viernes, 14 de febrero de 2014

Capítulo XII: Lo que Llevan las Mareas



Lentamente el barco se alejaba de las costas de Eblan, ocultando la isla donde se encontraba entre la densa niebla que parecía convivir con el reino de los ninjas. El grupo se había separado y estaban haciendo cada quien sus quehaceres, y Dreighart fue el primero que bajó a los camarotes.

Entró en la habitación que compartía con Kahad y la analizó. Dos camas, una a cada lado de la habitación, con dos mesitas de noche al lado de los muebles y una mesa con una silla entre ambas. A los pies de los lechos había sendos arcones donde habían dejado sus equipajes, y en el centro de la pared del fondo un ojo de buey con un cristal desde donde se podía ver el océano. Se sintió tentado de abrir el arcón de Kahad, pero prefirió abrir el suyo propio y revisar sus pertenencias.

No tenía gran cosa, la verdad. Salvo las pociones, las piedras llamadas "Ira de Zeus" y la poca comida, solo tenía algunos objetos más. Sus cartas de Triple Triad, las plumas de Highwind y algunas de Aine, el chocobo de Ylenia, algunas pieles que todavía debía curtir, el dinero... Y lo más importante, una pequeña bolsa de cuero donde tenía sus mayores tesoros, como las escamas de Leviathán que había conseguido arrancar del esper mientras luchaban.

Tomó su zurrón dejando tan solo la mayor cantidad de comida, y se guardó bajo la camisa la bolsa de cuero de las escamas. "Aquí estará seguro" pensó mientras palpaba la bolsa a través de la tela. Después, salió del camarote al mismo tiempo que Kahad hacía lo contrario, entrando con prisas.

-Perdona. -Dijo el ninja mirando al ladrón, y dejó su zurrón encima de la cama. -¿Podría hablar contigo un momento?
-Claro. -Extrañado, Dreighart entró de nuevo y cerró la puerta. -Dime. ¿Qué ocurre?

Vio como el ninja expulsaba el aire a través de su máscara, y lo miró con unos ojos que denotaban que estaba esforzándose en hacer eso.

-Quería disculparme por la escena que ha acontecido antes. -La voz del teñido era apenada, pero con calma. -He actuado como un idiota, no sé qué me está pasando.
-Oye Kahad... ¿Puedo llamarte Kahad? -Ante el asentimiento del ninja, el ladrón continuó. -Puede que este grupo sea algo extraño, la verdad. Yo mismo pensé lo mismo. Pero no vas a encontrar a compañeros de armas más interesantes y valiosos como los que hay aquí.
-Creo que la locura que hay en este grupo le está afectando a mi propia mente... -El ninja se frotó los ojos. -Eso se junta a que he dormido alrededor de unas dos horas, y que odio los barcos...
-Bueno, ten en cuenta que no estás solo, todos cuidamos de todos. -Dreighart abrió de nuevo la puerta y se internó en el pasillo. -Incluso Onizuka hace algo al respecto. Voy para arriba un rato.

El peliazul cerró la puerta y comenzó a caminar por el pasillo. Pasó por delante del camarote de Ankar y Onizuka, de la cual parecía haber una calma nada normal sabiendo que el pelirrojo estaba dentro, y también pasó por delante del cuarto que las dos chicas del grupo estaban compartiendo. La puerta estaba cerrada y se oían sus voces, pero Dreighart arrugó la frente al recordar a la chica. Nunca había visto una invocación de primera mano, sin contar a Ifrit y a Leviathán porque no los habían invocado, pero cuando vio al viejo que la chica invocó se quedó asombrado por el poder que tenía esa muchacha tan pequeña. Y lo que más le molestaba es que no sabía nada de ella.

Al menos con Kahad había sido más fácil. Sólo tuvo que poner la oreja en los lugares adecuados cuando estaba en Eblan y se enteró de algunas cosas del teñido... Como que era adoptado, que era rubio y se teñía, y que tenía un estricto código de conducta. Era increíble cuanto hablaba la gente cuando pensaban que no les oía más que un borracho.

Sin embargo, por mucho que pusiera la oreja no consiguió saber gran cosa de Emberlei. Lo único que escuchó fue que vino con Kain Highwind, el maestro de Ankar, pero nada más. Ni de donde venía, ni qué quería, ni nada de nada. Y eso lo frustraba mucho.

Decidió que algo haría al respecto, y se encaminó hacia las escaleras que subían a cubierta. Cuando abrió la puerta, un rayo de luz lo cegó al mismo tiempo que varias gotas de agua le salpicaban en la cara. Con la mano como visera, de forma que el sol no le diera directamente, miró hacia los bordes del barco y se acercó a la baranda. Lo que vio lo dejó impresionado. El océano azul, en todo su esplendor, se extendía hasta donde llegaba la vista, solo recortado por el reflejo del sol en el agua y el horizonte lejano, que casi no se podía distinguir donde empezaba el cielo y terminaba el enorme océano. El viaje hasta el Templo del Mar Eterno había estado ocupado con el resto del grupo, pero en esa ocasión pudo ver que estaba realmente en el gran océano que separaba el mundo. Miró hacia abajo para poder ver como el barco cortaba el agua como si fuera un cuchillo caliente, levantando espuma salada y sintiendo el frescor en la cara. Se apoyó en la baranda y se dejó llevar por los recuerdos. Recuerdos más felices donde compartía aventuras con su hermana y sus amigos... Pero ya casi no recordaba algunas cosas. Quizás el tiempo iría borrándole los recuerdos... Pero eso no le gustaba nada, y la verdad, quería mantener vivas las memorias de los muertos, no quería que murieran del todo.

El tiempo pasó indolentemente, hasta que una mano se posó en su hombro con una voz resonando en su cabeza.

-¿Disfrutando de las vistas? -Dreighart se giró para ver a Ankar, apartando sus recuerdos, y sonriendo con diversión regresó al presente.
-La verdad es que sí. Es la primera vez que veo el océano. No me lo imaginaba así, tan... -Pero se quedó callado, sin saber qué palabras usar para expresar esa cantidad ingente de agua que tenía delante.
-¿Majestuoso? ¿Esplendoroso?
-... Grande. -El ladrón se ruborizó al expresar un sentimiento tan infantil, pero era cierto. El océano, con toda su grandeza, le hacía sentirse pequeño... muy pequeño.

Escuchó la risa de Ankar en su mente suavemente. No sabía si se estaba burlando de él, o simplemente le había parecido gracioso. Le pasó una mano por los hombros, mirando hacia el mar con una cara entre divertida y afable.

-Es normal. -Escuchó dentro de su mente. -A todos nos ha pasado lo mismo, aunque de manera diferente. La primera vez que volé hacia el océano y vi todo el agua que había me pareció exactamente igual. Grande, enorme, gigantesco, toda una auténtica locura.
-¿De verdad?
-De verdad. Nadie se libra... quizás, a lo mejor, se libren los que se criaron en la costa. He conocido a gente mucho más valiente que nosotros que no se atreven a viajar en barcos más grandes que este. -Le guiñó el ojo con una sonrisa, en gesto de complicidad. -Pero no se lo digas a nadie.
-Soy una tumba. -Contestó el ladrón con una sonrisa, y después se giró al dragontino. -Oye Ankar... Sobre esos rosarios que haces...
-¿Si?
-¿Podrías hacerme uno?
-¿Te picaron los celos? -Dijo riendo el albino, a lo que el ladrón también rio.
-Supongo que un poco. -Contestó sacando la bolsa de las escamas de Leviathán. -Tengo unas cuantas escamas que te servirían. Y por supuesto, no te pido que lo hagas gratis...
-No digas tonterías. -El dragontino tomó la bolsa de cuero y la abrió. -Escamas de Leviathán. Increíbles, no pensé en tomar algunas.
-Puedes quedarte algunas si quieres... o si sobran. -Dijo el ladrón. -Pero el resto quizás sean valiosas al venderlas simplemente por unidad.

El albino sacó una de las escamas y la examinó a la luz del sol. Brillaba en un suave color azulado, pero casi toda la superficie era blanca como la espuma de mar. La palpó con los dedos y al final miró a Dreighart.

-Puedo hacerte un collar con las que tienes y sobrarán unas cuantas. ¿Te parece bien?
-Perfecto. -Dijo con entusiasmo el peliazul. -Y sobre el pago...
-Me doy por pagado con un par de escamas. -El dragontino sonrió mientras guardaba la pieza en la bolsa. -No voy a cobrarte, eres mi compañero.
-Gracias...

Contento, Dreighart se giró para ver el resto de la cubierta, y se encontró con que el resto del grupo también había subido. Ylenia se había sentado en el suelo, con la espalda apoyada en uno de los mástiles leyendo un libro algo grueso, colocándose de vez en cuando las gafas. Onizuka estaba paseando por la cubierta bebiendo de una botella que a saber de dónde la había sacado, y al otro lado de la cubierta estaban Kahad y Emberlei, pero el ninja estaba asomado por la borda y la maga estaba a su lado, frotándole la espalda. Al acercarse a ellos, el ladrón pudo ver por fin el rostro del ninja sin máscara, pero tenía un tono verdoso bastante malsano y las rodillas le temblaban bastante.

-¿Qué le pasa? -Preguntó el peliazul apoyándose en la barandilla, pero la mancha en el mar le confirmó lo que creía.
-No se encuentra demasiado bien... -Susurró Ember mientras le seguía frotando la espalda.
-El mar está hecho para los fuertes de corazón. -Dijo Dreight poniéndose en jarras al lado de la maga.
-¿Por qué no te vas un poco a la...? -Se giró Kahad enfurecido. Sin embargo, el brusco movimiento obligó al ninja a llevarse una mano a la boca y otra al estómago, y a girarse hacia el agua. -¡¡Bleeeeeeeeerrgghhhh!!
-¡Epa! -Exclamó el ladrón mientras saltaba hacia atrás, fuera del posible alcance de tropezones. -Deberías tener más cuidado de hacia dónde apuntas. -El peliazul se giró y se alejó de la pareja, divertido por la visión de que un ninja se mareara en el mar.

Cuando se acercó hasta el mástil donde estaba Ylenia, vio como Onizuka le estaba mirando fijamente, intentando disimular una risa. El ladrón se acercó al samurai, y cuando estuvo lo bastante cerca como para que no los oyera nadie, el pelirrojo le palmeó en la espalda.

-¡Bien hecho! ¡Ya tenía yo ganas de hacerle alguna a Don Misionero! ¡Casi echa hasta la primera papilla! -Dijo riendo, a lo que Dreighart acompañó un poco.
-La verdad es que no hice gran cosa, él mismo parece ser sensible al mar.
-El mar está hecho para los fuertes de corazón. -Contestó Onizuka riendo, y Dreight rio con él.
-Eso es lo que le dije, y se enfadó como no tienes idea.

Ambos rieron tan fuerte que Ylenia, algo cercana a los dos, se giró para verlos.

-En fin... Me parece que por ahora tiene suficiente. ¿Quieres jugar una partida a las cartas? -Dijo el pelirrojo sacando su baraja.
-¿Por qué no? No es que haya mucho para hacer por aquí todavía, y los entrenamientos pueden esperar hasta que Kahad se sienta mejor. -Se giró hacia donde estaba sentada la guerrera. -Ylenia. ¿Juegas a las cartas?
-Está bien. La verdad es que ya me estaba empezando a aburrir. -Contestó la joven mientras guardaba sus gafas y el libro dentro de su zurrón y sacaba sus cartas.
-¿Y Ankar? Igual también quiere jugar... -Dreighart miró hacia donde estaba el albino, pero este no aparecía por ningún lado. Una voz se escuchó en la mente de los tres abajo.
-¡Aquí arriba!

Al mirar todos hacia el cielo, vieron una figura agitando la mano en la cofa del vigía. El resplandor de sus cabellos era inconfundible.

-¡¿Juegas?! -Preguntó Onizuka con una potencia de voz que hizo que los otros dos se taparan los oídos, agitando las cartas en el aire.

Un silencio profundo se hizo en la mente de todos, hasta que al final sintieron los pensamientos.

-Quizás más tarde. Pero no hagáis locuras. ¿De acuerdo?
-¿Lo has oído, no, Dreight? -Soltó Onizuka con una severa mirada al ladrón. Éste se le quedó mirando, sin tener muy claro si el samurai hablaba en serio o estaba bromeando. Se encogió de hombros.
-¿Quién empieza?
-¿Qué tal si en vez de cartas nos jugamos prendas? -Propuso Onizuka, a lo que Ylenia le dio un puñetazo en el brazo como respuesta.
-¡No seas burro!

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El capitán había dejado a Lomehin quedarse en una sala que al principio parecía de la limpieza, pero que después resultó ser el camarote más alto del barco, desde donde se podía ver los alrededores. El moreno supuso que sería una sala de vigilancia, y eso era perfecto para su trabajo, con la gran ventana que había en la pared y los ganchos que permitían colgar sus ropas y su espada. Sin embargo, también le había dejado un pequeño muchacho para que lo atendiera en todo lo que pudiera. Al principio, el capitán le preguntó si podría aceptarlo como escudero, para que aprendiera las artes de la espada, pero cuando Lomehin le dijo que estaría de viaje, el hombre le dijo que podía hacer con él lo que quisiera en el viaje y que después decidiera.

En un principio pensó que sería un engorro, pero luego creyó que podría tener un pequeño ayudante en aquel nuevo escudero. Sin embargo, como no sabía lidiar con el crío, no le mandaba nada, y se pasaron al menos la primera hora de viaje reordenando el camarote que habían dejado para Lomehin sin decir ni una sola palabra.

Cuando terminaron, Lomehin empezó a quitarse la camisa. No tenía prácticamente fuerzas, y quería descansar un poco antes de usar las que le quedaban para el conjuro del cristal. Al dejar la camisa negra en el gancho al lado de la espada, el niño comenzó a hablar señalando las cicatrices y heridas de Lomehin.

-¡Hala! ¿Quién le hizo eso? Debió ser un tipo muy duro. -Empezó a mover las manos como abarcando la altura de alguien, y dijo atropelladamente. -Muy alto y muy fuerte. O quizás no tanto. Al fin y al cabo tú pareces muy poca cosa. Seguro que te pegó con las manos abiertas, porque si alguien te atacara con un arma te destrozaría. Aunque el capitán me ha dicho que puede que me convierta en tu escudero, pero solo he visto que lleves una espada, pero muy rara. ¿De qué está hecha? No he visto nunca ese material oscuro.

El adulto pensaba que la cabeza iba a estallarle con tanta cháchara, por lo que mandó al niño callar. Pero este como si no lo hubiera oído prosiguió con su monólogo.

-¿Sabe? Una vez vi un dragón. Era gigantesco y horrible, pero no me pareció nada poderoso ni fuerte, incluso su piel me parecía una fina tira de tela o casi como una venda. Finísima, superfina, es imposible que realmente tengan escamas, ni siquiera se parecía a un reptil. Un oso, eso sí que es peligroso. O un bengal. Cuando sea mayor tendré un oso y un bengal como mascota y los usaré para matar a mis enemigos, y entonces...
-¡Basta! -Gritó el caballero oscuro, pero solo consiguió que lo mirara como si estuviera imaginando que lo atacara su futuro oso. El hombre sonrió y lo miró cambiando de táctica. -¿Quieres saber cómo me hice esto? -El niño se quedó boquiabierto y con la mirada ilusionada asintió con rapidez. -Pues primero haz algo por mí. Tráeme dos cubos llenos de agua, uno de agua de mar y uno de agua para lavarme.

El niño asintió con rapidez y salió corriendo del camarote, y por fin Lomehin pudo suspirar tranquilo. Sabía que no sería fácil para el crío traerle el agua de mar, así que se estiró en el camastro y cerró los ojos para dormir un poco. Cuando abrió los ojos, se fijó a través de la ventana que habían pasado algunas horas, y acomodándose el cuello vio como el niño entraba con un gran cubo de madera llena de agua.

-¿Es el agua de mar? -Preguntó, y ante el asentimiento del niño lleno de sudor, Lomehin reparó en que faltaba el otro cubo. -Bien. Déjalo ahí. Trae el otro cubo, el que usaré para lavarme, dentro de una hora.
-¿Pero no me contarás...?
-Te contaré después. -Dijo el caballero oscuro. -Si quieres ser un escudero tienes que aprender a hacer caso del caballero al que estás sirviendo.
-¡Pero quiero saber...!
-¡A callar y a trabajar!

El niño salió corriendo del camarote y se perdió entre la gente, y Lomehin cerró la puerta y la trabó para que no entrara de nuevo. Suspiró y se dirigió al cubo de agua. Había dormido poco, pero esas horas de sueño le habían recuperado bastante sus fuerzas. Tomó del asa el cubo y lo dejó cerca de la cama, y se sentó frente a él rebuscando en su zurrón.

Sacó el pedazo de cristal que había encontrado en la sala de Leviathán y tras mirarlo durante unos instantes, lo echó dentro del agua. Este hizo un pequeño sonido dentro del líquido justo antes de que empezara a brillar con un tono azul claro. El caballero oscuro empezó a entonar los mismos cánticos que la vez anterior en aquella extraña lengua, y cuando uno de los brazaletes de su muñeca izquierda empezó a brillar, metió el brazo dentro del cubo cubriendo la alhaja con todo el agua de mar. Un fuerte brillo salió del cubo, cegando momentáneamente a Lomehin, y cuando abrió los ojos pudo ver que su brazalete había dejado de ser negro y liso. Ahora tenía una superficie de color azul y blanco parecido a la aguamarina, y en el centro había un zafiro brillante que parecía palpitar como si fuera un corazón. Dentro del cubo no había ni agua, ni cristal.

Soltó un fuerte suspiro y se estiró en la cama cuan largo era, sudando sin parar. Esta vez había sido mucho más sencillo, sin dolor y sin tener que curarse, y sabía que a partir de ahora sería más fácil. Levantó los dos brazos y miró sus brazaletes.

En la derecha, dos brazaletes negros todavía estaban junto al brazalete cobrizo, el cual estaba custodiado por su carne quemada de cuando hizo el primer ritual. Uno de ellos, el central, estaba empezando a emitir un pequeño destello verde de vez en cuando, pero era casi imperceptible. El Templo todavía estaba muy lejos. Y en su izquierda el brazalete azulado reposaba en su muñeca junto a otros dos negros, igual que en la otra extremidad, pero en vez de cicatrices tenía todo el antebrazo empapado de agua de mar. Se dejó caer de nuevo y sonrió. Pronto tendría más energía, pero lo que su cuerpo ahora precisaba era descansar.

Se levantó un momento para destrabar la puerta, no fuera a ser que le llamaran, y se estiró en la cama esperando a que el niño le trajera el agua para lavarse. Quizás fuera buena idea entrenar al chico como un escudero... nunca se sabía cuándo podría ir bien una espada más.

Con ese pensamiento cerró los ojos encima de la cama y se quedó dormido.

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El tiempo pasaba en el barco en dirección a Tycoon con mucha lentitud, mientras que el grupo jugaba a cartas. Después de varias horas jugando, Dreighart no podía dejar de pensar en la misteriosa joven de pelo violeta. Tras pensar un rato, se levantó y sin que se dieran cuenta se dirigió a los camarotes, vigilando que nadie se fijara en él.

En el interior se encontró con algunos de los marineros que fue saludando con una inclinación de cabeza, hasta que llegó al largo pasillo final donde estaban sus camarotes. Se acercó hasta la puerta del camarote de las chicas y agudizó el oído. Cuando sabía que estaba solo, entró con sigilo cerrando la puerta en silencio.

Se giró en el interior para encontrar un escenario prácticamente igual que el de su propio camarote. Dos catres, dos mesillas de noche, una mesa, una silla, un ojo de buey... y dos arcones. Se frotó las manos y sacó sus ganzúas, y se agachó en el arcón de la izquierda, y sin esfuerzo alguno consiguió abrirlo para empezar a curiosear. Levantó la tapa para saber que se había equivocado de arcón al ver un corsé de cuero y un látigo de nueve colas.

Cerró el arcón mientras se ponía pálido como la cera y un escalofrío le recorría el cuerpo. Si Ylenia sabía que vio su arcón seguro que le haría polvo a base de golpes, o algo peor... Respiró un poco y mientras se agachaba frente al otro arcón daba por seguro de que ahí habría algo que esclareciera sobre la chica.

Abrió la tapa sin dificultad y empezó a ver las pertenencias de Emberlei. Empezó a mirar con curiosidad pero con cuidado de dejar las cosas como estaban, mirando poco a poco lo que había dentro. Encontró un pequeño peluche con la forma de un gato, y empezó a inspeccionarlo con ojo crítico. Aquel peluche estaba hecho a mano, pero era muy viejo, y se notaba que había pasado por muchas manos que lo remendaron varias veces. No había nada significativo en las telas usadas, pues no eran más que remiendos, pero eso significaba que tendría algún tipo de trauma con ese peluche... Quizás estuviera estancada en alguna parte de su vida, su niñez o algo parecido... Una época de su vida que no puede dejar atrás, quizás alguien que no quiere olvidar.

Suspiró e instintivamente tocó su colgante. Algo así le pasaba a él con su hermana, así que no tenía derecho a reprocharle. Dejó el peluche donde estaba y continuó buscando, hasta que algo parecido a una piedra tocó su mano. Inmediatamente reconoció la forma y lo único que pensó fue "Mierda..."

Un chispazo surgió de la roca y esta estalló, lanzando por los aires a Dreighart y haciendo que atravesara la puerta y se golpeara la cabeza. Durante unos segundos se quedó en silencio, hasta que unos pasos le hicieron mirar hacia el pasillo. Ylenia, Ankar y Onizuka venían corriendo desde la entrada.

-¿Pero se puede saber qué estás haciendo? -Estalló en un grito mental el dragontino, que hizo que el ladrón cerrara los ojos.
-¿Mamá, eres tú?
-Está KO... será mejor que te lo lleves, Onizuka. Ylenia. ¿Puedes arreglar este desastre?
-Cuenta con ello.

Los dos hombres tomaron al aturdido ladrón y lo llevaron casi a rastras hasta el camarote que compartía con el ninja. En cuanto llegaron, cerraron la puerta y dejaron caer al peliazul en su cama, tomaron un poco de agua y se lo tiraron a la cara para despertarlo. Cuando lo hizo, Dreighart deseó haberse quedado dormido ya que el aspecto de sus dos compañeros no auguraba nada bueno para su integridad física.

-¿Se puede saber qué hacías en el camarote de las chicas, y más aún, con todas las pertenencias de Emberlei alrededor tuyo? -La voz mental de Ankar era dura, directa y fría. Quizás era esa la que usaba cuando hacía de capitán.
-Yo... la verdad es que tenía curiosidad por saber algo más de ella... -Empezó a tartamudear el ladrón. -Así que pensé que entre sus pertenencias podría haber algo interesante que nos dijera algo más sobre su pasado y así saber algo nuevo.
-Por todos los dioses, Dreighart... ¿Acaso no ves que te has jugado el cuello de una manera inimaginable? ¿Qué hubiera pasado si te hubiera descubierto? ¡Podrías haber muerto!
-Te podría haber calcinado a base de hechizos de fuego antes de que pudiéramos hacer algo para evitarlo... -Soltó Onizuka con una cara muy seria. Acto seguido se acercó al oído del joven. -Ahora dime... ¿Había ropa interior provocativa? Cuenta, cuenta...
-¡Onizuka!
-Perdón, perdón...

Ankar se llevó una mano a la frente, frotándose los ojos mientras pensaba rápidamente qué decir. Al final, los miró a los dos seriamente.

-Dreight, vas a hacer de vigía durante la noche. Y mejor para ti que no te duermas. Onizuka, tu vigilarás que no deje su puesto.
-¿Eh? ¿Por qué? -Exclamaron los dos interpelados a la vez.

El albino les lanzó una mirada asesina al tiempo que se dirigía a la puerta, y al abrir, simplemente preguntó con voz fría:

-¿Alguna objeción?
-No, no... Ninguna... -Murmuraron los dos agachados, agitando las manos de lado a lado.

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Se despertó en el momento en que entraba el crío con una espada corta en la mano. Lomehin no necesitó saber nada más, y a una orden, su armadura apareció completamente sobre su cuerpo. Tomó su espada del gancho de la pared y salió corriendo con el niño pegado a sus pies.

Los gritos de los marineros le dieron todas las pistas que necesitaba. Habían avistado monstruos y se estaban preparando para recibirlos. El caballero oscuro miró hacia el cielo y se encontró con que estaba anocheciendo, y se recriminó haber dormido tanto rato. Saltó hacia la cubierta y preparó su arma para ver alrededor. Varios chorros de agua salieron disparados hacia el cielo, y un grupo de los mismos monstruos que le habían atacado en el Templo del Mar Eterno cayeron en la cubierta.

Cargó su energía y lanzó una oleada de oscuridad que expulsó a unos cuantos monstruos. Con un fuerte movimiento señaló hacia el interior del barco y gritó:

-¡Todo el mundo al interior del barco!

La tripulación y algunos pasajeros salieron corriendo al interior del barco. Cuando los monstruos estaban ya de pie, el escudero que había sido puesto al lado de Lomehin llegó hasta él y se puso en guardia.

-¿Y ahora qué hago? -Preguntó algo asustado el niño. El caballero oscuro vio como le temblaba la mano.
-Con tu altura, procura cortar sus piernas. -Le dijo seguro de sí mismo. -Esquiva los ataques y corta sus piernas, yo me encargaré de lo demás.

El niño tragó saliva y asintió nervioso. Lomehin no dejó que los monstruos se incorporaran, así que saltó encima del primero atacándole. El grupo de monstruos se estaba incorporando mientras el moreno intentaba acabar con ellos, y el niño lo siguió, cortando piernas y pies mientras huía de los pinchazos de los tridentes de los quelonios. El combate fue duro, pero llegó un punto en que Lomehin, mientras protegía al niño y lo apartaba, acabaron arrinconados contra una pared por tres monstruos.

"¿Cómo he llegado aquí? -Se preguntó el caballero oscuro apartando al niño con la mano izquierda mientras que con la derecha mantenía su espada en alto. -Todo por culpa de este crío..."

Pero la verdad es que estaba siendo un niño más valiente de lo que pensaba. Pensó que sería interesante enseñarle el uso de la espada correctamente si salían vivos.

Lanzó una nueva oleada de oscuridad que sacó volando a los monstruos, y con rápidos golpes y conjuros consiguió acabar con todos ellos. Jadeante, hizo venir al niño, el cual estaba temblando.
-Busca entre sus cuerpos. Cualquier cosa que encuentres, me las traes después a la habitación. ¿Vale?

El niño asintió y se fue corriendo, mientras que el de cabello oscuro se dirigió a la baranda. Varios marineros habían salido para sacar los cuerpos, y un par se asomaron junto a Lomehin. Lo que vieron los tres hombres los dejó helados, y cuando uno de ellos fue a gritar, el oscuro le tapó la boca con la mano.

-Ni se te ocurra gritar, si tenemos suerte pasará de largo.

El marinero asintió nervioso y miraron de nuevo a las aguas negras. Una enorme masa grisácea estaba pasando a gran velocidad al lado del barco, y algunos picos de la parte superior sobresalían por la superficie del agua como si fueran aletas de tiburón. El marinero que no iba a gritar dejó escapar un pequeño susurro.

-Eso es un Adamantaimai...
-Imposible. -Le contestó el otro marinero. -Las tortugas gigantes están más al sur, no aquí...
-Es cierto, pero eso te digo que es un Adamantaimai.
-Tienes razón... -Dijo Lomehin serio. -Pero tenemos suerte de que no vaya a saltar hacia aquí. Es un monstruo muy grande.
-¿Qué vamos a hacer? -Le preguntó uno de los marineros.
-¿Y tú eres marinero? -Preguntó el otro ofendido, pero Lomehin levantó la mano pidiendo silencio.
-Ya da igual, la Tortuga de Adamantio se marcha.

Y así era, el enorme monstruo avanzó y adelantó al barco dejando atrás una estela de agua y espuma que hizo respirar más tranquilos a los tres hombres que lo miraban.

-¿Qué hubiera pasado si ese monstruo subiera aquí...? -Le preguntó a Lomehin el marinero joven. Este lo miró y después, miró al agua mientras suspiraba.
-Que yo solo no me hubiera bastado...

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La oscuridad se cernía sobre ellos, y la única luz que tenía era la de la luna, que se encontraba con pocas nubes en ese momento, por lo que en el cielo había momentos en que la oscuridad era más pronunciada cuanto más volaba. Bajo ellos podía verse algún que otro barco iluminado moviéndose en la oscuridad del mar, pero Hassle no veía nada de eso. Montado sobre su chocobo negro había sacado un mapa y a la luz de la luna intentaba seguir el camino hasta Tycoon.

-Maldita sea... -Alzó la mirada hacia las nubes que volvían a tapar, una vez más, la luz de la luna. Abrió la mano y un aura blanca la cubrió. -Esto es todo un incordio... ¡Mapamundi! -Una pequeña esfera de luz surgió del aura y, flotando en el aire, brilló alrededor del mapa, se metió dentro del pergamino, y al salir, se quedó flotando delante del rostro de Hassle. -No tenía ganas de usar esto, pero en fin, al final el maestro tenía razón.

Guardó el pergamino con el mapa y tomó la luz entre sus manos, y como si fuera una pelota de papel, la abrió dejando ver un mapa exactamente igual al del pergamino, pero iluminado.

-Al final deberé darle la razón al maestro, este conjuro tan sencillo de magia blanca es muy útil. -Empezó a mover el mapa hacia la zona donde estaba él, marcada con su nombre y una flecha. -Todavía estamos lejos de Tycoon... Tardaremos menos que si fuéramos por mar, pero igualmente tendremos que parar en los pueblos y ciudades, que aunque vueles eso no significa que puedas estar días enteros sin dormir ni comer.
-¡Kue!
-Por lo pronto... -Con los dedos llevó la zona visible del mapa hasta el continente del oeste, y tocó encima de una de las poblaciones. -Podremos tomar descansos en Aghart primero, luego en Wutai del Oeste, después en Winhill y por fin llegaremos a Tycoon. Tardaremos menos y podremos descansar antes de que ellos lleguen, pero igualmente tendremos que darnos algo de prisa. -Dio una palmada y el mapa luminoso desapareció en el aire en una pequeña voluta de humo. Tomó las riendas de Sugoi y se agachó sobre el lomo del animal. -La primera parada que tendremos será en Aghart, que está más o menos cerca de Wutai del Este. Seguramente llegaremos antes del amanecer y podremos dormir bastante, y quizás incluso podremos comprar provisiones, o llevemos a cabo alguna misión para tener dinero.
-¡Kue, kue!

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-¡Achís!

El estornudo rompió la quietud de la noche sobre la cofia del vigía en lo más alto del mástil principal. Dreighart se quitó los pocos mocos que tenía en la nariz con el borde de su capa y después se abrigó con ella. En la cofia había un cuerno de aviso, un catalejo, una pequeña vela y una bota llena de licor para el frío.

-¡Que frío hace, me cago en la puta! -Gritó el ladrón dándose unas palmadas en las mejillas.
-¡Si te hubieras quedado quietecito cuando debías, ahora no estaríamos aquí! -El grito de Onizuka retumbó en la noche viniendo desde la cubierta. El enfado era notorio incluso desde allí arriba.
-¡Eh! ¡No es mi culpa que seas un pervertido! -Gritó el ladrón ahora asomándose para verle desde arriba. -¡Tú estás aquí por preguntar lo que no debías!
-¡Como suba te escamocho, cabrón! -Vociferó el pelirrojo dándole una patada al mástil con tanta fuerza que el movimiento hizo pensar a Dreighart que iba a caer.
-¡Callaos de una vez! -Gritó la voz telepática de Ankar desde el camarote tan fuerte que los tumbó a los dos en el suelo.

Ambos se estuvieron callados por el resto de la noche. Onizuka terminó sentándose en el mástil donde estaba subido Dreighart, durmiendo con la espada en la mano, mientras el ladrón usaba el catalejo para mirar a lo lejos en la oscuridad de la noche. Si por el día le parecía grande, el mar por la noche le daba pánico. Sabía que no solo había peces ahí abajo, y si se cayera seguramente se lo comería algún monstruo antes de que le pudieran ayudar. Tragó saliva cuando pensó en él cayéndose al mar, pero se sacudió de la cabeza esa idea. Cuanto más tiempo pasaba, más sueño sentía, y las cabezadas eran cada vez más frecuentes. El amanecer le sorprendió dormitando sobre la baranda de la cofia de vigía, y se dio un par de golpes en las mejillas cuando notó que el día empezaba a clarear y el viento ayudó por la frialdad que traía. Tomó el tubo de visión alejada, esperando que nadie le hubiera descubierto durmiendo, y empezó a hacer su trabajo.

Cuando miró a estribor, la sangre se le congeló y perdió el color que tenía en el rostro. Bajó el útil de vigía de su ojo y miró limpiamente, y después volvió a comprobar con el aparato de larga distancia.

-Mierda...

A lo lejos, sin la lente lejana, se podía ver lo que parecía una oscura nube de tormenta, pero cuando el peli azul miró con el prismático se dio cuenta de que no era una nube, sino una cantidad desmesurada de monstruos, tanto acuáticos como voladores. Serpientes marinas, tiburones, arpías, esferas mágicas conocidas como bombs y, detrás de todos, un enorme monstruo pájaro azul conocido como Zú. Y eran únicamente los que podía ver desde allí.

-Oh, mierda... -Susurró por segunda vez Dreighart mientras bajaba el catalejo.

Dejó el objeto en la cesta, tomó el cuerno, inspiró una profunda cantidad de aire, y lanzó un trompetazo con el cuerno que rompió completamente la paz que había en el barco.

El trueno que creó con el instrumento sacó de su duermevela a Ylenia, al mismo tiempo que Emberlei saltaba de la cama con cara somnolienta. Sin perder tiempo, la guerrera se colocó la cota de malla encima del camisón verde que llevaba puesto y tomó la cimitarra colgándosela en la cintura, mientras que la maga, con movimientos más lentos, fue a tomar su bastón mágico, que reposaba encima del arcón, pero sin preocuparse mucho por su indumentaria, que consistía solo en una camisa blanca. La de cabello ceniza abrió la puerta para encontrarse que por delante de ella ya corría alguien, y apretó el paso con Emberlei pegada a sus talones. En la cubierta pudieron encontrarse con Ankar, que llevaba puesta su armadura, y con Kahad, que parecía seguir algo mareado, pero ambos armados acercándose a un Onizuka que prácticamente saltaba de alegría frente al sonido del cuerno.

-¡Dreight! ¡¿Por dónde vienen?! -Gritó el pelirrojo a pleno pulmón.

El ladrón se asomó por encima de la barandilla de la cesta del palo mayor y señaló hacia la nube negra hecha de monstruos. Kahad chasqueó la lengua.

-Los tenemos prácticamente encima...
-Todavía queda tiempo. -Dijo Ankar mientras tomaba con fuerza su lanza.

Sin embargo, antes de que nadie pudiera decir nada más, Emberlei alzó su bastón mientras susurraba algo. Mientras se preparaba, sin embargo, algo cayó sobre ella, desconcentrándola y haciendo que perdiera el hechizo. Cuando Kahad, algo congestionado por su mareo, se dirigió hacia él, otros dos seres aterrizaron entre el ninja y la maga negra. Eran los mismos seres reptilianos que intentaron proteger el templo de Lomehin, pero ellos no lo sabían. Uno de ellos saltó en dirección a la espalda del samurái para tomarle por sorpresa.

-¡Cuidado con ese sahagin, Onizuka!

El grito del ninja se perdió en el aire, mientras uno de los hombres pez aterrizaba patosamente gracias al esquive del pelirrojo. Un destello en el aire se produjo, y pudieron ver como el sanguinario kendoka había desenfundado su katana partiendo por la mitad al hombre pez de un solo y limpio corte. Sin embargo eso no detuvo a la pequeña compaña de asaltantes, los cuales cargaron sobre los miembros del grupo. El que había aterrizado sobre la maga levantó su tridente para ensartarla, pero con un rápido movimiento la hechicera consiguió darle un golpe en la cara con el bastón, ofreciendo un tiempo valioso y desprotegido a Kahad, el cual lanzó dos shurikens que se enterraron dentro de la caja torácica del monstruo. Cuando cayó hacia atrás, la muchacha se levantó para golpearle de nuevo con el bastón hasta que dejó de moverse.

El ninja se giró en el instante en que uno de los tridentes enemigos casi le atraviesa la cabeza, pero que solo le arrancó la máscara de su rostro. Consiguió sacar a tiempo su daga kriss y dar un corte hacia la mano del monstruo, haciéndolo retroceder. Con dificultad sacó su katana con la otra mano y se puso en guardia con dos contrarios, pero su condición física hacía que no estuviera seguro de que fuera a salir indemne de aquella batalla. Su estómago amenazaba con salirse de su control con cada movimiento que el barco hacía, y si así seguía, acabaría siendo un blanco fácil. Sin embargo, cuando sus enemigos empezaron a atacar y él a esquivar, empezó a notar poco a poco como la adrenalina invadía su cuerpo, y el mareo se le iba yendo con rapidez. Lanzó un corte con su daga y después atravesó el cráneo de uno de los monstruos con la katana y dio una patada al otro para apartarlo. Con la daga en la mano izquierda y la katana en la derecha, pudo mirar por primera vez a los ojos de esos seres sin sentir ni el más pequeño rastro de mareo, y sonrió con diversión. Le sorprendió cuando el sahagin le lanzó una estocada que casi lo atraviesa por el pecho, pero dándole la vuelta a la daga y con ella invertida clavó su hoja en la cuenca del ojo del monstruo, atravesándole el cerebro y acabando con él, sintiendo su escamosa y fría piel con cada estocada que daba.

Pero cuando sacó el arma y se giró, uno de los seres estaba demasiado cerca de él como para defenderse, y estuvo a punto de acabar su viaje cuando de repente una sombra cayó sobre el sahagin derribándolo. Cuando miró, vio como Dreighart sacaba su daga de la base del cráneo del monstruo. Se levantó y, haciendo cabriolas con la daga, le sonrió al ninja.

-Te debo una... -Le dijo Kahad.
-Ni lo menciones. -Fue la escueta respuesta que dio el peli azul antes de darle una palmada en la espalda e irse hacia otra zona del barco.

No muy lejos de allí, Ylenia se enfrentaba a otro de los monstruos. Cuando el quelonio le lanzó una estocada, ella lanzó un ataque para romper su arma, pero la sorprendió el hecho de que directamente cortó el mástil de acero que llevaba el monstruo. Este también se quedó de piedra, pero dejó caer el arma destruida y le fue a lanzar un chorro de agua a presión, el cual esquivó por los pelos la guerrera y dio un corte superficial al sahagin. Una risotada fue el aviso que escuchó para apartarse justo a tiempo para que otro monstruo, esta vez hecho una masa sanguinolenta de carne, se estrellara contra su enemigo. Visiblemente enfadada, se giró hacia atrás.

-¡Maldito samurái del demonio! ¡Mira donde apuntas con esas cosas!
-¿Sabías que te ves muy sexy con ese pijama y la cota de malla encima? -Le gritó el pelirrojo corriendo hacia donde estaban los dos monstruos.
-¡¿Te quieres dejar de tonterías de una buena vez?!

Antes de poder contestarle, entre ellos cayó otro sahagin seguido de Ankar. Ambos pudieron ver como los dos luchaban con las armas de asta con ferocidad, hasta que el sahagin dio un salto parecido al que usaba el dragontino. Este último no se quedó atrás y fue tras él volando por el aire, chocando las lanzas en el firmamento, hasta que cuando empezaban a caer, el quelonio no lo tomó en cuenta y se golpeó contra uno de los mástiles, lo que aprovechó el dragontino para impulsarse en ese mismo mástil para caer con fuerza sobre el monstruo, atravesándolo por el estómago y clavándolo en la cubierta del barco.

Después de eso miró hacia sus compañeros desde detrás del yelmo y después hacia el horizonte. Sacó del cuerpo del anfibio su arma y saltó de nuevo para colocarse cerca de la guerrera y el samurái mientras ellos también miraban hacia la nube oscura.

-Estos debían de ser la avanzadilla. Preparémonos para la batalla que se nos viene encima.

Un portazo hizo que se giraran con las armas en las manos, pero las bajaron al ver al capitán con algunos marineros detrás de él. Algunos llevaban algunas armas.

-¿Qué está pasando? -Cuando Ankar le señaló el firmamento con los monstruos, el capitán se puso pálido y empezó a dar órdenes. -¡Vamos, hombres! ¡Hemos de movernos! ¡Desplegad la mayor! ¡Hemos de dejar atrás a esa horda de monstruos!
-No servirá de nada. -Dijo Dreighart antes de que se movieran los lobos de mar, regresando con algunas perlas en la mano libre. -Si he podido verlos con el catalejo es porque están suficientemente cerca como para que podamos huir.
-¡Entonces tendremos que prepararnos para la batalla!
-Para eso estamos nosotros. -Contestó ahora Kahad, mirando a Ankar con una sonrisa en los ojos. -Y disculpadme por mi comportamiento, no me sienta bien este tipo de viajes.
-Descuida. -Le dijo el albino, y miró al capitán. -Mi compañero tiene razón. Su tripulación no está lista para esa cantidad ingente de monstruos. Lo mejor que pueden hacer es entrar dentro del barco y si por casualidad entra algún monstruo, despachadlo dentro donde habrá menos gente que pueda ser herida.
-Entendido... -La voz del capitán no parecía muy convencida, pero empezó a dar órdenes para sus hombres.

Mientras tanto, el grupo se reunía en la cubierta.

-Creo que no hará falta que os diga que tengáis cuidado... -Expresó Ankar con voz risueña.
-¿No habíais luchado nunca contra tantos enemigos? -Preguntó Emberlei curiosa.
-¿Tanta morralla junta te refieres? -Respondió Onizuka riendo. -Somos más de bichos con más calidad.
-Y más caché. -Secundó Dreighart sonriente guardando las perlas.

El grueso del enjambre llegó hasta el barco, atacando con fiereza. Ankar saltó hacia el cielo para evitar que los monstruos acabaran con las velas, y Kahad corrió por el mástil para asistir al dragontino. Desde el suelo, Onizuka e Ylenia golpeaban a diestro y siniestro intentando que no golpearan a Emberlei, la cual no dejaba de lanzar hechizos de todo tipo. Dreighart corría entre los monstruos rematando con su daga a todo aquel que caía al suelo. Pájaros del tamaño de un ser humano que al caer se rompían como rocas, versiones gigantescas de los típicos mosquitos, algunas mujeres con serpientes en vez de cabellos, algunas sierpes marinas enormes que saltaban a cubierta, esferas que estallaban cuando se les lanzaba magia... Aquella fauna marina y aérea fue disminuyendo conforme el grupo luchaba contra ellos. Los pocos que sobrevivían salían volando, siendo presas fáciles para los conjuros de Emberlei o los shurikens de Kahad.

Onizuka gritó de alegría, asustando a Ylenia, la cual le dio un puñetazo en el brazo.

-¡No me asustes así joder!

Las heridas eran mínimas por fortuna, pero desde el mástil principal, Ankar y Kahad pudieron ver lo que aún estaba por llegar. El enorme pájaro conocido como Zú venía acompañado de esferas mágicas rojizas.

-Esto no ha acabado... ¿Crees que podrías acertarle desde aquí? -Preguntó el dragontino, a lo que el ninja negó con la cabeza.
-Está demasiado lejos como para que mis shurikens lleguen. Lo siento.

No pudieron decir más, pues los bombs se acercaron a gran velocidad. El dragontino tomó al ninja y saltó hacia abajo, mientras que el teñido preparaba sus armas y los de abajo empezaban a golpear a las esferas. Se volvieron a desperdigar para acabar con ellos. Kahad e Ylenia se dirigieron a proa, Onizuka y Emberlei estuvieron a estribor, y Ankar y Dreighart a babor. La batalla contra las bombas vivientes fue cada vez más dura, pero consiguieron acabar con ellas antes de que llegara la enorme ave. Para entonces, el grupo estaba corriendo ya hacia la proa del barco.

El pájaro gigante cayó en picado hacia la nave, pero el dragontino pegó un salto al mismo tiempo que un grito desgarraba el cielo.

-¡Dreighartdoken!

El monstruo fue sorprendido por el albino y por el peli azul, que fueron disparados hacia el animal. Ankar se clavó con la lanza por delante en el pecho de la criatura junto con Dreighart que cortó la yugular de la bestia, arrastrándose por el cuello y empezando a apuñalar con saña en el cráneo del animal. Cuando quiso darse cuenta, el ladrón tuvo que saltar hacia el barco, porque estaban perdiendo altura a gran velocidad. Consiguió sujetarse al dragontino que lo tomó del brazo para caer con seguridad. Nada más tocar la madera, el pájaro cayó también con violencia, haciendo que el barco se moviera peligrosamente, como si estuviera a punto de hundirlo por la proa. Un grito de alegría sonó por todo el barco.

-¡Si señor! ¡Justo entre los ojos! -Gritó Onizuka mientras iba corriendo hacia el pájaro y sus compañeros. Entrechocó su mano con la del ladrón en un gesto de triunfo mientras los que estaban en la proa se aguantaron en la madera. -¡Ha sido genial!
-¡Cállate! -Gritó Ylenia sujetándose el brazo. Parecía resentida en ese lugar y su cota de malla parecía algo quemada. -¿Cómo puedes disfrutar tanto de una batalla?
-Si no comes, ni luchas, ni follas... ¿Para qué vivir, para ser un gilipollas? -Dijo él dándole un golpecito a la guerrera. -Además, estás genial con esa ropa, incluso la pequeña se ve bien.

La guerrera miró a la de pelo morado. Su camisón de fina tela había sido mojado completamente, y se podía ver perfectamente su cuerpo desnudo bajo la ropa. Después se miró a sí misma y vio algo parecido, aunque se ocultaba más con la cota de malla... pero eso no le importaba a sus pezones, que estaban engastados entre las anillas de la armadura. Vio como la maga se miraba y un atisbo de rubor se colocó en sus mejillas infantiles.

-Será mejor que me cambie... -Fueron las únicas palabras de Emberlei antes de salir corriendo hacia los camarotes. Kahad corrió detrás de ella para colocarse en la entrada como un perro guardián.

Mientras, la guerrera se dejó caer en el suelo. El brazo le dolía como nunca, pues uno de los hechizos de fuego le golpeó en él y sentía el ardor casi pegándose con el metal. Sabía que tenía que hacer algo y rápido, pero sin magos blancos, y agotada, estaba perdida.

Se asustó al abrir los ojos y encontrarse con Onizuka sobre ella con una sonrisa de niño.

-¡Te dije que no me asustaras así!
-¿Estás bien? Ese brazo no tiene buena pinta.
-¿Qué sabrás tú? -Dijo molesta, pero el samurái la tomó y se la colocó como un saco de patatas. -¡Bájame cabrón!
-¡Ankar! ¡La belleza helada está quemada! ¡Me la llevo a curarla! -Gritó el pelirrojo hacia el dragontino. La guerrera pudo ver que su compañero iba sin armadura y solo con pantalones. Observó que todo su torso y espalda estaban llenos de cicatrices, pero una destacaba mucho más en su cuello.
-¡Ankar, ni se te ocurra dejarle!
-Él sabe mejor que nadie sobre quemaduras, déjale hacer. -Le contestó el del cabello blanco. -Pero no hagas idioteces, Onizuka.
-Si papá, seré bueno. No tardaré. -Y se dirigió hacia la entrada de los camarotes, siendo detenido por Kahad, colocándose entre él y la puerta.
-Ni hablar samurái. La señorita Emberlei se está cambiando.

El pelirrojo lo miró sin decir nada, y de un rápido movimiento le golpeó en el estómago con una patada, apartándolo de la entrada. El ninja perdió el aire y empezó a toser, pero se quedó con una rodilla en el suelo, a un lado de la puerta.

-Estás en medio como los saleros. ¿Qué no ves que está herida?
-Desgraciado... -Empezó a decir el teñido mientras Onizuka daba otra patada más a la puerta para abrirla. -Esta te la guardo...

Sin escuchar eso, el samurái se adentró de nuevo en las profundidades del barco, pasando al lado de algunos marineros y demás gente, hasta que llegó a la puerta del camarote de las chicas. Pegó una tercera patada para abrir la puerta, asustando a Emberlei que se le cayó la chaqueta de las manos, llevando ya camisa y pantalones.

-¿Qué ocurre? -Preguntó la maga mientras el pelirrojo dejaba a su carga en la cama.
-La señorita fría, que le ha dado un subidón y se ha puesto caliente. -Le contestó mientras metía sus manos dentro de su zurrón. -Vamos a ver... ¿Dónde dejé esa botellita...? -Frente a la mirada de las dos mujeres, empezó a sacar objetos uno tras otro. -Una horquilla para el pelo... no... Un parche de repuesto... no... Comida de chocobo... Podría servir, pero no tengo hambre... Una "Porn Magacine"... Quizás luego.
-¿Vas a tardar mucho? -La guerrera estaba quitándose la cota de malla como podía con la ayuda de Emberlei, dejando al aire el brazo lleno de quemaduras y marcas de la armadura.
-Oh, perdona. Tienes razón. -Metió la mano hasta el fondo mientras la maga tomaba la Porn Magacine y la hojeaba.
-¿Por qué están todas estas mujeres dibujadas desnudas? -Preguntó con curiosidad al abrir el extensible, pero Ylenia se lo arrancó de un manotazo de la mano buena.
-Eso no es para críos.
-No soy una cría. -Molesta, la maga se puso las manos en las caderas. -Sé qué es el sexo aunque no lo haya practicado, si eso es lo que te preocupa, pero no entiendo por qué retratarlas en un libro.
-Ya lo entenderás cuando te salga bigote. -Contestó Onizuka que había sacado una botellita de barro negro. -Aquí está.

Ambas féminas pudieron ver perfectamente la calavera en la botella de barro. La pelo morado se apartó y empezó a vestirse otra vez, mientras que la de cabello ceniza se apartaba como podía arrastrándose por la cama.

-Ni loca me voy a beber eso, antes me corto el brazo.
-Vamos, no seas tonta. ¿Cómo voy a hacerte beber esto? -Se acercó a ella y le remangó más la manga del camisón. -Vamos, que seguro no querrás estar casi en pelotas delante de mi... ¿O quizás sí?
-Me cagaré en tu puta calavera... -Pero no hizo movimientos para apartarse. Mientras, Emberlei se dirigió a la puerta.
-Yo esperaré un poco por si necesita ayuda para ponerse la ropa.
-Vale... ¡Vamos Ylenia! ¡Aquí viene la aeronave! ¡Brrrrr! -Con movimientos exagerados, Onizuka sacó el tapón de la botella y empezó a moverla hacia los lados.
-¡Deja de tratarme como a una niña! -Gritó ella moviendo el brazo herido para tomar el cuello de su compañero.

Sin embargo, cuando lo hizo, Onizuka echó todo el contenido encima de la quemadura, haciendo que de ella saliera humo. Ylenia gritó y se intentó mover, pero el hombre no la dejó moverse al sujetarle con la otra mano. Cuando terminó de escanciar todo, la guerrera cayó exhausta en la cama y sudando a mares, pero la herida no tenía tan mala pinta. Parecía cicatrizada incluso.

-Agua de los baños termales de Doma. -Onizuka le enseñaba la botella a una sorprendida Emberlei. -La llevo en esta botella para que piensen que es veneno.
-Me las pagarás... -Dijo con un hilillo de voz Ylenia, a lo que el pelirrojo rio.
-Es muy cara, no tendrías suficiente... -Pero se quedó callado cuando un estruendo sonó en el barco, moviéndolo y haciendo perder el equilibrio a la maga y a él mismo. Emberlei cayó al suelo pero sin peligro, y él tuvo que sujetarse a la cama de Ylenia, cayendo casi a su lado, para evitar caer al suelo. Los tres se miraron con una mirada atónita hasta que él habló. -¿Qué coño ha sido eso...?

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Por un momento todo parecía estar en calma: El viento que soplaba rápidamente haciendo que las orejas del viera se doblaran hacia atrás, Sugoi preocupándose únicamente de mantener las alas bien abiertas, el sol en el cielo... El viaje había ido bien desde que salió de la isla y ahora mismo podía notar el cambio de temperatura. Frío arriba, templado abajo. No hacía tanto frío al fin y al cabo.

Pero de repente todo cambió. Una fuerte ventolera tomó desprevenido a Hassle y cuando abrió los ojos, notó que su sombrero había salido volando, pero su visión se había fijado en el horizonte. Varios monstruos volaban a una distancia bastante grande, pero en su dirección. Nunca había visto una cantidad tan grande de monstruos alados a esas horas de la mañana y mucho menos a esa altitud.

-Vamos a tener que luchar, aunque sea para evitarlos. -Comentó a su montura sacando su estoque con una mano y las riendas con la otra.

Dio un tirón hacia abajo, y empezó a descender, pero los monstruos también hicieron lo mismo. Pudo ver varias aves y algún que otro arhiman, y entendió que si no derrotaba a algunos en el aire. No le gustaba, y había perdido su sombrero, así que estaba bastante frustrado y esos seres iban a cargar con todo.

Una de las aves se lanzó en picado, pero Hassle movió rápidamente su estoque y consiguió cortarlo, hiriéndolo en el ala. No necesitaba acabar con ellos, tan solo inutilizarlos lo suficiente como para que no pudieran volar. Movió su estoque haciendo un círculo en el aire y un aura verdosa se formó a su alrededor, y con un fuerte grito lanzó hacia los monstruos que se acercaban más y más un chorro enorme de fuego. Las alas de algunos se incendiaron y cayeron, y con una sonrisa feroz el viera se lanzó en picado para rematarlos con su arma. El chocobo aleteó varias veces para recuperar altura, y el mago rojo lanzó otros dos cortes mientras subía, cortando algún ala o en el propio cuerpo del monstruo. No era su especialidad, el combate aéreo, y tampoco le gustaba mucho, ya que no podía conseguir nada de los cuerpos monstruosos, pero así podía evitar más conflictos. No le gustaba huír.

Si se quedaba en el mismo sitio podía ser rodeado, así que hizo que Sugoi aleteara y subiera sobre las nubes. Desde ahí podía ver como los monstruos salían a su paso, y con otro movimiento, empezó a lanzar hechizos de electricidad hacia ellos aprovechado la fuerza que le podía proporcionar las nubes. Un enjambre de pequeñas aves que él conocía muy bien por su peligrosa habilidad de transformar en roca a quien atacaban se lanzó hacia él, mientras que Hassle decidió atacar con todo. Sabía que si ahora atravesaba la nube de pájaros estos no lo seguirían, así que su chocobo cerró las alas, y cayó con fuerza.

El pico dorado del animal golpeó a una o dos aves, mientras que él cortó al menos cinco de esos monstruos. Cuando pensó que iba a salir airoso, un ave lo golpeó en el brazo izquierdo y le hizo perder el equilibrio, y otro monstruo, un ojo enorme con alas, lanzó una especie de rayo desde el globo ocular hacia él, también golpeándole y esta vez lanzándole fuera de su silla de montar.

Empezó a caer.

Abrió los ojos, dolorido en su brazo y en su pecho por el último ataque. Miró su brazo izquierdo y se puso pálido, pues desde el hombro hasta el codo estaba convertido en granito puro. Si no hacía algo rápido, se extendería, transformándolo en una estatua de un viera macho. Pero en ese momento no se preocupaba mucho de eso, lo que le tenía los pelos de punta era la increíble altura a la que estaba cayendo.

-¿Qué hago...? ¿Qué hago...? Éxodus, échame una mano, maldita sea... -Empezó a decir, pero miró hacia un lado y tomó con fuerza su estoque.

Uno de los globos oculares gigantes fue a atacarle con las fauces abiertas, pero Hassle dio un fuerte corte partiéndolo por la mitad. Otro, que lo alcanzó, se llevó una estocada en medio del iris, haciéndolo estallar como una burbuja. Los monstruos caían, pero llevando su mano izquierda hacia la boca con dificultad, lanzó un silbido fuerte hacia el firmamento. Un aleteo le llegó desde arriba y sonrió aliviado, viendo como Sugoi caía con fuerza y se colocaba debajo de él, dejándole la silla de montar justo debajo del viera.

Se giró en el aire, estiró la mano petrificada casi completamente y se sujetó de las riendas, y al colocarse, el chocobo abrió las alas y salió disparado hacia el suelo, dejando atrás a los monstruos que aún quedaban. El de piel oscura guardó su estoque, y con su mano ahora libre lanzó su última baza. Conjuró su especialidad, el doble hechizo, y de su mano derecha salieron decenas de esferas de hielo entre él y sus perseguidores, y casi al mismo tiempo, el mismo número de esferas de fuego surgieron del mismo lugar, haciéndolas estallar y creando una pantalla de humo que impedía a los monstruos ver por dónde estaba. Vapor de hielo. Algo que había aprendido por pura casualidad.

El chocobo descendió, casi en la costa. Sus patas arrastraron el agua del océano dejando una estela a su paso, y cuando llegaron a la costa redujo la velocidad hasta que, en medio de la playa, se detuvo.

Hassle miró hacia el cielo, y suspirando se cercioró de que los monstruos no lo seguían. Ese era uno de los problemas de viajar solo, que era muy peligroso. Se miró su brazo izquierdo, el cual era ya todo de piedra, y se puso nervioso.

Bajó de su montura y vio a lo lejos. Wutai del Oeste estaba todavía muy alejada aunque podía verla desde allí, pero no duraría lo suficiente. Con movimientos algo torpes abrió las alforjas que llevaba Sugoi solo con la mano derecha, y empezó a buscar en ellas. La petrificación ya le llegaba hasta el inicio del cuello, y sentía la frialdad de la piedra recubriéndole, impidiendo que sintiera la piel. Al final, sonriendo aliviado, sacó un pequeño paquete alargado, de no más de 25 centímetros, y lo abrió. En su interior había una alargada y gruesa aguja dorada, un objeto mágico que curaba la petrificación. La sacó con dificultad, la tomó con la mano libre y la clavó en su brazo de piedra.

Casi al instante una grieta apareció donde había colocado la aguja, y empezó a expandirse por toda la parte petrificada, y cuando todo era grietas y rajas, estalló junto a la aguja en mil pedazos, dejando únicamente el brazo de piel y ropa que había originariamente.

Hassle suspiró profundamente moviendo su brazo curado. La sensación de estar petrificado nunca le había gustado, pero le gustaba el tacto de la tierra y la roca. Si no fuera porque estar petrificado le privaba de sus movimientos, quizás pensaba en estar siempre con una capa de piedra encima de su piel.

El chocobo acarició su otro brazo con la cabeza y el viera sonrió. Rascó las plumas de la testa del animal y miró hacia la ciudad. El sol le estaba dando en los ojos, y se llevó la otra mano a la cabeza para acomodar su sombrero, pero se sorprendió al encontrarse sin él. Recordó que lo perdió al inicio de esa batalla.

-¡Maldita sea! -Gritó frustrado dando una patada a la arena. -He perdido mi sombrero Sugoi. ¿Qué clase de mago rojo voy a ser ahora?
-¡Kue!
-Si... solo puedo hacer eso. ¿Vamos a Wutai? -Preguntó mientras se colocaba la capucha de su capa, también roja, encima de la cabeza. -Quizás ahí haya sombreros para mí...
-¡Kue kue! -El grito del chocobo negro parecía feliz, y empezaron a caminar en dirección a la ciudad portuaria.

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Ylenia, Emberlei y Onizuka salieron corriendo de la habitación con las armas en la mano, sujetándose en las paredes por el excesivo movimiento de la embarcación. Cuando llegaron a la cubierta se encontraron con varios cadáveres de monstruos nuevos que los que se quedaron arriba habían despachado, pero ahora mismo estaban todos mirando a la enorme figura que estaba subiendo por estribor.

-¡Ankar! ¡¿Qué es eso?! -Gritó Dreighart con la daga en la mano, al lado de Kahad.
-Es un Adamantaimai... -Respondió el albino, otra vez con su armadura colocada. -Esto va a resultar complicado.
-¡Deberíamos detenerle antes de que suba! -Gritó Kahad, pero en ese momento otra oscilación hizo que casi perdiera el equilibrio y mirara como el animal había llegado hasta el barco.

El monstruo en cuestión era realmente enorme. Tenía forma de tortuga pero debía medir aproximadamente cinco metros de largo y tres de alto, con un caparazón que parecía hecho de de roca y pinchos que salían de él, con una larga cola y tres grandes colmillos que salían de sus fauces, llenas de dientes más pequeños pero no menos afilados. El color amarillento de su piel parecía dorado y sus aletas tenían duras y afiladas garras carmesí.

El monstruo pegó un grito estridente, y todos tuvieron que usar sus manos para taparse los oídos mientras duraba el rugido. Cuando el silencio volvió, la tortuga gigante movió su testa de grandes colmillos y golpeó con ella a Dreighart y a Ankar, echándolos hacia atrás por el golpe, golpeándose el peli azul con la barrera de seguridad del barco antes de caer por la borda.

-¡Su puta madre! -Gritó el samurái asombrado por el golpe a sus compañeros. -¡Ylenia, vamos a darle manteca!
-¡Tened cuidado! -Gritó ahora Emberlei mientras Kahad se ponía a su lado. -Es muy peligroso, pero el frío le afecta.
-¿Te refieres al hielo? -Preguntó la guerrera, y cuando ella asintió, chasqueó la lengua. -Yo puedo hacer golpes de base de hielo, pero poco más...
-Eso será suficiente si le reventamos a ostias. -Dijo Onizuka tomando su katana de fuego con ambas manos.
-¿Estarán bien Ankar y Dreighart? -Preguntó Kahad mirando a los otros, que estaban levantándose.
-Claro que sí, no los tomes por debiluchos. ¡Vamos pa´allá!

Kahad volvió su mirada al monstruo y sacó dos shurikens con la mano izquierda, lanzándolos hacia las patas delanteras del monstruo. Al contactar, el animal gritó de nuevo, esta vez de dolor, y se alzó un poco en sus patas traseras. Onizuka e Ylenia salieron rápidamente a su ataque, golpeando ambos con sus armas, abriendo una herida sangrante en la panza del monstruo. Este intentó aplastar a ambos con sus patas delanteras, pero saltaron hacia atrás en el momento en que, al caer, el barco volvió a moverse peligrosamente. Volvió a mover su cabeza, esta vez hacia Onizuka, pero este colocó la espada entre él y la cabeza y aguantó el golpe, pero fue empujado por el impacto hacia atrás, colocándose justo al lado de sus compañeros.

El samurái y la guerrera miraron hacia atrás, buscando a sus compañeros. Detrás de Kahad y Emberlei venía corriendo Dreighart, pero Ankar no estaba por ninguna parte.

-¿Dónde...?
-No importa. -Dijo Onizuka devolviendo la mirada al monstruo. -¿Qué te parece si golpeamos al mismo tiempo?

Ylenia miró extrañada al pelirrojo, pensando que no se preocupaba por el dragontino. Onizuka, por su parte, solo sonrió. No debía preocuparse por Ankar, habían sido amigos por varios años, y su compañero siempre tenía un plan para todas las situaciones. Mientras que él siguiera peleando, Ankar llegaría a echar su mano cuando menos lo esperaran, así que lo único que debía hacer era seguir golpeando.

-¡Vamos a rodearlo!

Kahad y Dreighart tomaron la iniciativa y esquivando potentes golpes de parte del monstruo pudieron colocarse detrás de este, mientras que algo alejada por la izquierda Emberlei empezaba a recitar conjuros. Onizuka e Ylenia empezaron a concentrar sus fuerzas en sus armas, sacando llamas por el pelirrojo y un aura blanquecina en la de cabello ceniza. Cuando un potente chorro frío y blanco salió del bastón de Ember y golpeó al Adamantaimai, este soltó un fuerte grito y un aura blanquecina empezó a salir de él. El ninja y el ladrón golpeaban con sus armas las patas traseras, pero saltaron hacia atrás cuando el aura dejó pasó a una cúpula de color grisácea que cubrió a la tortuga gigante. Todos miraron a Emberlei, la cual chasqueó la lengua.

-¡Ha usado una versión más potente del conjuro "Escudo"! -Gritó ella intentando sujetarse al mástil después de que al caer con ambas patas, el monstruo volviera a hacer mover entero el barco. -¡Minimiza los daños por magia!
-¡¿Quieres decir que tu magia será menos efectiva?! -Ante el asentimiento de la maga, el samurái se encogió de hombros. -¡¿Alguna idea?!
-¡Rompamos el caparazón! -Gritó Dreighart desde el otro lado. -¡Ahí solo debe de haber piel!

Fue entonces cuando un silbido se escuchó desde el cielo, y al mirar, todos pudieron ver como un destello azul caía como un rayo golpeando el caparazón del Adamantaimai. El impacto fue tal que el propio barco se hundió un poco. Onizuka miró hacia allá, viendo a Ankar sacando su lanza del pedregoso caparazón. Para un golpe así, debió haber saltado desde el mástil del barco.

Pero el rostro del albino puso sobre aviso a los demás, y sus pensamientos los advirtieron de algo que no esperaban.

-Solo una raja...

En ese instante, la tortuga gigante levantó la cabeza y atrapó el brazo de Ankar de un mordisco, y lo lanzó con fuerza hacia su derecha. Emberlei no tuvo tiempo para esquivarlo y el dragontino se llevó por delante a la muchacha, cayendo hacia atrás en un estrépito de objetos caídos y metal, con el bastón de ella dando tumbos y la lanza clavándose en el mástil.

-¡No hay que dejar que vuelva a dar un pisotón! -Gritó Kahad corriendo hacia el lado izquierdo, mientras que Dreighart corría por el derecho. El ninja lanzó un shuriken a la pata del monstruo mientras que el ladrón golpeaba con su daga.

Volvió a levantar las pesadas patas el monstruo, y Onizuka e Ylenia salieron corriendo hacia su estómago, golpeando con estelas azules y carmesíes, al grito de los dos guerreros.

-¡Blue Crimson!

La herida empujó al monstruo hacia atrás, quemando y helando los cortes al mismo tiempo, y haciendo que el barco volviera a moverse peligrosamente. El monstruo abrió sus fauces y lanzó un chorro de agua a presión hacia Ylenia, pero Onizuka la empujó y recibió el chorro él lanzándolo hacia atrás y golpeándose la cabeza contra uno de los cabestrantes del barco. La guerrera se levantó del golpe y miró hacia el samurái, que se levantó con furia en sus ojos. Ambos ojos.

Extrañada, volvió a mirar el rostro de Onizuka. Su parche se había caído, y algo de sangre caía por la cabeza. Su ojo izquierdo, tan acostumbrada a él por su color dorado, contrastaba demasiado con su ojo derecho escondido, del color de la hierba fresca. Tanto Kahad como Dreighart vieron como un aura rojiza empezaba a envolver a su compañero.

-¡Onizuka está entrando en Trance! -Gritó Kahad.

Trance. Un estado en el que prácticamente todas las personas cambian incluso su forma física, llegado por el recibir golpes físicos o psicológicos muy fuertes. Dreighart había oído hablar de él, igual que Ylenia, pero esta era la primera vez que veían a alguien entrar en dicho estado. Sabían que ellos podrían llegar alguna vez a esa forma pero nunca les había pasado.

El aura roja cubrió por completo a Onizuka, y su cuerpo empezó a cambiar. Su piel se oscureció, tomando el color de las brasas calientes, y de su frente surgió un cuerno de color amarillo. El ojo jade se encendió, literalmente, con una llama que cubría la mitad de su cara. Los puños y músculos del pelirrojo aumentaron, saliéndole garras negras donde antes había uñas, y una enorme cuerda salió de la empuñadura de la katana de fuego y se unió a él, enrollándosele por el brazo y haciéndole un cinturón de cuerda en llamas.

El aspecto casi demoníaco de Onizuka hizo dar un paso atrás a Ylenia, pero los ojos tan disparejos de Onizuka estaban fijos en la tortuga gigante.

-¡Kahad! -La voz, igual que su cuerpo, parecía distorsionada. Sorprendió a todos sonando con dos voces diferentes, la del propio Onizuka y la de una mujer. -¡Consigue su atención! ¡Dame la oportunidad de subirme!

Extrañado, el ninja miró al samurái, pero entendió casi al instante. Asintió y sujetando con firmeza su daga kriss corrió hacia el lado del Adamantaimai, y rajó entre el caparazón y las escamas del estómago, sacando un chorro enorme de sangre. El monstruo rugió, y empezó a girarse para atacar al teñido, pero mientras se movía, Dreighart enterró su daga en la enorme cola, en la zona más débil. Otro rugido, y volvió a girarse en la misma dirección, dándole la oportunidad a Kahad de llegar donde el peli azul, y clavando de nuevo su daga en el mismo sitio. Consiguió que la tortuga se pusiera de espaldas a Ylenia y Onizuka.

Rápidamente, el samurái corrió más rápido de lo que la guerrera recordaba. Se sabe que la fuerza física, reflejos y velocidad de los que entran en trance también cambiaban, pero aquello la tomó por sorpresa. De dos pasos se plantó en el gran caparazón de piedra del monstruo y una enorme carcajada, parecida a la de un demente, surgió de su garganta cuando levantó la espada envuelta en llamas.

Ahí abajo estaba lo que Onizuka buscaba. La raja que había hecho Ankar en su caída y que él podía aprovechar. Dejó caer el golpe exactamente en el mismo sitio.

El impacto aplastó al Adamantaimai en la cubierta del barco.

El golpe asombró a los tres que estaban en la pelea, pero Onizuka, sin dejar de reír, volvió a levantar la espada y golpeó de nuevo, y una tercera vez, y una cuarta, y una quinta, a una velocidad que hacía que su espada fuera solo un abanico rojo. Cada golpe hacía que el barco se moviera peligrosamente, hasta que golpeó una sexta vez, y un crujido, como de algo partiéndose, se escuchó desde debajo del arma del samurái. El pelirrojo vio al sacar el arma en llamas que había abierto el caparazón, y que debajo de ahí había solo una suave y esponjosa piel de color rosa brillante.

Dio la vuelta a su espada y la clavó en esa carne apetitosa, y mientras el monstruo gritaba, Onizuka gritó de nuevo con su voz dual.

-¡Necesito cubitos de hielo!

Y empezó a correr, abriendo el caparazón cada vez más. Ylenia comenzó a correr, concentrando su energía de nuevo, pero algo tiró de ella desde atrás, levantándola en el aire. Cuando miró, se encontró con Ankar llevándola a ella y a Emberlei, y cayendo en el caparazón. La maga negra lanzó un chorro de hielo desde sus manos, y la guerrera con su espada cortó por donde abría Onizuka. El dragontino por su parte lanzó una bocanada de aire helado desde su boca, congelando todo lo que tocaba. Onizuka llegó hasta la cabeza y la abrió con su espada, mientras que tanto Kahad como Dreighart golpeaban con sus armas las zonas vulnerables del monstruo. Se sorprendieron al ver como el samurái caía entre ellos y daba un último corte en la cabeza, aplastándosela con la enorme llama que sacaba.

Todo se quedó en silencio cuando el hielo, los ataques y las llamas se quedaron callados. Nada se movió hasta que el pesado cuerpo del monstruo se dejó caer en la cubierta, derrotada. Gritos de júbilo salieron de casi todas las gargantas, mientras que el samurái caía de espaldas y cerraba los ojos.

Al abrirlos de nuevo, Onizuka vio la cara de Emberlei que lo miraba curiosa.

-Bonito día. ¿Verdad?
-Ya despertaste... -Dijo la maga negra y se incorporó. -Pero tu forma física vuelve a ser la misma que antes. Parece que ese estado solo dura un rato. -Se giró a los demás. -¡Ya despertó!

El pelirrojo se levantó para ver a Ankar sentado cerca de él. En la mano del dragontino había un resplandor multicolor que hacía desaparecer lentamente algunos cortes que tenía en el brazo del momento en que fue atacado por el monstruo.

-¿Crees que la sopa de adamantaimai esté buena? -Preguntó el samurái, mientras que el albino sonreía.
-Vete a saber... -Contestó mientras dejaba de funcionar su conjuro. Se acomodó en el lugar. -Por poco no lo contamos.
-Ya, pero... Algo que contar a los nietos. -Dijo Dreighart desde detrás de Onizuka, y al mirarlo pudo verle bebiendo una poción. Dejó la botella vacía en el suelo y se quitó los guantes. -Bueno, voy a ver si consigo algo dentro del bicho.

Mientras veía cómo iba hacia el cadáver, el pelirrojo pudo ver a Kahad cerca de la borda. Se levantó y se dirigió hacia él con una sonrisa.

-Hombre, Kahad. Al final parece que entiendes más de lo que pensaba. -Apoyándose en la barandilla, miró al mar en movimiento.
-Tienes suerte de no haberte convertido en comida para tortugas. -Contestó el ninja quitándose la máscara y mostrando su rostro para limpiarse el sudor.
-Igual tú. -Contestó el samurái riendo. -Pero oye. ¿Cómo te encuentras? ¿No estabas enfermo?
-Sufro de mareos cuando estoy encima de un barco, o un barco volador... -Contestó el ninja mirando al agua. -Aunque creo que la adrenalina hizo que se me pasara de golpe.
-Bueno, al menos ahora ya estás bien. -Se giró Onizuka y miró al teñido. -Que sepas que eres un tío legal.

Le dio una palmada en la espalda, pero con tanta fuerza que le encorvó en la baranda, apoyando el estómago del ninja, el cual no pudo resistirlo y empezó a vomitar de nuevo. El gesto de Onizuka fue un poema, e inmediatamente empezó a reírse.

-Bueno, no siempre pueden pasar estas cosas... -Dijo riendo mirando hacia el monstruo gigante y a los pequeños. -Este viaje de placer empieza bien. Que bonito día con un montón de cadáveres en medio... A ver quién va a limpiar este estropicio... -Se giró de nuevo a Kahad con una sonrisa. -¿Qué te parece si nos ponemos a limpiar esto?

Como toda respuesta, los vómitos de Kahad cayeron al agua una vez más.

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Bajó el catalejo y suspiró más relajado. Desde que había visto bajo el agua a ese Adamantaimai, Lomehin había estado en guardia, persiguiendo al animal con la lente, pero al final había desaparecido en el horizonte, y sabía que ya haría mucho tiempo que había bajado al fondo, o quizás hubiera encontrado otro objetivo más jugoso. Cerró la herramienta y la dejó en la barandilla, sintiendo la respiración del niño detrás de él.

-¿Qué te pareció la batalla? -Preguntó el caballero oscuro al niño. Este tragó saliva.
-No es como me esperaba...
-Nunca lo es. -Contestó Lomehin con una sonrisa cansada, y lo miró. -Aún así... ¿Quiéres ser un escudero?

El niño lo miró con una mezcla de curiosidad y miedo, y al final asintió.

-¿Sabes que tardarás años en convertirte en un caballero oscuro como yo?
-Sí.
-¿Y sabes que deberás abandonar este barco y venir conmigo? -El niño asintió de nuevo, y Lomehin sonrió un poco más. -Muy bien. Entonces, vamos a empezar. Primero vamos a lavarnos y después te explicaré las bases.

El niño asintió con fervor y se dirigió hacia la habitación de Lomehin. Al llegar, ambos se quitaron la ropa y se lavaron a conciencia, para después ponerse una muda algo más seca y sin salitre encima. El moreno suspiró de placer cuando las ropas que compró a un buhonero en el barco, igualmente oscuras pero de un aspecto más relajado, tocaron su piel de una manera tan ridículamente seca. Miró al niño y le dijo que se sentara. Tenía mucho que explicarle.

Los días fueron pasando de una manera muy simple. Por la mañana, Lomehin despertaba con el sol, y el niño llegaba con su desayuno. Después de eso, entrenaban en el arte de la espada durante toda la mañana bajo la atenta mirada del capitán, el cual ya había hablado con Lomehin sobre el muchacho a grandes rasgos. El propio caballero oscuro tenía serias dudas sobre si seguir enseñándole a usar la espada oscura, pero una tarde, mientras comían unas manzanas y veían el atardecer caer, Lomehin miró a su aprendiz y sonrió. Sentía una calidez que no había sentido nunca... o quizás, en un tiempo muy remoto, muy antiguo... Quizás su hermana se sintió así cuando le enseñó magia. O quizás esta sensación nueva era tan agradable que no quería dejarla atrás. Se recriminó a si mismo, pues estaba haciendo lo mismo que con el grupo de Ankar, pero...

¿Quién es capaz de seguir una vida en solitario?

A las dos semanas de empezar la travesía, llegaron a lo que el niño le dijo era "El Continente del Norte", una tierra fría y helada donde antes había un gran reino que fue destruido en la última guerra. Lomehin no conocía la historia de ese mundo, así que tampoco se interesó mucho, pero escuchó lo que el niño le contaba, así podría dar más forma a su disfraz. El reino de Eblan ahora estaba en otro lugar que no todos conocían, pero las ruinas todavía seguían allí. Cuando esa mañana salió a cubierta, el moreno pudo ver una espesa niebla por el cambio de temperatura, pero lo que le preocupaba eran los arrecifes, no fueran a golpearles en el casco.

Aquel día Lomehin estuvo hablando con el niño.

-En nuestra orden... -Dijo para esconder sus orígenes. -Cuando uno es armado caballero, se le da un nombre.
-¿Y puedo elegir el nombre que yo quiera? -Preguntó el chico mientras daba estocadas hacia delante a un enemigo imaginario. Lomehin rió.
-No, te lo pone quien te inviste caballero. -Le contestó.
-He oído que cualquier caballero puede investir a otros caballeros. ¿Me investiríais vos, maestro? -Desde que empezó el entrenamiento, la educación del niño para con él había sido mejorada, y ahora parecía alguien menos rústico.
-Sí, si todo va bien... -El caballero oscuro sonrió con gracia. -Pero no esperes un nombre rimbombante ni largo.
-¿Cuál es el vuestro?
-El mío es Lomehin, que en la lengua de los Elvaan, o los elfos, significa "Hijo del Crepúsculo".
-¿Y cuál será el mío? -Preguntó él dejando la práctica y acercándose al hombre. Este le revolvió el cabello con gracia.
-Eso aún tengo que decidirlo.

El chico no pareció convencido, y volvió a preguntar.

-Si tenéis dos nombres... ¿Cuál fue el que os puso vuestro padre?

Lomehin se quedó callado, y volvió a sonreír.

-Ese nombre es tan antiguo que ya ni me acuerdo. -Contestó antes de ponerse de pie. -A veces los de nuestra orden olvidamos el primer nombre que se nos dio, porque usamos más el segundo.
-¿También me pasará a mi?
-No lo sé... No puedo ver el futuro.

Sin embargo, al día siguiente, Lomehin había deseado más que nada en el mundo el poder ver lo que le esperaba esa mañana. Llevaban casi dos días envueltos por la niebla, y por fortuna los navegantes tenían experiencia en esos lares. Algunos de los pasajeros caminaban por la cubierta, pero era tal el frío en esa zona nórdica que muchos parecían osos de peluche de tantas capas que portaban. Al propio Lomehin no le gustaba el frío, y se hizo con ropas más abrigadas del buhonero, y una capa acolchada, todo de negro y plata. El niño parecía estar acostumbrado. Sin embargo, cuando estaba explicándole los movimientos al crío al amanecer, el barco dejó su tranquilo navegar y con un brusco tirón, hizo que muchos cayeran al suelo al encallarse. El caballero oscuro se levantó algo aturdido y pudo ver que no estaban muy lejos de la costa nevada del continente norteño, así que lo único que necesitó fue una mirada al capitán para que este empezara a dar órdenes.

El sistema de emergencia se puso en marcha casi de inmediato, y el primero en bajar fue el propio Lomehin sobre una canoa. Mientras más remaban, mejor podía ver entre la niebla, y pudo distinguir un pequeño claro cerca de la playa donde no había muchos monstruos. Saltó de la embarcación con la espada en la mano, despachó a unos cuantos avianos y el resto pareció desaparecer de su vista. Cuando estuvo seguro, dio la señal para que desembarcaran.

El resto de botes salvavidas ya estaban dirigiéndose hacia allá con los pasajeros encima y la tripulación entre ellos. Los marinos, expertos en este tipo de situaciones, consiguieron arrastrar el barco hacia afuera y pudieron ver que había un agujero bastante grande en el casco que casi destrozaba la quilla.

-Tardaremos unos días... -Explicó el capitán a la tripulación, incluyendo a Lomehin. -Hay madera suficiente en estas tierras, y los monstruos son algo asustadizos, pero no quiero correr riesgos. Sir Lomehin. ¿Podríais acompañar a las expediciones a buscar leña?
-Mientras no me pida que corte troncos... -Dijo riendo él, haciendo que todos los demás soltaran alguna risa.
-Por el resto, no queremos sorpresas innecesarias. Que cada marinero lleve al menos un sable por si Sir Lomehin no está por los alrededores, y quiero un fuego encendido a todas horas. Quiero salir de estas tierras lo antes posible.
-A sus órdenes, capitán. -Gritaron todos los marineros mientras se levantaban.

Lomehin se levantó del barril donde había estado sentado con una sonrisa irónica. "Sir Lomehin". No recordaba que aquellos con el título de Caballero tenían esa distinción, pero le gustaba. Era algo especial, y en parte era divertido. Caminó hacia el niño y le dio las instrucciones pertinentes mientras él empezaba la vigilancia.

Los días pasaron y los trabajos marcharon a buen ritmo. Incluso la niebla, otrora espesa como un puré, empezó a retirarse alrededor del campamento, y los pasajeros parecían estar de mejor humor. Aunque habían algunos rumores que empezaron a inquietar al caballero oscuro.

Una noche, hablando con el niño, este le explicó que algunas de las personas en el campamento estaban nerviosas por las ruinas de Eblan, no muy alejadas de allá. Teóricamente cuando acabó la guerra no quedó nadie allá, pero las leyendas dicen que muchos fantasmas que odiaron la injusticia de la guerra seguían por ahí. El hombre escuchó con atención, pero no pasó de ahí. Tenía interés en esas ruinas, pero no era ni el momento ni el lugar adecuado. Tampoco tenía intención de abandonar su puesto de vigilancia, por lo que decidió que aquella visita debería hacerse en otra vida, si los dioses tienen sentido del humor.

Pero a los dioses no les gustaban sus chistes.

No había pasado ni una semana desde que encallaron cuando las reparaciones parecían haber concluido. Él pasaba las horas en el campamento más como niñera que como protector, teniendo que lidiar con las peleas de los adultos que querían curiosear alrededor de las obras del barco o querían ir a las ruinas, o incluso alguna que otra borrachera.

Por su parte, la tripulación se mataba a trabajar. Algunos pasajeros estaban enfadados y nerviosos, sin contar con el frío que tenían, así que el caballero tuvo que lidiar con su escaso don de gentes y la ayuda del niño pudo evitar cualquier pelea. Todo aquello le sirvió de diversión y para aprender los distintos tipos de acentos que tenía la gente en su tierra.

Y al final, después de una semana y media de reconstrucciones, el barco fue llevado de nuevo al agua completamente reparado. Lomehin esperó junto a otro marinero a solas aguardando que subieran todas las mercancías y pasajeros. Después del último bote, se giró para encontrarse a un grupo de tres marineros y al capitán algo pálido y sudoroso.

-Un duro trabajo. ¿Verdad, capitán? -Preguntó para romper el hielo, pues algo se estaba oliendo.
-Demasiado duro... Tenemos un problema. -Contestó mirando al caballero. -Un grupo de exploración de mi tripulación decidió ir a buscar alimentos, pero como no te habían dicho nada, el muchacho salió en su búsqueda diciendo que te ibas a enfadar con él por haberlos dejado ir solos... -Se acarició el cabello algo canoso antes de seguir. -Creo que fueron en dirección a las ruinas.

Molesto, Lomehin soltó un suspiro de asqueo mientras tomaba su espada con fuerza. Había decidido dejarlo ir, pero le había tomado cierto aprecio al muchacho, y lo de convertirlo en su escudero le sería útil si quería seguir con su viaje.

Caminó hacia la zona de las ruinas, al nordeste. El lugar era tétrico de por si. Aún siendo de día, la nieve y la quietud hacía que todo pareciera una trampa mortal. Sin saber si era miedo, nerviosismo o simple precaución, Lomehin sacó su armadura a relucir y su espada surgió de su vaina. Caminó a paso rápido hasta que divisó la entrada de las ruinas.

Una ciudad entera fue reducida a cenizas en apenas una noche, según había oído del chico y de los hombres que cuchicheaban en el campamento. Veinte años atrás, en la llamada "Guerra de las Sombras", el rey de Baron fue suplantado por un enemigo, y quiso expandirse para dar una excusa para la guerra, y una de las ciudades, junto a Damcyan, donde estaba en el pasado el Templo del Fuego Eterno, fue Eblan, la nación de las sombras. Algunos dicen que aquel lugar, desde entonces, está encantando, pero Lomehin había visto demasiado en su vida como para temer a unos cuantos fantasmas. Con paso decidido, entró en la primera muralla para encontrarse algo bastante impresionante.

Nunca lo admitiría delante de nadie que no le conociera, como Ankar o quizás Onizuka, pero la arquitectura de las ciudades era algo que admiraba de los humanos. Ver algo que podría soportar el paso del tiempo y sobrevivir a todos los que los habían construido era una de las imágenes que más impresionaban al Caballero Oscuro, y precisamente por eso le dolió tanto ver aquel paisaje de desolación y destrucción. Las murallas exteriores habían recibido poco daño, pero los edificios interiores habían sido destruidos parcial o totalmente. Caminó con todos sus sentidos afilados para escuchar cualquier sonido, y pasó por lo que creyó que había sido la plaza principal. Miró la fuente ahora seca y congelada que había en el centro, suspiró y giró en redondo para observar la plaza. Algunas de las casas todavía estaban bastante levantadas, sin muchos escombros. Una antigua posada de nombre "La Garza Azul", una armería llamada "La Caída de la Golondrina", un pequeño bazar con el nombre roto que solo se leía "El Estanque"... Era un lugar que en su época seguramente tendría un encanto difícil de describir, pero ahí, parado en mitad de unas ruinas... Era bastante desolador.

Afinó su oído para ver si escuchaba algo, y caminó por una de las callejuelas. Esa parecía la avenida principal, pues todavía quedaban algunos adoquines en el suelo, y podían pasar hasta dos carros de lado entre ambas manzanas de edificios. A lo lejos, al entornar la vista, pudo ver una columna de humo lo suficientemente pequeña como para que fuera una fogata. Empezó a correr, pues había algo en ese ambiente que no le gustaba, incluso se atrevería a decir que le ponía los pelos de punta.

Cuando pasó varias calles, llegó hasta donde debería haber estado en su momento el castillo de Eblan. La vista lo sobrecogió y le dejó sin aliento. Había visto los Templos Eternos, y había visto las ruinas del castillo de Damcyan en el desierto, mientras esperaban a Ankar y Onizuka, pero aquel lugar superaba en desesperación a todo lo habido y por haber.

El lugar estaba lleno de cráteres en los puntos donde había habido antes el castillo de Eblan. Todavía se podía respirar el miedo que aquel ataque fortuíto hizo sentir a sus gentes. Había visto cosas espantosas en su lugar de origen, pero había pensado que ese mundo era mucho más civilizado... Pero al fin y al cabo. ¿Qué era la civilización cuando había guerra? Por lo que había oído, los actuales reinos habían llegado a una paz duradera de veinte años, y eso es realmente impresionante conociendo la forma de ser belicosa que tienen los humanoides, y los reyes de ese mundo están entre los que podrían tener su respeto.

Apartó su mirada del lugar de destrucción, y encontró la hoguera... Con cuatro personas a su alrededor, dentro de una casa en ruinas. Corrió hacia allá con la espada en la mano y saltó la pared medio caída en posición de guardia para encontrarse con los tres marineros y el niño. Dio un fuerte movimiento de espada.

-¡¿Qué estáis haciendo aquí?! ¡Debíamos partir hace rato!
-Pero... pero maestro... yo... -El niño parecía realmente asustado ante la presencia de Lomehin. Él tan solo le echó una mirada reprobatoria.
-Contigo ya hablaré. Ahora, preparad las cosas, nos vamos.
-Pero este lugar... -Uno de los marineros parecía bastante blanco mientras hablaba. -Este lugar está maldito.
-¿A qué te refieres?
-Hace años, el que usurpó el trono de Baron hizo que destruyeran estas tierras. Los fantasmas juraron que se vengarían de todo aquel que estuviera vivo, de todo aquel que pisara estas ruinas, que este mundo los había traicionado y no perdonarían a nadie.
-¿Has acabado ya? -Preguntó asqueado el caballero oscuro. -Porque tenemos un barco que abordar y vosotros estáis aquí con cuentos de viejas.
-¡Sir Lomehin, deberíais respetar más a los muertos! -Gritó otro de los marineros.

Lomehin, por su parte, iba a decirle donde podía meter sus respetos, pero un sonido hizo que se girara. Un grito de un animal, parecido a un chocobo, hizo que le pusieran la piel de gallina. Los marineros y el niño se levantaron, y empezaron a temblar.

-Será mejor que nos marchemos.

Las escuetas palabras de Lomehin fueron suficientes para ponerlos a todos en movimiento. Salieron de la estructura en ruinas y comenzaron a caminar en dirección a la avenida principal. Todos llevaban al menos un sable. Sin contar con la espada corta del niño y su espada oscura, hacían cinco espadas, pero el único con experiencia era él mismo... No le gustaba esa posición.

Si estuviera solo no sería difícil, aun cuando fuera el niño solo, también... pero con cuatro personas a su cargo era algo que le iba a resultar demasiado complicado.

De repente, uno de los marinos empezó a gritar, y al girarse, se encontraron que un brazo había salido del interior del suelo. Agarrándole por la pierna con una mano putrefacta y asquerosa clavó sus ennegrecidas uñas. Lomehin abrió los ojos y saltó.

El corte fue limpio y cercenó el brazo podrido, pero otros empezaron a salir. Brazos, cabezas y torsos salieron mostrando un gran grupo de muertos revividos alrededor suyo. El moreno movió su espada y cortó por la mitad a otro zombie, mientras que los marinos empezaron a gritar y a mover sus sables de aquí para allá como si fueran palos, hasta que uno de los zombies tomó el brazo de uno de ellos y mordió con fuerza. El grito puso los pelos de punta a todos, incluído al moreno, que se giró para ver como el niño cortó el brazo del marinero. Era de creencia popular que todo mordido por zombie se transformaba en uno, pero pocos sabían que había conjuros para evitar eso...

Aunque Lomehin no tenía ese conjuro, por lo que la acción del niño fue comprensible. Pero cuando el niño se fue a girar, una lanza surgió del suelo en dirección a ellos. Lomehin saltó en su dirección.

La lanza se clavó en el vientre del niño.

Lomehin gritó. No sabía si dijo algo o simplemente fue la frustración, pero gritó, y movió su espada para cortar al esqueleto que estaba saliendo y que golpeó al muchacho. El niño cayó al suelo, y cuando el moreno pudo verlo, los ojos del crío estaban vidriosos. Volvió a gritar. Esos ojos eran los de un muerto, no de alguien que ha recibido una simple herida.

Se agachó con el muchacho y miró la lanzada. Le atravesaba el estómago por debajo, y subía. Si sus conocimientos de anatomía humana no se equivocaban, y haciendo cálculos...

La lanza había atravesado casi todos los órganos internos.

Soltó al muchacho sin poder aguantar un sollozo. ¿Qué le pasaba? ¿Qué era aquello que sentía? Levantó la vista, y vio como los zombies y los esqueletos estaban atacando a los marinos, comiéndoselos y desmembrándolos, pero nadie le atacaba a él. ¿Por qué?

Entonces, recordó lo que el marino le había dicho. "Este mundo los había traicionado y no perdonarían a nadie"... Él al fin y al cabo... no era de ese mundo.

Se levantó furioso y empezó a lanzar conjuros de fuego y estocadas. No le importaba ya nada, salvo esa pequeña sensación de venganza contra esos enemigos que al final no tenían ninguna culpa. Cortó, rajó, estacó, clavó, incineró, congeló, electrocutó... Hasta que escuchó la voz de alguien detrás de él.

Al girarse, se encontró con un monstruo. O quizás un hombre. Tenía la piel verdosa, pero en su mano había un bastón. Un humano. Su rostro era de un humano.

-No eres de este mundo. ¿Por qué luchas por ellos?
-¡Mal nacido!

Se lanzó hacia él con toda su rabia, pero se detuvo en seco. Los cuerpos que habían sido destrozados ya no eran de utilidad, así que ese energúmeno levantó nuevos cuerpos... los cuerpos de los tres marinos y del niño estaban entre ellos.

Estupefacto, Lomehin vio como el niño caminaba vacilante hacia él con su espada corta en la mano. Sus ojos estaban vacíos de toda la vida que soñaba para ser caballero. Su sonrisa era macabra, sin una pizca de picardía ni de alegría.

Levantó la mano de la espada, y la clavó un poco en el estómago de Lomehin.

El caballero oscuro reaccionó con velocidad, y cerrando los ojos, movió su espada hacia el crío.

Lo siguiente que vio fue la mitad del cuerpo del niño caer a su lado.

-¿Es que acaso no eres humano? -Preguntó el monstruo con piel de hombre.

Lomehin no lo oyó. Él solo miraba el rostro del niño que ahora veía a la nada. Apretó los dientes tan fuerte que sintió como si se le rajaran desde dentro, y sintió la sangre saliendo de la mano que sujetaba la espada.

Gritó.

Gritó con todas sus fuerzas.

Y saltó hacia ese monstruo con una furia incontrolable.

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Saltó por encima de la barandilla del barco sin la armadura, con los hombros caídos y sujetándose la frente con la mano, y los pasos sobre la madera le hicieron mirar al capitán del navío. La ropa abrigada que llevaba estaba hecha jirones, y parte de ellos estaban en la pierna como si hubiera sido herido por algo. Comenzó a caminar, arrastrando la pierna herida con dificultad, y pasó al lado de aquel que estaba al mando.

-Soltemos amarras...
-¿Y los demás...?

Lomehin no lo miró, pero se quedó quieto durante unos segundos, negó con la cabeza, y se fue hacia su camarote. El capitán, pálido, tragó saliva antes de hablar.

-¿Os encontráis bien?
-Si tiene algún mago blanco a bordo, por favor, envíemelo dentro de una hora... -Contestó él cansado. -Creo que tengo la pierna rota...
-De acuerdo...

El caballero oscuro asintió en agradecimiento y caminó lentamente mientras escuchaba los sonidos típicos de la tripulación preparándose. Después tendría que hablar con el capitán de lo que había pasado, pero ahora no tenía fuerzas.

Abrió la puerta, entró y la cerró. Se quitó la capa destrozada y la dejó en el suelo, y se desanudó la espada de su cintura y la dejó en el suelo. La hoja quedó al desubierto, estropeada, mellada, llena de sustancia oscurecida que era originariamente la sangre de los no-muertos. No le importaba ahora. No le importaba nada.

Caminó cojeando hasta la cama y se sentó en ella. Le dolía la pierna, pero lo que más le dolía era el pecho. Pero el motivo era... ¿Por qué? ¿Por qué le dolía el pecho de esa manera? Era una sensación opresiva, dolorosa, de algo que quería salir pero que al mismo tiempo no debía. No entendía ese dolor, porque nunca lo había sentido antes en su lugar de origen, y no sabía qué debía hacer. ¿Y si le habían golpeado en un punto débil pero no lo había sentido? No, eso era imposible, su armadura era prácticamente invulnerable a enemigos de ese calibre... Entonces... ¿Por qué?

Se levantó y fue hacia la mesa, y empezó a vaciar sus bolsillos. Pequeñas probetas de pociones de color rojo y azul fueron depositadas, y varias bolsitas con perlas que habían conseguido hacía un tiempo en ese viaje. Dejó un puñado de objetos inservibles, y ahí, lo vio.

Una pequeña placa de madera con caracteres grabados con un cuchillo. Ahí estaban su nombre y el que había decidido para el niño.

"Lomehin, Hijo del Crepúsculo, maestro de Nuitehim, Hijo de la Noche."

Algo se rompió dentro de Lomehin, y sus manos temblaron. Sentía un torrente de emociones. Tristeza, furia, dolor... Golpeó con el puño en la mesa, y después volcó la silla con la otra mano, soltando unos sonidos lastimeros que nunca habían salido de su garganta. Gimió y gritó, y sintió algo cayendo por sus ojos. Se tocó, y entendió que eran lágrimas que no dejaban de salir.

¿Por qué? ¿Por qué llorar? Llorar no soluciona nada. Llorar era una muestra de debilidad. Llorar era...

Era lo único que podía hacer.

Esas lágrimas eran de impotencia. De rabia. De dolor. Eran lágrimas que surgían desde el fondo de su corazón por no haber podido salvar a ese mocoso que estaba siendo su aprendiz, y que sin darse cuenta le había tomado cariño. Esa sensación de dolor y esas lágrimas nunca habían sido sentidas por Lomehin, pero era lo único que parecía calmar el dolor en su pecho. Con cada lágrima parecía que disminuía su pesar, y lloró, y gritó, y maldecía a Lemnar por un disfraz tan perfecto. Maldecía a los dioses por permitir que seres como el dragón negro vivieran y que un muchacho con tanta vida por delante haya perdido la vida. Maldecía al nigromante que controló a los muertos, aunque ya estaba muerto con su grotesca cabeza clavada en una pica en medio de la ciudad en ruinas. Maldecía a los que en el pasado, en la Guerra de las Sombras, lanzaron el ataque que provocó que ese lugar estuviera lleno de cadáveres.

Y se maldecía a si mismo, por no haber sido más rápido, por no haber sacado al niño en su momento, por no haber vigilado mejor... Se maldecía y se odiaba, y seguía llorando porque esos sentimientos no los había tenido hasta ser un humano.

Volvió a golpear la mesa, pero con menos fuerza, con tan poca fuerza que más parecía una caricia, y apretó en su mano el pedacito de madera donde estaba el nombre del niño. Los bordes se clavaron en la piel de la mano, pero no le importaba. Sus lágrimas no dejaban de salir, y eso le enfurecía más.

Pasó media hora sin dejar de llorar, hasta que al final, sentado en la cama, con las dos manos en la cabeza, respiraba lentamente con algo más de calma. Algún sollozo surgía de vez en cuando, pero el dolor del pecho persistía, algo más tenue, pero estaba ahí. Se levantó y fue a donde estaba el espejo con el agua para lavarse, y se miró. Casi no se reconoció, pues a parte de alguna que otra herida en el rostro, tenía los ojos hinchados y enrojecidos. Nunca había visto algo así, y se lavó con fuerza con el agua helada y volvió a estirarse en la cama.

¿Cómo lo hacían los humanos para superar este tipo de sentimientos? Ellos pueden reír con mucha alegría, pero llorar desesperadamente por el dolor. Pueden preocuparse por los demás al mismo tiempo que podían actuar egoístamente. ¿Cómo? ¿Cómo tenían una fortaleza mental tan grande unas criaturas tan débiles como ellos?

Unos golpes en la puerta le hicieron levantarse, y dio paso con la voz, aun algo quebrada. Entraron el capitán y una muchacha, no mucho mayor que el niño sin nombre, pero con la túnica de maga blanca. Se acomodó en la cama y les hizo pasar con un gesto en la mano.

-Perdón el desorden... -Dijo, mientras el capitán levantaba la silla y se sentaba en ella.
-¿Qué ocurrió...? -Se atrevió a preguntar. Lomehin miró a la muchacha.
-¿Puedes curarme mientras escuchas? -La chica asintió, y se sentó al lado del caballero oscuro. Este se fue quitando la ropa, mostrando todas las heridas, incluyendo el corte en el vientre que le hizo Nuitehim. Se quedó en taparrabos, aunque la muchacha parecía no estar alarmada. -Gracias.

La chica empezó sus curas, y él suspiró antes de hablar. Fue al decir la primera palabra cuando se dio cuenta de que el capitán era el padre del niño, pero no pudo parar. Fue como si todo lo que hubiera hecho al llorar y gritar y maldecir no hubiera servido para nada.

Pero consiguió retener las lágrimas.

Cuando terminó de explicar lo ocurrido, el capitán tenía un rostro sombrío, casi cadavérico. Lomehin no lo culpaba, y se sentía atado al hombre en esos momentos. Este le miró y habló con un susurro.

-¿Sufrió?

El caballero oscuro se quedó pensando unos momentos, y después negó con la cabeza.

-No lo creo...

El capitán asintió.

-Me dijo él... que cuando fuera investido caballero oscuro, tendría un nombre nuevo...
-Así es...
-¿Cuál iba a ser? -Lomehin se quedó en silencio antes de contestarle.
-Nuitehim. Iba a llamarse... Nuitehim.
-El Hijo de la Noche... -Lomehin lo miró extrañado. -Conozco la lengua de los elfos... Alguna vez he comerciado con ellos... No debería extrañarse, Sir Hijo del Crepúsculo.
-Simplemente no me lo esperaba... -Sonrió sin gracia, y lo miró. -Era su hijo. ¿Verdad? -El capitán asintió. -Lo siento...
-Al menos no soy el único que lo ha llorado.

Ante las palabras del capitán, Lomehin lo miró y abrió la boca, pero la cerró antes de formular la pregunta. Después, volvió a abrirla.

-¿Qué va a hacer...?
-Oraré a Doom. -Explicó el capitán. -Oraré a la Diosa de la Magia Negra, de la Noche y de la Muerte para que guíe el alma de Nuitehim a los brazos de Poltergeist, Diosa de la Magia Azul y de los Espíritus.
-¿Se puede encontrar consuelo en las oraciones de los dioses...? -Preguntó Lomehin, a lo que el capitán se encogió de hombros.
-Siempre es mejor tomar una copa con una bella mujer que arrodillarte ante una estatua.

Lomehin sonrió, y la muchacha terminó de hacerle las curas. Algunas cicatrices iban a quedarle, como la del vientre, pero no le importaban. Se levantó y sintió como su pierna volvía a estar soldada, y se estiró un poco. La miró y le dio una sonrisa.

-Gracias. -Tomó su espada, la guardó en la vaina y la colgó de nuevo en su cintura. Miró al capitán. -Iré a la bodega a por un poco de ron si no le importa.

El hombre no dijo nada, y el caballero oscuro se marchó. Como dijo, tomó una botella de ron de la bodega y fue por unos pasillos del interior del barco sin hablar con nadie, hasta que llegó a un pequeño balcón que usaban los marineros para pescar a baja altura. Estaba prácticamente a nivel del mar, así que se sentó en la oscuridad que daba el resto del barco y descorchó la botella.

-Me han dicho que es mejor ahogar las penas con alcohol y una hermosa muchacha... Pero no conozco a casi nadie en el barco, y tu seguramente no despreciarías algo así. -Dijo al gran mar, y echó un trago directamente de la botella. Después, echó un chorro en el agua. -Ser humano no es tan fácil... Tu que eres la deidad protectora de los humanos... ¿Por qué los hiciste tan emocionales, Mateus?

Pero la única respuesta que recibió fue un chapoteo de algunos delfines que seguían la estela del barco.

2 comentarios:

Zeldas dijo...

Aplaudo el trabajo que hiciste en la cuestión psicológica de Lomehim. Brutal la pérdida que le ha sucedido.

EL concepto es bueno, la continuidad de la historia también está bien hecha. Te esforzaste mucho =)¿qué mas te puedo decir<'

Brenda Suzzen dijo...

bien, hace poco pude terminar de leer los capítulos. son tremendos y este último me sacó lagrimita.
No sé hacer comentarios como todos los demás pero q sepas que me gusta como lo vas llevando.
con lomehim me vuelvo totalmente hetero DX
no te detengas de escribir