El
camino desde el río fue rápido y entretenido. Era cercana la medianoche cuando
divisaron la base de los Red Wings en la lejanía, y alguna que otra nave
saliendo de la base hicieron que sus cuerpos pensaran que pronto estarían
descansando. La base, en otro tiempo una ciudad, fue reconstruida para ser un
gran complejo de mantenimiento para la armada voladora de Baron y como base
principal para el comercio por aire. Pocas veces algunas naves paraban en la
propia ciudad, salvo raras excepciones. Muchas personas que viajaban a otros
países permitiéndose los precios del viaje por el cielo también subían allí a
las aeronaves de pasajeros.
Cuando
llegaron, Dreighart miró con asombro las grandes naves, mientras Ylenia
contenía el aliento. La guerrera había visto alguna vez aeronaves a lo lejos,
pero verlas tan de cerca impresionaba en sobremanera. El color rojo de las
naves brillaba con el fuego de las antorchas que había, y la gente iba y venía
sin detenerse con fardos o bultos de equipajes. Cuando se colocaron cerca de
uno de los soldados, Ankar se acercó a él ya bajado de su chocobo y le hizo un
saludo militar.
-Buenas
noches. -Dijo el soldado secundando el saludo. -¿Puedo saber quien sois?
-Mi
nombre es Ankar Einor, capitán de la primera división de dragontinos de Baron. -Dijo
el albino ante la mirada atónita de alguno de sus compañeros. -Me envían a Tule para hacer algunos
recados.
-¿Ahora
mandan a los capitanes a hacer recados? -Preguntó el soldado extrañado.
-El
general supremo Kain Highwind desearía que no dijera gran cosa. -Comentó el telépata sonriendo y sacando el
pergamino que le proporcionó el anciano de Baron. -Sin embargo,
requerimos un poco de ayuda.
El
soldado tomó el pergamino y lo leyó atentamente escuchando solo el respirar del
ladrón y del samurái, que empezaba a dar brincos con cada chica que aparecía.
Al cabo de unos segundos el soldado enrolló de nuevo el pergamino y miró a
Ankar.
-Capitán
Einor, ya sabe cual es el procedimiento, por favor acompáñeme a hablar con el
teniente de navío.
-Por
supuesto. -Se giró un momento a sus compañeros y les hizo un gesto con la
mano. -No tardaré.
Ankar
se perdió entre la multitud mientras los demás se quedaron en la entrada en un
silencio bastante incómodo, el cual lo rompió Onizuka.
-Impresionante.
¿Eh, Dreight?
-Impresionante
no es la palabra que busco. -Dijo el ladrón mirando hacia arriba. -Había escuchado cosas sobre los Red
Wings pero verlos con mis propios ojos...
La
realidad era bastante cercana a las palabras del peliazul. Los Red Wings, la
flota aérea de Baron, era algo temible si se veía desde abajo. Barcos con el
casco pintado de un rojo escarlata estaban posados en el suelo con grandes
hélices en los mástiles junto a las velas blancas. Algunos eran más grandes que
otros, y los de mayor tamaño eran los de uso militar, aunque los barcos
mercantes también tenían su envergadura... pero no el color típico del ejército.
-Que
conste que yo me quedé igual la primera vez que vine aquí.
-¿Cuándo
viniste aquí?
-La
primera vez que vine al continente me perdí y llegué aquí buscando a nuestro
amigo de ojos verdes.
Mientras
los dos hombres hablaban, Ylenia miraba la silueta de Ankar mientras se perdía
entre la multitud, y se mordía el labio inferior frunciendo el ceño. Por lo que
sabía, había diez divisiones en la armada dragontina, y la primera era
comandada por el propio héroe de guerra Kain Highwind, el líder de toda la
armada dragontina... Y estar en la primera división era estar entre los mejores.
Se sorprendió al escuchar el rango de Ankar, pues
ese rango era demasiado alto para alguien de su edad... La primera vez que lo
había
visto le había echado veinte años, y ser capitán era algo que debería haberle tomado tiempo... los únicos capitanes que conocía ella tenían más de treinta primaveras.
Pero
lo que más le reconcomía era precisamente eso... Su rango. Sus manos no podían estarse quietas, así que empezó a ordenar sus objetos en las
alforjas de Aine.
Siempre
había deseado tener algo parecido a un rango... Alguien que la reconociera, que
le tuviera respeto, que alguien le necesitara... Pero sus pensamientos se
esfumaron cuando vieron como se acercaba el dragontino.
-Nos
han asignado una de las naves de guerra más rápidas, la Sueño Santo. -Comentó Ankar al quedarse quieto junto
a ellos. -Es una nave fiable y ha de ir igualmente al norte, por lo que nos
llevará hasta Tule sin problemas.
-Oh,
qué nombre más poético. Sueño Santo. Es bonito en cierta manera. -Dijo juntando
las manos Onizuka.
-Cállate.
-Dijo enfadada Ylenia mientras caminaba con su chocobo.
-Si
ama, yo seré bueno, yo seré sumiso. Esclavo a sus órdenes. -Contestó el samurái corriendo hacia delante. -No
me haga daño con esos juguetitos.
Ylenia
volvió a hacer ese gesto con sus labios mientras tomaba la empuñadura de su
arma, pero Ankar la detuvo.
-He
tenido que decir que estáis a mis órdenes en una misión extraoficial del reino...
Así
que te agradecería que no lo mataras mientras estamos
por aquí.
-Tienes
razón, discúlpame. -Contestó Ylenia soltando un bufido y dejando su
mano muerta. -Es que a veces este idiota me saca de quicio.
Caminaron
llevando a los chocobos en dirección al soldado que les había hablado antes, y
este les enseñó el camino entre las muchas naves que ahí había. El viento
caliente que expulsaban algunas de las máquinas hacía que sus cabellos se
movieran con fuerza, incluso el cabello de Onizuka, dejando ver su parche
negro. Cuando se detuvieron, pudieron ver la gran aeronave siendo cargada de
diferentes fardos, y en uno de los lados del casco carmesí había las runas con
el nombre "Sueño Santo".
-¿Acaso
no es un barco de guerra? -Preguntó Dreighart extrañado. -Parece que lo están cargando con mercancías.
-El
Sueño Santo es uno de los Red Wings que protegen la zona norte. -Contestó una voz cerca de ellos. Al
mirar, pudieron ver a un hombre fornido, de cabello largo, castaño y canoso,
con un poblado bigote de iguales colores, con uniforme de Baron. Tenía el
rostro de alguien mayor, pero sin deteriorarse con la edad. -Soy el capitán de corbeta Kevin Wisdom.
-Capitán
Ankar Einor, primera división dragontina. -Contestó el albino haciendo un saludo
militar, el cual fue respondido por el recién llegado. -Le estamos muy
agradecidos de que nos permita ir en su nave, capitán de corbeta Wisdom.
-Siempre
es un placer ayudar a un compañero. -Dijo riendo bastante alegre el hombre
estrechando la mano del dragontino. -Partiremos pronto, así que os aconsejaría que dejarais a los chocobos
en el establo, con los demás.
-Os lo
agradezco.
-Menos
formalismos, aquí no se usan rangos hasta que haya que matar monstruos. -Contestó riendo mientras se marchaba
Kevin.
Dreighart
e Ylenia comenzaron a caminar por la pasarela que había en la popa de la nave,
pero se giraron al ver como Ankar veía a Onizuka, el cual no había dado ni un
paso adelante.
-¿Qué
te ocurre?
-No
subo.
-¿Por
qué no?
-Porque
no.
-Anda,
vamos.
El dragontino
tomó del brazo a Onizuka y empezó a tirar, mientras que el chocobo blanco del
samurái empujaba con su cabeza la espalda de su dueño. El samurai gritaba.
-¡No!
¡No quiero subir!
-¿Un
samurái que se cree tan valiente tiene miedo a las alturas? -Todos escucharon
la voz de Ylenia mirándole con una sonrisa siniestra. -Que cómico.
La
oreja derecha de Onizuka se movió como la de un perro al escuchar aquello y se
soltó de su compañero, con mirada decidida y mirando al frente.
-Puedo
subir. Voy a subir. No intentéis detenerme.
-No...
si no teníamos intención... -Contestó suspirando Ankar.
El
samurái miró la pasarela y levantó un pie encima de esta. Cerró fuerte los
ojos, apretó los dientes y bajó el pie en la madera. Abrió el ojo sorprendido,
y muy contento comenzó a caminar por encima de ella en dirección a la nave.
-Pues
que cosas, tampoco era para tanto. -Dijo alegre el pelirrojo.
-¿Y
por qué te tiemblan las piernas? -Preguntó mordaz la
guerrera.
-Porque
me estoy meando desde esta mañana.
La
respuesta fue tan súbita que dejó sin palabras a la mujer, mientras que el
albino suspiraba subiendo también él con los animales que faltaban.
Tardaron
relativamente poco en cargar el resto de equipajes, mientras que el grupo
estaba revisando cada uno su propio zurrón en un cuarto hecho especialmente
para dormir los marineros, con dos literas para los cuatro. Un movimiento duro
hizo que todos se sujetaran de la cama sintiendo que empezaban a moverse
mientras se quitaban las vainas de sus armas más grandes para estar más
cómodos.
-Bueno,
ya nos vamos. -Dijo suspirando Dreighart mientras Ylenia lanzaba su espada en
el colchón
de una de las literas de arriba, para luego saltar y estirarse en ella.
El dragontino
se sentó en la cama baja contraria a la de Ylenia, apoyando su espada Raikoken
en la pared, cerca de él. El ladrón se colocó bajo la mujer sin separarse de
sus dagas. Sin embargo sintió la mirada asesina de Onizuka.
-¿Qué
ocurre?
-Yo
quería dormir ahí.
-¿Razón?
-¿No
está claro? Para meterle mano a la guerrera masoquista.
-Mira,
Onizuka... -Ankar tomó a su compañero del brazo y lo acercó a él. -Si duermes aquí arriba podrás tener mejores vistas. ¿No lo considerarías?
-¡Coño!
¡Es cierto! Gracias Ankar.
El
samurái dejó su katana al lado de la espada de Ankar y colocó la gran espada de
fuego en la litera, y pegó un salto para colocarse en el colchón alto y mirar a
la mercenaria, que estaba dándole la espalda.
-Preciosa
vista, sí señor.
-Va, a
dormir un rato...
El grupo
se quedó en silencio unos instantes mientras escuchaban las hélices del motor a
lo lejos dando vueltas. Dreighart miraba hacia la pared, pensativo. Aquella
sensación la había conocido antes, pero... Nunca había montado en un barco volador,
y que él
supiera estaba junto a compañeros. Entonces... ¿Por qué se sentía así de nervioso? ¿Por qué presentía que algo no iba bien?
Ylenia
intentaba descansar lo máximo que pudiera. Todavía no se le había pasado el
malestar con Ankar, aunque sabía que él no tenía culpa de nada. ¿Qué culpa
tenía él de que ella estuviera celosa? Sin embargo, cerró los ojos para
tranquilizarse y contar hasta cien mientras tenía su cimitarra a mano. No
quería sorpresas innecesarias.
El dragontino,
por su parte, miraba hacia el techo también algo pensativo. Su misión era muy
peligrosa pero a la vez importante, sin embargo sabía que tarde o temprano esa
misma misión le llevaría hasta su propio objetivo. El dragón negro. Se alegraba
de tener a Onizuka cerca, su espontaneidad y fuerza le servirían de apoyo...
Pero se sentía algo inseguro ahora que estaba fuera de los ojos atentos de
Angelus.
El
pelirrojo, mientras tanto, estaba mirando la espalda y el trasero de la
guerrera, sonriendo en la oscuridad con su único ojo. En cierta medida le
recordaba a su único amor... y recordó con tristeza su pasado. Recordó el fuego, la sangre, el odio y
los gritos. Recordó la huída, solo, sin su amada... Se
giró
en dirección a la pared recriminándose el ponerse triste, pues
sentía
a su lado, dentro de la vaina, el fuego interno de su espada llameante que le
hacía saber que sentía sus pensamientos.
Todos
estuvieron cavilando hasta que, poco a poco, el sueño los venció.
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-Muchacha,
despierta. -Alguien le mecía con cierta brusquedad. -Llegaremos en
un rato.
Ella
abrió los ojos con pesadez y miró hacia delante, con los ojos semiabiertos. Se
había quedado dormida mientras leía su libro de hechizos de magia negra en la
pequeña cama que tenía para ella sola. Miró con los ojos soñadores de donde
provenía la voz, viendo a Kain con su armadura de dragontino sagrado. Se apartó
él de la muchacha mientras ella se incorporaba en el colchón.
-¿Qué
hora es...?
-Pasado
mediodía. -Dijo el héroe cruzándose de brazos. -Has dormido más de lo que esperaba.
-No es
culpa mía... -Contestó ella mientras se estiraba. Bajó los brazos para tomar el libro
y guardarlo en su zurrón. -Mi metabolismo me pide dormir mucho
si no como en condiciones, aunque me extraña haber dormido tanto... ayer
comí
bastante bien.
-Y en
cantidad. -Respondió con una sonrisa el dragontino.
-No
todos los días puedes comer tanto como quieres... -Dijo ella algo ofendida. -¿Qué queríais, dragontino?
Kain
bajó los brazos, serio, y la miró con una mirada penetrante. Ember le sostuvo
la mirada mientras esperaba. A Kain cada vez le gustaba menos aquella chica.
-Hemos
avanzado mucho más de lo que esperábamos. -Empezó a decir el héroe. -Los monstruos de esta
zona no aparecen, y hemos podido volver a la velocidad habitual.
-¿Por
eso llegamos antes? Pensé que llegaríamos a la noche.
-Si
hubiésemos seguido como ayer, hubiéramos llegado por la noche, es cierto. Pero
parece que los monstruos han estado bastante tranquilos durante toda la mañana.
-¿Parece?
¿Acaso no lo habéis comprobado? -Preguntó extrañada Ember.
-Es
una manera de hablar.
-Oh...
La
chica se extrañó. Por mucho que viviera con los seres humanoides seguía
sintiendo extraño el modo en que se comportaban o hablaban, dando a entender
cosas que no son literalmente ciertas. Se encogió de hombros y se levantó
completamente.
-Entonces
ya estoy lista para enfrentarme al Maestro.
-Espera...
¿Estás de broma? -Preguntó extrañado Kain.
-No
suelo hacer bromas. -Contestó ella perpleja.
-No
vas a ir directamente a ver al Maestro de los Espers.
-¿Por
qué?
-¿Recuerdas
que primero debes hablar con la reina?
-Si...
¿Y?
-Que
tendrás que ponerte algún vestido más apto para encontrarte con ella.
-Fui
con este mismo atuendo a ver al rey Cecil y no me dijeron nada.
-Porque
era de noche y era extraoficial, pero ahora vamos a hacer una visita frente a
varios nobles. -Kain se apartó un poco y tomó el pomo de la puerta con su
mano. -Toma alguno de los vestidos que hay en ese arcón y póntelo.
La
chica, molesta por la actitud altanera del dragontino, abrió el baúl para
observar la ropa y el espejo que había en la tapa de este, escuchando de fondo
la puerta cerrarse para dejarla sola. Suspiró y sacó uno de los vestidos, de
color morado con lazos verdes en los hombros. Era largo y distinguido, y
bastante bonito, pero la chica hizo una mueca... Si tenía que luchar con ese vestido
podía
darse por muerta.
Se
quitó la ropa rápidamente para perder el mínimo tiempo posible, pero se miró en
el espejo desnuda. Suspiró al notar algunas de las pocas cicatrices que aún
tenía, y al girarse, una sombra de tristeza cruzó su rostro cuando observó dos
grandes cicatrices en los omoplatos. Suspiró recordando lo que le habían dicho
hace tiempo.
Se
vistió cuidadosamente mientras recordaba aquel grupo de bardos y bailarinas con
los que viajó durante bastante tiempo. Por aquel entonces ella tenía la forma
de una niña de menos de diez años, pero siempre la trataron como a una más...
fue de los pocos momentos en los que se sintió a gusto con la gente. Pero
esas personas también crecieron, se casaron, tuvieron hijos...
Y uno de esos niños le dijo que parecía un pájaro al que le habían arrancado las alas. Fue
entonces que decidió volver a vivir por su cuenta. Para
encontrarse a sí misma... y alejarse de esos
comentarios.
Terminó
de atarse el vestido, se acomodó los zapatos, y verificó
que en su equipaje todo estuviera en su sitio, guardando el libro, su látigo,
su daga y su ropa de campo. Se echó la bolsa al hombro, tomó su bastón y salió
del cuarto para llegar a la cubierta de la nave. El sol en la cara le golpeó
con fuerza y la obligó a cerrar los ojos hasta acostumbrarse, y se encontró con
varias personas trabajando con fuerza, aunque veía como se estaban a punto de
internar en una densa bruma. Se colocó al lado de la pared y observó a la gente
trabajar, viendo cómo se guiaban perfectamente dentro de la niebla, hasta que
un golpe fuerte hizo saber que habían tomado tierra.
Esperó
un rato hasta que escuchó cómo los pasos de la gente empezaban a desaparecer
por un lado, y con sumo cuidado fue hasta el mismo lugar, donde encontró la
pasarela para descender del barco volador. Cuando miraba abajo sintió el peso
de la mano de alguien en su hombro, y al mirar se encontró al héroe de Baron
con rostro algo triste.
-¿Os
ocurre algo? -Preguntó ella.
-Recordaba
el pasado. -Dijo él acompañándola por la pasarela. -Cuando conocí a esos muchachos.
-¿En
la guerra?
-Si,
en la guerra.
Llegaron
a suelo firme, echo de piedra oscura, y caminaron algo más mientras esperaban.
-¿Cómo
era la reina? -Preguntó ella con
curiosidad.
-Cuando
la conocí era apenas una niña. -Empezó a hablar
el dragontino. -Teníamos la
misión de matarla, pero por
circunstancias adversas no se hizo... No la volví a ver hasta que pasaron unos meses, y
había cambiado mucho... Creo que
tendría poca más edad de la que tú aparentas. Y conocí
también a Edge... quiero decir, al rey Edward. -Suspiró mientras empezó a caminar. Ember lo empezó a seguir. -El rey ninja nunca me
perdonó lo que hice, ni siquiera después de que se demostrara que no fui yo
exactamente... Aunque Rydia siempre fue más comprensiva, creo que su marido
nunca llegará a perdonarme, aunque si que confía plenamente en mí.
-Ese
es un pensamiento muy negativo. ¿No te parece? -Dijo ella pensativa. -De todos
modos, no soy quien para juzgar. Nunca he tenido compañeros de ese tipo...
Ambos
se quedaron callados mientras entraban en la ciudadela. La bruma cubría casi
todo el lugar pero permitía que los rayos del sol penetraran para que pudiera
verse en las calles de la ciudad. Había gente caminando de arriba para abajo,
riendo y cantando al son de la música para las festividades que no habían
terminado aún, aunque con un vistazo rápido la invocadora pudo ver que no había
guardias por las calles, ni soldados por ninguna parte mientras caminaban al
lado de la gente. Lo único que podía ver a través de la bruma era las formas de
las personas y las sombras de los que se movían.
Espera...
¿Sombras
que se movían?
Empezó
a sentirse inquieta, se sentía observada por varios pares de ojos y ni siquiera
habían dejado atrás el olor salado del mar. Continuó caminando aferrándose a su
bastón, preparándose por si tenía que luchar, y mirando a su acompañante.
Extrañamente, Kain no parecía para nada afectado, aunque sus pasos los estaban
conduciendo a una parte alejada del bullicio. La chica sabía que se había dado
cuenta, y se preparó, maldiciendo al dragontino por haberle hecho ponerse ese
incómodo vestido.
El
dragontino sagrado se detuvo. Sin duda los había visto, pero no adoptaba
ninguna posición defensiva. Ember si lo hizo cuando vio que estaban rodeados
por cuatro personas de idéntico atuendo negro y máscaras que ocultaban su
identidad. Cuando el más cercano a Kain habló, sonó de una manera bastante
neutral, sin poder identificarlo en ninguno de los dos sexos.
-¿Quién
sois?
-Soy
Kain Highwind, Mano del Rey y general supremo de la armada dragontina de Baron,
a las órdenes directas del Rey Cecil. -El héroe tomó de uno de sus bolsillos un
pequeño
pergamino y se lo tendió al guardia, que lo tomó y lo leyó.
Pasaron
unos instantes silenciosos donde Emberlei intentó diferenciar a los que eran
hombres de mujeres infructuosamente. El guardia miró de nuevo a Kain
devolviéndole el pergamino, aunque con una postura más calmada.
-¿Quién
os acompaña, maese Highwind?
-Ella
es Emberlei Oakheart. -Dijo él, y la muchacha hizo una pequeña reverencia con
la cabeza. -Soy su salvoconducto para poder viajar por el reino, y como has
visto vengo de parte de su majestad el rey Cecil para presentarla a la reina.
-De
acuerdo... Por favor, esperad unos instantes, en seguida vendrá un emisario con
la respuesta.
La
muchacha se giró para ver por donde se iría el mensajero, pero su sorpresa fue
mayúscula cuando vio que uno de los guardias había desaparecido mientras
hablaba el dragontino con el que parecía jefe de guardias con tal sigilo que ni
tan siquiera había levantado una ondulación en la niebla. Tal y como decía su
nombre, los shinobis se desvanecían en las sombras.
Increíblemente
para ellos su espera no duró más de veinte minutos, algo más o algo menos, pero
igualmente ella levantó la vista sorprendida al ver aparecer, tras el guerrero
con el que habían hablado, a otro vestido del mismo modo que le susurraba algo
con rapidez. Y apenas unos segundos después se marchó de nuevo.
-Tenéis
el permiso. -Les dijo finalmente el jefe de patrulla. -Seguidme.
Reemprendieron
la marcha, a paso relajado pero constante, sin pronunciar ni una sola palabra.
La comitiva la encabezaba el ninja que los había interrogado junto al
mensajero, seguidos de Kain y la joven de cabello violeta. La cerraban los
otros dos miembros de patrulla, a la vez que les guardaban las espaldas y
dejaban todo en su lugar por donde ellos pasaban. Fueron diez silenciosos
minutos donde el único sonido que se escuchaba eran las palabras y gritos de
los aldeanos a lo lejos, hasta que atravesaron la ciudadela entera y llegaron a
la entrada del castillo. El enorme portón era lo único que podían ver, y al
abrirse ante ellos sorprendió a la chica nuevamente al no hacer ningún ruido.
-Por
aquí, maese. -Dijo el guardia ninja indicándole con la mano uno de los
pasillos.
Siguieron
la indicación del hombre que los acompañaba para encontrarse con una decoración
similar a la de Baron pero con el escudo de armas de Eblan: Dos ninjatos detrás
de un shuriken. Kain comenzó a caminar sonriente, sabiendo a donde se dirigían,
y los tres guardaespaldas se quedaron en la entrada, la cual se cerró detrás de
ellos. El suelo estaba alfombrado con sencillez, pero con buen gusto y con
grandes tapices. Lo que más extrañó a la joven fueron algunas ventanas que
daban a pequeños cuartos sin ninguna puerta que llegara hasta ellos, ni
símbolos de haber escaleras. Pero, siendo un reino ninja, nada más podía
esperarse de ellos que escondites por todas partes y trampas ocultas en algún
sitio. Finalmente llegaron a una sala bastante amplia, con una larga mesa en el
centro y bancos a su alrededor, visiblemente habilitada como sala de espera. El
ninja que los había guiado se detuvo, hizo una inclinación de cabeza, y se
acercó a un guardia que custodiaba una puerta al fondo. Intercambiaron unas
señas, y finalmente éste último cruzó la puerta y la cerró tras de sí. Su guía
se volvió a acercar a ellos, hizo otra inclinación de cabeza, y encaró al
general dragontino.
-Maese
Highwind, ya conocéis como es esto, pero mi obligación es explicárselo.
-Tranquilo,
me alegra que lo hagas. -Contestó el
interpelado. -Además, ella
puede necesitarlo. -Dijo señalando a
Ember, la cual frunció un poco
el ceño al sentirse como una
ignorante.
-Gracias.
Las normas son claras. Debéis de esperar aquí a que el chambelán os anuncie. Él
os avisará de cuando os es lícito pasar. La reina o el rey os indicará cuando
podréis levantaros, y si traéis alguna noticia de estado dirigíos a su majestad
Edward. -Explicó con voz
firme. -¿Necesitáis algo más?
-Decidle
a alguna sirvienta que nos traiga una jarra de vino para entrar en calor, la
bruma ha calado un poco en mis viejos huesos. -Pidió Kain con una sonrisa.
-Por
descontado.
Se
marchó dejándolos solos. No sabían ni tenían mucho de qué hablar, así que
simplemente se sentaron a esperar, cada uno por su parte. La muchacha empezaba
a sentir esos nervios que recaen de una espera incómoda, quería estar sola,
pero sin el héroe de Baron no podría haber llegado ahí, así que tenía que
soportarlo... Diosas de la magia, que poco le gustaba estar con gente en
lugares tan cerrados. Miró al dragontino,
el cual había sacado unos pergaminos y los estaba leyendo con tranquilidad.
¿Sería por la costumbre que sentía que ese hombre no tenía ni un ápice de
nerviosismo? ¿Tantas veces había visto a reyes y reinas que ya se sentía como
si fuera a ver a viejos amigos? Su comportamiento le extrañaba. ¿Acaso no se
había dado cuenta de que estaba a punto de ver a una de las magas negras más
poderosas, además de Alta Invocadora?
Unos
minutos más tarde llegó una mujer con una bandeja con una larga jarra y dos
copas. La dejó sobre la mesa y sirvió las dos copas con un líquido carmesí
espeso que olía algo fuerte y desprendía algo de humo, dejando finalmente la
jarra sobre la mesa y marchándose con la madera que usó para portarlo todo.
Kain se levantó, cogió las copas, y se acercó a Ember.
-No
bebo, gracias. -Rechazó ella cortésmente.
-Es
solo para entrar en calor. Estamos muy al norte y Eblan de por sí es un país
frío, aparte de desagradablemente húmedo. -Explicó él,
insistiendo.
-Aun
así. Ya tomaré algo cuando deba.
Kain
no insistió más. Dejó la copa llena nuevamente frente a ella en la mesa y se
sentó a seguir su lectura mientras tomaba la suya. La curiosidad invadió de
golpe a la chica, preguntándose si el dragontino no estaría incómodo con
aquella armadura plateada, tan diferente a la de los dragontinos normales.
Esperaron aún diez minutos más hasta que la puerta se volvió a abrir, y un
hombre algo mayor y bien vestido que asumió era el chambelán se asomó un
momento para comprobar si aún estaban ahí. Emberlei se levantó, intercambió una
fugaz mirada con su acompañante, pero él ya se había adelantado hacia la
puerta. Al entrar ambos, vieron un corto pasillo que se extendía entre esa sala
y la puerta de la sala de audiencias, donde el caballero esperó hasta que oyó
que lo anunciaban.
-¡El
General Supremo de la Armada Dragontina de Baron, y Mano del Rey, maese Kain
Highwind!
-Entra,
por favor. -Se escuchó la voz de una mujer en el interior.
El
hombre rubio se dirigió con la mirada firme y pasos decididos saliendo de la
vista de Ember. Empezaba a sentirse nerviosa. ¿Por qué ahora que él no estaba
se sentía insegura? Escuchó el ruido de la armadura al tocar el suelo y
después, un pequeño silencio.
-¡La
joven Emberlei Oakheart, de Kolinghen! -Dijo de repente dándole un respingo a la chica.
-Ha
venido conmigo. -Se escuchó la voz de
Kain desde el interior.
-Que
entre, pues.
Suspiró
y reunió todo el valor que tenía, y avanzó con porte orgulloso hacia la sala de
audiencias. Al entrar, pudo ver el lugar con claridad. En el suelo había una
gran alfombra roja algo desgastada, donde el dragontino sagrado estaba agachado
con una de sus rodillas en ella, y al final se podía ver una pequeña elevación
donde estaban los dos reyes de Eblan sentados. Todo el orgullo que sentía se
iba desvaneciendo con cada paso que daba frente a la presencia de aquella
mujer. Le había pasado algo parecido con el rey de Baron, pero en esta ocasión
era mucho más potente.
Los
dos reyes de Eblan la miraban fijamente. Edward Geraldine, señor de Eblan, la
miraba con ojos serios y grises. La edad ya se hacía patente en su rostro
cubierto por su bufanda. Sus ropas negras y su capa rojiza simplemente eran
ignoradas cuando mirabas esos ojos adultos. Por su parte, los ojos de su
esposa, Rydia Geraldine, eran tranquilos y verdes como una pradera, conjuntando
con su largo cabello y su elegante vestido. Se notaba una ligera diferencia de
edad entre ambos reyes, siendo la reina visiblemente más joven que el rey.
Emberlei
hizo una reverencia e igual que Kain, dejó en el suelo la rodilla y agachó la
cabeza, cerrando los ojos. Sentía muchas miradas viniendo desde las sombras,
algo que no le gustaba y le empezaba a resultar muy incómodo ser el centro de
atención de tantos ojos.
-Levántate,
Kain. -Dijo la reina Rydia con tranquilidad. Mientras el dragontino se
levantaba, siguió hablando. -Nos alegra mucho tu visita. ¿Cómo se
encuentran Cecil y Rosa? ¿Cómo están los niños?
-Se
encuentran bien de salud, algo cansados por las celebraciones de la Ventisca de
Plata. Alyssa y Erik están igual de alborotadores que siempre, y Ceodore está
en Alexandría desde hace unos años, aprendiendo de las personas adecuadas. -Explicó el general con una sonrisa. -Aunque no
es solo por él por lo
que vengo hasta vuestro hogar.
-¿Qué
es, pues?
-Primero,
quisiera que estuviéramos los cuatro a solas. -Contestó el rubio con cautela mirando al rey
Edward.
-¿Y
eso por qué? -Intervino esta vez el rey, con más rudeza de la debida para demostrar
sus sentimientos. -Confío en mis
hombres, lo sabes.
-La
respuesta es porque comparto algo con la reina. -Respondió Ember, adelantándose al dragontino, sin moverse de su
posición. -Y no es precisamente el puesto de poder.
-¿Quién
se cree esta niña que es para hablar fuera de tiempo, Kain? -Preguntó de nuevo el rey al dragontino,
visiblemente molesto.
Cuando
la de cabellos violetas fue a contestar, vio delante de su rostro una mano para
que callara. No le gustaba acatar ese tipo de órdenes, pero se calló.
-Alguien
que no sabe mantener la boca cerrada. -Contestó el dragontino serio. -Te pido
disculpas.
La
definición que hizo el soldado de Baron le puso de muy mal humor. ¿Quién se
creía que era él para decir que ella no sabía mantener la boca cerrada? Estaba
ahí porque ella lo necesitaba, nada más.
-El
protocolo dice que hasta que nosotros no le demos la palabra, no debe decir
absolutamente nada, Kain. -Continuó el rey
Edward, ahora bastante molesto. -No has traído a
alguien muy educado.
-Lo
lamento, majestad.
Mientras
los dos reyes hablaban con el dragontino, Ember iba encendiéndose más. Estaba
cada vez más harta de esa conversación en la que la ridiculizaban y le hacían
ver como una paleta sin estudios. ¿Qué se habían pensado esos dos hombres? Si
cuando ellos no tenían ni pañales ella ya estaba conjurando hechizos y viajando
por el mundo. Sus pensamientos iban cada vez más encaminados a poder vengarse
de ese insulto, hasta que escuchó a la reina hablar en su dirección.
-Bien,
muchacha. Levántate y mírame a los ojos.
-No
es necesario. -Dijo Emberlei con un tono de tozudez bastante fuera de lugar. -Podéis notar mi poder desde donde estáis.
El
silencio se hizo presente. Fue en ese instante en el que la joven invocadora
notó que había dejado de sentir todas aquellas miradas que minutos antes la
agobiaban tanto. Pero se percató de que la reina estaba bajando de su trono y
se acercaba a ella. Cuando estuvo delante, pudo verle los zapatos y el final de
su falda verde. La escuchó de nuevo hablar, esta vez con una voz mucho más
decidida.
-Levántate.
El
enfado con aquellas personas estaba superando su límite, pero decidió hacer
caso de esa palabra, así que se alzó con la cara más impasible y orgullosa que
le infundían el valor de la ira. Cuando estuvo cara a cara con la Alta
Invocadora, sin embargo, notó el gran poder que provenía de ella, sentía la
poderosa aura que le podía permitir invocar incluso al mayor de los Espers, al
Sagrado Padre, Bahamut.
Y
su determinación se rompió, porque sabía que, aunque bien podría tener el
triple de su edad, era simplemente una aprendiza comparada con ella.
-Kain
nos ha contado que necesitas algo de mí. -Empezó a hablar la reina. Cada palabra que
surgía de sus labios era poderosa
aunque gentil. -Que tienes mí mismo
poder. Yo lo sé, pues lo
veo en tus ojos. Así pues. ¿Qué quiere
una invocadora de otra?
Ella
tragó saliva, y pensó las palabras que debía usar antes de decirlas. No quería
que le negaran el permiso.
-Majestad,
siento haber sido ruda antes... -Empezó a decir
la joven semi-ser. -Pero necesito saber si podríais dejarme ir a ver al Maestro Leviathán.
-¿Por
qué?
-Quiero
formar un pacto con él... -Empezó a decir
ella, pero ante la mirada de la mujer suspiró. -Y
pedirle que me ayuda a encontrar a alguien...
El
silencio volvió a la sala, hasta que la reina asintió.
-Entiendo...
-Le tomó del brazo
y comenzó a caminar
con ella. -Demos un paseo. Estos temas los tenemos que solucionar los de
nuestra gente.
Cuando
abrían una de las puertas, Ember consiguió escuchar a los dos hombres hablar
sobre una reunión a la que ambos debían asistir.
Caminaron
por algunos pasillos, tranquilamente, sin decir una sola palabra, hasta que en
una de las puertas, una mujer mayor le tendió a la reina un chal algo grueso.
Rydia se lo agradeció y, después de ponérselo, salió por la puerta a un gran
jardín interior. En el tiempo en el que habían estado en el interior se había
disipado la bruma, y ahora el sol entraba con algo más de fuerza, pero se
notaba el suave frío que empezaba a hacer en esa época, una vez ya terminado el
verano y estando tan al norte. El jardín, por su parte, parecía intemporal,
como si nunca hubieran pasado una mala tormenta o algo parecido. La semihumana
siguió a la mujer hasta un banco en mitad del jardín, a la escasa sombra de un
árbol bien cuidado.
-¿A
quiénes conoces? -Preguntó la reina
una vez sentadas.
-A
Ifrit, Shiva, al maestro Ramuh... Y chocobos. -Le contestó ella con algo más de tranquilidad. Al fin una
conversación en la
que no la tomarían como
una inútil.
-A
tu edad yo ya conocía también a Titán y al Dragón de Mist.
-Lo
dudo. Como poco triplico vuestra edad.
-Triplicas
mi edad... ¿Y solo
conoces a esos cuatro? -Preguntó atónita la de cabellos verdes. -¿Cuánto hace
que sabes de tu don?
-Hará
casi sesenta años... -Dijo ella avergonzada. Ser reprimida por un hombre le
bullía la sangre, pero sabía que la Alta Invocadora tenía razón.
-Tu
talento está muy desperdiciado.
Se
quedaron un momento en silencio. Emberlei pensaba en qué decir, en qué
escudarse por el hecho de que solo tuviera en su haber a cuatro eidolones, pero
no encontraba una respuesta satisfactoria en ninguna de las propuestas que
formaba su mente, y la decepción en la voz de la reina le caló bastante.
Decidió cambiar de tema.
-He
oído que vos también crecisteis de manera anormal.
La
reina la miró y asintió con un suspiro.
-Veo
que la gente no sabe quedarse callada. -Con una sonrisa, la reina dejó su espalda en el banco para
descansar. -En realidad el tiempo pasó de manera normal
para mí, por la diferencia de planos... Bueno, puede que algún día lo veas por
tus propios medios.
-Mi
caso es opuesto. -Explicó la de
ojos violetas. -Envejezco a un ritmo seis veces más lento de lo normal, como los Lunarian
o los Elvaan, quizá algo más o algo menos. Pero si fuera completamente humana
debería llevar unos veinte años muerta.
-Ese
es un pensamiento muy pesimista. -Rydia sacudió la cabeza, produciéndole una
sensación de déja vù a la joven. -Todo tiene una razón de ser, incluidas la vida y la
muerte. Alguien entregó la suya
por mí, y creo que de no ser por ello
nadie me conocería, ni habría llegado hasta donde estoy ahora. -Se
quedó un momento en silencio. -Tienes
que hablar con el Maestro Leviathán. El sabrá que decirte.
Ember
se mantuvo en silencio unos instantes antes de formular su siguiente pregunta.
-¿Con
"donde estoy ahora", os referís a vuestro puesto en la corte?
-No.
Me refiero a mis títulos de Archimaga y de Alta Invocadora.
-Os
pido disculpas. -Contestó Emberlei inmediatamente. -La verdad,
cuando oí
sobre vos hará tres años, os presentaban como todo un
prodigio de la magia.
-A
veces tener tanto poder no es bueno... -Comentó la reina mirando al árbol. -A veces he llegado a
echar mucho de menos mi talento para usar magia blanca...
El
silencio se instauró durante unos pocos minutos. La semihumana cavilaba en cómo
abordar el tema de ir hasta su objetivo, pero cuando la miró, vio que estaba
pensativa. Cuando miró al frente, escuchando los pájaros del jardín, escuchó de
nuevo también a la reina.
-Me
recuerdas a alguien...
-¿Perdón?
-Oh,
no es nada. -Dijo la de cabellos verdes. -En fin. Tendrás que esperar a que mañana tengamos listo a tu acompañante antes de...
-Esperad.
-Interrumpió extrañada Ember. -¿Acompañante? ¿Mañana? Será una broma. ¿Verdad? Esperaba ir al crepúsculo a más tardar. Y por lo que me pueda
decir el Maestro Leviathán es por lo que quiero ir... sola. -Las
últimas
palabras de ella surgieron llenas de vergüenza, sonrojando sus mejillas
ligeramente.
-Irás
con acompañante. -Dijo con decisión la reina. -Eso, o no irás. Tú decides. Todos los magos e
invocadores hemos tenido a alguien que se ha ocupado de nosotros. Y tú no vas a ser la excepción, muchacha.
-Pero...
-No
acepto réplicas, muchacha. -La voz de la mujer era directa, aunque sin un ápice de dureza. -No es que seamos
muchos como raza, por lo que hemos de proteger nuestro don hasta pasarlo a las
futuras generaciones. Afortunadamente cada vez hay más, pero eso no significa
que no tengamos que cuidarnos ante un declive.
Emberlei
no se atrevió a replicar. Tenía razón, era indudable, pero se sentía extraña...
Extrañamente pequeña. Teniendo en cuenta que aquella mujer era por mucho más
joven que ella, a pesar de todo, tenía mucho más porte, más sabiduría y más
experiencias acumuladas. No podían compararse la una a la otra.
Volvieron
al interior del castillo en silencio, con tranquilidad, sin comentar nada más.
Quizá alguna observación aquí y allá sobre la moda en el exterior, de la que
ninguna tenía idea, o sobre la decoración del interior. Al poco rato, sin
embargo, Rydia se aproximó a una anciana sirvienta que por allí estaba.
-Que
preparen dos habitaciones: Una para esta muchacha y otra para maese Kain, que
ha venido a traer noticias del exterior. -Ordenó con simplicidad.
-No
es necesario, majestad. -Intentó rebelarse
Ember una vez más.
-Si
no descansas no tendrás todas tus fuerzas mañana. Y créeme que las necesitarás.
-Le contestó segura de
sí misma la de cabellos verdes. -Y
si sigues insistiendo, te negaré el acceso
al Templo.
-Con
su permiso, mi reina. -Se despidió la
anciana con una inclinación de
cabeza, para después
marcharse.
-Creo
que os preocupáis demasiado. -Objetó la de
cabellos violetas mirando a la sirvienta alejarse.
-Y
yo creo que tienes que ser más paciente, más flexible y reponerte. -Contestó la mujer caminando de nuevo. -A parte
de pensar que aún debemos
arreglar todo para que podáis entrar
al templo.
La
chica suspiró, sabiéndose derrotada.
-Está
bien. No puedo rebelarme contra una reina, ni contra una Alta Invocadora. -Dijo
la invocadora al fin.
-Dices
que tienes el triple de mi edad. -Habló la reina mientras caminaban
hacia un largo pasillo. -Pero, igual que todos los que tenéis una larga vida, actúas en función a tu edad física.
-Disculpad,
pero no creo que parezca una cría hablando precisamente. -Contestó la interpelada algo molesta.
-Hablando
no... Los que vivís muchos años tenéis la facultad de vivir muchas
experiencias... -Se detuvieron al lado de una puerta donde la anciana de antes
estaba detenida. -Pero maduráis a un ritmo más lento si no os relacionáis. Los Elvaan y las Viera son
expertos en este asunto, mientras que los Enanos maduran de manera natural.
Deberías aprender de ellos.
La
chica se quedó pasmada mirando los ojos verdes de la hechicera, y tragando
saliva le preguntó.
-¿Por
eso me ordenáis llevar un acompañante?
-No.
Llevas un acompañante porque eres una maga, y la magia nunca puede hacerlo
todo. -Contestó con una sonrisa tranquila la mujer. -Y
ahora, si me disculpas, tengo algunos asuntos de estado que atender. Se te
traerá
la comida que precises a la hora que necesites, solo pídelo a alguna de las sirvientas
con educación. Mañana enviaré a alguien a que te despierte
para presentarte a tu guardaespaldas.
-Entiendo.
-Respondió la
semihumana viendo como la mujer se empezaba a alejar. -Solo una duda, antes de
que os marchéis... -La
de cabellos verdes la miró extrañada. -Antes, cuando hablasteis de las
futuras generaciones... ¿Teníais un motivo en particular para
decirlo?
Rydia
sonrió abiertamente, sin responder a la pregunta, y se marchó. Sin embargo la
chica entendió, y despidiéndose con una respetuosa inclinación de cabeza, entró
en la habitación que la anciana le había preparado. El hijo de la Alta
Invocadora seguro heredaría su habilidad, pero ella... ¿De dónde la había
obtenido? Su madre era una humana normal y corriente, no podía haber una mujer
más corriente que ella, por tanto...
-Por tanto... -Dijo en voz baja sentándose en el escritorio. -Él tendrá que serlo.
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En
otro lugar, esa misma mañana despuntaba haciendo brillar el carmesí casco del
Sueño Santo. La primera en despertar fue Ylenia, que se encontraba sentada en
el mástil de la nave mirando el cielo. Cerraba y abría los ojos con esfuerzo,
hasta que sacó de su zurrón un estuche pequeño con unas gafas de fina montura.
Se las colocó y, sacando ahora un libro sobre los templos, empezó a leerlo.
El
siguiente en salir del camarote fue Ankar. Este llevaba también todo su equipo,
y se dirigió a la borda del barco volador. Colocó las manos en la madera y miró
el mar de nubes que se extendía ahí abajo. Siempre había visto ese mar con todo
el respeto que su madre le había inculcado, y ahora que no estaba con él sentía
sus enseñanzas con más fuerza. Se giró y se sentó en el suelo, buscando algunas
cosas en su zurrón.
Sacó
un pequeño estuche y una pequeña pulsera de cuentas echas de madera azulada,
aunque incompleta. Al abrir el estuche se pudo ver dentro varias herramientas
para cortar madera, piedra o joyas, y varios tipos de hilos trenzados y de
varios colores. Había también una bolsita que, al abrirla, cayeron en la cajita
varias cuentas de colores brillantes. Sonriendo, el dragontino tomó una de
color azul, igual a la pulsera, y la colocó en ella.
Unos
pasos hicieron que levantara la cabeza de su actividad para encontrarse con
Ylenia, que lo había visto y había decidido acercarse. Llevaba sus gafas
todavía puestas en la cara y en la mano el libro con un dedo colocado para no
perder la página. La saludó con una sonrisa.
-Buenos
días.
-Buenos
días. -Contestó él sin dejar de trabajar. -¿Has dormido bien?
-Nunca
suelo dormirme del todo. -Explicó la mujer
sentándose al lado del albino,
apoyando su espalda en la madera de la nave. -Nunca se sabe cuándo puede haber una emboscada. -Le miró mientras ataba la pulsera. -¿Qué haces?
-¿Esto?
-Preguntó Ankar
mostrándole la pulsera. -Es una
pulsera de cuentas.
-Sí,
eso me lo imagino pero... ¿Por qué la haces? No das la impresión de tener
ese tipo de pasatiempos.
-Me
ayuda a ordenar mis ideas. -Explicó el chico
mientras miraba la alhaja. -Para un telépata es
esencial aprender a cerrar tu mente, y con esto puedo hacerlo de una manera más sencilla.
-Quieres
decir que, como tu mente está ocupada con la manufacturación de las pulseras,
tus pensamientos internos no surgen. ¿No es así?
-Algo
así. -Dijo él y la miró. -Además, te ganas un dinero de esta
forma. Pero a ti te noto tensa. ¿Acaso
esperas algún ataque?
-No
me gusta relajarme. -Contestó ella
suspirando.
-Deberías.
-Tampoco
sabría cómo hacerlo. -Dijo ella con una sonrisa algo forzada.
Ankar
la miró serio, y después miró la pulsera.
-Toma.
-El albino le tendió la mano
con la pulsera y se la dejó en ella.
-¿Qué
quieres decir con "toma"? -Preguntó extrañada ella mirando alternativamente a su
compañero y a la pulsera.
-Te
servirá para relajarte. -Explicó con una
sonrisa. -Me lo enseñaron de
pequeño. Cuentas una por una las
esferas, mientras las vas tocando con los dedos. Cuando te des cuenta, ya estarás más
tranquila.
Ylenia
miró el objeto en cuestión y sintió como la sangre se le subía a la cabeza,
haciendo que se pusiera colorada. Dejó el libro en el suelo y empezó a
acariciar las cuentas una por una. Aquel trabajo no era de aficionado, era de
alguien que había perfeccionado su arte desde hace muchos años, porque aunque
notaba que era de madera lacada en azul, podía sentir la suavidad que solo un
maestro podría dejar en ellas. Algo temblorosa, se colocó la pulsera en la
muñeca derecha y vio como brillaban con la luz del sol.
-No...
no sé qué decir... -Empezó a decir
ella muy nerviosa. -Es... no se... un detalle de tu parte... Muchas gracias...
-No
tienes por qué darlas. -Contestó Ankar
mientras sacaba un largo collar con muchas cuentas. -Las hago por afición desde que era un crío. Las importantes las hago sobre
pedido.
Ylenia
dejó de observar la pulsera inmediatamente al ver el brillo de las cuentas del
collar que acababa de sacar su compañero. Dos colores, el azul marino y el rojo
fuego, eran intercalados en cada cuenta de aquel extraño accesorio. No estaba
terminado, al menos eso pensó ella al ver como lo colocaba encima de la cajita
de herramientas. El brillo de las esferas era, sin embargo, embaucador.
-¿Un
collar?
-Así
es. -Dijo él sacando
una esfera azul todavía algo
picuda. -También los
hago.
-¿Qué
material es? -Preguntó curiosa
la mujer. -No parece del mismo que el de la pulsera.
Ankar
sonrió y, de su zurrón, sacó una placa pequeña de color azul marino para
mostrársela. Ylenia guardó su libro en su propia bolsa y tomó la placa,
mientras que el hombre tomaba una herramienta que ella no había visto en su
vida y empezaba a darle forma a la esfera.
La
placa era, ante todo, caliente. Lo notaba desde la yema de sus dedos al
acariciarla. Estaba algo desgastada pero en perfecto estado, y no parecía un
metal ni una piedra exactamente. Era plana, pero tenía la certeza de que si la
arrastrara por el suelo de madera dejaría una marca en él.
-No
reconozco el material. -Dijo Ylenia mirando a Ankar. Este estaba haciendo
fuerza para que una aguja entrara en la cuenta que estaba haciendo. -Pero por
lo que veo, no es precisamente blando.
-Estas
cuentas están hechas de escamas de dragón. -Explicó él al
soplar la cuenta y mirarla, asintiendo.
-No
es un material muy común. -Dijo ella sorprendida. -¿Dónde los
encontraste? No son baratos precisamente.
-Para
mí es algo simple de conseguir. -Contestó el albino
hilando la cuenta en su collar, y haciendo un nudo para que no se perdiera. -Son
escamas de mis padres. Azules por mi madre, Angelus, y rojas por mi padre, que
se llama Iregore.
La
sorpresa inicial se disipó al recordar que Ankar hablaba de aquella dragona
como si fuera su madre. Sin embargo, lo que le sorprendió fueron las palabras
que sonaron de repente.
-Así
que también tenías un padre.
Al
alzar la vista, se encontraron con Dreighart sentado delante de ellos con las
piernas cruzadas en posición de flor de loto. Llevaba la capa algo apretada al
cuerpo, pues a esa altura era normal el frío mañanero.
-¿Cuánto
tiempo llevas ahí sentado? -Preguntó curioso
el dragontino.
-Más
o menos desde que sacaste el collar. -Contestó el peliazul sonriendo. -Soy bueno
ocultando mi presencia.
-Sí,
me he dado cuenta. -Riendo, Ankar empezó a guardar
el largo rosario en la bolsa. -Pero con tus compañeros deberías ser un poco más ruidoso.
-Supongo
que tienes razón. -Dijo él sonriendo.
Los
tres rieron un poco.
-¿Se
ha despertado Onizuka? -Preguntó el
albino.
-No
que yo sepa. -El peliazul tomó una de
las cuentas de la cajita de herramientas y la observaba a contraluz. -Oye,
Ankar, este es un trabajo de artesano. ¿Cómo aprendiste a hacerlo?
-Me
enseñó mi madre. -Mientras explicaba, Ankar iba guardando las cosas. Le daba
algo de vergüenza
mostrar su pasatiempo a tanta gente. -Los dragones cuidan de sus escamas, y las
que se caen pueden ser usadas por la gente.
El
silencio se hizo algo pesado. Dreighart, con ojo de profesional, sabía que la
pulsera que llevaba ahora Ylenia bien valdría un buen dinero en el mercado si
todas las cuentas eran iguales a las que acababa de ver. La guerrera por su
parte cambió su semblante a uno algo más serio.
-¿Puedo
hacerte una pregunta, Ankar? -Dijo el ladrón cuando
el albino había guardado
todas las herramientas. Ante el asentimiento de su compañero, prosiguió. -Es algo extraño que consideres a Angelus como...
bueno... como tu madre.
-Sí.
¿Verdad? -Contestó él sonriendo. -En realidad no es mi madre biológica. -Mientras explicaba, tomó la escama que le había dejado a Ylenia y la guardó en su zurrón junto al resto de objetos. -Creo que
nací en Lix, pero Angelus e Iregore
me encontraron en las montañas de
Nibel.
-Esas
montañas son la cordillera que se extiende hasta donde la vista alcanza al
sureste de Baron. -Comentó Ylenia
mirándole. -Hay leyendas que dicen
que desde ahí aparecen
espíritus y demás fauna espectral.
-Pamplinas.
-Contestó el
albino. -Me crie ahí y no he visto nunca ni un solo fantasma. -Ankar cerró su zurrón y se levantó del sitio. La guerrera hizo lo mismo. -Aunque
puede que hayan habido fantasmas antes de que yo naciera, mi madre nunca me
comentó nada al respecto ni a mí ni a mis hermanos.
-Entonces,
la consideras tu madre aunque no lo es. -Dijo el ladrón levantándose del suelo.
-¿Cómo
llamarías a la mujer que te ha criado durante toda tu vida?
-Madre.
-Pues
ahí está la respuesta. -Riendo, Ankar se acomodó el zurrón y se apoyó en la madera del barco.
-Tienes
suerte de haber tenido una madre así. -La voz de la guerrera sonó algo apagada.
-¿Tú
crees? -Ante la pregunta del albino, ambos compañeros lo miraron extrañados. -Es cierto que si no fuera por
Angelus e Iregore yo no estaría ahora
mismo en esta misión, ni en este mundo, ni nada... Pero hay un gran problema
con que te críen los
dragones.
-¿Problema?
¿A parte de ir volando día sí día también? -Dreighart lo miraba curioso. Desde
que se conocían que
quería saber más de esa extraña relación.
-Bueno...
la verdad es que los que somos alimentados por la sangre y la leche de una
dragona experimentamos un cambio bastante fuerte, eso si sobrevivimos. -El dragontino
miraba a sus compañeros, bastante serio. -Sin tecnicismos... lo que le pasa a
nuestros cuerpos es que se convierten en un humano con las características de
uno de los antiguos Au´Ra, o Dragonkin. Longevidad, mejoría intelectual y
física, cambios físicos visibles... Pero no nos convertimos en Au´Ra, si no en
Semiespers.
-¿Y
eso por qué?
-No
sabría decirte, en todo el tiempo que llevo vivo no he podido encontrar ninguna
referencia al porqué se hacen esos cambios.
-Espera...
¿Qué edad tienes? -Preguntó Dreighart extrañado.
-Dentro
de dos años cumpliré un siglo. -La sonrisa de Ankar se hizo muy amplia al ver
los rostros de ambos.
-¿Un
siglo? ¿Estás de coña? Pero si pareces un humano normal.
Pero
cuando fue a contestarle, una bocina empezó a sonar por el barco volador. La
gente empezó a moverse sin parar, gritando e incluso llevando armas.
-¿Qué
ocurre? -Preguntó Ylenia.
-La
alarma de ataque enemigo. -Dijo Ankar sacando su espada. -Vamos a luchar.
-¡¿Dónde
están?! ¡Pa mí! ¡Pa mí solito!
El
grito hizo que todos miraran a la puerta para encontrarse a Onizuka preparado
para la batalla. Los otros tres fueron corriendo hacia el centro de la nave,
junto a otros soldados y tripulantes. El capitán de la nave empezó a dar
órdenes.
-¡Capitán
Wisdom, nos uniremos a la defensa! -Dijo con fuerza el albino.
-¡De
acuerdo! ¡Mis hombres saben defenderse, espero lo mismo de vosotros!
Sin
embargo, mientras sacaban sus armas, uno de los soldados señaló a estribor.
-¡Enemigo
a la vista! ¡Parecen aves!
El
grupo corrió hacia el extremo de la nave y miró a lo lejos, a los monstruos.
Eran alargados y finos en la lejanía, con un cuerpo cilíndrico y varias
protuberancias en las alas. Parecía que tenían un cuerpo brillante desde donde
estaban. Miraron hacia proa y hacia popa, y pudieron ver sendos monstruos
acercándose al barco volador.
-Esos
pájaros no son normales... -Comentó Onizuka haciéndose visera con la mano.
-Tienes
razón. -Ylenia, cimitarra en mano, miraba junto a él hacia los seres. -No
mueven las alas para volar.
-De
esos datos nos ocuparemos después. -Dijo Ankar con su espada preparada.
-¿Estáis preparados?
-Ankar.
-El samurai se giró y tomó con la mano libre el brazo del
albino. -No uses tus habilidades saltarinas aquí, el salto de los dragontinos
puede ser peligroso.
-Lo
sé, lo sé, tranquilo, no soy idiota.
-Te
darías la santa ostia si cayeras al suelo. -Dijo el pelirrojo riendo mientras
comenzaba a correr con su espada de fuego en la mano, en dirección al centro de la nave. -¡Y no tengo espátula para sacar tus sesos de la
tierra!
El
albino sonrió mientras veía como sus compañeros se preparaban a su lado, con
las armas en las manos de todos. Miró al frente para ver como el extraño
monstruo se acercaba. Un fuerte sonido de aire les llegaba a sus oídos con mucha
energía, y el viento hacía que sus capas y cabellos se movieran con violencia.
El monstruo tenía un color gris metalizado, con la luz reflejándose en ese
plumaje tan extraño, pero lo que hizo que todos se pusieran en guardia fue que
una de las protuberancias que se veía desde las alas se movió y saltó encima
del barco. Al mirar, se encontraron con una especie de lobo, de pelaje gris
oscuro, y un tercer ojo en la frente. Sus fauces, además, lucían dos grandes
colmillos que sobresalían amenazadoramente.
-¡¿Qué
penes es esto?! -Gritó Onizuka,
pero en el momento en el que lo decía, el monstruo saltó hacia delante en
dirección al samurái, con las fauces abiertas y amenazadoras.
El
pelirrojo se contorsionó hacia atrás, apoyó las manos en el suelo y golpeó con
las piernas en el estómago del lobo, consiguiendo que este saliera disparado
hacia arriba y saliendo de la nave. Onizuka se levantó del suelo de un salto y
se colocó en guardia. Habían caído varios lobos más, algunos de los cuales ya
golpeaban a los tripulantes.
-¡Se
está rifando una paliza! -Gritó Onizuka
comenzando a correr hacia proa. -¡Y vosotros tenéis todas las papeletas!
Ankar
no tuvo nada que decir. Ylenia se había precipitado hacia popa, mientras que
Dreighart seguía al pelirrojo con la daga en la mano. El dragontino, espada en
mano, observó cómo varios lobos saltaban cerca de él y gruñían.
-Vamos,
puede que sea divertido... -Dijo Ankar separando su espada serpiente y chasqueándola en el suelo cual látigo.
Por
su parte, la guerrera subió las escaleras de dos en dos, esquivando a los
soldados que luchaban contra algunos lobos, y al llegar a la popa, pudo ver
como una de esas aves metalizadas estaba justo detrás de ellos, a muy corta
distancia, sin ningún movimiento de alas y con varios monstruos encima.
-Esto...
esto no son seres vivos... -Susurró para sí la mujer.
Pero
su sorpresa fue corta, pues uno de los lobos que habían caído en el barco aulló
mientras corría hacia ella. Ylenia se giró y se puso en guardia. El monstruo
saltó hacia ella, pero la mercenaria saltó aún más que él, dando una vuelta en
el aire y cortando la espalda del ser con su cimitarra, haciendo que saliera un
gran chorro de sangre hacia el exterior. La mujer cayó con sus dos pies con el
tiempo justo para ver como otro lobo saltaba hacia su brazo. Ylenia dio un
salto hacia la izquierda, alzando su cimitarra y descargando un fuerte golpe
que hizo que la sangre del animal saliera a borbotones, manchando su ropa, su
rostro e incluso sus gafas.
-Maldita
sea... -La mujer se quitó las gafas
y las guardó en uno de
sus bolsillos, mientras se quitaba la sangre de la cara con la manga de la mano
armada. Al mirar de nuevo, vio como uno de los lobos estaba mordiendo con
fuerza uno de los mástiles del barco que sujetaban las grandes velas y hélices.
Corrió
hacia él y, con fuerza, le propinó una patada que hizo sonar algunos huesos
rotos, y en el aire atravesó el cuerpo con su arma. Un brillo argénteo empezó a
rodear al lobo, haciendo que una débil escarcha saliera de la herida. El
monstruo soltó algunos gemidos mientras Ylenia caminaba llevándolo ensartado y
congelándolo poco a poco, dirigiéndose hacia popa. Cuando estuvo en el borde
del barco, subió a la barandilla de seguridad y miró atentamente al animal
metalizado.
-Debo
saber qué pueden hacer...
Movió
la espada con lo que ya era casi una estatua de hielo, y la lanzó hacia donde
creía que era la cabeza del monstruo. No estaba lejos, así que pudo golpearle,
haciendo que el lobo se partiera y rompiera como un cristal, con sonido
incluido... Pero algo hizo que mirara. El hielo no tenía el mismo sonido que un cristal
partido.
El
ave se movió bastante a los lados, y mientras Ylenia miraba como se separaba y
se alejaba, pudo ver como en la cabeza había algo parecido a cristal roto en el
monstruo.
-Qué
extraño...
Los
chasquidos de la espada serpiente del dragontino sumados a dos o tres lobos
caídos hacían que los animales se quedaran apartados. Uno de los lobos gruñó al
ver como Ankar volvía a unir los pedazos de su espada, y cuando
el animal se abalanzó hacia delante, el albino brincó hacia la pared de los
camarotes, colocó las dos piernas en la superficie y saltó hacia el lobo. Pasó
a su lado cortándole en los ojos con la espada, dio una voltereta en el suelo y
se puso de nuevo en guardia. Otro lobo había saltado hacia él desde una
cubierta más alta. El dragontino colocó la espada en vertical y la alzó,
girando un poco la mano. La hoja se separó y atravesó al monstruo antes de que
llegara al nivel de la cubierta superior. Ankar bajó la espada e hizo caer al
animal soltando una gran cantidad de sangre que le manchó la ropa.
-Ala,
ya estamos manchados... espero que pueda limpiarlo en...
Se
interrumpió al sentir un fuerte viento que le obligó a cerrar un poco los ojos,
y al ver como había oscurecido de repente. Miró hacia arriba para descubrir
como una de esas extrañas aves estaba justo por encima de ellos. Los pasos de
alguien hizo que se girara en guardia, solo para encontrarse al capitán de
corbeta del barco armado con espada y escudo.
-¡Esto
es una locura! -Gritó Wisdom tapándose el rostro con el brazo
del escudo. -¡No he visto monstruos así en mi vida!
-¡Yo
tampoco, me escama todo esto! -Gritó el dragontino.
Las
explosiones de los cañones a babor y estribor se empezaron a escuchar. El
sonido de un fuerte estallido se escuchó al oeste, y cuando miraron vieron como
una de las aves metalizadas desprendía algunos bultos de sus alas y su cuerpo
al vacío, mientras que se alejaba con fuego y humo en el costado.
En
proa, por su parte, las carcajadas de Onizuka hacían que los lobos le atacaran
en masa. Cortaba, golpeaba y lanzaba por la borda a cuanto monstruo se encontraba
con su espada de fuego, la cual dejaba salir llamas de vez en cuando.
-¡Onizuka,
detrás de ti!
El
samurái tomó con ambas manos su katana de fuego, se giró y lanzó su ataque en
el momento en que dos animales saltaban encima de él.
-¡Yon
shin!
Se
volvió un torbellino de fuego atrapando a los dos monstruos. Cuando se detuvo,
miró el resultado satisfecho. Dos lobos carbonizados y llenos de cortes que
caían al suelo.
-¡Vamos
Dreight! -Gritó él viendo como el ladrón saltaba desde un lobo que acababa de
acuchillar en el lomo hasta él.
El
peliazul se colocó espalda con espalda junto al pelirrojo, jadeando un poco por
el cansancio y por la falta de aire a esa altura.
-¡¿Alguna
vez viste monstruos como estos?!
-¡No,
pero eso no es lo que más me extraña! -Contestó Onizuka mirando hacia los lados. -¡¿Has visto los bultos de los pájaros?!
-¡Sí!
-¡Algunos
parecen humanos!
Dreighart
cortó el hocico de uno de los lobos e hizo que huyera y miró hacia el lado
donde antes había avistado al monstruo volador, pero ya no estaba ahí, parecía
que había sobrevolado hacia arriba, por encima del Sueño Santo, con todo el
sonido de viento en sus oídos e impidiéndole que viera bien.
-¡No
veo nada, está encima de nosotros!
Onizuka
golpeó a otro animal enviándolo a las nubes fuera de la nave y miró hacia
arriba. Luego guardó su gran katana de fuego a su espalda para girarse hacia el
peliazul y tomarle del hombro. El chico lo miró extrañado.
-¡Va
a ser hora de que aprendas a volar!
-No...
por favor...
Pero
la súplica de Dreighart no fue escuchada, pues sintió como su compañero lo
tomaba del hombro con una mano y de la cintura con la otra, y lo levantaba en
el aire. Le dio el tiempo justo para guardar la daga en su cinto antes de que
empezara a dar vueltas para tomar impulso, y el pelirrojo gritara.
-¡Dreighartdoken!
-Lanzó al ladrón con fuerza hacia arriba, en dirección al monstruo volador. -¡Mira a ver si son personas o no!
Dreighart
voló hacia arriba, entrecerrando los ojos por el fuerte viento, y pasó por
encima del ave de metal. Cuando la velocidad disminuyó, pudo mirar hacia
delante justo en el momento en que una de las protuberancias se alzaba.
Era
una persona, de eso no había duda, pero llevaba una armadura metalizada que se
adaptaba perfectamente a su cuerpo, femenino en el caso de quien se había
alzado, y con un casco que le cubría casi toda la cabeza, dejando solo los
cabellos fuera, rubios, y tapando con unas lentes rojas los ojos. Esa especie
de uniforme le resultaba familiar... En su posición se veía la sorpresa al
mirar hacia el peliazul.
-Son
humanos... -Dijo Dreighart, pero le interrumpió un golpe fuerte de metal contra metal
dado al ave mientras él empezaba
a dejar de subir. El chico lo miró, y pudo
observar como había sido
golpeada por la espada retráctil de
Ankar, clavándose en el monstruo. Esuchó su grito telepático como si fuera
lejano.
-¡Agárrate
a la espada o caerás fuera!
Dreighart
miró abajo y maldijo en silencio a Onizuka. Le había lanzado de mala manera sin
darse cuenta de que el viento le movía hacia otra dirección, y él solo se dio
cuenta ahora que sentía ese vacío que se siente en el estómago cuando caes de
algún sitio alto. Con los brazos, sintiéndose estúpido, se impulsó hacia
delante como si estuviera nadando. Afortunadamente consiguió caer encima de la superficie
del ave dando una voltereta y quedándose con una rodilla y una mano tocándolos
directamente. Al hacerlo, abrió mucho los ojos, pues ese tacto era el del metal
trabajado, combinado con clavos y fuego. Estaba frío, helado, pero eso era
metal, no era piel, no había duda.
Miró
hacia delante para ver como la figura femenina que había visto antes se
acercaba a él con una espada fina en la mano, y al estar a una distancia de
combate, se quedó quieta estando en guardia.
-Por
favor, no me obligues a matarte. -Dijo el ladrón mientras se levantaba de su lugar y
sacaba su daga colocándose en
guardia.
-Ed'c
hudrehk bancuhym aedran... -Empezó a decir
la mujer en su extraña lengua. -E's
cunno pid E sicd gemm oui.
Al
ver que Dreighart no entendió nada de lo que dijo, la chica negó con la cabeza
y se abalanzó hacia él. Dio una estocada que el ladrón esquivó moviéndose hacia
la derecha, y con la pierna golpeó al pie de la chica, haciéndole perder el
equilibrio. Esta cayó de espaldas y perdió la espada, pero se alzó rápidamente
de un salto y se puso en posición de combate con los puños alzados. El peliazul
estaba preparado, pero escuchó la voz del dragontino de nuevo.
-¡Baja
de una vez! ¡Se están retirando y mi espada no aguantará mucho más!
En
la mente del ladrón se encendió una lucecita, y se colocó en posición de
batalla. La chica saltó hacia él dándole una patada, pero él fue más rápido. Se
agachó, esquivando así la patada, y golpeó con el puño en el estómago de su
enemiga. La mujer se llevó las manos al estómago mientras que el chico le
golpeó en la nuca, haciendo que cayera pesadamente al suelo, inconsciente.
Dreighart guardó su daga y agarró a la chica, levantándola y colocándosela a la
espalda, y se dirigió corriendo con ella a cuestas hacia donde había visto
clavada la espada de Ankar, viendo por el camino la espada de la chica. La
pateó hacia donde él se dirigía y, al llegar, vio la manera de bajar
rápidamente.
Con
el pie, colocó la espada de tal modo que estuviera encima de la espada de
Ankar. Tenía suerte de que el dragontino había hecho que las partes separadas
de la espada, que se unían entre si por una cadena, estuvieran de lado y no
verticalmente.
El
ladrón miró hacia atrás y vio como algunos de los demás humanoides del ave metálica
estaban acercándose, pero muy lentamente. Parecía que no tenían las ideas del
todo claras.
-¡Lo
siento chicos, pero me tengo que ir!
Y
dicho esto, empujó la espada del suelo, subiéndose encima y empezando a
deslizarse por las hojas de Ankar.
-¡¿Cómo
se te ocurre hacer eso?! ¡Pensé que tendrías un poco más de cabeza!
La voz
de la guerrera, enfurecida, hacía que tanto el samurai como el dragontino
estuvieran nerviosos. Los tres estaban sujetando el mango de la espada de
Ankar, aguantando con todas sus fuerzas el objeto. A lo lejos se veía la larga
espada engastada en el morro de la bestia.
-Si
quieres te contesto luego... -Comentó con un pequeño jadeo el pelirrojo. -Deja que
retengamos al monstrenco ese.
-Ya
viene... -Dijo secamente Ankar.
Los
otros dos miraron hacia arriba, y vieron como Dreighart bajaba rápidamente con
la espada de la chica en sus pies a modo de plataforma y con esta a su espalda.
Cuando su sombra se proyectaba ya encima del barco, Ankar giró el mango de la
espada, y las hojas se separaron del todo, volando hacia él y formando la
espada de nuevo, a la vez que Onizuka tomó impulso y corría hacia donde caía el
ladrón a la vez que Ylenia se dejaba caer al suelo de rodillas, sudando. Con un
impresionante salto del pelirrojo, agarró al ladrón en el aire, tirándose en
plancha y agarrándole antes de que cayera al suelo de la nave.
-Esto...
Gracias... -Comentó el ladrón sorprendido.
-No
hay de qué. Fue culpa mía que estuvieras allí. -Dijo el samurai mientras el
chico se levantaba, y además le ayudaba a hacerlo al pelirrojo.
Dreighart
sonrió y se sentó en el suelo para mirar el lugar. Las aves metálicas habían
desaparecido, y los lobos que habían atacado habían sido eliminados. Los
heridos estaban siendo atendidos por curanderos o con pociones mientras que los
soldados sanos empezaban a limpiar la cubierta. Vio cómo se acercaron Ankar e
Ylenia, con varias manchas de sangre en el cuerpo.
-¿Estáis
heridos? -Preguntó extrañado.
-No,
no es nuestra la sangre. -Contestó Ankar
mientras sonreía. -¿Qué hay de ti?
-Nada,
solo el susto.
-Y
veo que trajiste un trofeo. -Comentó ahora
Ylenia señalando a
la chica inconsciente.
-Si...
-El ladrón se dio
un golpecito en la cabeza y se levantó corriendo
hacia una de las cuerdas sueltas que había por el
barco, y fue a atar las manos y los pies de la chica. -No son pájaros. -Habló mientras manipulaba las cuerdas. -Tengo
la teoría de que
son aeronaves.
-Creo
que la altitud te ha dañado el cerebro. -Dijo Onizuka rascándose la cabeza. -Tú estás subido
ahora mismo en una aeronave, y como ves, tienen forma de barco, no de pájaro
gigante.
-Concuerdo
con Dreighart... -La guerrera había sacado
un pañuelo y se estaba quitando la
sangre de la cara. -Cuando he lanzado algo al monstruo de popa, he visto como
si su cabeza fuera de cristal. Puede que ahí tuviera el timón.
-Además,
cuando subí allí arriba, pude sentir el frío del metal en mis manos. -Dando un
tirón, el chico dejó bien atada a la capturada mujer. -También vi estrías de trabajo de metal e incluso
clavos. Además, ahí arriba había gente... mucha gente.
-Entre
ellos, esta chica. -Dijo Ylenia. -¿Verdad?
-Sí,
la traje para ver si nos podía proporcionar información.
-Ey,
eres bueno, chico. -La voz del samurái era tranquila y divertida, mientras que
le pasaba el brazo por el hombro en actitud positiva.
Los
cuatro miraron a la chica atentamente. Parecía que ninguno quería dar el primer
paso.
-Ylenia,
quítale el yelmo por favor.
Ylenia
asintió a la orden de Ankar, y se agachó delante de ella. Empezó a manipular
algunas correas, y con cuidado quitó el casco a la chica. El rostro de la chica
estaba bien, sin deformidades o manchas, con un color bastante pálido de piel y
bastante hermosa. Onizuka soltó un silbido de curiosidad.
-No
está nada mal... pero tiene unos rasgos curiosos... no he visto nunca estas líneas.
Ylenia
asintió, tampoco reconoció esos rasgos. Le colocó los dedos en el cuello para
tomarle el pulso.
-Vive.
Pero tiene el pulso algo irregular... -La mujer llevó sus dedos ahora a sus párpados para abrírselos, pero al instante soltó
sorprendida.
-¿Qué
ocurre? -Preguntó Ankar
agachándose a su lado.
-Mírale
los ojos... La pupila...
Mientras
decía eso, Ylenia volvía a abrirle un ojo a la chica mientras el dragontino se
acercaba.
Sus
ojos eran verdes, pero la pupila era una espiral negra que se contraía a la luz
igual que una normal.
-¿Qué
demonios...?
La
mujer soltó el párpado justo cuando la chica despertó. Soltó un soplido y con
los pies intentó apartarse todo lo que pudo hasta que chocó contra la pared de
madera.
-Tranquila,
no te atacaremos. -Dijo Ylenia acercándose a la
chica. -Solo queremos respuestas.
-Fro
cruimt E yhcfan?
Los
cuatro se quedaron perplejos.
-Ankar...
-Dime,
Onizuka.
-Tu
que tienes estudios... ¿Qué ha dicho?
-No
es ningún lenguaje de por aquí. -Dijo Ylenia. -Y tampoco del continente del
oeste.
-Si
lo fuera, lo habría reconocido. -Contestó el samurái dolido.
-Y
tampoco es del este. -Ankar se rascó la
barbilla, extrañado. -Nunca
escuché este dialecto. Es extraño.
-Ed'c
hunsym, E's hud vnus drec funmt... -Volvió a hablar la chica suspirando.
Ankar
hizo una señal y los otros tres lo siguieron, apartándose de ella, y se
juntaron para poder hablar.
-Propongo
que la desnudemos y le hagamos cosquillas hasta que hable nuestro idioma. -Dijo
Onizuka moviendo los dedos como si fueran tentáculos. La mano de Ylenia le picó
en los dedos. -¡Au!
-No
seas idiota. -Contestó molesta ella. -Pero si apruebo un poco
de tortura.
-Pero...
¿Le
habéis
visto los ojos? -Dreighart estaba mirando hacia la chica, preguntándose donde
había visto esos rasgos antes, y se giró para mirar a Ankar.
-Eso
no importa ahora... Primero deberíamos... -Pero el dragontino levantó su
mano para imponer silencio.
Todos
escucharon un gorgojeo, y se giraron hacia la chica. Vieron
como de su boca salía un torrente de sangre, mientras se removía en su sitio.
Onizuka saltó hacia ella, abriéndole la boca y haciendo que cayera más sangre
desde su interior, manchándole la mano, pero el pelirrojo no se apartó. El
samurái la miró a los ojos, unos ojos verdes llenos de lágrimas que lo miraban
suplicantes. Con un movimiento, el pelirrojo sacó con su mano izquierda un
pequeño estilete que guardaba en la bota, agachó la cabeza de la chica para ver
su nuca, y se lo clavó en el cuello ante la mirada atónita de Dreighart e
Ylenia.
-¡¿Qué
coño haces?! -Gritó la mujer
del grupo agachándose a su
lado, pero cuando miró a Onizuka
pudo ver un rostro serio y lleno de furia.
-Ahorrarle
sufrimiento... -Le contestó sacando
su cuchillo del cuello de ella. La chica ya no se movía, y ante la mirada interrogante de
Ylenia, el samurái la miró. -Se ha cortado la lengua de un mordisco...