lunes, 20 de junio de 2011

Capítulo V: Guardián





Recorría los largos pasillos del castillo en silencio, guiada por un obediente soldado que solo había anunciado su nombre y el de quien lo enviaba. Eso había sido media hora atrás. Imaginaba que el líder de los dragontinos no había podido conseguir una hora mejor, pero estaba bien. Cuanta menos gente la viera, menos explicaciones habría que dar; cuanta menos gente hubiera, menos habría que esperar. Y al fin, cuando llegaron a la puerta de la sala de audiencias, el soldado-guía se detuvo, cediéndole el paso a ella... sola. La invocadora asintió con la cabeza, agradecida.

-Gracias.
-Su majestad, el rey Cecil, la espera.

Entró. La sala que la recibió era más pequeña de lo que esperaba, y aunque grandes ventanales sustituían las paredes, la luz del día aún no era suficiente para iluminar todo el lugar, y tampoco había muchas antorchas encendidas, por lo que la sala entera se hallaba sumida en una semi-penumbra. Pero ella podía ver sin demasiada dificultad en la oscuridad, quizá por la parte que desconocía de su sangre, y al fondo descubrió dos tronos, uno de ellos ocupado por un hombre vestido con increíble simpleza para tratarse de un rey, y a otro hombre al lado de éste bien uniformado con la armadura de su escuadrón y los blasones que le correspondían.

-Emberlei Oakheart... -La chica se arrodilló ante la mención de su nombre. -No, no, fuera eso. Levántate y perdamos el mínimo tiempo posible, estoy muy ocupado. ¿Qué quieres de mí?
-Majestad, rey Cecil, yo... Necesito que me permitáis el acceso a Eblan.
-¿Por qué?

Ember no se sorprendió de que Cecil no insistiera en que Eblan "ya era visitable". Estando Kain allí, habiéndose encargado de la audiencia privada, se imaginaba que ya había puesto al rey en antecedentes...

-Necesito la guía de la Alta Invocadora Rydia para llegar hasta el maestro de los Eidolones.
-¿Para qué?

La voz del rey Cecil era la voz que un rey debía tener: cordial y autoritaria a la vez, una voz que hiciera notar su poder y, a la vez, no intimidara en exceso a su interlocutor. A Emberlei se le puso el vello de la nuca de punta.

-Seguro que su majestad entenderá la intranquilidad que produce saberse solo humano en parte...
-Tú eres invocadora, por lo que dices. No me conmueven tus palabras. -Contestó el rey. La chica continuó hablando tras estas palabras.
-Mi hogar, señor, es Kolinghen por nacimiento. Confío, sin embargo, en que establecer contacto con el líder de aquellos que son la fuente de mi poder pueda esclarecer lo demás... Pero para eso necesito llegar primero hasta él.
-Entiendo. -El rey de Baron guardó silencio durante unos instantes, mientras su amigo le susurraba algo más al oído. -Tu petición será tomada en cuenta, y la respuesta te será enviada al lugar donde te alojas a lo largo del día. Puedes retirarte.
-Gracias, majestad.

Ember hizo una reverencia y obedeció el mandato del rey. El rubio se giró entonces hacia el dragontino.

-¿Por qué no le crees?
-¿Por qué tú sí?
-Rydia tiene el pelo verde, esta chica lo tiene morado, y ambos sabemos por los cónclaves que Garnet tenía cuerno antes de que se lo extirparan... Parece que es parte de su poder el que tengan el cuerpo raro. ¿No crees?
Kain no sonrió mientras, con una reverencia, se retiraba.

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-Yo... yo vivía en las calles de Kalm, a mi suerte. Mis amigos... Juto, Lidius y yo... Los tres nos manteníamos y nos cuidábamos. Pero Kalm es una ciudad demasiado rica para mantener a gente como nosotros, si sabéis a qué me refiero, y el corregidor... Ese malnacido de Fogret... Aún me pregunto cómo en Baron lo dejan hacer lo que quiera en Kalm.

>El caso es que hace unos días decidimos dar un golpe. Nadie allí está contento. ¿Sabéis? Así que aguarle un poco la fiesta a Fogret, especialmente durante la feria, era un plan cojonudo... Íbamos a hacernos con un poco de dinero, solo un poco, y sobre todo comida. ¡Nadie tiene más que él! Y no miento. La ciudad entera podría morirse de hambre mientras ese hideputa se hincha a comer pavo y cerdo y cualquier otro animal que se os venga a la cabeza. Apuesto a que en Tule, que son más pobres, comerían mejor; ellos al menos pueden pescar. Bueno, el caso es que decidimos atacar.

>El plan era sencillo: esa noche había una fiesta, ya os dije que se celebraba la feria, festejaban la fundación de la capital de Kalm, y por la noche se iban a lanzar fuegos artificiales. Como es tradición que el Gobernador se asome al balcón de su casa a decir unas palabras, nosotros íbamos a aprovechar esa distracción para colarnos, sacar lo que pudiéramos en unos pocos minutos y luego largarnos. ¡Y lo hicimos bien! Pero... Cuando íbamos a salir de nuevo, ahí estaba él, con un montón de soldados, esperando listos para atacar. No sé a ellos, pero a mí se me fue el alma a los pies. Y entonces...

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-Iros. -Ordenó Fogret a sus soldados.
-¡Pero, señor...!
-¡Fuera!

Los soldados obedecieron a regañadientes. Cuando todos se hubieron marchado, Fogret sonrió.

-Bien. Ahora dispondré de vosotros a mi gusto.

Tras decir esto, con una velocidad imposible de describir, rebanó el cuello de Lidius, separando su cabeza del resto del cuerpo.

-¡Monstruo! ¡Pagarás por esto! -Gritó Juto mientras se lanzaba contra él, enarbolando una poderosa espada.

Sin embargo, de poco le sirvió el arma. En un par de minutos, su espada había sido partida por la mitad, así como su corazón. Dreighart temblaba, pero no de miedo, sino de impotencia y furia. Sus manos temblaban incontrolablemente, mientras extraía las dagas de sus vainas.

-Esto no te lo perdono... Eran las únicas personas que me importaban en la vida, y tú las has eliminado como si sus vidas no valieran nada. ¡Te enseñaré el verdadero valor de sus vidas!

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-Me dio la paliza de mi vida... A tal punto que me dejó inconsciente por un rato, pero no me mató. De hecho, cuando me desperté un rato después, era él el que estaba muerto, descuartizado... Los guardias no habían llegado aún, pero yo sabía que si me encontraban allí me iban a culpar, así que cogí el dinero que pude y hui. Mi primera idea fue ir al sur, lejos de Kalm, pero cuando se me ocurrió cruzar el mar desde Wutai del Este ya estaba en el desierto y... En fin. Sólo si Mateus quería saldría yo vivo de ésta. Parece que así fue.

-Conmovedor.

Ankar se giró hacia Lomehin, sorprendido y en parte disgustado. ¿Quién se creía para despreciar de esa forma la historia de una persona...? Aunque no podía negar que, en parte, sentía deseos de expresar él mismo semejante opinión.

-Joder, tío, qué mala leche que tienes. -Comenzó a reprender Onizuka. -El pobrecito criminal, ladronzuelo de poca monta, asesino frustrado, contándonos sus penas y vas tú y te burlas de él...

Se interrumpió. Antes de que Ankar o Lomehin pudieran hacer algo al respecto, el pelirrojo samurái ya había comenzado a correr duna arriba, en dirección a su destino. La luz del sol hacía que a todos les picara la piel por el calor. El chico nuevo solo lo miraba, atónito ante semejante actitud.

Según les había contado al despertar, momento que habían aprovechado para volver a ponerse en marcha, se llamaba Dreighart Firius y tenía veinte años. Era casi tan alto como Onizuka, pero era bastante más delgado que éste, probablemente por los orígenes que les había mencionado, y dado que sus ropas estaban destrozadas y cubiertas de sangre, aunque él juraba haberlas lavado a conciencia, no tuvieron más remedio que darle la muda que Ankar llevaba: un pantalón beige oscuro y una camisa azul, a juego con sus largos cabellos azules. El chico usó su viejo cinturón para los pantalones, pues tenía en él sus vainas para sus dagas, aunque lo demás fuera inservible. Los guardó en su macuto.

-Por cierto, Ankar. -Dreighart agachó la cabeza. -Gracias por... todo. Yo... bueno, ya os he contado mi historia, así que ya sabes que no tengo adónde ir... Por eso, si puedo serte de ayuda en tu misión...

El dragontino lo miró. Los ojos de Dreighart eran azules como el cielo, y como este brillaban, aunque ese brillo delataba una inocencia repleta de honestidad... No la honestidad de quien dice la verdad, sino la de quien, en su corazón, es incapaz de traicionar a los suyos. Le había gustado ese brillo. Pero era un brillo extraño... Un brillo verdoso en un mar azul profundo.

-Si de verdad es así, entonces pruébalo. Sin embargo, no te prometo que no vaya a entregarte a las autoridades una vez regresemos a Baron.
-¡Pero...!
-Fogret, o como se llamase, era un lacayo del rey Cecil. Como soldado suyo que soy, mi deber es informar de estos incidentes a su majestad, y de entregar a los posibles culpables.

El ladrón suspiró, e inconscientemente llevó la mano hacia el colgante que pendía de su cuello, apretándolo. Lomehin lo miró de reojo cuando hizo eso. Tenía la sensación de ser el único que había notado que, durante el relato, el joven había mantenido la alhaja presa en su puño, con una fuerza tal que a veces se le ponían los nudillos blancos.

Terminaron de subir la duna en ese momento. Durante la travesía, que había durado desde la mitad de la madrugada hasta ese mismo momento, cuando recién estaba amaneciendo, habían decidido caminar llevando de las riendas a los chocobos, lo cual significaba que Ankar debía encargarse de su propia montura y de la de Onizuka, al ser Lomehin y Dreighart desconocidos de los que no se fiaba Highwind y al ser su dueño demasiado irresponsable y peligroso como guía.

Por fin, pasada la duna hallaron el Templo del Fuego Eterno. La imagen era impresionante y trasportaba a otros tiempos, remotos en el pasado. En otro tiempo, aquel lugar era conocido como el Reino del Desierto, Damcyan. Sin embargo, en la guerra que aconteció veinte años atrás, la Guerra de las Sombras, el lugar fue bombardeado y su gloria fue prácticamente perdida. Los supervivientes se refugiaron en el Templo, la única estructura que podría soportar aquel ataque, mas el resto de edificios fueron casi todos destruidos. Mientras caminaban por la estrecha entrada al antiguo país, podían ver las ruinas de las construcciones destrozadas por las bombas de los antiguos Red Wings comandados por el falso rey de Baron. Algunas de las casas todavía resistían en el tiempo, pero la ciudad era, a todas luces, una simple sombra de lo que fue algún día, ya que la familia real de Damcyan desapareció, y la gente no tuvo el coraje de reconstruir solos el antiguo reino. Ahora ahí solo vivían vagabundos y espíritus en pena.

Salvo la zona central.

Se dice que el Templo del Fuego Eterno fue creado en el centro de una gran fisura en la tierra, y ahí podían ver los cuatro el gran cráter que había bajo la estructura, la cual, siendo una edificación de importancia, tenía una modesta construcción por el contrario, coronado por esferas en lugar de tejado y con pequeñas ventanas ovaladas en la parte más alta de sus muros. La gran puerta de madera que servía de entrada estaba adornada con una representación a gran escala del emblema del Cristal del Fuego. Cuando se colocaron delante de una de las tres pasarelas, vieron a varias personas ir y venir de ellas, una de las cuales era ya el samurái, que se había adelantado sin esperar al resto.

Mientras Lomehin y Dreighart contemplaban el edificio, crítico uno y admirado el segundo, Ankar se acercó con paso seguro hacia la puerta, atravesando la pasarela junto a los chocobos, a la vez que los otros dos le seguían, y en la que un sobreexcitado Onizuka intentaba cortejar a una sacerdotisa que acababa de salir.

-Si no me quieres decir tu nombre, dime al menos a qué hora podemos vernos...
-Caballero, yo...
-¡Onizuka! -La sacerdotisa y el samurái repararon en ese momento en el dragontino, más por el grito mental que por haberlo visto realmente. -Señorita, disculpe a mi compañero por sus modales tan rudos...
-Acepto sus disculpas. Ahora, como intentaba preguntarle a él... ¿Qué los trae hasta esta casa de las llamas?

Ankar sacó en ese momento el rollo de pergamino y el anillo que Kain les había dado antes de salir y se lo mostró a la sacerdotisa.

-El rey Cecil teme por la seguridad de los Cristales y me envía en una misión de inspección a comprobar que nada desafortunado ocurra. Cuento con su venía para contratar a los guerreros de mi elección que me acompañen en esta empresa.
-Y aquí tenemos... -La sacerdotisa paseó su mirada por al grupo. Lomehin ya se acercaba hacia ellos, pero a Dreighart le costó un poco más volver al mundo real, pues seguía mirando hacia el fondo del cráter desde la pasarela. -... Un caballero oscuro, un samurái, un dragontino y un muchacho de cabello azul... -Los ojos de la mujer se posaron sobre Dreighart cuando se colocó al lado del pelirrojo. -¿Puedo preguntar por la identidad de ese joven?

El ladronzuelo tragó saliva. "Ya está, Dreighart, la hemos cagado", pensó. Ankar no lo iba a salvar de ésta.

-¿Él? -Intervino de pronto Onizuka. -Es un pariente lejano mío. Tuvo un accidente de pequeño con unos magos negros y desde entonces tiene el pelo así.
-Así que lo hizo un mago... -La sacerdotisa sonrió, conciliadora, y luego se llevó las manos al pecho y agachó la cabeza, haciendo el saludo tradicional de las sacerdotisas del Cristal de Fuego. -Podéis pasar, caballeros. A vuestra derecha hallaréis un establo para vuestros chocobos, y el pabellón del Cristal es el que se encuentra en el centro del oasis.
-¡Oasis! -Exclamó Dreighart, sorprendido.
-El templo está provisto de un manantial de aguas naturales que provienen desde el subsuelo. -Explicó la joven señalando hacia abajo. -Así es como podemos vivir.

Los guerreros y el ladrón entraron al templo. Una novicia tomó las riendas de los chocobos y les prometió encargarse de ellos mientras resolvían sus asuntos, por lo que pudieron seguir adelante sin problemas.

El interior distaba mucho de parecerse al exterior: el techo redondo confería una sensación casi irreal a los espacios, y la piedra, de color mucho más claro, tenía labrados huecos para colocar cirios y lámparas de todo tipo, adornados los espacios intermedios con el mismo símbolo de la puerta principal. Una sacerdotisa se acercó para serviles de guía, y les explicó que el templo estaba dividido en tres partes: la mitad oriental era la parte a la que tenían acceso los visitantes, en la que se podían encontrar habitaciones de descanso, sala de curas, letrinas y una capilla dedicada a los dioses, especialmente a Alexander, Dios del Fuego; la mitad occidental era de acceso exclusivo a las servidoras del templo, pues en esa zona estaban sus aposentos, comedor, y la capilla dedicada al cristal. Estas dos alas se extendían en forma de cuadrilátero, rodeando un patio interior que era el oasis, en el centro del cual se levantaba una habitación no muy grande, con solo una puerta y ninguna ventana, a la que solo tenía acceso la suma sacerdotisa.

-Pero tienen suerte. -Añadió al final la mujer. -Pues ahí viene nuestra suma sacerdotisa.

Hizo un gesto con la mano y señaló el pasillo a su derecha, por el que se acercaba una mujer de mediana edad, de piel morena y cabello negro recogido en un moño, vestida con unos pesados hábitos rojos decorados con motivos de llamas en color blanco y amarillo. Ankar la saludó respetuosamente al verla, y poco tardaron en imitarlo sus compañeros. La suma sacerdotisa, por su parte, despidió a la guía antes de devolver el saludo.

-Os esperaba, Ankar Einor y compañía. -Dijo sonriente. -El cristal me anunció vuestra llegada. ¿Puedes mostrarme tu salvoconducto y relatarme tu misión?

Ankar repitió el proceso. Mientras lo hacía, Dreighart se apartó un momento para hablar con Onizuka.

-Oye, esto... Samurái...
-Onizuka.
-Sí, eso... Bueno, verás, yo... Gracias por lo de antes. Estoy en deuda contigo ahora también.
-¿En serio?
-¿Eh?

El samurái sonrió.

-No te preocupes, ya me cobraré el favor más tarde...

Volvieron a poner su atención en la sacerdotisa, que parecía haber terminado su charla particular con Ankar.

-Si quieren un refrigerio o necesitan usar las letrinas, este es el momento adecuado. Una vez estén preparados yo misma los conduciré hasta el Cristal. ¿Están listos?

Ankar se giró a sus compañeros, los cuales empezaron a prepararse. Onizuka se ató fuerte la katana de la cintura, mientras que Dreighart se echaba atrás la capa para evitar torpezas por si había que moverse rápidamente. Lomehin por su parte simplemente se tocó algunas partes de la cara antes de asentir. El dragontino se giró a la sacerdotisa.

-Estamos listos, mi señora. -Anunció el dragontino.

La suma sacerdotisa asintió y, dándose la vuelta, abrió las puertas que se encontraban a su espalda, las del pequeño edificio cerrado que era el pabellón del Cristal. En lugar de la sala que esperaban solo encontraron unas largas escaleras que bajaban, hundiéndose en la tierra, y por las cuales la suma sacerdotisa los condujo, habiendo previamente cogido una antorcha para alumbrar el camino. Tuvieron que descender varios tramos de escaleras antes de volver a encontrarse con una puerta, tan falta de ornamentos como la que anteriormente habían atravesado, pero al menos esta estaba pintada de un intenso color rojo... y no se veía en ella nada que sirviera para abrirla. En ese momento la mujer tendió su luz a Dreighart, que se encontraba a su derecha, y se agachó con las manos pegadas a las puertas, musitó una oración, y la entrada se abrió, desvaneciéndose la madera como si nunca hubieran estado allí. El grupo retrocedió, sorprendido, pero no tuvieron tiempo de hacer comentarios, pues la suma sacerdotisa los estaba encarando de nuevo cuando recobraron la compostura.

-Yo no seguiré adelante. -Anunció. -Mi deber era abriros la puerta, el resto es cosa vuestra y de vuestros compañeros, señor Einor, pero por si necesitarais algo, yo estaré junto a la primera escalera del pabellón. Aseguraos de que nada malo ocurra con el Cristal.
-Gracias, señora.
-Suerte, jóvenes.

La suma sacerdotisa se marchó escaleras arriba, y ellos entraron. Aunque en parte se lo esperaban, no pudieron evitar sorprenderse, otra vez, cuando la puerta volvió a materializarse tras ellos, solo para cerrarse segundos después. Estaban encerrados en la sala del Cristal, y sin nada mejor que hacer, comenzaron a mirar a su alrededor.

-Esto sí parece una Sala del Cristal... y un templo. -Murmuró el de Doma.

Y era cierto. Aún sin estar demasiado decorado, tapices y grabados se distinguían en las paredes, con los emblemas del fuego y, aparentemente, de su guardián. Los dibujos negros y rojos del suelo y los mosaicos de las paredes representaban una misma escena, aunque ninguno de ellos acertaba a interpretar su significado, y tampoco estaban demasiado pendientes de ella. Su atención estaba centrada en el pedestal que se alzaba al fondo, finas columnas de oro trenzadas levantando un prisma alargado que resplandecía con tonos carmesíes sobre un pequeño altar.

-El cristal... -Ankar tragó saliva y miró a su alrededor; sus compañeros esperaban que diera el primer paso. -Aquí voy. -Pensó.

Comenzó a caminar en dirección al Cristal del Fuego reuniendo toda la seguridad y calma que guardaba en su interior. Por un segundo le pareció oír la risa de Lomehin, pero eso no tenía sentido, seguramente los nervios le estaban jugando malas pasadas.

Se detuvo a cinco pasos del Cristal, los justos que estaban en una pequeña escalera. ¿Y ahora qué? La respuesta llegó bajo la forma de una columna de fuego que salió desde la plataforma del Cristal. Ankar se echó hacia atrás y se cubrió con los brazos para evitar la fuerte luz y las llamas, poniéndose la armadura en el proceso... Pero ya no estaban. Asustado, se dio la vuelta, solo para encontrarse que en el espacio que lo separaba de Onizuka y el resto había ahora un hombre, más alto que Lomehin, de piel oscura y cabellos del color de las llamas, trenzados y atados a su cintura y a sus muñecas sobre un hábito similar al que llevaban las sacerdotisas. Y el hombre lo miraba.

-¿A qué has venido? -Preguntó. Su voz era áspera, ronca, casi gutural.
-Quieto para'o ahí, tú. -Interrumpió el samurái. -¿Eres el Guardián?
-¿Y qué esperabas, un chocobo con un lindo tutú rosa? -Contestó con gracia el esper. -¿Crees que alguien más puede salir del Cristal, o de la zona de oración? -Respondió el hombre. -Y tú, contéstame.
-Mis compañeros y yo venimos en una misión de parte del rey Cecil de Baron, pues se teme que esté amenazada la seguridad de los Cristales. -Había contado tantas veces la historia que ya no temía que su mente desvelara que era falsa; él mismo comenzaba a creérsela.
-¿Por quién? ¿Por ti? -Ankar abrió desmesuradamente los ojos mientras el Guardián le señalaba con un largo dedo.- ¿Crees que no lo sé? Tú no eres el protector... No hay protector. Hay destructor. La misión que tu rey, que reciba mis saludos, es destruir el cristal. ¿Correcto?

Ankar agachó la cabeza, intentando ordenar sus pensamientos antes de dar una respuesta. No vio a Onizuka y a Dregihart palidecer hasta lo indescriptible, ni a Lomehin abrir los ojos extrañado.

-¿Bromea, no? Vamos, que nadie va a mandar a alguien a destruir los Cristales Elementales así, sin más...
-Los Cristales sagrados...
-Es cierto. -Consiguió transmitir finalmente el dragontino, recordando la conversación con Cecil y transmitiéndosela a sus compañeros.

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-Bien... -Cecil se pasó la lengua por los labios. -Tu misión consiste en ir a los Templos Eternos y destruir los cristales elementales.
-¡¿Cómo?! ¡Pero si eso es un delito mundial! ¡No soy un proscrito, mi señor!
-Cálmate, hijo, no he terminado de hablar. -Dijo levantando una mano.
-¡Pero...!
-¡Silencio! -Esta vez, la voz de Cecil  fue totalmente autoritaria, y Ankar cerró sus pensamientos y agachó la cabeza. -Bien, eso está mejor. No pienses que te mando a una misión suicida solo por pedirte que destruyas los cristales. Hay una razón muy poderosa para ello.

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-Aún no sé cuál es esa "poderosa razón"...
-Pero es cierto, hay una razón. -Confirmó el Guardián. -Ahora, el marrón de contártela... -Sonrió. -Que se lo coma tu rey. Vosotros, aquí y ahora, tenéis algo más importante de lo que preocuparos.
-¿El qué?
-Tenéis que conseguir... -El Guardián extendió los brazos, alzándolos, y comenzó a elevarse. -Vencerme a mí.

La temperatura de la sala, ya de por sí alta, aumentó de forma insoportable. Los guerreros siguieron con la vista el hombre de piel morena, y fueron testigos de cómo la túnica se evaporaba, y su cuerpo se transformaba en el de una enorme bestia cornuda, con cola de león y con garras en lugar de manos y pies. El cabello que antes estuviera atado ahora se había fundido con las partes de su cuerpo en torno a las que se encontraba, y lo único que le quedaba de ropa era un taparrabos de color arena. Su rostro se alargó, tomando una forma parecida al de un bengal, un monstruo a caballo entre felino y cánido, con una boca repleta de afilados dientes.

-¡Contemplad a Ifrit, mortales! ¡Debéis vencerme si queréis completar vuestra misión!

Acto seguido el Guardián del Cristal del Fuego lanzó una potente llamarada hacia los tres que se encontraban a su espalda. Lomehin lo esquivó sin problemas, y Dreighart reaccionó a tiempo para apartarse de la trayectoria del fuego; Onizuka, en cambio, se quedó donde estaba, limitándose a desenfundar la katana que llevaba a la espalda.

-¡Llamitas a mí! -Exclamó, partiendo en dos con su espada la ola de fuego que se abalanzaba hacia él.

Sin detenerse, el samurái aprovechó el desconcierto del eidolon para acercarse corriendo hasta él y golpearlo... sin éxito.

-¿Crees que puedes hacerme daño a mí con una espada de fuego, pequeño samurái?
-Uy, vaya, fallo de cálculo...

Ifrit no se entretuvo hablando, sino que propinó un fuerte puñetazo en el abdomen a Onizuka, lanzándolo unos pocos metros hacia atrás por la inercia. Pero cuando comenzó a caminar en dirección al samurái se encontró frente a frente con Ankar.

-De fuego no, pero... ¿Qué tal de rayo?

El dragontino, en lugar de sacar su lanza retráctil, había optado por luchar con su espada eléctrica, y con ella había tajado certeramente el abdomen de la criatura, que retrocedió para evitar una herida mayor. En ese momento, sin embargo, vio por el rabillo del ojo que el caballero oscuro se acercaba hacia él listo para ensartarle su espada oscura en el costado, por lo que tuvo apenas unos segundos para saltar hacia un lado y evitar el envite. Los tres espadachines aprovecharon ese momento para reagruparse.

-¡Esa cabra me ha hecho quedar en ridículo! -Protestó Onizuka.
-Tampoco es que sea muy difícil -Apuntó Lomehin.
-Esta vez te lo paso, niño, pero a la próxima...
-¡No es momento de discutir por estupideces! -Reprendió Ankar, haciendo que sus dos compañeros se llevaran las manos a la cabeza, adoloridos por el grito mental.

Onizuka había vuelto a enfundar su katana elemental, y volvió a lanzarse al ataque con la normal, cubriendo el flanco izquierdo de la bestia. Lomehin hizo lo propio con el derecho, mientras Ankar enfundaba su espada para tomar, esta vez sí, su preciada lanza. Los tres se lanzaron hacia el Guardián, que intentó retroceder, pero se vio sorprendido por Dreighart, que desde su retaguardia se lanzó de rodillas, daga en mano, para herir las piernas de la criatura. Ifrit rugió de dolor cuando sintió la cuchillada en la parte trasera de su propia rodilla, pero no tuvo más tiempo para quejarse, pues Onizuka y Lomehin ya estaban sobre él.

-¡Yon Shin!
-¡Umbra!

Mientras luchaba por cubrirse con los brazos de los cuatro cortes consecutivos del samurái, el caballero oscuro lanzó una onda de energía oscura que lo envolvió de lleno, produciendo en él heridas como quemaduras, y en el justo momento en que todo parecía calmarse, Ankar apareció en el centro de su campo visual, destellante la lanza en su mano lista para ser usada.

-¡Alma de Dragón!

A la velocidad del rayo, la lanza de Ankar se clavó en el pecho de Ifrit, que rugió de dolor e indignación al sentir como la energía pasaba a su pecho. Sin embargo, aún no estaba lo bastante malherido como para provocar su rendición, pues como si de una espina se tratara se arrancó la lanza, que no se había clavado más allá de la punta, y se elevó una vez más en el aire, comenzando a envolver su cuerpo en potentes llamas que aumentaron aún más, si acaso era posible, la temperatura de la sala del Cristal.

-¡Fuego Infernal!

Despiadadamente comenzó a lanzar bolas de fuego hacia el grupo, sin que las llamas que lo rodeaban, convirtiéndolo en una gigantesca bola de fuego, disminuyeran un ápice.

-¡Este no piensa darnos tregua! -Exclamó Onizuka.
-Yo me encargo.

Lomehin aprovechó un punto muerto en el ataque del esper para volver a cargar y lanzar su ataque Umbra, pero fue inútil: las llamas lo anularon completamente. Frustrado, comenzó a mascullar imprecaciones mientras se concentraba para lanzar una gran onda de oscuridad mayor que las anteriores para poder cubrir los fuegos desde donde el ser expulsaba las grandes esferas ígneas. Aunque conseguía frenar la mayoría de las bolas de fuego, el poder de las sombras agotaba las fuerzas del Caballero Oscuro. El Dragontino vio cómo su compañero clavaba una rodilla en el suelo y corrió detrás de él.

-¡¿No hay nada que tú puedas hacer, Ankar?! -Gritó Lomehin sujetando con fuerza su espada oscura.
-¡Sólo soy telépata! ¡Pero puedo ayudarte con esto! ¡Viento de Reis!

Unas hebras de color turquesa surgieron de los pies de los dos guerreros, envolviéndolos, devolviéndoles energía con rapidez. El gesto de Lomehin se suavizó, cambiando a una sonrisa al sentir como la energía que perdía era menor a la que el albino le devolvía. A ese paso podría hacer frente al Fuego Infernal de Ifrit.

Onizuka, mientras tanto, había conseguido reagruparse con el ladrón, aunque seguían teniendo que esquivar las bolas de fuego que se escapaban de la oscura fuerza del moreno.

-¡Dreight! ¡Vamos a probar una cosa!
-¿"Dreight"?
-Cuando te avise, te quedas quieto para que te coja y te lance, y cuando estés encima de él, buscas un punto muerto y le clavas la daga. ¿Entendido?
-¡Entendido!
-¡Ahora!

El peli azul hizo lo que el pelirrojo le había indicado, y de pronto sintió cómo lo levantaban en el aire dos poderosos brazos y lo arrojaban con increíble fuerza en dirección al Guardián, por encima de éste.

-¡Dreighartdoken!

Dreighart pasó volando a increíble velocidad por encima de sus compañeros y encontró, como el samurái esperaba, una zona descubierta en los hombros de Ifrit, sin llamas, que no perdió tiempo en atacar en cuanto tuvo centrada, clavando su daga con todas sus fuerzas y, de paso, colgándose él de la daga para no caer estrepitosamente al suelo. La bestia rugió, desapareciendo el fuego y bajando la guardia el tiempo suficiente para que Lomehin conectara por fin su ataque Umbra, empujando al eidolon hacia el suelo con heridas oscuras en el pecho. El momento no fue desaprovechado, y Onizuka corrió hacia él, katana en mano, consiguió ensartar el costado del monstruo. El último en atacar fue Ankar que, viendo como Lomehin terminaba su técnica oscura, dio un fuerte salto y, al caer, atravesó con su lanza el hombro derecho del Guardián.

El silencio se adueñó de todos al mismo tiempo que la quietud hacía presa en el ser de fuego. Nadie se atrevía a moverse. Lomehin no parecía poder levantarse, aunque tampoco esperaba hacerlo. Dreighart seguía colgado en la espalda de Ifrit, al igual que Ankar lo estaba en el frente, engastado en el hombro de la bestia. Onizuka estaba quieto, esperando algún movimiento para arrancar parte de la carne del costado del hombre monstruo.

La quietud fue rota por la risa del eidolon, mientras que los ojos de todos se abrían extrañados.

-Ah, sois fuertes... -Ifrit movió los brazos, y una ola de fuego empujó a sus atacantes lejos de él, armas incluidas, cayendo en el suelo desperdigados por la sala. Sin embargo, las llamas no los hirieron, y sí curaron las heridas del Guardián. -Tu rey eligió bien, Dragontino. Sois merecedores de la tarea que se os ha encomendado.

Los guerreros recuperaron el aliento mientras veían al ser de fuego acercarse tranquilamente hacia el pedestal del Cristal. Miró hacia abajo, donde estaba una enorme cúpula de vidrio, con un hombre, o lo que parecía su cuerpo, que se encontraba dentro de una especie de arena oscurecida. Tomó el Cristal con las manos, y apretándolo en sus puños, lo destruyó. Varios fragmentos cayeron al suelo, desparramándose, e Ifrit cogió el que cayó más cerca de sus pies. Luego se dio la vuelta y, al mismo ritmo de antes, se acercó a Ankar, que ya estaba levantándose apoyándose en la lanza.

-Tómalo. Lo necesitarás. Suerte en tu misión, muchacho.


Y, envolviéndose en una cortina de fuego y una carcajada de satisfacción, desapareció del lugar dejando un fuerte olor a azufre.

4 comentarios:

Zeldas dijo...

Dreighartdoken-punch! xD Me ha gustado como haz hecho las correciones en estilo y demás, se ve que es posible sacar algo de las cenizas; el cap. ha sido bien reconstruído y le has quitado lo que se leía mal.

No resalto que hay diminutos fallos en el uso de acentos, a mi lo que me interesa ha sido el desarrollo de la trama, en parte ha sido divertido pues se ha retratado de forma genuina el carácter de cada personaje (Onizuka rulz!) y por otro la tensión dramática en el momento de la batalla, combinación excelente en una historia.

Estoy recordando muchas cosas y parece que no dejo de emocionarme con leerlo una y otra vez. Esto avanza a buen paso y bueno...lo que falta es que la gente siga comentando :) este capítulo se va directo a mi impresora para leerlo.

Buen trabajo,señor editor-escritor-administrador-diseñador oficial de la historia y demás que haces n__n

Por cierto ¿cómo iba el orden de los escritores? no sé si importe mucho esto pero no recuerdo de quién era cada capítulo, pero como sea, ha quedado bien las ediciones, lineales, sin tantas cosas disparejas y conservando el estilo de cada autor (de los que reconozco xD) pero te doy el crédito que has construído lo que había quedado fuera de lugar. Vaya que el paso del tiempo te hace más maduro o.o

Besines autores n_n

Linkaín Arakeist dijo...

Realmente, el orden los decidíamos en las reuniones para decidir quién escribía qué en cada momento. En este capítulo por ejemplo hay mezclados capítulos de Mital, Dreighart y Ankar. En la reedición lo que se hace es reconstruír y cambiar ciertos puntos para que el capítulo tenga más sustancia con varios personajes y, así, no perder el hilo de los que no están con un grupo.

Este es el último capítulo reeditado que estaba echo. De ahora en adelante, se pasará del borrador al reeditado directamente... Eso será más tarea de titanes que otra cosa xD.

Gami dijo...

Me gusta. Está bien escrita, no hay fallos ortográficos (al menos a simple vista) y demás.
Quizás lo que menos me gusta es la actitud de cada uno en la batalla, pero ya sabes, soy muy raro para escribir y me gusta salirme de lo normal :3

Pirita dijo...

No soy la más indicada para decir sobre la historia, pero no podía dejar de pensar que tengo que poner algún comentario. El combate contra Ifrit y su imagen está genial, y algunos todavía seguimos siendo fieles, aunque seamos pocos. Mucho ánimo n_n