El
aire frío le golpeaba en la cara y hacía que sus cabellos blanquecinos se
revolvieran como si tuvieran vida. El viaje, contra todo pronóstico, había sido
duro. Los piratas del cielo y los monstruos voladores les habían hecho pesada
la travesía, pero ahora ya estaban dentro de la jurisdicción de Baron y su
guardia voladora, los Red Wings.
-Dentro
de poco llegaremos, hijo mío.
El
muchacho asintió, e hizo dirigir el vuelo de su madre hacia la ciudad que ahora
dirigía con buen juicio el rey Cecil. Las nubes se iban apartando según bajaban
y los oídos y ojos del muchacho se acostumbraron rápidamente al brusco cambio.
La
dragona, animal mítico y, según decían, emisario de los dioses, bajó hasta
llegar al punto de aterrizaje de los Red Wings y de los Drakos de Viento, y
cayó pesadamente en el lugar. Ankar miró a su alrededor, distinguiendo varios
drakos dormidos y alguna que otra nave aérea.
-Madre,
iré a ver al rey Cecil. Tú espera aquí o transfórmate en humana y da una
vuelta. -Expresó el dragontino moviendo los labios,
pero sin una sola palabra.
-Bah.
¿Yo, transformarme en humana? Qué sentido del humor más extraño tienes, hijo
mío. Te esperaré aquí. Ten cuidado.
El
muchacho bajó del lomo de la dragona con elegancia, y al caer al suelo se
acomodó un poco la capa blanca y la ropa negra que llevaba. Se colocó bien los
guantes azul perla y se subió un poco el cinturón del mismo color, en el cual
colgaba una vaina con una espada y un pequeño cilindro de metal. Con un
movimiento dejó ver el colgante que le identificaba como Dragontino de Baron,
un collar de plata con un emblema en forma de dragón.
-Lo
tendré, Madre. No te preocupes. -Contestó él de nuevo sin una sola palabra
salida de su garganta, pues las palabras de Ankar, el joven de cabellos
blancos, aunque moviera los labios, eran imposibles de escuchar con los oídos.
Las mandaba telepáticamente pues no podía hablar con voz física. Los únicos
sonidos que podía producir eran las risas, algo guturales, y una especie de
rugidos aprendidos con sus hermanos.
El
muchacho se despidió de la dragona azul y se dirigió, mientras que se ataba los
largos cabellos blancos en una coleta, por las calles de Baron. Alguna que otra
vez había estado allí cuando comenzó su entrenamiento de dragontino, bajo la
tutela de un gran héroe, Kain, pero su maestro le llevaba a ver mundo de vez en
cuando, así que no paraban mucho en la ciudad. Según el propio rey Cecil, Ankar
era igual que Kain de joven, impetuoso y con ganas de probarse a sí mismo. Se
equivocaba solo un poco.
El
maestro Kain le había enseñado a usar la lanza de tal manera que hasta a su
propio maestro le costaba vencerle, pero al cabo de un tiempo terminó su
adiestramiento, y como dragontino de Baron, empezó a hacer misiones, bajo el
mando del dragontino sagrado, aunque muchas veces volvía a Burmecia con su
familia y viajaban un tiempo hacia diferentes lugares, como a su viejo hogar: la
montaña del Dragón. Pasaron los años y su maestro le mandó una misiva cuando
llevaba con su esposa e hijas más o menos un mes. Al cabo de unos días, decidió
ir a responder la llamada de Baron, pero todo había cambiado desde la última
vez que había ido, casi nueve años atrás. Los puestos de fruta, que cuando
comenzó el reinado de Cecil estaban casi en quiebra, ahora estaban a rebosar de
personas y género. Las casas habían sido reconstruidas, y los niños jugaban por
cualquier lugar. Recordó cuando tuvo que escoltar al príncipe Ceodore a
Alexandría y educarlo para usar la espada y la lanza, y todavía estaban
reparando algunas zonas de la ciudad.
Se
dirigió hacia el castillo, y en la puerta, encontró a un viejo amigo.
-Maestro
Kain. ¿Qué hace aquí? -Preguntó a la persona que había encontrado.
Kain,
que llevaba como siempre su armadura de dragontino sagrado, tenía el yelmo en
la mano, sonriéndole. Los años le habían pasado factura desde la gran guerra
junto con el rey Cecil y la reina Rosa. Su rostro ya no era el del joven
impetuoso que era antes, y sus cabellos rubios empezaban a tener algunas canas.
Sin embargo, su vitalidad seguía siendo la misma que entonces, y muchos
reclutas que llegaban a ser dragontinos habían sido motivados por la forma
física del general y maestro.
Kain
se acercó al joven, pero Ankar notó el olor. Olía a sangre.
-¿Qué
os ha ocurrido, Maestro?
-Ay,
mi joven aprendiz. Han ocurrido muchas cosas... -Dijo el Maestro Dragontino
pasándose la mano por el cabello. -Antes de que vayas a que te den tu nueva
misión,
quiero hablar contigo sobre cierto asunto. ¿Te importa?
Ankar
negó con la cabeza, y ambos se dirigieron a una taberna. Se sentaron en la
barra, lejos de los oídos indiscretos que aquella buena taberna pudiera tener y
pidieron ambos sendas cervezas.
-¿Qué
tal está Angelus? -Preguntó Kain mientras daba un sorbo a su
cerveza.
-Bien,
algo asqueada por el hecho de estar rodeada de pequeños y jóvenes drakos de
viento, pero se le pasará. Está ansiosa por saber que misión nos tienes
preparada. -Dijo Ankar mirando hacia su maestro con una pequeña sonrisa.
-Bueno,
realmente, la misión es de parte del rey Cecil. -Ante la mirada atónita de Ankar, Kain solo sorbió de su cerveza. -Le hablé de ti y quiere proponerte una
misión
importante.
-Eso
es... un gran favor, maestro. -Dijo el joven sorprendido.
-Bah,
no tiene importancia... Pero dime. ¿Cómo estás tú? -Preguntó el maestro al aprendiz y,
aunque sabía la respuesta de la siguiente
pregunta, la hizo igualmente. -¿Encontraste al Dragón Negro?
Ankar
bebió un largo trago de cerveza antes de contestar. Kain sabía la historia, por
supuesto, pues uno de los requisitos para hacerse dragontino en el reino de la
luna es dar a entender su propia vida. El maestro dragontino le envió a
misiones que tuvieran que ver con algún rumor sobre el Dragón Negro adrede,
pero nunca había encontrado nada más que simples pistas, y muchas veces volvía
a su punto de origen, en Lix. Pero era en Burmecia donde descansaba.
-No.
Aún no. Pero estoy sobre la pista. Angelus nota su olor por aquí cerca.
Kain
bebió de su jarra y miró pensativo a su aprendiz, midiendo las palabras que iba
a decir a continuación.
-Hijo,
yo sé dónde está ese dragón negro.
A
Ankar por poco se le cae la jarra de la impresión, y miró a su maestro incrédulo.
-¿Cómo?
-Verás...
-Kain dejó la cerveza en la barra y se rascó un poco la cabeza. -En cierto
modo, lo descubrimos hace poco. Sabes que, aparte de los Red Wings, también hay un gran destacamento de dragontinos
en el reino. Pues bien, hace poco el regimiento entero de dragontinos, yo
incluido, visitamos unas montañas no muy lejos de aquí. Allí nos encontramos
con tu Dragón Negro, durmiendo la siesta. Sabes cómo son los dragones cuando se
le interrumpe la siesta, y se enfadó. Nosotros los dragontinos tenemos muy
buenas relaciones con estos seres, pero este parecía poseído... -Kain agarró de nuevo su jarra y sorbió de ella. Se le habían secado los labios
repentinamente. -Acabó con prácticamente todo el regimiento...
El resto está en cama, algunos con alucinaciones.
Temo que tú y yo seamos los únicos dragontinos sanos que
quedan en Baron, hijo. De todos.
Ankar
miraba con asombro a su maestro. Era un gran héroe, había luchado por salvar el
mundo, y le venció el Dragón Negro. A él, y a todos los demás dragontinos,
todos unos grandes hombres. ¿Cuánto había dejado atrás en los cortos días de
descanso con su familia?
-¿Cómo
sucedió? -Quiso saber el joven. -¿Por qué no luchasteis, maestro? Somos
diez escuadrones de dragontinos... puedo entender que no seamos tantos como el
ejército regular, pero somos muchísimos dragontinos.
-Ankar,
sabes que yo hubiera preferido luchar a muerte contra aquel... loco, por
llamarlo de alguna manera. Pero con nosotros venían también jóvenes reclutas, y no pude
salvarlos a todos... -Kain miró la espuma creada por la cerveza con
aire decaído. -Me siento como un títere...
-¿Dónde
está? -Dijo con odio Ankar mientras dejaba con demasiada fuerza la jarra en la
barra, haciendo que el tabernero los mirara. -Le haré pagar por todo lo que ha
hecho.
-Se ve
que es uno de los guardianes de los cristales, pero no se dé cual... -Dijo
mientras volvía a beber su cerveza el maestro.
Ankar
se tranquilizó. Si era guardián, solo tenía que ir a ver a su Majestad el rey
Cecil, pedirle un salvoconducto para entrar en los templos, y encontrarle. Y
entonces, acabar con él.
-Olvídate
de eso. -Dijo repentinamente Kain.
-Maestro,
no me leáis la mente, por favor. -Dijo el otro dragontino, pensando que, como
otras veces, sus pensamientos habían salido a la luz en forma de palabras.
-No me
hace falta, tu cara lo dice todo. -Dijo Kain mientras se terminaba la cerveza. -Eso
sí,
ve a hablar con Cecil. Tiene una misión muy importante para ti, y
debes encontrar a gente que te ayude en esa misión, porque no será moco de pavo,
hijo. La misión en este caso es bastante importante, no me hagas quedar mal.
¿De acuerdo?
Ankar
asintió, y ambos se levantaron. Kain pidió al posadero que les cobrara las
cervezas, pero el hombre, sonriente, dijo que no hacía falta, que por dos dragontinos,
cien míseros giles no hacía falta que le pagaran. Aun así, Kain le dejó las
monedas y se marcharon. Se dirigieron hacia el castillo, y en la puerta, se
despidieron con un abrazo.
-Iré a
ver a tu madre. -Dijo mientras miraba hacia el lugar donde descansaban los
dragones del viento. -Hace tiempo que no la veo, y seguro que se enfadará conmigo si no nos vemos.
-Cuídate,
maestro. -Se despidió Ankar, mientras veía como Kain bajaba las
escaleras en dirección a la plaza.
El muchacho
se giró y se dirigió hacia la entrada del palacio. Al abrir la gran puerta,
casi se tropezó con dos exhalaciones que salían en dirección al patio. Antes de
que estuvieran fuera de su alcance, las agarró del cuello de la ropa y las
metió en el palacio.
-Erik,
Alyssa. ¿Qué os tienen dicho sobre salir afuera sin protección? -Le dijo el dragontino
a las dos pequeñas figuras.
El
niño y la niña miraron a Ankar extrañados, pero pasó su sorpresa a felicidad al
reconocer al Dragontino. Tenían los cabellos pálidos y algo largos, igual que
su padre, pero indiscutiblemente se parecían mucho más a su madre. Ambos
llevaban ropas sencillas con las cuales moverse de arriba para abajo, de
colores claros, y Ankar pensó que ya debían tener unos diez u once años. Alyssa
se enganchó a su cuello antes de que se diera cuenta, y Erik comenzó a dar
vueltas alrededor de Ankar.
-Vamos,
se ve que vuestro padre tiene una misión para mí. -Dijo el muchacho mientras
dejaba a Alyssa en el suelo. -¿Me acompañáis?
-¡Sí! -Al
unísono,
los mellizos asintieron y se agarraron cada uno a una de las manos de Ankar.
Los
tres se dirigieron hacia la sala del trono, ante algunas miradas de reproche de
los criados más ancianos. Al llegar al portón, entraron para ver al rey de
Baron.
El
paladín Cecil, rey de Baron, estaba de pie, mirando por una de las ventanas el
paisaje que ofrecían las vistas de su castillo, con sus cabellos recogidos en
una simple tiara plateada, que los apartaban fuera de la cara. La ropa que
vestía era más bien sencilla, pero muy elegante. Llevaba una camisa roja con el
emblema de Baron en el pecho, un dragón dorado. Unos pantalones blancos y una
espada en el cinto, la cual no se quitaba nunca, terminaban su indumentaria.
Al
entrar el hombre con los niños, el rey miró de reojo, pero no se giró.
-Majestad.
-Dijo Ankar agachando una rodilla hasta el suelo y mirando hacia abajo. -El Dragontino
Ankar Einor, al servicio del Rey de Barón y de la Zarina de Burmecia, está
presente, mi señor.
El rey
de Barón sonrió al escuchar su título y se giró, mirando fijamente a Ankar con
sus ojos claros. Se acercó un poco y se sentó en el trono rojo acolchado.
-Bienvenido,
Ankar, hijo de Angelus e Iregore. -Dijo Cecil mientras miraba al soldado. -Álzate y acércate un poco, que no estás aquí para recibir castigo. -El Dragontino
se alzó y se acercó un poco a su soberano. -¿Cómo estás? ¿Y qué tal tu familia?
-Están
bien, mi señor, Burmecia es fresca en esta época del año. -Contestó Ankar sonriendo con timidez
ante la familiaridad que le expresaba el rey. -Recién llego desde ahí, estuve
con ellos el último mes cuando me llegó el mensaje de mi maestro.
-¿Les
echas de menos?
-Siempre,
majestad. Pero el deber es el deber.
Cecil
le miró con una sonrisa apacible. El joven de cabellos blanquecinos conoció una
sola vez al rey antes de ese encuentro, y en ambas ocasiones, en esta y en la
anterior, había reconocido el poder que residía en su soberano.
La
primera vez que se vieron fue hace unos años, cuando conoció a Erik y a Alyssa.
Los niños llegaron hasta donde estaban Angelus y Ankar, y ambos estuvieron
mucho rato jugando con ellos. Al cabo de las horas, Cecil llegó al lugar
buscando a sus hijos, y se encontró con el panorama de que los niños estaban
con el pupilo de Kain. Hablaron poco entre ellos, pero a Cecil le pareció muy
parecido a su amigo cuando era joven.
Sin
embargo, desde la última vez que lo vio, no había cambiado físicamente para
nada.
-Hijos
míos. -Se dirigió el rey a los niños. -¿Podéis dejarnos? Tengo que hablar
con Ankar sobre asuntos serios.
La niña
pegó un zapatazo en el suelo mientras miraba furiosa a su padre.
-¡No
vale, papá! ¡No debes monopolizar a Ankar, siempre está de misión o en
Burmecia, y nunca tiene tiempo para jugar con nosotros! -Decía la niña ante los movimientos
afirmativos del hermano. -¡Hace mucho tiempo que no le vemos!
Ankar,
sonriendo, apoyó la mano en la cabeza de la niña y le sonrió.
-Después
os llevaré a ver a Angelus. ¿Vale? Seguro que se pone contenta. -Dijo mientras
acariciaba los cabellos de la niña.
-¿De
veras? -Preguntó con un dejo de tristeza la niña.
-Sí,
de veras. -Dijo el dragontino mientras soltaba a Alyssa. -Pero ahora tengo que
hablar con vuestro padre. ¿Lo entiendes?
La
niña asintió, y se dirigió a su hermano.
-Vámonos,
Erik...
-Vale...
Hasta pronto. -Dijo el crío mientras él y su hermana se dirigían a la salida.
Ambos
niños salieron ante la sonrisa de su padre, la cual se esfumó al instaurarse el
silencio en la sala.
-Joven
Ankar, te he hecho venir porque necesito que realices una misión sin demora. -Dijo
el Rey colocando sus manos en los reposabrazos del trono.
-¿El
Dragón Negro? -Dijo ansioso el dragontino.
-No
exactamente... -Dijo Cecil mientras miraba al muchacho. -Verás... Tu misión
consta de dos partes. La primera te la daré ahora, la segunda será cuando termines
la primera. ¿Estás preparado para escuchar tu misión, Ankar?
-Sí,
majestad.
-Bien...
-Cecil se pasó la lengua por los labios antes de
hablar. -Tu misión consiste en ir a los Templos Eternos
y destruir los cristales elementales.
Ankar
abrió los ojos desmesuradamente.
-¡¿Cómo?!
¡Pero si eso es un delito mundial! ¡No soy un proscrito, mi señor!
-Cálmate,
hijo, no he terminado de hablar. -Dijo el soberano levantando una mano.
-¡Pero...!
-¡Silencio!
-Esta vez, la voz de Cecil fue totalmente autoritaria, y Ankar cerró sus pensamientos y agachó la cabeza. -Bien, eso está mejor. No pienses que te mando
a una misión suicida solo por pedirte que
destruyas los cristales. Hay una razón muy poderosa para ello.
Ankar
restó en silencio unos segundos antes de preguntar.
-¿Qué
debo hacer?
Cecil
sonrió con tristeza.
-Debes
ir con las personas que creas necesarias a los templos y derrotar al Guardián
de cada Templo Eterno antes de romper el cristal. Esa será la primera parte de
tu misión.
-Y la
segunda no la sabré aún... ¿Verdad?
-Verdad.
Es demasiado pronto para que lo sepas. -Le contestó el rey. -Iréis en la dirección de la tradición, es decir iréis primero al Templo del Fuego
Eterno, después al del Mar, al del Viento, en el
reino de Tycoon, al del Árbol Eterno; y después al del Destello Eterno y al de
la Sombra Eterna.
-Majestad...
-Dijo despacio el Dragontino. -A los templos del Destello y la Sombra es
imposible entrar. Mucha gente lo ha intentado sin resultados.
-Porque
no tenían la llave. -Dijo Cecil. -Cada vez que destruyáis un cristal, recogerás un pedazo de ese cristal. Con
los templos del Fuego, del Mar, del Viento y del Árbol no hay problema para que
puedas entrar, pero para entrar en el del Destello Eterno tendrás que llevar un
pedazo de cada cristal, y para entrar en el de la Sombra Eterna deberás llevar
un pedazo del cristal de la luz. Esas son las llaves.
El dragontino
asintió y permaneció en silencio.
-Veo
que tienes algunas preguntas que hacerme. Hazlas.
-Majestad...
-el dragontino se sentía incómodo por lo que iba a preguntar. -Mi maestro Kain
me dijo... que uno de los guardianes era el Dragón Negro que estoy buscando...
-Cierto...
Lemnar, el Dragón Negro... Se sabe que es un Guardián, aunque exactamente no se
sabe de qué templo es. -El rey se levantó y se dirigió a la ventana de nuevo. -En
teoría,
los guardianes deben estar en sus templos, pero este campa a sus anchas por los
diferentes reinos. Deberás ir templo por templo para
encontrarle, Ankar.
El dragontino
asintió.
-Otra
pregunta, mi señor.
-Hazla.
-¿Por
qué yo?
-¿Y
por qué no?
El dragontino
se quedó pasmado por la respuesta.
-Pues...
podrían haber personas más aptas para esta misión. -Dijo Ankar algo
avergonzado. -Gente más poderosa, con más experiencia. Vos
mismo podríais ir a hacer esta misión con el Maestro Kain.
-Soy
mayor, Ankar. -Dijo Cecil después de un pequeño silencio mientras miraba
fuera. -Además, soy rey de Barón. No puedo ir por ahí desatendiendo mi reino. Por
eso, cuando Kain me habló de ti y de tu cruzada con el Dragón Negro pensé que
te interesaría. ¿Crees que hice mal?
-En
absoluto, mi señor. -Dijo Ankar agachando más la cabeza. -Me siento
halagado de que confiéis en mí. Marcharé lo más pronto posible.
-No te
precipites. La paciencia es una virtud. Además, tengo otra cosa que decirte.
Ankar
se quedó inmóvil, rodilla en el suelo, escuchando.
-Tal y
como estás ahora, evita enfrentarte al Dragón Negro en todo lo posible.
Ankar
abrió los ojos desmesuradamente.
-¡¿Por
qué?! Si es uno de los guardianes, cuanto antes lo venzamos mejor.
-Es
demasiado poderoso para ti, Ankar. -El dragontino se quedó callado de golpe. -Eres
demasiado débil para vencerlo. Hazte fuerte.
Explora el mundo. Conoce a gente. Solo así te harás más poderoso. Y cuando tengas el
poder suficiente, vence a Lemnar. Eso es todo lo que debo decirte. -El rey se
giró
a su soldado y le miró fijamente. -Ankar Einor, ahora mismo
ya tienes tu misión. Quiero que la cumplas con premura y
sin dilación. ¿Está claro?
-Sí,
mi señor. -Dijo con firmeza el peliblanco dándose un pequeño golpe en el pecho con el puño cerrado.
-Quiero
un informe después de que destruyas el cristal del Fuego Eterno.
-Como
deseéis, majestad.
-Puedes
irte.
Ankar agachó
más la cabeza, se levantó y dejó solo al rey de Barón. Salió del gran castillo
y se volvió a dirigir hacia el patio donde debía esperarlo Angelus, ajena a
todo, o tal vez no. Mientras caminaba, seguía sumido en sus pensamientos.
¿Compañeros?
Con la excepción de algunos de la academia y de los soldados en la Guerra de
las Sombras, siempre se había mantenido apartado de las relaciones personales,
salvo con la excepción de su propia familia. Bueno, aquel samurái demente era
una excepción, pues por alguna razón hizo buenas migas con él, pero... ¿Para
qué necesitaba compañeros, si muchas veces hacen retrasar el viaje hacia el
destino? No es que fuera antisocial, pero como miembro del ejército había visto
lo que un soldado indisciplinado puede hacer a la misión. Pero era un decreto
real, así que debía acatarlo. Mientras paseaba, se encontraba con varias
personas. Algunas le saludaban afectuosamente, otras le miraban con descaro. "Humanoides" Pensó. "Vivimos en una sociedad
bastante buena, aunque con diferencias de edades muy marcadas... Los Humanos
viven como máximo cien años, mientras que las Vieras viven trescientos y los
Elvaan lo hacen a más de quinientos. Y yo me encuentro entre todos, con una
edad que no corresponde a mi físico... Hacer amigos solo para verlos morir... que
extraño destino es aquel que nos espera a los que vivimos más... ¿Cómo lo hacen los Elvaan que se
juntan con Humanos? ¿Cómo lo hacen las Viera...?" Esos eran pensamientos que le
habían asaltado desde siempre, sobretodo más desde que su familia se hizo
patente. Y siempre que llegaba a esa parte recordaba cómo, durante mucho
tiempo, estuvo buscando a su verdadera familia, a aquellos seres que lo
abandonaron en Nibel al cuidado de Angelus, haciendo que su cuerpo asimilara la
poderosa esencia de los dragones. Le habían privado de una vida corta como los
humanos, pero impidiendo ser como los dragones. Vivía en el margen como un
Semiesper. "No le demos más vueltas" pensó. "Es gracias a que soy como soy
que he podido vivir hasta ahora, tener una familia como la que tengo... y mi
mudez...".
Inconscientemente, se acarició la garganta, donde tenía una gran cicatriz.
Al
llegar a la plazoleta de aterrizaje, sus pensamientos se bloquearon por la
sorpresa y se detuvo en el sitio. A lo lejos vio como Angelus estaba hablando
con una muchacha. Aquello era muy extraño. Su madre casi nunca hablaba con
desconocidos, menos aún con muchachas. Se acercó sigilosamente, y cuando estuvo
a pocos pasos de la pareja, la muchacha se giró hacia él en un revuelo de
cabellos violetas.
-¿Me
has oído llegar? -Preguntó extrañado Ankar mientras miraba los
morados ojos de la chica.
-Sí,
aunque me costó lo mío. -Dijo ésta mirando con lo que se podría decir algo de curiosidad al dragontino.
-Vaya.
Tienes un buen entrenamiento. -Sonrió mientras se acercaba a
Angelus.
-No
sabría decirte.
El dragontino
acarició el morro de la dragona, mientras esta cerraba los ojos como si aquel
gesto fuera algo que le gustara mucho.
-¿Por
qué usas telepatía? -Preguntó la muchacha a Ankar.
-No
tengo voz, por eso la uso... -Contestó mientras sonreía tristemente.
-Pero
mueves los labios. -"Curiosa como pocas..." pensó el chico.
-La
telepatía de corto alcance fue creada para gente que no puede usar la voz, por
eso movemos los labios, es como si habláramos... -Dijo mientras miraba a la
chica. -Pero perdona, soy un desconsiderado. -Se apartó un poco de la dragona e hizo
una reverencia colocando el brazo delante del estómago e inclinándose. -Soy
Ankar Einor. Encantado, señorita...
-Ember.
-Dijo ella como si tal cosa. -Mi nombre es Emberlei Oakheart.
3 comentarios:
Perdón por la demora!!
Veamos veamos..
El cap funciona muy bien presentando al protagonista y lo que busca. Sigo admirando la capacidad de describir ese tipo de ropajes a lo fantástico.
Todavía supongo que es bastante pronto para decir nada más. Tiene mucho mucho tiempo que no leo fanfics y ni hablar de escribir xD pero espero desarrollo de pj!! :9
Lo que sí no te extrañes si me demoro un pelín entre cap y cap. Ja ne~!
Ya, leí el primero xD
Como introducción está bien, de hecho me llama la atención la peculiaridad de Ankar. Estoy leyendo lo demás para ver cómo han desarrollado esto.
Igualmente no esperen comentarios rápido, que tengo mucho que leer xD
Pasando a saludar muchachos.
Como primer capítulo, me ha dejado muchas interrogantes (obvio), que espero se vayan resolviendo a medida que la historia se desarrolle.
Me llama la atención el hecho que el protagonista no tenga voz y bueno, personalmente, describen los hechos de manera precisa.
Bien chicos ;)... seguiré leyendo, ya que necesito involucrarme con la historia para la banda sonora jeje.
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