domingo, 31 de julio de 2011

Noticia del Mes de Julio de 2011

Bienvenidos un mes más a las noticias sobre el blog. Este mes venimos cargados de noticias para todos vosotros.

La primera de todas es la incorporación de la usuaria “Zeldas” al elenco de la Welgaia Company. No es escritora de la historia, sin embargo es la que más adeptos nos está haciendo ganar y, además, la que nos hace las funciones de “Relaciones Públicas”, preparando las entrevistas para los autores y demás. Bienvenida, Zeldas.

La segunda noticia es también bastante notoria. Como habréis apreciado, ha habido un pequeño cambio en uno de los personajes. La Invocadora ha tenido que someterse a un cambio de nombre, y ahora se llama “Emberlei Oakheart”, “Ember” para acortar. La razón es la siguiente: En un principio, este proyecto era llevado por más autores, sin embargo, por desavenencias entre ellos, se rompió la unidad que teníamos y, para evitar problemas de copyright con la escritora creadora de la invocadora, decidimos entre todo el grupo de Welgaia cambiarle el nombre, pues era un nombre que usaba mucho fuera de la historia. Siento si ha habido confusiones y mis disculpas por no haber avisado antes.

La tercera noticia es que el séptimo capítulo de la historia llamado “Camino sin respuestas” ya está en camino, queda poco, o al menos eso me gustaría pensar. Intentaremos terminarlo lo antes posible para los fans.

La cuarta noticia es que el 60% de Welgaia Company va a estar reunido en las oficinas centrales de Barcelona durante una semana, así que es posible que en esta semana cueste hacer actualizaciones. Espero que no os enfadéis por eso.

La quinta noticia es que hemos modificado el banner del blog. Es algo sencillo, pero creemos que le da personalidad el hecho de que cada vez que entréis, os encontréis un nuevo banner con los personajes de la historia. Hay doce diferentes. ¿Serás capaz de encontrarlos todos? Adelante.

La sexta noticia del mes… Ahora, ya terminado Julio, hay que decir que…
¡Hemos tenido 875 visitas en este mes!



(Por cierto, os presento a Kame-chan, una cacatúa que canta cosas interesantes xD)

Si, señoras y señores. Hemos llegado a la friolera cantidad de 875 visitas, y sinceramente, estoy contentísimo. Muchas gracias a todos aquellos que venís a leernos, porque ya se ha visto que no sois pocos. Muchas gracias a todos.

Séptima y última noticia. No he tenido mucha cabeza para hacer las fichas de los personajes sin desentrañar mucha historia, por eso la sección “Peregrinos del Cristal” todavía no ha aparecido. Sin embargo, os aseguro que iré preparándolas bien para que no os estropee las sorpresas que pueda haber en esta historia.

Y sin más dilación, me despido por hoy solo para deciros de nuevo: Muchas gracias por leernos, y gracias por seguirnos. Esperamos seguir adelante con vuestro apoyo.

domingo, 17 de julio de 2011

Capítulo VI: Unión y Separación





Emberlei despertó al día siguiente relajada y tranquila, y más descansada de lo que habría esperado nunca teniendo en cuenta el jolgorio que había fuera. Realmente había acertado en usar sus ahorros en pedir aquella habitación en una de las posadas más cercanas a la plaza principal, y al castillo, pero nunca esperó que dormir en un colchón de calidad le sentara tan bien. Acostumbrada a pequeños catres en posadas comunitarias, a establos de chocobo o incluso al frío suelo, aquella noche fue un sueño totalmente reparador.

Mientras se levantaba y se iba vistiendo pensaba en la posada. No solía dormir en dichos lugares, ya que una estancia de más de unas pocas horas le provocaba cierta sensación de claustrofobia, como si el lugar fuera demasiado pequeño como para contenerla. No era diferente en aquella posada, pero la sensación era mitigada por los grandes ventanales que tenía la estancia. Se colocó los pantalones de cuero desvaído y una camisa de color rojo oscuro, con el cuello rosa. En el brazo se puso un brazalete de una serpiente mordiéndose la cola, y al cuello una joya del color de la sangre, no mucho más grande que su propia nariz. Se calzó las botas de cuero gastado y la chaqueta gris, mientras tomaba una pequeña capa bermeja golpearon a la puerta.

-Adelante. -Dijo colocándose en el cinturón la daga y el látigo.

Una joven de cabellos negros entró portando una bandeja con algunos alimentos y un sobre. Se dirigió a la cama y los dejó ahí.

-Perdona la pregunta, pero... ¿Qué celebra Baron? -Preguntó la chica de cabellos morados.
-Es la fiesta a Ragnarok, señorita. -Contestó ella tomando el sobre y acercándose a ella. -La festividad de la Ventisca de Plata, para dar gracias a la diosa de que Baron sigue en paz y que llega el otoño.

La chica asintió, pues no esperaba que fuera ya esa temporada. La edad no era igual a ella que a los demás humanos, transcurría más lentamente, y su percepción de las eras difería con los que llevaba menos tiempo viviendo. La maga negra la miró entonces con curiosidad, de los ojos al sobre.

-¿Eso es...?
-El capitán del Red Wing "Alma de Fuego" me ha pedido que se lo entregue. Quiere que se presente ante la entrada principal norte cuanto antes.

La chica asintió y se acercó a tomar el desayuno. Ya que había pagado, iba a dar buena cuenta de él y mientras, cavilaba algunas preguntas. Como por ejemplo... ¿Quién sería su acompañante? Seguramente alguien de confianza del rey, pero aún así no podía dejar de estar nerviosa  por ello, pues no quería dar más datos sobre sí misma de los necesarios. También se preguntaba cómo llegaría hasta los reyes de Eblan una vez estuviera en su reino... ¿Le darían un salvoconducto? ¿O sería la persona de confianza del rey Cecil quien intercedería por ella? Si tenía suerte harían lo primero, aunque también había una tercera posibilidad... Que tuviera que demostrar su poder. Seguramente en Eblan todos conocerían la especialidad de su soberana, y la palabra de una sola persona no bastaría para impresionarles, como había pasado en Baron. Quizá si tendría que demostrarlo... Y por los dioses, que poca gracia le hacía la idea.

Cuando hubo dado buena cuenta de su desayuno, tomó la carta y salió de la posada para encontrarse de lleno en una plaza de mercado que el día anterior era una simple carretera de paso. Extrañada, fue caminando por los pasillos que le permitía la gente, viendo como algunos juglares tocaban y algunas bailarinas danzaban junto a las personas. Una de ellas le llamó poderosamente la atención. Bailaba envuelta en finas telas que se pegaban a su cuerpo cuando se movía, enroscándose su largo cabello del color del cacao en su cuerpo al girar. Pero lo que llamó su atención fueron sus ojos. Los ojos de la mujer bailarina eran de un extraño y refulgente color jade, los cuales siempre estaban risueños... Pero que de algún modo le resultaba familiar.

Una marabunta de niños pasó por delante de Ember empujándola a un lado para ir a bailar, haciendo que esta perdiera contacto y odiando a los críos por dicho acto, pero rápidamente enfiló su camino hacia la salida norte donde debían estar esperándola. Pensó un poco más en aquella mujer, pero se le fue de la mente al ver al soldado cerca de la pista de aterrizaje de drakos de viento, en la cual había una pequeña aunque perfecta nave aérea. El soldado le pidió su identificación, y al darle la carta, esperó.

-Oh, la estábamos esperando señorita. Por favor, sígame.

Todavía no se acostumbraba a que la trataran de dama, simplemente porque no lo creía oportuno. Sin embargo no dejó de seguir al guardia, pensando en lo tonta que había sido de no haber leído la carta, pues no había visto sello alguno en el sobre. No le gustaba que la trataran de esa manera, de esa forma tan poco normal... Le hacían sentir como alguien fuera de lo acostumbrado.

La acompañó hasta el barco volador que había allí. Acercándose se fijó que, para ser una nave voladora, era bastante pequeña, con un fuerte tono rojo que pintaba el casco y algunas personas subiendo y bajando cargando mercancías. Se podía ver con letras que simulaban llamas el nombre del barco, que no era otro que el "Alma de Fuego".

No tuvo mucho tiempo para fijarse, pues su atención ahora estaba puesta en el hombre que bajaba la pasarela. Llevaba un traje de capitán y un yelmo que le cubría casi todo el rostro, pero cuando se colocó delante de ella se lo quitó, mostrando la cara de Kain. Ella no necesitó girarse para saber que el soldado que la había acompañado se había cuadrado en posición de firmes. Se encaró al hombre con tranquilidad y confianza.

-Veo que la han entretenido, señorita... -Comentó burlón el héroe. -Espero que no le hayan molestado mucho en las celebraciones.
-Mire, dragontino... -Empezó a decir ella, pero se mordió la lengua y se relajó. No era buena idea comenzar el día discutiendo. -¿Me llevará usted a ese sitio?
-Ese sitio... -Dijo él, eludiendo el nombre del reino igual que había hecho ella. -Por si no lo sabías, tiene la entrada vedada a todos los que no tienen alguna conexión con ellos, y por dicha razón solo hay un puñado de gente que pueda llevarte hasta allí, aunque podrías haber ido desde Narshe o Tule. Por eso voy yo, pues soy uno de esos que están en ese puñado. Nuestros monarcas no pueden perder el tiempo con asuntos como...
-Ahórrese el sermón, dragontino... -Interrumpió Emberlei mirando la nave. -Ya se que ellos tienen que atender asuntos de estado, y seguro que también usted tiene mayores preocupaciones, pero se olvida que también yo puedo tenerlas y deseo aprovechar el tiempo al máximo.

Kain la miró, todavía con desconfianza, y un poco de molestia. Aquella joven se había mostrado el día anterior resuelta y tranquila, y le había parecido una simple mercenaria por ese aspecto tan poco femenino que mostraba, con tantas armas... Y Cecil parecía creer a pies juntillas que era una invocadora. No es que fuera algo imposible, pues el don de la invocación existía, e incluso había gente que entraba a estudiar la capacidad de dicha magia...

Y ahora sin embargo parecía estar nerviosa, impaciente e irritada aunque dispuesta a controlarse a tiempo. Un cambio extraño. Muy extraño.

-Esta es una de las naves más rápidas del reino, aunque no es el Falcon, el cual está de misión. -Empezó a explicar el dragontino. -Aunque hay malas noticias me temo. -Se cruzó de brazos algo serio. -El camino estará plagado de monstruos, así que es muy probable que nos tome más tiempo del que se tardaría normalmente.
-¿Y cuánto es eso, si puede saberse?
-Unos dos días como poco.

La joven no dijo nada. El tiempo para los humanoides comunes no era lo mismo que para ella, como había pensado en la posada, así que no estaba tan nerviosa, sin embargo... Ese mismo hecho la ponía nerviosa. ¿Y si algún contratiempo impedía su viaje? Las prisas humanas eran lo peor que existía en el mundo.

-Bien. Vámonos ya. -Respondió finalmente la chica cargándose el macuto con sus cosas al hombro y empezando a subir por la pasarela.

========================================

El callejón estaba en penumbra, aunque con la iluminación suficiente para poder moverse sin problemas. A esa hora de la noche no se podía escuchar ni un alma fuera de la calle, pero eso era precisamente lo que la gente buscaba, pues ese era el callejón de Ernak Nedao, el jefe de los suburbios de la ciudad de Kalm.

Lo común en las noches de la ciudad era que solo se escuchara canciones de los bardos y las risas de los hombres de Ernak. Sin embargo, esta vez el silencio era roto por un cristal quebrado y algún que otro grito.

En la taberna "La Manzana del Gusano", una de las ventanas que daba al callejón estaba destrozada con el torso y el cuerpo de un hombre atravesando la cristalera. En el interior había una mujer espada en mano. Sus cabellos grises, cortados a media melena, estaban atados en una pequeña coleta en su nuca, y sus ojos destilaban frialdad, no solo por su tono azul, también por su inexpresivo bello rostro. Algunas de las mesas estaban tiradas en el suelo, y dos hombres armados estaban frente a la barra, bloqueando el camino hacia unas escaleras. Las mujeres que hasta hace unos minutos estaban con esos dos hombres ahora estaban escondidas con el tabernero tras la barra.

Uno de los hombres, armado con un largo cuchillo, se lanzó hacia la chica, lanzando una estocada en dirección al pecho de ella, pero la mujer, tomando con fuerza la espada con ambas manos, hizo un bloqueo hacia uno de sus lados, desequilibrando al enemigo hacia un costado y aprovechando para contraatacar, llevando la hoja de su espada bajo la axila del atacante y cortando profundamente, haciendo que un chorro de sangre surgiera del sobaco del hombre, el cual soltó el cuchillo gritando de dolor. El otro contendiente, al ver que la guerrera atacaba a su amigo y perdía un momento su concentración en él, atacó con fuerza hacia el brazo de aquella mujer, dándole un fuerte golpe que hizo que el rostro de ella se encogiera un poco de dolor, aunque lo único que hizo fue rasgar la ropa de ella y ver que había una cota de malla bajo las telas. Furiosa por su descuido, se giró hacia el otro contrincante y lanzó un fuerte corte en su vientre haciendo que este se encogiera soltando la espada.

¿Cuántos de estos tipos iban a haber? Movió su brazo izquierdo sopesando el daño recibido. Era doloroso pero podía seguir, así que golpeó de una patada la cabeza del hombre que le había golpeado y caminó hacia la escalera. Lo bueno de las tabernas era que estaban iluminadas por todas partes con velas y lámparas de aceite, y no tuvo que esperar para ver donde ponía los pies. Al llegar arriba la sorpresa llegó cuando un hacha se encajó en la esquina de la pared a unos centímetros de su cabeza. Se agachó un poco y atacó a ciegas, clavando su espada en el pecho de otro hombre y viendo como otros dos se acercaban corriendo, también armados con hachas. Torció su rostro en un gesto de desagrado y sacó la espada del pecho del que casi la decapita. Comenzó a correr hacia el más cercano mientras su espada soltaba un suave brillo blanquecino. Los dos hombres se detuvieron sorprendidos, y el más adelantado bloqueó con el asta de su hacha la argéntea espada de la mujer, gruñendo por la fuerza que ella había impuesto en el golpe. Pero gritó al sentir como sus manos empezaban a helarse junto al asta de su arma. Se apartó golpeándose en la espalda con la pared, mientras la mirada de su compañero era de una total incredulidad, algo que la guerrera aprovechó para lanzar un corte rápido que cercenó la cabeza del espantado hombre. No sangró. La herida estaba congelada.

No se detuvo mucho a contemplar su obra. Sabía donde debía estar Ernak y avanzó sin darle importancia a los gritos del hombre de atrás. Dio una patada a la puerta de la habitación y se adentró en ella. En el interior se podía oler el fuerte sudor y la peste que hacía el incienso para enmascarar otros olores. Dentro había una gran cama con un hombre gordo aunque forzudo y vestido con pieles. Estaba levantándose y tomando una gran hacha en las manos cuando la guerrera le apuntó con la espada sin contemplación.

-¿Eres Ernak Nedao? -Preguntó con fuerza ella.
-Así es. -Le contestó él con una fea sonrisa en su peludo rostro. -¿Quién te envía?
-Lo siento, eso no es de tu incumbencia. -Respondió ella poniéndose en guardia con la espada en ambas manos.

No hubo más palabras pues ella lanzó un corte directo a su pecho, pero el hombre detuvo el ataque con el asta del hacha, pero retrocedió un paso pisando la cama. La mujer lo siguió acosando con golpes mientras que el hombre intentaba tomar una posición ventajosa, pero parecía que lo único que podía hacer era bloquear a la guerrera.

-¡No me subestimes furcia! -Gritó él alzando el hacha y descargando un potente golpe vertical.

El golpe hubiera sido mortal si la mujer no hubiera saltado hacia atrás aprovechando los muelles de lecho donde estaban, y cuando el arma de Ernak se quedó encallada, usó ese momento para saltar, esta vez con la espada en dirección al pecho del hombre. No hubo resistencia alguna, y la piel se desgarró bajo el acero de la mujer guerrera. Se quedó un instante resoplando viendo como el hombre intentaba arrancarse la hoja del pecho, pero ella frunció el ceño irritada, la sacó del bárbaro y con un corte limpio le hizo una laceración en la frente para rematarlo. Se apartó antes de que la sangre le manchara más la ropa.

Suspiró y se secó el sudor con la manga, y torció el gesto al sentir el dolor del golpe que había recibido abajo. Puede que no fuera algo sin importancia al fin y al cabo. Limpió la espada en las sábanas de la colcha y guardó el arma en la vaina de su cinturón, y salió de la habitación para encontrarse con el pobre desgraciado que seguía con las manos heladas, pero que ya había dejado de gritar y estaba llorando de dolor e impotencia. Perdería las manos, seguramente, pensó ella.

Bajó las escaleras y salió de la taberna sin prestar atención al desorden de la posada. Caminó un poco más por el lúgubre callejón y, al salir a la plaza principal, se encontró con un hombre adulto vestido con ropas sencillas, un zurrón de cuero y mirada curiosa que parecía estar esperándole.

-¿Qué tal ha ido? -Preguntó el hombre observando a la mujer.
-El trabajo ha sido finalizado. -Contestó ella con frialdad. -Espero que esto no repercuta negativamente a los de la taberna, Gariel.
-No se preocupe por eso Ylenia. -Contestó el llamado Gariel mientras se quitaba el zurrón y se lo tendía a la guerrera. -Aquí dentro está su pago y algunos alimentos para su próximo viaje.
-El contrato solo decía nueve mil giles. -Dijo ella frunciendo el ceño y tomando la bolsa para comprobar el interior.
-Lo sé. Considérelo un extra de parte de algunos ciudadanos. -Respondió el hombre con una sonrisa.

Ella lo miró extrañada y suspiró, asintió, se colocó el zurrón a través del pecho y comenzó a caminar en dirección a los establos de chocobo. Gariel la siguió.

-¿Se quedará algunos días más en Kalm, Ylenia?
-Creo que es hora de empezar un nuevo ciclo... -La guerrera entró en los establos y abrió la puertezuela de un compartimento, haciendo que saliera un hermoso chocobo dorado. -¿No te parece a ti, Aine?
-¡Wark!

Con una sonrisa, ensilló el animal mientras el hombre la observaba. Al subir, lo miró.

-¿A dónde os dirigiréis ahora?
-Puede que a Baron. Dentro de poco se celebrará la fiesta del equinoccio de otoño. -Explicó ella haciendo que su bestia se moviera hasta la zona exterior del establo.
-Oh... Buena idea. Puede encontrar algún comerciante que le pague sus servicios como guardaespaldas. -Caviló Gariel mientras veía a Ylenia enderezar a su chocobo.
-Exacto. Puede ser una buena oportunidad. -Le miró con una media sonrisa, y le tendió la mano. -Buena suerte, Gariel.
-Buena suerte para usted también, Ylenia. -Secundó el hombre estrechando la mano ofrecida.

Al soltarse, la guerrera Ylenia salió de allí a paso ligero, dejando atrás la ciudad de Kalm, algo más tranquila que antes pero en igual silencio que siempre.

========================================

Las puertas se abrieron, dejando ver a Onizuka llevando a Lomehin a cuestas, mientras que Ankar y Dreighart caminando a su lado, todos con aspecto cansado. Algunas sacerdotisas se acercaron a ellos, pero la líder de estas las hizo apartarse y volver a sus tareas. El samurai dejó al caballero oscuro en el suelo y el ladrón se sentó al lado.

-¿Pasaron la prueba del Guardián? -Preguntó la mujer.
-¿Perdón? -La pregunta surgió en la mente de todos al surgir de los pensamientos, aún confusos, de Ankar.
-El Guardián me contó que debían pasar una prueba. -Explicó la sacerdotisa. -Que su misión era realmente importante... Pero no me quiso decir de qué se trataba.

Todos se quedaron callados unos segundos mientras algunas mujeres traían ungüentos, pociones y vendas. Se quitaron las armaduras y algunas ropas y empezaron a hacer sus curaciones mientras pensaban en silencio.

Lomehin se quitó la parte superior de sus ropas, dejando a un lado su armadura, y se tocó varios de los lugares donde sentía dolor, mientras pensaba en otras cosas... ¿Qué había pasado ahí abajo? Después de que Ifrit desapareciera, todos suspiraron tranquilos, pero algo había cambiado dentro de él. Con disimulo tomó uno de los pedazos del cristal del fuego sin que nadie se percatara, mucho menos Onizuka, el cual le había ayudado a ponerse en pie. No entendía qué era lo que estaba sintiendo. ¿Acaso ese maldito Lemnar le había, junto con el cuerpo humano, puesto sentimientos de tales seres vivos?

Se untó en el estómago una pomada que olía a flores, y después se lo vendó. No había recibido golpes, pero el uso prolongado del poder de la Umbra del caballero oscuro producía dolores insoportables al terminar la batalla. Y debía sentirse pleno, perfecto... Si quería seguir con su misión.

Se levantó y tomó su armadura. Suspiró cansado y la golpeó con uno de sus brazaletes. Los pedazos de metal se fundieron con la alhaja dejándole con unas ropas normales y cómodas. Miró a los demás mientras.

Dreighart seguía masajeándose la cabeza intentando descubrir lo que había pasado. Habían luchado contra el Guardián del Templo, pero aún así, parecía que todo esto estuviera planeado... No solo por el hecho de que el dragontino supiera de la misión, si no por el propio Ifrit... ¿Acaso todo aquello era lo que algunos llamaban "destino"? ¿Estaba su "destino" unido al de esas personas? Sea como fuere, aún seguía unido a esos hombres... Y no se separaría mucho de ellos.

Onizuka por su parte se había quitado gran parte de la ropa superior y estaba echándose un líquido traído por la sacerdotisa que había conocido en la entrada, sonriéndole con energía mientras también cavilaba. Toda aquella locura de una misión sobre destruir los cristales era una auténtica locura... y a él le gustaban las locuras. Desde que dejó Doma se había encontrado varias veces con Ankar y sabía perfectamente que era un hombre de fiar, y que no haría algo así solo porque le viniera en gana. Mientras se echaba la poción en una gran quemadura que había descubierto en el pecho, pensaba en lo extraño que resultaba que su único amigo, a parte de su chocobo, fuera a una misión que le podría aniquilar... Y por los dioses, no permitiría que fuera solo.

Y cuando lo miró, vio como Ankar los miraba a todos, sumido en sus propios pensamientos. Sabía de sobra que ese era un esfuerzo más difícil de lo que parecía, pues al ser telépata tendía a mostrar sus pensamientos. Pero eso solo le pasaba cuando estaba muy nervioso, y el samurai solo le había visto dos veces así. La primera cuando se conocieron, la segunda cuando estuvieron, hacer unos años, en Burmecia. Sonrió al verle tan serio destapando aquella poción.

El albino bebió algo más tranquilo el líquido de la botella. Por el momento ahora ya sabía que los guardianes estaban al corriente de su misión, y parecía que al final no era tan... peligrosa. Dejó de beber. Claro que era peligrosa. Era lo más peligroso que podría llegar a haber. Pero no sería condenado por alta traición.

-Volveremos a Baron. -Dijo de repente el dragontino. -He de informar al rey Cecil de esto.
-¿Vamos a conocer al jefe? -Preguntó colocándose la ropa el pelirrojo. Ankar asintió.

Se quedaron callados y no dijeron mucho más mientras se colocaban las prendas. Tomaron sus armas y se despidieron de las mujeres del templo, reuniéndose de nuevo con los chocobos. La gran sombra de Angelus los tapó, haciendo que Dreighart soltara una exclamación de sorpresa.

-¿Cómo os ha ido, pequeños? -La voz de Angelus tronó en las ruinas de la antigua ciudad.
-Ankar... Hay un dragón que nos está hablando... -Dijo el ladrón temblando como una hoja.
-Ah... es cierto... -El dragontino se colocó al lado del peliazul. -Ella es Angelus, mi madre.
-¿Madre...? ¿Es que eres un dragón a parte de dragontino?
-No, soy... algo más... -Dijo con una sonrisa triste, y dándole las riendas de su chocobo a Lomehin se acercó a la dragona. -Ya volvimos madre.
-Cuéntame lo que ha ocurrido. -La dragona agachó la cabeza para que el dragontino subiera a su lomo.
-Lomehin. -El caballero oscuro miró a Ankar. -¿Puedes llevar tu ese chocobo?
-Por supuesto. -Dijo el moreno mientras acariciaba el pelaje del animal.

El caballero oscuro, al dejar de hablar, subió al chocobo. El samurai lo imitó subiendo encima de Highwind, y ayudó al todavía alucinado Dreighart a colocarse a su espalda.

========================================

El fuego crepitaba en medio de aquel salón destrozado mientras el sol de la mañana seguía escondido detrás de un alto precipicio que en su época servía para precisamente lo que hacía ahora: Bloquear la luz solar. Y para Ylenia aquel lugar había sido el mejor para acampar.

Habían pasado varios días desde que había atravesado las montañas que separaban el norte del sur en ese continente, y aunque era resistente, ese lugar era demasiado para ella. De entre todos los escenarios posibles, el que peor le ha sentado siempre ha sido el desierto.

Se había quitado la cota de malla y había decidido descansar un rato en las ruinas cerca del templo. Sabía que estaban vacías y solo algunos vagabundos vivían por ahí, y los monstruos no entraban allí por ser un recinto sagrado, así que podría descansar sin problemas. Había dejado su protección en una piedra a su lado y su bolsa abierta al otro, con la llama del fuego a su espalda y su espada al lado de la camisa marrón, dejada sobre la cota.

Frente a ella miraba el amasijo de objetos que debía usar para curarse el brazo. Los primeros días fueron simples molestias, pero con el tiempo terminó por surgirle un fuerte moratón en el lugar donde le golpearon. Suerte de su armadura bajo la ropa, porque si no la hubiera llevado ahora estaría tratando cortes en vez de contusiones. Suspiró mientras se quitaba las vendas del brazo y reprimía un escalofrío por una repentina brisa que acababa de pasar, ya que en ese momento para curarse debía prescindir de la camisa.

El olor de la medicina nunca le gustó, y el ungüento que se tenía que echar no era una excepción. Si no hubiera salido tan precipitadamente de Kalm ahora mismo podría haber estado curada del brazo pagando los servicios de un mago blanco competente. Pero si lo hubiera hecho habría perdido la oportunidad de llegar para la fiesta de la Ventisca de Plata, y perderse esa oportunidad de trabajo bien pagado era de idiotas.

Su piel desnuda estaba empezando a perlarse de sudor. Odiaba el desierto, definitivamente lo odiaba. Con la mano derecha se quitó el sudor de sus pechos desnudos y tomó un trapo para quitarse los restos de pomada del brazo herido y vio el color morado del golpe. Podría haber sido peor, era lo único que le hacía pensar positivamente.

Fue a tomar el bote con medicina cuando una fuerte ráfaga de viento hizo caer uno de los pocos tapices que quedaban en las ruinas de la casa donde se encontraba. Miró hacia el cielo buscando algún tipo de animal, pero al alzar un poco la vista se encontró con que un hombre pelirrojo estaba entrando por la puerta de madera improvisada que había construido.

-Vaya, que preciosidad. -Los ojos de Onizuka se posaron automáticamente en los atributos femeninos de Ylenia.

La mujer, roja de vergüenza, tomó el cuchillo que usaba para cortar las vendas y se lo lanzó al samurái, el cual cerró la puerta y sintió en la mano el golpe del arma al clavarse en la madera. Mientras la mujer gritaba, se giró a Ankar y, sonriendo, señaló en el interior.

-Hay una fierecilla ahí dentro.
-Teniendo en cuenta que casi atraviesa la madera que te separa de ella, creo que sería mejor no llamarla "fierecilla".

En cuestión de segundos, Ylenia se estaba colocando la camisa marrón sin su protección, ya que hubiera tardado demasiado y ese hombre pelirrojo parecía peligroso. Tomó su espada y golpeó con una patada la madera, haciendo que el samurái se apartara y la improvisada puerta cayera al suelo.

-¿Quiénes sois? -Preguntó en guardia una colorada Ylenia, apuntando a Onizuka con su espada.

La guerrera miró a su alrededor para contar a sus atacantes. Solo dos, sin monturas, pero bien pertrechados, con armas y bastante fuertes. Sería difícil salir de ahí.

-Por favor, mi bella flor del desierto, no deberíais asustaros con nuestra presencia. -La voz de Onizuka había tomado un matiz más meloso y, apoyándose en la madera con una mano, la miraba desde su único ojo. -Siempre es un placer encontrarse damas así de hermosas...

Sin embargo, la voz del samurái se heló cuando ella colocó la punta de su espada en la garganta de este sin dejar de mirarle fijamente.

-He hecho una pregunta, maldito pervertido.
-Por favor, baja tu arma. -Dijo de repente Ankar colocándose al lado de Ylenia, la cual abrió los ojos y miró al albino.
-¿Has sido tú el que...?
-Sí, he sido yo. -El dragontino alzó las manos para mostrar que no portaba sus armas en las manos. -Por favor, baja el arma, solo vinimos a investigar.
-¿Investigar el qué?
-Bueno, estamos en las ruinas cercanas al Templo del Fuego Eterno, y nos pareció ver el humo de una hoguera.

Ylenia apartó un poco la espada y suspiró. En parte el albino tenía razón y había sido muy inocente al pensar que una simple madera la separaría de los curiosos. Ankar mandó a Onizuka hacia atrás sin una palabra y se acercó a la mujer.

-¿Podemos hablar?

Por toda respuesta, la guerrera asintió y entró de nuevo en la casa en ruinas. Para su alivio, solo entró Ankar.

-No esperaba visitas.
-Lo imagino. -Contestó él viendo cómo se volvía a sentar y empezaba a guardar las medicinas. -Llegamos hasta aquí pensando en que podría haber alguien necesitado de ayuda.
-Bueno, en parte... -Dijo ella suspirando. -Me hirieron en el brazo hace unos días. Una contusión. Poco más.
-¿Puedo echarle un vistazo? -El dragontino se colocó delante de ella, a lo que la guerrera hizo una mueca. -No voy a pedirle que se quite la ropa como el que está ahí afuera.
-No sé qué esperas hacer, porque pinta de mago blanco no tienes. -Dijo ella remangándose el brazo izquierdo mostrando el golpe. Ankar puso una mueca.
-Vaya, parece doloroso.
-Bueno, he visto cosas peores.

El dragontino colocó sus manos rodeando el moratón y estas empezaron a iluminarse.

-Viento de Reis...

Unas pequeñas hebras verdes surgieron de las manos del hombre, penetrando en el moratón al igual que en la batalla contra Ifrit ayudando a Lomehin. Ylenia, por su parte, notaba como el dolor desaparecía poco a poco. Al sacar las manos él, vio que el moratón había menguado considerablemente.

-Soy un dragontino de Baron. -Explicó él mientras ella movía un poco el brazo. -En la ciudad podríais encontrar ayuda médica, aunque no es bueno viajar por el mundo sola, por mucho que sea mercenaria.
-¿Cómo supo que soy mercenaria? -Preguntó ella untándose la medicina otra vez, aunque con más alivio. No dolía tanto como antes.
-Tiene muchas cicatrices, una espada en condiciones y un cuerpo fuerte. No es difícil sumar dos y dos. -Tomó la venda enrollada de la bolsa de ella y la extendió. -Déjeme ayudarla.
-Se lo agradezco.

Realmente lo hacía. Vendarse el brazo es algo que le había acontecido varios quebraderos de cabeza las primeras veces, y mientras el albino le ayudaba ella lo miró curiosa. Parecía haber salido de alguna batalla hace poco, y no parecía afectado por el calor del desierto.

-El código del mercenario dice "Tu señor es el oro, tu ley es la espada". ¿No es así? -Preguntó él de repente, sacándola de sus pensamientos.
-Así es.
-¿Aceptarías una misión peligrosa a cambio de una buena remuneración? -Volvió a preguntar Ankar mientras ataba la venda.
-Depende del trabajo. -Dijo ella colocándose la manga bien al comprobar que el vendaje era fuerte. -Algunas veces han intentado engañarme para hacer cosas que, según mi ética, me resultaban perturbadoras. Dese la vuelta por favor.

El dragontino se giró mientras ella se volvía a quitar la camisa y tomaba la cota de malla. Era algo laborioso el colocarse esa protección, así que mientras siguió hablando.

-No acostumbro a trabajar con esclavistas, por ejemplo. Tampoco voy a hacer nada que me perjudique la salud, aunque la misión sea peligrosa, sepa que, una vez aceptada, no me echaré atrás con su dinero. -Estiró las anillas hasta el final de su cintura y tomó la camisa de nuevo. -Igualmente, no cobro por anticipado, si no al término de la misión.
-Entiendo sus puntos. -Dijo él sin mirarla.
-Hábleme de la misión.
-Hemos de enfrentarnos a ciertos monstruos por orden directa del rey Cecil de Baron.
-¿Sois enviado del rey de Baron? -Preguntó ella colocándose bien la camisa. -Ya podéis giraros.
-Así es.
-Querría ver una prueba fehaciente y no meras palabras.

Ankar se giró sacándose el anillo que Kain le dio en su momento en la ciudad, y se lo tendió mientras ella se sentaba. La mujer abrió los ojos al reconocerlo. En cada reino hay tres tipos de anillos. Oro para los reyes, plata para los príncipes, bronce para los enviados especiales. Y este anillo de bronce tenía la insignia de Baron grabada a la perfección.

-Parece auténtico... -Le dio la vuelta varias veces al anillo con una mirada indescifrable, hasta que al final le devolvió la alhaja a Ankar. -Enviado del reino de Baron... Ese reino no tiene ninguna lealtad de mi parte, pero parece que sois quien decís ser... -Se quedó unos segundos en silencio mientras él se volvía a poner el anillo en el dedo. -Me gustaría discutir lo que conllevaría esta misión que me ofrece, Enviado de Baron, si no tiene usted inconveniencia.
-Por favor, tutéeme. -Dijo él extendiendo la mano. -Mi nombre es Ankar. Ankar Einor.
-Yo soy Ylenia Peribsen, y también puede tutearme. -Dijo ella estrechando la mano del hombre con fuerza. -Y comprende que quiera saber más de este trabajo. Es de necios meterse en un negocio del que no se sabe nada. Por muy jugosa que sea la recompensa me gustaría vivir para gastarla.

El dragontino soltó la mano, pensativo. Hasta ese momento había estado pensando en qué decir a la gente que se quisiera unir a su causa, y había llegado a algunas conclusiones. Esperaba que sus pensamientos no le traicionaran.

-Es una misión de investigación y destrucción en el interior de los Templos Eternos. -Explicó Ankar mirándola a los ojos. -Como te dije, habrá momentos en los que tendremos que luchar, y momentos muy peligrosos. Debes decidir si venir o no.

El rostro de Ylenia, que solo había cambiado cuando estaba roja de la vergüenza, ahora mostraba una expresión de asombro abriendo los ojos. Al principio pensó en algo más simple, pero estaba hablando de los Templos Eternos... Su curiosidad fue más fuerte esta vez.

-Entiendo la situación. -Dijo retomando su semblante serio. -Si es algo sobre los templos, debe de ser importante... Acepto el trabajo. -Se levantó con ímpetu. -¿Nos dirigiremos al Templo del Fuego Eterno?
-No. De ahí venimos. -Explicó Ankar imitándola. -Vamos a ir a Baron a informar al rey y después, emprenderemos el camino al Templo del Mar Eterno.
-Eso está... -Empezó a decir, pero Ankar salió de la casa mientras hablaba.
-En el norte.

Ylenia suspiró mientras recogía sus cosas y las colocaba en las alforjas de Aine. Su conocimiento geográfico se limitaba mucho al continente en el que se encontraba y un poco al del otro, pero la ubicación de los templos no la conocía con exactitud. Debería encontrar un libro que le hablara de ello.

Tomó de las riendas a su chocobo y lo sacó por la puerta, encontrándose con el pelirrojo hablando con Ankar.

-La he contratado.
-Así que viene la preciosidad de hielo. ¿Es fuerte?
-Si hubiera podido te hubiera atravesado de punta a punta. -Riendo, el dragontino se apartó de Onizuka mientras este miraba a lo lejos. -Él es Onizuka Derakainu, es uno de los que me acompañan en la misión.
-¿Hay más?
-Un par más, nos esperan a la entrada de las ruinas. -El albino dio un salto para subirse a unas altas paredes en ruinas donde había una tela azulada, y extrañamente, se subió en ella. -Onizuka, acompaña a Ylenia hasta donde están los otros dos.
-Eh, ni que fuera tu mayordomo. -Contestó él riendo.

Fue entonces cuando Ylenia se dio cuenta de que la tela azul no era una tela... Unos segundos después, Angelus se incorporaba con Ankar a su espalda bien asegurado. La mercenaria, dejando caer la tira de cuero que sujetaba al chocobo, se quedó sin habla al ver a la dragona, la cual la miraba con sus ojos esmeralda.

-Así que una niña... -Dijo con una sonrisa llena de dientes la dragona mientras veía el rostro pálido de la mujer.
-Un... Un momento... -Consiguió articular la guerrera mientras temblaba como una hoja. -Eso es... un... un dragón...
-¿Y qué te esperabas, pequeña, una oveja? -Contestó con gracia la dragona, y acercó un poco la cabeza a ella, haciendo que la mujer sintiera un sudor frío en todo su cuerpo. -Hueles a nieve, muchacha.
-¿A... nieve...?

La cabeza de Angelus se apartó alzando la frente, y abriendo las alas con fuerza, dio un fuerte aleteo y salió volando, haciendo que Ylenia cerrara los ojos y Onizuka se tapara su ojo amarillo. Cuando el polvo ya estaba en el suelo, miró al pelirrojo.

-¿Eso fue real...?
-Oh, créeme, si fuera menos real no te intentaría chamuscar con su aliento. -El samurai caminó hacia la zona de la entrada. -Ven conmigo, te presentaré a los otros dos. No me fío del niño, no quiero perder mi botellita de sake.

Ylenia se quedó callada un momento y miró a Onizuka.

-¿Por qué me llamaste "preciosidad de hielo"?
-¿Acaso no es obvio? -Preguntó el pelirrojo acariciándose el cabello con una mano. -Ninguna mujer que no sea de hielo podría resistirse a mis encantos.

La mujer solo suspiró, esperando no haber errado con la misión, y simplemente dijo.

-Tú guías.

Arriba, en el cielo, Ankar disfrutaba de volver a sentir el viento en su rostro, a lomos de la dragona. El camino sería más rápido si los de abajo iban a un buen paso y usando la sombra de Angelus. Si iban con velocidad, puede que llegaran antes del atardecer.

Dio un quiebro en el aire y llegaron pronto a la entrada, donde esperaban Lomehin y Dreighart con los chocobos. Ya estaban en la distancia mínima para poder enviarles mensajes telepáticos.

-Hemos encontrado una mercenaria que se unirá a nosotros. -Envió el dragontino hacia los otros dos. Estos miraron hacia el cielo. -Iré a dar una vuelta más y volveré cuando ellos estén con vosotros.

A lo lejos vio como Lomehin asentía y le hacía señas con la mano, dando a entender que lo habían oído, y el albino y su madre adoptiva alzaron más el vuelo.

-Hijo mío.
-¿Qué ocurre madre? Llevas mucho rato pensativa.
-Sí, lo llevo... -Dijo ella mirando hacia el frente. -Cuando lleguemos a Baron, nos separaremos.

Ankar por poco caía de su sitio, y se aferró con fuerza a las escamas de su madre.

-Pero... ¿Por qué?
-Eres demasiado joven para que puedas entenderlo, mi pequeño. -Dijo ella con una voz tranquilizadora. -Sin embargo, tú tienes una misión que cumplir.
-Podríamos cumplirla juntos... -Empezó a decir el dragontino con un tono de nerviosismo en su mente. -Como siempre.
-Yo ya cumplí mi misión hace mucho tiempo... -Explicó ella. -Y precisamente por eso creo que deberías volar con tus propias alas. Eres el hijo que más me esmeré en criar... y creo que en cierta medida te he mimado demasiado.

Ankar miraba hacia el cielo, pensando las palabras de su madre.

-Se lo que quieres decir. -Dijo él de repente. -No seré nunca como mis hermanos, que son dragones reales... o como padre o tu misma... Pero... -Tragó saliva antes de mandar el siguiente mensaje. -¿Por eso me abandonas?

Angelus dio un fuerte aleteo para subir por encima de las nubes antes de seguir hablando.

-No hijo mío... no te abandono. -Siguió ella con una voz más suave, mucho más maternal. -Todo dragón debe dejar el nido alguna vez y formar su propia vida. Tú tienes familia más allá de tus hermanos y de mi misma, pero aun estás aferrado a mí. Al ser un Semiesper maduras de una manera diferente a los humanoides normales, pero aun así formaste una familia que todavía debes cuidar. Tus hermanos ya viven por su cuenta, sin estar con su madre, pero tú eres mi pequeño Ankar. -La voz de ella se quebró un poco. -Nunca pienses que te abandono, hijo mío, porque siempre estaré contigo.
-¿Qué haré si necesito de tu sabiduría? -Preguntó él triste. -¿Qué haré si necesito tu ayuda?
-Ahora tienes compañeros. -Dijo ella con fuerza. -Ellos serán la sabiduría que no tengas. Serán el poder que necesites. -Cambió un poco el rumbo bajando hacia las ruinas. -Yo no pude ayudarte contra Ifrit en el templo, y no podría enfrentarme a los demás guardianes tampoco. Ellos si lo hicieron, ellos te ayudarán. Este es el momento en el que, por fin, puedas luchar con tus propios colmillos y volar con tus propias alas.

La dragona empezó a sentir en sus escamas las lágrimas silenciosas de su hijo humanoide. Se alegraba de que no pudiera ver que ella misma también empezaba a llorar.

-Hijo mío, puede que no lo entiendas ahora. -Dijo ella atravesando una nube y humedeciendo sus cuerpos. -Puede que te resulte difícil, o que quieras hacer mil preguntas. Pero la realidad es esta. Tú tienes una tarea, y yo debo realizar otra. Ya no eres un cachorro de cuarenta años, cuando estudiabas con Wolfeng. Dentro de poco tendrás la centena de edad, y cuando llegamos a esa edad, los dragones entramos en la edad adulta. Tienes a alguien que te espera lejos de aquí, y no puedes estar atado siempre a las escamas de tu madre. Debes...
-Volar con mis propias alas. -Terminó él secándose las lágrimas de la cara con decisión, pues seguían fluyendo de sus ojos algunas de ellas. -Pero eso no hace que esté menos triste.
-Es natural hijo mío. Pero no te preocupes. -Penetraron en una nueva nube cerca de las ruinas. Podían ver a los otros cuatro ya listos. -Yo siempre seré tu madre, y tú siempre serás mi amado cachorro. Eso no cambiará nunca. Solo cambia el hecho de que ahora ya eres mayor.

Las lágrimas del dragontino ahora no salían con tanta fuerza, sin embargo tenían un matiz diferente. Seguía triste, pero su alegría le desbordaba de tal manera que sus lágrimas ya no eran amargas. Su madre, una dragona, le había aceptado como un dragón.

Y eso era algo que él estaba esperando desde hacía mucho tiempo.

-Madre... Te aseguro de que llevaré a cabo mi misión. Incluso si tú no estás, me volveré más poderoso, por nuestra venganza, por nuestra familia, para que el futuro no sea tan negro para las siguientes generaciones... pero sobre todo para que puedas decir con orgullo "Este es mi hijo Ankar".

La comitiva en el suelo ya estaba corriendo sobre la sombra que proyectaba Angelus en el desierto. Solo el dragontino escuchó las palabras de su madre.

-Siempre he estado orgullosa de ti, Ankar.

Las horas pasaron. El sol ahora golpeaba con fuerza, aunque gracias a la gran sombra de la dragona avanzaban con velocidad. Medio día llegó, y Angelus bajó dando círculos hasta el lugar donde se encontraban los demás.

El campamento fue echo con bastante tranquilidad. Las presentaciones ya se habían realizado, y las provisiones eran abundantes gracias a las atenciones de las sacerdotisas del templo. Aún así, al acabar de comer, Lomehin se levantó y le indicó a Ankar que le acompañara un momento.

-Ankar, hay algo que debo decirte. -Dijo el caballero oscuro.
-Yo también quería hablar contigo. Quería pedirte perdón por las primeras impresiones. -El dragontino tenía los ojos rojos desde que descendió del suelo, algo que a Lomehin extrañó, pero no hizo preguntas. -Siento haberte atacado.
-No debes disculparte, entiendo tu postura. -Dijo el de negro sin un ápice de mala intención, con sinceridad. -Pero debo decirte que nuestros caminos han de separarse.

Ankar lo miró extrañado.

-Si he hecho algo que te ofendiera...
-No, antes al contrario. -Contestó rápidamente Lomehin. -Como te dije antes de la batalla, tenías que ganarte mi confianza, y así lo has hecho. Lo hiciste con creces... Sin embargo, creo que mi memoria no está en Baron.
-Cierto... buscabas tu pasado...

Ambos suspiraron, Ankar por perder un compañero y Lomehin por seguir con aquella pantomima.

-Lomehin, he de decir que tu espada fue crucial en la batalla contra Ifrit. No me gustaría perder a alguien con tanto potencial.
-Amigo mío, me hago cargo, en serio. -El caballero oscuro apoyó una de sus manos en el hombro del dragontino. -Pero cada uno debe encontrar su destino.
-Sí. Lo sé. -Ankar miró al cielo unos instantes, y después le miró con una sonrisa. -Creo que no hace falta decir que...
-Me lo llevaré a la tumba. -Contestó con fuerza Lomehin. -No traicionaría la confianza que has puesto en mí. Y quién sabe, quizás nuestros caminos se vuelvan a juntar una vez más.

Ambos caballeros se miraron y estrecharon las manos con una sonrisa.

-Llévate el chocobo. Te servirá para encontrar tu camino.
-Te lo agradezco, Ankar. Despídeme de los demás.
-Lo haré. Que Mateus vele por ti, y que Goddess ilumine tu vida.
-Que Bahamut guíe tu camino, amigo mío, y que Doom te proteja en la noche.

El caballero oscuro tomó algunas provisiones, las colocó en las alforjas de su chocobo y subió en él. No dijo ninguna palabra más, mientras que los demás hacían preguntas al dragontino. Se alejó con rapidez de aquel lugar mientras su mente cavilaba sobre lo que había pasado.

Se sentía mal. Realmente mal. Y necesitaba huir de ese pintoresco grupo que se estaba reuniendo para afrontar esa extraña misión. Sin embargo, estar entre humanoides le estaba haciendo sentir como uno más de ellos. Lo extraño es que sabía que ellos no eran totalmente humanos. Cada uno de ellos tenía algo que era muy superior a eso, como la esencia del fuego que emanaba Onizuka, o el olor a dragón que tenía Ankar, o los ojos tan familiares que tenía el inocente Dreighart, o incluso el suave olor a nieve que desprendía Ylenia, la mujer... Pensó detenidamente si no era con esa parte con la que había conectado, y no con su parte humana.

Sacudió la cabeza. Su propia naturaleza le hacía ser parco en palabras, y no quería hablar mucho con los demás.

No quería hablar mucho con Ankar por temor a que descubriera lo que realmente era, y lo que realmente debía hacer, y que por ello quisiera destruirle.

No quería hablar mucho con Onizuka, pues su fuerte carácter y su franqueza las sentía cálidas pero teñidas de tristeza, y se sentía atraído por su espontaneidad.

No quería hablar mucho con Dreighart por el hecho de que esa historia que contó no le cuadraba, y aunque parecía que no mintiera, sentía que había algo más detrás de esa inocencia, y de donde venía, la inocencia era un peligro.

No quería hablar mucho con Ylenia porque era una mujer. Y no es que tuviera problemas con las mujeres, más bien al contrario, coincidía bastante en ese aspecto con su pelirrojo compañero. Sin embargo, se sentía extraño e incómodo delante de las mujeres de una manera que no sabía explicar.

Por todo eso se había marchado. Porque, al fin y al cabo, por muy bien hecho que estuviera, él solo llevaba un disfraz de humano. Un disfraz hecho para completar la misión que Lemnar le había encomendado... Y cada vez que pensaba en él se enfurecía, pues cada vez le odiaba más y más. Seguía sin entender para qué era esa misión, pues por lo que había visto ya había un grupo para hacer la regeneración... Lo más siniestro es que sentía algo extraño cuando pensaba en Lemnar.

Odiaba al dragón negro. Pero... ¿Por qué lo odiaba tanto? Él había traído a Lomehin, si, pero porque él lo había deseado en cierta medida... Pero entonces... ¿Por qué esa furia?

Detuvo su chocobo para pensar con claridad a la sombra de una enorme roca. Tenía tres tareas en esa misión. La primera era conseguir un pedazo de cada cristal destruido y, después, unirlo a uno de sus brazaletes. La tercera tarea era llevar todos los brazaletes a Lemnar.

¿Para qué quería un Guardián hacer algo así? ¿Por qué no iba él mismo a conseguir lo que deseaba? Era algo que no comprendía, pero lo que si entraba en su cabeza era que la única manera de volver a su hogar era a través de esa misión.

Y por eso se había separado del grupo.

Pero había tantas cosas que ni el propio Lomehin llegaba a comprender. Y la más poderosa era su estricto código de honor, ya que él se regía por ciertas directrices... y entre esas directrices entraba el hecho de que les debía la vida a dos personas. La primera de ellas era Ankar, pues cuando él estaba en apuros, el dragontino le asistió con su hechizo. La segunda de ellas era Onizuka, pues fue él quien no le dejó tirado en el suelo cuando terminaron el combate. Durante y después de la batalla habían sido uno solo y habían salvado sus vidas. Su código le exigía que fueran uno hasta el día de sus muertes.

Su misión y su criterio personal se enfrentaban... Y aquello que los demás llamaban "respeto" crecía en su interior.

Refrescó al chocobo con algo de agua mientras seguía con sus reflexiones. En su lugar de origen... ¿Qué hubiera hecho? Habría colaborado con sus camaradas ocasionales para favorecer su misión. De esa manera ayudaba a los demás mientras ellos le ayudaban, pues le estarían apoyando a cumplir su misión y volver a su hogar. Y con una sonrisa, pensó con acidez que con eso, sumaba algo más a sus prioridades: Podría vengarse de Lemnar con la ayuda de los otros.

Se volvió a subir en la espalda del chocobo y asintió. Todo eso parecía cuadrar con mejores expectativas que antes... Salvo por una sola cosa. El acercamiento durante ese pequeño lapso de tiempo le había provocado sentimientos humanos... ¿Qué pasaría si siguiera con ellos más tiempo? ¿Cómo podría defender cuando llegara la ocasión el cristal del Templo del Árbol Efímero?

========================================

El atardecer estaba próximo en Baron, y las fiestas continuaban. La celebración del equinoccio de otoño, la fiesta de la Ventisca de Plata estaba llena de colorido blanquecino y con olores a dulces del otoño que ya empezaba. Mucha gente seguía en la plaza bailando y riendo, y muchos de los asistentes palmeaban al son de la música de los bardos mientras que los más jóvenes bailaban. Varias personas estaban preparando la zona central de la plaza para el baile principal.

La fuente central de la plaza se convirtió en un lugar para que los más adultos se sentaran y vieran el espectáculo, mientras que algunas personas más jóvenes les atendían. Se podía ver este año a varios hombres heridos sentados en el lugar de los ancianos, junto a ellos, los cuales intentaban animarlos. Había varios magos blancos atendiéndolos, entre ellos la propia reina Rosa. Sin embargo, cuando las grandes luces se extinguieron, todos se quedaron en silencio ante la visión del fuego reflejado en el agua y al baile principal.

El sonido de los cascabeles y el de las telas al moverse empezó a escucharse. Parejas se empezaron a formar dentro del círculo, mientras que otros bailaban en solitario. De entre estos últimos, una mujer destacaba entre todos por un sencillo pero luminoso vestido.

Bailaba alegremente, con una pequeña sonrisa en sus finos labios. Su cuerpo se movía al compás de la música como si hubiera nacido para eso. Varias personas la dejaron bailar mientras la admiraban, pues su figura era esbelta y armoniosa, con exquisitas curvas. Su piel, algo morena por el sol, se veía limpia, libre de cicatrices o arrugas. Su cabello largo se veía suave y sedoso, del color del chocolate, y estaba adornado con una azalea, una flor roja, encima de la oreja, y ondeaba al viento como si fuera parte de su propio vestido. Pero lo que más impactaba a la gente eran sus ojos brillantes del color de la hierba, tan verdes y profundos como los campos de los caminos.

El sonido de los instrumentos continuaba, pero ella se detuvo y se colocó al lado de la soberana de Baron, e hizo una inclinación respetuosa.

-Espero que haya sido de su agrado, mi estimada señora. -Dijo con una voz con un fuerte acento extranjero pero suave y penetrante.
-De mí, y de todos, querida. -Dijo la reina mientras le hacía sitio para sentarse a su lado. -Gracias a tus bailes, los días en Baron serán mucho más llevaderos para aquellos que estaban heridos.

La joven tomó la mano de la reina y le sonrió con franqueza.

-Mi buena reina, disfrute del momento. -Sus ojos verdes miraron al cielo, observando los hermosos drakos de viento que usaban los dragontinos para hacer sus patrullas. -Nadie sabe qué ocurrirá en el día de mañana, pero ahora, en este instante, todo es armonía. -Miró a las gentes que disfrutaban de la música y de la fiesta y les señaló con la mano libre. -Estas gentes son la muestra de la armonía que ha crecido en este reino. Y vos y el bien amado rey Cecil son los pilares de esta armonía, no es malo que ustedes disfruten de ello.

La reina sonrió y miró a sus súbditos. Todo Baron estaba bailando y riendo, algo que veinte años atrás no les era posible. Y sonrió con alegría.

-Este año será muy bueno. -Dijo la reina mientras miraba al cielo, donde Ragnarok, la luna, empezaba a aparecer tímidamente.
-Si... Lo será. -La joven la imitó, y cuando lo hizo, ambas vieron algo que las sorprendió.

La silueta de un dragón que venía hacia Baron.

-¿Será posible...? -Se preguntó Rosa abriendo mucho los ojos.
-Sí. -Dijo con energía la joven abrazándose los brazos. -Ha caído el primero.