lunes, 12 de diciembre de 2011

Capítulo IX: El Mar y la Tierra




El resto del día en la aeronave fue sin mayores contratiempos. Dentro de su camarote, Dreighart se había puesto a despellejar a los lobos que habían matado, mientras que Ankar y Onizuka, para matar el tiempo, habían empezado a jugar a cartas. Ylenia, en una de esas partidas dejó el libro que estaba leyendo y se asomó al juego actual.

-¿Cómo se juega a esto?

Ambos la miraron extrañados, y Onizuka fue el primero en hablar.

-¿No has jugado nunca a Triple Triad?
-No, precisamente por eso pregunto cómo se juega. -Dijo ella sentándose en la litera que ocupaba.

Onizuka se levantó de su sitio y le señaló donde había estado sentado, y la guerrera bajó y se colocó delante de Ankar. Este tomó de su zurrón un fajo de cartas y le dio un puñado de ellas. La chica las tomó y vio que en la cara delantera habían imágenes de monstruos o armas, números y hasta algo parecido a llamas o gotas de agua.

-Te explicaré las reglas básicas. -Dijo Ankar mientras recogía las suyas propias. -Primero debes elegir cinco de las cartas que tengas para jugarlas. Debes elegir con cuidado, pues esas serán las cartas que uses en la partida. -Le señaló en una de sus cartas, con la figura de una espada con humo rojo, encima de los cuatro números que había en la esquina superior izquierda. -Esta es la puntuación de cada carta. Van desde el número uno hasta la letra "a". Se colocan en un cuadro de tres por tres, el número más alto cambia la carta.

-Gana el jugador que más cartas tenga de su parte. -Explicó Onizuka, que se había sentado al lado de Ylenia. -Cada carta es distinta y hay cartas que no se hacen desde hace años, pero si tienes una copia antigua, puedes ir a cualquier lugar especializado a que te la reproduzcan.
-Ya veo... -Ylenia tomó una de las cartas que le dio Ankar, con la imagen de un Bomb. -¿Y esta llama arriba a la derecha?
-Eso ya es para reglas avanzadas. -Contestó Onizuka. -No te preocupes por eso, de momento preocúpate de jugar normalmente.

La chica tomó la carta, y la puso en el cuadro de tres por tres que había en el suelo. El resultado de aquello fue que, hasta bien entrada la noche, Ylenia no dejó de jugar contra Ankar o contra Onizuka, mientras que Dreighart miraba desde su cama.

-Esto es demasiado adictivo. -Dijo al final Ylenia tomando las cartas y ordenándolas. -Y soy demasiado principiante como para ganaros alguna vez.
-Eso ya cambiará, tranquila. -Contestó Onizuka sentándose en la litera donde dormía. -Poco a poco irás mejorando tu técnica, aunque seguramente perderás varias cartas antes de eso.
-¿Perder cartas?
-Cuando ganas, según las reglas, te quedas con una carta del contrincante. -Explicó Ankar mientras guardaba su fajo de cartas. -Hay zonas en las que, al perder, pierdes toda la mano también.
-Eso es muy cruel. -La guerrera miró las cartas que le habían dejado Ankar y Onizuka. Se las dio al albino. -Toma, vuestras cartas.
-Quédatelas.

La mirada de Ylenia pasó de Ankar a Onizuka.

-¿Qué me las quede? Pero si son vuestras.
-Oh, por favor, eres una novata sin cartas, es costumbre de que alguien que lleve más tiempo jugando le dé un fajo de cartas al novato. -Contestó Onizuka riendo. -Tienes tres manos, quince cartas... Creo que te irá de muerte con las que tienes.
-Pero os costó a vosotros conseguirlas. ¿Verdad? -Se levantó algo colorada por ello.
-¿Costar? Que va, si casi todas son mías. -Riendo, Onizuka se estiró en el colchón. -Siempre me ha ganado el petardo este de pelo blanco.

Ankar, por su parte, le dio un fuerte golpe con la almohada en la cara, y se estiró en su propio colchón.

-Lo que dice Onizuka es cierto, Ylenia. -Explicó Ankar mirándola. -La tradición dice que los veteranos den cartas a los novatos. Así que esas cartas son tuyas ahora.

La chica miró las cartas mientras Dreighart dejaba en una gran bolsa las pieles que había preparado. La guerrera subió a su camastro mientras miraba las cartas.

-Gracias...
-¿Y yo no tengo cartas de regalo? -Preguntó dolido el ladrón desde abajo.
-No me engañas piojo, te he visto que sabes las reglas. -Onizuka sacó la cabeza para mirarlo mientras le daba la almohada a su compañero de litera. -Así que tienes cartas escondidas por ahí que pienso quitarte. -Y se metió dentro de su cama de nuevo riendo como un maníaco.
-Jo, no gracias, no voy a jugar contra ti nunca. -Dijo riendo el peliazul, y se metió dentro de la cama.

La noche fue tranquila, mientras Dreighart pensaba. Aquel grupo le estaba atrayendo, y mucho. Siempre le han gustado las aventuras, recordaba los cuentos que le contaba su padre a él y a su hermana, y la tristeza invadió su corazón. Recordó con aspereza el día en que su hermana murió por meterse entre dos bandas rivales en Kalm, pero... ¿Qué dos bandas eran? Hacía un año aproximadamente que tuvo la pérdida de su hermana, pero de lo único que se acordaba era de la alhaja que colgaba de su cuello... un collar con una piedra romboide de color azul brillante. Acariciar aquella pequeña joya siempre le ha hecho recordar los buenos tiempos cuando ambos estaban siempre contentos y no tenían miedo del futuro. Suspiró y cerró los ojos mientras escuchaba la respiración de Onizuka.

Por su parte, Ylenia se quedó mirando las cartas que le habían regalado. Pensó en lo que estaba pasando con ese grupo tan variopinto, estaba aprendiendo muchas cosas con ellos a la vez que empezaba a sentirse a gusto con todos. Cosas nuevas estaban empezando a surgir en su mente ahora que tenía compañeros que le hablaran sin problemas... ¿Cuánto hacía de la última vez que no había tenido una conversación sencilla y tranquila con alguien? No lo recordaba, pues ni siquiera de pequeña había tenido conversaciones así.

Cuando guardó las cartas en su zurrón y se estiró se sorprendió acariciando las cuentas de su nueva pulsera. Soltó el aire de sus pulmones y cerró los ojos. Quería descansar de aquel día tan extraño.

Lo último que escuchó antes de dormirse fue el sonido de un líquido escanciándose en una boca.

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Frío. Lluvia. Fuego. Miraba a los lados y lo único que encontraba eran casas en llamas, destrozadas, y gente gritando. Sus ojos, cegados por el humo, y su cabello estropeado por el fuego. Corrió hacia un lugar que sabía sería seguro, pero tropezó y cayó al suelo. Miró hacia el cielo, y ahí pudo ver el rojo carmesí de un barco de guerra, que se preparaba para terminar su trabajo. Empezaron a escucharse gritos. Kahad... Kahad...

-¡Kahad, despierta!

Abrió los ojos confuso, y dando un vistazo suspiró al ver en la penumbra el rostro de su padre, un hombre mayor, cercano al medio siglo, con el cabello algo ya escaso, que lo tenía sujeto por los hombros. Habló con la pastosa voz que caracteriza a los recién despertados mientras se pasaba la mano por el cabello rubio oscuro, algo húmedo.

-Ya va, tranquilo... No tienes porqué zarandearme así...
-Tu jefe está llamándote, hijo. Te está esperando en su despacho.

La voz de su padre hizo que se despertara completamente y se sentó en la cama para desperezarse, mientras que su padre salía del pequeño cuarto que tenía para él solo. Se levantó y fue hasta una palangana donde había agua y un espejo, y se miró en él mientras tomaba algo de agua. Su rostro era duro y su piel algo morena, característica de los norteños como él. Se lavó la cara para despejarse del todo, sintiendo como empezaba a asomarse la barba, y después se tocó el cabello corto. Suspiró al mirar los restos de colorante que tenía ahora en la palma.

-Ya pronto me toca teñirme de nuevo...

Se limpió la mano y se aseó un poco más antes de dirigirse a una pequeña silla donde tenía su ropa. Se sentía muy cómodo y, además, le daba orgullo lucir ese uniforme. Pantalones negros con varios bolsillos, una cota de malla bajo una camisa típicamente japonesa del mismo color oscuro con también varios lugares para esconder objetos. El tacto frío del metal de la cota le hizo tener un escalofrío, mientras se agachaba para tomar sus botas. Botas negras, por supuesto, que cubrían el tobillo y un poco de la pierna, preparadas para correr, saltar y no hacer el más mínimo ruido. Cuando estuvo calzado se ató un cinturón que llevaba una katana y una daga sinuosa, de estilo kris, quedando ambas armas a la espalda de él. Se dirigió al espejo que había en su cuarto mientras tomaba un pequeño broche de color azul verdoso, circular y mate, con la forma de unas olas en él. Se quedó delante del espejo mirando su figura y suspirando.

Aquellos sueños eran lo único que recordaba de su pasado. Nadie le había buscado desde que Eblan fue bombardeada años atrás en la Guerra de las Sombras. Aunque eso no fue extraño, muchos niños perdieron a sus familias en aquellos terribles años igual que él... Pero solo él terminó con amnesia. Solo recordaba un nombre: Kahad.

El nombre... Y dos cosas más. Su daga y su broche.

Tomó la capa que colgaba de un perchero cercano y se la colocó, uniendo las dos partes a la camisa gracias al broche, y después tomó un pañuelo para atárselo al cuello. Se miró una vez más... No importaba mucho quién fuera antes, al menos en ese momento... Ahora era Kahad, un ninja de Eblan.

Salió por la puerta para encontrarse con su padre adoptivo con una rebanada de pan y una taza de barro en las manos. La casa era pequeña, echa de piedra y madera, con pocos muebles, dos pares de sillas, un par de butacas, una mesa y la cocina con un pequeño fuego, y en medio una chimenea. Se apartó un poco la capa y se sentó frente a la mesa mientras su padre le echaba algo de leche de una jarra de barro en la taza.

-Hoy has dormido más de lo habitual. -Dijo el hombre mayor llenando otras dos tazas del blanco líquido.
-Sí, anoche tuve guardia. -Contestó el joven mirando al anciano. Había estado siempre trabajando en los pequeños campos de la nueva ciudad de Eblan, y su físico lo denotaba, pues era fuerte y robusto, y aunque ya tenía unas fuertes entradas, su cabello parecía negarse a encanecerse, igual que su piel no perdía su tono oscuro. -¿Irás hoy también a la plantación?
-Ese es mi trabajo. -Le contestó el hombre riendo y sentándose en otra silla. -¿Nervioso por el tuyo?
-Para nada. -Se quedó callado mientras mordisqueaba el pan con fuerza. -Alguna vigilancia, o un simple informe... o a lo mejor que espíe a alguien, no creo que sea nada más.
-Y eso hace que tu vida no sea la aburrida vida de un granjero. -La risa del hombre era fuerte, pero denotaba algo de tristeza.
-La vida del campo no está hecha para mí. -Contestó él a modo de defensa, y se bebió toda la leche de golpe. -Lo mío es más la acción... -Se levantó y acabó con su rebanada de pan. -Puede que vuelva para cenar, pero igualmente dale un beso a madre de mi parte.
-Ten cuidado Kahad...

Se colocó el pañuelo frente a la boca para tapar su rostro y se despidió con la mano, abriendo la puerta y abandonando su casa. El cielo estaba despejado, aunque la niebla mañanera persistía. Aunque él se había levantado tarde para su horario, aún era bastante temprano para el resto de personas que todavía seguían festejando la Ventisca de Plata. Los servicios de limpieza en Eblan no eran muy necesarios, parecía que la gente en su reino era muy limpia. Saludó a un panadero que ya debería llevar horas despierto, y se dirigió calle arriba al puesto de guardia, el cual estaba cerca del castillo. La caseta parecía en realidad una casa más, para poder seguir con su estética de secretismo.

Abrió la puerta, encontrándose dentro a varios ninjas preparándose o simplemente hablando, todos con el mismo uniforme. La caseta de guardia tenía tres habitaciones sin contar con el salón y la cocina, y había varias sillas y mesas para los que ocuparan el lugar. Una de las puertas iba directa al despacho del jefe de guardia, y ahí estaba el único que tenía algo de diferencia en su vestimenta. El capitán del batallón no llevaba ni pañuelo que le tapara la espesa barba grisácea ni la capa que pudiera cubrirle el cabello. En su pecho llevaba una insignia de cuero negro que revelaba su rango.

-¿Me había llamado, señor? -Preguntó Kahad al cerrar la puerta del despacho.
-Sí, siéntate Kagenui. -Contestó con aire distraído mientras terminaba unos papeles. Su superior siempre se dirigía a él por el apellido de sus padres, algo normal en Eblan.
-Y bien... ¿De qué se trata?
-Tienes una nueva misión.
-Vale, ahora capitán, dígame algo que no sepa. -Dijo con aire bromista pero sin sonreír.
-Tienes que escoltar a cierta persona hasta el Templo del Mar Eterno.
-Sigue sin parecerme algo fuera de lo común.
-No dirías eso si supieras que esto es un encargo directo de la reina. -El viejo ninja tomó el papel que estaba redactando y se lo tendió al joven. -Ella misma te dará los detalles. Debes ir ahora mismo a su estudio particular.
-¿Al estudio particular de la reina? -Repitió Kahad atónito, tomando el papel.
-Así es muchacho. Ve ahora mismo.

El teñido se levantó e hizo un saludo marcial con la mano, y se dirigió hacia la puerta.

-Kagenui. -La voz del capitán hizo que se girara extrañado. -Ten cuidado. Este tipo de misiones no me gustan nada.
-Si capitán. Seré precavido.

Con velocidad, el joven fue directamente hacia el castillo mirando el papel que le acababan de dar. Era un pase para que no le hicieran preguntas, aunque sabía que eso no sería necesario, siempre es mejor prevenir que curar. Franqueó la puerta principal mientras cavilaba.

Una misión de la propia reina... De todos era conocido, o al menos se hablaba de un hecho real, que la reina Rydia tenía la costumbre de querer saber y controlar todo lo que pasaba a su alrededor, incluyendo al resto de países... y a los eidolons, la mayor afición de la reina. Cierto era que no demostraba esa faceta abiertamente, pero se creía que gracias a los contactos con Baron podía saber lo que pasaba en el mundo sin tener que salir de su estudio.

Una vez estuvo dentro del castillo, se dirigió a uno de los tapices con el símbolo de Eblan y lo abrió, mostrando un túnel secreto. No serías capaz de ver esos túneles a no ser que supieras donde están, y era una manera eficaz de mantener la seguridad del castillo y también de acortar caminos. Aquel intrincado y laberíntico grupo de corredores escondidos estaba hecho de una piedra pulida y especial para que solo los que debían pasar por ahí pudieran hacerlo sin problemas, para saber donde estaban los botones que abrían puertas de piedra, para evitar posibles trampas...

Se cruzó con un par de ninjas con los que no cruzó ni una palabra, y bajó un par de veces unas escaleras de mano para encontrarse con paredes ilusorias que atravesaba sin problemas. Cuando había pasado un rato de camino, se encontró frente a un ninja que lo miró a los ojos y extendió la mano. Kahad dejó el papel en su mano y espero a que lo leyera.

Asintiendo, el hombre abrió la puerta que se encontraba detrás de él mientras le devolvía el papel al chico. La madera daba a un pasillo iluminado que llegaba hasta una pared ilusoria, la cual atravesó para encontrarse con el estudio de la reina Rydia.

Lo primero que destacaba en esa sala era que estaba repleta de libros. Enormes estanterías cubrían las paredes, las cuales estaban repletas de libros de todo tipo: Historia, lengua, literatura, ciencia, magia, filosofía, religión, biología... En el centro había un pequeño escritorio con tres sillas, una de las cuales estaba ocupada por la propia Rydia mientras escribía algunos pergaminos, escondida en dos altas torres de libros cerrados. Las luces de las ventanas entraban y enfocaban su luz hacia la mesa donde estaba ella gracias a un simple juego de espejos y cristales. La chimenea, encendida en una zona apartada, daba calor a la estancia lejos de los papeles y los libros. El ninja se colocó delante de la mesa y agachó la cabeza.

-Me habéis llamado, majestad.
-Ciertamente. -Dijo ella sin levantar la vista de su pergamino. -¿Te ha informado el capitán del motivo por el que estás aquí?
-Lo justo. ¿Podéis darme más detalles, mi reina?

Rydia dejó la pluma dorada que usaba para escribir mientras se recostaba en el respaldo de su silla. La mirada que le lanzó fue de análisis, Kahad las conocía bien.

-Tengo entendido de que eres uno de los soldados más discretos del reino. -Empezó a hablar ella cruzando las manos sobre su vientre. -Y yo necesito a alguien discreto. Necesito que escoltes a una persona especial, una mujer de quien seguramente habrás oído hablar. Tu misión es protegerla allá donde vaya, hasta que yo decida que la misión haya terminado. -Se alzó un poco para poner las manos sobre la madera de su mesa. -Puede ser una misión peligrosa y necesito alguien capacitado para ello. Le pedí al rey que hablara con sus hombres, pues necesito a alguien de extrema confianza, y de muchos candidatos, tu nombre me llamó la atención.

Kahad tragó saliva tras el pañuelo que le protegía la cara. Había rumores de que los nombres de quienes le llaman la atención a la Alta Invocadora acababan siendo conocidos por algún motivo, pero no se decía en voz muy alta.

-¿Puedo saber la razón de que esta mujer sea tan especial? -Dijo él con su tono monótono.
-La persona que vas a escoltar es... alguien especial. -Le contestó Rydia con semblante serio. -Es una invocadora.
-¿Cómo vos? ¿O como un mago especializado en eidolons?
-Como yo. Por eso hay que protegerla. Además... -La voz de la reina se hizo leve, como si de un susurro se tratara. Kahad no se movió pues la escuchó perfectamente. -ella busca a su padre. Quiero que la traigas de vuelta cuando lo encontréis, si es que eso es posible hacerlo. Serás mi espía a la vez que su guardián. Si no es posible regresar inmediatamente, requeriría un mensaje lo antes posible. ¿Entendido?
-Sí, mi señora. -El ninja hizo una nueva reverencia.
-Hoy iréis al Templo del Mar Eterno después del mediodía, al terminar la hora de comer. -La mujer de cabellos verdes tomó la pluma dorada de nuevo y la mojó en tinta. -Prepárate para ir por el túnel subterráneo. También ve a ver a tu nueva protegida. -Sonrió con gracia y empezó a escribir de nuevo. -Tiene el cabello violeta, y aparenta tener unos quince años... No creo que te sea difícil de encontrar. Puedes retirarte.

Tras recibir sus órdenes, Kahad asintió, hizo una nueva reverencia y abandonó el despacho, esta vez por la puerta principal. Dada la hora en la que se encontraban, la chica podría estar seguramente en el comedor principal como huésped de la reina, o en algún cuarto de invitados.

¿Sería su protegida la chica que vino con maese Kain, la Mano del Rey de Baron? Sabía por sus compañeros que no había entrado ningún otro extranjero a palacio a parte de ellos dos desde hace semanas, pero no escuchó nada de su cabello. Hizo una mueca bajo el pañuelo, pues esperaba que no fuera una baroniana... No les caía bien la gente de Baron.

Mientras pensaba eso, preguntó a una de las sirvientas el camino de las habitaciones de invitados, y al decirle que buscaba el de la muchacha la mujer le acompañó hasta el aposento. No caminaron mucho hasta llegar a la entrada de la alcoba. Kahad se despidió de la mujer con la cabeza mientras escuchaba ruido de movimientos en el interior. Golpeó la puerta con los nudillos.

-¿Quién es? -Preguntó una voz femenina juvenil pero seria.
-Me envían el rey y la reina. -Respondió él de forma escueta.
-Adelante.

El chico abrió la puerta. La chica de cabellos morados estaba ordenando algunas cosas: armas, una capa, algunas pociones... Era más pequeña de lo que había imaginado, pero se notaba algo extraño en ella... si no contábamos con el extraño color de su cabello.

-¿Quién eres? -Preguntó la chica mirándole con los orbes morados fijos en los suyos grises.
-Kahad Kagenui, he sido designado por sus majestades como tu... vuestro guardián, muchacha.
-A mi puedes llamarme Ember. -Ella le sonrió mientras le tendía la mano. -Y no me llames "muchacha", chiquillo.

Él, extrañado, estrechó la mano y la soltó, mientras que ella volvía a sus quehaceres. Le quedaban escasas cosas por guardar cuando al fin el ninja reaccionó.

-¿Chiquillo? -La voz de él parecía un poco ofendida. ¿Quién se creía que era? -¿Puedo preguntar cuántos años tenéis, mu... señorita? -Dijo rectificando a tiempo.
-Es de mala educación preguntar la edad de una dama. ¿No lo sabías? -Respondió ella con una tranquila sonrisa, mitad burlona y mitad amable.
-Me disculpo pues. -Contestó el ninja. Poco a poco, mientras ella recogía sus cosas, su tranquilidad iba en aumento. Empezaba a estar en armonía con su misión, y aunque no lo denotaba su expresión, si se notaba en el ambiente. -¿Habéis desayunado ya?
-No, no todavía. -Tomó su libro de hechizos y lo guardó en el zurrón junto a todo lo demás, y lo cerró con fuerza. -Realmente, me desperté escasamente una hora antes de que llegaras, y me puse a preparar mis cosas antes de irnos al Templo. ¿Quieres acompañarme?

"Estoy obligado a ello", pensó Kahad, pero algo le hizo fruncir el ceño.

-Por supuesto. Sin embargo, no iremos inmediatamente al Templo.
-¿Por qué no?
-La reina ha dicho que debemos ir después de mediodía, al término de la hora de comer.
-¿Todavía habré de esperar más? -La voz decepcionada de Ember hizo que Kahad levantara una ceja. -¿Y qué se supone que debo hacer hasta entonces?
-Primero, sugiero que vayamos a almorzar al comedor principal, y después ya lo decidirá.
-Está bien... -Suspiró ella colgándose el zurrón al hombro. -Vayamos pues... tengo bastante hambre.

La maga negra se dirigió a la puerta mientras que el ninja se apartaba para dejarle pasar, y salió este último casi pegado a sus talones, cerrando la puerta a su espalda. Empezaron a caminar, primero ella delante de él, ofuscada por su malestar, hasta que se le acabó el pasillo y descubrió que no sabía por dónde debía ir. Ahí fue donde Kahad tomó el relevo y la guió hasta el comedor principal. Curiosamente, en el mismo se encontraban, a parte de algunas personas más, el general dragontino y los dos monarcas, que no disimularon su mirada hacia la pareja que acababa de entrar y se dirigían hacia ellos.

-¿Por qué debo esperar hasta después de comer? -Dijo sin rodeos Emberlei colocando sus manos sobre la mesa.
-Buenos días, muchacha. Me alegro de que hayas despertado con tanta energía el día de hoy. -Contestó ignorando a la chica el rey Edward. -Podrías almorzar con nosotros en vez de gritar como un enano criado en la selva.
-No he gritado, majestad. -Respondió ella mirándolo, intentando disimular su frustración hacia esas personas. -Pero no entiendo por qué, si he tenido que esperar todo un día para poder ir al templo, debo esperar más.

El rey suspiró y miró a Kain con una mirada de exasperación.

-Me has traído a alguien muy gritón.
-Lo sé Edge, y lo siento. -El baroniano parecía estar mucho menos tenso que cuando estuvieron en la sala de reuniones, y se dirigió a Ember. -Siéntate y almuerza con nosotros.
-No quiero almorzar, quiero ir al templo. -La voz de la maga negra parecía estar teñida de nerviosismo, a la vez de un tono bastante infantil.
-Siéntate. -La orden de la reina fue dada con tal fuerza en la voz que hasta el propio Kahad se sorprendió y estuvo tentado de obedecer. La chica, por su parte, le hizo caso. -No puedes pensar que puedes ir por un pasaje secreto así porque sí. ¿Verdad? Hay que preparar papeles y avisar a los guardianes y sacerdotes.
-¿Y no se pudo hacer el día de ayer?
-¿Qué te hace pensar que no se hizo? -Dijo la mujer perdiendo la sonrisa.

La contestación de la reina hizo que Ember se quedara callada y mirara a la comida que había en la mesa. Su hambre atacó de nuevo, y tomó algo de fruta para empezar a morder con educación, aunque su vista se quedó fija en el plato frente a ella.

-Eso está mejor. -Replicó el rey Edward. -Has de saber, niña, que no eres la única que busca algo en el templo, y por lo tanto hay que avisar de tu visita a los sacerdotes.

La palabra "niña" resonó con fuerza en su mente, pero lo que el rey le dijo fue algo más extraño. Miró al señor de los shinobis.

-¿Qué queréis decir con que "no soy la única"?
-Eso es información confidencial. -Contestó Kain antes que Edward. La chica lo miró a él. -No podemos darte más información de la que ya dispones. Por eso mismo has de esperar.
-Mientras, tómatelo con calma. -Dijo Rydia. -Come adecuadamente para tener energías. Tú también, Kagenui. Siéntate junto a tu protegida y come.

Emberlei se quedó quieta mientras terminaba de masticar, y se sintió tentada de irse en ese momento dejándolos solos, pero en ese momento fueron los reyes quienes se alzaban mientras el joven ninja hacía lo contrario. Kain se quedó sentado.

-Nosotros nos ausentamos. -Explicó Edward, más para Kain que para Ember. -Todavía tenemos que preparar los documentos para Cecil, me gustaría que a media mañana te pasaras por el despacho.
-Por supuesto Edge... quiero decir, rey Edward. -Contestó el general dragontino. Los ojos del monarca parecieron sonreír.
-Oh, vamos, nos conocemos desde hace demasiado para que me llames así. -Le puso la mano encima del hombro cubierto por la armadura y se marchó. La reina miró a la maga negra.
-Obedece. -La palabra de esa mujer parecían estar respaldadas por la fuerza de su cargo y de su sabiduría. -Después de comer, podréis partir hacia el templo.
-Sí, majestad... -Contestó ella con una carga llena de resentimiento y cansancio. La mujer, si se dio aludida, no lo denotó y se marchó dándole un beso en la mejilla a Kain.

Kahad, que no había perdido ni un solo detalle de la conversación, se hacía varias preguntas. ¿Por qué tanto revuelo por ir al Templo del Mar Eterno? Que él supiera, cualquiera puede ir al templo a rezarle al guardián en barco o por el pasaje secreto bajo la ciudad... Aunque recordaba que últimamente habían habido muchas dificultades para ir y venir. Nadie sabe la razón, pero desde una semana atrás aproximadamente habían colocado varios guardias extras tanto en el puerto como en la entrada al pasadizo subterráneo. Miró como el dragontino comía sin demostrar nerviosismo y como Emberlei ardía por dentro en una extraña furia animal.

Suspiró pensando en lo difícil que sería lidiar con esa muchacha.

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-Es por aquí.

Después del mediodía, Ember no había querido esperar más y había convencido a Kahad de que la llevara hacia el tiempo sin más dilación. El joven ninja, sin demostrar sus pensamientos, la llevó por las calles de Eblan, sorteando gente bailando y llegando hasta un pequeño templo erigido a Mateus, Diosa de los Humanos, del Agua y el Mar. Era una casa echa de piedra, no muy grande, pero lo suficiente para que pudieran entrar una treintena de personas, que eran las que en el interior no estaban. Sin embargo, Emberlei pudo comprobar la hermosura que demostraba la gran estatua de la diosa humana en el centro de la gran sala y los hermosos tapices azulados que colgaban a los lados de las pequeñas ventanas de los costados. Al fondo se podía ver como un hombre mayor ataviado con una túnica de la Señora del Agua, donde predominaba el azul y el blanco, les hacía señas con la mano para que se acercaran. Caminaron al lado de varias filas de asientos vacíos hasta estar detrás del altar junto al sacerdote. Kahad y él intercambiaron unas pocas palabras mientras Emberlei miraba la gran estatua que presidía la estancia.

-Señorita, por aquí.

La voz del ninja hizo que diera un pequeño respingo y se girara a él, y se encontró con una trampilla abierta bajo la alfombra donde debería estar el sacerdote. Al mostrársela Kahad se pudo sentir un fuerte olor a mar y tierra.

-Esta es la ruta más rápida y directa. -Explicó el ninja mientras bajaba por la escalera de mano. -Hay otras rutas, pero esta es la más veloz de todas, además de la más segura. Déme un segundo para comprobar que todo está bien.

Mientras ella asentía el ninja bajó por las escaleras completamente. Echó un vistazo al largo túnel usando sus ojos entrenados para la oscuridad que ahí reinaba para vigilar la lejanía. Podía ver el camino oscurecido y varias antorchas colocadas a los lados, todas apagadas impidiendo la visibilidad. Asintió y miró hacia arriba.

-Puede bajar.

Mientras Ember bajaba por la escalerilla echa de cuerda, Kahad tomó una de las antorchas apagadas y se había colocado en el suelo, sacando un yesquero para hacer fuego. Enfadado, sintió que la chica se colocaba a su lado mientras él aún no había conseguido encender la llama.

-No creo que podáis ver nada... -Comentó él mirando desde el suelo hacia el fondo oscuro. Suspiró sintiendo el olor de la tierra en el túnel. -Hay muy poca luz para unos ojos normales.
-Mis ojos no son normales. -Contestó ella, pero aun asi tenía dificultades para tomar la antorcha que Kahad no había podido encender y puso una mano sobre la tela. -Piro... -El murmullo fue acompañado de una chispa en llamas que hizo encender el trapo aceitoso alrededor de la madera. La luz hizo que ambos cerraran un poco los ojos. Cuando Kahad se levantó ella lo miró con una sonrisa casi infantil. -¿Vamos?

Él asintió tomando otra antorcha y encendiéndola con la de Ember, y comenzaron a caminar guiándola por el estrecho pasillo que se extendía hacia las profundidades. Veinte o treinta metros más allá el camino se ensanchaba, así que pudieron caminar uno al lado del otro, con Kahad dando indicaciones para evitar que se perdieran. Llegaron a un punto en el que empezaron a descender por escaleras grabadas en la piedra, sintiendo frescor en las paredes y en el ambiente. No había viento ni ráfagas de aire, pero el ambiente era más frío. No habían pasado ni treinta minutos desde que bajaron allí abajo.

-Debemos estar ya a medio camino... -Comentó el ninja y, en un arrebato de simpatía, añadió. -Sobre nuestras cabezas tenemos estas piedras y, después, el mar del norte... ¿No resulta emocionante?
-Supongo... -Respondió ella algo distraída mientras caminaba observando todo fugazmente y palpando de vez en cuando las paredes. -Aquí la energía mágica es fuerte... Se nota simplemente tocando la piedra. ¿Acaso la reina intervino en la construcción de los túneles?
-A medias... -Contestó él. -En algunos túneles de Eblan si ha contribuido, pero este es el más antiguo, estaba ya incluso desde antes de la Guerra de las Sombras. Creo que se podía acceder al templo desde aquí en la antigüedad. Por lo que me han comentado los maestros, se hizo con la ayuda de algunos Eidolones... Puede que Titán. Por eso no se nos cae todo encima... Aunque también podrían haberlo hecho los enanos... o enanos invocadores, que es la idea más extendida. Está todo envuelto en un gran misterio que a día de hoy usamos nosotros en nuestro beneficio.
-Es magnífico... -Esas fueron las únicas palabras de la chica.

Siguieron caminando en silencio, en esta ocasión en línea recta sin tener que descender más. Todo fue sencillo, sin cambios ni sorpresas. Era casi aburrido para ella, de no ser por la emoción que tenía de encontrarse cada vez más cerca del llamado Maestro de los Eidolones, al que adoraban casi como un rey... Aunque no lo fuera legítimamente. Las leyendas decían que, cuando Bahamut, el dios que dio vida al mundo, o al menos a los eidolones, creó a los seres vivos, dejó al cargo de estos poderosos espíritus al gran Leviathán para mantener un orden mientras él vivía en Ragnarok, la luna. Ella no creía en esas cosas, después de todo... son solo leyendas, y hasta dudaba de la veracidad con la que se hablaba de los propios dioses, algo que ella pensaba que eran simples cúmulos de maná, o hasta espers muy poderosos.

Continuaban caminando. Debían de llevar más de una hora, siempre con el mismo paisaje: Roca de color gris oscuro, lisa, sin grabado alguno, fría al tacto y viendo el vaho de sus alientos frente a ellos. Sin embargo, el tedio que sentía aumentaba en proporción a la emoción que igualmente subía. La única distracción era el cambio de antorchas por el uso y desgaste. Lo hacían todo en silencio. Sin nada que decirse.

¿Qué pensaba hacer cuando llegaran al templo? Quería hablar con Leviathán. ¡Tenía que hablar con Leviathán! Pero no sería capaz de mencionarlo en voz alta estando Kahad delante... ¿Qué hacer con él, pues? ¿Echarlo? No, quizás... Quizás, seguramente...

-Te ruego que me dejes la batalla a mí, chiquillo. -Le dijo ella a su acompañante.
-Eso es imposible. -La negativa fue inmediata, casi con un bufido de parte del ninja. -Mis órdenes son acompañaros y protegeros, y eso haré.
-Entonces me dejarás hablar a solas con el Maestro antes del combate. -Insistió ella testaruda.
-También es imposible. Pero puedo estar alejado de usted si necesita privacidad.
-¡Pero...!
-Mis órdenes son absolutas. -El tono que usaba hacía muy difícil creer que momentos antes hubiera sido amable. Se detuvo frente a una escalerilla de piedra. -Hemos llegado.

La chica de cabello violeta se dio cuenta de que la piedra de la escalerilla era de color azul claro. La subieron con cuidado, en silencio, apenas escuchando el ruido sordo de sus pies al tocar la piedra. Al final de los escalones había una plataforma y una escalera más echa esta vez de cuerda. Miraron hacia arriba y vieron una trampilla de madera. Kahad dejó la antorcha en el suelo y subió hasta ella, y la abrió con su hombro. La chica pudo escuchar como el ninja hablaba con alguien mientras se perdía en el borde de la entrada.

-Bienvenido.
-Gracias. -La voz de su guardián se escuchó con claridad. -Vengo junto a la muchacha.
-Os esperábamos. Dígale que suba por favor.

En cuanto escuchó la frase, Ember soltó la antorcha sin miramientos y comenzó a subir con dificultad. Vio la mano de Kahad y su rostro para ayudarla a subir, y una vez arriba pudo ver el color azul claro que predominaba en la estancia. Aquel templo tenía el aspecto de un gran castillo de Wutai o de Doma, muy oriental, con los colores blancos y azules siendo los líderes entre los tonos. Dio un respingo cuando la trampilla se cerró de golpe, y mirando hacia ella pudo ver a un niño con ropas azules.

-Bienvenida. -La voz de un hombre mayor vino desde detrás de la chica, y al girarse pudo ver un hombre adulto, de cabello blanco y ropajes iguales a los del crío. -Espero que el viaje hasta aquí no haya sido muy pesado.
-Simplemente quiero encontrarme con el Maestro. -Explicó ella limpiándose la ropa de restos de polvo. -He tenido que esperar demasiado y quiero verle ya.

Kahad suspiró ante las malas formas de Emberlei. Era cierto que el camino había sido tedioso, pero la educación parecía no ser el punto fuerte de la muchacha. El ninja, mientras la chica terminaba de limpiarse, miró el templo desde donde estaba. Parecía que habría sido construido por gente de Doma, pues su arquitectura se asemejaba mucho, pero parecía muy antigua, como si no hubiera recibido ningún tipo de arreglo, pero no parecía necesitarlo. Las paredes blancas, y el suelo de madera lacado en azul celeste daban al lugar un aspecto de paz y serenidad que hacía pensar que era un lugar más cercano a simplemente rezar y estudiar, que no un lugar para proteger un Cristal Sagrado. El ambiente era frío, y desde las ventanas entraba una fuerte luz blanca que hacía relucir aún más el lugar. El sitio donde aparecieron, un simple estudio con una mesa y unas cuantas estanterías, estaba impoluto, y la puerta de madera corredera estaba medio abierta, mostrando un largo pasillo.

-Entiendo que esté ansiosa por conocer al Guardián. -Dijo el hombre mayor haciendo que la vista de Kahad volviera al sacerdote. -Pero debíamos hacer los preparativos.
-Me han dicho que hay alguien más pensando en venir al templo. -La voz de Ember fue pausada, respetuosa esta vez, ahora que ya estaba segura de que estaba limpia. -Pero creo que los invocadores deberíamos tener prioridad sobre otros visitantes menos importantes.
-En otra ocasión se había hecho que los Invocadores pudieran formar pactos mientras la gente miraba la batalla. -El sacerdote empezó a caminar hacia el corredor. La pareja lo siguió de cerca, viendo que en el pasillo habían grandes tapices hechos de hilos azules y blancos con símbolos del mar y del Guardián del Templo. -Sin embargo, el Guardián Leviathán ha dicho que los visitantes son personas a quien él espera ansioso.
-¿El Maestro los espera? ¿Acaso son invocadores?

El sacerdote suspiró con una sonrisa mientras que Kahad adivinaba lo que pensaba. "El ego de esa muchacha era tan alto como las montañas de Nibel". Por su parte, Emberlei solo pensaba en una cosa: El Maestro. Estaba a escasos metros y quería llegar cuanto antes, y no quería que le molestaran con visitantes no bienvenidos. Debía ser algo solemne, sagrado... y quería saber dónde estaba él.

Se quedaron quietos frente a una gran puerta de un intenso azul, con adornos muy bellos de barcos, olas y delfines, sin ningún tipo de picaporte para entrar. Un sudor frío y nervioso le cubrió el cuerpo, haciendo que se secara la frente con la manga. Dio un paso para empujar la puerta, pero Kahad la detuvo con una mano mientras el sacerdote colocó una de las suyas sobre la gran superficie y empezó a recitar unas palabras en voz muy baja. Las puertas se abrieron en doble hoja, mostrando una gran sala que parecía ser el centro de todo el templo.

La pareja caminó hacia el interior de esta nueva sala, cerrándose la puerta detrás de ellos con un fuerte estruendo. El ninja se quedó frente a las puertas observando el lugar mientras ella caminaba. La sala era enorme, cuadrada y abierta al cielo, con una piscina en el centro del suelo llena de agua. A los lados se podían ven dos caminos que se elevaban en curva a ambos lados de la piscina, alejados de ella y que llegaban hasta el gran prisma azulado que giraba levitando en el aire. El ninja posó sus ojos en el cristal maravillado... No había entrado nunca a la sala del cristal y se sentía abrumado por la enorme energía que podía sentir en el ambiente.

Por su parte, la chica se sentía más nerviosa que nunca en su vida. Cada paso que daba escuchaba como el eco se lo devolvía. Miró hacia todos los lados, intentando evitar el cristal, pero sintiendo sus reflejos de vez en cuando. Se acercó a la piscina para mirar dentro, por si estaba el Guardián, pero lo único que pudo ver era un gran fondo marino y un paso submarino que se perdía en uno de los lados del azul oceánico. "Este camino debe de ser para que venga hasta aquí..." pensó Ember mientras miraba fijamente las rocas azul grisácea. Intentó ver las escamas de la gran serpiente marina, pero no había nada que se moviera, ni siquiera peces, estaba vacía... y el agua restaba tranquila.

-¿Maestro...? -Llamó con timidez, mirando más de cerca el agua.

Se colocó de rodillas, con las manos en el suelo para mirar con más detalle, pero se levantó en el momento en que empezó a sentir las vibraciones en sus palmas. Se apartó un poco algo asustada, pero cuando el agua empezó a ondular con fuerza se giró y salió corriendo hacia donde estaba Kahad, el cual empezó a correr hacia ella. Un estallido desde la piscina los salpicó a los dos de agua, haciendo que ella cayera encima de su protector. Cuando abrieron los ojos, pudieron ver a un anciano, llevando unas ropas muy parecidas a las de sus sacerdotes, un sombrero simple en la cabeza, y con una larga barba blanca que casi llegaba hasta el suelo. Sonrió afablemente mientras Emberlei se apartaba y empujaba levemente al ninja para que la dejara a solas.

-Maestro... -Repitió ella con temor, haciendo una reverencia.
-Pequeña. ¿Qué deseas para venir a perturbar mi sueño? -Indagó él con una voz profunda como el mar.
-Maestro Leviathán... -Volvió a decir, levantando el rostro para mirar los ojos azulados de aquel ser. -Tengo dos peticiones... ¿Me es lícito presentarlas?
-Habla mi niña.
-El primero es simple... Deseo hacer un pacto de invocación con vos.
-Ah, muy directa, muy directa... -El anciano sonrió más ampliamente. -No me esperaba esto, pues mi agenda estaba preparada para otra cosa... Pero sabes que para ello primero debo probar tus fuerzas. ¿Vas a tener el valor de enfrentarte a mi tú sola?
-No... -Terció ella. -Pero hay algo que quiero saber antes de la prueba. -Hizo una pausa para ordenar sus ideas. El temblor de sus manos ya no era por el frío del agua, y un escalofrío nervioso le recorrió la columna. -¿Podéis decirme, vos que conocéis a cada criatura que haya estado bajo las aguas y sobre ellas... cómo hallar a mi padre?
-¿Solo eso? Es algo muy fácil. -Respondió él entre risas. -Pero igualmente, para que te lo diga primero tendrás que pasar la prueba. ¿Aceptas?

Kahad se acercó corriendo y se colocó entre ella y el anciano, con su katana en la mano derecha y su daga ondulada en la mano izquierda. Ella se limitó a asentir y tomó el báculo a su espalda, preparada para la batalla.

-Muy bien pues.

El anciano, después de hablar, soltó un destello, y el agua a su alrededor lo envolvió para alzarlo en el aire con una columna del cristalino líquido, y cayó en la piscina de la que había salido. No había movimiento hasta que un nuevo temblor los hizo ponerse en guardia, y un nuevo estallido surgió de la obertura acuática, mostrando a una enorme serpiente de escamas cerúleas recubriéndole todo el cuerpo, con unas crines reptilianas en lo que sería el lomo, y dos grandes alas donde deberían ir los brazos. La cabeza, con dos grandes cuernos azules, parecía estar acorazada en su frente y en su pico, y unas fuertes escamas mucho más gruesas en lo que sería la nuca. Su altura no podría ser sabida, pues parte del cuerpo no había salido del agua todavía, pero los cinco metros eran superados sin problemas. Ambos, en contra de su voluntad, temblaron al ver semejante ser.

-¡Empecemos! -Rugió el Guardián del Mar Eterno.

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El barco volador sobrevolaba a gran altura la ciudad pesquera de Tule. La zona noreste del continente tenía fama de ser fría en ambiente pero con buenas cosechas en las tierras. Pero lo más famoso de Tule no eran sus cosechas, pues daban una de las mejores cervezas del mundo, si no por la calidad del pescado conseguido por sus pescadores, conocedores de las aguas cercanas al Templo del Mar Eterno. Muchas ciudades pedían a la ciudad existencias de pescado y cerveza, junto a algunos pedidos de armas por sus forjadores. Era una ciudad pequeña pero fructífera.

Desde la cubierta del barco, Onizuka miraba como descendían mientras Dreighart jugaba una partida de cartas con Ylenia, con Ankar como observador. Ya estaban listos, con sus armas al cinto y sus zurrones colgados, y haber llegado a media mañana les daba tiempo para poder prepararse para el camino que estaban a punto de recorrer.

-Tengo la impresión de que haces trampas... -Dijo Ylenia perdiendo la partida, pero sin perder cartas. Al ser novata le dijo al chico que no quería perder sus pocos ejemplares del juego.
-¿Trampas? ¿Yo? Por favor, eso me ofende. -Contestó Dreighart recogiendo sus cartones, pero se quedó pálido cuando Ankar sacó una carta de la capucha de su capa.
-¿De formación profesional? -Preguntó el albino sonriendo y dejando la carta en el suelo. La mirada de Ylenia era de fría furia.
-Oh, vamos, no te enfades. A partir de ahora también verás si hacen trampas. -El peliazul guardó su baraja y se levantó con rapidez.

La chica suspiró y también se levantó, dejando en su zurrón la suya propia. A fin de cuentas, había aprendido bastante en esas horas jugando con el ladrón, y pudo observar como Ankar y Onizuka practicaban entre ellos cuando no habían monstruos a la vista. En las escaramuzas que hicieron con los animales se sorprendió, pero se dio cuenta de cuanta disciplina había en ellos dos al entrenar juntos. Se mordió el labio cuando los vio y le hizo perder una partida al pensar si alguna vez podría pedirles practicar junto a ellos.

Un fuerte viento hizo que sus cabellos se revolotearan mientras caminaban hacia las bodegas. Dreighart se ató el cabello y pudo ver perfectamente el parche del ojo del samurai, y también la cara impertérrita del dragontino ante el aire en el rostro.

-¿Qué te pasó en el ojo, Onizuka? -Preguntó el peliazul cuando ya estaban junto a sus animales.
-¿En el ojo? -Repitió el pelirrojo, y se rascó el parche. -Oh. ¿Te refieres a este? Nada, no te preocupes.
-¿Te lo sacaron con una cuchara? -Preguntó ahora Ylenia con una sonrisa.
-Que no, que lo tengo perfectamente. Estamos pesaditos. ¿Eh? -Onizuka cargó su zurrón en las alforjas de Highwind.
-Pero una persona normal no lleva un parche solo porque quiere. -El ladrón tomó las riendas de su chocobo y el de Ankar y comenzaron a caminar, siguiendo al dorado de la guerrera.
-Simplemente, lo lleva para fardar. -Contestó el albino sonriendo.
-¡Ahí las dao! -Gritó con una carcajada Onizuka caminando sin tomar las riendas de su chocobo. Este parecía no necesitar alguien que lo llevara.
-No le vas a sacar nada. -Ylenia miró hacia delante cuando el sonido del aire se hizo más fuerte por la zona externa. Miró por uno de los ojos de buey que había en las paredes y pudo ver como estaban cerca del suelo. -Vamos a aterrizar.

Se quedaron quietos esperando cualquier movimiento brusco, pensando que el golpe podría ser fuerte si se perdía el control. Pero tan solo sintieron una leve presión hacia abajo al mismo tiempo que escuchaban pararse los motores de la aeronave. Todavía tuvieron que esperar unos minutos más hasta que se acercó el capitán Wisdom para hablarles.

-Bueno amigos, este es el fin del trayecto. -Explicó riendo el hombre mientras estrechaba la mano de Ankar. -Gracias por ayudarnos a despachar aquellos monstruos, y los que vinieron luego.
-Un placer ayudar, capitán Wisdom. -Contestó Ankar con una sonrisa. -¿Puedo dejar en sus manos el informar sobre ese ataque?
-Cuenta conmigo para ello. Espero que vuestra misión aquí os sea fructífera.
-Muchas gracias señor. Que Mateus vele por usted, y que Goddess ilumine su camino. -Dijo el albino al soltarse mientras la rampa de la nave empezaba a abrirse.
-Que Ragnarok sople los vientos de la fortuna para tu viaje, amigo.

Un golpe seco hizo que todos miraran hacia el exterior y comenzaron a bajar con paso decidido. Ankar tomó las riendas de su chocobo y los dirigió a todos hacia el establo del ejército donde habían desembarcado. El puerto aéreo de la armada era pequeño, pues a parte del Sueño Santo solo había una única aeronave más siendo cargada con grandes sacos. Sin embargo el establo era igual que todos. La guardia colocada ahí tomó las riendas de todos los animales, mientras que otro hombre, sentado en una mesa, tomaba los datos de la división del dragontino y los ponía juntos para no perderlos.

-Estarán bien cuidados aquí. -Explicó el hombre frente a la mirada inquisitiva de la guerrera. Se dirigió a ella. -El ejemplar dorado es vuestro. ¿Verdad?
-Así es.
-¿Es macho o hembra?
-Es hembra. -Extrañada, miró a su chocobo. -¿Por qué la pregunta? ¿Le ve algo raro?
-Oh, no, el motivo de mi pregunta es que es extraño encontrarse con ejemplares así, y si fuera macho podríamos intentar que se apareara con alguna de nuestros mejores chocobos. Pero siendo hembra no podemos.
-El chocobo blanco es macho. -Soltó Onizuka con una sonrisa apartando un poco a Ankar. -Y creo que ese pelaje también es bastante raro.
-La verdad es que si... ¿Le importaría que lo emparejáramos con alguna de nuestras hembras?
-Hacedlo con todas las que queráis. Que se divierta el cabrito. -Contestó riendo el pelirrojo.

Después de dejar cierto pago y pedir direcciones, el grupo se dirigió a la ciudad en sí. El olor a mar era fuerte, pero también había en el ambiente cierto olor a cebada y, por supuesto, a cerveza. Cuando entraron a la ciudad pudieron ver su arquitectura, regia y pedregosa, casi sin maderas visibles en las paredes salvo las puertas. Las casas eran bastante grandes, y el puerto daba cabida a más de quince navíos, casi todos pesqueros. El suelo, empedrado como el de Baron, hacía resonar los pasos de las botas de todos, pero era amortiguado por la fuerte música que venía de la plaza portuaria.

-Parece que aquí también están aún de celebraciones. -La observación de Ylenia fue confirmada cuando giraron una esquina.

En la plaza del puerto podían ver a muchos juglares cantando mientras que miembros de la ciudad bailaban, bebían cerveza y reían. Los rasgos de Tule eran duros, morenos y con cabellos pelirrojos, aunque no del tono que tenía Onizuka. Las barbas largas predominaban en los hombres y los enanos, mientras que las pecas en las mejillas y las trenzas pelirrojas destacaban entre las mujeres de ambas razas.

Caminaron hasta una de las tabernas, coronada la puerta de esta con el letrero de "La Brisa Marina", y entraron en ella. Estaba atestada, con olor a pescado cocinado y cerveza en el ambiente y una clientela bastante diversa. Pudieron hacerse paso hasta llegar a una mesa cuadrada donde podían sentarse los cuatro, y cuando ya estaban cómodos llegó hasta ellos una muchacha con un delantal blanco y una falda muy corta, de cabellos trenzados pelirrojos y pocas pecas en su sonriente rostro.

-Bienvenidos. ¿Qué van a pedir?
-¿Cuál es el plato del día? -Preguntó sonriente Onizuka, que era el más cercano.
-Hoy tenemos pescado al ajillo de primero y sopa de gallina de segundo. -Contestó ella sacando un lápiz y unos cuantos papeles.
-¡Pescado no! -El grito telepático de Ankar salió sin control de su mente, haciendo que lo escucharan hasta los más borrachos. Se puso algo colorado e hizo como que buscaba algo en su zurrón.
-¿Por qué...?
-No le gustan las espinas del pescado. -Cortó Onizuka al ladrón entre risas. -Un plato del día para todos, y cámbiale el pescado al ajillo por alguna otra cosa. Seguro que tienes algo por ahí, preciosa.
-Claro.

La chica se marchó contorneando las caderas entre la gente, y la mirada del pelirrojo la siguió durante largo rato, hasta que desapareció detrás del mostrador. Después miró a Ylenia, la cual se sentó a su lado, y giró un poco la cabeza.

-¿Qué miras, samurái de los...? -La voz de Ylenia se detuvo ante una mirada de Ankar.
-No os peleéis aquí, por favor. Suficiente bochorno hemos tenido ya.
-Díselo a ella, que es una rabiosa.
-Serás...

Pero, de nuevo, no acabó, ya que la camarera trajo casi enseguida tres platos con un pescado sazonado y verdoso y un cuarto plato con huevos, tocino y patatas fritas, junto a un cestito con pan. El albino tomó un trozo del capazo mientras Dreighart empezaba a cortar su comida.

-Después tenemos que ir a ver si encontramos a alguien que nos quiera llevar al templo. -Comentó el peliazul mientras se llevaba un trozo de pescado a la boca.
-Sí, aunque no creo que sea un gran problema. -Balbuceó Onizuka con la boca llena de pan y pescado.
-¿Y eso por qué? -Dijo Dreighart viendo como tragaba su compañero.
-Estamos en un pueblo de pescadores. ¿Crees que nos dirán que no?
-Sí.

Ante la respuesta rotunda del ladrón, Ylenia soltó una pequeña risa mientras Onizuka le apuntó con el cuchillo.

-Me parece que me he expresado mal. ¿Crees que me dirán que no? -Dijo esta vez con un tono amenazante el pelirrojo.
-¿Ves? Ahí te voy a dar la razón.

Entre risas y preguntas, el grupo terminó el primer plato, y cuando ya regresó la camarera para traer el caldo de gallina, Ankar le hizo una señal para que le atendiera.

-Disculpa. ¿Conoces a algún pescador que nos quiera llevar al Templo del Mar Eterno?
-Por supuesto. Dadme unos minutos y os traeré a alguien.

La chica se marchó detrás de la barra con premura, y volvió de nuevo seguida de un joven también pecoso y pelirrojo, no más alto que Ylenia, vestido con ropas de cuero y un pequeño cuchillo al cinturón junto una pequeña bolsa, el cual tomó una silla y se sentó entre Dreighart y el dragontino.

-Me ha dicho mi hermana que necesitáis llegar al templo.
-Así es. -Contestó el albino mientras se llevaba a los labios la sopa caliente. -¿Puedes llevarnos?
-Claro hombre, pero mi barco es algo pequeño. Cabremos todos, de eso no hay duda, pero iremos un poco apretados. -Le explicó el chico. -Pero claro... tengo que pediros algo. Yo no soy un buen samaritano, y...

Ankar sacó una pequeña bolsa de su zurrón y se la dejó en la mesa frente a él.

-No estaba en nuestros planes sobornar a un barquero. -Repuso Ylenia algo contrariada mientras miraba como el joven contaba los giles de la bolsa.
-No lo soborno. -Se defendió dolido el dragontino. -Solo estamos alquilando su barca para que nos lleve.

El joven asintió satisfecho al terminar de contar, se guardó la bolsa en un bolsillo y se levantó de su asiento. Sonriendo miró a Ankar.

-Cuando terminéis, venid al puerto y os llevaré hasta allí.

Pasó por detrás del ladrón, pero la mano de Onizuka le detuvo sujetándole de la ropa y obligándole a mirarle. Su ojo visible parecía brillar malignamente.

-Solo para que lo tengas en mente, no somos nobles estúpidos a los que puedes robar y matar, o a la inversa. -La voz del samurái era helada y llena de significado. -Así que no se te ocurra pensar que con cuatro o cinco matones podrás darnos una paliza y quitarnos nuestras pertenencias. ¿Queda claro?

Con mirada seria y algo atemorizada, el chico asintió y, al soltarse del pelirrojo, se fue de la taberna.

-Gran actuación. -Dijo después de silbar admirado el peliazul. Onizuka se giró a él y sonriendo, extendió la mano.
-Tú tampoco eres manco. Sácala.

Extrañado, el ratero suspiró y sacó de su bolsillo la bolsita que había sido el pago para el barquero, lanzándosela al dragontino y tomándola este al vuelo.

-No hay que desperdiciar mucho el dinero. -Replicó como si fuera un gran sabio Dreighart. -Cuando se dé cuenta, pensará que le han robado por la calle.
-Eres un ladrón... -Soltó con un bufico Ylenia.
-La última vez que me miré al espejo no, no lo era... y no lo soy ahora. Soy un cazador de tesoros. -Contestó él riendo.

Siguieron comiendo, hasta que terminó Ankar y los miró a todos.

-Creo que deberíamos aprovisionarnos antes de ir al templo.
-¿Provisiones cómo cuáles? -Preguntó la guerrera.
-Pociones de todo tipo, por ejemplo. -Explicó el ladrón.
-¿Sabes quién es el Guardián, o tendremos una sorpresita de nuevo? -Preguntó Onizuka mientras terminaba un trozo de pan.
-Me explicaron hace tiempo de que el Guardián del Mar Eterno era Leviathán, rey de los Espers. -Dijo Ankar serio. Parecía que sus pensamientos solo lo escuchaban ellos. -Las leyendas explican que es una grandiosa serpiente marina.
-No creo que sea tan difícil como aquel cabrón de Ifrit en el Fuego Eterno. -Riendo, Onizuka le pasó el brazo sobre el hombro a Dreighart y le dio unos golpecitos. -Le dimos una buena paliza. ¿Verdad Dreight?
-¿Alguno de vosotros es un invocador, por alguna casualidad...? -Preguntó Ylenia, con cara impasible pero algo más pálida de lo habitual.
-No, ninguno. -Explicó el ladrón mirándola. -No te ofendas, pero pareces algo más pálida de lo normal. ¿Te encuentras bien?

Ylenia ignoró la pregunta de su compañero, aunque su palidez se acentuó todavía más. Tragó saliva y habló.

-¿Podéis explicarme entonces la razón de que os hayáis enfrentado a un Guardián de Cristal... y ahora queráis hacerlo de nuevo? -Miró fija y fríamente a Ankar, el cual restaba tranquilo mirándola.
-Es verdad. No me dijisteis lo que os dijo el rey Cecil. -Comentó también el ladrón un poco extrañado ahora liberado del abrazo del pelirrojo. -¿Por qué es tan importante?

Ankar dejó su cuchara en el plato y los miró. Suspiró.

-La razón, Ylenia, Dreighart, es bien sencilla. Hemos sido enviados por el rey Cecil de Baron a... destruir los Cristales Elementales, para poder reemplazarlos por unos nuevos y más jóvenes. -Miró serio a la guerrera. -Es una misión peligrosa, pero los Guardianes están al corriente... al menos Ifrit nos dio a entender eso. Y se lo que estás pensando, pues yo también lo pensé en su momento. No quieres convertirte en una criminal al atacar los Cristales... La verdad es que no somos criminales. -Le enseñó de nuevo el anillo de bronce de Baron que lucía en su mano. -Esto lo demuestra.
-Yo estuve con él cuando nos explicaron la misión. -Dijo entonces Onizuka en voz baja y muy serio. -Realmente es importante hacer este cambio. Hasta un loco como yo puede saber eso.

La chica se mantuvo con una cara impasible, hasta que al final se mordió el labio en ese gesto suyo tan característico, y se levantó de la mesa. Los miró seriamente.

-Necesito un momento para pensar...
-En veinte minutos iremos al puerto, todos juntos. -Dijo Ankar viendo como se empezaba a ir. Ella se detuvo y lo miró. -Si sigues en esto, procura estar puntual.

Ella tan solo asintió y se marchó, dejándolos solos. Los otros tres la vieron desaparecer.

-¿Nos dará problemas? -Preguntó extrañado Dreighart. -La verdad es que yo tampoco las tenía todas conmigo al principio, pero si es una misión del rey de Baron...
-No creo que nos vaya a dar problemas. -Dijo Ankar limpiándose la boca con la servilleta. -En esencia, no le mentí en ningún momento.
-¿Qué le dijiste?
-Que la contrataba para hacer una misión de investigación y lucha en los templos. -Ankar se levantó, los otros dos lo imitaron. -Y es exactamente lo que vamos a hacer.

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Ylenia caminaba deprisa en el puerto de la ciudad, mirando por todas partes después de haber salido de la taberna. Estaba enfadada, molesta con Ankar por el hecho de haberle ocultado información. ¿Enfrentarse a los Guardianes? ¿Destruir los Cristales? ¿En qué demonios estaba pensando el dragontino cuando aceptó esa misión? ¿Y cómo es posible que ella aceptara con tan pocas referencias?

Se sentó al borde del puerto, en un banco hecho de piedra. El frío que sentía en sus piernas y sus nalgas hacía que su mente se calmara y pensara con más claridad. Había llegado a confiar en ese grupo más de lo que le gustaba pensar, pero aún así no se esperaba esa puñalada. Pero... ¿Era realmente una puñalada? Ankar se lo dejó bien claro cuando se conocieron. Era una misión difícil, peligrosa, que había que investigar en los templos y luchar en ellos... En pocas palabras, le dijo la misión al completo... Pero sin decirle todo. Eso y nada era exactamente lo mismo.

Tomó una piedrecita que había en el banco y la tiró al agua, a lo lejos. ¿Era eso acaso una prueba que los dioses le mandaban? Confiar en ellos ahora significaba que debería luchar contra los seres más legendarios del mundo... ¿Y todo eso por cuánto? ¿Unos míseros giles? El rey de Baron podía quedarse su dinero, no quería estar en esa misión tan peligrosa.

Se recostó en el respaldo del banco y suspiró. No, no podía hacer eso, había dado su palabra y no era su costumbre romper sus contratos. Sabía por los rumores y lo que hablaban del rey Cecil que era un hombre sabio, fuerte de carácter que nunca toma decisiones apresuradas ni premeditadas. Había visto esa misma faceta en otros hombres que conoció en el pasado y no la habían decepcionado... ¿El rey Cecil lo haría?

Se dio cuenta de que estaba acariciando las cuentas de su pulsera otra vez. Maldito Ankar, le había pegado la manía de tocar aquella pulserita tan fastidiosa. La miró y pensó en el viaje hasta la ciudad. Aquella gente de extrañas ropas y más extraño lenguaje les habían atacado cuando se dirigían hacia el templo, y por alguna razón pensaba que estaba conectado de una manera que no llegaba a comprender. ¿Debía ir con ellos? ¿Luchar contra los Guardianes?

¿Por qué demonios estaba pensando tanto? Siempre había sabido que su vida no acabaría bien, así que... ¿Por qué no ayudar a alguien, aunque pareciera una misión suicida? Ellos la habían tratado como hacía mucho tiempo esperaba que la trataran, como una camarada. Y aunque no llevaba mucho tiempo, quería seguir sintiendo esa calidez que tienen los amigos.

Se levantó y miró al mar, y por primera vez en muchos años lanzó una plegaria.

-Mateus, señora de los humanos... Dame una señal... ¿Acaso esto es una prueba para poder expiar mis pecados...?

Se quedó callada, sabiendo que los dioses la habían abandonado mucho tiempo atrás... Se rio de sí misma, pensando en lo estúpida que era, y se giró en dirección a los establos a buscar su chocobo... "Alguien como yo no se merece ni siquiera la atención de los dioses." Pensó. Y entonces ocurrió, una gran ola saltó en su dirección, casi atrapándola. No la empapó por el simple hecho de que se apartó a tiempo, pero si llegó el agua hasta sus pies, los cuales miró como si no fueran suyos. Su rostro tomó una determinación nueva, y caminó hacia el pueblo. Tenía cosas que comprar si quería estar a la altura de las expectativas de sus compañeros... y de los dioses.

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Por su parte, el trío masculino se había encargado de vender las pieles de los lobos que habían intentado atacarles en el aire, y con una buena suma de dinero extra compraron varias pociones y objetos mágicos.

-Creo que esto nos servirá. -Decía Dreighart mientras observaba una piedra amarilla con forma de rayo al salir de la tienda. Llevaban los zurrones algo más llenos. -Siendo un ser de elemento Agua, el elemento Rayo será muy efectivo. Además, estaban rebajados.
-Eres un hacha buscando ofertas. ¿Cuántos hemos comprado? -Preguntó curioso Onizuka.
-Cuatro para cada uno... eso claro está, si Ylenia sigue en el grupo.
-¿Quién ha dicho que no seguía?

La voz de la guerrera los sorprendió a los tres y se giraron para verla. Llevaba un pequeño saquito que tintineaba al caminar, y se acercó a Ankar.

-Espero que no haya habido una cancelación del contrato.
-¿Por mi parte? En ningún momento he considerado que terminaras tu trabajo. -Comentó extrañado Ankar.
-Bien, porque quiero poner las cartas sobre la mesa. -La voz de Ylenia era decidida. -Seguiré con vosotros, lucharé contra los Guardianes, destruiré los cristales si así está estipulado... pero quiero toda la información que hayas obtenido del rey, sin reservas, sin secretos, sin omisiones... A cambio, mi vida y mi espada estarán a tu servicio.
-Me parece correcto. -Dijo el albino mientras empezaban a caminar todos en dirección al puerto. Los otros le siguieron. -A decir verdad, tampoco tuve toda la información cuando nos conocimos. Sin embargo os diré todo lo que se. -Miró a Dreighart. -Espero que tú puedas perdonarme también.
-¿Yo? ¿Perdonarte? No creo que hayas hecho nada en mi contra. -Contestó el ladrón haciendo un gesto con la mano para quitarle importancia. Metió la mano en su zurrón y sacó un puñado de piedras amarillas. -Toma Ylenia. -La guerrera lo miró extrañada. -Puede que te sean útiles en el templo. Lanzan hechizos eléctricos.

La mujer tomó los objetos y asintió, guardando las piedras. Antes de llegar al puerto habló.

-Conseguí unos cuantos objetos especiales. Han sido caros, pero valdrán la pena.
-¿Cómo cuáles?
-No recuerdo el nombre técnico, pero... -Sacó tres esferas azules del tamaño de una nuez y les dio una a cada uno. -Si se aprieta en la mano, tendremos un hechizo "anti-agua" durante un rato.
-Será perfecto. -El samurai la miró con una sonrisa en los labios. -Si es que eres una espabilada.

Bufó y reprimió sus ansias de golpearle pues estaban llegando a la barca del chico. La embarcación era pequeña, con un gran mástil central con una gran vela de color crema colgada en él, y en la parte de popa un timón bastante grueso. Tenía espacio suficiente para todos ellos.

-Bien... ¿Estamos listos señores? -Preguntó el joven.

Ante el asentimiento general, les hizo pasar para poder sentarse todos en los bancos. Mientras Dreighart e Ylenia se sentaban en proa, Ankar hablaba con el muchacho.

-Yo volveré después de dejarles. -Explicó el chico pelirrojo. -Puesto que no se cuánto tiempo necesitarán en el templo ni nada de eso, solo les llevaré hasta allí. Cuando quieran volver, pídanle a cualquier pescador que vaya al templo que los lleven de vuelta, todos los de aquí hacemos eso.
-¿Nos pedirán un nuevo pago? -Preguntó extrañado Ankar mientras Onizuka se sentaba en el centro.
-No, está estipulado, solo se cobra la ida, no la vuelta. -Contestó el chico mientras Ankar se sentaba al lado de Onizuka.

Esperaron unos segundos viendo como el chico soltaba las amarras del barco y saltaba en el puesto de mando, y desplegando las velas empezaron a navegar en dirección al Templo del Mar Eterno.

-Tardaremos poco menos de una hora. -Dijo el pescador. -Si tenemos suerte y Ragnarok sopla nuestras velas, llegaremos antes incluso.

El resto asintió, y durante todo el trayecto se encargó Ankar de explicar todos los pormenores de la misión que les habían llevado hasta allí, les habló de Cecil, de Frejya, la misteriosa muchacha que les había hablado sobre la misión, le habló a Ylenia de la conversación con Ifrit. Cuando llegaron a esa parte, Onizuka quiso enseñarle el modo en que lanzó a Dreighart, pero el pobre ladrón, al forcejear, acabó metido en el agua con un fuerte chapoteo. Una vez dentro de nuevo en la barca, el samurai le dio unos cuantos golpes con la mano para intentar secarlo, hasta que el peliazul sacó un pescado de dentro de su ropa y se la tiró a la cara. Todos rieron cuando vieron que lo había atrapado al vuelo con la boca.

Al pasar poco menos de la hora de viaje, pudieron ver una gran niebla que les dificultaba un poco la visión, pero a lo lejos podían discernir el lugar de destino. Alto, majestuoso y con una arquitectura realmente parecida a la de Doma, el Templo del Mar Eterno estaba hecho de piedra blanca sobre una gran isla cuya vegetación era de un verde azulado muy hermoso. Las tejas y maderas que hacían las veces de techo y vigas eran de un fuerte color azul celeste al igual que las ventanas que, cerradas, daban un aspecto de clausura y quietud al lugar. En la orilla de la islita había un pequeño puerto y un camino que les llevaba desde ahí hasta la entrada azul del templo, atravesando el jardín. Onizuka soltó un silbido de admiración.

-Se parece a las grandes torres de Doma. -Explicó el samurái. -Aunque tiene una arquitectura mezclada, como si fuera de otro lugar.
-También tiene tonos de Wutai. -Dijo Ylenia en ese momento, también algo asombrada. -¿Ves esos motivos en los tejados? En Wutai los usaban mucho hace años.
-Cierto, Wutai del Oeste y Doma están relativamente cerca, así que tienen arquitecturas parecidas. -Comentó Ankar rascándose la barbilla. -Pero estamos a un mundo de distancia de allí...

El barquero los llevó hasta el pequeño puerto y lanzó unas cuerdas para, después, saltar él y atarlas a un poste de piedra. Su llegada no había sido desapercibida, pues dos chicas, de cabellos cenicientos y con kimonos japoneses de colores azules y blancos se habían salido del pequeño laberinto del jardín para estar delante de ellos. Al desembarcar, todos los de la barca hicieron una reverencia a las dos chicas.

-Bienvenidos al Templo del Mar Eterno. -Dijo una de ellas mirándoles con una sonrisa. -¿Qué quieren de esta casa del océano?
-Venimos a hablar con el sumo sacerdote. -Contestó Ankar y, con un movimiento, la luz azulada de su armadura le envolvió, viéndose armado con su coraza de dragontino. Las dos sacerdotisas se apartaron por el susto. -Perdonadme, pero es un asunto oficial de Baron.
-Comprendo... Vengan por aquí.

Algo nerviosas llevaron al grupo hasta la entrada, dejando atrás al muchacho y viendo las hermosas flores del jardín y los altos árboles. La puerta, azul en resonancia con el resto del templo, se abrió, dejándoles ver dos pasillos a izquierda y derecha y un recibidor con una enorme puerta de un intenso azul... La puerta del Guardián.

A su lado había un hombre de largo cabello blanco y con un traje de cortesano domés de los mismos colores que el de las dos chicas, y miraba hacia la puerta. Se giró cuando escuchó los fuertes pasos del grupo, extrañado, pero al ver a los cuatro se puso frente a la entrada a la que se dirigían y les hizo una reverencia que el grupo le devolvió al estar frente a él. El fuerte estruendo de la puerta de entrada les indicó que había sido cerrada, y los pasos de las dos chicas se perdieron por uno de los largos pasillos.

-Os doy la bienvenida al templo. ¿Qué necesitan señores?
-Venimos desde Baron, sacerdote... -Empezó a explicar Ankar como en el anterior. -En misión especial del rey Cecil Harvey. Debemos entrar en la sala y hablar con el Guardián.
-Ah, el Guardián me habló de ello. -Con una sonrisa, el sacerdote asintió. -Debéis pasar algún tipo de prueba. ¿Verdad?
-Así es.
-Sin embargo, no puedo dejarles pasar ahora.
-¿Cómo? -La expresión de los cuatro salió al mismo tiempo.
-Dentro están haciendo un ritual, y no puede ser interrumpido.
-Me temo, sacerdote, que debo protestar. -La voz telepática de Ankar se hizo dura. Los otros tres se pusieron tensos. -El Cristal del Fuego ha estallado y necesitamos la sabiduría del Guardián del Mar Eterno.

La sonrisa y el color desaparecieron del rostro del sacerdote a una velocidad alarmante, y los miró con temor.

-¿Qué...? Espere, dragontino... ¿Tiene alguna prueba...? -El nerviosismo se hacía patente en el tono del sacerdote. No necesitaban ver el sudor frío que surgía de su frente.

Ankar metió una mano dentro de su zurrón y sacó una pequeña bolsa de cuero. La abrió y sacó de su interior el pedazo del cristal del fuego, prismático como su versión original, rojo como su elemento, y brillante como una estrella. El resplandor hizo que el sacerdote se tomara la frente con una de las manos.

-Pero... esto significa... no es posible...
-No debe alarmarse, por favor. -Dijo el dragontino cerrando la mano con el cristal dentro. -Precisamente venimos a hablar con el Guardián sobre esto, necesitamos su sabiduría para poder evitar que pase nada más.
-Pero... no puedo abrir la puerta. -La voz afectada del hombre mayor haría temer de que fuera a desmayarse. -La puerta está sellada hasta que acabe el otro ritual...
-¡A tomar por culo el otro ritual! -Gritó Onizuka acercándose al hombre. -¿No has oído...? Bueno, no, no lo has oído en realidad, pero lo que dice nuestro líder es de suma importancia. ¿Quieres que estalle también el Cristal del Mar Eterno? Pues nosotros no.
-No lo entienden. -Contestó con temblores el sacerdote. -Solo el sumo sacerdote puede abrir estas puertas. -Señaló la gran puerta de azul intenso que daba a la sala del Guardián. -Solo podemos abrirlas cuando no hay rituales en proceso, y bajo ninguna circunstancia podemos romper esa tradición.
-¡Y nosotros te hemos dicho que esto es más importante que cualquier ritual de mierda que puedan estar haciendo dentro!
-¿No puede haber otra manera de abrir la puerta? -Preguntó con un deje algo nervioso Ylenia.
-Ya se lo he dicho, no hay maneras.

El samurái siguió discutiendo, mientras que la guerrera intentaba dialogar. El ladrón por su parte miraba hacia arriba, buscando alguna posible entrada por las paredes, pero chasqueando la lengua al ver que no había ventanales. El dragontino por su parte suspiró apretando el cristal del fuego en su mano. ¿Deberían esperar a que terminaran el ritual del interior? No, como dijo Onizuka, su misión era más importante que cualquier ritual actualmente, y aunque en espacio de una semana habían llegado hasta ahí no había que dormirse en los laureles. Debían entrar.

Entonces empezó a sentir un fuerte calor en su mano, y miró el cristal. Refulgía en un brillo ardiente, con el color del amanecer en su interior. Ankar lo observaba con curiosidad, fijándose en el interior del cristal rojizo, maravillándose con las formas que tomaban las llamas en su interior... Hasta que una imagen se sobrepuso sobre el resto de ilusiones. Una puerta, roja, se mostraba en el interior, y se abría de par en par.

-Ankar. ¿Estás bien?

La voz del ladrón hizo que lo mirara extrañado. Sentía un calor ardiente en la mano, y sus ojos estaban llorosos, pero su vista estaba perfectamente.

-¿Te encuentras bien? Estabas embobado mirando el cristal. -El albino se dio cuenta de que su compañero le había zarandeado por el brazo donde no tenía tal objeto.
-Si... sí, estoy bien. -Contestó él y guardó el cristal en el zurrón, dentro de su bolsita. Si lo que había visto dentro del cristal era lo que pensaba, debía intentarlo. -Prepárate Dreighart, vamos a entrar.
-Pero... ¿Cómo?

Se soltó de la mano del ladrón y llevó la suya propia al pomo de su espada. Al sacarla y escucharse el cantar del acero, Onizuka e Ylenia se giraron a él, mientras que el sacerdote perdió el poco color que le quedaba.

-Por mucho que me amenace, dragontino, no puedo hacer nada...
-No es una amenaza. -Contestó el de ojos verdes, y miró a sus compañeros. -Vamos a entrar por las malas.
-¿Quieres que pique a la puerta como en Baron? -Preguntó con una sonrisa el tuerto mientras sacaba su gran katana de fuego.
-Abriremos los dos. -Respondió Ankar. Miró a Dreighart y a Ylenia, ambos sacando sus armas. -¿Preparados?

Asintieron. Después miró al sacerdote.

-Por favor, apártese.

El hombre se dio cuenta de lo que pasaba, asintió, recuperando su temple y se apartó.

-Suerte.

Ankar miró a Onizuka, y este tan solo sonrió ampliamente. Ambos caminaron hacia esa gran puerta azul, levantaron una pierna y descargaron un fuerte patadón, abriendo de par en par la doble hoja del portón que les separaba del Guardián y su Cristal, haciendo un estruendo que parecía el sonido del rompeolas de una playa en plena tempestad lluviosa.



5 comentarios:

Zeldas dijo...

Me gustó más cuando me lo leíste x3 deberías hacer un audio libro xDDDD

Reafirmas mi gusto por Ylenia y más cuando le estaban enseñando el juego de las cartas, es sencillo aprenderlo.

Te había comentado que me gustó bastante la descripción del templo del Mar Eterno, ya no es tan vacía como antes y las acciones tienen más coherencia. Ember me sigue cayendo algo pesada como es pero al menos la "humanizaste" por lo que se me ha hecho un personaje interesante. Viva! que Kahad ya llegó =D así debe comportarse un ninja jejeje (los mios son patéticos, lo reconozco T.T)

No olvides la ficha de Kahad y ya quiero ver la batalla >.<!!! toy impaciente.

Cariño, eso sí, ten cuidado con lo de "echo" (echar) y "hecho" (hacer) todo tenemos errores pero ese te lo he visto muy seguido en las conversaciones y párrafos.

Qué más? Ah sí! celebro la noticia de los dibus de Nay ;D quedarán muy bien, ya verán. Esperamos verlos pronto.

Eso y me volveré leer el cap. que está bonísimo x3!

Linkaín Arakeist dijo...

Vale, ya están todas las letras bien puestas n.n Gracias por la ayuda x3

Senzo dijo...

Hey! no recordaba este capítulo así! Me gustó!

Ya estaré más en el msn, a ver si de una vez por todas hago lo que pienso y me centro más en la historia.

Pirita dijo...

El capítulo nuevo es sencillamente GENIAL!

Veo la evolución de los personajes de una manera mucho más marcada o,o. Quiero decir... Ahora se ve mucho más de Ylenia, aunque ya estoy algo saturada de esa chica XD. Quiero info de otros personajes!

Y Emberlei... De qué va? De la tía de la serie Bones? Me cae mal, espero que madure un poco ·_·.

Me ha encantado la escena de patear la puerta >w<. Es la entrada de los héroes para salvar a los que estaban a punto de morir. Sugoi!

Quiero más! Por favor *O*.

Kmil dijo...

Cuanto mas leo mas ganas de seguir tengo. Esta historia engancha desde el principio. ¡Quiero mas por favor!