Dreighart desde debajo de su capucha.
-Yo
no dije eso exactamente. -Dijo Ankar mirándolo. -Yo dije que no os van a cobrar
y punto.
-Si,
bueno, eso es tan fiable como un chocobo de madera hueco frente a un castillo
en guerra. -Dreighart cruzó los brazos bajo su capa. -Pero lo mejor sería que
fuéramos antes de que nos caláramos hasta los huesos.
Ankar
asintió y miró a las dos chicas, que también lo hicieron, y lideró el camino
yendo hacia uno de los caminos cuesta arriba.
La
estética de Burmecia era bastante siniestra, no solo por la intensa lluvia que
no tenía fin, si no también por el tipo de material utilizado en los edificios
y calles. Sus empedrados eran oscuros, de un azul marino bastante cercano al
negro, y casi todas las casas tenían sus paredes hechas de la misma piedra.
Mientras subían, Ankar fue explicando que Burmecia fue construída casi en su
totalidad por arquitectos alquimistas que preparan una mezcla especial de
piedra pizarra y núcleos específicos de monstruos para crear lo que es conocido
como "arcilla negra", la cual impide que penetre el agua o cualquier
tipo de humedad, y evita que se vuelva resbaladiza. Según el albino, algunas
casas incluso llevan más allá la apariencia estilo gótico colocando gárgolas o
campanas en sus casas.
Continuaron
subiendo durante las siguientes dos horas, y los tres pudieron ver a lo que se
refería Ankar. Conforme subían, la arquitectura burmeciana se asemejaba cada
vez más a un estilo gótico con grandes arcos y estatuas, pero aunque la piedra
era oscura, las tiendas y locales tenían, bajo sus porches, colores vivos con
luces mágicas que iluminaban el interior o los carteles. Las personas caminaban
con tranquilidad incluso debajo de esa fuerte lluvia, y los pocos vagabundos
que pedían limosna estaban bajo pequeños e improvisados techos.
Avanzaron
un rato más hasta que dejaron de ver vagabundos por las calles, y Dreighart
tomó del brazo a Ankar.
-Oye
Ankar, no es por nada, pero esta zona me da la sensación de que estamos
entrando en territorio peligroso.
-¿Peligroso
porqué? -Preguntó el albino extrañado.
-Bueno...
tiene toda la pinta de ser un barrio de burgueses, y aunque tenemos fondos
suficientes no creo que sean posadas baratas.
-Y
dale con las posadas. Te digo que no vamos a quedarnos en una posada. -Contestó
Ankar molesto. -¿No te dije que estuve varios años viviendo en Burmecia? -Ante
el asentimiento de Dreighart, Ankar lo miró. -¿Crees que dormí bajo un puente
todos esos años?
-Oh...
¡Carajo! ¿Cómo no caí en eso? -Preguntó de repente el ladrón dándose una
palmada en la frente que sacó salpicaduras de agua.
-Yo
lo asumí cuando dijo que no nos preocupáramos por el alojamiento. -Dijo Ylenia
extrañada.
-Yo
cuando nos dijo que había vivido aquí durante años. -Astafire tomó el brazo de
Dreighart y se lo apretó de manera afectuosa. -Tanta carne de conejo te tiene
que estar afectando, cariño.
-Lo
raro es que Ankar esté tan estoico. -Contestó algo sonrojado el ladrón, y miró
a su amigo. -¿Acaso te has comido tanta carne de coneja que ya estás
inmunizado?
-Es
una manera de explicarlo. -Respondió riendo el otro mientras reanudaba la
marcha. -Vamos, no estamos lejos ya.
Salieron
de la vía principal y entraron en una vía secundaria con varios negocios donde
vendían comida o prendas de ropa. Las personas que se cruzaban con ellos
saludaban a Ankar con tranquilidad y él les devolvía el gesto con una sonrisa,
hasta que llegaron a otra pequeña plaza donde había casas muy bellas de estilo
gótico, donde algunas eran también un negocio. El dragontino los llevó hasta un
domicilio bastante grande, con una pequeña torre, donde el negocio tenía un
cartel que ponía "El Dragón de Zafiro. Joyas para todos y más", donde
una joven viera con ropas blancas y rojas estaba limpiando los cristales de la
puerta principal. Cuando llegaron hasta que pudieron verse reflejados en el
cristal escucharon una exclamación de la chica y esta se giró y, con una gran sonrisa,
salió corriendo hacia ellos dejando caer el trapo al suelo y saltó sobre Ankar,
abrazándolo y dándole besos en las mejillas ante la atónita mirada de los otros
tres.
-¡Pensamos
que todavía tardarías un tiempo largo! -Dijo alegre la chica. -¿Por qué no nos
avisaste?
-No
voy a estar mucho tiempo, es solo una parada en el camino.
-¿Cuánto
tiempo?
-Unos
pocos días.
-Eso
es más de lo que era antes entre misión y misión. He de avisar a Cerea. -La
chica bajó de los brazos del albino y salió corriendo abriendo la puerta y
gritando. -¡Cerea! ¡Niñas! ¡Venid corriendo! -Dijo antes de que se cerrara la
puerta, y antes de que le preguntaran nada a Ankar, cuatro exhalaciones
marrones salieron de la puerta gritando y saltando encima del dragontino.
Dreighart
e Ylenia estaban completamente asombradas cuando vieron que todas las manchas
marrones eran cuatro vieras de distintas alturas que abrazaban a su compañero,
mientras Astafire reía tapándose la boca de manera coqueta y divertida.
Dreighart miró a Ylenia sin comprender, y luego miró a Ankar.
-No
sabía que tuvieras tu propio harén, Ankar, parece que tengas una armadura de
piel de conejo. -Dijo en voz alta el ladrón.
Entonces,
las cuatro vieras miraron a los tres de atrás, todas con los ojos bien abiertos
mirándolos de tal manera que podía sentirse la presión viniendo de ellas, hasta
que una de las más pequeñas gritó.
-¡Papá
trajo nuevos amigos!
Y
las dos pequeñas salieron corriendo hacia Dreighart, saltando encima de él y
tirándolo al mojado suelo.
-Niñas,
dejad a Dreighart. -Dijo Ankar mientras se soltaba de las otras dos vieras.
Fue
en ese momento en el que Ylenia cayó en cuenta de algo, y lo miró asombrada.
-¡¿Dijeron
"papá"?!
La
guerrera solo podía ver a las otras vieras. La que parecía mayor tendría unos
veinte años, pero sus ojos eran verdes en vez de rojos, y sus cabellos, en vez
de los típicos con colores muy claros, eran literalmente blancos, como los de
Ankar. Luego miró a la otra chica, también joven, pero ella era una viera
albina, de piel clara y ojos rojos, con cabellos de un dorado tan claro que
parecían blancos. Algo en ella le resultaba tremendamente familiar. Después
miró a las dos que tiraron a Dreighart, y aunque estaban forcejeando con el
ladrón, pudo ver que eran dos niñas vieras gemelas de unos ocho años, con los
ojos verdes y cabellos blancos iguales a los de su hermana mayor.
-Tiene
cuatro hijas... -Dijo en voz baja la mujer, y vio como Ankar se acercaba a las
niñas y las tomaba del cuello de la camisa a ambas para soltar a Dreighart.
-Os
dije que dejarais a Dreighart. ¿Verdad? -Dijo Ankar mirando a ambas, y las
niñas sacaron la lengua de manera divertida.
-Perdón,
papá. -Dijeron ambas niñas mientras él las dejaba en el suelo. -Es que era el que
más sorprendido estaba, quien sabe porqué.
-¿P...
p... padre? -Preguntó Dreighart siendo ayudado por Astafire.
-Si.
-Contestó él. -Os presento, la mayor es Zelda... -Señaló a la primera muchacha,
vestida con ropas similares a la de los monjes pero en blanco y rojo. -La
siguiente es Cerea. -La chica albina iba muy bien vestida, y su saludo era muy
elegante. -Y las gemelas son Azalie y Lilith.
-¡Hola!
-Dijeron a dúo ambas. -Papá no había traído amigos desde que se fue el tío
Onizuka.
-¿Tío...
Onizuka? -Preguntó ahora Ylenia. -Me da miedo preguntar, en serio.
-Mejor
pasemos dentro. -Dijo entonces Cerea con una voz muy suave pero que podía
escucharse en todo el lugar. -Además, el señor Dreighart debe de cambiarse,
está empapado.
Todos
entraron por la puerta de la joyería, y escucharon una voz ronca desde el
fondo.
-¡Oh,
si es el maestro Einor! ¡Bienvenido!
Al
mirar, pudieron ver que la tienda era amplia, con varias cristaleras con muchas
joyas y demás artículos, y detrás del mostrador había algunas armaduras que
estaban siendo limpiadas por dos trabajadores, una elfa de cabellos rojos y un
elfo de piel negra. Un tercero, un enano de larga barba marrón trenzada y bien
vestido, se acercó a ellos, y estrechó la mano del albino con energía.
-¿Qué
tal las cosas en la joyería, Fargar? -Preguntó Ankar al soltarse del enano.
-Todo
tranquilo, maestro. Tenemos suficientes reservas hechas por usted para
cualquier cosa, y los encargos particulares se han mantenido quietos. Si son de
telas o vestidos, la dama Zelda se encargará.
-Perfecto,
siempre puedo confiar en ti, viejo amigo.
-La
señora me dijo que estaría mucho tiempo lejos esta vez... ¿Es eso cierto? -Al
asentir Ankar, el enano asintió a su vez. -Bien, yo me encargaré de que cuando
vuelva tenga un mejor lugar al que regresar.
El
enano se despidió mientras las niñas se metían por una de las dos puertas en la
esquina de la habitación, la que daba al este. Dreighart se acercó a los
mostradores cercanos y vio lo que ahí había.
-Ylenia,
mira esto. -Dijo y la guerrera se acercó. En los expositores había grandes
cantidades de joyas y artículos de lujo. Señaló una con forma de flor dorada.
-Solo con uno de estos podría comprar un cuarto en el barrio bajo de Kalm.
-No
son tan caras. -Sorprendió Ankar a los dos, y señaló la flor que llamó la
atención de Dreighart. -Este pasador está hecho de bronce con cristal tintado
hecho a mano, vale unos dos mil giles.
-¿En
serio? ¿Tan poco? Pero en el mercado negro yo podría sacarte al menos diez mil.
-El ladrón miró sorprendido el pasador. -La manufactura es perfecta, por eso
creí...
-Tranquilo.
Lo que pasa es que nosotros podemos hacer muchas joyas de diferentes
materiales. No voy a exigir el precio por oro si está hecho de cobre o bronce.
¿No te parece?
-Un
joyero honrado, ahora si que lo he visto todo. -Rió el ladrón.
-Es
algo que le caracteriza.
Todos
se giraron, y pudieron ver en la puerta por la que se habían ido las gemelas a
una viera sonriente, llevando una túnica de maga negra entallada a su esbelta
figura y una bufanda al cuello de color dorado en vez de su sobrero sobre el
cabello de un suave verde con mechones plateados atados en una larga trenza.
Sus ojos rojos los miraban con una sonrisa similar a la de sus labios mientras
caminaba hacia ellos. Sin decir nada, tomó a Ankar del cuello de la camisa y lo
besó en los labios al mismo tiempo que el albino la tomaba de la cintura en un
apasionado abrazo, ante la sorpresa de los demás.
-¿Es
normal que las vieras besen así a los recién llegados? -Preguntó Dreighart a
Astafire, la cual tenía una sonrisa en la cara. La mujer viera se apartó del
albino y miró al ladrón.
-Es
normal cuando las vieras están casadas.
-¡¿Casados?!
-Preguntó Dreight sorprendido. La viera rió.
-Encantada
de conoceros, mi nombre es Ketriken Einor. Soy la esposa de Ankar.
-¡¿Estás
casado?! -Preguntó Dreighart que parecía no entender la situación. -¿Y cuando
nos ibas a decir eso?
-¿No
lo dije?
-Si
lo hubieras dicho no estaría tan sorprendido. -Contestó el otro, a lo que la
viera rió de nuevo.
-Oh,
me imaginé que no lo habría dicho... Normalmente no dice las cosas si no le
preguntan directamente. -Señaló la trastienda. -Vamos, imagino que estaréis
cansados del viaje... -Tocó la capa de Dreighart. -Y tú creo que necesitas un
baño urgente, querido.
Pasaron
por la puerta y llegaron a una sala de estar con dos sofás y una mesa circular
en el centro junto a unas escaleras que subían, y varios cuadros en las paredes.
-Zelda,
cariño. ¿Puedes llevar a Dreighart arriba al baño para que se meta bajo el
agua? -Dijo Ketriken, a lo que la viera asintió.
-Claro.
Ven por aquí, por favor.
La
mayor de las hijas de Ankar se llevó al ladrón escaleras arriba, mientras que
las otras dos miraban al dragontino. Este se giró a Ketriken.
-Ya
conoces a Dreighart. Ellas son Astafire Vientosolar e Ylenia Peribsen. -Dijo él
mientras las señalaba.
-Oh,
un placer volver a verte, Ylenia. -Con una sonrisa, la viera miró a la
guerrera. -¿Cómo está madame Liñán?
Ylenia
se quedó blanca mirando a la mujer, pero entonces, recuerdos de años atrás le
asaltaron, dándose una palmada en la frente.
-¡Ah,
por supuesto! Ahora entiendo porqué me resultaban tan familiares. -Se recriminó
Ylenia, y sonrió a la esposa de Ankar. -Han pasado muchos años, lady Ketriken,
no imaginé para nada que usted estuviera casada con Ankar. Cuando nos conocimos
usaba otro apellido.
-¿Me
he perdido de algo? -Preguntó el aludido, a lo que Ylenia lo miró.
-Tu
esposa y yo nos conocimos hace años cuando yo residía en Limblum. -Explicó la
guerrera. -Fue cuando adoptó a una pequeña viera albina. ¿Ella es...?
-Si,
soy yo. -Dijo la joven de piel clara. -Ha sido mucho tiempo, señorita Ylenia.
-Vaya...
cuanto has crecido... -Dijo Ylenia mientras miraba a Cerea. -Nunca pensé en
volverte a ver. Cuando te conocí eras una cría.
-Sigo
siendo una cría. -Riendo, la albina se tapó su boca. -Solo que he crecido un poco.
-Bueno,
a Ylenia la conocemos. ¿Me hablas de ti, Astafire? -Preguntó Ketriken mirando a
la elfa.
-No
hay mucho que contar. -Contestó la maga blanca sin perder la sonrisa. -Como
ves, soy una elfa del bosque, no se quienes fueron mis padres porque me crió mi
abuela, y cuando murió estuve vagando por los suburbios de Tycoon.
-Oh.
¿Vives en Tycoon? -Preguntó la viera, a lo que Astafire negó.
-No,
dio la casualidad de que estaba ahí cuando conocí a maese Ankar y sus amigos.
-Respondió Astafire. -Al fin y al cabo soy una maga errante.
-Oh,
ya... -Dijo Ketriken algo decaída. -Bueno, si no vives ahí no debes de
conocerla.
La
elfa miró a Ankar levantando una ceja, y este asintió imperceptiblemente. La
chica miró de nuevo a la viera.
-Conozco
a mucha gente, si me dice su nombre...
-No,
no hay problema. -Cortó Ketriken algo apurada, pero sonriente. -Por favor, no te
preocupes, querida. Cerea, amor. -Contestó Ketriken, y la muchacha se acercó.
-¿Puedes llevar a ambas a la sala y servirles un refrigerio?
-Será
un honor, mamá. -Extendió la mano hacia la parte más profunda de la casa. -Por
favor, si son tan amables de acompañarme.
Las
dos mujeres siguieron a la chica, dejando a la pareja a solas. Ankar se acercó
a la viera y la abrazó de nuevo, besándola en los labios.
-No
me esperaba una visita sorpresa. -Dijo Ketriken sonriendo y ligeramente
ruborizada después de haberse separado. -¿A qué se debe?
-Kain
me ha enviado a buscar ayuda. -Le dijo él sin soltarla.
-¿Sobre
qué sería esa ayuda? -Preguntó su esposa con calma, aunque ver la seriedad en
los ojos de su marido, ella se puso seria también. -El dragón negro. ¿Verdad?
-Ankar asintió. -¿Lo has encontrado? -La voz de Ketriken era una mezcla de
sorpresa y temor.
-No
lo he visto, pero se donde puede estar. -Dijo él sin soltarse de su mujer.
-Pero Kain dice que necesito ser más fuerte...
-Entonces
has venido al lugar indicado. -Respondió Ketriken con decisión. -Se exactamente
lo que necesitas para volverte más fuerte, pero... no te va a gustar.
-¿A
qué te refieres?
-Al
único hechizo de magia arcana que te has negado a aprender.
Ankar
la miró a los ojos, y suspiró con fuerza.
-No
me gusta el matiz que está tomando esta conversación...
-Lo
se, pero si vienes a hacerte más fuerte, yo te haré más fuerte. -Dijo la viera
y tomó el rostro de su marido para mirarle directamente a los ojos. -Se quien
tiene el pergamino del hechizo hecho por mi padre. ¿Lo tomarás?
Ankar
miró a los ojos a Ketriken, y pudo ver esa decisión que había ido forjándose
durante tantos años. Sonrió con una sonrisa resplandeciente de amor.
-Si
tú me ayudas, nadie podrá derrotarme jamás.
Su
esposa sonrió con ternura.
-Mañana
iremos por él, por ahora, descansa. Estás en casa, vamos a comer una rica cena
junto a tus amigos y tus hijas. ¿De acuerdo? -Ankar asintió de nuevo, y la
sonrisa coquta de Ketriken surgió en sus labios. -Y luego, en la cama, me
explicas cómo te ha ido... a solas.
Por
toda respuesta, Ankar soltó una carcajada mientras abrazaba a su esposa una vez
más.
Mientras
tanto, Astafire e Ylenia estaban admirando el cuadro que había encima de la chimenea,
junto a una estatua de varias personas hecha de madera delante de la obra de
arte. Habían dejado sus capas en un gran perchero cerca de la puerta de entrada
y tenían una pequeña toalla para secarse del sudor y el agua del camino. La
sala tenía dos sofás en las paredes, pero con una mesa grande y varias sillas
alrededor de esta en el centro. Una gran estantería con multitud de libros al
lado de la puerta completaba la decoración.
-No
esperaba esto, el mundo es bastante pequeño. -Dijo entonces Ylenia. Astafire la
miró extrañada y ella sonrió. -Bueno, lady Ketriken fue alguien de mi pasado,
alguien que nunca pensé que volvería a ver, la verdad.
-¿Te
resulta incómodo?
La
guerrera se quedó pensativa, pero después negó con la cabeza.
-¿Sinceramente?
Fue una de las personas que mejor me trató fuera de la gente de cierta mansión.
Pero que estuviera aquí, y encima sea la esposa de Ankar... Demonios, es mucha
coincidencia.
-Quizás
Crystalos esté guiándonos a todos. -Dijo Astafire sonriente, e Ylenia la miró.
-¿Te
refieres al Dios del Destino? -La elfa asintió. -Quien sabe...
-Disculpen
la tardanza. -Las dos miraron atrás, viendo como Cerea traía una bandeja con
una jarra y varias tazas de arcilla finamente elaborada. -Como es época de
frío, espero que les guste el chocolate caliente. Es una receta de la madre de
mi madre.
Se
sentaron y tomaron sus tazas humeantes, y cuando tomaron un sorbo sintieron
como el calor regresaba a sus cuerpos. Ylenia miró a la chica que estaba
delante de ella, buscando en su cuello algo que no encontró. Inspiró fuerte y
se armó de valor para preguntar.
-Cerea...
¿Dónde está tu collar?
-¿Collar?
-Preguntó la chica albina extrañada. Ylenia asintió mientras Astafire levantaba
las cejas.
-Si...
El collar de esclavitud.
-Oh,
te refieres a eso. -Sonrió la viera blanca y tomó un sorbo de chocolate. -Mi madre
me quitó ese collar hace años.
-¿Te
liberaron? -Preguntó la guerrera extrañada. Cerea asintió tranquilamente.
-Pero... ¿Y porqué sigues aquí?
-Porque
esta es mi familia. -Contestó con toda tranquilidad la chica.
Ylenia
tomó más de su chocolate, recordando cuando conoció a las dos vieras. Ketriken
era una aventurera hace años y estaba con sus compañeros de gremio en la
capital de la comarca de Limblum, y dio la casualidad de que Ylenia, siendo
bastante más joven, estaba trabajando para una dama importante de la ciudad, y
tuvo que ayudar a Ketriken y sus amigos en ciertas situaciones. Y una de ellas
fue comprar una niña viera en el mercado de esclavos.
La
esclavitud en Gaia es muy especial. Cualquiera podía venderse como esclavo al
no tener nada, con un contrato específico y ciertas cláusulas, como por
ejemplo, el hecho de que después de la cantidad especificada de años como
esclavo este podía o seguir como esclavo con un nuevo contrato o recuperar su
libertad. Sin embargo, también existía la esclavitud como castigo penal, en la
que la persona perdía todas sus posesiones y títulos y se vendía al mejor
postor durante un número de años igual a la condena de su delito.
Estas
prácticas eran para precisamente garantizar la buena disposición de los
esclavos, pero siempre hay algunos que tuercen las reglas a su convenir. Además
de que, desde hace relativamente poco, la esclavitud ha ido siendo abolida en
varias comarcas. Limblum y Burmecia eran unas de las pocas donde todavía se
mantenía el sistema de esclavos, junto con Elfheim, la comarca élfica, y antes
de la guerra, Damcyan.
Por
eso le sorprendió a Ylenia de que Cerea no tuviera el collar de esclavitud que
todo esclavo debe de llevar. Esos collares no eran hermosos, si no más bien
toscos y feos, pero cuanto más dinero tiene una persona, mejor se puede llegar
a ver, hechos de oro o plata, o de piedra y cuero. Pero todos tienen la misma
función: controlar al esclavo. Tienen entre sus tramas mágicas órdenes como que
no pueden escapar de sus maestros, no pueden atacarles, o desobedecerles.
Órdenes sencillas pero efectivas, ya que si se revelan los collares desatan
poderes de tipo eléctrico que van directamente a la piel, imposibles de detener
por ningún tipo de hechizo o artefacto. Los más desobedientes pueden llegar
incluso a morir.
-¿Cuándo
te liberaron? -Preguntó con curiosidad la guerrera. La viera dejó su taza en la
mesa.
-Fue
poco después de llegar a Winhill, donde madre tenía la sede del gremio. Allí mi
madre me quitó el collar sin ningún tipo de problema y me cuidó como una mujer
libre. -Explicó ella con una sonrisa. -Me dijo que si quería, podía ser su hija
adoptiva, y así fue.
-¿Y
Ankar está de acuerdo? Es decir... no es normal tener como hija a una antigua
esclava.
-Padre
es... diferente al común de los mortales. -Dijo la chica, a lo que tanto Ylenia
como Astafire no podían estar más de acuerdo. -A él no le importa tanto la
sangre, si no los sentimientos. Zelda, Azalie y Lilith son hijas de sangre de
mi padre, y Laila y yo somos adoptadas, y nos ama a todas por igual.
-¿Laila?
-Preguntó Astafire extrañada. -No recuerdo que dijeran ese nombre cuando os
presentó.
-Laila
Einor es otra de nuestras hermanas. -Explicó Cerea tomando un sorbo de
chocolate. -Aunque por sus estudios, padre no ha podido conocerla nunca. La
adoptó madre cuando era una niña, como yo, pero como tenía que estudiar en el
extranjero se mantuvo ahí.
-¿En
Tycoon? -Preguntó Astafire, y cuando la viera asintió, la elfa suspiró. -Ahora
entiendo porqué me preguntó sobre eso.
-Quizás
la hayas conocido. -Comentó Cerea sonriente.
-Escuché
el nombre de Laila, si, pero ella trabaja en zonas que yo no podría ni soñar
con pisar. -Dijo riendo la elfa. -No me imaginé nunca que fuera hija de Ankar.
-¿Qué
quieres decir con que Ankar no la ha conocido? -Preguntó Ylenia extrañada. -Él
no se me hace el tipo de persona que abandona a sus familiares, aunque sean
adoptivos.
-Laila
es muy independiente... -Explicó Cerea suspirando. -Viene de vez en cuando,
pero la maldita casualidad siempre ha hecho de que padre estuviera siempre de
misión cuando aparece. Y cuando él va a Tycoon, ella ha sido llamada por algún
noble para trabajar con ellos de manera exclusiva, o a salido a buscar
ingredientes para pociones.
-Es
la maldición de las magas blancas. -Dijo riendo Astafire, a lo que Cerea la
acompañó.
-Todas
queremos que se encuentren, pero es como si nos hubieran lanzado una maldición
para no llevarlo a cabo. -Terminó Cerea, y miró hacia atrás. Todas vieron a
Ketriken en la cocina. -Madre dice que quizás es el castigo por lo que pasó
hace tiempo.
-¿Qué
pasó hace tiempo? -Preguntó Ylenia extrañada, pero Cerea negó con la cabeza.
-Asuntos
familiares. -Respondió, y se levantó. -Voy a buscar la comida, espero que les
guste.
Por
su parte, Dreighart estaba arriba, en el primer piso, dentro de una bañera de
un material similar al cobre, sumergido en agua aromática. Soltó un fuerte
suspiro.
-Nalgas
de Minerva, esto sí que es vida... -Dijo con una gran satisfacción. Por culpa
del agua estaba temblando de frío pero con ese baño que la chica le preparó
estaba recuperando todo el calor perdido. Sus ropas las había tomado la
muchacha para lavarlas, aunque le resultaba extraño que otro hiciera ese
trabajo.
Estaba
acostumbrado a hacer todos sus quehaceres, y que otra persona lo hiciera no le
terminaba de convencer, pero ese baño estaba haciendo que olvidara todas sus
penas y preocupaciones. ¿Qué tipo de sales estaría usando?
Cuando
se terminó de relajar, acabó de enjabonarse y limpiarse. Estaba maravillado de
las tuberías que estaban usando en esa casa, y mientras salía se miró al
espejo, secándose con la toalla. Cuando estaba atándose la toalla a la cintura,
tocaron a la puerta.
-¿Si?
-Soy
yo, te traje ropa. -Le llegó a Dreighart telepáticamente de parte de su
compañero albino. Quitó el seguro y Ankar abrió la puerta. -Toma.
-Gracias.
El
ladrón tomó un pantalón y una camisa de colores claros, y se dio cuenta de que
Ankar llevaba también ropa muchísimo más cómoda que la de viaje. Sonrió.
-Se
te ve mucho más relajado. -Dijo el peliazul mientras se ponía la ropa. Ankar se
encogió de hombros.
-Estoy
en casa, es normal. Toma. -Cuando se hubo puesto los pantalones, su amigo le
dio unas pantuflas. -Tus botas están lavándose.
-Te
lo agradezco. -Dijo, y por pura curiosidad miró hacia los pies de Ankar, y se
sorprendió con lo que vio. -¿Esos son... pandas?
-Si.
-Dijo sonriendo el albino mostrando sus propias pantuflas con forma de cabeza
de oso panda. -Son un regalo de mi esposa desde hace años.
-...
nunca hubiera esperado verte con pantuflas de panda... -Se sinceró con una
sonrisa el ladrón. -Es algo que te quita ese aire de intocable que tienes a
veces.
-Bueno,
todavía no me has visto con el albornoz de panda. -Continuó el dragontino
riendo, a lo que Dreighart lo acompañó. Salió del cuarto de baño totalmente
refrescado, y vio que Ankar tenía en su mano su cinturón con la daga. -Quería
hablarte de esto.
-¿Qué
tiene mi daga? ¿Está rota? -Preguntó mientras la tomaba y se la ataba a la
cintura. No se sentía cómodo sin ella a su lado.
-No,
no está rota, es solo que quisiera preguntarte algo... ¿Sabes si está
encantada? -Preguntó ahora el albino mientras cerraba la puerta del baño.
-¿Encantada?
¿Te refieres a si tiene algún efecto mágico, como tu espada? -Ankar asintió, y
Dreighart se rascó la cabeza. -No estoy seguro, si te soy sincero. Fue un
regalo de hace mucho tiempo, y nunca he tenido tiempo o dinero para
investigarla. Quizás si, quizás no. ¿Por qué lo preguntas?
-Bueno,
no es normal usar un arma sin encantamientos contra monstruos como los Espers. Si
quieres, podemos pedirle a alguien que la investigue.
-Me
parece bien. Gracias, Ankar.
-Bien,
vamos a comer. Espero que te guste la comida casera.
-Comida
casera. ¡Allá vamos!
========================================
Habían
estado viajando a un gran ritmo durante todo el día, todo para poder conseguir
llegar antes del anochecer, y gracias a ello pudieron llegar justo cuando el
sol estaba cerca de ocultarse por completo detrás de la barrera de la niebla.
Era un espectáculo extraño, ya que la niebla hacía ver como si fuera un mar de
fuego en vertical, eterno guardián de cualquier secreto o aventuras al otro
lado.
Subidos
en el carromato, Emberlei y Kahad estaban preparando sus cosas mientras que
Onizuka y Hassle estaban sentados en el lugar del conductor.
-Ha
sido un buen viaje. -Dijo entonces Kahad, a lo que Onizuka asintió.
-Si,
no ha habido grandes manadas de monstruos, y las que ha habido nos ha ayudado
para afinar nuestras habilidades. -Secundó Onizuka, a lo que se rascó la
barbilla. -Me pregunto...
-¿Qué
pasa?
-Nada,
solo algo de curiosidad, pero... ¿Por qué los monstruos han sido tan violentos
los últimos años? ¿Alguien tiene alguna idea?
-Instinto.
-Contestó casi de inmediato la maga negra. -Ten en cuenta que nosotros hemos
estado invadiendo sus territorios por miles de años, y fueron expulsados de sus
hábitats. Normal que traten de recuperar sus antiguos hogares.
-No
estaría tan seguro de eso. -Dijo entonces Hassle, a lo que los demás lo
miraron. -Es decir, estoy de acuerdo en que hemos estado comiéndonos no solo a
los monstruos y animales junto a su territorio, pero... ¿Esperar miles de años
para empezar a volverse más salvajes? Eso no tiene sentido.
-¿Qué
pruebas tienes de que eso no tenga sentido?
-Soy
aventurero, cazador de recompensas concretamente, pero también me encargo de
misiones de subyugación de monstruos. Siempre hay un número bastante alto de
monstruos, a veces incluso son peligrosos por su cantidad de efectivos. ¿Habéis
escuchado alguna vez cuando una aldea es atacada por goblins?
-¿Goblins?
-Preguntó extrañada Emberlei. -Pero... si esos son de los monstruos más débiles
que pueden haber.
-Y
sin embargo, si una manada de cincuenta goblins ataca un pueblo, este puede ser
prácticamente arrasado, sin contar con el hecho de que los supervivientes no
van a querer estar vivos para el final de día. -Explica Hassle. -No se si
puedes llegar a entender mi postura.
-Yo
creo que si. -Comentó entonces Kahad, acercándose a ambos. -Te refieres a que
si se organizaran mínimamente, los monstruos podrían derrotar a los humanoides
bastante fácilmente. ¿Verdad? -El viera asintió. -Y el hecho de que no lo hagan
desde hace tantísimo tiempo es lo que te tiene preocupado.
-Como
cabía esperar de alguien de Eblan. -Asintió Hassle. -Ese es exactamente mi
punto. Si en miles de años no han decidido, incluso los más
pseudo-inteligentes, el atacar a los humanoides en grupo... ¿Por qué ahora los
monstruos, simplemente, son más salvajes?
-¿No
crees que puede ser lo que tu dijeras? ¿Qué decidieran empezar una contra ofensiva?
-Preguntó extrañada Emberlei.
-Sería
ese el caso si a la cabeza hubiera monstruos con un mínimo de inteligencia,
como un Lord Demonio sacado de la época de las leyendas, pero no los hay.
-Explicó el mago rojo.
-No
termino de entenderte...
-Imagina
que de repente, una manada de goblins entrena a un grupo de lobos. -Explicó el
samurái entonces. -Incluso los montan. Los goblins, que son una mierda pinchada
en un palo en solitario, ahora serían algo peligroso al subirse en el lobo.
Eso, lo multiplicas por cincuenta goblins en cincuenta lobos...
-Podría
ser catastrófico para agunas aldeas... -Dijo entonces Emberlei asombrada.
-Pero
no lo hacen, solo son más... violentos. -Continuó el viera. -No es que se estén
organizando para recuperar sus tierras, es como si simplemente tuvieran una
cosa en mente, y es atacar a los humanoides con más dureza.
La
charla decayó cuando llegaron a la entrada del pueblo. Un gran cartel daba la
bienvenida al pueblo Rocafuerte de la comarca de Kolinghen. Emberlei sacó un
pequeño mapa y empezó a hacer cuentas.
-Vamos
bien de tiempo. -Dijo ella. -Ankar dijo que estarían aquí catorce días después
de salir de Tycoon, y nuestro viaje ha sido bastante más rápido de lo esperado.
Tenemos todavía toda una semana para hacer nuestras cosas.
-¿Qué
podemos conseguir aquí? -Preguntó Onizuka, a lo que Emberlei, guardando el
mapa, señaló unas cuantas casas.
-Rocafuerte
tiene gran fama de ser buenos sastres. Podríamos conseguir nuevas ropas hechas
a medida, sobretodo ahora que en esta época los comerciantes de telas llegan
aquí para adquirir nuevas mercancías. Además, yo tengo que hacer ciertas cosas
en este pueblo mientras esperamos a los demás.
-Busquemos
entonces una buena posada para los próximos días. -Dijo Kahad entonces, y miró
a Emberlei. -¿Qué quiere decir con lo de los comerciantes? Las fiestas de la
ventisca de plata hace mucho que acabaron, y todavía faltan como mínimo mes y
medio para las fiestas de la Señora del Agua.
-Bueno,
hay una creencia de que en época del día de muertos, las telas están imbuídas
con buenos deseos. -Explicó la maga negra encogiéndose de hombros. -Una
superstición estúpida, si me lo preguntas, pero las masas así lo piensan, por
lo que hasta al menos el viernes que viene habrá mucha gente yendo y viniendo.
Pasaron
la gran puerta de entrada, y mientras Onizuka y Hassle hablaban con el líder de
la caravana, Emberlei miró el pueblo. Habían pasado muchos años, más de treinta
si no recordaba mal, pero continuaba el lugar casi del mismo modo al que lo
dejó hace ya tres décadas. Suspiró, y miró a Kahad, el cual había tomado el
equipaje de los demás.
-Conozco
una posada aquí, podemos hospedarnos a un bajo precio.
-¿Ya
estuviste aquí antes? -Preguntó Kahad mientras los otros dos se acercaban.
Emberlei asintió.
-Si...
Hace mucho tiempo.
-¿Cuánto
tiempo?
-Kahad,
preguntarle a una mujer por su edad es una situación de muy mala educación. ¿No
es así? -Dijo con una sonrisa forzada.
Cuando
se reunieron con los otros dos, la chica lideró la marcha hacia la plaza del
pueblo, donde había una gran fuente de agua y varias casas que hacían de
negocios. Pasaron por la panadería y llegaron a la posada “La Ardilla Borracha”.
Al entrar, todos los presentes miraron hacia el grupo, pero se giraron de nuevo
a sus vasos otra vez. Se dirigieron a la posadera, una mujer rolliza con una
sonrisa amplia.
-Bienvenidos
a Rocafuerte, la posada de la Ardilla Borracha tiene camas y pucheros calientes
como una moza después de dos meses de no ver al novio.
-Magnífico,
porque a mi me encantan las tres cosas. -Dijo Onizuka apoyando las manos.
-¿Podemos ver a tu madre, jovencita? Porque no puedo creer que una chica tan
joven y encantadora sea la posadera.
-Ay,
pero que zalamero que es usted, señor. -Dijo riendo fuerte la mujer, con un
gran sonrojo en las mejillas. -Seguro que se lo dice a todas.
-Para
nada, no me dejan hablar con posaderas normalmente. -Contestó riendo el
samurái. -Además, yo no digo mentiras.
-Ay,
calla. -Dijo de nuevo la posadera sonriente. -¿Qué puede hacer la vieja Camille
por vosotros?
-Buscamos
alojamiento y comida para al menos una semana. -Contestó Onizuka con una
sonrisa. -Espero que no haya problemas, escuché que en esta época llega bastante
gente.
-Si,
es cierto, pero tuvimos una cancelación de última hora. -Sacando un gran libro
de debajo de la barra, la posadera Camille buscó la parte tachada y sacó una
pluma para apuntarles. -Es una habitación para cinco, pero puedo dárosla a un
buen precio si otra persona entra.
-Mejor
pago también por la otra cama. -Dijo entonces Onizuka. -La verdad, estamos
cansados y no muy acostumbrados a compartir cuarto con gente desconocida, nunca
se sabe qué tipo de psicópatas puede uno encontrar.
-Bueno,
si pagas por la quinta cama, no digo nada. -Contestó la posadera con una
sonrisa.
Mientras
el samurái regateaba con la posadera, Emberlei la miró de nuevo. Conoció a
Camille cuando nació y cuando era una niña pequeña, y su madre siempre había
cocinado muy bien. Recordaba el estofado de carne y la lasaña que hacía cuando
su propia madre no cocinaba. Sonrió con tristeza recordando el pasado.
“No
es bueno, estoy sintiendo nostalgia y tristeza... ¿Por qué siento estas
tonterías? Si, es cierto que Bárbara, la madre de Camille, siempre me trató
bien, y fue ella la que nos dio las provisiones al abuelo y a mí cuando nos
fuimos después del incidente, pero... ¿Por qué siento esto?”
Subieron
al primer piso y dejaron sus cosas. La habitación era simple, con cinco camas y
una gran ventana. Cada cama tenía un baúl a sus pies, y había una mesa en el
centro con un par de sillas, adornada con un jarrón con flores frescas. Era una
sala tranquila y acogedora.
-Bueno,
quizás sea una semana provechosa si tenemos una habitación así. -Dijo Hassle
dejando su bolsa en una de las camas. -Es posible que encontremos varias cosas.
-Yo
tengo asuntos que atender por mi cuenta. -Dijo entonces Emberlei. -Pero os
aviso cuando sea.
-¿Crees
que hayan buenos tintes en el pueblo? -Preguntó entonces Kahad.
-¿Tintes?
Bueno... si, hay algunos tintes. ¿De qué color?
-Negro.
Tengo que teñirme. -Dijo el ninja tocando su cabello y mostrando a la maga
negra algunos restos de tintura.
-Entonces,
podríamos separarnos mientras estamos aquí. -Comentó Onizuka. -Al fin y al cabo
no creo que el pueblo sea peligroso, y no creo que necesitemos estar juntos
durante todo el tiempo. De todos modos no me dejarían beber con la señorita
cerca.
-Pues,
siguiendo la idea de Onizuka, vamos a ver qué nos espera en este hermoso
pueblo. -Dijo Hassle con una sonrisa, y tomó por el hombro a Kahad. -¿Vienes
conmigo? Vamos a buscar esos tintes juntos.
-Pero...
-Kahad,
dale espacio... -Dijo en susurros el viera. -Ha estado todos estos días
encerrada con nosotros, lo mejor es que descanse un poco de todo eso.
Kahad
se quedó en silencio unos momentos antes de asentir.
-Si,
creo que tienes razón... -Susurró, y miró a Emberlei, hablando normal de nuevo.
-¿Dónde crees que podríamos conseguir los tintes?
-Id
a la zona sur, la tienda más grande. -Explicó la maga negra con una sonrisa
agradecida. -No tiene pérdida, es la que tiene tres pisos.
-¿Un
centro comercial en un pueblo como este? Esto si que no me lo pierdo. -Sorprendido,
Hassle empezó a empujar a Kahad. -Vamos, vamos.
Ambos
salieron de la habitación, mientras Onizuka preparaba algunas cosas de su
zurrón.
-¿Qué
vas a hacer tu? -Preguntó Emberlei al pelirrojo.
-Iré
a probar las delicias locales. -Dijo sonriente el samurái, y dejó su bolsa en
una de las camas. -¿Y tu, pequeña?
-No
soy pe... -Empezó a decir, pero al ver la altura completa del samurái, se
mordió la lengua. -... tengo algunas cosas que hacer por aquí.
-¿Algo
personal?
-¿Necesitas
que te lo diga? -Preguntó ella frunciendo el ceño, pero el pelirrojo se encogió
de hombros.
-Mera
curiosidad. Si no quieres decírmelo, no hay problema. Pero para evitar
perdernos en el lugar sería bueno saber por la zona en la que vas a estar.
Emberlei
suspiró. Era extraño, pero Onizuka estaba haciendo un planteamiento totalmente
lógico, y ella no podía negarse a eso.
-Iré
a comprar algunas cosas, e iré a la zona norte. -Le contestó ella, sintiéndose
en calma. -Ahí hay pocas cosas, el templo de Doom, las criptas, el salón de los
muertos, unas cuantas tiendas de flores... Es un lugar hermoso, pero no
recomendaría ir ahí si no fuera para algo solemne.
-Oh,
bien. Yo estaré por esta parte. -Respondió Onizuka mientras se dirigía a la
puerta. -Y ya sabes donde están Hassle y Kahad. Si necesitas ayuda para algo,
estamos localizables.
Ember
se quedó sola en la habitación, pensando en lo que había pasado. Cuando hablaba
con alguien de manera lógica, ella respondía de manera automática, así que no
podía recriminar a nadie el decirle a Onizuka donde iba a ir. Se encogió de
hombros, y salió de la habitación, pero cuando bajó las escaleras, pensó en que
debía al menos hacer una cosa importante antes de seguir con sus asuntos. Se
dirigió a la posadera.
-Hola.
¿La habitación es de vuestro agrado? -Preguntó Camille con una sonrisa. Por
algún motivo, la maga sonrió también.
-¿Cómo
está Bárbara?
-¿Perdón?
-Preguntó extrañada.
-Si,
ya sabes... tu madre.
-Er...
mi madre está en la cocina...
-¿Todavía
trabaja? Ya tiene que tener una edad. -Dijo ella con una sonrisa. -¿Puedo
verla?
-Claro...
Pasa.
Emberlei
se metió por la derecha, en la puerta. Se veía como una cocina normal y
corriente, y delante de los fogones había una mujer de mediana edad cocinando.
Cuando se giró, Emberlei sonrió, porque aunque estaba algo diferente a la
última vez, seguía siendo la misma mujer que la ayudó al irse. Tendría que
tener ahora unos cincuenta años, pero sus cabellos no habían cambiado de marrón
a blanco, aunque sus arrugas si demostraban el paso del tiempo.
La
mujer la miró y se frotó los ojos, a lo cual Ember se acercó.
-Ha
pasado mucho tiempo, Bárbara. -Dijo con una sonrisa. -Veo que Camille creció
mucho.
-Y
tú no has cambiado demasiado, mi pequeña. -Contestó la mujer con una sonrisa, a
lo que se acercó y le dio un abrazo. -Han sido muchos años sin verte.
Ember
se quedó un momento estática, pero casi de inmediato se abandonó a esa cálida
sensación que la mujer le transmitía y le regaló un abrazo igual.
-Han
pasado algunas cosas, y los pies me trajeron aquí. -Le dijo la chica con calma.
-¿Cómo
está el abuelo? -Preguntó la mujer apartándose y sentándose al lado de los
fuegos, en una pequeña mesa rodeada de sillas. Ember la acompañó.
-El
abuelo muró hace veintidós años. -Le explicó la muchacha. Aunque sentía
tristeza de hablar de su maestro, no le quitó la alegría de ver a la mujer.
-Viajamos hasta Elfheim, al sur, y allí ya su cuerpo no pudo más.
-Que
los dioses lo tengan en la gloria. -Dijo la mujer, y miró a la maga, sirviéndole
una taza de leche fresca en un vaso. -¿Viniste para... verla?
La
muchacha tomó la taza en silencio y bebió antes de responder.
-¿Sabes,
Bárbara...? Siguen siendo un misterio para mi las interacciones humanoides.
-Dijo con una media sonrisa mientras miraba el vaso. -El abuelo siempre me dijo
que con el tiempo, podría entender más sobre ello. Me instó a mandarle flores
en el día de muertos.
-Es
un detalle muy bonito. -Dijo la mujer, pero Ember negó con la cabeza.
-Es
un detalle inútil. -Respondió Emberlei. -Seamos snceros, si las almas de los
difuntos vinieran, serían espíritus errantes, seres anómalos que producirían
problemas. Es mejor que se queden en el más allá y que no vean esas flores...
pero aún así, el abuelo me pidió que lo hiciera, y yo sigo haciéndolo como una
tonta.
-No
eres tonta. -Bárbara tomó otro vaso con leche y tomó un sorbo. -Recuerdo que
eras la más inteligente de toda la aldea, vieja amiga.
-Amiga...
-Repitió con una sonrisa melancólica la de pelo morado. -No he tenido amigos
desde que me fui de la troupe de juglares...
-¿Estuviste
en una troupe? -Sonriendo, la mujer mayor se acercó un poco. -Cuéntame más,
anda.
-Ah...
es un tema sin importancia. -Dijo la joven, pero sentía cierto alivio, y la
insistencia de la mujer hicieron que se le soltara la lengua.
Por
algún motivo, estar con Bárbara era relajante. Cuando todavía vivía en ese
pueblo, hace treinta y dos años, ella era una de las pocas personas que la
trataban bien, e incluso eran algo así como amigas. Cuando se marchó, Bárbara
acababa de cumplir los veinte, y ya tenía a Camille dando vueltas por la
posada, por lo que se sintió extraña pensando en que una de sus pocas,
auténticas amigas, fuera una persona que tenía treinta años menos que ella.
Y
sin embargo, se sintió tranquila como hacía mucho que no había estado, hablando
de todo lo que había pasado en el pueblo, de lo que había vivido desde que se
fue, de la situación en la guerra, de sus inquietudes y diversiones... y se
sintió bien. Se sintió como hacía años que no se sentía.
Al
final, hablaron tanto que no se dieron cuenta cuando llegó la hora de la cena.
Camille había entrado, y se las había encontrado riendo sobre alguna cosa que
habían estado hablando.
-Oh.
¿Ya es tan tarde? -Preguntó Bárbara asombrada. -El tiempo vuela. ¿Verdad?
-Si...
hacía mucho tiempo que no perdía la noción del tiempo de esta forma. -Respondió
Emberlei sonriente, y se levantó. -Será mejor que me vaya, para no molestar más
de lo que ya lo hice.
-¿Cenarás
aquí?
-Claro,
echo de menos tu lasaña. -Dijo con una gran sonrisa la chica. -Y la verdad...
no tengo que ir a ningún lado hasta mañana.
-Oh,
ya veo. -Se quedó en silencio unos segundos antes de hablar. -¿Quieres que
mañana te acompañe?
Ember
se quedó quieta en el lugar, pensando. Luego negó con la cabeza.
-Creo
que esto es algo que debo hacer sola. E igual, no es bueno que vengas a ver la
tumba de alguien más.
Bárbara
sonrió mientras veía salir a una Emberlei sonriente. Habían pasado tantos
años... y ella se veía tan joven... Suspiró mientras se acercaba a los fuegos y
preparaba la comida para poder ser servida.
Emberlei,
por su parte, se acercó a una de las mesas, y poco tardó en verse reunida de
sus compañeros de viaje, ante su sorpresa.
-¿Cuándo
llegasteis?
-De
hecho, estábamos sentados aquí al lado. -Respondió Hassle riendo. -Vimos que ni
nos miraste, así que nos sentamos más cerca.
-Oh...
lo siento. -Dijo ella, mientras llegaba Camille con varios platos. -¡Lasaña!
-Mamá
os manda esto. -Sonriendo, Camille dejó los platos delante de ellos. -Dice
además que, dejando de lado lo que pagásteis por la habitación, lo que comáis
va por cuenta de la casa. -Miró a Ember y sonrió. -La verdad, no la había visto
tan feliz desde hace mucho tiempo.
Cuando
la posadera se marchó, empezaron a comer.
-¿Y
qué hicisteis? -Preguntó Onizuka con calma.
-Pues
pudimos comprar unas cuantas cosas. -Comentó Hassle con la boca a punto de
llenársele de comida. -He de admitir que ver un centro de comercio en un pueblo
como este me sorprendió.
-Hace
bastante tiempo decidideron que tener todas las tiendas en un solo lugar sería
más fácil para los aldeanos. -Respondió Emberlei metiendo comida en su boca. -Ya
que las casas del pueblo están algo alejadas, decidieron eso como una medida de
facilidad.
Después
de la cena, todos salvo Onizuka se fueron a la cama. El samurái, por su parte,
había decidido que iba a visitar las tabernas en el llamado centro de comercio,
por lo que se despidió de ellos y se dirigió allí. El lugar era un simple
edificio con muchas habitaciones grandes, de tres pisos de altura, y en la base
había al menos dos tabernas bien surtidas tanto de personas como de bebidas. La
noche acababa de empezar, pero ya había algunos comensales por ahí.
Entró
en una de ellas con calma. Sonrió y asintió ante la presencia de las camareras.
Buenas curvas, buen rostro, una gran sonrisa... No se veían forzadas ni nada,
así que sintió calidez cuando se sentó en la barra. El hombre detrás de ella se
acercó a él y le sirvió una cerveza en una jarra mientras escuchaba quejarse a
un hombre a su lado. El pelirrojo escuchó, no solo al que se quejaba, si no a
todos los demás. Sacar información en las tabernas para él era un arte, y no
necesitaba hacer gran cosa para descubrir pasteles que la gente no deseaba
airear.
El
alcohol siguió, y Onizuka se juntó con dos hombres y una mujer, humanos todos,
que estaban charlando. La cerveza les hizo hablar con él, y las risas fueron
estridentes. Charlaron, bebieron, comieron y se divirtieron, y decidieron
continuar con la fiesta en otro lugar. La noche era oscura, pues las nubes
cubrían la luna y las estrellas, y las antorchas estaban bastante alejadas unas
de otras. Pero eso no importaba, porque las risas y las charlas de los cuatro
hacían que la gente supiera donde estaban en todo momento.
Hasta
que las risas se silenciaron abruptamente en la oscuridad de la noche.
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El
repiqueteo de la lluvia era suave esa mañana, y el sol, contra todo pronóstico,
brillaba más fuerte que otros días a través de las nubes. Ankar quería
remolonear un rato más en la cama, abrazado a su esposa, pero sabía que, cuanto
más tiempo estuvieran juntos en la cama desnudos, más ganas de hacerle el amor
de nuevo tendría, por lo que bostezó y se levantó para irse al cuarto de baño.
Mientras se duchaba, sus pensamientos estaban dirigidos a lo que ambos habían
estado hablando sobre lo que debía hacer.
Había
un grupo de pergaminos que cada dragonero creaba durante su carrera. Cada caballero
de dragones se especializaba en uno o dos conjuros arcanos, creados en la
antigüedad. Durante su vida, los expertos en dragones dominan por completo un
conjuro a tal punto que se hacen maestros de dicho hechizo, y lo plasman en
pergaminos para las generaciones futuras cuando creen que los han mejorado. Su
maestro en Burmecia, el padre de Ketriken, había dejado atrás tres pergaminos,
dos de los cuales los había recibido él, mientras que el tercero se quedó en la
casa familiar de los Wolfeng, la familia de su esposa. Los dos hechizos que el
albino había obtenido eran poderosos, pero el tercero nunca quiso tomarlo.
Suspiró
fuerte bajo el agua, y abrió los ojos cuando sintió las manos de su mujer
acariciando su pecho desde detrás de él. Sonrió.
-¿Te
desperté? Lo siento.
-No
te preocupes. -Contestó ella mientras le acariciaba. Los largos cabellos de la
viera caían por su espalda mientras se empapaban de agua caliente. -Te vi
preocupado. ¿Qué te ocurre?
-Es
sobre esta misión...
-¿Tienes
dudas?
Ankar
se quedó sorprendido ante esas palabras, pero inmediatamente negó con la
cabeza.
-Al
principio resultó extraño, pero se que el rey no habría dado una misión así
simplemente para desestabilizar el mundo. -Dijo el albino mientras se giraba a
su esposa y le apartó el cabello de los hombros. -Pero los demás monarcas
tienen conocimiento... y se apoyan entre ellos. Es algo que me dio
tranquilidad.
-Pero
lo que te preocupa es el fin de tu viaje. -Su mujer le tomó del rostro con una
sonrisa tranquila. -Te preocupa el pergamino. ¿Verdad?
Ankar
suspiró, y ella le obligó a dar la vuelta para limpiarle la espalda. Ella
siempre sabía cuando algo le rondaba por la cabeza, era como un extraño poder
que la mujer había desarrollado.
-Has
dominado el aliento y las garras que mi padre tan bien mejoró. -Las palabras de
Ketriken iban acompañadas del uso de una esponja enjabonada en la espalda del
albino. -Pocos dragontinos han dominado más de un conjuro arcano, y papá dominó
tres.
-Si,
pero nunca entendí porqué el tercero fue ese. -Le dijo Ankar mientras sentía
como su mujer lo limpiaba.
-Si
quieres, podemos preguntarle a mamá. -Ketriken terminó con la espalda del
hombre y dejó la esponja. -Pero ahora, no quiero que te preocupes por eso.
Mejor piensa en otra cosa. -Y antes de que él dijera nada, ella pasó sus brazos
por debajo de los hombros de él para abrazarlo y le dio un pequeño mordisco en
el hombro.
-¿Es
que acaso no tuviste suficiente con lo de la noche? -Preguntó él mientras ella
acariciaba la parte baja de su cuerpo. La mujer sonrió.
-¿De
ti? Nunca tengo suficiente.
Por
su parte, Dreighart e Ylenia estaban sentados en la mesa del primer piso.
Acababan de bajar de sus cuartos.
-¿Y
Astafire? -Preguntó Dreighart.
-Está
durmiendo. -Respondió la guerrera. -Dormir en una cama cómoda después de tanto
tiempo hace que uno quiera quedarse un poco más.
-Si...
-Bostezando, Dreighart miró por la ventana. -Aunque creo que nosotros nos
levantamos demasiado temprano. Creo que las hijas de Ankar no se han levantado
todavía, siquiera.
-Entonces
lo mejor sería ir a buscar algo para desayunar. -Comentó Ylenia levantándose.
-¿Dónde
van a desayunar?
Ante
la pregunta, ambos se giraron y se encontraron con Zelda, la mayor de las hijas
del albino. Venía vestida con sus ropas de maga blanca y se dirigía hacia
ellos.
-Bueno,
no queríamos molestar, así que íbamos a buscar algo para comer. -Comentó
Dreighart con una sonrisa incómoda.
-¿Y
dónde? -Preguntó de nuevo, esta vez riendo, la muchacha. -Si llegaron justo
ayer, y no les preguntaron a nadie donde están las tabernas ni las tiendas por
aquí cerca.
-Podríamos
haber buscado por nuestra cuenta. -Respondió Ylenia.
-Nido
Lluvioso es diferente a muchas otras ciudades. -Explicó la joven mientras se
dirigía a la cocina. -Si no has vivido aquí antes, o te explican como llegar a
los lugares, es fácil perderse. Es el gran problema que tiene la arquitectura
oscura y las incesantes lluvias, que te desorientan fácilmente. ¿Qué desean
desayunar?
-Oh...
pues... supongo que lo que siempre desayunen. -Ylenia se sentó de nuevo.
-¿Quiéres que te ayude?
-Tranquila,
es mi día de preparar los desayunos. -Zelda se metió en la cocina y comenzó a
preparar los alimentos. -Mi hermana y yo nos turnamos con mamá para esto.
-Es
extraño que Ankar, siendo por lo que se ve un burgués, no tenga sirvientes.
-Comentó Dreighart extrañado.
-Papá
siempre nos inculcó que para conseguir lo que queremos, debemos esforzarnos
nosotros mismos. -Respondió la viera desde la cocina. -Además. ¿Quién dice que
papá no tiene sirvientes?
-¿Los
tiene?
-Bueno,
papá ha comprado muchos esclavos hasta ahora. -Empezó a explicar la chica.
-Aquí en nuestro reino la esclavitud es diferente.
-Eso
he oído. -Dijo Ylenia con el ceño fruncido. -Pero la esclavitud es esclavitud,
no me puedo creer que Ankar compre esclavos.
-Oh,
no es como lo imagina, señorita Ylenia. -Riendo, los dos vieron como la hija
del albino dejaba un cuchillo a su lado. -Hay mucha gente en los barrios bajos
que no tienen absolutamente nada salvo su propia vida. A esas personas, papá
las compra por un periodo de 7 años, donde las ayuda a conseguir un empleo
justo, y cuando termina el contrato, él les contrata como trabajadores libres.
-¿Quiéres
decir que cuando los compra, es para enseñarles un oficio? -Preguntó extrañada
Ylenia. Zelda asintió.
-Muchas
veces, sin embargo, los compra para protegerlos. -La chica salió con dos platos
llenos de pan relleno de jamón, queso y judías, dejándolos encima de la mesa.
-Los primeros que compró fue a una familia de peleteros de los barrios bajos
porque los que los contrataba los maltrataba sin contrato ni nada, y ahora
mismo es uno de los que manejan algunos negocios de papá.
-¿Ankar
tiene varios negocios?
-Claro,
pero la mayoría solo les cobra los alquileres, y el tributo mínimo para nobles.
-Explicó la chica regresando por otro plato y sentándose a su lado. -La mayoría
está en Cristal de Niebla, el territorio de papá.
-¡¿Ankar
tiene tierras?! -La sorpresa en la voz de Dreighart sonó en todo el salón.
-Pocas,
pero las tiene. -Riendo, Zelda tomó uno de sus panes y lo mordió. -De ahí
vienen casi todos los materiales de los negocios de papá.
Antes
de que dijeran nada más, las dos pequeñas gemelas llegaron corriendo y, dando
los buenos días, se metieron en la cocina.
-Niñas,
daos prisa, la escuela empezará pronto. -Dijo desde las escaleras Cerea, y
cuando la vieron pudieron darse cuenta de que todavía tenía que peinarse.
Las
niñas, como si no hubieran escuchado, se pusieron a comer con golotonería y
salieron corriendo de nuevo escaleras arriba. Los otros dos miraron divertidos
la situación mientras desayunaban con Zelda, hasta que bajó Cerea,
perfectamente arreglada, con las dos niñas, también bien vestidas.
-Las
voy a llevar. -Dijo la albina. -Te veo luego en la tienda. ¿De acuerdo?
-Claro,
id con cuidado. -Respondió su hermana.
-¿Quieres
que os acompañemos?
La
albina negó con la cabeza mientras abría la puerta y las tres salían. Zelda
terminó su desayuno y se levantó para traer una jarra con chocolate caliente y
les sirvió a ambos en el mismo momento en que Astafire bajaba terminando de
peinarse.
-Perdón
el retraso, la cama era demasiado cómoda. -Se excusó la elfa, sentándose al
lado de Ylenia. -Hacía tiempo que no dormía en una cama tan buena.
-¿Quieres
desayunar? -Preguntó Zelda llenando otro vaso de chocolate caliente. Astafire
sonrió.
-Por
favor, si no es una molestia.
-¿Qué
es lo que van a hacer hoy? -Preguntó Zelda después de servirle a la pelirroja.
-Vamos
a ir a buscar un pergamino. -La voz mental de Ankar les hizo girarse a las
escaleras, donde él y su esposa bajaban. -Iremos a casa de tu abuela.
-Oh...
ojalá pudiera ir con vosotros, pero tengo cosas que hacer. -La voz algo triste
de Zelda llamó la atención de los tres. -¿Estaréis en casa?
-Unos
días, ya te dije. -Sonriendo, Ankar se sentó y su hija le sirvió el desayuno a
él y a su madre. -Así que no te preocupes.
-Bien...
le das recuerdos a la abuela. ¿Vale? -Pidió la chica mientras llevaba los
platos sucios. -Yo voy a ir a la torre.
La
chica se despidió de sus padres con un beso y se marchó, mientras el albino y
la viera desayunaban.
-Primero
iremos a buscar un pergamino que necesito. -Explicó Ankar. -Luego nos
dirigiremos a algunas tiendas a conseguir equipo.
Todos
asintieron, y cuando estuvieron preparados salieron de la casa bajo la lluvia.
De manera curiosa, Dreighart miró hacia arriba, hacia el cielo. Era algo
extraño que a esa hora, tan temprano por la mañana, hubiera una cantidad de luz
que se asemejaba a cuando anochecía normalmente. Ylenia por su parte había
leído sobre este fenómeno, y se sorprendía de que el frío fuera todavía
soportable. Había estudiado que en el norte el invierno llegaba antes, por lo
que pensaba que comprar ropas de invierno sería ideal.
-¿Dónde
podemos comprar ropa de abrigo? -Preguntó la guerrera.
La
esposa de Ankar empezó a hablar sobre el distrito de aventureros, un poco más
abajo. También respondió a la pregunta de Dreighart sobre el tiempo,
explicándole que el tiempo cambia bastante bruscamente en el reino montaña.
Cuando llegaban los cambios de estaciones era como si accionaran una palanca y
el tiempo cambiaba de un día para otro, por lo que todavía faltaba al menos un
mes y medio para que el frío empezara.
Mientras
caminaban, los tres podían ver como mucha gente andaba bajo el agua con total
calma. Algunos niños iban hacia arriba, seguidos de padres o personas que
tenían el aspecto de criados, mientras que otras tantas iban hacia abajo
llevando diferentes artículos. No tardaron mucho hasta que llegaron a otra gran
casa, esta vez un poco más pequeña pero más alta que la de Ankar, y Ketriken se
acercó antes que los demás para abrir la puerta.
El
lugar era acogedor, tranquilo y bonito. La decoración era simple pero de buen
gusto, e Ylenia se dio cuenta de que había mucha de estilo élfico. Cuando
cerraron, Ketriken se perdió por una de las puertas.
-Buenos
días mamá. -Dijo ella, y una voz de mujer le respondió.
-Oh,
cariño. ¿Cómo tan temprano por aquí?
-Ankar
vino entre misiones, pero necesita algo.
-Vaya,
iré a verle.
Los
pasos se hicieron oir y por la puerta por donde la viera surgió apareció otra más,
vestida con ropas de maga roja. Su cabello corto contrastaba con las gruesas
orejas de conejo que tenía en la cabeza. Dreighart e Ylenia tragaron saliva.
-Ankar,
querido, bienvenido a casa de nuevo. -Dijo la mujer recién aparecida, y Ankar
se acercó a ella para darle dos besos en las mejillas. -Pensé que ibas a estar
más tiempo fuera.
-Y
lo estaré, solo estoy de paso.
-Ylenia...
¿Ketriken no dijo que veníamos a ver a su madre? -Preguntó en susurros
Dreighart a la guerrera. Esta asintió. -¿Ella es su madre? -Preguntó otra vez,
a lo que Ylenia, con lentitud, empezó a asentir con dudas. -Joder...
Ylenia
no podía estar más de acuerdo. Había visto muchas vieras en su vida, pero nunca
había pensado en que una mujer que se viera tan joven y atractiva pudiera ser
la madre de la esposa de su amigo, porque además la mujer enfatizaba sus
encantos con ropa ceñida y escotada. Astafire, por su parte, soltó una pequeña
risa y se acercó a ellos.
-¿Acaso
no habíais visto nunca a una viera madre? Recordad que las vieras viven hasta
trescientos años, por lo que el hecho de que tenga una hija no significa que
tenga que verse de mediana edad.
Ambos
miraron de nuevo a la mujer mientras esta se reía de algo que Ketriken le había
dicho. Luego se giró a ellos y sonriendo, hizo una pequeña reverencia.
-Es
un placer conocerles, bienvenidos a la humilde casa de los Wolfeng, soy
Faraheidy Wolfeng, pero pueden llamarme Farah.
-Encantada
de conocerla, lady Farah. Mi nombre es Astafire Vientosolar, y mis amigos son
Ylenia Peribsen y Dreighart Firius. -Dijo la elfa del bosque adelantándose y
haciendo una pequeña reverencia. -Disculpe a mis amigos, es la primera vez que
vienen a Burmecia y el choque de culturas todavía los están afectando.
-Que
lindos. -Dijo ella sonriente, pero luego puso cara de preocupación. -Lamento no
poder daros una gran bienvenida, debo ir a la escuela pronto. ¿Irás tú,
querido? -Preguntó mirando a Ankar, pero este negó.
-No,
Farah, yo continúo de misión. No puedo detenerme para dar clases de historia
ahora mismo. -Respondió el albino. -Vengo por algo del maestro.
-¿De
mi Richard? -Preguntó entonces la maga roja extrañada. -¿Qué podría ser?
-El
tercer pergamino.
Farah
abrió los ojos, y suspiró.
-¿Al
final has decidido aprender el último de los hechizos de mi marido? -Ankar
asintió, aunque no parecía muy convencido. -¿Estás listo para eso?
-No
del todo, pero Ketriken cree que si. -El albino suspiró fuerte. -Y si tengo que
derrotarlo, he de aprenderlo.
-¿Lo
encontraste? -Preguntó la mujer, y ante el movimiento de cabeza de Ankar, ella
suspiró igual. -¿Seguirás el camino de la venganza?
-Estará
en el camino. -Dijo él con una sonrisa tranquilizadora. -No seré yo quien lo
busque, simplemente aparecerá.
La
viera asintió con decisión y se giró al interior de la casa.
-Esperad
aquí, iré a buscarlo.
Cuando
desapareció, Dreighart e Ylenia se acercaron un poco a Ankar. Astafire estaba
detrás de ellos.
-¿Qué
quiere decir con lo de la venganza? -Preguntó Ylenia extrañada.
-El
ser que me arrancó la voz. -Dijo Ankar mostrando sus cicatrices en la garganta.
-A parte de hacer eso, me dejó medio muerto y mató a varios de mis hermanos.
-¿Quién
fue? -Preguntó serio Dreighart. -¿Quién fue tan desgraciado como para hacer
algo así?
-Lemnar,
el dragón negro. -La voz de Ketriken sonó en la casa como un gong. Los tres la
miraron extrañados.
-¿Un
dragón? Pero... Eso no tiene sentido. -Dijo Ylenia totalmente descolocada.
-Ankar es hijo de una dragona.
-Bueno,
los dragones tienen cosas en común con nosotros, y los hay buenos y malvados.
-Respondió la viera sin su habitual sonrisa. -Y este es de lo peor.
Astafire
entonces se acercó a Ankar y tocó un poco su garganta con una mano iluminada.
La elfa se dio cuenta de que el daño que tenía era prácticamente irreversible,
pero...
-¿Crees
que pueda intentarlo...? -Preguntó ella con dudas. Ankar negó con la cabeza.
-Los
magos blancos dijeron que era imposible para ellos.
-Pero
si consigo convertirme en una devota... -Astafire susurró mientras se alejaba,
con un semblante pensativo. Empezó a hablar en un idioma extraño que ninguno de
ellos conocía, a una velocidad muy rápida y muy baja.
-Tu
compañera es muy interesante. -Dijo Ketriken con una sonrisa. Ankar asintió.
-Es
posible que se sumerja en eso durante un rato.
-Me
recuerda a Laily. -La sonrisa de Ketriken era tierna en ese momento. -¿Por qué
no la fuiste a ver?
-Ya
te dije, pasaron muchas cosas.
-Si
pero... -La viera suspiró. -Parece que Crystalos se puso en nuestro camino de
nuevo...
Ankar
sonrió, pero todos miraron hacia arriba, donde en lo alto de las escaleras
Farah traía un pequeño cofre. Tenía el tamaño justo para un pergamino, y estaba
bien ornamentado, al estilo élfico.
-Debo
decir... ¿Hay algún elfo viviendo aquí? -Preguntó Ylenia con curiosidad. -Llevo
desde que entramos viendo decoración muy similar a la usada por los elfos.
-Mi
padre era un elfo. -Contestó Ketriken. -Por eso tenemos decoración tan similar.
-¿Era...?
-Preguntó ahora Dreighart, pero se quedó callado antes de decir. -Oh... lo
lamento mucho.
Ketriken
hizo un gesto con la mano para quitarle importancia, y su madre llegó hasta
ellos. Le dio el cofre a Ankar.
-Aquí
tienes el pergamino. Se que siempre has sido renuente a aprender este hechizo,
pero Richard lo dejó especialmente para ti.
-No
entiendo porqué... -Dijo Ankar mirándola.
-Ankar...
Una espada es un arma. -Dijo entonces Ketriken, poniendo
la mano en el pecho de Ankar. -Da igual lo bella o tosca que resulte ser su
manufactura, su funcionamiento es el mismo: Dañar y matar. Pero eres tú quien
decide si la usas para matar sin escrúpulos o tienes la determinación para
usarla y proteger algo... -Sonriendo, su esposa tomó ahora la mano con la que
sostenía la caja del pergamino. -Cada uno tiene su propia historia, y la tuya te
ayudará a llevar ese peso.
Ankar
sonrió, recordando que nunca pudo llevarle la contraria a su esposa cuando se
quería asegurar de que algo se hiciera bien. Inspiró fuerte y tomó la caja.
-Perdone,
lady Ketriken... -Dijo Ylenia acercándose, con el ceño fruncido. -No es por
meterme en donde no me llaman, pero parece que no es una situación agradable
para su marido...
-Es
normal. -Contestó Ketriken mirándola. -La verdad es que...
-Yo
le explicaré. -Cortó Ankar mirándolos. -Cada maestro entre los dragoneros
suelen dominar uno o dos conjuros de nuestra especialidad, y plasma las mejoras
y las formas de hacerse en pergaminos que se dejan para la posteridad,
especialmente para sus aprendices. Mi primer maestro, el padre de Ketriken,
dejó tres pergaminos.
-Vaya,
su padre tuvo que ser un dragonero muy talentoso. -Alabó Dreighart sorprendido.
-Si...
dos de los tres pergaminos ya los he aprendido. -Continuó Ankar, y levantó el
cofre. -Solo falta este.
-¿Por
qué no aprendiste el tercero cuando estabas con los otros dos?
-Porque
este conjuro es conocido como Matadragones.
Los
ojos de sus tres compañeros se abrieron de par en par, sorprendidos.
-Espera,
creo que no te escuché bien... ¿Dijiste mata mamones, verdad? -Preguntó
Dreighart con una sonrisa nerviosa.
-No,
sabes perfectamente lo que dije.
-Pero...
Pero eso no puede ser. Los dragoneros son los compañeros de los dragones, es
imposible que un conjuro de esta orden sirva para matar dragones. -Las palabras
atropelladas de Dreighart lo sorprendieron incluso a él.
-Es
cierto, pero también somos los que más sabemos de la fisionomía y biología de
los dragones. -Explicó Ankar asintiendo. -Sabemos luchar contra ellos mejor que
nadie.
-Si,
lo acepto, pero pasáis más tiempo con ellos que nadie también. -Continuó
Dreighart.
-También
somos los que protegemos a la gente de los que se vuelven locos.
-Pero...
pero... -Dreighart no sabía porqué continuaba, pero sentía que debía protestar.
-¡Pero tu familia son dragones!
-Lo
se... -Dijo Ankar después de un segundo de silencio. -Por eso me negué a
aprenderlo en su momento.
-¡Pero...!
-Dreighart quiso continuar, pero Astafire le puso la mano en el hombro.
-Entiendo
lo que quieres hacer, Dreight. -Dijo la elfa con una sonrisa. -Pero ten en
cuenta que Ankar habrá estado pensando en eso mucho tiempo.
Ketriken
sonrió ante esas palabras. Se había dado cuenta que tanto Ylenia como Dreighart
se habían asustado al pensar que su marido aprendiera un hechizo para matar dragones
debido a su familia, y querían evitar cualquier problema al albino, pero
Astafire pensó exactamente como debería pensar una maga blanca, con calma y
lógica. De alguna forma, supo que esos tres compañeros se preocupaban por su
marido.
-Chicos,
os entiendo. -Dijo Ankar, pero miró al cofre. -Pero lo que nos espera no es
algo que podamos hacer sin mejorar nosotros mismos.
Todos
sus compañeros tragaron saliva, y Ankar abrió el cofre. Pero se sorprendieron
cuando se lo dio a Ketriken con las palabras.
-La
voy a matar.
Y
salió de la casa con paso directo.
-¡Ankar!
¡¿A dónde vas?! -Preguntó extrañada Ketriken, a lo que miró el contenido del
cofre. -Oh, por los dioses...
-¿Qué
pasa? -Dijo Astafire extrañada.
-Tenemos
que ir detrás de él... -Respondió Ketriken dejando la caja en una mesita y
salir corriendo a por su marido. -Antes de que mate a alguien.
-¿Qué
quieres decir? -Preguntó ahora Ylenia mientras corrían detrás de ella.
Antes
de contestar, pudieron ver a Ankar caminando en dirección a una casa no muy alejada
de la casa Wolfeng, pero no se había puesto la capucha, por lo que sus cabellos
mojados le daban un aspecto mucho más fiero. Ylenia trató de recordar cuando
habían visto a Ankar tan enfadado, y solo recordó cuando pasó la situación con
los esclavos en la capital de Barón, pero no se acercaba al nivel de furia que
podía ver en los ojos de su amigo albino.
-Ankar,
amor, tranquilo. ¿Si? -Dijo Ketriken, y la guerrera se dio cuenta de que estaba
muy nerviosa. -Recuerda que estás en territorio burmeciano, si matas a alguien
podrías meterte en problemas por mucho que trabajes para nuestro ejército.
-No
cuando se trata de robo a propiedad privada. -Contestó Ankar, y los tres
sintieron una fuerte furia en sus mentes.
-Contrólate,
por favor. -Dijo de nuevo su mujer, pero el albino no se detuvo hasta que
Ketriken se puso delante de él y le paró con la mano en el pecho. -Nok, mann!
Jeg vet hvor sint du er, men du har et oppdrag å utføre!
-Din
dumme fetter stjal farens rulle! Hvordan kan du være så rolig? Dette er det
siste strået!
-¡Yo
también estoy furiosa! -Gritó Ketriken en idioma común esta vez. -¡Pero te vas
a poner a todo el ejército en contra! ¡Se lógico, amor!
Ankar
se quedó callado mirando a su mujer con unos ojos llenos de furia. Ylenia sabía
que esa furia no estaba dirigida a su esposa, pero no comprendió lo que se
estaban diciendo entre ellos en esa lengua tan extraña. Dreighart se acercó un
poco a ella y le susurró.
-La
verdad, que huevos tiene Ketriken. Yo ni loco me pondría en medio de Ankar y su
presa, sea la que sea, y menos con esos ojos.
-Para
estar al lado de alguien como Ankar tienes que tener un temple igual al de
él... -Dijo la guerrera tragando saliva, pensando lo mismo que el ladrón.
Astafire se acercó a la pareja, un poco pálida.
-Ankar,
por favor. ¿Qué sucede? Somos tus compañeros, por favor, dinos.
El
albino cerró un momento sus ojos para calmar su mente, pues ahora mismo era una
vorágine de furia. Había aprendido a calmarse durante todos esos años, pero
ahora mismo había perdido el control. Inspiró fuerte y dejó salir el aire de
sus pulmones.
-Ankar,
por favor, calma. -La voz de Ketriken había bajado de intensidad, y el albino
asintió un par de veces.
-Vamos,
he de recuperar el pergamino. -La voz telepática de Ankar todavía estaba
bastante afectada, pero Ketriken no se movió.
-Tus
amigos merecen saber qué pasó.
-Si...
-Inspiró fuerte, y se giró a sus compañeros. -Perdonad...
-Ankar,
no te había visto tan furioso desde lo de Barón. -Dijo Dreighart, ahora más
calmado. -¿Qué ha pasado?
-El
tercer pergamino ha sido robado. -Contestó el dragonero. -Y se quién lo hizo.
-¿Quién?
-Mi
prima. -Dijo Ketriken suspirando. -Es una persona... especial.
-Cuando
alguien dice que alguien es especial es porque no quiere insultarla
abiertamente. -Respondió Astafire levantando una ceja.
-Vamos.
-Dijo Ankar poniéndose la capucha y comenzando a caminar.
Se
acercaron a la entrada de la casa, una de dos pisos algo grande, y el dragonero
tiró de la cadena del timbre. Al otro lado se escuchó unos pasos rápidos, y al
abrir la puerta, se encontraron con una pequeña viera de ojos rojos y ropas
blancas.
-¡Dyadya
Ankar! -Dijo la niña y saltó sobre el albino, el cual la atrapó y la cargó.
-Albedo.
¿Qué haces aquí? ¿No tienes clase? -Preguntó extrañado el hombre.
-Si,
pero mamá dijo que tenía que ir a una revisión médica, por lo que me quedé hoy
aquí. -Dijo la niña sonriente.
-Eu,
una enferma. -Dijo con broma el albino apartando a la niña en sus brazos. -Será
mejor que la pongamos en la cama antes de que nos contagie.
La
niña empezó a reír y a moverse diciendo “bájame, bájame”. Al hacerlo, empezaron
a entrar en la casa.
-¿Está
mamá en casa? -Preguntó Ketriken con una sonrisa calmada. La niña asintió.
-Voy
por ella.
-No
hace falta, cariño. -Dijo una voz desde el interior. -Ya estoy aquí.
Cuando
miraron, vieron a una viera que tenía un fuerte parecido a la madre de
Ketriken, solo que su cabello corto parecía más salvaje y llevaba una túnica
roja con líneas blancas. Llevaba una espada y una daga en la cintura, pero
parecía bastante más imponente que muchas otras vieras que habían visto.
-Pensé
que estabas de misión, Ankar. -Dijo la viera dándole dos besos y tomando a la
niña de sus brazos. -Kain me mandó un mensaje sobre eso.
-¿Te
explicó lo que debía hacer? -Preguntó el albino, y la viera asintió. -Entonces,
sabes a qué vengo.
-Si,
pero no se porqué vienes a mi casa. -Dijo, y miró a los que venían con ellos.
-Además de que vienes acompañado.
-Oh,
perdona. -Se giró a sus compañeros. -Ella es Ondina Guinness, Gran General de
Burmecia.
-¿Gran
General...? ¿Te refieres al mismo título que lord Kain? -Preguntó Ylenia
abriendo los ojos. Ankar asintió.
-Si,
tienen el mismo título. Además, es la hermana de mi suegra.
-¿Cómo
es que conoces a tanta gente importante, Ankar? -Preguntó la guerrera. Él se
encogió de hombros.
-Cosas
de la vida... -Se giró a la mujer viera. -Ondina, tenemos un problema.
-¿Qué
sucede?
-Más
bien Undine tiene un problema. -Dijo Ketriken con cara de cansancio.
-¿Qué
hizo la casquivana de mi hija mayor ahora? -Preguntó frunciendo el ceño la
mujer.
-Robó
uno de los manuscritos de mi padre. -Le respondió la esposa de Ankar, a lo que
la Gran General abrió los ojos.
-Imposible,
ella nunca haría algo así.
-Tía,
dejó hasta una nota diciendo que Ankar no era merecedor de ese pergamino...
además de unos cuantos insultos más.
Dreighart
e Ylenia abrieron los ojos, y más o menos empezaron a entender porqué Ankar se
había puesto furioso.
-Esta
hija mía... -Suspiró la mujer, y dejó a la pequeña en el suelo. -Voy a tener
que darle un escarmiento.
-No
te ofendas, Ondina, pero nunca has tenido la mano dura que tenía el maestro
Richard. -Dijo Ankar de una manera directa, sorprendiendo a los tres que lo
acompañaban. -Voy a tener que darle yo ese escarmiento.
Se
quedaron en silencio unos momentos hasta que Albedo, la niña pequeña, se fue
corriendo hacia las escaleras y subió por ellas. Dreighart se acercó a
Ketriken.
-Perdona,
Ketriken, pero... ¿Acaso tu prima y Ankar tienen historia?
-Mi
prima es... una engreída. -Dijo entonces Ketriken. -Y nunca pudo soportar que
otros fueran mejor que ella. Y Ankar la supera en todos los aspectos.
-¿Tan
importante es ese pergamino? -Preguntó entonces Ylenia. -¿No podría, no se,
tomar el pergamino de otra persona?
-En
nuestro reino, la cultura dragonera es muy importante. -Explicó Ketriken. -Hasta
los funcionarios estatales deben estar en el ejército como dragoneros, no
hablemos de los zares y zarinas.
-Robar
el pergamino de un maestro que no es el tuyo es una deshonra completa.
-Continuó Ondina entonces. -Por eso me resulta tan extraño que mi hija, aun con
lo tontita que es, haya hecho eso.
-Y
ese es el motivo por el cual Undine sigue haciendo lo que quiere. -Dijo
entonces Ankar con los ojos bien fruncidos. -Por lo que esta vez, se hará de
manera oficial.
-¿Qué
tienes pensado? -Preguntó levantando una ceja la Gran General.
-Voy
a acusarla y detenerla por el delito de robo de propiedad privada, además de
robo de pergaminos de maestros ajenos.
-Eso
es bastante grave. -Dijo Ketriken entonces. -Podrían echarla del ejército.
-Ese
no es mi problema, ya ha hecho suficiente. -Dijo Ankar de manera tajante. -Solo
necesito que me des la orden, como Gran General, y saldré a buscar a tu hija.
Ylenia
estaba bastante sorprendida, pero cuando iba a decir algo, Dreighart la paró
con la mano y negó con la cabeza. El ladrón sabía, por algún motivo, que lo que
estaba por pasar era algo interno del lugar, así que se acercó a Ankar y le
tocó en el hombro.
-Oye,
Ankar. Se que esto es algo personal, así que creo que nosotros no deberíamos
estar presentes. Pero no me quiero quedar quieto. ¿Crees que pueda ir por
provisiones?
-No,
os voy a necesitar aquí, luego pensaremos en provisiones. -Dijo Ankar después
de unos segundos en silencio. -Quizás la ladrona se ponga violenta.
-No
hables así de mi hija, Ankar. -Pidió frunciendo el ceño Ondina. -Sigue siendo
parte de la familia de Richard, y todavía no sabemos si tiene el pergamino.
-Mamá.
-La voz de la pequeña Albedo venía de arriba de las escaleras, y al verla, la
niña bajó con una caja de madera. -Creo que aquí estará lo que buscas.
-¿Qué
es eso?
-Es
de Undine. -Dijo la niña dándole la caja a su madre. -Un día, Azalie y Lilith
estaban en casa, y las tres jugábamos a encontrar el tesoro, y encontramos el
tesoro de mi hermana.
La
mujer puso la caja en la mesa mientras los demás se acercaban. Cuando la abrió,
se lamentó con un suspiro.
Dentro
había varios retratos y pergaminos, pero uno de ellos tenía el sello de la
familia Wolfeng. Cuando Ankar tomó el pergamino y lo desenrolló, frunció más el
ceño, enseñándole a Ondina el interior de la hoja.
-¿Necesitas
más motivos, Ondina? -La mujer tomó el pergamino y, después de una mirada
rápida, cerró los ojos. -¿Cuántas veces más vas a encubrirla? Sabes que el
maestro no lo haría.
-No
uses la carta de Richard contra mi, hijo. -Dijo la Gran General molesta
mientras Ankar tomaba de nuevo el pergamino. -Sabes que es muy injusto.
-Entonces
haz lo que deberías haber hecho, tía. -Dijo Ketriken.
-¿Tu
también, Ketriken? Es tu prima.
-Si,
y como una hermana, pero tiene trapos muy sucios, y lo sabes bien. -Dijo
Ketriken frunciendo el ceño. -Quizás una temporada en las mazmorras le haga
recapacitar.
Ondina
inspiró fuerte, y se giró a los compañeros de Ankar.
-¿Sois
parte del grupo del capitán Einor? -Preguntó la mujer, y los tres vieron que el
aire a su alrededor cambiaba a uno más estoico.
-Si,
Gran General. -Dijo Astafire poniéndose delante de los otros dos. -Seguiremos a
Ankar en lo que nos pida.
-Entonces,
capitán Einor, te ordeno que vayas al coliseo y capturen a la sargento Undine
Guinness con el cargo de robo de herencia dragoviana.
Ankar
asintió y se giró hacia la puerta, y sus compañeros se dieron cuenta de que su
amigo albino tenía un aire similar a cuando iban a entrar a un Templo o cuando
se ponía a dar órdenes. Comenzaron a caminar a su lado, con Ketriken a su lado.
-Ketriken.
¿Cómo es tu prima? -Preguntó entonces Ylenia, a lo que la viera sacó de su
bolsa un retrato de ella con otra chica viera.
-Es
ella. -Dijo, y los tres la miraron. -Tened cuidado, aunque sea medio tonta,
sigue siendo sargento del ejército.
Los
tres asintieron, sin esperarse que tendrían que luchar en esta visita, pero no
querían dejar solo a sus amigos.
El
camino fue algo hacia el lugar conocido como el Coliseo. Ankar les explicó que
ese lugar se usaba para torneos y fiestas militares, además de que se usaba
también para prácticas y luchas de duelos oficiales. Mientras de acercaban
podían ver una estructura grande y circular, también de piedra oscura, pero con
muchos soldados que parecían tener armaduras con motivos dracónidos.
El
interior, sin embargo, era bastante agradable, con multitud de pasillos y
chimeneas.
-Bien,
nos vamos a separar. Ylenia, Dreighart, id por el lado izquierdo. Ketriken,
Astafire, por la derecha. Yo iré por el centro a la zona de la arena.
Todos
asintieron y se separaron. Ankar se dirigió hacia una de las zonas donde los
militares estaban esperando su turno para entrar, y se dirigió a una viera que
estaba de guardia.
-Capitán
Einor. -Dijo la chica haciendo un saludo militar. -No lo esperaba...
-¿Dónde
está la sargento Guinness? -Dijo directamente. Ankar estaba bastante enfadado.
-Oh...
creo... creo que está en la arena, señor. -Contestó la guardia algo extrañada.
-Estaba entrenando con unos cuantos miembros de su pelotón.
-Entendido.
-Ankar apartó un poco a la chica y pasó por los pasillos.
El
interior de los pasillos eran algo lúgubres, pero solamente por el color de las
antorchas que se movían debido al viento que hacía fuera, pero cuanto más se
acercaba a la parte de la arena, más orbes de luz mágica se veían. Aunque en el
reino de Burmecia usaban mucho los árboles de luz para iluminar las calles,
habían zonas que no podían albergar esas plantas y usaban otros medios para
iluminar. El Coliseo era uno de ellos.
Pasó
el arco de la arena para encontrarse a varios dragontinos luchando en ella, en
diferentes zonas. El lugar estaba iluminado por varios focos creados con conos
de metal y orbes mágicos en su interior, y se mantenía encendido durante las
horas del día para su utilización trayendo luz desde las mútiples torres de
vigía que se encontraban en el lugar. Sin embargo, Ankar no se quedó quieto
mirando hacia los focos, como otros podrían hacerlo, sino que se dirigió hacia
los que estaban entrenando, pues había visto a su objetivo.
-Sargento
Undine Guinness. -Dijo en la mente de todos. No necesitaba gritar
telepáticamente, de esta forma lo escuchaban igual de bien, pero con esa calma
sabía que enviaba lo que quería.
Todos
se detuvieron de sus combates, y se separaron de una viera que se estaba
secando el sudor. Tenía puesta una armadura de color turquesa que resaltaba con
sus cabellos ligeramente dorados y su lanza también con visos de oro, mientras
que en el rostro casi no tenía líneas surgiendo de su joya. Lo miró con
superioridad.
-Vaya,
pero si es el patito feo. ¿Qué te trae aquí, Ankar? -Dijo la viera con una voz
llena de confianza. Ankar siguió caminando.
-Por
orden de la Gran General Ondina Guinnees, quedas detenida por el robo de herencia
dragoviana. -La voz telepática del albino hizo que todos se sorprendieran y
miraran a Undine, la cual soltó una risotada.
-Por
favor. ¿De qué hablas? Eso es la tontería más grande...
-Entraste
en la casa de los Wolfeng y robaste un pergamino de un maestro que no era el
tuyo. -Cortó Ankar sin dejar de caminar hacia ella. Todos empezaron a apartarse
de su camino. -Y encima, como tu inteligencia no te da para más, dejaste una
nota de tu puño y letra insultando a la familia. La Gran General no piensa
hacer más la vista gorda por ti. Te vienes conmigo a una celda.
Undine
se quedó unos instantes en silencio, boquiabierta, pero después soltó otra
carcajada.
-Casi
haces que me lo crea. -Miró a los que estaban a su alrededor. -¿Podéis creer lo
que dice este idiota? Yo, la mejor dragonera de todo el reino, robando un...
-Pero se quedó callada cuando vio que Ankar sacaba el pergamino de su bolsa.
-Tu...
-Ya
basta, sargento. Esta es la gota que colmó el vaso, no solo para la Gran
General, también para mí. Vienes por las buenas, o vienes por las malas.
-¡¿Por
las malas?! -Gritó furiosa Undine, moviendo su lanza hacia él. -¡Ese pergamino
debía haber sido mío! ¡Igual que los otros dos, igual que todo! ¡Tú me los
arrebataste, yo solo lo recuperé!
-¡Basta!
-Gritó Ankar, y varios se tocaron la sien de la cabeza. -He escuchado
suficiente. He intentado llevarme bien contigo, los dioses lo saben, pero tu
soberbia es tal que hace imposible hacerlo, y tu racismo molesta hasta tu
propia familia. He tratado de hacer la vista gorda por respeto a tu madre, pero
eso ya se acabó. O vienes conmigo por tu propia voluntad, o te llevo a la celda
con los huesos rotos.
-¡Atrévete,
mugroso sureño! -Gritó la chica clavando la lanza en el suelo. -¡Invoco el
derecho del juicio por combate!
Todos
empezaron a susurrar entre ellos, ya que los juicios por combate eran algo
sagrado. Si había un miembro de la orden del Dios de la Tierra presente, podría
hacer válido ese juicio.
Y
como esperaban, un hombre con una armadura más ornamentada de un color más
claro se acercó a ellos.
-Mi
nombre es Denis Veselov, Templario del Coliseo y Juez del Señor del Juicio,
Éxodus. Quisiera información para saber sobre este juicio por combate.
-La
sargento Guinness tiene una orden de aprehensión por el crimen de robo de
herencia dragoviana. -Explicó Ankar cada vez más furioso. -Entró en la casa
Wolfeng sin permiso y robó el tercer pergamino de mi maestro, Richard Wolfeng.
-¡Eso
es falso! -Gritó Undine. -¡No necesito permiso para entrar en la casa de mis
tíos! ¡Además, ese pergamino no te pertenecía! ¡Jamás fue tuyo, al igual que
las enseñanzas de mi tío! ¡Ese pergamino, al igual que los otros dos, me
pertenecen! ¡Exijo que se me entreguen los tres pergaminos además de que se
anule la acusación de robo!
-Debido
a que una de las partes invocó el derecho de Juicio por Combate, yo, Denis
Veselov, actuaré como árbitro. ¿Quién va a luchar?
-Yo,
por supuesto. -Dijo Undine, y Ankar levantó su mano.
-Yo.
-Perfecto.
-Dijo Undine con una sonrisa de desprecio. -Siempre he querido hacerte una
cicatriz en tu cuello remendado como trapo.
Ankar
abrió mucho los ojos, y una sed de sangre surgió de él hacia la viera. Todos se
pusieron en guardia, pero el juez levantó la mano.
-Dado
que las dos partes no llegan a un acuerdo, los dioses decidirán quién tiene
razón. ¡Comiencen el combate y que los dioses sonrían al justo!
La
armadura de Ankar apareció en un destello de luz azul, sacando su espada
serpiente, mientras que Undine tomó con ambas manos su lanza y saltó hacia él
con un grito fiero. Sin embargo, un movimiento de Ankar con su espada serpiente
hizo que saltara hacia atrás por el rápido movimiento similar al de un rayo que
lanzó el albino. Sin embargo, él no se detuvo, y saltó hacia ella para lanzar
varios cortes con su espada, los cuales fueron esquivados y detenidos con la
lanza. Ella lanzó un golpe con el asta de la lanza en el brazo de él, pero la
armadura de Ankar bloqueó el golpe, con un gesto de molestia de la mujer. Los
golpes fueron sucediéndose, pero la presión que Undine estaba recibiendo del
albino la estaba haciendo retroceder.
Mientras
tanto, Ylenia y Dreighart habían llegado hasta la arena con las armas sacadas,
pero algunos dragoneros los detuvieron.
-¡No
pueden acercarse, están luchando!
-¡Lo
sabemos! -Gritó Dreighart furioso. -¡Somos los compañeros del hombre que está
peleando!
-¡No
se puede interferir! -Dijo el dragonero que detenía al ladrón. -¡Están en un juicio por combate, es algo
sagrado!
-¡No
me jodas, no estamos para detenernos ahora! -Gritó Dreighart, pero Ylenia le
puso la mano en el hombro.
-Espera,
si es un juicio por combate, vamos a tener problemas si nos metemos.
-¡La
Gran General nos pidió que ayudáramos a Ankar!
-Si,
pero estamos en su terreno, mira bien.
Dreighart
miró a su alrededor, y en la arena podía ver a varios dragontinos con una
posición bastante solemne, aunque estaban indecisos en sus rostros. Miró hacia
arriba, donde estaban las torres, y en una de ellas pudo ver a Ketriken y
Astafire asomadas, mirando el combate preocupadas. Chasqueó la lengua, molesto.
-¿Y
no podemos hacer nada? -Preguntó el de cabello azul.
-Solo
los dioses pueden intervenir en un juicio por combate. -Explicó el dragonero
mientras se giraba. -O el juez, pero nosotros estamos fuera de la ecuación.
Mientras
tanto, los ataques de Ankar estaban siendo cada vez más feroces, y Undine
saltaba hacia los lados para evitar los golpes de largo alcance del látigo
afilado del albino. En uno de esos saltos, lanzó un haz de luz dorada desde sus
ojos que golpeó en la cabeza a Ankar, pero lo único que consiguió fue partir el
yelmo de Ankar por la mitad, mostrando el rostro del albino con unos ojos
esmeralda brillantes, un reguero de sangre en la frente y una máscara de furia
por rostro.
Ankar
aprovechó el momento de descuido de Undine al verle continuar para golpearle
con el puño en el estómago y lanzarle un corte con la espada, pero ella saltó
hacia atrás. El albino inspiró fuerte y gritó.
-Kom
stormvind!
De
la boca de Ankar surgió una fuerte onda de energía envuelta en viento y rayos
que golpeó a Undine y la lanzó hacia atrás. La chica se sujetó en una de las
columnas que había cerca y se lanzó hacia Ankar con un fuerte impulso con la
lanza hacia el frente, cortándole por un costado, pero el albino lo esquivó
para que no le hiciera mucho daño y sujetó con la mano libre el asta de la
lanza dorada de Undine. Esto la sorprendió, pero abrió más los ojos cuando
escuchó las palabras del dragonero.
-Vises,
drage klør!
Dos
enormes garras invisibles surgieron de la espalda de Ankar, solo vistas por las
gotas de la lluvia que caían. Cuando el dragonero soltó la lanza, golpeó con un
zarpazo en el pecho a la viera y la lanzó lejos. Undine lo miró con una ira
increíble en los ojos, y comenzó a dar vueltas a su lanza.
-¡Ya
es suficiente! ¡Te mostraré porqué yo soy superior a ti y a cualquier otro
estúpido sureño! Ødelegg, drapsmorder!
La
lanza de Undine comenzó a desprender un aura roja, formando un disco casi
perfecto por el movimiento, y pegó un fuerte salto hacia el cielo lluvioso.
Ankar miró hacia el cielo, y su piel se cubrió de escamas azules, dándole un
aspecto todavía más fiero. Hizo un movimiento rápido con la espada, y esta se
separó y comenzó a dar vueltas alrededor de él.
-¡Tu
estúpida espada no te salvará esta vez! -Gritó Undine y detuvo el movimiento de
su lanza, la cual estaba convertida en una esquirla roja de energía.
-¡Desaparece de una maldita vez, ladrón de familia!
Undine
lanzó su lanza convertida en una estrella de sangre, y Ankar lanzó sus garras
invisibles hacia ella. La punta de lanza chocó contra la barrera creada por la
espada del albino, mientras que la energía invisible sujetó también el arma.
Sin embargo, desde el cielo, Undine lanzó una fuerte energía roja que golpeó la
lanza y rompió la espada de Ankar, dirigiéndose al albino. El arma perforó el
costado del dragonero antes de clavarse en el suelo.
Undine
cayó del cielo a unos metros de Ankar, con una sonrisa de suficiencia. Los
pedazos de la espada del dragontino estaban esparcidos por el suelo.
-La
victoria es... -Empezó a decir la viera con satisfacción, pero se quedaron
callados cuando de repente un rayo cayó entre ambos.
Todos
se cubrieron ante esa fuerza de la naturaleza, y cuando volvieron a poder ver,
había una lanza de un color perlado, con amplias hojas en la punta. La gente se
quedó sorprendida, pues era una situación que nadie podía intervenir, pero
Ankar saltó hacia la lanza, dejando un rastro de sangre en el camino, la tomó y
la sacó del suelo, y alrededor de él se extendió un aura también perlada, y se
impulsó con un fuerte salto hacia Undine, la cual seguía sorprendida.
-Jeg
er en drage!
El
movimiento del arma del albino dejó una estela de luces plateadas, y cada golpe
que dio a Undine conectó en el cuerpo de la viera, haciendo que cada corte en
el cuerpo de ella desprendiera sangre que se volvía plateada y desaparecía en
el aire. Después de diez cortes, golpeó en la cara con la parte plana de la lanza
a Undine y esta cayó al suelo, sin moverse.
-¡Basta!
-Gritó el juez levantando su mano. -¡Los dioses han hablado, y de una manera
contundente! ¡La derrotada será llevada ante la justicia!
-¡No!
-Gritó Undine en el suelo. -¡Yo no soy derrotada por un idiota como él!
¡Recibió de cabeza mi Matadragones, debería estar muerto!
-Si
eso es todo lo que puede hacer el Matadragones... -Dijo Ankar clavando el asta
de la extraña lanza en el suelo. -Entonces no has aprendido nada de la magia
antigua de los dragones.
-Maldito
sureño...
-Llévensela.
-Dijo Ankar mirando a unos soldados que estaban en la arena. -Ya conocen el
cargo del que se le acusa, y los dioses han sido claros. Luego hablaré con la
Gran General.
-Sí,
capitán Einor. -Dijo uno de ellos y arrastró al otro para llevarse a Undine,
mientras Ankar veía como sus compañeros llegaban entre la multitud.
-¡Estás
herido! -Gritó Dreighart preocupado. -Tenemos que encontrar a alguien para
curarte, rápido.
-Tranquio,
Ketriken y Astafire vienen por allá. -Dijo el albino señalando la entrada de la
torre donde estaban ellas viendo el combate. -Además, estoy bastante bien.
-¿Cómo
es posible? -Preguntó Ylenia extrañada, y vio la herida que el matadragones le
produjo a Ankar. Estaba cerrada y no sangraba, aunque parte de la armadura
había desaparecido ahí donde le atravesaron.
-El
hechizo que usé permite robarle la vitalidad a mi enemigo. -Explicó Ankar
levantando su brazo. -Pero todavía estoy algo cansado.
-Déjame
ver. -Dijo entonces Astafire, la cual había venido corriendo junto a la esposa
de Ankar. Los dedos de la curandera se iluminaron, pero poco después asintió.
-Lo mejor sería que fuéramos a tu casa, ahí podré terminar de curarte.
-¿De
dónde salió esa lanza? -Preguntó Ketriken algo pálida, y todos miraron el arma.
Era un
arma larga, de colores perlados, con una hoja grande de plata y perla, con un
símbolo en medio del asta. La viera tocó por un momento el símbolo grabado en
ella, y dijo.
-Este
es el símbolo de Bahamut, dios y rey de los dragones...
-No
querrás decir que un dios mandó este arma a Ankar. ¿Verdad? -Dijo extrañado
Dreighart. -Sería algo...
Pero
todos se quedaron callados cuando el arma empezó a desaparecer de la mano del
albino, y al deshacerse completamente, un polvo de diamantes quedó en el lugar.
Fue como si nunca hubiera estado presente en el lugar.
-Se
parecía a mi lanza... -Susurró Ketriken viendo eso, pero negó con la cabeza.
-Vamos a casa, necesitas descansar.
========================================
El
día despuntaba en el pueblo de Rocafuerte, pero no parecía estar en una
situación muy animada que se dijera. Cuando los cuatro llegaron al salón,
sintieron que el lugar estaba en un ambiente bastante pesado. Cuando se acercó
Camille hacia ellos, Emberlei la miró con curiosidad.
-Hasta
yo siento que el ambiente parece enrarecido. ¿Ha ocurrido algo?
-Oh,
bueno... -Dijo la mujer, pero suspiró. -Ha habido un asesinato en el pueblo.
-¿Cómo?
-La sorpresa se pintó en el rostro de los cuatro mientras Camille les ponía en
la mesa platos con judías, tocino, huevos y pan.
-Si,
es algo bastante extraño. Los habían visto en algunos antros tomando y esta
mañana temprano encontraron sus cuerpos en el campo.
-Espere.
¿Está diciendo que hubo más de un muerto? -Preguntó Kahad levantando una ceja
extrañado. Camille asintió.
-Así
es. Dos hombres y una mujer. Según lo que me dijeron, lo más seguro es que haya
sido por celos.
-¿En
serio? ¿Por qué? -Preguntó ahora Onizuka frunciendo un poco el ceño.
-Al
parecer, uno de ellos tenía el cuchillo del otro en las tripas, mientras que el
primero tenía una herida en el pecho. La mujer le fue atravesada la cabeza con
el cuchillo del primero.
-Vaya,
que duro... -Hassle se rascó la cabeza. -Los celos pueden ser una fuente
poderosa de rencor.
-Otra
razón más para ser lógico y racional. -Dijo entonces Emberlei empezando a
comer. -El amor no es más que un montón sentimientos contradictorios que nos
hacen perder el objetivo real.
-Yo
no estaría tan seguro. -Repuso Onizuka también comiendo. -Aunque digas que las
historias que cuentan los bardos son una chorrada, conozco gente increíble que
hace cosas impresionantes por su familia o amigos.
-¿En
serio? ¿Y por qué? -Preguntó curiosa la maga negra. Onizuka la miró.
-En
mi caso, yo tengo un muy buen amigo que vosotros también tenéis. Estoy en esta
misión porque es Ankar el que viene, y no voy a dejar a mi mejor amigo irse a
una locura de misión por si solo si puedo acompañarlo y salvarle el culo cuando
no pueda hacerlo solo.
-Pero...
¿Por qué haces eso? -Preguntó Emberlei mientras todos comían. Camille había
regresado a la barra. -Es decir... Ankar no es de tu familia. Entendería que lo
hicieras por un hermano pero no compartís sangre.
-Para
mí, Ankar es como un hermano. -Explicó Onizuka mientras bebía un trago de zumo.
-Hemos pasado por mucho juntos, hemos masticado el mismo polvo y hemos sangrado
juntos, y estamos tan unidos como dos hermanos pueden estar. He conocido a su
familia y me acogieron aun estando así de tarugo de mi mente, y considero a los
miembros de su familia como si fueran los míos. Además, si te fijas, Ankar no
es un dragón y aun así, su madre lo adoptó como su hijo.
-Entonces...
¿La proximidad con otras personas hace que sientas que son como miembros de tu
familia, aun sin compartir lazo de sangre? -Preguntó la maga con curiosidad.
Onizuka asintió.
-Ten
en cuenta que no siempre la familia es normal. -Dijo él. -Por ejemplo, los
padres que adoptan hijos. Estos aman a sus hijos como si fueran sus hijos de
sangre, y estos hijos quieren a los padres adoptivos sin tener lazos de sangre.
Hay gente que no tiene hermanos y que forman un vínculo tan fuerte con sus
amigos que sienten que son familia. No es raro.
Emberlei
se quedó pensativa. Era cierto que su maestro y ella no tenían lazos de sangre,
pero lo quiso como si hubiera sido su abuelo de sangre, y Parnir y Calnalda,
los de la troupe de juglares, le hicieron sentir como si realmente fueran un
miembro más de su familia. Suspiró, pensando que seguía sin comprender bien las
relaciones humanoides que tan fáciles de entender eran para otros.
-¿Qué
váis a hacer hoy? -Preguntó Kahad con curiosidad. Había terminado de comer ya.
-Yo
iré a ver un par de tabernas en el distrito comercial. -Contó Onizuka con una
sonrisa. -Tengo ganas de probar las bebidas de Kolinghen.
-¿No
habías ido ayer? -Preguntó Hassle extrañado. Onizuka sonrió.
-¿Piensas
que en un solo día se pueden probar todas las bebidas de una zona?
-Buen
punto. -Rio el viera. -Me encantaría ir contigo, la verdad, pero tengo asuntos
importantes que atender por este pueblo, pero si termino pronto podría unirme a
ti.
-Sería
genial.
-¿Y
tú? -Preguntó Emberlei a Kahad.
-Voy
a teñirme, ayer pude comprar lo necesario.
-Si
quieres, te ayudo antes de ir a donde quiero ir. -Se ofreció la maga negra. El
ninja asintió.
-Bien,
entonces nos reunimos aquí para comer, si os parece. -Comentó Onizuka mientras
se levantaba.
Se
separaron, y Kahad y Emberlei subieron a la habitación. Trajeron un balde de
agua caliente y otro de fría, y la chica empezó a hacer la mezcla.
-¿Por
qué te tiñes el cabello? -Preguntó Emberlei mientras Kahad se había quitado la
camisa y la capa. Su rostro miraba inexpresivo hacia ella.
-No
hay mucha gente en Eblan con el cabello rubio claro. -Explicó él con calma. -Además,
mis padres tienen el cabello negro, o al menos, lo tenían cuando eran más
jóvenes.
-¿Tus
padres tienen el cabello negro pero tu tienes el cabello casi plateado?
-Preguntó extrañada ella. Kahad soltó una pequeña sonrisa.
-Se
lo que está pensando, pero no, mi madre no le fue infiel a mi padre ni fue
violada.
-No
pensé nada de eso. -Dijo extrañada Emberlei, pero él se encogió de hombros.
-Tranquila,
no me ofendo. Lo que pasa es que mis padres no son biológicamente mis padres.
Ellos dos me adoptaron cuando era un niño perqueño.
-Oh,
ya... -Dijo ella mordiéndose el labio.
-¿Cómo
es que sabe preparar los tintes? -Preguntó ahora Kahad. La chica se encogió de
hombros.
-De
hecho, se prepararlos y crearlos, es un tipo de artesanía corporal. -Dijo ella
mientras se ponía unos guantes de cuero fino. -Mi abuelo me enseñó a hacer
varias cosas para el cuidado corporal, me dijo que me ayudaría a sacar algún
dinero mientras viajaba.
-¿Entonces
es usted artesana corporal? -Preguntó Kahad mientras la chica se acercaba con
la mezcla y empezó a extenderla sobre la cabeza de él.
-Podría
decirse que si... -Contestó ella frunciendo un poco el ceño. -Puedo hacer
tintes y tatuajes, y perforaciones en diferentes partes del cuerpo,
maquillajes... Algunas veces es bastante desagradable, la verdad.
-Lo
puedo imaginar. ¿Y por qué no ir por el lado del sacerdocio de Doom? Muchas
magas negras van por ahí.
-No
creo en los dioses. -Explicó ella. -Además de que no me gusta nada tener que
estar pensando en cosas tan feas como los frascos de formol y demás nimiedades.
-Se quedó un momento en silencio antes de seguir. -Entonces... ¿No eres de
Eblan, Kahad?
El
ninja se quedó en silencio un momento, pensando en su pasado olvidado. Luego
suspiró.
-Me
encontraron en las ruinas de la antigua Eblan después de los bombardeos de la
Guerra de las Sombras. De esa fecha hacia atrás, no recuerdo nada.
-¿Tienes
amnesia?
-Eso
creo, porque no tengo ningún recuerdo anterior a ese día. -El ninja vio por el
espejo que la chica asentía, y él tomó la palabra. -Tú eres de Rocafuerte.
¿Verdad? ¿Por qué querías venir aquí?
-Yo...
-Empezó a decir, pero la chica se quedó un momento en silencio. No le
sorprendió que Kahad hubiera deducido que este era su pueblo natal, pero
contestar esa pregunta no le parecía bien. Sin embargo, inspiró fuerte antes de
hablar. -Yo no vengo mucho por este continente desde hace muchos años, y
quisiera visitar a alguien.
-Ya
veo... es bastante... normal. -Dijo Kahad, pero Emberlei frunció el ceño antes
de hablar.
-Lo
haces sentir como si no fuera normal lo que hago cada día.
-Me
esperaba algo más... ¿Cómo decirlo? -Dijo con una sonrisa el rubio teñido ante
la mirada de la chica. -Más relacionado con su misión personal, con el
entrenamiento con la magia, con... bueno, no se. Es una sorpresa que haya algo
tan común como querer visitar a un conocido dentro de sus planes. Me alivia en
cierta medida.
-Oh...
¿Gracias? -Dijo ella con una sonrisa.
Se
quedaron un momento en silencio antes de que Kahad volviera a hablar.
-Su
majestad me habló de su misión personal, de que busca a su padre.
-Por
algún motivo, no me esperaba menos de la reina... -Dijo ella después de un
segundo de silencio. -Imagino que te es más fácil para ti si sabes todos los
pormenores de tu misión. ¿No es así?
-En
cierta forma, si. Espero que no le moleste. -Kahad vio que Emberlei estaba
terminando de aplicarle el tinte en la cabeza y se estaba quitando los guantes.
-¿Qué hay de su madre?
La
invocadora se quedó en silencio unos segundos antes de suspirar.
-Voy
a ir a verla ahora.
-Si
me espera media hora, podría acompañarla. -Dijo Kahad viendo que su protegida
estaba algo intranquila, pero Ember negó con la cabeza.
-No,
tranquilo, no vamos a tener una pelea o algo parecido, si te preocupa eso.
-Dijo mientras dejaba los guantes en el balde de agua. -Además, voy a ir al
salón de los muertos, así que no va a haber ningún tipo de peligro.
Kahad
se quedó un momento en silencio y suspiró.
-De
acuerdo, pero cuando termine de lavarme el cabello iré por usted. -Le dijo
Kahad mientras ella tomaba sus cosas. La chica asintió. -Tan solo dígame donde
estará.
-Estaré
detrás de la capilla de Doom, solo pregunta donde está ese sitio. -Dijo antes
de salir.
La
muchacha caminó por las calles del pueblo y se dirigió a donde estaba el lugar
de descanso de los moradores del pueblo. Según la creencia de toda Gaia, los
muertos deben ser preservados en criptas, las cuales son conocidas como Salones
de los Muertos, para que la familia directa pueda ir a presentar sus respetos.
Para personas como los humanos, esto puede tener una duración de al menos
cuatro generaciones, y una vez pasado el tiempo en el que la gente no conoce a
la persona, suelen sacar el cuerpo e incinerarlo de una manera especial para
hacer espacio. Hay, sin embargo, salones de los muertos tan grandes a veces que
pueden encontrarse cuerpos momificados de hace miles de años, algunas veces por
la esperanza de vida de los familiares, a veces porque se han olvidado de ese
lugar... y ese último es el más peligroso, puesto que a veces se llena de
monstruos de tipo espectral.
Algunos
aventureros ayudaban a los miembros del clero de Doom, la diosa de la muerte, a
cuidar de dichos lugares, porque además mucha gente iba a esos lugares,
sobretodo en época de la fiesta de muertos. Sin embargo, Emberlei normalmente
evitaba esos lugares, no le gustaba la energía que se respiraba en esos
lugares.
No
muy lejos del Salón de los Muertos había dos edificios, un telar y una pequeña
capilla. Suspiró al ver el telar, y se dirigió a la capilla. Allí, habló con
una de las mujeres que trabajaban, y compró las mismas flores que siempre le
enviaba, pero esta vez las llevó en mano. Detrás de la capilla había un
montículo, y en él una puerta hermosamente adornada por la cual entró después
de despedirse de la florista.
Aunque
es conocida como una cripta, cada salón de los muertos está muy bien cuidado.
Dependiendo de la zona de Gaia suelen ser diferentes, y el de Rocafuerte estaba
excavado bajo tierra. Se usó estatuas de mármol de las diosas de la magia para
adornar el lugar, y siempre estaba bien limpio, iluminado y presentable...
-Si
tan solo hicieran algo con ese olor... -Susurró Ember resoplando un poco por la
nariz.
Y es
que cuanto más bajaba uno en el salón, más fuerte era el olor de los químicos
que protegían los cuerpos y el moho de la humedad. Además, estar bajo tierra la
hacía sentir muy incómoda. Inspiró fuerte y se dirigió a la mesa donde había un
hombre vestido de mago negro.
-Hola,
buenas tardes. -Dijo ella con educación. El mago negro, un enano con larga barba
castaña, se quitó los anteojos y le sonrió.
-Bienvenida,
jovencita. -Le respondió el enano, y la miró fijamente. Asintió con una
sonrisa. -Vaya, no te había visto en muchos años, Ember Colina. ¿Cómo estás?
-¿Señor
Ragdir? -Preguntó Emberlei algo nerviosa. -No pensé que estuviera aquí todavía.
-Ay,
querida, cuando uno tiene un trabajo que le gusta, nunca trabaja. -Riendo, el
enano se levantó. Era un poco más bajo que Ember, y era algo más mayor que
ella. -¿Cómo has estado? ¿Vienes a ver a Margaery?
-Si,
por favor. -Dijo ella algo incómoda. -¿Han llegado... las flores?
-Oh,
si, cada año. -Dijo él mientras tomaba un manojo de llaves. -Bien bonitas, me
extrañó que este año no trajeran nada, pero veo que las traes tu.
Ember
asintió y siguió al enano mientras abría la puerta principal, y comenzaron a
caminar bajando las escaleras. El olor a cerrado y formol era bastante fuerte
incluso en los primeros niveles, pero no era tan incómodo como recordaba. Sin
embargo no tenía que ir muy lejos para encontrarse con su madre.
El
lugar estaba iluminado por orbes mágicos que despedían una luz blanca algo
fantasmagórica que no ayudaba a la visión de unos largos pasillos cavernosos
con cientos de nichos en ellos. Entrar a un salón de los muertos con una
antorcha era algo extremadamente raro, ya que podrían afectar a los cuerpos
embalsamados ahí.
-¿Cómo
ha ido tu viaje? -Preguntó el enano, a lo que Ember se encogió de hombros.
-Bastante
movido, la verdad. Pasé la mayor parte de mi tiempo viajando y no me he
establecido en ningún lugar.
-No
deberías pensar en que un hogar es una prisión, querida. -Dijo él girando por
un pasillo. Los nichos con los cuerpos de los que descansaban ahí estaban
perfectamente limpios dentro de la roca.
-Lo
se, señor, lo se...
No
le guardaba rencor a Ragdir Aberdil, el guardián de los muertos. Era una
persona mayor que ella, algo que siempre ha respetado, y nunca la molestó con
su origen. Fue él quien le había dado cobijo al abuelo Oakheart cuando llegó al
pueblo, y fue él quien se encargó de su madre, por lo que no lo podría tratar
con desprecio nunca.
-¿Cómo
está Oakheart? -Preguntó el enano abriendo otra puerta para pasar a otro
pasillo lleno de nichos. Ember suspiró.
-Murió
en Elfheim. -Explicó ella. -Ya estaba bastante mayor, si lo recuerda.
-Si,
tienes razón. ¿Dónde descansa?
-En
el salón de los muertos de Foret de Vieille Ville. -Explicó la chica. -Es un
lugar muy hermoso, aunque es muy diferente a como lo hacen aquí.
-¿En
serio? ¿Cómo es?
-Para
empezar, no entierran a sus muertos en nichos o salones como este. -Explicó con
una sonrisa triste la invocadora. -Los meten en un ataúd y los entierran bajo
tierra junto a una semilla de árbol, y se puede visitar el árbol como si fuera
el difunto. Les llaman “Bosque de los Muertos” en vez de “Salón de los
Muertos”, pero es esencialmente lo mismo.
-Oh,
entiendo entonces porqué hay tanto bosque en sus asentamientos. -Dijo entonces
el enano asintiendo con la cabeza, y se paró en frente de un nicho. -Hemos
llegado.
Emberlei
inspiró fuerte y asintió, y el enano se alejó de ella dándole intimidad. La
chica se acercó a un lado, donde había una pequeña mesa y un par de sillas, y
tomó una de ellas para acercarla al nicho donde había un cuerpo momificado.
Olía a formol y a flores.
Abajo
había una placa que rezaba “Margaery Colina”.
-Hola,
madre. -Dijo ella cuando se sentó, y puso las flores en las manos de ella,
cruzadas en el pecho. -¿Cómo... cómo estás? -“Esto es ridículo” pensó Emberlei,
pero continuó hablando. -Han pasado muchos años. ¿Verdad? Seguro debes estar
furiosa conmigo, pero bueno, eso no sería una novedad. -Dijo riendo la
invocadora. -He viajado por muchos lugares. ¿Sabes? Después de estar aquí,
fuimos al sur, hacia Doma, y ahí tomamos un barco para llegar a Elfheim. Ahí
aprendí bien a invocar, a usar magia y a bailar, y también me enseñaron a
tatuar y preparar tinturas. Allí me uní a una troupe de juglares. Todavía
recuerdo cuando tú me contabas las historias que te habían contado los
trovadores, y cuando las contaba con ellos, Parnir, el jefe, me decía que eran
típicas entre ellos, y reían. Fue una época muy divertida, la verdad. -Sacó una
botella de agua de su zurrón y tomó un trago. -Durante los viajes, aprendí
muchísimas cosas, pero luego estalló la guerra y nos separamos. Desde entonces,
he estado buscando pistas sobre mi padre... ¡Y al final conseguí algo!
Inspiró
fuerte antes de seguir.
-Ahora
viajo con un grupo bastante variopinto. Ninguno de ellos es aburrido, la
verdad, pero todavía me cuesta congeniar con ellos, no termino de comprenderlos
del todo. De momento, el líder, Ankar, tiene una forma de hacer las cosas que
hace fácil el seguirle. Y tengo una especie de guardia personal llamado Kahad,
pero es demasiado estoico, sinceramente. El samurái, Onizuka, dice cosas que no
comprendo la mayoría del tiempo, y luego dice cosas tan lógicas que parecen dos
personas diferentes, e Ylenia, la guerrera, aunque es muy buena en su trabajo,
que es el de luchar y proteger, también es algo difícil de entender por mi
parte porque es bastante cerrada. Dreighart no es mala persona, pero es un
fisgón, y Lylth es... bueno, es totalmente opuesta a mí. Con quien mejor me
llevo es con Hassle, que es el mago rojo.
>Si,
se que me estoy portando como una niña pequeña y ya tengo una edad pero... No
siempre consigo gente que puede entenderme, enseñarme, reprenderme, animarme...
Echaba de menos eso, la verdad.
>Ojalá
pudieras ver el mundo tal y como es ahora... Han recreado nuestra casa y ahora
es un telar del pueblo, cerca de aquí. Que bueno que la guerra no llegara a
este pueblo, en serio. Yo voy a seguir mi camino. ¿Te dije que encontré una
pista sobre papá? Espero que al final de este sendero de baldosas amarillas me
lleve al gran mago.
La
chica terminó el agua, se le había quedado seca la garganta, pero estaba
bastante contenta.
-Es
curioso... Nunca pensé que hablar con un cuerpo muerto podría hacerme tanto
bien... Pero al final, tengo que agradecerle al abuelo Oakheart. Tomé su
apellido. ¿Sabes? Al fin y al cabo, ni tú ni yo estábamos contentas con el apellido Colina, así que
tomé el del abuelo. Ahora soy Emberlei C. Oakheart, ya que me dijeron que los
bastardos tienen que mantener la letra de su apellido en su nombre completo. No
me gusta mucho, pero algo es algo.
Se
quedó un momento en silencio y se dio cuenta de que tenía la cara mojada, y al
tocarse, vio que estaba llorando.
-No
entiendo porqué estoy llorando... es tan ilógico. -Dijo riendo, pero las
lágrimas no paraban. -Tú me... me quisiste matar... pero... pero antes de
aquello, tú me querías... me enseñaste... me amaste... -Inspiró fuerte,
dejándose llevar por las emociones, abrazándose los brazos y agachando la
cabeza. -Te extraño, mamá... Extraño a la madre que me abrazaba por las
noches... ¿Por qué enloqueciste...? ¿Por qué tuviste que irte...?
Solo
el silencio contestó a la pobre chica, bajo la mirada de los muertos y las
sombras, las cuales no tenían el corazón para decir nada sobre esas palabras
dichas por una muchacha con muchos años y que todavía era una niña.
========================================
Astafire
estaba a un lado de la cama de Ankar, el cual estaba desnudo de cintura para
arriba. Su esposa estaba caminando a los pies de la cama, bastante nerviosa,
viendo como la curandera estaba usando sus poderes en el cuerpo de su esposo.
-Ese
hechizo es aterrador. -Dijo entonces Astafire, la cual tenía algo de sudor en
la frente.
-¿A
qué te refieres? -Preguntó Ketriken.
-No
solo le hizo daño... le destrozó la armadura y desgarró la carne de Ankar como
si fuera papel. -Explicó la curandera. -Si no hubiera sido detenido por el
hechizo que usó y la espada, estoy segura de que podría haber atravesado el
corazón de Ankar sin problemas.
Ketriken
se quedó en silencio. Los dragoneros recibían sus poderes de los dragones, lo
que significaba que sus cuerpos aceptaban la magia de estos de una manera mucho
más intrínseca que otros tipos de magos. Al mismo tiempo, si algo afectaba más
a los dragones, también afectaría más a los dragoneros... y en el caso de
Ankar, que tiene literalmente sangre de dragón en sus venas, todavía más.
El
Matadragones es el hechizo más peligroso para usarlo contra su esposo.
Ketriken
se abrazó un momento los codos, apretando las uñas en su piel. ¿Cómo había
podido usar ese hechizo su prima en contra de su amado y el padre de sus hijas?
-Ketriken.
-Dijo Astafire, y de un brinco salió de su ensimismamiento. -Creo que será
mejor que vayas abajo con los chicos.
-No,
me parece que lo mejor será quedarme con mi marido. -Dijo ella algo afectada.
-No
es por ofender, cariño, pero estás dando vueltas y me estás poniendo nerviosa.
-Le dijo la elfa con una sonrisa. -Y ver a tu esposo así no te va a hacer
ningún bien.
-Pero...
-Ketriken.
-La voz telepática de Ankar las hizo girarse. -Ve abajo, tranquila. En realidad
estoy bastante bien, y pronto llegará Zelda.
La
viera asintió lentamente, pero aunque no quería separarse del albino, sabía que
tenía razón, por lo que se dirigió a la puerta.
-No
te preocupes. -Dijo Astafire con una sonrisa. -Te lo dejaré como nuevo para que
puedas desgastarlo esta noche.
La
viera se rio ante la frase de la chica, y se marchó algo más alegre. La elfa,
por su parte, se giró a su compañero con los brazos en la cintura.
-¿Y
qué voy a hacer contigo ahora, merengue de canela?
-¿Cómo
me llamaste? -Preguntó riendo Ankar, a lo que la pelirroja se acercó. -¿Qué es
lo que pasa?
-Tu
cuerpo ha recibido un golpe mucho más peligroso de lo que jamás he visto hasta
ahora. -Respondió ella acercándose de nuevo y usando su magia en el albino. -Te
curaste con tus poderes, pero un poco más centrado...
-Si,
estoy seguro de que me hubiera matado. -Dijo serio el albino. -Es por esto que
no querías que Ketriken estuviera presente. ¿Verdad?
La
elfa asintió, mirando su herida. Cuando habían llegado a la casa ella había
estado viendo la herida por un rato, y gracias a la habilidad mágica de Ankar
esta se cerró, pero todavía no estaba perfectamente curada. Frunciendo el ceño,
recriminó mentalmente a la sargento Undine por usar algo tan peligroso como
aquello con alguien que podría morir por ello.
-Sin
embargo, gracias a tu rápida decisión de usar ese hechizo fue que pude curarte
rápidamente, pero deberías descansar por unas horas. -Explicó la curandera
usando su magia todavía. -¿Puedo hacerte una pregunta?
-Claro.
-¿Por
qué decidiste tomar esa lanza que apareció de la nada?
Ankar
se quedó en silencio un momento antes de contestar.
-Yo
luché en la guerra. ¿Sabes? -Explicó el albino. -Bueno, en realidad...
Ketriken, Undine, la Gran General Ondina... hasta Farah, la madre de mi mujer,
todos luchamos en la guerra de hace veinte años. Sin embargo, yo estuve en el
frente mientras protegíamos este reino, y ellas estaban en la retaguardia.
Cuando luchas en una guerra desarrollas un sentido del pragmatismo que un
guerrero que no lo ha hecho no tiene. -Ankar se levantó un poco en la cama y se
quedó sentado. -Cuando apareció un arma en medio de la nada en el momento en
que se había roto la mía, solo tenía dos opciones, sacar mi lanza y perder un
tiempo valioso en eso, o tomar ese arma y usarla.
-¿No
te habría tomado menos de cinco segundos sacar tu lanza? -Preguntó Astafire.
-Cinco
segundos en una batalla pueden llevarte a la victoria o a la derrota.
Astafire
asintió mientras regresaba a su cometido.
Por
otra parte, Ketriken estaba bajando las escaleras y se encontró con Ylenia y
Dreighart en el salón, algo preocupados. Cuando vieron a la viera, se
levantaron y se dirigieron a ella.
-¿Cómo
está Ankar? -Preguntó Dreighart. La mujer sonrió.
-Está
bien, está fuera de peligro, no os preocupéis. -Respondió ella. -¿Queréis algo
para comer? No hemos comido nada desde el desayuno.
-No
hace tanto de eso, en realidad... -Dijo Dreighart, pero Ylenia le dio un
codazo.
-Un
tentempié no estaría mal. ¿Quiere que vaya a comprar algo, lady Ketriken?
-No,
tranquilos, tengo de todo aquí. -La viera se fue para la cocina, y el ladrón
miró a la guerrera.
-Se
que los hombres tenéis poca empatía, pero no pensé que tuvieras tan poca. -Dijo
Ylenia suspirando.
-¿A
qué te refieres?
-Ketriken
necesita distraerse. ¿No has visto que su prima casi mata a su marido?
-Yo...
lo siento, no pretendía...
-Tranquilo...
Los hombres sois así, un poco despistados. -Dijo Ylenia sonriendo. -¿Qué te
parece si luego vamos a comprar equipo? Estoy segura de que los que fueron al
sur les sería muy útil.
Cuando
Dreighart asintió con una sonrisa, se escuchó la puerta de entrada, y Zelda, la
hija mayor de los Einor, entró algo mojada. Su ropa de curandera estaba
bastante empapada.
-Vine
en cuanto me enteré. -Dijo mientras se quitaba el agua de la cabellera. -¿Cómo
está?
-Bien,
tranquila, Ankar sufrió algunas heridas pero está bien.
-No,
pregunto que cómo está mi tía Undine. -Preguntó Zelda acercándose. -Se que mi
padre estará bien.
-¿Cómo
lo sabes?
-Papá
es invencible. -Dijo encogiéndose de hombros, a lo que los dos compañeros se
sorprendieron. -¿O acaso no lo han visto luchar?
-Tienes
una fe absoluta en tu padre. ¿Verdad? -Preguntó Dreighart con una sonrisa.
Zelda se encogió de hombros.
-Papá
no ha perdido nunca contra la tía Undine, y han tenido muchas peleas, la
verdad.
-¿Tan
mal se llevan?
-Ankar
ha tratado de llevarse bien, pero ya sabes que no soporta la soberbia. -Dijo
Ketriken trayendo una bandeja con unas tazas de té junto a unos pocos
refrigerios y los dejó en la mesa. Ylenia se rascó un poco la cabeza.
-No
entiendo cómo aguanta a Emberlei, entonces.
-¿Quién
es Emberlei? -Preguntó la esposa de su amigo con curiosidad.
-Oh,
es cierto, no te hablamos del resto del grupo. -Ambos se acercaron junto a
Zelda a la mesa mientras Ylenia hablaba. -Tenemos a una maga negra, un mago
rojo, un ninja y un samurái.
-Apuesto
a que el samurái es el tío Onizuka. -Dijo Zelda riendo, a lo que Ylenia levantó
una ceja.
-El
caso es que la maga negra tiene un problema bastante grave de egocentrismo.
-Siguió diciendo la guerrera. -Pero hasta ahora lo ha manejado de una manera
bastante más diplomática que con la sargento.
-Ankar
ha trabajado en lugares con nobles desde hace tiempo. -Explicó Ketriken tomando
un sorbo de su taza de té. -En la joyería, en el ejército, en la escuela...
-¿También
trabaja en una escuela? -Preguntó Dreighart extrañado. Ketriken asintió.
-Es
profesor de historia en la escuela de mis hijas. -Ketriken sonrió. -Angelus le
inculcó que si tenía talento en algo, sacara provecho de alguna manera.
-¿Y
ya tiene tiempo para la familia? -Preguntó riendo Dreighart. Ketriken soltó una
pequeña risa.
-Hay
veces en las que está muy ocupado, como con vuestra misión.
Continuaron
hablando hasta que Zelda se evantó de la mesa.
-Voy
a ver cómo está papá.
-Déjalo,
está en buenas manos. -Dijo Ketriken con una sonrisa. -Haz algo mientras tanto,
lleva a Dreighart y a Ylenia a los lugares que ellos necesiten. ¿Si?
La
joven viera asintió y, junto a los otros dos, salieron de la casa. El silencio
se instauró en la sala mientras Ketriken terminaba su té y llevaba las cosas a
la cocina. Inspiró fuerte y se giró, directa a las escaleras, pero en vez de
subir por ellas, entró en la puerta que llevaban al sótano.
Al
bajar, pudo ver una sala algo grande con tres puertas, una a la izquierda y dos
a la derecha, iluminados por uno de los árboles de luz nativos del reino que
permitía llenar de luz los rincones oscuros. Esta zona era una de sus favoritas
en la casa, ya que era una zona que normalmente no entraba nadie más que la
familia Einor. Ni siquiera Farah, su madre, podría entrar ahí sin repercusiones
mágicas.
Se
dirigió a una de las dos puertas del lado derecho y la abrió. Dentro podía
verse una forja con toda clase de metales y sus herramientas, pero también
había círculos mágicos para imbuir de magia las creaciones de su marido. Aunque
Ankar era bueno con la forja y podía darle poderes a sus objetos, era Ketriken
quien les daba mejores efectos a la herrería de su marido. Era un trabajo
conjunto que amaba hacer.
Pero
ahora tenía algo más que hacer. Algo que debía pensar con calma. Sacó el
cilindro en el que se transformaba su lanza, la abrió y la dejó en una de las
dos mesas, la que tenía todos los círculos mágicos que ella misma había creado.
Era
una lanza robusta, forjada con mitrhil. El nombre oficial del tipo de lanza era
“obelisco”, ya que tenía una hoja de lanza y dos hojas a los lados, haciendo
similitudes con una alabarda. Durante varios años fue muy popular con los
dragoneros más pesados, pero dejó de ser útil gracias a armas más ligeras. Sin
embargo, esta lanza era especial, porque con un movimiento de manos podía
juntar las dos hojas de la alabarda para convertirla en una lanza pesada.
Cuando
la consiguió, Ketriken le dio un nombre para diferenciarla, pero ahora le
resultaba extraño porque la lanza que cayó del cielo en el combate tenía la
misma forma que su obelisco, pero con otros colores y símbolos, ya que su lanza
tenía las hojas de un fuerte color rojo escarlata y un símbolo grabado en el
centro de Crystalos, el dios del tiempo.
Pero
no estaba ahora para recordar. Tomó una pequeña caja que había al lado de la
mesa y la subió a ella, y al abrirla se encontró con la espada serpiente de
Ankar, rota en mil pedazos y solo con la empuñadura intacta. Sacó todos los
fragmentos, dejándolos encima de uno de los círculos mágicos, y cuando
estuvieron todos los pedazos, los símbolos empezaron a brillar en un tono entre
azul eléctrico y amarillo lumínico. Ketriken suspiró.
-¿Qué
voy a hacer contigo, Raikoken? -Preguntó a la espada, y esta se iluminó un poco
más. -Creo que tu poder no está competo todavía. ¿Me equivoco?
-Hal
satatarakni hna? -Una voz profunda surgió de la esfera en el centro de la
espada. Parecía un rugido animal.
-Oh,
no te pongas tan gruñón. ¿Quieres? -Respondió la maga con una sonrisa, pero sus
ojos estaban fruncidos. -La pregunta importante no es esa, la pregunta
importante es... ¿Vas a seguir yendo con Ankar hasta recuperar tu forma?
-...
'ant taerif balfel al'iijabat ealaa dhalik.
-No
me vengas con retóricas y contéstame, o te juro que te mandaré a la fragua en
este instante. -La voz de la viera se había vuelto dura y directa. La voz de la
espada pareció suspirar.
-Bialtabe
sa'adhhab maeah. Hu shariki.
-Que
conveniente. ¿No crees? -Dijo dándole un golpecito a la joya. -No te muevas
ahora.
Sus
manos se iluminaron al mismo tiempo que los círuclos mágicos que había debajo
de la espada rota. La viera comenzó a decir varias palabras en el idioma arcano
de la magia, hasta que la joya que estaba en el centro de la espada de Ankar se
desprendió por completo y flotaba en el aire.
-Siempre
pensé que podía aislarte. -Dijo ella con una sonrisa, la joya se puso sobre la
palma de su mano. -Vamos a ponerte en otra arma. ¿Te parece?
Se
acercó a donde estaba su lanza, y llevó la joya hasta el símbolo de Crystalos.
Nuevas palabras surgieron de su boca, y el círculo mágico bajo la lanza se
iluminó con el mismo color que el de la espada. Dejó caer la joya y esta se
fusionó con la lanza, quedando en el símbolo del dios del tiempo, y cuando el
círculo mágico se apagó, Ketriken soltó un suspiro.
-Ha
resultado más difícil de hacer de lo que esperaba. -Dijo y tomó la lanza. Esta
empezó a soltar rayos morados en sus hojas carmesí. -Si, esto ya es otra
cosa... Te pareces bastante al arma de los espers Mithra, así que te llamaré
“Lanza de Mithra”. Lo siento, Raikoken, vas a tener que aguantar con otro
nombre hasta que te recuperes.
Por
toda respuesta, la lanza mostró algunos rayos morados en sus hojas. La maga
solo soltó una risita y comenzó a salir de la habitación. Luego, caminando a
las escaleras, comenzó a subir hasta llegar al tercer piso, donde estaban sus
habitaciones, y abrió la puerta. Se encontró con Ankar sentado en la cama y a
Astafire sentada en el sofá al fondo que había. La chica estaba durmiendo.
-¿Cómo
estás? -Preguntó Ketriken. Ankar sonrió.
-Bastante
mejor, la verdad. Se quedó dormida cuando se tomó un descanso.
-Se
parece mucho a Laila, en serio... -Dijo sonriendo Ketriken mientras se acercaba
a ella, y se agachó para verla a la cara. -Tanto su rostro como su forma de
ser. Pero Laila no es una elfa.
-No,
supongo que no. -Dijo él suspirando. -¿Qué traes ahí?
-Oh.
Te traje un regalo. -Ketriken se levantó y se dirigió a su marido para darle la
lanza. Ankar tomó el arma y abrió los ojos.
-Esta
es tu obelisco. ¿Verdad?
-Ahora
ya no se llama obelisco. -Dijo sonriendo la maga negra. -Como quiero que te
proteja, le di el nombre de “Lanza de Mithra”.
-¿Le
diste el nombre del guardián de las almas? -Preguntó una voz, y al girarse, se
encontraron con Astafire levantándose del sillón.
-Pensé
que estabas durmiendo. -Dijo Ketriken sonriendo. La chica se encogió de
hombros.
-Tengo
el sueño ligero. -Dijo y comenzó a caminar hacia la puerta. -Estoy algo
cansada. ¿Os molesta si voy a dormir al cuarto de invitados?
-Estás
en tu casa, querida. -Dijo Ketriken, y la elfa sonrió.
-Gracias,
mamá. -Y cerró la puerta, a lo que la viera solo se rio.
-Que
descarada es tu amiga.
-Solo
con la gente que le cae bien. -Dijo el albino mientras cerraba la lanza en un cilindro
y lo dejaba a un lado.
-¿Entonces
yo le caigo bien? -Preguntó Ketriken mirando a Ankar, pero este la tomó de la
mano y la atrajo hasta él. -Deberías descansar.
-Ahora
necesito otro tipo de medicina. -Respondió él mientras le desabrochaba la ropa.
-Que
insaciable eres... -Susurró ella, y se dejó hacer por él. -Pero me encanta que
lo seas.
Por
su lado, Astafire bajó las escaleras hasta el segundo piso, pero ahí se
encontró con Cerea llevando algunas ropas a una de las habitaciones.
-¿Cómo
está papá? -Preguntó la viera albina, a lo que Astafire sonrió y se acercó a
ella.
-Está
bien, solo necesita descansar, pero lo dejé bien acompañado, así que no creo
que vaya a descansar mucho ahora. ¿Quieres que te ayude?
-¿No
quieres ir a dormir tu? -Preguntó la albina, pero la elfa tomó parte de la
ropa.
-Si,
un poco, pero no me gustaría dejarte todo el trabajo a ti.
-Tranquila,
solo la estoy llevando. -Dijo ella y se fueron hacia el fondo, donde había una
sala para lavado. -¿Cómo quedó la tía Undine?
-Bastante
peor que él. -Respondió la maga blanca mientras dejaba la ropa. -Recibió varios
golpes de un hechizo de robo de vitalidad, así que te imaginarás.
-La
tía Undine estaba insoportable últimamente. -Dijo la viera acomodando la ropa
en una estantería. -Quizás con esto papá le haya hecho aterrizar por fin.
-¿Qué
castigo se puede llevar ella?
-Lo
peor es que la expulsen del ejército. -Comenzó a decir Cerea mientras salían de
la lavandería de la casa. -Lo más suave, que es seguramente lo que la tía
abuela Ondina haga, es un tiempo en las mazmorras.
-Creo
que expulsarla del ejército es exagerado, pero parece que aquí todo lo que
tiene que ver con la cultura de los dragones es muy importante.
-Una
vez, hace años, condenaron a muerte a alguien que había robado no solo los
pergaminos de otro maestro, si no también sus armas y armaduras. -Explicó Cerea
seria. -Supongo que es un choque cultural.
-Bueno,
en otros países cortan las manos a los ladrones. -Dijo encogiéndose de hombros
la pelirroja, y se dirigió hacia la habitación de invitados. -Voy a ir a
dormir, si no te importa. La verdad es que he gastado bastante magia el día de
hoy.
-Claro,
no te preocupes. -Respondió sonriendo Cerea, y comenzó a bajar las escaleras.
-Descansa, estás en tu casa.
-Gracias.
-Oh,
por cierto. -Dijo la chica antes de que Astafire cerrara la puerta. -Si vas a
hacer pociones, puedes usar el sótano, solo avísame. No sería bueno que la
habitación oliera a brujería.
-Oh,
vamos, si mis pociones de curación huelen de manera dulce. -Dijo riendo la
elfa.
-No
me refiero a esas pociones, querida.
La
viera desapareció al bajar las escaleras, y Astafire cerró la puerta con el
ceño fruncido. Suspiró fuerte y se dirigió a la cama donde estaba durmiendo, y
sacó las cosas de su zurrón para tomar la botella donde tenía la poción de
polimorfar. Cuando la abrió y tomó un sorbo, ella hizo un gesto de asco en su
cara. Su sabor era bastante malo, y el olor también, por lo que la guardó
rápidamente. No quería transformarse en mitad de su sueño y que no se diera cuenta.
Luego de eso, se desnudó por completo y se metió en la cama a dormir.
Por
su parte, Cerea había entrado a su cuarto y se había cambiado. Quitarse ese
pesado vestido de alta categoría era realmente laborioso, pero ya estaba
acostumbrada, y se puso un traje típico de su raza, donde no dejaba casi nada a
la imaginación gracias a las transparencias, y bajó las escaleras. Había pasado
la mañana haciendo algunos recados y cuando llegó se encontró con que su padre
adoptivo había luchado contra la prima de su madre adoptiva, y había dejado las
ropas que había tomado de su padre y la que quedaba del resto de la familia
para dejarla en la lavandería. Dos veces a la semana venía una de las siervas
de la familia para ayudar a lavar la ropa y a limpiar la casa, por lo que de
momento podría descansar. Bajó las escaleras a la sala y vio como entraba Zelda
acompañada de los compañeros de Ankar.
-¿Ha
habido buena caza? -Preguntó la albina.
-Si,
conseguimos buen equipo para nuestros compañeros, nos lo traerán mañana. -Dijo
Ylenia mientras se quitaban las capas. -¿Cómo están las cosas aquí?
-Bien,
papá está arriba con mamá, la señorita curandera está en la habitación de
invitadas del ala este.
-Iré
arriba a hablar con ella. -Dijo Ylenia, y se giró a Dreighart. -Tu no, seguramente
estará desnuda como cuando dormimos y a ti se te embotaría la mente.
-Oye,
creo que soy perfectamente capaz de estar en una sala desnuda con una chica
cerrada. -Se quejó Dreighart, pero se notaba algo nervioso por la ropa que
llevaba Cerea, ya que no podía apartar sus ojos de ella. Ylenia suspiró y lo
tomó del brazo.
-Andando,
casanova, que también estás algo empapado y necesitas una ducha.
Las
dos vieras soltaron una pequeña risa cuando vieron subir a ambos por las
escaleras, y se dirigieron a la cocina para empezar a hacer de comer.
-¿Cómo
os ha ido? -Preguntó la albina, y la morena se encogió de hombros.
-Saben
hacer su trabajo. -Dijo Zelda con una sonrisa. -Comrparon lo que necesitaban,
nada más.
-Bueno,
tú como aventurera pudiste haberles dado una alguna indicación o pista.
-Ex
aventurera. -Corrigió la que llevaba la ropa blanca, y sacó algunas cosas del
cajón regriferado para llevarlas a la mesa. -Pero creo que voy a retomar ese
camino.
-¿En
serio? ¿Y eso? -Preguntó su hermana mientras sacaba algunos cubiertos y se
sentaba delante de ella.
-Voy
a pedirle a papá que me lleve con ellos.
Cerea
soltó una carcajada coqueta ante esa frase.
-Estás
loca.
-¿Por
qué? -Preguntó entonces Zelda extrañada. -He luchado contra muchos monstruos
desde que era adolescente, y tengo buenos conocimientos de magia blanca, no
creo que les sobre magos que puedan curar. ¿No crees?
-Papá
jamás te dejará ir a una misión tan peligrosa. -Le dijo la chica albina con una
sonrisa. -Sabes lo protector que es con nosotras, además que para él seguimos
siendo unas niñas.
-Somos
mayores que los tres compañeros que van con ellos. -Se quejó la hermana. -Y
estoy segura de que podríamos, tu y yo, ser mejores compañeras que ellos.
-Zelda,
por favor... -Cerea suspiró. -Tu y yo tenemos que quedarnos aquí.
-¿Por
qué? ¿Por que somos mujeres? Esa es una forma muy sureña de pensar. -Dijo Zelda
cruzando los brazos.
-No
tontita. Papá confía en nosotras para llevar a cabo las cosas de la tienda y de
la casa. -Respondió la albina. -¿O qué piensas que dirían entre los nobles si
las dos hijas mayores del conde Einor salen a viajar al mismo tiempo?
-Odio
ese maldito juego de la “Función” que tienen... -Se quejó Zelda. -Estoy arta de
que la gente esté tan pendiente de otras personas y que usen rumores para subir
o bajar en la escala de la nobleza. La Zarina debería abolir esa tontería.
-Papá
también ha estado luchando contra eso, y precisamente por eso he estado yo en
las fiestas y cortes, para contar con aliados. -Cera suspiró de nuevo. -No es
momento de salir de aventuras, es momento de asegurar la casa.
-Siempre
fuiste la más racional y social, Cerea. -Suspiró ahora Zelda. -Pero voy a
decirle de acompañarle.
-No
te va a dar permiso. -Dijo una voz detrás de ellas, y se encontraron con
Ketriken, vestida con una toga de estar por casa. -Ni a ti, ni a nadie de la
familia, así que no le insistas a tu padre.
-¿Ya
se siente mejor? -Preguntó Zelda con una sonrisa pícara. -¿No tienes que darle
otro tratamiento a papá? Seguro que a él no le molestaría.
-No
seas grosera, niña. -Dijo riendo la madre. -Y no, papá no os va a dejar ir con
él.
-Yo
no pensaba irme. -Respondió Cerea, pero Zelda se cruzó de brazos.
-Yo
podría ir con él, estoy segura de que si hubiera visto a Laila en Tycoon ella
hubiera ido con él sin dudarlo.
-Es
cierto, pero papá no la hubiera dejado ir. -Ketriken se sentó con ellas en la
mesa y empezó a cepillarse el cabello con un cepillo que llevaba en la mano.
-No os ha dicho todo porque no quiere que os preocupéis, así que os lo diré yo
como la matriarca de la familia. Papá se encontrará seguramente con el Dragón
Negro.
Las
dos chicas se sorprendieron y tuvieron cierto aire de temor. Habían escuchado
desde siempre lo que había pasado entre su padre y el dragón negro, de como ese
ser había atacado a su padre y le había arrebatado la voz junto a muchos de los
hijos de Angelus, su abuela dragona.
-Más
razón aun para acompañarlo. -Dijo entonces Zelda, seria. -No podemos dejar a
papá solo frente a ese peligro.
-Zelda...
-No
quiero que a papá le pase nada, no es justo que ninguna pueda ir a ayudarle.
-Zelda.
-Cerea,
tú y yo seguimos siendo aventureras, estoy seguro que el maestro de nuestro
gremio.
-¡Ya
basta, Zelda! -Gritó entonces Ketriken, golpeando en la mesa y sorprendiendo a
sus dos hijas, que bajaron la cabeza. -¡¿Acaso no has pensado que yo ya he
hablado de esto con tu padre?! ¡¿Piensas que quiero dejarlo solo ante ese
peligro que casi me lo quita hace años?! ¡No te pienses que estás por delante
de los demás, niña!
-Perdona,
mamá... no quería ofenderte... -Dijo con la cabeza baja Zelda después de unos
segundos en silencio. Ketriken suspiró fuerte antes de hablar.
-No
debería haber gritado... -Se lamentó Ketriken. Zelda negó con la cabeza.
-No,
fue culpa mía por no parar de hablar... Perdóname.
-No
hija, tranquila. -Dijo su madre algo apenada. -Entiendo cómo te sientes, de
verdad, pero es que... yo también he querido ir muchas veces con vuestro padre
para ayudarlo con sus misiones, pero he ido con él en muy contadas ocasiones.
Por eso le ayudo de otra forma, aunque tenga la misma frustración que tu,
cariño.
-¿Cómo
lo ayudas?
-Bueno...
acabo de darle una nueva arma. -Dijo ella sonriendo. -Quizás si haces pociones
para ellos, sería lo ideal para ayudarle.
Zelda
inspiró fuerte y asintió.
-Ojalá
estuviera Laila aquí. -Dijo la joven viera. -Es más joven que yo, pero mucho
mejor en alquimia.
-Si,
pero no está aquí, por lo que tienes que ponerte a hacer cosas con lo que
tienes a mano. -Dijo Cerea con una sonrisa. -Por mi parte, poco puedo hacer con
mis habilidades, pero algo intentaré.
-Eso es lo que vamos a hacer. -Dijo Ketriken algo más serena. -Porque somos familia.