Emberlei
despertó al día siguiente relajada y tranquila, y más descansada de lo que
habría esperado nunca teniendo en cuenta el jolgorio que había fuera. Realmente
había acertado en usar sus ahorros en pedir aquella habitación en una de las
posadas más cercanas a la plaza principal, y al castillo, pero nunca esperó que
dormir en un colchón de calidad le sentara tan bien. Acostumbrada a pequeños
catres en posadas comunitarias, a establos de chocobo o incluso al frío suelo,
aquella noche fue un sueño totalmente reparador.
Mientras
se levantaba y se iba vistiendo pensaba en la posada. No solía dormir en dichos
lugares, ya que una estancia de más de unas pocas horas le provocaba cierta
sensación de claustrofobia, como si el lugar fuera demasiado pequeño como para
contenerla. No era diferente en aquella posada, pero la sensación era mitigada
por los grandes ventanales que tenía la estancia. Se colocó los pantalones de
cuero desvaído y una camisa de color rojo oscuro, con el cuello rosa. En el
brazo se puso un brazalete de una serpiente mordiéndose la cola, y al cuello
una joya del color de la sangre, no mucho más grande que su propia nariz. Se
calzó las botas de cuero gastado y la chaqueta gris, mientras tomaba una
pequeña capa bermeja golpearon a la puerta.
-Adelante.
-Dijo colocándose en el cinturón la daga y el látigo.
Una
joven de cabellos negros entró portando una bandeja con algunos alimentos y un
sobre. Se dirigió a la cama y los dejó ahí.
-Perdona
la pregunta, pero... ¿Qué celebra Baron? -Preguntó la chica de cabellos morados.
-Es la
fiesta a Ragnarok, señorita. -Contestó ella tomando el sobre y acercándose a ella. -La festividad de
la Ventisca de Plata, para dar gracias a la diosa de que Baron sigue en paz y
que llega el otoño.
La
chica asintió, pues no esperaba que fuera ya esa temporada. La edad no era
igual a ella que a los demás humanos, transcurría más lentamente, y su
percepción de las eras difería con los que llevaba menos tiempo viviendo. La maga
negra la miró entonces con curiosidad, de los ojos al sobre.
-¿Eso
es...?
-El
capitán del Red Wing "Alma de Fuego" me ha pedido que se lo entregue. Quiere que se presente
ante la entrada principal norte cuanto antes.
La chica
asintió y se acercó a tomar el desayuno. Ya que había pagado, iba a dar buena
cuenta de él y mientras, cavilaba algunas preguntas. Como por ejemplo... ¿Quién sería su acompañante? Seguramente alguien de
confianza del rey, pero aún así no podía dejar de estar nerviosa por ello, pues no quería dar más datos sobre
sí misma de los necesarios. También se preguntaba cómo llegaría hasta los reyes
de Eblan una vez estuviera en su reino... ¿Le darían un salvoconducto? ¿O sería la persona de confianza del
rey Cecil quien intercedería por ella? Si tenía suerte harían lo primero,
aunque también había una tercera posibilidad... Que tuviera que demostrar su
poder. Seguramente en Eblan todos conocerían la especialidad de su
soberana, y la palabra de una sola persona no bastaría para impresionarles, como
había pasado en Baron. Quizá si tendría que demostrarlo... Y por los dioses,
que poca gracia le hacía la idea.
Cuando
hubo dado buena cuenta de su desayuno, tomó la carta y salió de la posada para
encontrarse de lleno en una plaza de mercado que el día anterior era una simple
carretera de paso. Extrañada, fue caminando por los pasillos que le permitía la
gente, viendo como algunos juglares tocaban y algunas bailarinas danzaban junto
a las personas. Una de ellas le llamó poderosamente la atención. Bailaba
envuelta en finas telas que se pegaban a su cuerpo cuando se movía,
enroscándose su largo cabello del color del cacao en su cuerpo al girar. Pero
lo que llamó su atención fueron sus ojos. Los ojos de la mujer bailarina eran
de un extraño y refulgente color jade, los cuales siempre estaban risueños...
Pero que de algún modo le resultaba familiar.
Una
marabunta de niños pasó por delante de Ember empujándola a un lado para ir a
bailar, haciendo que esta perdiera contacto y odiando a los críos por dicho
acto, pero rápidamente enfiló su camino hacia la salida norte donde debían
estar esperándola. Pensó un poco más en aquella mujer, pero se le fue de la
mente al ver al soldado cerca de la pista de aterrizaje de drakos de viento, en
la cual había una pequeña aunque perfecta nave aérea. El soldado le pidió su
identificación, y al darle la carta, esperó.
-Oh,
la estábamos esperando señorita. Por favor, sígame.
Todavía
no se acostumbraba a que la trataran de dama, simplemente porque no lo creía
oportuno. Sin embargo no dejó de seguir al guardia, pensando en lo tonta que
había sido de no haber leído la carta, pues no había visto sello alguno en el
sobre. No le gustaba que la trataran de esa manera, de esa forma tan poco
normal... Le hacían sentir como alguien fuera de lo
acostumbrado.
La
acompañó hasta el barco volador que había allí. Acercándose se fijó que, para
ser una nave voladora, era bastante pequeña, con un fuerte tono rojo que
pintaba el casco y algunas personas subiendo y bajando cargando mercancías. Se
podía ver con letras que simulaban llamas el nombre del barco, que no era otro
que el "Alma
de Fuego".
No
tuvo mucho tiempo para fijarse, pues su atención ahora estaba puesta en el
hombre que bajaba la pasarela. Llevaba un traje de capitán y un yelmo que le
cubría casi todo el rostro, pero cuando se colocó delante de ella se lo quitó,
mostrando la cara de Kain. Ella no necesitó girarse para saber que el soldado
que la había acompañado se había cuadrado en posición de firmes. Se encaró al
hombre con tranquilidad y confianza.
-Veo
que la han entretenido, señorita... -Comentó burlón el héroe. -Espero que no le hayan
molestado mucho en las celebraciones.
-Mire,
dragontino... -Empezó a decir ella, pero se mordió la lengua y se relajó. No era buena idea comenzar el
día
discutiendo. -¿Me llevará usted a ese sitio?
-Ese
sitio... -Dijo él, eludiendo el nombre del reino igual
que había
hecho ella. -Por si no lo sabías, tiene la entrada vedada a todos los
que no tienen alguna conexión con ellos, y por dicha razón solo hay un puñado de gente que pueda llevarte
hasta allí, aunque podrías haber ido desde Narshe o Tule. Por eso voy yo, pues
soy uno de esos que están en ese puñado. Nuestros monarcas no pueden perder el
tiempo con asuntos como...
-Ahórrese
el sermón, dragontino... -Interrumpió Emberlei mirando la nave. -Ya
se que ellos tienen que atender asuntos de estado, y seguro que también usted tiene mayores
preocupaciones, pero se olvida que también yo puedo tenerlas y deseo
aprovechar el tiempo al máximo.
Kain
la miró, todavía con desconfianza, y un poco de molestia. Aquella joven se
había mostrado el día anterior resuelta y tranquila, y le había parecido una
simple mercenaria por ese aspecto tan poco femenino que mostraba, con tantas
armas... Y Cecil parecía creer a pies juntillas que era una
invocadora. No es que fuera algo imposible, pues el don de la invocación existía,
e incluso había gente que entraba a estudiar la capacidad de dicha magia...
Y
ahora sin embargo parecía estar nerviosa, impaciente e irritada aunque
dispuesta a controlarse a tiempo. Un cambio extraño. Muy extraño.
-Esta
es una de las naves más rápidas del reino, aunque no es el Falcon, el cual está
de misión. -Empezó a explicar el dragontino. -Aunque hay
malas noticias me temo. -Se cruzó de brazos algo serio. -El camino estará plagado de monstruos, así que
es muy probable que nos tome más tiempo del que se tardaría normalmente.
-¿Y
cuánto es eso, si puede saberse?
-Unos
dos días como poco.
La
joven no dijo nada. El tiempo para los humanoides comunes no era lo mismo que
para ella, como había pensado en la posada, así que no estaba tan nerviosa, sin
embargo... Ese mismo hecho la ponía nerviosa. ¿Y si algún contratiempo impedía su viaje? Las prisas humanas
eran lo peor que existía en el mundo.
-Bien.
Vámonos ya. -Respondió finalmente la chica cargándose el
macuto con sus cosas al hombro y empezando a subir por la pasarela.
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El
callejón estaba en penumbra, aunque con la iluminación suficiente para poder
moverse sin problemas. A esa hora de la noche no se podía escuchar ni un alma
fuera de la calle, pero eso era precisamente lo que la gente buscaba, pues ese
era el callejón de Ernak Nedao, el jefe de los suburbios de la ciudad de Kalm.
Lo
común en las noches de la ciudad era que solo se escuchara canciones de los
bardos y las risas de los hombres de Ernak. Sin embargo, esta vez el silencio
era roto por un cristal quebrado y algún que otro grito.
En la
taberna "La
Manzana del Gusano", una de las ventanas que daba al callejón estaba destrozada con el
torso y el cuerpo de un hombre atravesando la cristalera. En el interior había
una mujer espada en mano. Sus cabellos grises, cortados a media melena, estaban
atados en una pequeña coleta en su nuca, y sus ojos destilaban frialdad, no
solo por su tono azul, también por su inexpresivo bello rostro. Algunas de las
mesas estaban tiradas en el suelo, y dos hombres armados estaban frente a la
barra, bloqueando el camino hacia unas escaleras. Las mujeres que hasta hace
unos minutos estaban con esos dos hombres ahora estaban escondidas con el
tabernero tras la barra.
Uno de
los hombres, armado con un largo cuchillo, se lanzó hacia la chica, lanzando
una estocada en dirección al pecho de ella, pero la mujer, tomando con fuerza
la espada con ambas manos, hizo un bloqueo hacia uno de sus lados,
desequilibrando al enemigo hacia un costado y aprovechando para contraatacar,
llevando la hoja de su espada bajo la axila del atacante y cortando
profundamente, haciendo que un chorro de sangre surgiera del sobaco del hombre,
el cual soltó el cuchillo gritando de dolor. El otro contendiente, al ver que
la guerrera atacaba a su amigo y perdía un momento su concentración en él,
atacó con fuerza hacia el brazo de aquella mujer, dándole un fuerte golpe que
hizo que el rostro de ella se encogiera un poco de dolor, aunque lo único que
hizo fue rasgar la ropa de ella y ver que había una cota de malla bajo las telas.
Furiosa por su descuido, se giró hacia el otro contrincante y lanzó un fuerte
corte en su vientre haciendo que este se encogiera soltando la espada.
¿Cuántos
de estos tipos iban a haber? Movió su brazo izquierdo sopesando el daño
recibido. Era doloroso pero podía seguir, así que golpeó de una patada la
cabeza del hombre que le había golpeado y caminó hacia la escalera. Lo bueno de
las tabernas era que estaban iluminadas por todas partes con velas y lámparas
de aceite, y no tuvo que esperar para ver donde ponía los pies. Al llegar
arriba la sorpresa llegó cuando un hacha se encajó en la esquina de la pared a
unos centímetros de su cabeza. Se agachó un poco y atacó a ciegas, clavando su
espada en el pecho de otro hombre y viendo como otros dos se acercaban
corriendo, también armados con hachas. Torció su rostro en un gesto de
desagrado y sacó la espada del pecho del que casi la decapita. Comenzó a correr
hacia el más cercano mientras su espada soltaba un suave brillo blanquecino.
Los dos hombres se detuvieron sorprendidos, y el más adelantado bloqueó con el
asta de su hacha la argéntea espada de la mujer, gruñendo por la fuerza que
ella había impuesto en el golpe. Pero gritó al sentir como sus manos empezaban
a helarse junto al asta de su arma. Se apartó golpeándose en la espalda con la
pared, mientras la mirada de su compañero era de una total incredulidad, algo
que la guerrera aprovechó para lanzar un corte rápido que cercenó la cabeza del
espantado hombre. No sangró. La herida estaba congelada.
No se
detuvo mucho a contemplar su obra. Sabía donde debía estar Ernak y avanzó sin
darle importancia a los gritos del hombre de atrás. Dio una patada a la puerta
de la habitación y se adentró en ella. En el interior se podía oler el fuerte
sudor y la peste que hacía el incienso para enmascarar otros olores. Dentro
había una gran cama con un hombre gordo aunque forzudo y vestido con pieles.
Estaba levantándose y tomando una gran hacha en las manos cuando la guerrera le
apuntó con la espada sin contemplación.
-¿Eres
Ernak Nedao? -Preguntó con fuerza ella.
-Así
es. -Le contestó él con una fea sonrisa en su
peludo rostro. -¿Quién te envía?
-Lo
siento, eso no es de tu incumbencia. -Respondió ella poniéndose en guardia con la espada
en ambas manos.
No
hubo más palabras pues ella lanzó un corte directo a su pecho, pero el hombre
detuvo el ataque con el asta del hacha, pero retrocedió un paso pisando la
cama. La mujer lo siguió acosando con golpes mientras que el hombre intentaba
tomar una posición ventajosa, pero parecía que lo único que podía hacer era
bloquear a la guerrera.
-¡No
me subestimes furcia! -Gritó él alzando el hacha y
descargando un potente golpe vertical.
El
golpe hubiera sido mortal si la mujer no hubiera saltado hacia atrás
aprovechando los muelles de lecho donde estaban, y cuando el arma de Ernak se
quedó encallada, usó ese momento para saltar, esta vez con la espada en
dirección al pecho del hombre. No hubo resistencia alguna, y la piel se
desgarró bajo el acero de la mujer guerrera. Se quedó un instante resoplando
viendo como el hombre intentaba arrancarse la hoja del pecho, pero ella frunció
el ceño irritada, la sacó del bárbaro y con un corte limpio le hizo una
laceración en la frente para rematarlo. Se apartó antes de que la sangre le
manchara más la ropa.
Suspiró
y se secó el sudor con la manga, y torció el gesto al sentir el dolor del golpe
que había recibido abajo. Puede que no fuera algo sin importancia al fin y al
cabo. Limpió la espada en las sábanas de la colcha y guardó el arma en la vaina
de su cinturón, y salió de la habitación para encontrarse con el pobre
desgraciado que seguía con las manos heladas, pero que ya había dejado de
gritar y estaba llorando de dolor e impotencia. Perdería las manos,
seguramente, pensó ella.
Bajó
las escaleras y salió de la taberna sin prestar atención al desorden de la
posada. Caminó un poco más por el lúgubre callejón y, al salir a la plaza
principal, se encontró con un hombre adulto vestido con ropas sencillas, un
zurrón de cuero y mirada curiosa que parecía estar esperándole.
-¿Qué
tal ha ido? -Preguntó el hombre observando a la mujer.
-El
trabajo ha sido finalizado. -Contestó ella con frialdad. -Espero que
esto no repercuta negativamente a los de la taberna, Gariel.
-No se
preocupe por eso Ylenia. -Contestó el llamado Gariel mientras se quitaba
el zurrón
y se lo tendía a la guerrera. -Aquí dentro está su pago y algunos alimentos
para su próximo viaje.
-El
contrato solo decía nueve mil giles. -Dijo ella frunciendo el ceño y tomando la bolsa para
comprobar el interior.
-Lo
sé. Considérelo un extra de parte de algunos ciudadanos. -Respondió el hombre con una sonrisa.
Ella
lo miró extrañada y suspiró, asintió, se colocó el zurrón a través del pecho y
comenzó a caminar en dirección a los establos de chocobo. Gariel la siguió.
-¿Se
quedará algunos días más en Kalm, Ylenia?
-Creo
que es hora de empezar un nuevo ciclo... -La guerrera entró en los establos y abrió la
puertezuela de un compartimento, haciendo que saliera un hermoso chocobo
dorado. -¿No te parece a ti, Aine?
-¡Wark!
Con
una sonrisa, ensilló el animal mientras el hombre la observaba. Al subir, lo
miró.
-¿A
dónde os dirigiréis ahora?
-Puede
que a Baron. Dentro de poco se celebrará la fiesta del equinoccio de otoño. -Explicó ella haciendo que su bestia se
moviera hasta la zona exterior del establo.
-Oh...
Buena idea. Puede encontrar algún comerciante que le pague sus
servicios como guardaespaldas. -Caviló Gariel mientras veía a Ylenia enderezar a su
chocobo.
-Exacto.
Puede ser una buena oportunidad. -Le miró con una media sonrisa, y le
tendió
la mano. -Buena suerte, Gariel.
-Buena
suerte para usted también, Ylenia. -Secundó el hombre estrechando la mano
ofrecida.
Al
soltarse, la guerrera Ylenia salió de allí a paso ligero, dejando atrás la
ciudad de Kalm, algo más tranquila que antes pero en igual silencio que
siempre.
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Las
puertas se abrieron, dejando ver a Onizuka llevando a Lomehin a cuestas,
mientras que Ankar y Dreighart caminando a su lado, todos con aspecto cansado.
Algunas sacerdotisas se acercaron a ellos, pero la líder de estas las hizo
apartarse y volver a sus tareas. El samurai dejó al caballero oscuro en el
suelo y el ladrón se sentó al lado.
-¿Pasaron
la prueba del Guardián? -Preguntó la mujer.
-¿Perdón?
-La pregunta surgió en la mente de todos al surgir de los
pensamientos, aún confusos, de Ankar.
-El
Guardián me contó que debían pasar una prueba. -Explicó la sacerdotisa. -Que su misión era realmente importante...
Pero no me quiso decir de qué se trataba.
Todos
se quedaron callados unos segundos mientras algunas mujeres traían ungüentos,
pociones y vendas. Se quitaron las armaduras y algunas ropas y empezaron a
hacer sus curaciones mientras pensaban en silencio.
Lomehin
se quitó la parte superior de sus ropas, dejando a un lado su armadura, y se
tocó varios de los lugares donde sentía dolor, mientras pensaba en otras cosas...
¿Qué había pasado ahí abajo? Después de que Ifrit
desapareciera, todos suspiraron tranquilos, pero algo había cambiado dentro de
él. Con disimulo tomó uno de los pedazos del cristal del fuego sin que nadie se
percatara, mucho menos Onizuka, el cual le había ayudado a ponerse en pie. No
entendía qué era lo que estaba sintiendo. ¿Acaso ese maldito Lemnar le había,
junto con el cuerpo humano, puesto sentimientos de tales seres vivos?
Se
untó en el estómago una pomada que olía a flores, y después se lo vendó. No
había recibido golpes, pero el uso prolongado del poder de la Umbra del
caballero oscuro producía dolores insoportables al terminar la batalla. Y debía
sentirse pleno, perfecto... Si quería seguir con su misión.
Se
levantó y tomó su armadura. Suspiró cansado y la golpeó con uno de sus
brazaletes. Los pedazos de metal se fundieron con la alhaja dejándole con unas
ropas normales y cómodas. Miró a los demás mientras.
Dreighart
seguía masajeándose la cabeza intentando descubrir lo que había pasado. Habían
luchado contra el Guardián del Templo, pero aún así, parecía que todo esto
estuviera planeado... No solo por el hecho de que el dragontino supiera de la
misión, si no por el propio Ifrit... ¿Acaso todo aquello era lo que
algunos llamaban "destino"? ¿Estaba su "destino" unido al de esas personas? Sea
como fuere, aún seguía unido a esos hombres... Y no se separaría mucho de ellos.
Onizuka
por su parte se había quitado gran parte de la ropa superior y estaba echándose
un líquido traído por la sacerdotisa que había conocido en la entrada,
sonriéndole con energía mientras también cavilaba. Toda aquella locura de una
misión sobre destruir los cristales era una auténtica locura... y a él le gustaban las locuras.
Desde que dejó Doma se había encontrado varias veces con
Ankar y sabía perfectamente que era un hombre de
fiar, y que no haría algo así solo porque le viniera en gana. Mientras se
echaba la poción en una gran quemadura que había descubierto en el pecho,
pensaba en lo extraño que resultaba que su único amigo, a parte de su chocobo,
fuera a una misión que le podría aniquilar... Y por los dioses, no permitiría que fuera solo.
Y
cuando lo miró, vio como Ankar los miraba a todos, sumido en sus propios
pensamientos. Sabía de sobra que ese era un esfuerzo más difícil de lo que
parecía, pues al ser telépata tendía a mostrar sus pensamientos. Pero eso solo
le pasaba cuando estaba muy nervioso, y el samurai solo le había visto dos
veces así. La primera cuando se conocieron, la segunda cuando estuvieron, hacer
unos años, en Burmecia. Sonrió al verle tan serio destapando aquella poción.
El
albino bebió algo más tranquilo el líquido de la botella. Por el momento ahora
ya sabía que los guardianes estaban al corriente de su misión, y parecía que al
final no era tan... peligrosa. Dejó de beber. Claro que era peligrosa. Era
lo más peligroso que podría llegar a haber. Pero no sería condenado por alta
traición.
-Volveremos
a Baron. -Dijo de repente el dragontino. -He de informar al rey Cecil de esto.
-¿Vamos
a conocer al jefe? -Preguntó colocándose la ropa el pelirrojo.
Ankar asintió.
Se
quedaron callados y no dijeron mucho más mientras se colocaban las prendas.
Tomaron sus armas y se despidieron de las mujeres del templo, reuniéndose de
nuevo con los chocobos. La gran sombra de Angelus los tapó, haciendo que
Dreighart soltara una exclamación de sorpresa.
-¿Cómo
os ha ido, pequeños? -La voz de Angelus tronó en las ruinas de la antigua
ciudad.
-Ankar...
Hay un dragón que nos está hablando... -Dijo el ladrón temblando como una hoja.
-Ah...
es cierto... -El dragontino se colocó al lado del peliazul. -Ella es Angelus,
mi madre.
-¿Madre...?
¿Es
que eres un dragón a parte de dragontino?
-No,
soy... algo más... -Dijo con una sonrisa triste, y dándole las riendas de su chocobo
a Lomehin se acercó a la dragona. -Ya volvimos madre.
-Cuéntame
lo que ha ocurrido. -La dragona agachó la cabeza para que el dragontino
subiera a su lomo.
-Lomehin.
-El caballero oscuro miró a Ankar. -¿Puedes llevar tu ese chocobo?
-Por
supuesto. -Dijo el moreno mientras acariciaba el pelaje del animal.
El
caballero oscuro, al dejar de hablar, subió al chocobo. El samurai lo imitó
subiendo encima de Highwind, y ayudó al todavía alucinado Dreighart a colocarse
a su espalda.
========================================
El
fuego crepitaba en medio de aquel salón destrozado mientras el sol de la mañana
seguía escondido detrás de un alto precipicio que en su época servía para
precisamente lo que hacía ahora: Bloquear la luz solar. Y para Ylenia aquel
lugar había sido el mejor para acampar.
Habían
pasado varios días desde que había atravesado las montañas que separaban el
norte del sur en ese continente, y aunque era resistente, ese lugar era
demasiado para ella. De entre todos los escenarios posibles, el que peor le ha
sentado siempre ha sido el desierto.
Se
había quitado la cota de malla y había decidido descansar un rato en las ruinas
cerca del templo. Sabía que estaban vacías y solo algunos vagabundos vivían por
ahí, y los monstruos no entraban allí por ser un recinto sagrado, así que
podría descansar sin problemas. Había dejado su protección en una piedra a su
lado y su bolsa abierta al otro, con la llama del fuego a su espalda y su
espada al lado de la camisa marrón, dejada sobre la cota.
Frente
a ella miraba el amasijo de objetos que debía usar para curarse el brazo. Los
primeros días fueron simples molestias, pero con el tiempo terminó por surgirle
un fuerte moratón en el lugar donde le golpearon. Suerte de su armadura bajo la
ropa, porque si no la hubiera llevado ahora estaría tratando cortes en vez de
contusiones. Suspiró mientras se quitaba las vendas del brazo y reprimía un
escalofrío por una repentina brisa que acababa de pasar, ya que en ese momento
para curarse debía prescindir de la camisa.
El
olor de la medicina nunca le gustó, y el ungüento que se tenía que echar no era
una excepción. Si no hubiera salido tan precipitadamente de Kalm ahora mismo
podría haber estado curada del brazo pagando los servicios de un mago blanco
competente. Pero si lo hubiera hecho habría perdido la oportunidad de llegar
para la fiesta de la Ventisca de Plata, y perderse esa oportunidad de trabajo
bien pagado era de idiotas.
Su
piel desnuda estaba empezando a perlarse de sudor. Odiaba el desierto,
definitivamente lo odiaba. Con la mano derecha se quitó el sudor de sus pechos
desnudos y tomó un trapo para quitarse los restos de pomada del brazo herido y
vio el color morado del golpe. Podría haber sido peor, era lo único que le
hacía pensar positivamente.
Fue a
tomar el bote con medicina cuando una fuerte ráfaga de viento hizo caer uno de
los pocos tapices que quedaban en las ruinas de la casa donde se encontraba.
Miró hacia el cielo buscando algún tipo de animal, pero al alzar un poco la
vista se encontró con que un hombre pelirrojo estaba entrando por la puerta de
madera improvisada que había construido.
-Vaya,
que preciosidad. -Los ojos de Onizuka se posaron automáticamente en los atributos
femeninos de Ylenia.
La
mujer, roja de vergüenza, tomó el cuchillo que usaba para cortar las vendas y
se lo lanzó al samurái, el cual cerró la puerta y sintió en la mano el golpe
del arma al clavarse en la madera. Mientras la mujer gritaba, se giró a Ankar
y, sonriendo, señaló en el interior.
-Hay
una fierecilla ahí dentro.
-Teniendo
en cuenta que casi atraviesa la madera que te separa de ella, creo que sería
mejor no llamarla "fierecilla".
En
cuestión de segundos, Ylenia se estaba colocando la camisa marrón sin su
protección, ya que hubiera tardado demasiado y ese hombre pelirrojo parecía
peligroso. Tomó su espada y golpeó con una patada la madera, haciendo que el
samurái se apartara y la improvisada puerta cayera al suelo.
-¿Quiénes
sois? -Preguntó en guardia una colorada Ylenia,
apuntando a Onizuka con su espada.
La
guerrera miró a su alrededor para contar a sus atacantes. Solo dos, sin monturas,
pero bien pertrechados, con armas y bastante fuertes. Sería difícil salir de
ahí.
-Por
favor, mi bella flor del desierto, no deberíais asustaros con nuestra
presencia. -La voz de Onizuka había tomado un matiz más meloso y, apoyándose en la madera con una
mano, la miraba desde su único ojo. -Siempre es un placer encontrarse damas así de hermosas...
Sin
embargo, la voz del samurái se heló cuando ella colocó la punta de su espada en
la garganta de este sin dejar de mirarle fijamente.
-He
hecho una pregunta, maldito pervertido.
-Por
favor, baja tu arma. -Dijo de repente Ankar colocándose al lado de Ylenia, la
cual abrió los ojos y miró al albino.
-¿Has
sido tú el que...?
-Sí,
he sido yo. -El dragontino alzó las manos para mostrar que no portaba sus armas
en las manos. -Por favor, baja el arma, solo vinimos a investigar.
-¿Investigar
el qué?
-Bueno,
estamos en las ruinas cercanas al Templo del Fuego Eterno, y nos pareció ver el
humo de una hoguera.
Ylenia
apartó un poco la espada y suspiró. En parte el albino tenía razón y había sido
muy inocente al pensar que una simple madera la separaría de los curiosos.
Ankar mandó a Onizuka hacia atrás sin una palabra y se acercó a la mujer.
-¿Podemos
hablar?
Por toda
respuesta, la guerrera asintió y entró de nuevo en la casa en ruinas. Para su
alivio, solo entró Ankar.
-No
esperaba visitas.
-Lo
imagino. -Contestó él viendo cómo se volvía a sentar y empezaba a guardar
las medicinas. -Llegamos hasta aquí pensando en que podría haber alguien
necesitado de ayuda.
-Bueno,
en parte... -Dijo ella suspirando. -Me hirieron en el brazo hace unos días. Una contusión. Poco más.
-¿Puedo
echarle un vistazo? -El dragontino se colocó delante de ella, a lo que la
guerrera hizo una mueca. -No voy a pedirle que se quite la ropa como el que está ahí afuera.
-No sé
qué esperas hacer, porque pinta de mago blanco no tienes. -Dijo ella remangándose el brazo izquierdo
mostrando el golpe. Ankar puso una mueca.
-Vaya,
parece doloroso.
-Bueno,
he visto cosas peores.
El dragontino
colocó sus manos rodeando el moratón y estas empezaron a iluminarse.
-Viento
de Reis...
Unas
pequeñas hebras verdes surgieron de las manos del hombre, penetrando en el
moratón al igual que en la batalla contra Ifrit ayudando a Lomehin. Ylenia, por
su parte, notaba como el dolor desaparecía poco a poco. Al sacar las manos él,
vio que el moratón había menguado considerablemente.
-Soy
un dragontino de Baron. -Explicó él mientras ella movía un poco el brazo. -En la
ciudad podríais encontrar ayuda médica, aunque no
es bueno viajar por el mundo sola, por mucho que sea mercenaria.
-¿Cómo
supo que soy mercenaria? -Preguntó ella untándose la medicina otra vez,
aunque con más alivio. No dolía tanto como antes.
-Tiene
muchas cicatrices, una espada en condiciones y un cuerpo fuerte. No es difícil
sumar dos y dos. -Tomó la venda enrollada de la bolsa de ella
y la extendió. -Déjeme ayudarla.
-Se lo
agradezco.
Realmente
lo hacía. Vendarse el brazo es algo que le había acontecido varios quebraderos
de cabeza las primeras veces, y mientras el albino le ayudaba ella lo miró
curiosa. Parecía haber salido de alguna batalla hace poco, y no parecía
afectado por el calor del desierto.
-El
código del mercenario dice "Tu señor es el oro, tu ley es la espada". ¿No es así? -Preguntó él de repente, sacándola de sus pensamientos.
-Así
es.
-¿Aceptarías
una misión peligrosa a cambio de una buena remuneración? -Volvió a preguntar Ankar mientras
ataba la venda.
-Depende
del trabajo. -Dijo ella colocándose la manga bien al comprobar que el
vendaje era fuerte. -Algunas veces han intentado engañarme para hacer cosas que, según mi ética, me resultaban
perturbadoras. Dese la vuelta por favor.
El dragontino
se giró mientras ella se volvía a quitar la camisa y tomaba la cota de malla.
Era algo laborioso el colocarse esa protección, así que mientras siguió
hablando.
-No
acostumbro a trabajar con esclavistas, por ejemplo. Tampoco voy a hacer nada
que me perjudique la salud, aunque la misión sea peligrosa, sepa que, una vez
aceptada, no me echaré atrás con su dinero. -Estiró las anillas hasta el final de
su cintura y tomó la camisa de nuevo. -Igualmente, no
cobro por anticipado, si no al término de la misión.
-Entiendo
sus puntos. -Dijo él sin mirarla.
-Hábleme
de la misión.
-Hemos
de enfrentarnos a ciertos monstruos por orden directa del rey Cecil de Baron.
-¿Sois
enviado del rey de Baron? -Preguntó ella colocándose bien la camisa. -Ya podéis giraros.
-Así
es.
-Querría
ver una prueba fehaciente y no meras palabras.
Ankar
se giró sacándose el anillo que Kain le dio en su momento en la ciudad, y se lo
tendió mientras ella se sentaba. La mujer abrió los ojos al reconocerlo. En
cada reino hay tres tipos de anillos. Oro para los reyes, plata para los
príncipes, bronce para los enviados especiales. Y este anillo de bronce tenía
la insignia de Baron grabada a la perfección.
-Parece
auténtico... -Le dio la vuelta varias veces al anillo con una mirada
indescifrable, hasta que al final le devolvió la alhaja a Ankar. -Enviado del
reino de Baron... Ese reino no tiene ninguna lealtad de mi parte, pero parece
que sois quien decís ser... -Se quedó unos segundos en silencio
mientras él se volvía a poner el anillo en el dedo.
-Me gustaría discutir lo que conllevaría esta misión que me ofrece, Enviado de
Baron, si no tiene usted inconveniencia.
-Por
favor, tutéeme. -Dijo él extendiendo la mano. -Mi nombre es
Ankar. Ankar Einor.
-Yo
soy Ylenia Peribsen, y también puede tutearme. -Dijo ella estrechando la mano
del hombre con fuerza. -Y comprende que quiera saber más de este trabajo. Es de
necios meterse en un negocio del que no se sabe nada. Por muy jugosa que sea la
recompensa me gustaría vivir para gastarla.
El dragontino
soltó la mano, pensativo. Hasta ese momento había estado pensando en qué decir
a la gente que se quisiera unir a su causa, y había llegado a algunas
conclusiones. Esperaba que sus pensamientos no le traicionaran.
-Es
una misión de investigación y destrucción en el interior de los Templos
Eternos. -Explicó Ankar mirándola a los ojos. -Como te
dije, habrá momentos en los que tendremos que luchar, y momentos muy
peligrosos. Debes decidir si venir o no.
El
rostro de Ylenia, que solo había cambiado cuando estaba roja de la vergüenza,
ahora mostraba una expresión de asombro abriendo los ojos. Al principio pensó
en algo más simple, pero estaba hablando de los Templos Eternos... Su
curiosidad fue más fuerte esta vez.
-Entiendo
la situación. -Dijo retomando su semblante serio. -Si es algo sobre los
templos, debe de ser importante... Acepto el trabajo. -Se levantó con ímpetu. -¿Nos dirigiremos al Templo del
Fuego Eterno?
-No.
De ahí venimos. -Explicó Ankar imitándola. -Vamos a ir a Baron a
informar al rey y después, emprenderemos el camino al Templo
del Mar Eterno.
-Eso
está... -Empezó a decir, pero Ankar salió de la casa
mientras hablaba.
-En el
norte.
Ylenia
suspiró mientras recogía sus cosas y las colocaba en las alforjas de Aine. Su
conocimiento geográfico se limitaba mucho al continente en el que se encontraba
y un poco al del otro, pero la ubicación de los templos no la conocía con
exactitud. Debería encontrar un libro que le hablara de ello.
Tomó
de las riendas a su chocobo y lo sacó por la puerta, encontrándose con el
pelirrojo hablando con Ankar.
-La he
contratado.
-Así
que viene la preciosidad de hielo. ¿Es fuerte?
-Si
hubiera podido te hubiera atravesado de punta a punta. -Riendo, el dragontino
se apartó de Onizuka mientras este miraba a lo lejos. -Él es Onizuka Derakainu, es uno
de los que me acompañan en la misión.
-¿Hay
más?
-Un
par más, nos esperan a la entrada de las ruinas. -El albino dio un salto para
subirse a unas altas paredes en ruinas donde había una tela azulada, y extrañamente, se subió en ella. -Onizuka, acompaña a Ylenia hasta donde están los otros dos.
-Eh,
ni que fuera tu mayordomo. -Contestó él riendo.
Fue
entonces cuando Ylenia se dio cuenta de que la tela azul no era una tela...
Unos segundos después, Angelus se incorporaba con Ankar a
su espalda bien asegurado. La mercenaria, dejando caer la tira de cuero que
sujetaba al chocobo, se quedó sin habla al ver a la dragona, la cual la miraba
con sus ojos esmeralda.
-Así
que una niña... -Dijo con una sonrisa llena de dientes la dragona mientras veía el rostro pálido de la mujer.
-Un...
Un momento... -Consiguió articular la guerrera mientras
temblaba como una hoja. -Eso es... un... un dragón...
-¿Y
qué te esperabas, pequeña, una oveja? -Contestó con gracia la dragona, y acercó un poco la cabeza a ella,
haciendo que la mujer sintiera un sudor frío en todo su cuerpo. -Hueles a
nieve, muchacha.
-¿A...
nieve...?
La
cabeza de Angelus se apartó alzando la frente, y abriendo las alas con fuerza,
dio un fuerte aleteo y salió volando, haciendo que Ylenia cerrara los ojos y
Onizuka se tapara su ojo amarillo. Cuando el polvo ya estaba en el suelo, miró
al pelirrojo.
-¿Eso
fue real...?
-Oh,
créeme, si fuera menos real no te intentaría chamuscar con su aliento. -El
samurai caminó hacia la zona de la entrada. -Ven
conmigo, te presentaré a los otros dos. No me fío del niño, no quiero perder mi
botellita de sake.
Ylenia
se quedó callada un momento y miró a Onizuka.
-¿Por
qué me llamaste "preciosidad de hielo"?
-¿Acaso
no es obvio? -Preguntó el pelirrojo acariciándose el cabello con una mano. -Ninguna
mujer que no sea de hielo podría resistirse a mis encantos.
La
mujer solo suspiró, esperando no haber errado con la misión, y simplemente
dijo.
-Tú
guías.
Arriba,
en el cielo, Ankar disfrutaba de volver a sentir el viento en su rostro, a
lomos de la dragona. El camino sería más rápido si los de abajo iban a un buen
paso y usando la sombra de Angelus. Si iban con velocidad, puede que llegaran
antes del atardecer.
Dio un
quiebro en el aire y llegaron pronto a la entrada, donde esperaban Lomehin y
Dreighart con los chocobos. Ya estaban en la distancia mínima para poder
enviarles mensajes telepáticos.
-Hemos
encontrado una mercenaria que se unirá a nosotros. -Envió el dragontino hacia los otros
dos. Estos miraron hacia el cielo. -Iré a dar una vuelta más y volveré cuando ellos estén con vosotros.
A lo
lejos vio como Lomehin asentía y le hacía señas con la mano, dando a entender
que lo habían oído, y el albino y su madre adoptiva alzaron más el vuelo.
-Hijo
mío.
-¿Qué
ocurre madre? Llevas mucho rato pensativa.
-Sí,
lo llevo... -Dijo ella mirando hacia el frente. -Cuando lleguemos a Baron, nos
separaremos.
Ankar
por poco caía de su sitio, y se aferró con fuerza a las escamas de su madre.
-Pero...
¿Por
qué?
-Eres
demasiado joven para que puedas entenderlo, mi pequeño. -Dijo ella con una voz
tranquilizadora. -Sin embargo, tú tienes una misión que cumplir.
-Podríamos
cumplirla juntos... -Empezó a decir el dragontino con un tono de
nerviosismo en su mente. -Como siempre.
-Yo ya
cumplí mi misión hace mucho tiempo... -Explicó ella. -Y precisamente por eso
creo que deberías volar con tus propias alas. Eres el
hijo que más me esmeré en criar... y creo que en cierta medida te he mimado
demasiado.
Ankar
miraba hacia el cielo, pensando las palabras de su madre.
-Se lo
que quieres decir. -Dijo él de repente. -No seré nunca como mis hermanos, que
son dragones reales... o como padre o tu misma... Pero... -Tragó saliva antes de mandar el
siguiente mensaje. -¿Por eso me abandonas?
Angelus
dio un fuerte aleteo para subir por encima de las nubes antes de seguir
hablando.
-No
hijo mío... no te abandono. -Siguió ella con una voz más suave, mucho más
maternal. -Todo dragón debe dejar el nido alguna vez y
formar su propia vida. Tú tienes familia más allá de tus hermanos y de mi
misma, pero aun estás aferrado a mí. Al ser un Semiesper maduras de una manera
diferente a los humanoides normales, pero aun así formaste una familia que
todavía debes cuidar. Tus hermanos ya viven por su cuenta, sin estar con su
madre, pero tú eres mi pequeño Ankar. -La voz de ella se quebró un poco. -Nunca pienses que te
abandono, hijo mío, porque siempre estaré contigo.
-¿Qué
haré si necesito de tu sabiduría? -Preguntó él triste. -¿Qué haré si necesito tu ayuda?
-Ahora
tienes compañeros. -Dijo ella con fuerza. -Ellos serán la sabiduría que no tengas. Serán el poder que necesites. -Cambió un poco el rumbo bajando hacia
las ruinas. -Yo no pude ayudarte contra Ifrit en el templo, y no podría enfrentarme a los demás guardianes tampoco. Ellos si
lo hicieron, ellos te ayudarán. Este es el momento en el que, por
fin, puedas luchar con tus propios colmillos y volar con tus propias alas.
La
dragona empezó a sentir en sus escamas las lágrimas silenciosas de su hijo
humanoide. Se alegraba de que no pudiera ver que ella misma también empezaba a
llorar.
-Hijo
mío, puede que no lo entiendas ahora. -Dijo ella atravesando una nube y
humedeciendo sus cuerpos. -Puede que te resulte difícil, o que quieras hacer mil
preguntas. Pero la realidad es esta. Tú tienes una tarea, y yo debo
realizar otra. Ya no eres un cachorro de cuarenta años, cuando estudiabas con
Wolfeng. Dentro de poco tendrás la centena de edad, y cuando llegamos a esa
edad, los dragones entramos en la edad adulta. Tienes a alguien que te espera
lejos de aquí, y no puedes estar atado siempre a las escamas de tu madre. Debes...
-Volar
con mis propias alas. -Terminó él secándose las lágrimas de la cara
con decisión, pues seguían fluyendo de sus ojos algunas de ellas. -Pero eso no
hace que esté menos triste.
-Es
natural hijo mío. Pero no te preocupes. -Penetraron en una nueva nube cerca de
las ruinas. Podían ver a los otros cuatro ya listos. -Yo
siempre seré tu madre, y tú siempre serás mi amado cachorro. Eso no
cambiará
nunca. Solo cambia el hecho de que ahora ya eres mayor.
Las
lágrimas del dragontino ahora no salían con tanta fuerza, sin embargo tenían un
matiz diferente. Seguía triste, pero su alegría le desbordaba de tal manera que
sus lágrimas ya no eran amargas. Su madre, una dragona, le había aceptado como
un dragón.
Y eso
era algo que él estaba esperando desde hacía mucho tiempo.
-Madre...
Te aseguro de que llevaré a cabo mi misión. Incluso si tú no estás, me volveré más
poderoso, por nuestra venganza, por nuestra familia, para que el futuro no sea
tan negro para las siguientes generaciones... pero sobre todo para que puedas
decir con orgullo "Este es mi hijo Ankar".
La
comitiva en el suelo ya estaba corriendo sobre la sombra que proyectaba Angelus
en el desierto. Solo el dragontino escuchó las palabras de su madre.
-Siempre
he estado orgullosa de ti, Ankar.
Las
horas pasaron. El sol ahora golpeaba con fuerza, aunque gracias a la gran
sombra de la dragona avanzaban con velocidad. Medio día llegó, y Angelus bajó
dando círculos hasta el lugar donde se encontraban los demás.
El
campamento fue echo con bastante tranquilidad. Las presentaciones ya se habían
realizado, y las provisiones eran abundantes gracias a las atenciones de las
sacerdotisas del templo. Aún así, al acabar de comer, Lomehin se levantó y le
indicó a Ankar que le acompañara un momento.
-Ankar,
hay algo que debo decirte. -Dijo el caballero oscuro.
-Yo
también quería hablar contigo. Quería pedirte perdón por las primeras
impresiones. -El dragontino tenía los ojos rojos desde que descendió del suelo,
algo que a Lomehin extrañó, pero no hizo preguntas. -Siento haberte atacado.
-No
debes disculparte, entiendo tu postura. -Dijo el de negro sin un ápice de mala intención, con sinceridad. -Pero debo
decirte que nuestros caminos han de separarse.
Ankar
lo miró extrañado.
-Si he
hecho algo que te ofendiera...
-No, antes
al contrario. -Contestó rápidamente Lomehin. -Como te
dije antes de la batalla, tenías que ganarte mi confianza, y así lo has hecho.
Lo hiciste con creces... Sin embargo, creo que mi memoria no está en Baron.
-Cierto...
buscabas tu pasado...
Ambos
suspiraron, Ankar por perder un compañero y Lomehin por seguir con aquella
pantomima.
-Lomehin,
he de decir que tu espada fue crucial en la batalla contra Ifrit. No me
gustaría perder a alguien con tanto potencial.
-Amigo
mío, me hago cargo, en serio. -El caballero oscuro apoyó una de sus manos en el hombro
del dragontino. -Pero cada uno debe encontrar su destino.
-Sí.
Lo sé. -Ankar miró al cielo unos instantes, y después le miró con una sonrisa. -Creo que no
hace falta decir que...
-Me lo
llevaré a la tumba. -Contestó con fuerza Lomehin. -No traicionaría la confianza que has puesto
en mí. Y quién sabe, quizás nuestros caminos se vuelvan a juntar una vez más.
Ambos
caballeros se miraron y estrecharon las manos con una sonrisa.
-Llévate
el chocobo. Te servirá para encontrar tu camino.
-Te lo
agradezco, Ankar. Despídeme de los demás.
-Lo
haré. Que Mateus vele por ti, y que Goddess ilumine tu vida.
-Que
Bahamut guíe tu camino, amigo mío, y que Doom te proteja en la noche.
El caballero
oscuro tomó algunas provisiones, las colocó en las alforjas de su chocobo y
subió en él. No dijo ninguna palabra más, mientras que los demás hacían
preguntas al dragontino. Se alejó con rapidez de aquel lugar mientras su mente
cavilaba sobre lo que había pasado.
Se
sentía mal. Realmente mal. Y necesitaba huir de ese pintoresco grupo que se
estaba reuniendo para afrontar esa extraña misión. Sin embargo, estar entre
humanoides le estaba haciendo sentir como uno más de ellos. Lo extraño es que
sabía que ellos no eran totalmente humanos. Cada uno de ellos tenía algo que
era muy superior a eso, como la esencia del fuego que emanaba Onizuka, o el
olor a dragón que tenía Ankar, o los ojos tan familiares que tenía el inocente
Dreighart, o incluso el suave olor a nieve que desprendía Ylenia, la mujer...
Pensó
detenidamente si no era con esa parte con la que había conectado, y no con su
parte humana.
Sacudió
la cabeza. Su propia naturaleza le hacía ser parco en palabras, y no quería
hablar mucho con los demás.
No
quería hablar mucho con Ankar por temor a que descubriera lo que realmente era,
y lo que realmente debía hacer, y que por ello quisiera destruirle.
No
quería hablar mucho con Onizuka, pues su fuerte carácter y su franqueza las
sentía cálidas pero teñidas de tristeza, y se sentía atraído por su
espontaneidad.
No
quería hablar mucho con Dreighart por el hecho de que esa historia que contó no
le cuadraba, y aunque parecía que no mintiera, sentía que había algo más detrás
de esa inocencia, y de donde venía, la inocencia era un peligro.
No
quería hablar mucho con Ylenia porque era una mujer. Y no es que tuviera
problemas con las mujeres, más bien al contrario, coincidía bastante en ese
aspecto con su pelirrojo compañero. Sin embargo, se sentía extraño e incómodo
delante de las mujeres de una manera que no sabía explicar.
Por
todo eso se había marchado. Porque, al fin y al cabo, por muy bien hecho que
estuviera, él solo llevaba un disfraz de humano. Un disfraz hecho para
completar la misión que Lemnar le había encomendado... Y cada vez que pensaba
en él
se enfurecía, pues cada vez le odiaba más y más. Seguía sin entender para qué era esa
misión, pues por lo que había visto ya había un grupo para hacer la
regeneración... Lo más siniestro es que sentía algo extraño cuando pensaba en
Lemnar.
Odiaba
al dragón negro. Pero... ¿Por qué lo odiaba tanto? Él había traído a Lomehin, si, pero porque
él lo había deseado en cierta medida... Pero entonces... ¿Por qué esa furia?
Detuvo
su chocobo para pensar con claridad a la sombra de una enorme roca. Tenía tres
tareas en esa misión. La primera era conseguir un pedazo de cada cristal
destruido y, después, unirlo a uno de sus brazaletes. La tercera tarea era
llevar todos los brazaletes a Lemnar.
¿Para
qué quería un Guardián hacer algo así? ¿Por qué no iba él mismo a conseguir lo
que deseaba? Era algo que no comprendía, pero lo que si entraba en su cabeza
era que la única manera de volver a su hogar era a través de esa misión.
Y por
eso se había separado del grupo.
Pero
había tantas cosas que ni el propio Lomehin llegaba a comprender. Y la más
poderosa era su estricto código de honor, ya que él se regía por ciertas
directrices... y entre esas directrices entraba el hecho de que les debía la vida a dos personas. La
primera de ellas era Ankar, pues cuando él estaba en apuros, el dragontino
le asistió con su hechizo. La segunda de ellas era Onizuka, pues fue él quien
no le dejó tirado en el suelo cuando terminaron el combate. Durante y después
de la batalla habían sido uno solo y habían salvado sus vidas. Su código le
exigía que fueran uno hasta el día de sus muertes.
Su
misión y su criterio personal se enfrentaban... Y aquello que los demás llamaban "respeto" crecía en su interior.
Refrescó
al chocobo con algo de agua mientras seguía con sus reflexiones. En su lugar de
origen... ¿Qué hubiera hecho? Habría colaborado con sus camaradas
ocasionales para favorecer su misión. De esa manera ayudaba a los demás
mientras ellos le ayudaban, pues le estarían apoyando a cumplir su misión y volver
a su hogar. Y con una sonrisa, pensó con acidez que con eso, sumaba algo más a
sus prioridades: Podría vengarse de Lemnar con la ayuda de los otros.
Se
volvió a subir en la espalda del chocobo y asintió. Todo eso parecía cuadrar
con mejores expectativas que antes... Salvo por una sola cosa. El acercamiento
durante ese pequeño lapso de tiempo le había provocado sentimientos
humanos... ¿Qué pasaría si siguiera con ellos más tiempo? ¿Cómo podría defender cuando llegara la
ocasión
el cristal del Templo del Árbol Efímero?
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El
atardecer estaba próximo en Baron, y las fiestas continuaban. La celebración
del equinoccio de otoño, la fiesta de la Ventisca de Plata estaba llena de
colorido blanquecino y con olores a dulces del otoño que ya empezaba. Mucha
gente seguía en la plaza bailando y riendo, y muchos de los asistentes
palmeaban al son de la música de los bardos mientras que los más jóvenes
bailaban. Varias personas estaban preparando la zona central de la plaza para el
baile principal.
La
fuente central de la plaza se convirtió en un lugar para que los más adultos se
sentaran y vieran el espectáculo, mientras que algunas personas más jóvenes les
atendían. Se podía ver este año a varios hombres heridos sentados en el lugar
de los ancianos, junto a ellos, los cuales intentaban animarlos. Había varios
magos blancos atendiéndolos, entre ellos la propia reina Rosa. Sin embargo,
cuando las grandes luces se extinguieron, todos se quedaron en silencio ante la
visión del fuego reflejado en el agua y al baile principal.
El
sonido de los cascabeles y el de las telas al moverse empezó a escucharse.
Parejas se empezaron a formar dentro del círculo, mientras que otros bailaban
en solitario. De entre estos últimos, una mujer destacaba entre todos por un
sencillo pero luminoso vestido.
Bailaba
alegremente, con una pequeña sonrisa en sus finos labios. Su cuerpo se movía al
compás de la música como si hubiera nacido para eso. Varias personas la dejaron
bailar mientras la admiraban, pues su figura era esbelta y armoniosa, con
exquisitas curvas. Su piel, algo morena por el sol, se veía limpia, libre de
cicatrices o arrugas. Su cabello largo se veía suave y sedoso, del color del
chocolate, y estaba adornado con una azalea, una flor roja, encima de la oreja,
y ondeaba al viento como si fuera parte de su propio vestido. Pero lo que más
impactaba a la gente eran sus ojos brillantes del color de la hierba, tan
verdes y profundos como los campos de los caminos.
El
sonido de los instrumentos continuaba, pero ella se detuvo y se colocó al lado
de la soberana de Baron, e hizo una inclinación respetuosa.
-Espero
que haya sido de su agrado, mi estimada señora. -Dijo con una voz con un fuerte
acento extranjero pero suave y penetrante.
-De mí,
y de todos, querida. -Dijo la reina mientras le hacía sitio para sentarse a su
lado. -Gracias a tus bailes, los días en Baron serán mucho más llevaderos para aquellos que
estaban heridos.
La
joven tomó la mano de la reina y le sonrió con franqueza.
-Mi
buena reina, disfrute del momento. -Sus ojos verdes miraron al cielo,
observando los hermosos drakos de viento que usaban los dragontinos para hacer
sus patrullas. -Nadie sabe qué ocurrirá en el día de mañana, pero ahora, en este
instante, todo es armonía. -Miró a las gentes que disfrutaban
de la música
y de la fiesta y les señaló con la mano libre. -Estas
gentes son la muestra de la armonía que ha crecido en este reino. Y vos y
el bien amado rey Cecil son los pilares de esta armonía, no es malo que ustedes
disfruten de ello.
La
reina sonrió y miró a sus súbditos. Todo Baron estaba bailando y riendo, algo
que veinte años atrás no les era posible. Y sonrió con alegría.
-Este
año será muy bueno. -Dijo la reina mientras miraba al cielo, donde Ragnarok, la
luna, empezaba a aparecer tímidamente.
-Si...
Lo será.
-La joven la imitó, y cuando lo hizo, ambas vieron algo
que las sorprendió.
La
silueta de un dragón que venía hacia Baron.
-¿Será
posible...? -Se preguntó Rosa abriendo mucho los ojos.
-Sí. -Dijo
con energía la joven abrazándose los brazos. -Ha caído el primero.